La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 3 de 3, desde el camino al calvario)

JESÚS VA CAMINO DEL CALVARIO

Vamos a continuar, hijita. Sígueme en el camino del Calvario, agobiado bajo el peso de la Cruz…

En tanto que Mi Corazón estaba abismado de tristeza por la eterna perdición de Judas, los crueles verdugos, insensibles a Mi dolor, cargaron sobre Mis hombros llagados, la dura y pesada Cruz en que había de consumar el misterio de la Redención del mundo. Contémplenme, ángeles del cielo. Vean al Creador de todas las maravillas, al Dios a Quien rinden adoración los espíritus celestiales, caminando hacia el Calvario y llevando sobre sus hombros el leño santo y bendito que va a recibir su último suspiro.

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La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 1 de 3, desde la preparación)

La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 2 de 3, desde la entrega por Judas)

La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 3 de 3, desde el camino al calvario)

Véanme también ustedes, almas que desean ser Mis fieles imitadoras. Mi Cuerpo, destrozado por tanto tormento camina, sin fuerzas, bañado de sudor y de sangre… ¡Sufro, sin que nadie se compadezca de Mi dolor! La multitud Me acompaña y no hay una sola persona que tenga piedad de Mí. Todos Me rodean como lobos hambrientos, deseosos de devorar su presa… Es que todos los demonios salieron del infierno para hacer más duro Mi sufrimiento.

La fatiga que siento es tan grande, la Cruz tan pesada, que a la mitad del camino caigo desfallecido. Vean cómo Me levantan aquellos hombres inhumanos del modo más brutal: uno Me agarra de un brazo, otro tira de Mis vestidos, que están pegados a Mis heridas, volviendo a abrirlas… Este Me coge por el cuello, otro por los cabellos, otros descargan terribles golpes en todo Mi Cuerpo, con los puños y hasta con los pies. La Cruz cae sobre Mi y su peso Me causa nuevas heridas. Mi rostro roza sobre las piedras del camino y, con la sangre que por él corre, se pegan a Mis ojos, que están casi cerrados por los golpes; el polvo y el lodo se juntan a la sangre y quedo hecho el objeto más repugnante.

Mi Padre envía ángeles para que Me ayuden a sostenerme; para que Mi Cuerpo no pierda el conocimiento al desplomarse; para que la batalla no sea ganada antes de tiempo, y pierda Yo a todas Mis almas.

Camino sobre las piedras que destrozan Mis pies, tropiezo y caigo una y otra vez. Miro a cada lado del camino en busca de una pequeña mirada de amor, de una entrega, de una unión a Mi dolor pero… no veo a ninguno.

Hijos Míos, los que siguen Mis huellas, no suelten su cruz por más pesada que ésta les parezca. Háganlo por Mí, que cargando su cruz, Me ayudarán a cargar la Mía y, por el duro camino, encontrarán a Mi Madre y a las almas santas que irán dándoles ánimo y alivio. Sigan Conmigo unos momentos y, a los pocos pasos, Me verán en presencia de Mi Madre Santísima que, con el Corazón traspasado por el dolor, sale a Mi encuentro para dos fines: para cobrar nueva fuerza de sufrir a la vista de Su Dios y para dar a Su Hijo, con Su actitud heroica, aliento para continuar la obra de la Redención.

Consideren el martirio de estos dos Corazones. Lo que más ama Mi Madre es Su Hijo… No puede darme ningún alivio y sabe que su vista aumentará aún más Mis sufrimientos; pero también aumentará Mi fuerza para cumplir la voluntad del Padre. Para Mí, lo más amado en la tierra es Mi Madre; y no solamente no la puedo consolar, sino que el lamentable estado en que Me ve, procura a Su Corazón un sufrimiento semejante al Mío. Deja escapar un sollozo. ¡La muerte que Yo sufro en Mi Cuerpo, la recibe Mi Madre en el Corazón!… ¡Cómo se clavan en Mí Sus ojos y los Míos se clavan también en Ella! No pronunciamos una sola palabra, pero cuántas cosas dicen Nuestros Corazones en esta dolorosa mirada. Sí, Mi Madre presenció todos los tormentos de Mi Pasión, que por revelación divina se presentaban a Su espíritu. Además, varios discípulos, aunque permanecían lejos por miedo a los Judíos, procuraban enterarse de todo e informaban a Mi Madre… Cuando supo que ya se había pronunciado la sentencia de muerte, salió a Mi encuentro y no Me abandonó hasta que Me depositaron en el sepulcro.

JESÚS ES AYUDADO A LLEVAR LA CRUZ

Voy camino hacia el Calvario. Aquellos hombres inicuos, temiendo verme morir antes de llegar al término, se entienden entre sí para buscar a alguien que Me ayude a llevar la Cruz y requisaron a un hombre de las cercanías llamado Simón.

Míralo, detrás de Mí, ayudándome a llevar la Cruz y considera ante todo dos cosas: Este hombre carece de buena voluntad; es un mercenario, porque si Me acompaña y comparte Conmigo el peso de la Cruz, es porque ha sido requisado. Por eso, cuando siente demasiado cansancio, deja caer más el peso sobre Mí y así caigo en tierra dos veces.

Este hombre Me ayuda a llevar parte de la Cruz, pero no toda Mi Cruz… Hay almas que caminan así en pos de Mí. Aceptan ayudarme a llevar Mi Cruz, pero se preocupan aún del consuelo y del descanso. Muchas otras consienten en seguirme y, con este fin, han abrazado la vida perfecta. Pero no abandonan el propio interés, que sigue siendo, en muchos casos, su primer cuidado; por eso vacilan y dejan caer Mi Cruz, cuando les pesa demasiado; buscan la manera de sufrir lo menos posible, miden su abnegación, evitan cuanto pueden la humillación y el cansancio y, acordándose quizá con pena de los que dejaron, tratan de procurarse ciertas comodidades, ciertos placeres.

En una palabra, hay almas tan interesadas y tan egoístas que han venido a Mi seguimiento, más por ellas que por Mí. Se resignan tan solo a aportar lo que les molesta y que no pueden apartar… No me ayudan a llevar mas que una parte de Mi Cruz; muy pequeña y de tal suerte, que apenas si pueden adquirir los méritos indispensables para su salvación. Pero, en la eternidad, verán cuán lejos han quedado en el camino que debían recorrer. Por el contrario, hay almas, y no pocas que, movidas por el deseo de su salvación pero sobre todo por el amor que les inspira la vista de lo que por ellas He sufrido, se deciden a seguirme en el camino del Calvario; se abrazan con la vida perfecta y se entregan a Mi servicio, no para ayudarme a llevar parte de la Cruz, sino para llevarla toda entera. Su único deseo es descansarme, consolarme; se ofrecen con este fin a todo cuanto les pide Mi voluntad, buscando cuanto pueda agradarme; no piensan ni en los méritos, ni en la recompensa que les espera, ni en el cansancio, ni en el sufrimiento que resultará para ellas. Lo único que tienen presente es el amor que pueden demostrarme, el consuelo que Me procuran… Si Mi Cruz se presenta bajo la forma de la enfermedad, si se oculta debajo de un empleo contrario a sus inclinaciones y poco conforme a sus aptitudes, si va acompañada de algún olvido de las personas que las rodean, la aceptan con entera sumisión. ¡Ah!, estas almas son las que verdaderamente llevan Mi Cruz, la adoran, se sirven de ella para procurar Mi Gloria, sin otro interés ni paga que Mi amor. Son las que Me consideran y glorifican…

Tengan como cosa cierta que, si ustedes no ven el resultado de sus sufrimientos, de su abnegación, o lo ven más tarde, no por eso han sido vanos e infructuosos, mas por el contrario, el fruto será abundante. El alma que verdaderamente ama, no cuenta lo que ha sufrido y trabajado, ni espera tal o cual recompensa; busca tan solo aquello que cree de gloria para su Dios… Por El no regatean trabajos ni fatigas. No se agita ni se inquieta ni, mucho menos, pierde la paz si se ve contrariada o humillada; porque el único móvil de sus acciones es el amor, y el amor abandona las consecuencias y los resultados. He aquí el fin de las almas que no buscan recompensa. Lo único que esperan es Mi Gloria, Mi consuelo, Mi descanso; por eso han tomado toda Mi Cruz y todo el peso que Mi Voluntad quiere cargar sobre ellas.

Hijos Míos, llámenme por Mi nombre, pues Jesús quiere decir todo. Yo lavaré sus pies, aquellos pies que han pisado una senda resbaladiza y que ahora están heridos por los golpes contra las piedras. Yo los enjugaré, los sanaré, los besaré y quedarán sanos, y no conocerán ya ninguna otra senda que la que conduce a Mí.

¡Ya estamos en el Calvario! La multitud se agita porque se acerca el terrible momento… Extenuado de fatiga, apenas si puedo andar. Mis pies sangran por las piedras del camino… Tres veces he caído en el trayecto. Una para dar fuerza de convertirse a los pecadores, habituados al pecado. Otra para dar aliento a las almas que caen por fragilidad y, a las almas que ciega la tristeza y la inquietud, animarlas a levantarse y a emprender con valor el camino de la virtud. Y la tercera, para ayudar a las almas a salir del pecado a la hora de la muerte.

JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

Mira con qué crueldad Me rodean estos hombres endurecidos. Unos tiran de la Cruz y la tienden en el suelo; otros Me arrancan los vestidos pegados a las heridas, que se abren de nuevo y vuelve a brotar la sangre.

Miren, hijos queridos, cuánta es la vergüenza y la confusión que padezco al verme así, ante aquella inmensa muchedumbre. ¡Qué dolor para Mi alma! Los verdugos que arrancan la túnica, que con tanto esmero Me revistió Mi Madre en Mi infancia y que había ido creciendo a medida que Yo crecía, la echan a suertes. ¿Cuál sería la aflicción de Mi Madre, que contempla esta escena? ¡Cuánto hubiera deseado Ella quedarse con la túnica teñida y empapada ahora con Mi Sangre! Pero ha llegado la hora y, tendiéndome sobre la Cruz, los verdugos cogen Mis brazos y tiran para que lleguen a los taladros, preparados en ella… Todo Mi Cuerpo se quebranta, se balancea de un lado a otro y las espinas de la corona penetran en Mi cabeza, más profundamente aún.

Oigan el primer martillazo que clava Mi mano derecha… resuena hasta las profundidades de la tierra. Oigan aún… ya clavan Mi mano izquierda y, ante semejante espectáculo, los Cielos se estremecen, los Ángeles se postran. Yo guardo el más profundo silencio. Ni una queja, ni un gemido se escapan de Mis labios, pero Mis lágrimas se mezclan con la sangre que cubre Mi rostro.

Luego que han clavado las manos, tiran cruelmente de los pies… Las llagas se abren, los nervios se desgarran en Mis manos y brazos… los huesos se descoyuntan… ¡El dolor es intenso! ¡Mis pies son traspasados y Mi Sangre baña la tierra!… Contemplen un instante estas manos y estos pies ensangrentados… Este cuerpo desnudo, cubierto de heridas, de orines y de sangre. Sucio… Esta cabeza traspasada por agudas espinas, empapada de sudor, llena de polvo y cubierta de sangre… Admiren el silencio, la paciencia y la conformidad con que acepto este sufrimiento. ¿Quién es el que sufre así, víctima de tales ignominias? ¡Es el Hijo de Dios! El que Ha hecho los cielos, la tierra, el mar y todo lo que existe… El que Ha creado al hombre, el que todo lo sostiene con Su poder infinito… está ahí inmóvil, despreciado, despojado y seguido por multitud de almas que abandonarán bienes de fortuna, familia, patria, honores, bienestar, gloria, cuanto sea necesario, para darle gloria y demostrarle el amor que les son debidos… Estén atentos, Angeles del Cielo y, ustedes también, almas que Me aman… Los soldados van a dar vuelta la Cruz para remachar los clavos y evitar que con el peso de Mi Cuerpo se salgan y Me dejen caer. Mi Cuerpo va a dar a la tierra el beso de paz. Y, mientras los martillazos resuenan por el espacio, en la cima del Calvario se realiza el espectáculo más admirable… A petición de Mi Madre, que contemplando todo lo que pasaba y siéndole a Ella imposible darme alivio, implora la Misericordia de Mi Padre Celestial… Legiones de Angeles bajan a sostener Mi Cuerpo, adorándolo, para que no roce la tierra y para evitar que lo aplaste el peso de la Cruz. Contempla a tu Jesús, tendido sobre la Cruz, sin poder hacer el más ligero movimiento… desnudo, sin fama, sin honor, sin libertad… ¡Todo se lo han arrebatado! ¡No hay quién se apiade y se compadezca de su dolor! ¡Sólo recibe tormentos, escarnios y burlas! Si me amas de veras ¿a qué no estarás dispuesto para asemejarte a Mí? ¿Qué rehusarás para obedecerme, complacerme y consolarme?…

Póstrate en tierra y deja que te diga unas palabras:
¡Que Mi Voluntad triunfe en ti!
¡Que Mi amor te destruya!
¡Que tu miseria Me glorifique!

JESÚS PRONUNCIA SUS ULTIMAS PALABRAS

Hija Mía, has oído y has visto Mis sufrimientos, acompáñame hasta el fin y comparte Mi dolor. Ya está enarbolada Mi Cruz. ¡He aquí la hora de la Redención del mundo! Soy el espectáculo de burlas para la muchedumbre… pero también de admiración y de amor por las almas. Esta Cruz, hasta ahora instrumento de suplicio, donde expiraban los criminales va a ser, en adelante, la luz y la paz del mundo. En Mis Sagradas Escrituras encontrarán los pecadores el perdón y la vida. ¡Mi Sangre lavará y borrará las manchas de sus pecados! ¡En Mis Sagradas Llagas vendrán las almas puras, a refrigerarse y abrasarse en Mi amor! En ellas se refugiarán y fijarán para siempre su morada.

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen, no han conocido al que es su vida… Han descargado sobre él todo el furor de sus iniquidades. Mas Yo te lo ruego, ¡oh, Padre Mío!, descarga sobre ellas la fuerza de Tu Misericordia.

Hoy estarás Conmigo en el Paraíso, porque tu fe en la Misericordia de tu Salvador ha borrado tus crímenes… Ella te conduce a la vida eterna. Mujer, ¡He ahí a Tu Hijo!… Madre Mía, ¡he ahí a Mis hermanos! Guárdalos, ámalos… no están solos. ¡Oh!, ustedes, por quienes He dado Mi vida Tienen ahora una Madre a la que pueden recurrir en todas sus necesidades. Los He unido a todos con los más estrechos lazos al darles Mi propia Madre. El alma tiene ya derecho a decir a su Dios: ¿Por qué Me Has abandonado? En efecto, después de consumado el misterio de la Redención, el hombre ha vuelto a ser hijo de Dios, hermano de Jesucristo, heredero de la vida eterna… Oh, Padre Mío… Tengo sed de Tu Gloria… y he aquí que ha llegado la hora… En adelante, realizándose Mis palabras, el mundo conocerá que Tú eres el que Me enviaste y serás glorificado.

Tengo sed de Tu Gloria. Tengo sed de almas… y para refrigerar esta sed, He derramado hasta la última gota de Mi Sangre. Por eso puedo decir: Todo está consumado. Ahora se ha cumplido el gran misterio de Amor por el cual Dios entregó al mundo a Su propio Hijo, para devolver al hombre la Vida… Vine al mundo para hacer Tu Voluntad, oh Padre Mío. ¡Ya está cumplida! A Vos entrego Mi alma. Así las almas que cumplen Mi Voluntad podrán decir con verdad: “Todo está consumado…“ Señor Mío y Dios Mío, recibe Mi alma… la pongo en Tus amadas manos. Por las almas agonizantes ofrecí al Padre Mi muerte, y ellas tendrán la Vida. En el último grito que lancé desde la Cruz, abracé a toda la humanidad pasada, presente y futura; el espasmo lacerante con el cual Me desprendí de la tierra, fue acogido por Mi Padre con infinito Amor y todo el Cielo exultó por El, porque Mi Humanidad entraba en la Gloria.

En el mismo instante en el cual entregué Mi Espíritu, una multitud de almas se encontró conmigo: quien me deseaba desde hacía siglos y siglos, quien desde hace pocos meses, o días, pero todos intensamente. Pues bien, esta sola alegría bastó para todas las penas sufridas por Mí. Deben saber que en memoria de aquel encuentro gozoso, Yo He decidido asistir, y muchas veces hasta visiblemente, a los moribundos.

Otorgo a estos la salvación, para honrar a los que tan amorosamente Me acogieron en el Cielo. Así, oren por estos moribundos porque Yo los amo mucho. Cuantas veces hagan el ofrecimiento del último grito que lancé al Padre serán escuchados; porque por él se Me conceden muchísimas almas. Fue un momento de gozo, cuando se presentó a Mí toda la Corte Celestial que, compacta y vibrante, esperaba Mi muerte. Pero entre todas las almas que Me rodeaban, una estaba particularmente alborozada; tanto que centellaba de gozo, de amor… Era José quién, más que ningún otro, entendía qué gloria había adquirido después de tan acerbas luchas. El condujo a todas las almas que esperaban por Mí; a él se le concedió ser el primer Embajador Mío en el Limbo. Los Angeles, en cada orden, Me rindieron honor de modo que Mi Humanidad, ya resplandeciente, fue circundada de innumerables Santos que Me adoraban y exaltaban.

Hijos Míos, no hay cruces gloriosas en la tierra, están todas envueltas en misterio, en tinieblas, en exasperación. En misterio, porque no la entienden; en tinieblas, porque ofuscan la mente, porque golpean justamente en lugares donde no se querrá ser golpeado.

No se lamenten, no se retarden; les digo Yo, que llevé no solo la Cruz de madera que Me condujo a la Gloria sino, sobre todo, aquella Cruz invisible pero permanente, que estaba formada por las cruces de sus pecados. Sí, y de sus sufrimientos. Todo lo que ustedes sufren fue objeto de Mis penas, puesto que no sufrí solamente para darles la Redención, sino también por lo que ustedes deben sufrir ahora. Miren el amor que me une a ustedes; en ello tengan la confirmación de Mi Santo Querer y únanse a Mí, observando cómo Yo Me comporté entre ilimitadas amarguras.

He tomado como símbolo un madero, una cruz. Lo He llevado, con gran amor, por el bien de todos. He sufrido verdadera aflicción, para que todos pudiesen alegrarse en Mí. Pero hoy, ¿cuántos creen en el que verdaderamente los amó y los ama?… Contémplenme en la imagen del Cristo que llora y sangra. Allí y así, Me tiene el mundo.

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

Al Viernes Santo siguió el alba gloriosa del Domingo de Resurrección… Si no He decidido destruir al mundo, quiere decir que deseo renovarlo y rejuvenecerlo. Los árboles viejos necesitan ser deshojados y podados para que echen nuevos brotes. Y las ramas viejas, las hojas secas, se queman. Separar a los cabritos de los corderos para que estos puedan encontrar, a punto y bien preparados, fértiles pastos dónde poder apacentarse a su gusto y beber de las límpidas fuentes del agua de salvación… Es Mi Sangre redentora, que riega las áridas tierras que han quedado desiertas del mundo de las almas; y correrá siempre sobre la tierra esta Sangre, mientras haya un hombre que salvar.

Amada esposa, quiero lo que tú no quieres, pero puedo lo que tú no podrías conseguir. Tu misión es hacerme amar por las almas, enseñarles a vivir Conmigo. Yo no He muerto en la Cruz entre mil tormentos para poblar de almas el infierno, sino de elegidos el Paraíso.

DIOS PADRE

Veo, tembloroso, allá abajo en la penumbra de Getsemaní, a Mi Hijo que, bajado del Cielo, tomó la forma y la sustancia de esa Mi criatura, que presume y presumió poder rebelarse a su Creador. El hombre, aquel hombre solo y turbado, es la víctima designada y, como tal, ha debido lavar con Su propia Sangre a la humanidad toda, que representa. Se estremece y horroriza al sentirse cubierto, hasta verse dominado por la inconcebible masa de pecados que debía quitar de las conciencias negras de millones y millones de criaturas sucias.

Pobre Hijo Mío, el Amor te Ha llevado a ésto y Tú ahora estás amedrentado por ello. ¿Quién deberá glorificarte en el Cielo cuando, radiante, hagas Tu ingreso en él? ¿Podrá alguna criatura darte una alabanza digna de Ti; un amor digno de Ti? ¿Y qué es la alabanza y el amor de un hombre, de millones de hombres, en comparación con el Amor con que Tú Has aceptado la más tremenda de las pruebas que jamás podrá existir en la tierra? No, Hijo amado, nadie podrá igualarte en amor sino Tu Padre, sino Yo que, en Mi Espíritu de Amor, puedo alabarte y amarte por Tu sacrificio de aquella noche.

Has alcanzado, amadísimo Hijo Mío, en quien apoyo toda Mi benevolencia, el paroxismo de la muerte sobreviviendo en la agonía amarguísima del Huerto. Tú Has llegado, en la esfera de Tu Humanidad verdadera y entera, al cúlmen de la gran pasión que pueda tener un corazón humano: sufrir por las ofensas hechas a Mí; pero sufrir por ellas, con el amor purísimo e intenso que hay en Ti. Has tocado, si bien con temblor, el límite por el cual la humanidad debía alcanzar completa Redención. Tú, Hijo adorado, Has conquistado, con sudor de Sangre, no sólo las almas de Tus hermanos sino, aún más, la Gloria Tuya, personal, que debía sobre elevarte a Ti, hombre, al par Conmigo, Dios como Tú.

Tú Has arrastrado en Mí la más perfecta justicia y el más perfecto Amor. Entonces representaban la Hez del mundo y lo hacías por Tu voluntaria y libre aceptación. Ahora eres, entre todos, el honor y la Gloria y el gozo Mío. No eras Tú Mi ofensor, no Tú; Tú Has sido siempre Mi Hijo amado en quien He puesto Mi complacencia; no eras Tú la Hez; porque incluso entonces, Yo Te veía como Has sido siempre: Mi Luz, Mi Palabra, es decir, justamente Yo mismo. Hijo, que temblaste y sucumbiste por Mi honor, ¡Tú Has merecido que Tu Padre Te haga conocer al mundo; a ese ciego mundo que Nos ofende y que, con todo, Nos es tan querido! Oh, Hijo amadísimo, Yo Te veo y Te veré siempre en aquella noche de Tu amargura, y Te tengo siempre presente. Por Tu amor, Estoy reconciliando a las criaturas con las criaturas. Y pues, Tú no podías alzar a Mí Tu rostro; tan cubierto estaba de sus culpas. Ahora, para complacerte, hago que ellos alcen sus rostros a Nosotros para que, vislumbrando Tu Luz, queden presa de nuestro amor.

Ahora, Hijo Mío, siempre tan amado, haré lo que Te dije cuando estaban en la sombra de Getsemaní y serán grandes cosas para alegrarte y darte honor…

LA SANTISIMA MADRE LOS DOLORES DE LA VIRGEN MARÍA

Muchos Profetas hablaron de Mí; vieron anticipadamente que era necesario que Yo sufriese, para llegar a ser digna Madre de Dios. Anticiparon en la tierra Mi conocimiento pero, como tenía que ser, de manera muy velada. Después hablaron de Mí los Evangelistas, especialmente Lucas, Mi amado médico —más de almas que de cuerpos. Posteriormente, nacieron algunas devociones que tuvieron como base las penas y dolores sufridos por Mí. Y así, comúnmente se cree y se piensa en siete dolores principales experimentados por Mí.

Hijos Míos, Su Madre ha premiado y premiará los esfuerzos y el amor que han tenido por Mí. Pero como lo hizo Jesús, quiero hablarles más extensamente sobre Mis dolores. Luego ustedes los referirán a otros hermanos y todos por fin Me imitarán ya que, por lo que sufrí, estoy continuamente alabando a Jesús y no busco nada, sino que El sea glorificado en Mí. Miren hijitos, es triste hablarles de estas cosas a mis propios hijos, porque toda madre oculta sus dolores solo para sí. Y esto ya lo hice Yo cumplidamente en el transcurso de la vida mortal; por tanto Mi deseo de madre ya ha sido respetado por Dios. Ahora cuando estoy acá, donde la sonrisa es eterna, y habiendo ya ocultado como todas las madres los dolores que experimenté, debo hablar de ellos para que, como hijos Míos conozcan algo de Mi vida.

Conozco los frutos que recabarán de ello y como agradan a Jesús, Mi adorado Hijo, les hablaré de ellos en cuanto puedan comprenderme. Mi Jesús dijo: el que es primero hágase último y verdaderamente así lo hizo El porque es el primero en la Casa de Dios, pero se abajó hasta el último peldaño. Ahora no le quitaré este último y primer puesto que le corresponde por razón de amor. Mas bien Me esfuerzo por hacerles entender esta verdad y Mi gozo mucho mayor será cuando acepten este convencimiento, no por vía de simple conocimiento sino por medio de una profunda y arraigada convicción. Sea El el primero y nosotros todos, los verdaderos últimos. Si El era el primero, debía haber un segundo en la escala del amor y de la gloria y por tanto, de la bajeza y humillación. Ustedes lo han comprendido ya: Ese Ser debía ser Yo. Hijitos, alaben a Dios que, aún habiendo establecido una distancia inmensa entre Jesús y Yo, quiso colocarme inmediatamente junto a El.

Hijos Míos, no es lo que aparece al mundo lo que más cuenta delante de Dios. El haber sido elegida Madre de Dios implicó para Mi graves sacrificios y renuncias y la primera fue esta: Conocer por Gabriel la elección hecha en la intimidad de Dios. Yo había querido permanecer en estado de humilde conocimiento y de ocultamiento en Dios; deseaba esto más que toda otra cosa porque era mi delicia saberme la última en todo. Al conocer la elección de Dios, respondí como ustedes saben, pero Me constó tanto subir a la dignidad a la cual estaba llamada. Hijitos: ¿comprenden esta Mi primera pena de que les hablo? Reflexionen sobre ella, den a su Madre el gran deleite de estimar aquella humildad que Yo estimé mucho por sobre Mi virginidad. Sí, era y Soy la esclava a la cual puede pedirse todo y acepté únicamente porque Mi entrega era del mismo grado que Mi amor.

Te gustó, oh Dios, elevarme a Ti y a Mí, Me agradó aceptar porque Te era grata Mi obediencia. Pero Tú sabes qué pena fue para Mí y que esa misma pena está ahora delante de Ti, requerida de luz para estos hijos que amas y que amo. ¡Yo Soy la esclava, como se hizo conmigo, así ahora sin dubitación, dejen oh hijos Míos, que se haga con ustedes todo lo que Dios quiera! La aceptación llevó a Dios la respuesta que llevará a los hombres el acceso a la Redención y en esto se verificó aquella frase admirable: “He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo que será llamado Emanuel”. El haber aceptado hacerme Madre de Emanuel implicaba Mi donación al Hijo de Dios, de manera que la Madre de El se donase a El mismo antes que la Humanidad de Jesús se formase en Mí. Por eso Mi donación fue efecto de la Gracia, pero también causa de la Gracia y, si bien deba reconocerse la prioridad de la primera causa que es Dios, sin embargo debe afirmarse que Mi aceptación actuó en el plano de la Gracia como causa concomitante.

Me llaman Corredentora por los dolores que he sufrido; pero Yo lo fui antes aún por la donación que había hecho por medio de Gabriel.

¡Oh, Hijo Mío Divino! ¡Cuanto honor Has querido dar a Tu Madre en compensación de la pena grande que sufrí al subir a la dignidad de Madre Tuya!

Ustedes hijitos, están en el mundo ciegos, pero cuando vean, cosas estupendas serán aliciente de su regocijo para Mí. Verán qué unión de gloria y de humildad hay aquí donde Mi Jesús Es el sol que jamás se oculta. Verán qué sabio designio se llevó a cabo a través de Mi renuncia, a la bajeza del ocultamiento.

Pero ahora, escúchame. Al avanzar Mi maternidad tuve que hablar a algunas personas queridas y lo dije ocultando lo más que pude, el honor que había recibido… Lloré la renunciada conquista del secreto en Dios, porque El Mismo Dios debía ser glorificado en Mí. Sin embargo muy pronto tuve la alegría de saber que era considerada como una mujer de tantas. Se alegró Mi alma, porque frente al mundo era pisoteada la esclava de Dios que anhelaba humillaciones como sólo Yo lo podía. Cuando José se ocultó, Yo no sufrí, sino gocé verdaderamente, No digan que sufrí entonces, porque no es verdad. Así fue como Dios satisfizo Mi deseo de humillaciones, esta fue la contra partida del Señor de haber llegado a ser la Madre de Dios: ser considerada como una mujer caída. Hija, aprende la sabiduría del amor, aprende a estimar la santa humildad y no temas porque es virtud que brilla con luz centellante. Cuando se realizó el desposorio, no tuve ninguna contrariedad, sabía como irían las cosas y no temía nada. En efecto, Dios da a quien se entrega a El enteramente una perfecta paz en las situaciones más paradójicas, como era la Mía, de tener que desposarme, forzada por el compromiso humano, con un hombre, aún sabiendo que sólo a Dios podía pertenecer.

¡Cuantos dolores He pasado en la tierra! No es fácil hacer de Madre del Altísimo, se los aseguro. Pero tampoco puede decirse difícil todo lo que se hace por un fin purisimo y por agradar a Dios. ¡Recuérdenlo! ¿Han pensado aluna vez qué fue lo que más dolor Me causó en la noche Santa de Belén? Ustedes distraen la mente con el establo, con el pesebre, con la pobreza. Yo en cambio les digo que aquella noche la pasé toda en el éxtasis de Mi Hijo y, aunque tuve que hacer lo que toda madre hace con su pequeño hijo, no dejé Mi éxtasis, Mi arrobamiento y así, la única cosa que Me causó dolor en aquella noche de amor, fue el ver la aflicción de Mi pobre José al buscarme un refugio, un lugar cualquiera.

Consiente como estaba de cuanto debía suceder y de Quien debía venir al mundo, Mi amado esposo, al ver que Yo estaba confundida, se angustió y Me dio mucha lástima. Luego, la alegría Nos colmó a los dos y olvidamos toda otra congoja.

Huimos a Egipto y a esto, ya se han referido cuanto era posible, si bien algunos centran su imaginación más en la fatiga del viaje que en el temor de una Madre que sabía que poseía el tesoro del Cielo y de la tierra.

Después ya viviendo en Nazaret el pequeño Jesús crecía vivaz y en aquel tiempo, no nos causó sino poquísimas y mínimas congojas. Toda madre sabe lo que es desear la salud de su hijo y cómo cada simpleza parece una gran nube negra. Mi Niño pasó todas las epidemias y enfermedades infantiles propias de aquella época. Como todas las madres, Yo no podía estar preservada de ninguna de las ansiedades propias del corazón materno.

Pero llegó un día la verdadera nube negra que oscureció la luz festiva de la Madre de Dios. Aquella nube se llama Jesús perdido… Ningún poeta ni maestro del espíritu podría imaginar a María al saber que ha perdido a Su Bien adorado y que no tiene noticias Suyas hasta tres días después… Hijitos, no se asombren de Mis palabras, Yo experimenté la turbación más grande de Mi vida. No han reflexionado lo bastante en aquellas palabras Mías: “ Hijo, Yo y Tu Padre Te Hemos buscado por tres días ¿Porqué Nos Has hecho esto? Dios Mío, ahora que hablo a estos amados hijos, no puedo dejar de alabarte a Ti que te ocultaste para hacernos sentir la delicia de encontrarte. ¡Oh! ¿Cómo de otro modo podría conocerse la dulzura que pone en el alma un vaso lleno de miel cuando abraza a Su Todo? Ya lo ven, también les hablo de Mis alegrías; pero no sin motivo, asocio y junto dolores y alegrías. Ustedes saquen provecho de todo lo que pasó en la mejor forma posible. Dios se oculta para hacerse encontrar, algunos conocen esta verdad; otros, pensando en aquel dolor atroz de haber perdido a Jesús, hagan todo por encontrarlo. No deben permanecer inertes y abatidos.

Su Madre quisiera ahorrarles el tratar de cuanto queda todavía por decir. Primero son cosas nunca dictas y por lo mismo aún no apreciadas. Segundo, porque al conocerlas tendrán que unirse a Mí en sufrimiento y en penosas consideraciones. Mas se ha dicho todo lo que Mi Jesús quiere sin oposición alguna.

¿Creen que pasé tranquila la vida de familia de Nazaret? Fue tranquila en virtud de la uniformidad con el querer de Dios. Pero de parte de las criaturas, ¡cuanta guerra hubo!… Fue notado el singular modo de vivir que teníamos y como efecto obtuvimos publica burla. Me consideraban una exagerada por el solo hecho de que todas las veces que Jesús se alejaba de casa, no podía contener las lágrimas y Jesús lo hacía con frecuencia. José era acosado como si hubiese sido un esclavo Mío y de Jesús. ¿Qué podía comprender el mundo? Dejábamos todo el cuidado al que entre Nosotros vivía, adorado en todas sus manifestaciones.

Qué amor de Hijo aquél jovencito más bello que el mar, más sabio que Salomón, más fuerte que Sanson. Me lo habrían arrebatado todas las madres, tal era el encanto que lo circundaba. Sin embargo, los mezquinos abrigaban juicios solaces sobre Mí, no ahorraban criticas al infatigable padre que lo creían un sometido de su esposa fiel, pero celosa. Todos conocían Mi integridad, pero la creían una pasión egoísta, vulgar.

Esto es hijitos Míos, lo que no se sabe. Esto pasó entre el mundo que no veía y no podía comprender y Su Purísima Madre. Jesús callaba sin alentarme, porque la Madre de Dios, debía pasar por el crisol, es decir, como una mujer del montón a la cual no debían ahorrarse las opiniones. Admiren la sabiduría de Dios en estas cosas y encuentren aquel sentido divino que acopla la mayor sublimidad a las pruebas que son más dolorosas en relación con tal sublimidad, porque todo abismo llama a otro abismo y toda profundidad llama a su profundidad… Llegó la hora de la separación, la hora de la acción de Jesús. Con ello, llegó el día temido de la partida de Nazaret.

Jesús me había hablado muy extensamente de Su misión y, me la había hecho amar por anticipado, los frutos que debía darle a El y a todos. Fue necesario por tanto, separarnos, si bien por breve tiempo… Se despidió, nos besó y se encaminó a Su misión de Maestro de la Humanidad. Pero el hecho no pasó inadvertido al pequeño pueblo donde Jesús era tan amado.

Fueron demostraciones de afecto, de bendiciones y por más que no sabían bien lo que Jesús iba a hacer, sin embargo se presentía una pérdida para aquella gente de mentalidad pequeña, pero en el fondo, de corazón generoso.

Y Yo, entre tantas manifestaciones, ¿Como Me sentía? Se Me agolpaban mil afectos; pero no retardó un minuto Su partida. Mi Jesús conocía lo que le esperaba después de la predicación, Me lo había dicho tantas veces, Me había hablado tan profusamente de la perfidia de los fariseos y de los demás. Y ya lo ven partir así; solo sin Mí, para cumplir Su mandato. ¡Sin Mí que lo había hecho crecer con el calor de Mi corazón. Sin Mí que lo adoraba como nadie nunca lo adoraría! Después lo seguí, lo encontré cuando estaba rodeado de tanta gente que no me era posible verlo. Y El, verdadero Hijo de Dios, dio a Su Madre una respuesta sublime como Su sabiduría, pero que traspasó este corazón materno de parte a parte. Sí, Yo lo comprendía plenamente, pero no por eso me ahorraban las penas. Al parentesco humano, El opuso el divino en el cual estaba comprendida Yo, es verdad, pero sin embargo los comentarios de los demás no dejaron de lastimarme. Al golpe inicial siguió la alegría de ver Su grandeza, de verlo honrado, venerado y amado por la gente, así pronto cicatrizó también esta herida.

Recorría con El los caminos, extasiada con Su saber, confortada con Sus enseñanzas y nunca Me saciaba de admirarlo y amarlo.

Luego vinieron las primeras fricciones con el Sanedrín, ocurrió el milagro que suscitó tanto ruido en las mentes de los Judíos, de los Sacerdotes soberbios. Fue odiado, perseguido, acechado, tentado. ¿Y Yo? Yo sabía todo y con las manos tendidas ofrecía en las manos del Padre, desde entonces, el holocausto de Mi Hijo, Su entrega, Su espantosa e ignominiosa muerte. ¡Ya sabía de Judas, ya conocía el árbol del cual se tomarían los maderos para la cruz de Mi Hijo. No pueden imaginar la intima tragedia que viví junto con Mi Jesús, para que la Redención tuviese su cumplimiento. Antes He dicho: Corredentora; para que lo fuese no bastaban las penas usuales. Hacia falta una unión intima con el gran sufrimiento de El para que todos los hombres fueran redimidos de manera que, mientras iba de un pueblo a otro con El, estaba cada vez más al corriente del llanto desconsolado que Mi Hijo derramaba en tantas noches insomnes que pasaba El en oración y meditación. Se Me revelaba y ponía delante cada estado de animo Suyo y ciertamente; comenzó entonces Mi calvario y Mi cruz. ¡Cuantas consideraciones agravaban cada día más Mis dolores de Madre Suya y de ustedes!! Tantos pecados, todos los pecados . Tanta congoja, todas las congojas. Tantas espinas, todas las espinas; no estaba solo Jesús, El lo sabia, lo sentía, veía que Su Madre estaba en unión continua con El. Y se afligía por ello, todavía más, porque Mi sufrimiento era para El mayor sufrimiento. ¡Hijo Mío, Hijo Mío adorado, si supieran estos hijos que pasó entonces entre Tu y Yo!… Y llego la hora del holocausto, llego después de la dulzura de la Cena de Pascua. Y desde entonces, debía Yo reintegrarme a la muchedumbre; Yo que lo amaba y adoraba de manera única, debía estar alejada de El. ¿Comprenden oh, hijos Míos?… Sabia que Judas estaba dando sus pasos de traidor y no podía moverme; sabia que Jesús había derramado Sangre en el Huerto y nada podía hacer por El ¡Y luego lo apresaron, lo maltrataron, lo insultaron, lo condenaron inicuamente! No puedo decirles todo. Les diré tan solo que Mi Corazón era un tumulto de continuas ansiedades, un asiento de continuas amarguras, incertidumbres, un lugar de desolación, de abatimiento y desconsuelo. ¿Y las almas que después se habrían perdido? ¿Y todas las simonías y trueques sacrílegos? ¡Oh, hijos de Mis dolores! Si hoy se les concede la gracia de sufrir por Mi, bendigan al que se las dio, con fervor, y sacrifíquense sin dubitación.

Ustedes piensan en Mi grandeza, Mis amados hijos. Les ayuda a pensarlo; pero escúchenme, no piensen en Mi, cuanto en El. ¡Yo quisiera ser olvidada si fuera posible! Toda su compasión denla a El, a Mi Jesús, a su Jesús, a Jesús amor suyo y Mío.

Así hijitos, la pena de Mi Corazón fue una continua espada que traspasó de parte a parte Mi alma, Mi vida. Yo la sentí mientras Jesús no; Me consoló con Su resurrección, cuando Mi inmenso gozo cicatrizó de golpe todas la heridas que sangraban dentro de Mi. “Hijo Mío“ Iba Yo repitiendo. ¿Por qué tanta desolación? Tu Madre está junto a Ti. ¿No Te basta ni siquiera Mi amor? ¿Cuantas veces Te consolé en Tus aflicciones? Y ahora ¿Porque ni siquiera, Tu Madre puede darte algún alivio?… Oh, Padre de Mi Jesús, no quiero otra cosa que lo que Tu quieres, Tu lo sabes; pero mira si tanta aflicción puede tener alivio; Te lo pide la Madre de Tu Hijo.

Y ya en el calvario clamé: ¡Dios Mío, has volver a aquellos ojos que adoro la luz que en ellos imprimiste desde el día en que Me Le Diste! ¡Padre Divino, mira que horror aquel rostro santo! ¿No puedes enjugar, al menos tan copiosa Sangre? ¡Oh Padre de Mi Hijo; Oh Esposo Amor Mío, Oh Tu Mismo, Verbo que Has querido tener la Humanidad de Mi! ¡Sean plegaria aquellos brazos abiertos al Cielo y a la tierra, sean la súplica de la aceptación Suya y Mía! ¡Mira Oh Dios, a qué se Ha reducido Aquel A Quien amas! Es Su Madre la que Te pide un alivio a tanta tristeza. Después de poco, Yo Me quedare sin El, así se cumplirá enteramente Mi voto cuando lo ofrecí de corazón en el Templo; sí, Me quedaré sola, pero aligera Su dolor sin atender al Mío.

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