Quienes califican para que se les borre los pecados, a donde tienen que ir, como deben hacer.  

Cada año, desde el mediodía del 1° de agosto a medianoche del día 2, se celebra el Perdón de Asís, que es también llamado la Indulgencia de la Porciúncula.

Se trata de una indulgencia plenaria por los pecados, que se puede obtener para uno mismo, o para una persona en el purgatorio.

Todos los fieles que visiten una iglesia franciscana en cualquier lugar del mundo en ese lapso, obtendrán la indulgencia con las condiciones habituales de confesión sacramental, comunión eucarística y la oración por las intenciones del Santo Padre.

Esta indulgencia viene del siglo XIII y fue lograda por San Francisco de Asís pidiéndole directamente a Jesucristo en una aparición.

Toda la historia de la aprobación del Perdón de Asís, tuvo varias intervenciones de Jesús y Su Madre, quienes se encargaron de ablandar el corazón del Papa, ante un pedido de una indulgencia permanente, para una congregación, y sin un esfuerzo grande del penitente.

Aquí relataremos la historia sobre cómo San Francisco pidió a Jesús y a la Virgen María la Indulgencia, las condiciones que el Señor le puso, su gestión ante el Papa para su proclamación y los varios sucesos sobrenaturales que ocurrieron a su alrededor.

En una noche de Julio del año 1216, un pequeño fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque, implorando a Dios todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del Señor, «a menos que hagan penitencia, todos perecerán». 

Se llamaba Francisco, tenía 34 años, y ya era conocido y amado por miles de personas.

Entonces se le apareció un ángel que le ordenó que bajara a su iglesia predilecta, Santa María de los Ángeles, también conocida como la Porciúncula, o sea pequeña porción.

Esa pequeña capilla había sido erigida por ermitaños alrededor del año 360, quienes habrían llevado al lugar reliquias de la tumba de la Virgen María. 

Luego pasó a poder de san Benito en el 516, conociéndose como Nuestra Señora de los Ángeles, porque ahí se oía el canto de los ángeles con frecuencia.

Fue entregada alrededor del año 1212 a San Francisco, por el abad benedictino del Monte Subasio, con la condición de hacer de ella la iglesia madre de su familia religiosa. 

Mientras los franciscanos entregaron a los benedictinos un reconocimiento anual de una canasta de pescado.

Cuando Francisco la recibió estaba en malas condiciones y la restauró con sus propias manos. 

Lo mismo que había hecho antes con la pequeña iglesia de San Damiano, donde escuchó a Jesús que le dijo desde un ícono, «reconstruye mi Iglesia».

Como la iglesia de San Damiano se encontraba muy deteriorada, el santo entendió que el Señor quería que la reparara y se lanzó a la reparación.

Y más tarde comprendió que el Señor le llamaba para servir de instrumento para renovar la Iglesia.

En la iglesia de la Porciúncula San Francisco oyó la llamada de Jesús para que llevara una vida de absoluta pobreza.

Allí fundó la orden de hermanos menores, y se convirtió en el hogar de San Francisco y de sus primeros discípulos. 

En 1211 recibió a Santa Clara de Asís y la dedicó al Señor.

Y allí Francisco murió el sábado el 3 de octubre de 1226.

Francisco estaba en oración y contemplación en la Porciúncula en julio de 1216, cuando de improviso la capilla se llenó de luz y vio sobre el altar a Cristo revestido de luz y a la derecha a Su Madre, rodeados de una multitud de Ángeles.

Con el rostro en tierra Francisco adoró al Señor en silencio.

Y Él le preguntó qué deseaba para la salvación de las almas y Francisco contestó,

«Santísimo Padre, aunque yo soy un pobre pecador te ruego que a todos los que, arrepentidos de sus pecados y confesados, vengan a visitar esta iglesia, les concedas un amplio y generoso perdón, con una completa remisión de todas las culpas».

Y viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigió con un confiado amor a María y le suplicó,

«Te ruego a Ti, Santísima Madre, abogada de la raza humana, que intercedas conmigo, por esta petición». 

Entonces Jesús miró a María y Francisco se alegró al ver que Ella sonreía a su Divino Hijo, como si dijera: «por favor, concédele a Francisco lo que te pide, porque esa petición me hace feliz a Mi».

Entonces Jesús le dijo,

«Lo que pides, hermano Francisco, es grande, pero de mayores cosas eres digno, y mayores tendrás.

Por lo tanto accedo a tu petición, pero con la condición de que pidas de Mi parte a Mi vicario en la Tierra esta indulgencia».

Y la visión se desvaneció dejando a Francisco llorando de alegría, con profundo agradecimiento.

Temprano por la mañana, Francisco salió con el Hermano Maceo a la cercana ciudad de Perugia, donde se encontraba el nuevo Papa, Honorio III. 

Cuando llegó el turno para hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad,

«Su Santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. 

Le suplico que conceda recibir indulgencias allí, pero sin tener que dar ninguna ofrenda», Francisco pensaba en los pobres.

El Papa le replicó «¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?»

Y Francisco respondió que no pensaba en años sino en almas.

«Yo deseo que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa iglesia»

Impresionado por la firme y sincera petición, el Papa dijo,

«Estas pidiendo algo muy grande Francisco, no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de indulgencia».

Pero en ese momento el Papa recordó que su predecesor Inocencio III, estaba convencido que Cristo se le aparecía a Francisco y lo guiaba de manera especial.

Entonces Honorio III declaró «es mi deseo que se te sea concedida tu petición». 

Pero los cardenales presentes protestaron porque esta indulgencia debilitaría las cruzadas. 

Le exigieron que la cancelara o por lo menos que la restringiera.

Y el Papa dijo, «te concedo esta indulgencia perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas del día anterior hasta las vísperas del siguiente día».

Francisco entonces se levantó y comenzó a salir después de agradecer. 

Pero el Papa le llamó, «¿Adónde vas? No tienes garantía sobre esta indulgencia». 

Francisco se volvió hacia él y le dijo, «Santo Padre su Palabra es suficiente para mí, si esta es la obra de Dios, es Él quien hará su obra manifiesta. No necesito ningún otro documento. 

La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos».

Y ahí Francisco escuchó del Señor, «Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la Tierra, ha sido confirmada en el cielo».

Sin embargo, corría el tiempo y Honorio no formalizaba la autorización.

Francisco entonces tuvo grandes tentaciones y se arrojó sobre una zarza quedando ensangrentado, y fue ahí que unos ángeles le pidieron que fuera a la iglesia porque le aguardaban Cristo y su Madre.

Y el Señor le dijo, «por mi madre te otorgo que sea el día en que mi apóstol Pedro vio milagrosamente caer sus cadenas», o sea el primero de agosto.

Y le agregó,

«Ve a Roma, notifica Mi mandamiento a Mi Vicario, llévale como testimonio las rosas que has visto brotar en la zarza y Yo moveré su corazón».

Y fue así que el Papa recibió de nuevo a Francisco y escribió a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para que se reunieran en Asís el primer día de Agosto, a fin de promulgar la indulgencia solemnemente.

Ese día Francisco explicó las indulgencias obtenidas perpetuamente, ante una multitud de personas reunidas.

Los obispos se indignaron porque no creían que fuese la intención del Papa promulgar el indulto perpetuamente.

Se subió al palco el obispo de Asís resuelto a proclamarlo por diez años solamente.

Pero en vez de esto repitió involuntariamente las mismas palabras que Francisco había pronunciado.

Y uno tras de otro, subieron al palco pensando corregir al anterior, pero milagrosamente reprodujeron lo que había dicho Francisco.

Y luego la Virgen Santísima se le apareció al Beato Conrado de Ofida, envuelta en un rayo de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. 

Y vio cómo el niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla para adquirir el perdón de los pecados.

Hoy la pequeña Porciúncula de San Francisco se encuentra dentro de la gran Basílica Santa María de los Ángeles en la llanura de Asís, en Perugia, Italia. 

Y actualmente se obtienen indulgencias plenarias para uno mismo o para un difunto, desde el mediodía del 1° de agosto a la medianoche del día siguiente, visitando una iglesia franciscana.

Las condiciones son que se rece el Credo, se confiese y se comulgue, y se rece un Padrenuestro, Avemaría y Gloria por las intenciones del Santo Padre.

Estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después, pero conviene que la comunión y la oración por el Papa se realicen en el día en que se gana la Indulgencia.

Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre la historia milagrosa del surgimiento de la indulgencia de la Porciúncula o Perdón de Asís, que actualmente está vigente en cualquier iglesia franciscana entre el 1 y 2 de agosto, en las condiciones que expresamos.

Y me gustaría preguntarte si tu has ido alguna vez a recibir el Perdón de Asís, y si es algo conocido y promocionado en el lugar donde tu vives.

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