Una conversión para que de testimonio.

El Corán menciona a Jesús por su nombre como profeta islámico.

Y de acuerdo con la filosofía del Corán, se debe creer en Jesús, tanto como en todos los otros mensajeros de Alá, aunque como musulmán. 

Porque el gran problema con el Islam y con el Corán, es que no considera a Jesús como Dios, sino como uno de los profetas, incluso por debajo de Mahoma.

Y tampoco los mandamientos de Dios aparecen en el Corán, más bien parece que estuvieran al revés.

Pero la presencia de Nuestro Señor fue descubierta en el Corán por una joven musulmana paquistaní que estaba paralizada y a partir de ahí se produjo un formidable milagro.    

Aquí te queremos contar la historia de esta musulmana que descubrió a Jesús en medio del Corán y los hechos formidables que sucedieron luego.

Gulshan Esther, como se la conoce, nació el 1 de enero de 1952 en Paquistán, enseguida perdió a su madre y fue criada por su amoroso padre.

Paralizada desde su primera infancia, su progenitor como buen musulmán, la llevó a la Meca para pedir su sanación. 

Y a su regreso, la joven de 18 años comenzó a leer durante muchas horas el Corán y ahí realizó el descubrimiento que le cambiaría la vida: encontró a Jesús.  

Los hechos narrados en el Corán sobre Jesús, que incluyen la curación de paralíticos, la lleva a rezarle a Nuestro Señor. 

En 1972, ella tiene 21 años y ya lleva tres años rezándole a Jesús, pero sigue inválida, por lo tanto decide increparlo.

Ella tenía la certeza de que Jesús estaba vivo, que volvería en un tiempo y que había hecho numerosos milagros, aunque ella había perdido de a poco las esperanzas de que la curara.

En una de sus biografías Gulshan Fátima (que es su nombre original) cuenta cómo fue su sanación y el encuentro con el mismísimo Jesús, quien se le apareció en su habitación. 

Una noche dijo esta oración:

«Oh Jesús, hijo de María, el Sagrado Corán dice que resucitaste de entre los muertos y sanaste a los leprosos, que hiciste milagros. 

Así que cúrame a mí también» 

Y ahí su esperanza se hizo más poderosa.  

Tomó el rosario musulmán que había traído de La Meca y comenzó a recitar la oración en el Nombre de Dios, y después de cada oración y al pasar la cuenta agregaba: «Oh Jesús, hijo de María, sáname».

Y cuanto más oraba, más le atraía este personaje secundario del Corán, que parecía poseer un poder que ni siquiera Mahoma reclamó. 

¿Dónde estaba escrito que Mahoma sanó a los enfermos y resucitó a los muertos? 

Y un día eran las tres de la mañana, leía los versos del Corán que ya se sabía de memoria sentada en la cama y en su corazón recitaba la letanía: «¡Oh Jesús, hijo de María, sáname!» con profunda fe.  

Y de repente se detuvo y dijo en voz alta: 

«He estado diciendo esto durante mucho tiempo y estoy lisiada».       

«¿Por qué no fui sanada a pesar de haber orado durante tres años?»

«Estás vivo en el cielo, y el Sagrado Corán dice que has curado a los enfermos. Puedes curarme y, sin embargo, sigo lisiada. ¿Por qué no hubo respuesta?».

Y entonces gritó en agonía: «Si puedes, cúrame. Si no, dímelo».   

Y de repente una tenue luz iluminó todo el cuarto. No era la luz del amanecer porque era muy temprano. Era un tenue resplandor.

Y la luminosidad se intensificó tanto que pensó que el jardinero había encendido la luz de los jardines exteriores.

Salió para mirar, pero las puertas y ventanas estaban bien cerradas, las cortinas corridas y las persianas bajadas. 

Y entonces se dio cuenta de la presencia de siluetas en túnicas largas en el centro de la luz, a dos o tres metros de su cama. 

Eran doce, y el del medio, el decimotercero, era más grande y brillante que los demás.

Y entonces esa figura dijo,

«Levantate. Este es el camino que estabas buscando. Soy Jesús, el hijo de María, por quien oraste, y estoy ante ti. Levántate y ven a Mí».

Entonces Gulshan empezó a llorar. «Oh Jesús, soy inválida, no puedo levantarme»

«Levántate y ven a Mí. Yo soy Jesús»

Y mientras ella dudaba, Él repitió su orden. 

Y luego por tercera vez. «Levántate».

Aunque inválida y postrada sintió un aumento de fuerza en sus miembros atrofiados. 

Puso su pie en el suelo y se paró. 

Luego dio unos pasos y cayó frente a la visión. 

Estaba bañada por la luz más pura, tan brillante como la del sol y la luna juntos.

Su corazón y su mente también se iluminaron, y en ese momento entendió todo.

Jesús puso su mano sobre ella y ella vio que tenía un agujero, que emanaba de él un rayo de luz que hacía que su vestido verde pareciera blanco. 

Y le dijo: 

«Yo soy Jesús. Yo soy el Emmanuel. 

Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Estoy vivo y vendré pronto. 

Desde hoy serás mi testigo. 

Lo que has visto ahora con tus propios ojos, debes compartirlo con mi gente, es tuyo. Sé fiel para llevar la visión a mi pueblo».  

Y añadió: 

«Vayas donde vayas, estaré contigo y, a partir de hoy, rezarás de la siguiente manera:  

Padre Nuestro que estás en los Cielos…»

Y a continuación Jesús le enseñó el rezo del Padre Nuestro, lo que fue una revelación para ella porque los musulmanes no consideran Padre a Alá. 

Y la oración se grabó en su mente y en su corazón, la repitió a pedido de Jesucristo y el rezo llenó su vacío existencial. 

Jesús le dijo que dijera que está vivo y que llegará pronto a la Tierra de vuelta. 

La fe de Gushlan entonces se fortaleció en medio de una enorme alegría.

Descubrió que su brazo y su pierna atrofiadas se rellenaban, aunque la mano no del todo.

Y le preguntó a Jesús por qué no la había sanado totalmente y El le respondió: «Quiero que seas mi testigo».

Entonces las figuras y Jesús desaparecieron paulatinamente y ella quedó vestida con una prenda blanca, pero la luz que había tomado toda la habitación era tan brillante que la había enceguecido. 

Entonces se puso unos anteojos oscuros que encontró en una mesita y paulatinamente pudo ver. 

Había transcurrido una hora de tiempo terrenal con Jesús. 

Cuando la tía entró a su habitación y la encontró de pie pensó que se iba a caer y ahí ella le contó de sus tres años de rezos a Jesús, y cómo se le había aparecido y la había curado. 

Caminó de una pared a otra y regresó varias veces. 

Sintió una indescriptible alegría, tanto que gritó la maravillosa nueva oración que Jesús le había enseñado: “¡Padre Nuestro que estás en los cielos…».   

Mientras que la tía insistía con que «te vas a caer».

«No me caeré» le contestó, feliz de sentir una nueva vida corriendo por sus venas.

La tía le subió la manga de la túnica y examinó su brazo ahora regordete. 

Luego le pidió que se sentara en la cama y le miró la pierna, que estaba en tan buenas condiciones como la otra.

Y dos días después se reunió el consejo familiar y si bien no la repudiaron la amonestaron severamente.

Porque recordemos que el abandono de la fe se pena en el islam hasta con la pena de muerte. 

Y entonces ella le pidió a Jesús que le mostrara el camino. 

Miró hacia arriba y vio una paloma nebulosa que se elevaba del suelo al techo. Jesús estaba allí, la luz brillante que había visto antes estaba velada en la niebla. 

Y le dijo, «Ven hacia Mí»

Fue y según narró, la llevó a una gran llanura que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, verde y fresca, con gente esparcida más o menos lejos.

Todos llevaban coronas en la cabeza y vestían de luz. 

La gente cantaba «Santo» y «Aleluya». 

Le dijeron: «Él es el Cordero inmolado. Él está vivo». 

Entonces se dio cuenta de que todos estaban mirando a Jesús quien le dijo: 

«Aquí está mi gente. Estas personas están diciendo la verdad. Saben rezar. Son los que creen en el Hijo de Dios».

Y después le anunció que a unos 15 kilómetros de su casa iba a encontrar un hombre que le mostró y que le daría una biblia. 

Lo hizo y comenzó a leerla. 

Mientras leía, encontró pasajes sobre el bautismo. 

Y vio en Marcos 1, 9-11, que Jesús había sido bautizado. 

Su bautismo cristiano en 1972 fue una ceremonia sencilla y hermosa. 

Y le dieron un nuevo nombre, el de Gulshan Esther.

Ella cuenta: «Más tarde leí que Esther había testificado ante el rey y que ella era parte del pueblo de Dios, los judíos, y que había arriesgado su vida de esta manera».

Bueno hasta aquí lo que te queríamos compartir de esta extraordinaria historia de fe y sanación, que fue contada por ella en el best seller «El velo rasgado».

Y me gustaría preguntarte si conoces personas que hayan sido sanadas milagrosamente por Nuestro Señor y no eran cristianas en ese momento.

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