Jesús revela el Infierno a María Valtorta

15 de enero de 1944.
Dice Jesús:

“Una vez te hice ver al Monstruo de los abismos. Hoy te hablaré de su reino. No puedo tenerte siempre en el paraíso. Recuerda que tú tienes la misión de evocar en los hermanos las verdades que han olvidado demasiado. Pues en este olvido que, en realidad, es desprecio por las verdades eternas, se originan tantos males para los hombres.

Por lo tanto, escribe esta página dolorosa. Luego tendrás consuelo. Es viernes por la noche. Mientras escribes, mira a tu Jesús, que murió en la cruz, entre tormentos tales que pueden compararse a los del infierno, y que quiso esa muerte para salvar a los hombres de la Muerte.

Los hombres de nuestro tiempo ya no creen en la existencia del Infierno. Se han construido un más allá según el propio deseo, de tal modo que sea menos aterrador para su conciencia, merecedora de grandes castigos. Como son discípulos relativamente fieles del Espíritu del Mal, saben que su conciencia retrocedería ante ciertas fechorías, si de verdad creyera en el Infierno tal como lo enseña la Fe; saben que, si cometieran esa fechoría, su conciencia volvería en sí misma y, por el remordimiento, llegaría a arrepentirse, por el miedo llegaría a arrepentirse y, arrepintiéndose, encontraría el camino para volver a Mí.

Su maldad, que les enseña Satanás -del que son siervos o esclavos, según su adhesión a los deseos e instigaciones del Maligno-, no admite estos retrocesos y estos regresos. Por eso, anula la creencia en el Infierno tal como es y construye otro -si es que se decide a hacerlo- que no es más que una pausa para tomar impulso hacia nuevas elevaciones futuras.

E insiste en esta opinión hasta creer sacrílegamente que el mayor pecador de la humanidad puede redimirse y llegar a Mí a través de fases sucesivas. Hablo de Judas, el hijo predilecto de Satanás; el ladrón, tal como está escrito en el Evangelio; el que era concupiscente y ansioso de gloria humana, como Yo le defino; el Iscariote que, por la sed insaciable de la triple concupiscencia, se convirtió en mercante del Hijo de Dios y que me entregó a los verdugos por treinta monedas y la señal de un beso: un valor monetario irrisorio y un valor afectivo infinito.

No; si él fue el sacrílego por excelencia, Yo no lo soy. Si él fue el injusto por excelencia, Yo no lo soy. Si él fue quien con desprecio derramó mi Sangre, Yo no lo soy. Perdonar a Judas sería un sacrilegio hacia mi Divinidad, que traicionó; sería una injusticia hacia todos los demás hombres que, en todo caso, son menos culpables que él y que, aún así, son castigados por sus pecados; sería despreciar mi Sangre y sería, en fin, faltar a mis leyes.

Yo, Dios Uno y Trino, he dicho que lo que está destinado al Infierno, quedará en életernamente, porque de esa muerte no se surge a una nueva resurrección. He dicho que ese fuego es eterno y que acogerá a todos los que cometieron escándalos e iniquidades.

Y no creáis que esto dure hasta el momento del fin del mundo. No; al contrario, tras la tremenda reseña, esa morada de llanto y de tormento se hará más despiadada, porque el infernal solaz que aún se concede a sus huéspedes -poder dañar a los vivos y ver precipitar en el abismo a nuevos condenados- ya no será posible y la puerta del abominable reino de Satanás será remachada y clausurada por mis ángeles para siempre, para siempre; será ése un siempre cuyo número de años no tiene número; un siempre tan ilimitado que, si los granillos de arena de todos los océanos de la tierra se convirtieran en años, formarían menos de un día del mismo, de esta inconmensurable eternidad mía, hecha de luz y gloria en las alturas para los benditos; de tinieblas y horror en el abismo para los malditos.

Te he dicho que el Purgatorio es fuego de amor. Y que el Infierno es fuego de rigor.
El Purgatorio es un lugar en el cual expiáis la carencia de amor hacia el Señor Dios vuestro mientras pensáis en Dios, cuya Esencia brilló ante vosotros en el instante del juicio particular y despertó en vosotros un incolmable deseo de poseerla. A través del amor conquistáis el Amor y, por niveles de caridad cada vez más viva, laváis vuestras vestiduras hasta hacerlas cándidas y brillantes para entrar en el reino de la Luz, cuyos fulgores te hice ver días atrás.

El Infierno es un lugar en el cual el pensamiento de Dios, el recuerdo del Dios entrevisto en el juicio particular no es, como para los que están en el Purgatorio, deseo santo, nostalgia dolorida más plena de esperanza, esperanza colma de serena espera, de segura paz, que será perfecta cuando llegue a convertirse en conquista de Dios, pero que ya va dando al espíritu que purga sus faltas una jubilosa actividad purgativa porque cada pena, cada instante de pena, le acerca a Dios, su único amor. En cambio, en el Infierno, el recuerdo de Dios es remordimiento, es resquemor, es tormento, es odio; odio hacia Satanás, odio hacia los hombres, odio hacia sí mismos.

Tras haber adorado en la vida a Satanás en vez que a Mí, ahora que le poseen y ven su verdadero aspecto, que ya no se oculta bajo la hechicera sonrisa de la carne, bajo el brillante refulgir del oro, bajo el poderoso signo de la supremacía, ahora le odian porque es la causa de su tormento.

Tras haber adorado a los hombres -olvidando su dignidad de hijos de Dios- hasta llegar a ser asesinos, ladrones, estafadores, mercantes de inmundicias por ellos, ahora que se encuentran con esos patrones por los que mataron, robaron, estafaron, vendieron el propio honor y el honor de tantas criaturas infelices, débiles, indefensas -que convirtieron en instrumento de la lujuria, un vicio que las bestias no conocen, pues es atributo del hombre envenenado por Satanás-, ahora, les odian porque son la causa de su tormento.

Tras haber adorado a sí mismos otorgando todas las satisfacciones a la carne, a la sangre, a los siete apetitos de su carne y de su sangre y haber pisoteado la Ley de Dios y la ley de la moralidad, ahora se odian porque ven que son la causa de su tormento.

La palabra “Odio” tapiza ese reino inconmensurable; ruge en esas llamas; brama en las risotadas de los demonios; solloza y aúlla en los lamentos de los condenados; suena, suena y suena como una eterna campana que toca a rebato; retumba como un eterno cuerno pregonero de muerte; colma todos los recovecos de esa cárcel; es, por sí misma, tormento porque cada sonido suyo renueva el recuerdo del Amor perdido para siempre, el remordimiento de haber querido perderlo, la desazón de no poder volver a verlo jamás.

Entre esas llamas, el alma muerta, a igual que los cuerpos arrojados a la hoguera o en un horno crematorio, se retuerce y grita como si la animara de nuevo una energía vital y se despierta para comprender su error, y muere y renace a cada instante en medio de atroces sufrimientos, porque el remordimiento la mata con una maldición y la muerte la vuelve a la vida para padecer un nuevo tormento. El delito de haber traicionado a Dios en el tiempo terrenal está integralmente frente al alma en la eternidad; el error de haber rechazado a Dios en el tiempo terrenal está presente integralmente para atormentarla, en la eternidad.

En el fuego, las llamas simulan los espectros de lo que adoraron en la vida terrena, por medio de candentes pinceladas las pasiones se presentan con las más apetitosas apariencias y vociferan, vociferan su memento: “Quisiste el fuego de las pasiones. Experimenta ahora el fuego encendido por Dios, cuyo santo Fuego escarneciste”.

A fuego corresponde fuego. En el Paraíso es fuego de amor perfecto. En el Purgatorio es fuego de amor purificador. En el Infierno es fuego de amor ultrajado. Dado que los electos amaron a la perfección, el Amor se da a ellos en su Perfección. dado que los que están en el Purgatorio amaron débilmente, el Amor se hace llama para llevarles a la Perfección. Dado que los malditos ardieron en todos los fuegos menos que en el Fuego de Dios, el Fuego de la ira de Dios les abrasa por la eternidad. Y en ese fuego hay hielo.
¡Oh, no podéis imaginar lo que es el Infierno! Tomad fuego, llamas, hielo, aguas desbordantes, hambre, sueño, sed, heridas, enfermedades, plagas, muerte, es decir, todo lo que atormenta al hombre en la tierra, haced una única suma y multiplicadla millones de veces.Tendréis sólo una sombra de esa tremenda verdad.

Al calor abrasador se mezcla el hielo sideral. Los condenados ardieron en todos los fuegos humanos y tuvieron únicamente hielo espiritual para con el Señor su Dios. Y el hielo les espera para congelarles una vez que el fuego les haya sazonado como a los pescados puestos a asar en la brasa. Este pasar del ardor que derrite al hielo que condensa es un tormento en el tormento.

¡Oh, no es un lenguaje metafórico, pues Dios puede hacer que las almas, ya bajo el peso de las culpas cometidas, tengan una sensibilidad igual a la de la carne, aún antes de que vuelvan a vestir dicha carne! Vosotros no sabéis y no creéis. Mas en verdad os digo que os convendría más soportar todos los tormentos de mis mártires que una hora de esas torturas infernales.

El tercer tormento será la oscuridad, la oscuridad material y la oscuridad espiritual. ¡Será permanecer para siempre en las tinieblas tras haber visto la luz del paraíso y ser abrazado por la Tiniebla tras haber visto la Luz que es Dios! ¡Será debatirse en ese horror tenebroso en el que solamente se ilumina, por el reflejo del espíritu abrasado, el nombre del pecado que les ha clavado en dicho horror! Será encontrar apoyo, en medio de ese revuelo de espíritus que se odian y se dañan recíprocamente, sólo en la desesperación que les enloquece y cada vez más les hace malditos. Será nutrirse de esa desesperación, apoyarse en ella, matarse con ella. Está dicho: La muerte nutrirá a la muerte. La desesperación es muerte y nutrirá a estos muertos eternamente.

Y os digo que, a pesar de que Yo creé ese lugar, cuando descendí a él para sacar del Limbo a los que esperaban mi venida, sentí horror de ese horror. Lo sentí Yo mismo, Dios; y si no hubiera sido porque lo que ha hecho Dios es inmutable por ser perfecto, habría intentado hacerlo menos atroz, porque Yo soy el Amor y ese lugar horroroso produjo dolor en Mí.

¡Y vosotros queréis ir allí!
¡Oh hijos, reflexionad sobre esto que os digo! A los enfermos se les da una amarga medicina; a los cancerosos se les cauteriza y cercena el mal. Ésta es para vosotros, enfermos y cancerosos, medicina y cauterio de cirujano. No la rechacéis. Usadla para sanaros. La vida no dura estos pocos días terrenos. La vida comienza cuando os parece que termina, y ya no acaba más.

Haced que para vosotros la vida se deslice donde la luz y el júbilo de Dios embellecen la eternidad y no donde Satanás es el eterno Torturador”.


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