Los evangelios son escuetos al relatar los sufrimientos de Jesús en su Pasión.

Porque en realidad tienen como fin mostrar el amor inmenso de Dios por el hombre, como eje central.

Pero hay videntes a quienes les fueron dadas visiones de los detalles de los sufrimiento en Su Pasión.

Dos de ellas, la agustina beata Ana Catalina Emmerich y la Sierva de Dios Madre María Teresa de la Santísima Trinidad del Carmelo Descalzo narran algunos detalles con pasmosa coincidencia.

Las dos videntes fueron estigmatizadas y vivieron en el mismo período, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, pero nunca se conocieron ni supo una de la existencia de la otra.

En este artículo quiero comparar los detalles de las visiones de ambas videntes.

En principio debemos considerar que las visiones dadas a los videntes tienen el objetivo que los lectores puedan vivir los sucesos globalmente y no es el objetivo mostrar los hechos estrictamente.

Pero en este caso las coincidencias son más acentuadas de lo esperable.

   

LAS DOS VIDENTES VIERON LA PASIÓN DEL SEÑOR

Estas dos monjas aportan detalles que ayudan a comprender los sufrimientos del Señor.

Uno de los textos más populares sobre la Pasión del Señor es el de la Beata Ana Catalina Emmerich, quien tuvo visiones sobre la vida de Jesús y que fueron recopiladas por el poeta Clemens Brentano, que lo publicó en un libro en 1833.

El director Mel Gibson tomó como base los escritos de la Beata y la hizo película.

Algunos autores creen que los textos fueron embellecidos por Brentano y podrían tener algunos datos no proporcionados por la beata.

Sin embargo otros han afirmado que la beata daba el visto bueno a cada cosa que escribía Brentano. Pero el caso no es claro.

En cambio los escritos de la Sierva de Dios Madre María Teresa de la Santísima Trinidad de la Orden del Carmelo Descalzo, se conservan sin ninguna alteración.

Y están reputados como fidedignos de lo que la vidente vio.

Mientras que los de la Beata tienen muchos detalles, demasiados para algunos, el relato de la pasión de la Madre María Teresa es corto y conciso.

Ella afirma que en 1817 San Luis Gonzaga se le apareció y le revelo ese tema.

   

ALGUNOS DATOS SOBRE LA MENOS CONOCIDA, LA MADRE MARÍA TERESA

La madre María Teresa nació con el nombre de María Teresa Aycinena y Piñol (1784-1841) tuvo la transverberación del corazón y el anillo de los desposorios con Jesús.

Está en proceso de beatificación.

Tiene varios lienzos pintados con sangre, que afirmaba que eran los ángeles los que los hacían.

Por ello muchas veces fue encerrada en la celda con las peores condiciones.

En sus éxtasis ella no tocaba las telas sino que la “nada” pintaba.

Lienzo pintado por los ángeles a la Madre María Teresa Aycinena

Su cuerpo fue encontrado incorrupto durante la persecución de Barrios, una de las más crueles que hubo contra la Iglesia Católica en Guatemala.

Y para evitar su profanación estuvo expuesto en la casa que perteneció a su familia.

Terminada la persecución en 1913, el cuerpo fue devuelto al templo, donde reposó hasta los terremotos de 1976 en Guatemala.

Para evitar que los trabajos de reparación en la iglesia fueran interrumpidos por procesos burocráticos, el gran padre Juan Pablo Mendía OCD escondió nuevamente el cuerpo dentro de la iglesia.

En la actualidad, con el proceso de beatificación, se ha buscado el cuerpo de la Madre, sin encontrarlo.

Puedes leer su vida aquí.

Las historias que queremos comparar comienzan en los olivares de Getsemaní.

   

LA ORACIÓN DEL SEÑOR EN EL HUERTO

Los diferentes versículos de la Biblia expresan que luego que Jesús sale de la última Cena, junto con los apóstoles se dirigen al Monte de los Olivos (Mt 26, 36 ; Mcs 14, 32; Lcs 22, 39; Jn 18, 1).

Los Evangelios llamados sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) dan muchos detalles de la oración.

Pero sólo Lucas muestra otros detalles que los primeros dos no.

 “Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: ‘Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’.

Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración.

Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra.

Levantándose de la oración, vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación’”. (Lucas 22, 41-46)

Conocer que la persona va a morir y una muerte por cruz le hizo sufrir algo que los doctores llaman hematidrosis.

Esto sucede cuando una persona está expuesta a mucho estrés o tensión extrema.

Algunos efectos son: escalofríos, náuseas, fiebre, sudor frío, entre otros.

Y la Beata Ana Catalina expone lo que pudo el Señor estar sufriendo:

“Sus rodillas vacilaban; juntaba las manos; inundábalo el sudor, y se estremecía de horror.

Por fin se levantó, temblaban sus rodillas, apenas podían sostenerlo; tenía la fisonomía descompuesta, y estaba desconocido, pálido y erizados los cabellos sobre la cabeza.

Eran cerca de las diez cuando se levantó, y cayendo a cada paso, bañado de sudor frío, fue a donde estaban los tres Apóstoles, subió a la izquierda de la gruta, al sitio donde estos se habían dormido, rendidos, fatigados de tristeza y de inquietud.”

Sumado a los dolores físicos de Jesús estaban los dolores internos.

Por un lado algunos han propuesto que los dolores internos estuvieron en relación a cada blasfemia, insulto y agresión psicológica que Jesús tuvo desde el huerto hasta su muerte en la cruz.

Y también que a partir le fue mostrado cada pecado cometido por cada ser humano.

Por lo que Jesús dirá a Santa Faustina Kowalska:

“Estas almas son las que más dolorosamente hieren mi Corazón.

A causa de las almas tibias, mi alma experimentó la más intensa repugnancia en el Huerto de los Olivos.

A causa de ellas dije: Padre, aleja de mí este cáliz, si es tu voluntad.

Para ellas, la última tabla de salvación consiste en recurrir a mi misericordia.”

La Madre María Teresa no habla sobre esto sino que comienza su relato cuando prenden a Jesús.

   

LA CAPTURA DE JESÚS Y EL PRIMER GOLPE

En los Evangelios se narra que Jesús termina de orar, encuentra a sus apóstoles (Pedro, Juan y Santiago) dormidos y les reprocha que no hayan velado y orado con Él.

Luego de eso San Juan narra de una forma muy especial la captura de Cristo.

Jesús parece haber recobrado todas sus fuerzas, hasta que incluso provocó que los que le buscaban cayeran en tierra.

En parte por oír el nombre del Omnipotente, pero también porque Jesús se revelaba con toda su fuerza.

Era como si les dijera al que van a matar es “Yo soy”.

Pedro se resiste a la captura, hiere a uno a uno de los siervos del sumo sacerdote, Jesús lo cura y reprende a Pedro.

Todavía mantendrá Jesús esta actitud de autoridad cuando es interrogado por el Sumo Sacerdote.

Pero luego se entregará a lo inevitable, será como la oveja que permanece en silencio ante el que la esquila.

Juan relata que le dan una bofetada al momento de contestar (Jn 18, 22).

Y según Mateo todos le daban golpes en el rostro luego de que le condenaran (Mt 26, 67).

Ambas videntes coinciden en el fuerte efecto del golpe en el rostro de Jesús propinado por un sirviente de Caifás.

La Madre María Teresa dice de este golpe:

“En el rostro se le hizo una lastimosa llaga hasta mirársele el hueso, con la bofetada que le dieron, su color estaba denegrido y cárdeno, así en el rostro como en todo su cuerpo.

Pero jamás perdió, su Majestad y amable presencia, siendo su hermosura bien conocida de los buenos amigos que le miraban con amor y compasión.”

Y la Beata Ana Catalina da el detalle de porque ese golpe fue tan fuerte:

“El miserable pegó con su mano cubierta de un guante de hierro una bofetada en el rostro del Señor, diciendo: ‘¿Así respondes al Sumo Pontífice?’.

Jesús, empujado por la violencia del golpe, cayó de un lado sobre los escalones, y la sangre corrió por su cara”.

Luego de los insultos que le hacen, es llevado donde Pilatos. Allí será flagelado por los soldados romanos.

   

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS POR LOS SOLDADOS ROMANOS

El castigo fue detallado por las dos videntes (la Madre María Teresa y la Beata Ana Catalina) coincidiendo en que fueron 6 personas las que le azotaron, con dos tipos de instrumentos: una vara y una especie de cordeles que tenían como “nudos” en algunas de las cintas.

Así las dos dicen que Cristo derramo mucha sangre en el episodio de la flagelación.

Al ser coronado de espinas la Beata Ana Catalina expone como las espinas estaban hacia adentro y que era de tres ramas trenzadas.

La otra vidente afirma como era la corona con mucho más detalle que la primera.

Ambas coinciden en que la corona estaba trenzada.

Solo la Madre María Teresa se fija donde se le insertaron las espinas y de que planta habían hecho la corona.

La corona es en forma de guirnalda de cuatro bejucos, de unos que se dan muy frecuentes a modo de los juncos marinos en los ríos de Jerusalén, de espinas en par y se dan en las peñas de estos ríos en las playas.

No le traspasaron el cráneo, sino entre piel y hueso y una espina le pasó de esta manera hasta cerca del ojo izquierdo.

El color de los bejucos es atabacado y verde y las espinas de distintos tamaños, y algunas hasta de tres dedos.”

Luego la beata Ana Catalina sigue contando todo lo que va sucediendo desde la flagelación hasta la muerte de Jesús.

Mientras que la Madre María Teresa se saltea el episodio, como si los Evangelios fueran lo bastante explícitos como para no dar tanto detalle de lo sucedido.

Jesús toma la cruz, que para Madre María Teresa era “sin labrar de tronco nudoso, en unas partes verde y en otras seca” y camina hacia el Monte Calvario.

   

LA CRUCIFIXIÓN DEL SEÑOR

En el Monte será clavado.

Las dos videntes dan un relato de la crucifixión casi idéntico sobre cómo fue clavado Jesús en la cruz.

Y a pesar de estar una en Europa y la otra en América, y que ninguna de las dos se conoció, ni supo de la existencia de la otra, hay increíbles coincidencias.

Dice la Madre María Teresa:

Estuvo Cristo en la cruz pendiente de tres clavos, sin cordeles y solo sostenido con el poder y fortaleza de su Padre Celestial, que le dejó en sus liberales y piadosas manos.

No tuvo pedestal en los pies, con un solo clavo le clavaron uno sobre de otro.

Y atendido en la cruz le ataron con cordeles, claváronle primero la mano derecha, luego tiraron cruelmente de las dos partes de donde estaba atado hasta desencajarle los huesos y reventarle las arterias, para que alcanzara al otro barreno, el cual estaba más largo y distante de lo regular y después de la mano derecha clavaron la izquierda.

Los pies fueron clavados después de las manos y también los estiraron con cordeles, hasta ajustar al barreno y aquí se le desencajaron los huesos de su sagrado cuerpo. (…)

Después de crucificado y enclavado el cuerpo de Nuestro buen Jesús le remacharon los clavos y en esto padeció doble tormento por el peso que le hacía su mismo cuerpo lleno de dolores.”

Y la beata Ana Catalina dice esto:

“Después que los alguaciles extendieron al divino Salvador sobre la cruz, y habiendo estirado su brazo derecho sobre el brazo derecho de la cruz, lo ataron fuertemente.

Uno de ellos puso la rodilla sobre su pecho sagrado, otro le abrió la mano, y el tercero apoyó sobre la carne un clavo grueso y largo, y lo clavó con un martillo de hierro.

Un gemido dulce y claro salió del pecho de Jesús y su sangre saltó sobre los brazos de sus verdugos.

Los clavos era muy largos, la cabeza chata y del diámetro de una moneda mediana, tenían tres esquinas y eran del grueso de un dedo pulgar en la cabeza: la punta salía detrás de la cruz.

Habiendo clavado la mano derecha del Salvador, los verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto.

Entonces ataron una cuerda a su brazo izquierdo, y tiraron de él con toda su fuerza, hasta que la mano llegó al agujero.

Esta dislocación violenta de sus brazos lo atormentó horriblemente, su pecho se levantaba y sus rodillas se estiraban.

Se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo, le ataron el brazo para hundir el segundo clavo en la mano izquierda.

Otra vez se oían los quejidos del Señor en medio de los martillazos.

 Los brazos de Jesús quedaban extendidos horizontalmente, de modo que no cubrían los brazos de la cruz. (…)

Habían clavado a la cruz un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús, a fin de que todo el peso del cuerpo no pendiera de las manos, y para que los huesos de los pies no se rompieran cuando los clavaran.

Ya se había hecho el clavo que debía traspasar los pies y una excavación para los talones.

El cuerpo de Jesús se hallaba contraído a causa de la violenta extensión de los brazos.

Los verdugos extendieron también sus rodillas atándolas con cuerdas; pero como los pies no llegaban al pedazo de madera, puesto para sostenerlos, unos querían taladrar nuevos agujeros para los clavos de las manos; otros vomitando imprecaciones contra el Hijo de Dios, decían: ‘No quiere estirarse, pero vamos a ayudarle’.

En seguida ataron cuerdas a su pierna derecha, y lo tendieron violentamente, hasta que el pie llegó al pedazo de madera.

Fue una dislocación tan horrible, que se oyó crujir el pecho de Jesús, quien, sumergido en un mar de dolores, exclamó: «¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!».

Después ataron el pie izquierdo sobre el derecho, y habiéndolo abierto con una especie de taladro, tomaron un clavo de mayor dimensión para atravesar sus sagrados pies.

Esta operación fue la más dolorosa de todas. Conté hasta treinta martillazos.”

Es de resaltar que las dos afirman que primero fue la mano derecha la clavada.

Luego la izquierda fue jalada hasta dislocarlo y así llegar al agujero para clavarlo.

Los pies también fueron jalados y clavados.

El relato tiene sólo una diferencia, la Emmerich dice que hay un pedazo de madera que sostiene los pies del Señor.

Mientras la Madre María Teresa afirma que no hubo este travesaño; aunque los relatos son muy parecidos tienen ese detalle que les da otra perspectiva.

Las dos también afirman que le remacharon los clavos por la parte posterior.

   

LA MUERTE Y EL DESCENDIMIENTO

Luego las dos han de coincidir en que se desmayó varias veces en la cruz, y que fijaba sus ojos en los de la Virgen.

Quien aunque estaba destrozada, supo ser fortaleza para el Hijo; a la vez que ofrecía sus dolores para la redención.

Quería morir con Jesús, pero también sabía que debía ser fuerte, pues ya el Señor estaba padeciendo demasiado como para que se preocupara por Ella.

Sus dolores eran enormes, pero tenía que ser fuerte.

Ahí Jesús ha de darle un nuevo hijo, Juan, no para tranquilizarla sino para darle una nueva misión.

No para que se olvidaran de todo lo que habían pasado como Madre e Hijo, sino para que no sintiera que se quedaba sola.

Le daba una misión, cuando ya Ella poco podría hacer por Él.

Y sin embargo se amaban, la Virgen hubiera dado su vida por Él.

Y Jesús con su mirada le enviaba los más tiernos besos a la que es la que le enseñó a caminar, la que le cargo de pequeño y le dio de comer.

Allí al morir Jesús sus ojos se quedaron abiertos, y la Madre María Teresa dice que la cabeza quedo en el lado derecho.

Luego aparece Longinos con su lanza.

La lanzada fue en el lado derecho para las dos videntes, aunque la monja carmelita afirma que fue un poco más al centro que como los artistas la hacen.

Al bajarlo de la cruz la Virgen toma en sus brazos a su Hijo, lo besa y lo trata con impresionante cariño.

La Madre María Teresa menciona también que San Juan le presento los clavos y la corona a la Virgen.

Y luego la Beata Ana Catalina dice que el apóstol pide que la Santa Señora les dé el cuerpo para poderlo sepultar.

Con esto termina la tormentosa Pasión del Señor, que se hace gráfica en la película de La Pasión de Cristo del director Mel Gibson.

Ahora existen más argumentos para mostrar el terrible sufrimiento de  Cristo, que sin embargo nos amó hasta el extremo.

Fuentes:


Enrique Alfaro, de Guatemala, Profesor de Arte y Teología

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