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¿La Sinodalidad es una Puerta Abierta a la Relativización de la Fe?

¡Bienvenidos queridos hermanos!

A los que siguen diariamente el trabajo de este equipo y a los que se incorporan ahora.

Hoy queremos hablar sobre el Sínodo de la Sinodalidad, cuyo documento final fue publicado el 28 de octubre de 2024.

Pero esa no es su culminación, porque el proceso sinodal sigue su curso a través de sus quince Grupos de Estudio, que examinarán una amplia gama de cuestiones.

Entre ellas el diaconado femenino, los criterios para la selección de obispos, el discernimiento de los temas morales, entre otros.

Pero ya podemos ver con claridad cuál es el objetivo central y oculto de la insistencia en la Sinodalidad.

Que en vez de terminar con las conclusiones de este sínodo recién comenzó.

Y donde reside el mayor potencial de revolución dentro de la Iglesia.

Aquí vamos a hablar del verdadero objetivo del Sínodo, a donde apunta la insistencia en la Sinodalidad y hacia dónde dirige a la Iglesia y a su doctrina.

Inmediatamente después de terminado el Sínodo de la Sinodalidad, el cardenal Robert McElroy, muy cercano al Papa Francisco, ha dicho en la revista América de los jesuitas, que está muy contento con los resultados del Sínodo. 

Porque permite una revolución en la Iglesia.

Permite la descentralización de la autoridad en la Iglesia.

¿Y por qué le da tanta importancia a la descentralización de la Iglesia?

Porque a través del cambio de la forma de gobernar la Iglesia, se pueden conseguir los cambios doctrinales deseados por la agenda progresista. 

Si cambias cómo se gobierna la Iglesia todo lo demás fluirá.

El mensaje de fondo de la sinodalidad es elevar a los laicos, que están en concordancia con los valores del mundo secular, darles voz, y un rol en los procesos de toma de decisiones.

Para que ellos sean los agentes de cambio.

Y no sólo porque los laicos invitados a tener voz en los puestos más altos en el proceso de desarrollar la sinodalidad sean progresistas. 

Sino porque recuerda que los datos de Pew Research y otras encuestas, han mostrado consistentemente que el católico típico, del banco típico en una Misa típica del mundo occidental, por ejemplo, en tu parroquia, no está de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia sobre prácticamente cualquiera de los temas controversiales, ni siquiera en temas de dogma básico como la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

De modo que el objetivo central de la sinodalidad es el cambio en la gobernanza de la Iglesia. 

Porque se pueden obtener los cambios doctrinales que desean si cambian cómo se gobierna la Iglesia.

Y la sinodalidad intenta formalizar eso en todos los niveles.

Desde el más alto en el gobierno del Vaticano, hasta el menor en las parroquias.

Por eso se habla de una conversión sinodal.

El punto es incluir a los laicos en el proceso de toma de decisiones. 

Laicos muy poco formados doctrinalmente e influidos por el mundo.

Que participarán en la recomendación sobre temas como quién puede recibir la Sagrada Comunión, qué tipo de matrimonios pueden ser bendecidos por la Iglesia, si ciertos pecados claman o no al cielo por justicia, y así sucesivamente.

De modo que el Sínodo no terminó, sino que recién comienza a través de dos cosas: la difusión de la estrategia de la sinodalidad a todos los niveles de la Iglesia.

Y de los grupos de análisis que surgieron del Sínodo de la Sinodalidad, que estudiarán y harán propuestas sobre temas controvertidos. 

Y aquí el Grupo Noveno merece un escrutinio especial, porque se le ha encomendado la revisión de los criterios teológicos, y las metodologías sinodales, para el discernimiento de cuestiones doctrinales, pastorales y éticas controvertidas. 

Estas controversias se centran principalmente en la moral sexual y en cuestiones de vida, como el aborto y la eutanasia.

En su informe preliminar a los participantes del Sínodo antes de que se dispersaran, el grupo de estudio ya propuso un “nuevo paradigma” y una “conversión del pensamiento”, que socava la enseñanza perenne de la Iglesia sobre los absolutos morales.

Según el informe del grupo de estudio, la ética católica no se debe basar en aplicar verdades objetivas prefabricadas, a las situaciones subjetivas, como si fueran casos particulares de una ley inmutable y universal.

Para ellos la ética católica se basa en discernir la verdad moral.

Y de esta forma, mediante un proceso de discernimiento, cada uno determinará lo que es correcto en función de su experiencia vivida y de sus circunstancias particulares.

La noción de que existen males intrínsecos o exigencias morales específicas, que se mantienen sin excepción, se deja de lado discretamente, en favor del juicio personal de la propia conciencia en cada caso.

Y la conciencia, por tanto, tiene primacía en la vida moral, junto con la soberanía para determinar excepciones a las normas morales formales, incluidos los imperativos morales expresados en los 10 mandamientos.

La tradición católica de las normas morales sin excepciones viene desde el mensaje de Jesús y de los apóstoles.

Pero ha sido objeto de duros ataques desde el final del Concilio Vaticano II. 

Sin embargo, estos preceptos absolutos que siempre prohíben cosas como el adulterio o el asesinato de inocentes son de importancia crítica. 

Pero después de las discusiones del Concilio, que a pesar de las disidencias reafirmó la doctrina de los actos intrínsecamente malos, teólogos revisionistas comenzaron a cuestionar estas normas, que consideraban demasiado rígidas y restrictivas.

Teólogos morales como los jesuitas Josef Fuchs y Richard McCormick, argumentaron tenazmente contra la existencia de tales normas absolutas. 

Fuchs, por ejemplo, declaró que el mandamiento que prohibía el adulterio era una exhortación más que un precepto moral en sentido estricto.

Para esta nueva generación de teólogos morales, era inútil juzgar una acción como inmoral basándose en algún estándar moral universal, sin considerar las intenciones, las circunstancias y las consecuencias.

Pero en su magistral encíclica Veritatis Splendor de 1993, San Juan Pablo II trató de corregir esta visión disidente.

Uno de los temas principales de Veritatis Splendor es que la fe cristiana incluye exigencias morales, claramente expresadas en los mandamientos que fueron promulgados por el mismo Jesús.

Y confirma que los fieles deben reconocer la validez absoluta de los preceptos morales que obligan sin excepción.

Una persona que está contemplando un aborto o una eutanasia no necesita discernir si esta acción está moralmente justificada.

Es mala sin importar cuán exigentes puedan ser las circunstancias. 

Quitar la vida humana inocente es siempre un mal objetivo.

Y Dios ha transmitido a su pueblo estos requisitos morales absolutos como parte del tejido de la ley moral natural.

Los escritos de Juan Pablo II inicialmente atenuaron los esfuerzos de los disidentes por suavizar la doctrina de los actos intrínsecamente malos.

Pero la oposición a esa doctrina ha resurgido con un vigor especial en estos años.

Y es especialmente importante porque la Iglesia Católica se enfrenta a un panorama cultural peligroso.

En el que debe luchar contra una implacable revolución sexual mundial, que amenaza el matrimonio y la familia, junto con una cultura de la muerte que exige la eutanasia y el aborto sin restricciones. 

De modo que, en definitiva, la Sinodalidad está siendo usada para preparar a los obispos para aceptar una agenda más progresista.

Que viene a través del cambio de gobernanza de la Iglesia, para producir los cambios morales que aspiran.

Y preparar al público católico para aceptar nuevos avances.

Y todo apoyado por los medios de comunicación seculares que tienen un don infalible para la apostasía. 

Quienes abren los brazos para recibir al apóstata y promover la apostasía como progreso y ejemplo de iluminación.

Bueno, hasta aquí lo que queríamos contarte sobre los objetivos ocultos que tiene la Sinodalidad.

Y me gustaría preguntarte si crees que podrán cambiar parte importantes de la doctrina de la Iglesia de esta forma o no lo lograrán.

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