Sueños de San Juan Bosco: los Mártires de Turin, 1845

Un sueño había de ilustrar la mente de San Juan Bosco sobre el fin glorioso de los esclarecidos mártires de Turín, Adventor, Octavio y Solutor, cuyo martirio había tenido como escenario, según lo indicara la Señora de sus pensamientos, el mismo lugar en que sus obras comenzaban a incrementarse prodigiosamente…

He aquí lo que nos dice Lemoyne, que recogió el relato de labios del Santo:

Le pareció encontrarse en el extremo septentrional del Rondó o Círculo Valdocco y dirigiendo la mirada hacia el Dora, entre los esbeltos árboles que en aquel tiempo adornaban, perfectamente alineados, la avenida hoy denominada Regina Margherita, vio hacia la parte baja, a una distancia de unos setenta metros de la contigua calle Cottolengo, en un campo sembrado de patatas, maíz, fréjoles y repollos, a tres bellísimos jóvenes resplandecientes de luz.

Estaban a pie firme en el mismo espacio que le había sido indicado en el sueño precedente, como teatro de su glorioso martirio. Los tres le invitaron a bajar y a unirse a ellos. San Juan Bosco se apresuró a hacerlo, y cuando, estuvo en su compañía le condujeron amablemente hasta el extremo del lugar en el que ahora se eleva la majestuosa iglesia de María Auxiliadora.

El Santo, después de recorrer un breve espacio, yendo de maravilla en maravilla, se encontró en presencia de una Matrona magníficamente ataviada y de una indecible hermosura, de extraordinario esplendor y majestad, junto a la cual se veía un venerable senado de ancianos con aspecto de príncipes. A Ella como a Reina formábanle cortejo innumerables personajes de una belleza y de una gracia deslumbradoras.

La Matrona, que había aparecido en el lugar que hoy ocupa el altar mayor de la iglesia grande, invitó a San Juan Bosco a que se le acercara. Cuando lo tuvo junto a sí, le manifestó que aquellos tres jóvenes que le habían conducido a su presencia, eran los Mártires Solutor, Adventor y Octavio, y con esto parecía quererle indicar que ellos serían los patronos especiales de aquel lugar.

Después, con una encantadora sonrisa y con afectuosas palabras lo animó a que no abandonara a sus jóvenes y a proseguir cada vez con mayor entusiasmo la obra emprendida; le anunció que encontraría obstáculos al parecer insuperables, pero que todos serían vencidos y allanados si ponía su confianza en la Madre de Dios y en su Divino Hijo.

Finalmente le mostró a poca distancia una casa, que realmente existía y que después supo ser propiedad de un tal señor Pinardi, y una pequeña iglesia en el sitio preciso en el que ahora se encuentra la de San Francisco de Sales con los edificios anexos.

Levantando la diestra, la Señora exclamó con voz inefablemente armoniosa: «HAEC EST DOMUS MEA: INDE GLORIA MEA». Al oír estas palabras, San Juan Bosco se sintió tan emocionado que se estremeció y entonces la figura de la Virgen, que tal era aquella Señora y toda aquella visión desapareció como la niebla en presencia del sol.

Él, entre tanto, confiado en la bondad y en la misericordia divina, renovó a los pies de la Santísima Virgen la consagración de sí mismo a la obra a la cual había sido llamado.

A la mañana siguiente, muy contento por el sueño que había tenido la noche anterior, Don Bosco se apresuró a visitar la casa que la Virgen le había indicado. Al salir de su habitación dijo al teólogo Borel: —Voy a ver una casa a propósito para nuestro Oratorio.

Pero, cual no sería su sorpresa cuando, al llegar al lugar indicado, en vez de encontrar una casa con una iglesia, halló una morada de gente de mala vida. Al regresar al Refugio y habiendo sido interrogado por el mismo teólogo, sin más explicación, le dijo que la casa sobre la cual había fundado sus proyectos, no le servía para el fin propuesto. En otro sueño recibió de la Virgen la explicación, y el sitio le sirvió.