Transforma tu vida e ilumina tu camino aprovechando el poder del Espíritu Santo que tienes dentro de ti.

Jesús prometió que el Espíritu Santo estaría con nosotros para siempre, confirmándonos en nuestra fe y guiándonos hacia el Cielo. 

Aquí veremos cómo el Espíritu Santo nos ayuda personalmente proporcionándonos la sabiduría, el valor y la seguridad de que no estamos solos. 

Discutiremos los dones y los frutos del Espíritu Santo, y cómo podemos invocar su poder en nuestras vidas diarias. 

También abordaremos el tema del «pecado imperdonable» contra el Espíritu Santo.

Y especialmente cómo hacer para que el Espíritu Santo esté presente en cada momento de nuestra vida.

Antes de Su ascensión, Jesús anunció que pronto iría a prepararnos un lugar, para que donde Él esté, nosotros también vayamos.

Y cuando se despidió físicamente de este mundo, dijo que no estaremos solos, y que enviará el Espíritu Santo. 

Jesús prometió “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad”, Juan 14.

Este Espíritu tendrá la misión de iluminar a la Iglesia y así completar la revelación, y confirmarla.

Pablo VI luego dirá que el Espíritu Santo es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio.

Porque ilumina la inteligencia con una luz poderosísima y le da a conocer, con una claridad desconocida hasta entonces, el sentido profundo de los misterios de la fe.

Bajo su influjo, el alma tendrá una mayor certeza en lo que cree, conocerá más hondamente las verdades sobrenaturales y experimentará un gozo indescriptible, como anticipo del Cielo.

Gracias a este don, dirá Santo Tomás de Aquino, “Dios es entrevisto aquí abajo», por la mirada purificada de quienes son dóciles a Sus mociones.

Todo cuanto se ha hecho en la Iglesia es obra del Espíritu Santo: la evangelización del mundo, las conversiones, la fortaleza de los mártires, la santidad de sus miembros.

Pero también es el santificador de nuestra alma. Todas las obras buenas, las inspiraciones y deseos que nos impulsan a ser mejores, las ayudas necesarias para llevarlas a cabo, es obra de Él.

Viene a proteger, a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar.

Y a iluminar, en primer lugar, la mente del que lo recibe y después, por las obras de este, la mente de los demás.

Cuando Jesús se lo anuncia a sus discípulos dice “recibiréis poder”. 

Y la palabra griega que se utiliza para poder es dunamis, que es la raíz de la palabra “dinamita”. 

Por tanto, cuando invocamos al Espíritu Santo, nuestras vidas como cristianos explotan con fuerza y poder para vencer el mal.

Mucha gente tiene miedo de lo que les pueda pasar a ellos o a sus familias, a la enfermedad, al mundo violento donde el amor de Dios parece perdido para tantos. 

Pero no debemos temer nada, porque el poder explosivo del Espíritu Santo está siempre con nosotros, y es más grande que cualquier fuerza que podamos imaginar.

¿Y dónde está alojado el Espíritu Santo? en los corazones de los fieles, es el dulce huésped del alma.

Está en el alma del cristiano en gracia, para que se parezca más a Cristo, para moverlo al cumplimiento de la voluntad de Dios y ayudarle en esa tarea.

Y cuanto más crece el cristiano en buenas obras y más se purifica, tanto más se complacerá el Espíritu Santo en habitar en él y en darle nuevas gracias.

Es la fe en el poder del Espíritu Santo lo que nos lleva a recibir sus dones y frutos. 

Recibimos Su sabiduría para tomar las decisiones correctas, Su valor para soportar pruebas y dificultades, y el conocimiento de que no estamos solos.

El Nuevo Testamento menciona veintisiete dones del Espíritu Santo. Y 1 Corintios 12 enumera nueve carismas del Espíritu Santo: sabiduría, palabra de ciencia, fe, sanidad, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, lenguas e interpretación de lenguas. 

Sin embargo, tenemos dificultad en visualizarlo porque no ha asumido ninguna forma corporal.

Entonces, ¿cómo podemos imaginar al Espíritu Santo?

Como Abogado, Ayudante, Consolador y Consejero.

Y además en Romanos 8:26, San Pablo le atribuye una especie de voz, cuando dice que el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.

El Espíritu Santo está profundamente conectado con la palabra de Dios. 

Una de las creencias fundamentales de la Iglesia es que el Espíritu Santo inspiró a los escritores de la Biblia. 

Como dice el credo mismo, Él es el que «habló por medio de los profetas».

Lo que significa que cada vez que leemos la Escritura estamos escuchando lo que el Espíritu nos dice.

Pero también Dios nos ha dado otra forma de conocer al Espíritu Santo: la Santísima Virgen María. 

Solemos pensar en María como madre de Jesús y olvidamos que Ella es también la Esposa del Espíritu Santo. 

Por lo tanto, en María vemos reflejado al Espíritu Santo.

Y por eso la Iglesia enseña que Ella es nuestra abogada celestial, consoladora maternal y maestra. 

En todos sus roles vemos un reflejo del Espíritu Santo. Incluso en Sus apariciones.

Y es tan importante el Espíritu Santo que la Biblia habla de un solo pecado que nunca se perdonará, y no se dice que es un pecado contra Dios Padre o Jesucristo, sino contra el Espíritu Santo.  

Esto parece una incongruencia porque todo pecado, por grande que sea, puede ser perdonado, en la medida que la misericordia de Dios es infinita.

Pero para que se otorgue ese perdón divino es necesario reconocer el pecado, arrepentirse y creer en el perdón y en la misericordia del Señor.

A la actitud de no creer en Dios, ni en su misericordia, ni en el perdón, Jesús la llama pecado contra el Espíritu Santo. 

Y es imperdonable, no tanto por su gravedad y malicia, sino por una disposición de la voluntad, que anula toda posibilidad para el arrepentimiento. 

El que peca así, se sitúa, él mismo, fuera del perdón divino.

Pero hay buenas noticias.

El Espíritu Santo vuelve a nuestra alma al hacer un Acto de Contrición perfecto y luego recurrir al Sacramento de la Confesión lo antes posible.?

¿Y cómo invocar al Espíritu Santo para lograr Su poder en nuestra vida?

Debemos adoptar hábitos buenos y saludables para convertirlo en nuestro compañero diario.

Un gesto sencillo, que hacemos para airear y purificar nuestra casa, es abrir las ventanas con regularidad. 

Pero ¿tenemos el mismo sano reflejo a la hora de airear, purificar, y renovar el ambiente de nuestro corazón? 

Invocar al Espíritu Santo es abrir de par en par nuestras ventanas interiores a Él.

Cada mañana, cuando saltamos de la cama, cuando abrimos la ventana de nuestro dormitorio y olemos el aroma de un nuevo día, abramos también nuestro corazón al poder que llevamos dentro.

 “¡Ven Espíritu Santo, ven a renovarme!” podemos decir. 

Y podemos ofrecernos a Dios en cuerpo y alma.

Antes de una nueva tarea, una reunión, una discusión, tomemos un minuto para traer el aliento vigorizante, puro y calmante del Espíritu de Dios. 

También lo podemos invocar para que se lleve el cansancio, las ideas prefabricadas, el estrés, todo ese polvo interior que impide la escucha de Dios.

Al hacer una elección, al tomar una decisión, tomemos el tiempo para renovar completamente el aire en nuestros corazones. 

Dejemos que el Espíritu de la Verdad ahuyente lo que nos atormenta, suavice lo que nos bloquea, sane lo que está herido, para que podamos discernir verdaderamente el camino a seguir. 

Pidamos la Iluminación del Espíritu Santo.

En los momentos difíciles, en las pruebas, debemos acordarnos de dejar la ventana lo suficientemente entreabierta, para que el consolador venga a calmarnos y refrescarnos.

En nuestra tristeza, nuestra ira, en nuestro dolor, nos debemos dejar tocar por la caricia divina: “Ven Espíritu Santo, ven a consolarme”.

Bueno, hasta aquí lo que queríamos contar sobre cómo atraer el poder activo del Espíritu Santo a nuestra vida.

Y me gustaría preguntarte si sueles invocar el poder del Espíritu Santo en tu vida o no.

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