¿Qué depósitos de la fe entregó Dios a San José?

En este artículo hacemos un recorrido por el misterio de la fidelidad de San José a las profecías de Dios.

Y cómo Dios lo fue dotando de las cualidades sobrenaturales necesarias para ser el custodio de Su Hijo y Su Madre.

La Bienaventurada Virgen María (B.V.M.) y el Bienaventurado San José (B.S.J.) eran, de cuerpo y alma, criaturas del Templo.

Almas contemplativas de las realidades divinas.

A este respecto de S. José, no nos dice nada la Tradición. Pero de la B.V.M. sí.

Y de aquel lo suponemos por sus reacciones posteriores frente a las pruebas divinas.

Y por decir la Escritura que “era Justo” (Mt. 1:19), es decir, santo, cuando estaba desposado con la Virgen.

Y ¿dónde se conocieron antes de intimar y darse formalmente promesa de matrimonio?

Donde estaba María: en el Templo.

La Iglesia nos invita a celebrar cada 21 de noviembre la fiesta de la Presentación de la Virgen en el Templo de Jerusalén.

Fiesta basada en una piadosa tradición y en los evangelios apócrifos, según la cual la Virgen Niña tenía tres años cuando comenzó a vivir allí con otras doncellas.

Y ¿dónde se reunían los Justos en aquel tiempo?

En las sinagogas y sobre todo en el Templo de Jerusalén, centro universal del culto al verdadero Dios.

Y si S. José no vivía en el Templo lo frecuentaría siempre que podría, como S. Simeón y S. Ana.

Para rezar y comentar las Sagradas Escrituras porque en estas se daba como muy cercana la llegada del Mesías, el Cristo, el Redentor: las 70 semanas de años predichas por Daniel se estaban cumpliendo…

Para los justos los tiempos eran de redobladas oraciones y sacrificios.

La expectación estaba tan “grávida” de realismo que, hasta el anciano Simeón había recibido la revelación directa del E. Santo de que no vería la muerte antes de haber visto al Ungido del Señor (Lc.2:26).

Los dos se criaron en este ambiente, en este grupo de “justos y piadosos”, “que esperaban la consolación de Israel” –como se dice de S. Simeón- (Lc.2:25).

Y en él vivieron sus años mozos: “no se apartaban del Templo, sirviendo a Dios noche y día, en ayunos y oraciones… esperando la liberación de Jerusalén” –como se dice de la viuda y profetiza Ana- (Lc.2:37-38).

Ambiente de contemplación activa de las cosas de Dios y de una caritativa pureza que se reflejaba en la mortificación exterior de los sentidos.

En la solicitud prudente del prójimo por amor a Dios que era, sobre todo, el orar juntos deseando la pronta Remisión de los pecados por el Justo Prometido de Dios .

Oración impetratoria e imperativa; oración de Adviento que había enseñado al pueblo fiel, el E. Santo, a través del profeta Isaías (Is. 45:8):

“Rociad, oh cielos, de lo Alto y que las nubes lluevan al Justo; ábrase la tierra y produzca la salvación”.

Oración de vidas santas que aceleraba el tiempo de Su Venida, el tiempo del fin de la esclavitud de la Ley con el Advenimiento de la Misericordia, como aquella que enseñaba el Eclesiástico -36:1 y 10-:

“Oh, Dios de todas las cosas, ten compasión de nosotros: vuelve hacia nosotros tus ojos, y muéstranos la luz de tus misericordias. Acelera el tiempo, y no te olvides del fin; para que sean celebradas tus maravillas.”

En este Ambiente Divino y Puro se conocieron María y José, y mutuamente se atrajeron porque en ambos habitaba Dios de manera singularísima.

Y en ambos la Pureza era -primera y simultáneamente- Verdad y Bondad.

Como una Flor cultivada en el Jardín Escogido del Padre de toda Pureza y de toda verdadera belleza.

Y en ambos la Hermosura era pura como el oro 7 veces purgado; sin escoria ninguna de la carne, del error, de la mentira y del mal.

Y esa Flor bellísima de sus purezas, a su tiempo, daría el Fruto más bello de la tierra.

 

UN AMOR MATRIMONIAL DE ALMAS PURÍSIMAS

Y la atracción mutua -querida por Dios- de estas almas puras, pletóricas de la vida de Dios, -es decir, pletóricas de Caridad- fue el comienzo.

El más o menos remoto de la Aventura sobrenatural y humana de San José como Custodio del Depósito Divino (de ese imperativo divino que le ordenó: “¡Guarda el Depósito!” – I Tim.6: 20- Depositum Custodi).

Y por eso se amaron en el más puro de los purísimos amores.

Y se amaron con toda el alma, sabiéndose mutuamente cuerpos y almas consagrados al Señor de los cuerpos y de las almas.

Habiéndose prometido y comprometido -de antemano y formalmente- a ser exclusivos vasos vivientes de Dios.

Piedras vivas del Templo Divino que el Señor se forja para Sí.

Piedras adorantes del Señor del Templo y de toda la Creación.

Se amaron hasta el desposorio virginal y casto y continente que, en ellos, era el estado habitual de unirse a Dios.

Que en ellos, era la norma “cotidiana”, la regla de todos los minutos y de todos los anhelos.

Suspiros, aspiraciones del alma que, como chorros vigorosos llegaban y se volvían y devolvían, desde el Cielo y al Cielo.

Nadie los veía, solo ellos dos -uno al otro- lo “veían” y se los compartían en silenciosa, recogida e intensa intimidad.

Y entonces, era evidente, era lógico, que su matrimonio fuese con votos de castidad incluidos, como lo proclama toda la Tradición Católica.

¿Cómo hubiera podido ser de otra manera?

Porque ¿cómo irían ellos -uno para con el otro- a ponerse límites sensibles a sus amores que estaban plenamente transidos por el Amor Intangible e Invisible?

Muy por el contrario, lo visible de estas criaturas escogidas -en su relación matrimonial- hacía aún más patente lo Invisible de Dios Creador, su Eterno Poder y su Divinidad.

Y por esa visibilidad más Lo conocían y más Lo glorificaban y más Le daban gracias y más se humillaban delante de Aquel sin el que nada serían.

Porque aquí en la tierra, después de la relación del Verbo Encarnado con su Santísima Madre, no hubo -ni habrá- otra relación mayor que la de S. José con su Virginal Esposa.

En la que se cumpla más acabadamente la regla que S. Pablo enseñó a los Romanos (1:20-21): lo invisible de Dios se hace notorio -cognoscible- por sus obras, y por ellas, a Él se le debe gloria y agradecimiento y acatamiento humilde a sus disposiciones.

En ellos el amor venía e iba, desde y hacia el Amor Infinito y por ellos pasaba sin menosprecio, y muy por el contrario, con la glorificación debida y con hacimiento de gracias.

Sus cuerpos, sus rostros -espejos de sus almas- , sus ojos, sus pupilas, redundaban las maravillas de verdad, de bondad y de belleza de sus almas.

Y por eso no podían ser limitadores de un misterio eterno, de un misterio de Cielo que, ellos en la tierra, atesoraban en sus invisibles pechos.

Sus cuerpos deberían ser, en cambio, ilimitadores sensibles de esos misterios invisibles.

Como campanas que sonasen al toque de los badajos intangibles de sus respectivas almas y que resonasen en la del otro con la misma nota,.

Sus cuerpos servirían para “excitar”, para robustecer y enriquecer en el otro, lo que sus almas ya asentían de la Verdad Amada y Abrazada con el más puro de los cariños y con la más fuerte de las firmezas.

Serían instrumentos idóneos para aumentar en cada uno el amor a Dios en los sufrimientos y en los gozos que traían consigo los decadentes y a la vez mesiánicos tiempos que les tocó vivir a estas almas elegidas.

Para ser sus principales y humildísimos y magnánimos coprotagonistas.

 

HUMILDE ENTRE LOS HUMILDES

La grandeza de José como Custodio del Divino Depósito -en cuanto a la gracia y a la responsabilidad que ella implica- la obtuvo de Dios.

Porque para eso se dispuso cuando amó y se sintió atraído por la que en su humildad pensaba ser la sierva de la Sierva-Madre del Mesías.

María deseaba ser una de las Vírgenes compañeras de la “Hija del Rey” que anunciaba el mesiánico salmo 44 (v. 15b: “detrás de ella son introducidas a ti, las vírgenes, sus amigas”).

María pensaba y deseaba ser la sierva de la Madre del “Emmanuel” – del “Dios con nosotros” – que estaba por venir.

Y S. José al amarla pensaba y deseaba ser el Siervo de una de las siervas de la Sierva-Madre del Mesías.

Ser el Siervo-Virgen de una de las siervas-vírgenes compañeras de La Sierva.

Y esto -por disposición divina- se iba a dar dentro de la tribu de Judá, como estaba profetizado desde el Primer Libro Sagrado, Gén.49: 8-12.

Y a esa tribu pertenecían los dos, por ende, sabían que el nacimiento del Redentor era para ellos un hecho que, infaliblemente iba a ocurrir dentro de la “familia”.

Cuando José se desposó con María lo hizo para ser siervo de una de las siervas de la Sierva de Dios.

Se desposó para ser tres veces siervo: de Dios y a través de dos siervas suyas.

Y porque se hizo tan pequeño mereció ser de la Familia Sagrada, compuesta de 3: padre, Madre e Hijo.

El más grande, el primero en dignidad hasta los 30 años de Jesús: el Jefe Custodio del Hijo de Dios y de su Madre.

Y mereció así que los otros 2 (mayores en gracia que él) a él obedecieran.

Y así mereció que se le diera también el depósito del secreto divino de cómo se había encarnado el Verbo en el seno purísimo de María.

Un ángel se lo reveló y al mismo tiempo le encargó al Verbo, humanado sin su concierto, para que lo cuidase.

Había arribado el tiempo de su propia Anunciación: la Anunciación de S. José.

Penetrando un poco en el misterio de S. José entramos en el campo admirable de todos los santos.

No se sabe quién quiere ser más humilde y quién quiere ser menos exaltado y quién – de hecho – es el más encumbrado y quién el de más abajo. Cosas de Dios y de sus santos.

 

ASOMBROS DE SANTOS

Por todo esto, en algo se entiende que, tanto uno como otro, en pleno continente y casto desposorio, no comprendiesen y les asombrase la Anunciación de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno Purísimo y Virginísimo de María.

A Ella como Madre-Virgen y a él como Padre-Virgen.

María se asombró con el Ave porque esperaba ser la sierva de la Sierva-Madre del Mesías y no la mismísima Madre de Dios.

En su sima de humildad no esperó una tal elección divina.

Y por eso, con mucha sagacidad, realiza al instante un discernimiento de espíritus para saber si es de Dios o del demonio ese saludo que, en sí mismo, era Bendito.

Porque bien sabía que hasta el mismo Satanás se viste de ángel de luz.

Y lo hace con aquella pregunta: “¿cómo será esto? pues no conozco varón”; sobrentendiendo que ‘con José somos castísimos y continentísimos esposos’.

Y entonces la respuesta del Arcángel San Gabriel que le pone como ejemplo de la omnipotencia de Dios la ancianidad fértil de su prima Isabel que está encinta ya de 6 meses: “porque para Dios nada es imposible”.

Este modelo, esta analogía, en todo el A. Testamento es una Figura Profética de la Virgen-Madre del Redentor.

Y el saber de Isaías manifiesta que el Mesías efectivamente nacería de una virgen y no de una virgen cualquiera sino de una bien determinada: “LA” VIRGEN)

Entonces la B.V.M. dio lugar a la magnanimidad por antonomasia porque se percató que el saludo y la promesa venían de Dios, a través del Arcángel Fortaleza de Su Majestad: “Hágase en mí según tu Palabra”.

Magnanimidad sobrenatural que estuvo muy unida a su profundísima humildad porque como dice Mons. Straubinger: “No hizo Ella grandezas sino que se las hicieron”.

Y San José también se asombró con el secreto marital que le confió María: ‘Estoy encinta’.

Y seguramente sin decirle Ella el modo, ya que no está Escrito ni en la Tradito.

Y no parece congruente con la humildad mariana decirle: ‘José, concebí al Redentor por obra del E. Santo’.

Porque además el mensaje angélico no hacía ninguna referencia a su Casto Esposo y entonces -incluso en esto- Ella fue fiel al mensaje: silencio de Dios para el Esposo.

Afecto ordenadísimo a la Voluntad y a los Designios divinos.

Silencio desgarrador de la Esposa porque -como dice Santa Teresita- perdía su apoyo humano y santo que tantas comprensiones, protecciones y enriquecimientos varoniles le había dado en Dios y para Dios y con Dios:

“Cuando José, tu Esposo, ignora el gran milagro que tu humildad le oculta, tú le miras llorar, sin revelárselo…

¡Y cuánto sufrirías con tu silencio Madre!

¡Cuánto, cuánto, al ver sufrir al Justo, al apoyo que el cielo te hubo dado!

Mas, ¡ah! que es tu silencio concierto sacrosanto de voces, que me cantan la grandeza de un ser abandonado en los brazos del Dios de las bondades, en el pecho del Dios de los milagros.”

Protección santa que ahora más que nunca -por venir a ser Madre- le vendría bien.

Pero lo bueno y lo mejor para Ella es lo que Dios quiere y no hay dolor que lo pueda impedir, siendo como es, enteramente dócil a Sus inspiraciones.

‘Y… ¿qué sé yo de las designios que Dios tiene previstos para José…?’

‘A José lo que es de José: Silencio, más que palabras.

A Dios, lo que es de Dios: la Iniciativa.

Es el tiempo de espera para él, tiempo de silencio, de perplejidad y de un santo temor de Dios en el desconcierto adorante de sus designios inescrutables.

Ahora es la hora de José, de su peculiar e intransferible: ‘¿cómo será esto?’, ‘pues no tuve intervención en esta concepción?’

De un ‘cómo será esto’ dicho para sus adentros que para afuera -para María especialmente- es puro silencio de palabras y de gestos.

Y un silencio venerante de la santidad incomprensiblemente inmensa de la Virgen, Niña de sus ojos.

No entiende, no comprende y entonces se asombra.

Y se asombra porque ignora qué pasa; porque lo que pasa lo sobrepasa.

Pero no pre-juzga, no juzga, no juzga precipitadamente (porque ‘el que se precipita se precipita’ -como dice el dicho- y se equivoca).

José suspende el juicio y -sosegadamente- sigue amando la Divina Pureza de su Esposa -obra singularísima de Dios que él bien conocía.

Pero se aleja de ella porque al pensar en la Santidad de María piensa que lo acontecido debe tener al Divino Agente como su causa y solo él puede “descifrárselo”.

Y su ignorancia -que es la madre de su asombro- le debe ser quitada, si Dios quiere, cuando Dios quiera y por el mismo Dios que se la dio.

Y el mismísimo Dios discernirá -de alguna manera que Él sabrá- qué papel juega él respecto a ésta su Santa Virgencita.

Mientras tanto, da lugar a la espera silenciosa en Dios, da lugar al silencio de Dios que lo dejó sin su sublime y santo “arrimo” humano que tanto le ayudaba a unirse más y más a Él.

Es tiempo de seguir unido a Dios sin el apoyo humano que Dios le había dado.

Con apoyo o sin apoyo humano, en pleno día o en plena noche del espíritu, San José continúa siendo un hombre de Dios.

Los accidentes de su vida no cambian su esencial amor a Dios. Más aún, aquellos son para él la ocasión de perfeccionar éste.

 

SEPARACIÓN SIN DELACIÓN

La separación se impone de lo Alto como un Gigantesco Silencio que une el Cielo y la tierra.

Y como Hombre de Silencio que es -aunque esta vez perplejo- lo abraza como un inesperado regalo.

Se impone la separación.

Separación física de María aunque no separación espiritual, porque él la sabe tanto o más amante de Dios que él mismo y de ahí su férrea voluntad – contra la misma Ley, contra el mundo y contra la carne- de no delatarla para que fuese lapidada:

“José, su esposo, como era justo y no quería delatarla, se proponía despedirla en secreto”, dice el Evangelio.

Tenía una clara voluntad de quedar unido a Ella por el lazo de Caridad divina que los había reunido desde el principio.

Y que ahora para él se manifestaba por el hecho de no entregarla a los hombres de la Ley, por el solo hecho de no entender cuál era su específico papel futuro en el matrimonio contraído con María.

Por eso prefirió “dejarla en secreto”.

Prefirió segregarse él y no segregarla a Ella, expectando luces de lo Alto.

Prefirió de alguna manera hacerse un hombre secreto, secretarse, segregarse de toda humana relación.

Para así como hombre amante de la vida escondida que era, refugiarse y unirse más y más a Dios:

“Dios me dió a María, Dios me la quitó; ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea el Dios que da inteligencia a los párvulos y a los que no se creen sabios!” sería su oración.

“Yo tampoco a nadie se la doy”– fue su determinación.

 

“¡LA LETRA DE LA LEY MATARÍA A MARÍA; LA GRACIA LA VIVIFICA!”

José ya es aquí un hombre del Nuevo Testamento: por encima de la Ley vive en el Señor de la Ley y sus obras se con-forman con esta Vida.

En el silencio de S. José parece escucharse ya un eco retrospectivo de palabras evangélicas:

“El sábado se hizo por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado; de manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado”.

Y el hombre se hizo por causa de Dios.

José -subordinado a María en el orden de la Gracia- recibe anticipadamente gracias -habituales y actuales- que son frutos de la próxima Redención.

Con la que quedará superada la Ley y se entrará en el Reino de la Gracia.

“Porque la Ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad han venido por Jesucristo”.

Gracias que en conjunto se pueden resumir así: ‘La Letra mata, la Gracia vivifica’.

Traducido esto en una gracia actual para José dice: ‘La Letra de la Ley mataría a María pero la Gracia de la que Ella y yo vivimos, la vivifica: por lo tanto, ¡qué María viva!’.

En él ya está en germen la Buena Nueva con su nueva jerarquía: primero la Caridad, la Esperanza y la Fe; después todo lo demás.

Primero el Autor de la Ley, el Espíritu de la Ley y después la Letra de la Ley.

Y así tenía que haber sido, pues en los designios divinos S. José participaba en el orden de la unión hipostática del Verbo con la naturaleza humana, como dice el P.Bover.

Pues estaba llamado a ser en la tierra el Vicario del Padre Eterno, el padre del Hijo Co-Etemo en su vida terrena y “el complemento connatural de la divina maternidad de María”.

José entonces más que alejarse de María, da un paso al costado.

Sin dejar de contemplar el misterio de Amor de su Esposa Virgen, misteriosamente hecha Madre.

Esperando contra toda esperanza en un milagro divino teniendo en cuenta a Abraham -su padre en la fe- que creyó en la fecundidad de su anciana esposa, esperando el auxilio de Dios que prometía lo que humana esperanza no concibe.

Abraham creyó en Dios a través de los ángeles; José creyó en Dios a través de María, aún antes de creer en el Ángel de su particular Anunciación: “José, Hijo de David, no temas…” (Mt. 1:19-21)

 

LA CARIDAD NO PIENSA MAL… TODO LO CREE… TODO LO ESPERA… NUNCA MUERE

Solo el silencio orante y adorante es el oportuno compañero de José, en el que adora humildemente los inescrutables designios de Dios.

Y al mismo Dios, que quiere así ser adorado en su Infinita Majestad infundiendo en la criatura racional el temor reverencial de hijo.

Y sobre todo, a José lo acompaña la caridad por la que abraza a ese Dios de otra manera inaccesible.

La caridad que “no piensa mal” (ICor.13:5).

Y ¿quién más próximo y más íntimo para José que su purísima Esposa irreprochable, fidelísima y dechado de virtudes?

“La Caridad no piensa mal (del prójimo).

Ni una palabra, ni ningún gesto injurioso.

Pero tampoco un calculado silencio material que fuese un manto, que fuese un velo de fulminantes juicios temerarios.

Solo perplejidad… zozobra… asombro… y, en todo caso, todo lo contrario a esos pecados: sufrir por la privación causada para el otro, más aún que por la derivada para si mismo.

¿Qué será de María, mujer sola y grávida?… ¿qué le deparará Dios a Ella?

Porque “la Caridad no busca su propio interés” (‘non quaerit quae sua sunt’) antes bien busca el ajeno -sin descuidar la propia salvación del alma-.

Se olvida de sí y se preocupa del otro.

Se diría que el Silencio y la Digna Retirada de S. José con el juicio suspendido, ante la noticia de la gravidez de María, es una clamorosa salmodia callada del Himno a la Caridad (I Cor. 13:4-8).

Podríamos ver en estas actitudes de Nuestro Santo, todas y cada una de las ‘notas’ de la Caridad que S. Pablo enseña a los Corintios.

Pero tal vez sobresalgan la de creer y la de esperar.

Y la de esperar en el amor, en lo eterno; en el Amor Eterno; en el Amor de Dios: “Charitas numquam excidit” (v.8a) (“La caridad nunca muere”).

Porque José creyó en plena noche que, el día de la maternidad virginal de su Esposa era posible, como opina Bossuet.

Y porque esperó contra toda esperanza que las Promesas Divinas se cumplirían, aunque en él -en su matrimonio- los acontecimientos parecían contradecirlas.

Y esperó los tiempos de Dios que no deja desesperar a sus hijos bienamados-bienamantes, porque no los prueba más allá de sus fuerzas; que también por Él las tienen aunque claramente no las sientan.

Si bien es cierto que los pruebe hasta el límite infinitesimal de éstas; hasta el friso que separa lo Excelso del Abismo; hasta ese instante trágico en que Abraham va levantando el brazo con el facón en la mano para sacrificar a Isaac, su hijo primogénito.

Es el momento en que Dios abre para el Justo el “tiempo” de los ángeles.

Es la hora del divino mensaje… el instante de su mensajero: es la hora del ángel.

Se desvela el telón del tiempo para que, por la misericordia de Dios, incursione en éste, el evo: un beso de edades que no tiene nombre: un inefable cruce de los tiempos…

 

LA ANUNCIACIÓN A SAN JOSÉ, MT 1:19-21

Y el tiempo elocuente de Dios no se hizo esperar, llegó en el instante preciso para el Augusto Virgen-Esposo: “cuando estaba en esos pensamientos” de dejar en secreto a su Virgen-Esposa y ahora Madre sin su concurso.

Se acababa el Silencio de Dios para el atribulado Justo que, por su fidelidad, atraía la Voz de Dios que des-vela y revela a los que ama, sus secretos ocultos.

Porque “son muchas las tribulaciones del Justo pero de todas ellas el Señor lo libera” (Sal. 33:20).

Y la Voz de Dios vino a través de una criatura condigna con un hombre que, de tal manera estaba lleno de la gracia de Dios, que vivía en la tierra como si fuera más un ángel que criatura de carne y de huesos.

Vino por un ángel que, como bien opina Bossuet debió de ser también el Arcángel Gabriel –“Fortaleza de Dios”.

El mismo que a la Virgen fortaleció en sus santos temores, en su temor reverencial de la Divina Majestad a causa de sus inesperadas disposiciones: “no temas” – le dijo a María (Lc 1:30)- y “no temas” – le dijo a José (Mt 1:20):

“… he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa.

Porque su concepción es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús (Salvador), porque él salvará a su pueblo de sus pecados”

¿Qué es lo que temía José?

Temía recibir a su esposa María, grávida sin su intervención, por la reverencia que la santidad de su Virgencita le suscitaba.

Que no era más que una manifestación del temor reverencial que le debía a Dios en esta nueva e inesperada situación en que Él lo había colocado.

Temía como todo hombre de Dios que se ve superado por los acontecimientos que le acaecen sin su causa pero que sabe por la Fe que, como todo acontecimiento, no habría venido a ser si Dios no lo hubiese querido.

Temía como hombre superado infinitamente por la Voluntad de Dios que prueba los corazones antes de confiarles los secretos de su Sabiduría.

Era lo que San José había meditado muchas veces en el Templo y fuera del Templo:

“¿Qué sabe el que no ha sido probado?”.

“¿Quién no ha sido tentado qué puede saber?”.

 “Porque la Sabiduría anda con él en la tentación, y le elige entre los primeros.

Para probarle le conduce entre temores y sustos, y le aflige con la tribulación de la doctrina, hasta explorar todos sus pensamientos, y fiarse ya del corazón de él.

Entonces le afirmará, le allanará el camino, y le llenará de alegría. Le descubrirá sus arcanos, le enriquecerá con un tesoro de ciencia, y de conocimiento de justicia.”

Nada nuevo bajo el sol; la prueba más importante de los santos no les viene a través del mundo, la carne y el demonio, sino en su relación con los verdaderos hermanos en la Sana Doctrina.

Dios, antes de afianzar definitivamente al justo y de descubrirle sus arcanos más íntimos, trinitarios y santos; “Lo conduce entre temores y sustos, y le aflige con la tribulación de la doctrina”.

Lo prueba con aquellos con los que, codo a codo, llevan a cabo el mismo Combate de la Fe en la misma Caridad divina que los anima.

Así lo dice Santa Teresa que mucho supo de esto y así pasó con San Juan de la Cruz y así pasó con San Gerardo Magela y así pasó con nuestro contemporáneo Padre Pío.

Porque si a algunos de los que objetivamente molestaron y afligieron a estos santos les animaba el pecado, a muchos, por el contrario, los animaba en sus hostiles reacciones, el celo y el amor a la Santa Madre Iglesia.

Y siendo San José el Protector de la Iglesia, ¿cómo dejaría Dios de ponérnoslo como nuestro Modelo de Santidad principalmente en la prueba más álgida que tiene el justo?

Sí, Dios puso a San José como Modelo de Perfección exactamente, porque su tentación y su prueba más importante tiene relación no con los enemigos de la Iglesia – mundo, carne y demonio.

Sino con la Santísima Madre de la Iglesia, su castísima y venerada esposa, a quien amaba como a la pupila de sus ojos y de la que recibía el más santo, el más verdadero y el más afectuoso de los amores.

Y quien poseía, en muchísimo más alto grado que él, la corona de todas las virtudes.

 

DE LOS 4 DEPÓSITOS-SECRETOS CONFIADOS POR DIOS A SAN JOSÉ

Monseñor Bossuet explica cómo la casa de San José,

“Parece un templo, porque un Dios se digna habitar en ella, instalándose Él mismo allí en Depósito, y José debió ser consagrado para guardar ese sagrado tesoro. 

En efecto, él lo fue: su cuerpo cristiano lo fue por la continencia y su alma por todos los dones de la gracia.”

Y más adelante dice:

“Encuentro en los Evangelios 3 depósitos confiados al justo José por la divina Providencia y al mismo tiempo también 3 virtudes que sobresalen entre las demás y que responden a estos 3 depósitos.”

El primer Depósito que, el eximio orador halla, es la virginidad maternal de María; con su virtud correspondiente que es la pureza continente de José, en su matrimonio con la Virgen.

El segundo, es la persona de Jesucristo; con la gracia de la fidelidad que le vino adjunta, para sobrellevar ecuánimemente, los cuidados infatigables en la adversidad.

El tercero, es el secreto de que en su virginal esposa, Dios el Salvador, se encarnó por obra del Espíritu Santo.

Secreto que, en San José, era acogido con una humildad y un amor a la vida escondida, sobremanera grandes.

De tal porte y forma que, no dejase germinar en su alma, la vanagloria de ser el Secretario de Dios.

Y que el ocultarse a los ojos de los hombres fuese algo asumido con todas las veras y con una apacible alegría, en el Dios que gusta ser y estar escondido para los sabios y prudentes del mundo.

Y en modesta opinión hay que explicitar un 4º Depósito confiado por Dios a José, que en el tiempo es el primero porque es el que le hace merecer los otros tres: la caridad plena de María.

Con su virtud correspondiente: un altísimo grado de caridad en San José.

La prueba de la Caridad hecha por Dios a José consistió en constatar si él seguía creyendo en la fidelidad matrimonial de su santísima esposa después de su gravidez, sin él saber la causa efectiva de ésta.

Y sin que la noticia del embarazo de su virginal esposa medrase en algo el divino afecto que siempre los había unido en el inmutable amor de Dios.

Solo el sobrio comunicado de María: ‘Estoy encinta’; debería suscitar en él -por gracias actuales que Dios había previsto darle- un altísimo grado de caridad por el cual seguiría creyendo en la fidelidad de su esposa y la seguiría amando -tanto o más que antes- por amor al Dios que los había unido en matrimonio.

Y esto a pesar de que las apariencias sensibles le “gritaban” todo lo contrario.

Siendo “Justo” con anterioridad a la Prueba, se haría así más santo por las gracias actuales que Dios tenía previstas -en mérito a su fidelidad- para forjarlo, a través de Su Fuego, condigno depositario -junto a su Esposa- de los Secretos de Dios.

 

IN MEDIO, VIRTUS

Dos tentaciones debía sortear José en esa encrucijada de caminos: la delación legal de su santa esposa y el alejamiento físico de ella por amarga cobardía, y no por sabia y amorosa prudencia como lo fue.

La primera tentación ya vimos cómo fue rechazada.

Respecto a la segunda, diremos solamente que la separación material de María podría tener 2 causas formales espirituales.

El despecho cobarde de un superficial hijo de Dios o la amante cautela sobrenatural del humilde y sabio Siervo que conoce sus límites y la infinitud de su Padre Eterno.

Sabemos ya que esta última fue efectivamente la causa formal de la separación física, incoada en pensamientos, por José.

La grandeza de San José está en que su fidelidad a la Gracia lo hizo caminar por una firme pero delgadísima cornisa.

Flanqueada por esos dos grandes abismos de tentaciones que, a diestra y a siniestra, lo azuzaban.

Estrecho camino enjuto trazado en medio de murallas de aguas apenas -pero segura y sobrenaturalmente- contenidas.

Puesto en esa coyuntura, ¡cuántas veces no habrá meditado Nuestro Bien-Aventurado José aquel ritornelo de las Sagradas Letras: “¡no te apartes ni a la derecha ni a la izquierda! ”.

In medio, Virtus: la Virtud está en el camino recto que corre flanqueado, a derecha e izquierda, por todos los vicios.

In medio, Virtus: entre el despecho, la indignación verborrágica por un lado y la amarga cobardía silenciosa por el otro.

Nuestro Bienaventurado holló con paso firme el sigilo caritativo, la taciturnidad consecuente con la voluntad de Dios, que los acontecimientos le imponían y le re-presentaban.

“La caridad plena de María” ya desde su noviazgo con la Santísima Virgen, es el primer Depósito divino de José.

Y su primer título de gloria el de ser su Custodio.

Primer Depósito y primer mérito que lo dispuso a todos los otros depósitos y a todos los otros méritos.

Porque esa es la manera divina de dispensar las gracias: la fidelidad a una atrae otras.

Una gracia bien correspondida atrae otras gracias insospechadas; la gracia atrae la gracia.

Y así el santo va de gracia en gracia y “de claridad en claridad” transformándose en la misma imagen del Señor.

 

“SANTO VELO” DE LAS PUREZAS HUMANAS DE DIOS

El 4º Depósito -que como vimos es el Primero- se le otorga definitivamente a José después que reaccionó con un sigilo caritativo frente al secreto, que su virginal Esposa le confió, del mero hecho de su embarazo.

Como Buen Varón de Dios, continente tanto en lo corporal como en lo espiritual, no corrió a divulgar que su esposa estaba grávida sin su intervención, ni se encerró en una acre soledad.

Guardó el secreto de su esposa como un tesoro inexplicable y lo adoró en su apacible soledad, turbada solo por el temor reverencial que le provocó la Omnisciencia Divina que lo Cubría con Su Sombra.

Y ese secreto material lo estrechó en ‘el’ Sufrimiento de su vida que aunque adorable, no dejaba de serle inexplicable.

Y virilmente asumió este su intransferible Dolor en el Buen Combate de la Noche de la Fe.

Que todos los justos deben pasar para cantar eternamente las victorias de Dios en sus afanes.

Y por ello, recibir del Rey Divino su propia corona y su propio halo de gloria.

Porque en el Firmamento Divino cada “estrella” tiene un esplendor diferente.

Y el de San José será el esplendor de una “estrella” 7 veces Acrisolada – “Purgatum septuplum”, que dice el salmista-; que llegó a ser Esposo de la Madre de Dios, de la “Luna”.

Puesto y brillo único en el Coro de los Glorificados.

Fue esa Prueba Dolorosa, asumida en Dios y para su mayor Gloria, la que franqueó para S. José las sucesivas y extraordinarias asistencias del Cielo, mientras caminaba en la tierra.

Y cuando obtuvo la compresión definitiva de Dios, tras el retorno de su alma a su Creador, en el descenso de Jesús al Limbo de los Justos.

Prueba “Clave” tras la que José parece confirmado en gracia y está pronto para ser el Atleta de Dios que sortea todos los obstáculos con los Secretos de Dios a cuestas.

Militar de Dios, arrostra todas las batallas como disimulando, por su continua igualdad de ánimo, ante los hombres, y hasta el mismo Satanás.

Que las pelea cargando con el Botín más valioso que pudo haber existido para todos los piratas del mundo: no el cielo y la tierra juntos, sino al mismísimo Autor y Gobernador Plenipotenciario de ellos y en presencia de Niño.

Prueba “Clave” que le da el derecho y el deber -hasta que Dios lo dispusiese- de ser el Santísimo velo humano de las purezas humanas de Dios por Antonomasia.

El cuerpo y el alma humanas de Dios: y el cuerpo y el alma humanas de su Santísima Madre.

Prueba “Clave” que, como había sido al principio -en los tiempos del Templo- ahora lo Confirma como “velo despistador” -para el mundo y para Satanás-.

Pero esta vez de la Concepción Virginal del Verbo de Dios en el seno purísimo de la Santísima Virgen María.

San Ignacio de Antioquia así lo ve a San José y la Iglesia lo trae en su Breviario Monástico.

Oro Puro en las manos de Dios -habiendo llegado al grado de santidad querido por Él- San José estaba pronto para ser el custodio definitivo de los tesoros más preciados de Dios.

El Gran Asegurador Trinitario se hacía un “cofre” auríferamente condigno para sus “lingotes” divinos de superlativos quilates que, en la Tierra debían ser custodiados 30 años, por un Padre según su corazón.

Ese vino a ser San José en el instante onírico en el que se le apareció San Gabriel.

Y le grabó a fuego, en el Oro de su alma, las palabras de su Anunciación de Esposo de la Madre de Dios, por las que se le promulgaba Padre de Dios en la tierra:

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa porque su concepción es del Espíritu Santo, etc.”

 

ORACIÓN

¡Oh, Apacible San José:
en las pruebas que Dios nos envía,
a través de nuestros hermanos en la Fe:
alcánzanos de Él,
dos cosas de las que sos Ejemplar:
el Temor Reverencial de hijos de Dios;
y la Paciencia Fraterna,
con el Silencio Adorante del corazón y de la lengua!


Por Hilario Atanasio Desarriano.

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