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Cómo podemos Sumarnos a la Iglesia para Promover el Reinado de María

Desde épocas antiguas se tiene a la Virgen por Reina.

También se le ha denominado Emperatriz del Cielo.

Numerosos santos han difundido la devoción de que existe en el cielo una Reina que además es nuestra Madre.

Y que tiene la misión de guiarnos hacia el Rey, su hijo.

En cada época se han ideado modos de expresar el amor a la Virgen y la manera de recordar su reinado.

Que es profundamente bíblico.

 

LA VIRGEN MARÍA REINA SEGÚN LA BIBLIA

En el Apocalipsis de San Juan, el capítulo 12 se inicia con la figura de la Mujer que es la Reina.

Ella aparece con doce estrellas como corona, vestida de sol (como si deslumbrase), y la luna bajo sus pies.  

Esta mujer es la Virgen, es la Madre del Rey de Reyes.

Recordemos que Jesús le dice a Pilatos que Él es Rey (San Jn 18: 37).

En la Encarnación el arcángel Gabriel le dice que le dará el trono de David y que reinara, y su reino no tendrá fin.

Ella es reina por ser madre del rey; y no lo sería si no fuera la madre.

Pero también en el Antiguo Testamento existen referencias que permiten observar como la madre es también la reina, pues el rey le tiene un afecto especial.

“Entró Betsabé donde el rey Salomón para hablarle acerca de Adonías.

Se levantó el rey, fue a su encuentro y se postró ante ella, y se sentó después en su trono; pusieron un trono para la madre del rey y ella se sentó a su diestra.

Entonces ella dijo: Te hago una pequeña petición; no me la niegues.

Y el rey le dijo: Pide, madre mía, porque no te la negaré” (1 Reyes 2, 19-20)

La madre de Salomón está sentada a la derecha en un trono, o sea el lugar destinado para la persona más importante luego del rey.

Aunque no dice explícitamente que ella es reina.

Este pasaje que reproducimos recuerda también las bodas de Caná, donde la Inmaculada pide y el Hijo se lo da.

Existe otro pasaje donde se observa como le es quitado el título de reina, a la madre del rey, por practicar la idolatría.

“Y él también depuso a Maaca, su madre, de ser reina madre, porque ella había hecho una horrible imagen de Asera, y Asa derribó la horrible imagen, la hizo pedazos y la quemó junto al torrente Cedrón” (1 Reyes 15, 13)

En el caso de la Santísima Virgen nos encontramos con una reina muy especial, que dedicó su existencia a promover que todos los seres humanos sigan al Rey.

Galería de los Uffizi

 

LA REINA QUE LLAMA A SEGUIR AL TODOPODEROSO

Ella se ha convertido en la que crio al Señor, le enseño a caminar, le dio de comer, entre tantas otras cosas.

Estuvo pendiente de su hijo. Y al lado de la cruz siempre se mantuvo fiel.

En alusión a ello dirá San pablo,

«Si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará» (2 Timoteo 2, 12)

¿Quién más digna de llamarse Reina que la Inmaculada?

Firme al lado de su Hijo, junto a la cruz; estuvo en las buenas y en las malas con el Señor.

San Andrés de Creta le llama:

Reina de todos los hombres, porque, fiel de hecho al significado de su nombre, se encuentra por encima de todos, si sólo a Dios se exceptúa”.

Y San Germán:

Siéntate, Señora: eres Reina y más eminente que los reyes todos, y así te corresponde sentarte en el puesto más alto”

San Juan Damasceno la llama: “Reina, Dueña y Señora”.

También es referida por San Ildefonso así:

“¡Oh Señora mía!, ¡oh Dominadora mía!: tú mandas en mí, Madre de mi Señor…, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas”.

Este apelativo también se puede observar en la oración final del Oficio de la Inmaculada.

El Papa Pío XII al proclamarla como Reina lo resume así:

“Por ello San Alfonso de Ligorio, resumiendo toda la tradición de los siglos anteriores, escribió con suma devoción:

‘Porque la Virgen María fue exaltada a ser la Madre del Rey de los reyes, con justa razón la Iglesia la honra con el título de Reina’”

De ningún modo la Biblia prohíbe llamarla Reina como suelen expresar los protestantes.

Ni tampoco tiene nada que ver los apelativos que aparecen en el Antiguo Testamento sobre la Reina del Cielo. Esta era una diosa, que no tiene nada que ver con la Virgen.

Corona de la Virgen de Fátima con bala que hirió a Juan Pablo II

 

EL REINADO DEL CIELO

A la Inmaculada se le da el título de: “Reina del Cielo” porque Ella es la que está en el Cielo.

Cristo mismo ha dicho que su Reino no es de este mundo, sino que está en medio de nosotros.

En el Nuevo Testamento se observan alegorías relacionadas al Cielo como fin del cristiano, como parte de ir al encuentro del esposo.

Si San Pablo está refiriéndose a reinar con Él, cabe la posibilidad de ser reyes del lugar donde estemos.

¿Y dónde más estaremos si estamos con Jesús?

Precisamente en el Cielo.

Allí junto al Cordero, el que está sentado a la diestra del Padre y que vendrá a juzgar a vivos y muertos; y su reino no tendrá fin.

Entonces se levantará un pueblo numeroso para proclamar que Cristo es el Rey, y la Madre que está a su lado también le dirá: Digno es el Cordero de recibir la alabanza.

Porque aunque la Virgen es Reina y Madre de Cristo, también Ella misma reconoce que Él es Dios.

Y lo dice en el canto del Magníficat:

Bienaventurada me llamarán todas las generaciones, por el Poderoso ha hecho obras grandes por mí.

Su nombre es santo y su misericordia llega de generación en generación”.

Estas son enseñanzas en que la Iglesia se ha esforzado para hacerlas comprender de diversas formas.

 

LA DIDÁCTICA DE LA ENSEÑANZA DE LA FE

Durante muchos años la Iglesia ha querido resguardar la fe, es por ello que utilizando diferentes ideas.

En especial a través de las enseñanzas recibidas de los apóstoles.

En un principio se utiliza el arte, como las pinturas.

Después lo hará representando la coronación de la Virgen.

Durante la Edad Media se observa a la Virgen sentada o bien parada, cargando al Niño Jesús y en su cabeza una corona.

Sobresalen algunas pinturas o esculturas como la Virgen en Montserrat que es del siglo XII.

Las pinturas en cada siglo hacen referencia a que el tema de la realeza de María no es nuevo.

El santo rosario lo tiene por el último misterio glorioso.

A través del rosario y de las oraciones, la Iglesia recuerda el reinado de la Virgen.

Después de ser elevada en cuerpo y alma fue coronada como Reina y Señora de todo lo creado.

Ahí entra la didáctica de la enseñanza.

Los frailes capuchinos tienen un papel muy importante en la forma en que se pusieron a celebrar a la Virgen como reina.

Ellos buscaban joyas para decorar y hacer coronas para las imágenes de la Virgen.

Esto tenía un doble propósito. Por un lado recordar que la Virgen es Reina.

Y por el otro lado, buscar el arrepentimiento, el desprendimiento, y ayudar a ser menos vanidosos y más sencillos

Padre Kentenich coronando imagen de Nuestra Señora de Schoenstatt

 

EL RECURSO DE LA CORONACIÓN DE IMÁGENES

De esa forma ya desde el 1500 se colocaban coronas en las imágenes de la Virgen.

Este acto puede darse de tres formas según los ritos de la Iglesia.

El primero es por los fieles o el sacerdote que corona a la imagen.

Puede verse en este artículo la forma en que un fiel laico puede coronar una imagen de la Virgen para su hogar o grupo de oración.

El segundo se le llama coronación diocesana, y es cuando el obispo coloca una diadema o corona sobre la cabeza de la Virgen.

Y también existe la coronación pontificia o canónica, la tercera forma, que es cuando el Papa por medio de una bula decreta la coronación.

Este símbolo es la expresión máxima que puede recaer sobre una obra de arte que represente a la Inmaculada, la Virgen Madre de Dios.

Por ello muchas naciones han celebrado desde épocas remotas a la Esclava del Señor como Reina.

Nuestra Señora de Monserrat

 

LAS CORONACIONES TIENEN COMO OBJETO AUMENTAR LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN

En especial cuando es necesario recordar que la Virgen es madre y da a todos su amor maternal.

La primera imagen coronada pontificiamente en España fue la Virgen en Veruela, a pesar de que la Patrona de España es la Inmaculada

El Papa Pío XII al instituir la fiesta de María Reina pide que se consagren cada año a la Inmaculada, en la fecha de la “Virgen como Reina”.

En ese año la fiesta era el 31 de mayo, pero en la actualidad se pasó al 22 de agosto.

Con esa institución muchos países quisieron imitar el ejemplo del Papa y recordar que Ella es la Emperatriz.

En Guatemala por ejemplo ese año fue coronada pontificiamente la Inmaculada Concepción, llamada Virgen de los Reyes.

Que justamente coincidió con la institución de la fiesta, los 100 años del dogma mariano.

Y a ello se le agregó como una acción de gracias por la paz y en recuerdo de los mártires de esos años.

Para Guatemala no es rara esta práctica, ya que desde el siglo XVI se venía celebrando el reinado de la Virgen.

Tal y como lo sugiere el Papa Pío XII:

Gloríense, por lo tanto, todos los cristianos de estar sometidos al imperio de la Virgen Madre de Dios, la cual, a la par que goza de regio poder, arde en amor maternal.”

La práctica de las coronaciones se dio en Guatemala imitando en cierta forma las del Antiguo Testamento, derramando óleo sobre la cabeza de la escultura y luego coronándola.

Así se observa con la Inmaculada franciscana, la Virgen del Manchén, la Virgen de las Mercedes, entre otras.

A este rito se le llamó posteriormente consagración.

Haciendo únicamente la unción y separando por aparte el rito de coronación.

Esto es perceptible en los datos recogidos por los cronistas.

Para ellos el rito no era claro en el nombre, pero si en el hecho.

Así recalcan que la Virgen es Reina.

Incluso cuando se hacían los juramentos por defender a la Virgen como Inmaculada, se le llama Emperatriz del Cielo.

Otra de las expresiones de fe, relacionadas a la Virgen como Reina, es colocarle ricos ropajes bordados por artistas, ya sean monjas, frailes o laicos.

Algunos con mensajes muy expresivos como los que usa la Virgen de Zapopan.

Estas formas de piedad popular tienen por objeto motivar a los cristianos a imitar y amar más a la Inmaculada.

Porque Ella, que es Reina, debe ayudarnos a llevarnos a Jesús, por eso San Luis María de Monstfort dice: “Ella es Reina de los corazones”.

San Maximiliano María Kolbe ha de decir:

La Inmaculada debe conquistar el mundo entero y cada individuo, así podrá llevar todo de nuevo a Dios.

Es por esto que es tan importante reconocerla por quien Ella es y someternos por completo a Ella y a su reinado, el cual es todo bondad.

Tenemos que ganar el universo y cada individuo ahora y en el futuro, hasta el fin de los tiempos, para la Inmaculada y a través de Ella para el Sagrado Corazón de Jesús.

Por eso nuestro ideal debe ser: influenciar todo nuestro alrededor para ganar almas para la Inmaculada, para que Ella reine en todos los corazones que viven y los que vivirán en el futuro.

Para esta misión debemos consagrarnos a la Inmaculada sin límites ni reservas.”

Fuentes:


Enrique Alfaro, de Guatemala, Profesor de Arte y Teología

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00 Todas las Advocaciones 08 Agosto ADVOCACIONES Y APARICIONES FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María Movil Noticias 2018 - julio - diciembre

Coronación de la Virgen María: María Reina de todo lo Creado (22 ago)

Pío XII estableció la Fiesta de la Realeza de la Virgen María en 1954.

Instituyendo la fiesta Litúrgica al coronar a la Virgen en Santa María la Mayor, Roma.

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Y promulgó el Magisterio acerca de la dignidad y realeza de María, en la Encíclica Ad coeli Reginam.

Leer también:

Cómo CORONAR una Imagen de la Virgen María [para Fiesta de Santa María Reina]

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La Coronación de María Santísima como Reina y Señora de Todo lo Creado – visión de María Valtorta

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Resumen de las principales ideas que movieron a Pío XII a instituir la Fiesta de María Reina 1-11-1954

Carta Encíclica Ad Coeli Reginam de Pío XII – sobre la realeza de la Santísima Virgen María y la institución de su fiesta

María Reina del Universo – Catequesis de s.s. Juan Pablo II

5º misterio Glorioso la Coronación de la Virgen María por San Josemaría Escrivá de Balaguer

Coronacion de la virgenBernardo Lorente Germán

 

UNA EXPLICACIÓN SENCILLA DE POR QUÉ MARÍA ES REINA DEL CIELO

Todos sabemos que Cristo, el segundo Adán, es el Rey de los Cielos.
.
Pero si el segundo Adán es el Rey de los Cielos, entonces es natural que la Segunda Eva sea la Reina del Cielo.

Y esto es algo en la Biblia.
.
En Apocalipsis 12, cuando vemos a María en el cielo, vestida del sol y de pie sobre la luna, observa que ella está usando una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

¿Cuánto más claro podría uno significar que alguien es la Reina del Cielo que usar una corona celestial formada por estrellas?

Hay otros aspectos de la realeza de María podríamos poner de manifiesto.

Por ejemplo, el hecho de que Cristo es Rey, y María que es su madre, significa que es la reina-madre del Rey, por lo tanto es la Reina. 

En el Antiguo Testamento un Rey podía tener muchas esposas, pero sólo tiene una madre.

La madre del rey era a menudo la Reina.

De modo que si Jesús es Rey, entonces María es Reina, sin embargo significa que no tiene autoridad alguna sobre sus decisiones, salvo un susurro en la oreja (“Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino»” – Jn 2:3).

Así que llamar a María como Reina no disminuye en lo más mínimo la autoridad del Rey (Jesús), como consideran los protestantes y algunos católicos creen pero no dicen en voz alta.

De hecho, la refuerza.

¿Qué Rey respetable no tiene una Reina?

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ESTÁ EN LAS ESCRITURAS TAMBIÉN

El Apocalipsis 12: 1-5 dice:

Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz.

Y apareció otro signo en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas.

Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra.

El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz.

 La Mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro.
.
Y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono.

Jesús sólo tenía una madre y este pasaje está hablando de la mujer que dio a luz al Salvador.
.
Ella tiene una corona. 

El pasaje también muestra claramente a María como un participante activo en la guerra contra el diablo.

El pasaje presenta a Jesús en su trono que le corresponde.

En el antiguo testamento la Reina a menudo no era la esposa del rey, sino la madre.

En la Antigua Alianza un rey podía tener muchas mujeres, pero sólo tendía una madre. 

La idea de la Reina Madre era ubicua [por todos lugares] … no encuentras monarquías antiguas en el Oriente Próximo u Oriente Medio que no tenagn Reinas Madres

Y [la reina madre] fue una de las más conocidas instituciones de la antigua monarquía de Israel, o después de la Guerra Civil, la antigua monarquía de Judá…” (Dr. Scott Hahn, «María, Santa Madre», 16)

La palabra hebrea es «gebiran», que significa «gran dama», lo que sin duda era María.

Hay referencias en el Antiguo Testamento a la Reina Madre. 1 Reyes 15:13,

“Entonces el rey Joaquín, junto con sus consejeros, nobles y funcionarios, y la reina madre, se entregó a los babilonios”. (2 Reyes 24:12)

Ella tenía un trono en un lugar de honor en la corte real, sentada al lado del Rey.

Ella era reverenciada y honrado de forma única por el Rey, intercedía ante el rey por sus temas, el Rey le rendía homenaje a sus peticiones, y ella tenía un papel que desempeñar en el culto, no como un cura, pero sin duda un papel” (Ibid Scott Hahn 16)

Galería de los Uffizi

 

JUAN PABLO II SOBRE MARÍA REINA

Juan Pablo II, el 23 de julio del 1997, habló sobre la Virgen como Reina del universo.

Recordó que

A partir del siglo V, casi en el mismo período en que el Concilio de Éfeso proclama a la Virgen ‘Madre de Dios’, se comienza a atribuir a María el título de Reina.

El pueblo cristiano, con este ulterior reconocimiento de su dignidad excelsa, quiere situarla por encima de todas las criaturas, exaltando su papel y su importancia en la vida de cada persona y del mundo entero.

Como quiera que plugo a Dios no manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los Apóstoles antes del día de Pentecostés «perseverar unánimemente en la oración con las mujeres, y María la Madre de Jesús y los hermanos de éste» .

Y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación.

Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan y vencedor del pecado y de la muerte.

Al concluir la Catequesis «María Reina del Universo» (23-7-1997), enseñaba:

 Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario.

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación, para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida.

Es una Reina que da todo lo que posee, compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

coronacion-de-maria

 

PABLO VI Y GRIGNIÓN DE MONFORT

En su Carta Apostólica Marialis cultus Pablo VI subrayaba el vínculo profundo que existe entre la Asunción y la Coronación de la Virgen, con estas palabras:

La solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la Realeza de María, que tiene lugar ocho días después.
.
Y en la que se contempla a Aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre. (Marialis cultus, 6)

En el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort escribió:

María es la Reina del cielo y de la tierra, por gracia, como Cristo es su Rey por naturaleza y por conquista.

Ahora bien, así como el reino de Jesucristo consiste principalmente en el corazón o interior del hombre, según estas palabras: «El reino de Dios está en medio de ustedes», del mismo modo, el reino de la Virgen María está principalmente en el interior del hombre, es decir, en su alma.

Ella es glorificada sobre todo en las almas juntamente con su Hijo más que en todas las creaturas visibles, de modo que podemos llamarla con los Santos: Reina de los corazones…. (punto 38)

Diego-Velázquez-coronacion-de-maria-fondo

 

SALUDO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

Pidamos al Espíritu Santo, por mediación de María, nos conceda a cada uno de los fieles laicos un impulso creciente en la obra catequética, con la oración:

Salve, Señora, santa Reina,
Santa Madre de Dios, María,
que eres Virgen hecha Iglesia,
y elegida por el Santísimo Padre del Cielo,
que te consagró con su Santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Paráclito,
en la que estuvo y está
toda la plenitud de la gracia y todo bien.
Salve, palacio suyo;
Salve, tabernáculo suyo;
Salve, casa suya.
Salve, vestidura suya;
Salve, esclava suya;
Salve, Madre suya;
y vosotras todas, santas virtudes,
que por la gracia e iluminación del Espíritu Santo
sois infundidas en los corazones de los fieles,
para que de los no creyentes hagáis fieles a Dios.  

Fuentes:

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Jesús se Aparece para Instaurar la Devoción a la Victoriosa Reina del Mundo

Jesús se le apareció a Sor Natalia Magdolna.

En medio de la lucha final contra el demonio.

Para pedirle la instauración de una devoción especial para esta época.

Se trata de la devoción a su madre triunfante en la lucha contra el demonio.

A la Victoriosa Reina del mundo.

Para acelerar su triunfo.

Virgen Maria y el rosario

Se trata de una devoción actual, porque Sor Natalia falleció en 1992.
.
Y fue el propio Jesús que le dictó lo que deberíamos hacer para venerar a su madre como la Victoriosa Reina del Mundo.

Primero veremos quien esta mística y vidente y luego la devoción.

 

QUIEN FUE SOR NATALIA MAGDOLNA

Sor Natalia Magdolna, de las Hermanas del Buen Pastor de Santa María Magdalena, nació en 1901 cerca de Pozsony, en la actual Eslovaquia.

Sor_natalia magdolna

Sus padres eran artesanos de origen alemán.

De joven aprendió el húngaro y el alemán, y más tarde el francés.

Recibió los mensajes de Nuestro Señor en húngaro.

Su vida está llena de acontecimientos históricos y políticos ya que vivió casi todo el turbulento siglo XX.

Murió el 24 de abril de 1992, en olor de santidad.

Desde temprana edad percibió claramente su vocación religiosa y a los diecisiete años entró al convento de Pozsony.

A los treinta y tres años sus superioras la enviaron a Bélgica de donde volvió al poco tiempo porque se enfermó.

Y la regresaron a Hungría, su patria, donde vivió en los conventos de Budapest y Keeskemet.

En Hungría empezó a tener locuciones interiores y visiones sobre el destino de Hungría y del mundo.

Aunque ya de niña había tenido fuertes experiencias místicas.

Estos mensajes son un llamado a la reparación de los pecados y a la enmienda.
.
Y a la devoción al Corazón Inmaculado de María como la Victoriosa Reina del Mundo.

.
La mayoría de estos mensajes los recibió entre los años 1939 y 1943.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Sor Natalia aconsejó al Papa Pío XII que no fuera a Castelgandolfo, su residencia de verano, porque sería bombardeada, como de hecho lo fue.

También le fue pedida la práctica de Ofrecimiento de Vida, con una serie de promesas, que pueden leerse aquí.

Galería de los Uffizi

 

SE LE APARECEN EL REY Y LA REINA

Veamos como lo narra Sor Natalia.

Fue en la festividad de Cristo rey de 1939 cuando tuve la visión del Salvador como mi real esposo.

Su figura era majestuosa y su rostro muy hermoso.

Todo irradiaba amor.

El manto real colgaba de sus hombros y una corona de tres piezas brillaba en su cabeza.

Cuando estoy frente a un hombre ilustre, mi corazón late con fuerza, pero en ese momento no.

Sentí que Él me atraía a su divino Corazón con su ardiente amor.

Esto sucedió con tal fuerza que corrí hacia Él y me postré a sus pies.

Él se inclinó y me levantó, cubriéndome con una punta de su real manto.

–Mi Salvador y mi Rey –grité-. ¡Por favor, reina siempre en mí!

– Mi real trono está ya en tu corazón – me contestó. En ti mi reino está completo. Pero donde reina mi amor, será levantada mi cruz.

Entendí que Jesús quería algún sacrificio de mí.

Me volví hacia Él con alegría, dispuesta a obedecer, y le dije:

– Mi buen Jesús, quiero que reines en mí según tu voluntad; ¡estoy dispuesta a llevar la cruz por ti!

Él me miró complaciente y mientras yo descansaba en su pecho, pude ver cómo Él lanzó una mirada a todo el mundo.

Comprendí que anhelaba algo.

¿Cuál puede ser el deseo de tu Corazón? –pregunté.

Él se inclinó hacia mí con indescriptible amor y me dijo:

– Si el mundo reconoce al Hijo como Rey, es justo, correcto y propio que la Madre del Hijo reciba el honor de Reina.
.
Es por esto que Yo quiero que mi Madre Inmaculada sea reconocida por todo el mundo como la Victoriosa Reina del Mundo.

natalia magdolna

¡Este reconocimiento debe ser proclamado abierta y solemnemente!

Cuando el Salvador dijo “solemnemente” vi que de una brillante nube salió una maravillosa procesión.

No puedo describirla en detalle, porque era una procesión celestial y el lenguaje humano no es apto para describir las cosas celestiales.

Jesús, sin embargo, la miró con gozo.

Vi entonces que los ángeles llevaban un trono celestial y sentada en el trono como una reina, a la Santísima Virgen.

Llevaba un real manto y una triple corona.

La corona tenía una referencia especial a la Santísima Trinidad, ya que la Virgen es al mismo tiempo hija, esposa y madre de Dios.

La Virgen María tenía el cetro de Reina en la mano derecha y una esfera en la izquierda.

En la esfera estaba sentado el Niño Jesús, también en pompa real, pues sobre la cabeza de Jesús vi también una corona.

En la mano izquierda del Niño había una pequeña cruz, que Él apretaba a su Corazón y en su mano derecha el cetro real.

La procesión iba acompañada por una música maravillosa.

De repente, la visión de la procesión desapareció y vi otra vez a Jesús como Rey.

A su derecha estaba su Madre como Reina del Mundo.
.
Entendí que la procesión celestial era la precursora de esas otras muchas procesiones que vendrían a celebrar a María como Reina en todo el mundo.
.
En pueblos y en aldeas, por los campos y las montañas, en los hogares y en los corazones, como la Victoriosa Reina del Mundo.

Durante esta visión, el Salvador me hizo saber que esta solemne fiesta sería celebrada durante el reinado del Papa Pío XII (esto ocurrió en 1954 durante el Año Mariano).

Además Jesús me hizo saber que Él bendeciría está fiesta de una manera especial.

Los sacerdotes escogidos para promover esta devoción sufrirían mucho y serían humillados.

Pero Jesús prometió su ayuda a esos sacerdotes.

“Estaré con ellos en sus sufrimientos” –me dijo, y mientras decía esto, puso su mano derecha en su Corazón y la levantó para bendecir: la gracia fluía como un río sobre las almas escogidas de esos sacerdotes.

Entonces vi cómo su mirada se posaba sobre mi padre confesor y entendí lo que le dijo:

“Las bendiciones de mi Corazón, la llama de mi Amor y la fuerza de mi Voluntad estarán con mis sacerdotes fervientes.
.
Ellos serán la escalera por la que mi Madre Inmaculada subirá hasta el trono de su gloria como la Victoriosa Reina del Mundo”.

victoriosa reina del mundo

 

LA DEVOCIÓN A LA VICTORIOSA REINA DEL MUNDO CONDUCE A LA PAZ

Entendí también que Jesús deseaba establecer una nueva congregación religiosa con el nombre de la “Sociedad de María”.

Entendí que esto debía comunicarse lo más pronto posible a los sacerdotes: ésta era la voluntad de Dios para salvar almas.

Vi que la devoción universal a la Santísima Virgen como la Victoriosa Reina del Mundo comenzaría en Hungría.

Me di cuenta que el Salvador ardientemente deseaba que se estableciera esta devoción.

Con esto, el Padre celestial quiere probarle al mundo que la Santísima Virgen, como Reina del Mundo, será victoriosa sobre el mundo, el pecado y el infierno.

Después de esto el Salvador me dijo que Él concedería la paz prometida al mundo sólo si se extiende por todo el orbe la devoción a su Madre Inmaculada como Reina del Mundo y se establece la Orden de María.

También vi que hablando de paz el Salvador no se refería a la paz que seguiría a la Segunda Guerra Mundial, sino a la que vendría después de la purificación del mundo.

La palabra “paz” tiene un significado muy profundo y secreto y por esto, cada vez que la escuchaba de los labios de Jesús, un mar de luz irradiaba de su boca y mi alma se llenaba de indecible felicidad.

No me sentí digna de preguntarle sobre este secreto.

Coronacion de la virgenBernardo Lorente Germán

 

¿CÓMO APRESURAR LA VICTORIA DE LA REINA DEL MUNDO?

Jesús dijo:

– Mi Madre Inmaculada será la Corredentora de esta era que viene.

– Jesús mío, ¿qué debemos hacer para acelerar la victoria de Nuestra Madre Inmaculada y nuestra Reina?

– Díganle con frecuencia: “¡Madre Nuestra Inmaculada, muéstranos tu poder!”

Triunfo Inmaculado Corazón de María

Cuando repetí esta oración, le pregunté a nuestra Madre:

– ¿Qué quieres que hagamos hasta que llegue tu gloriosa era?

El vestido de la Virgen cambió de color.

Estaba cubierto con un velo negro transparente, aunque en su cabeza todavía vi su triple corona.

Su feliz semblante de improviso cambió a una expresión de profunda tristeza.

Dobló sus manos y rogó por el mundo, llamando a todos:

“¡Vengan, mis queridos hijos, y junto conmigo consuelen al Padre celestial que está profundamente ofendido!”

Coronacion de Maria, el Greco

 

EL PEDIDO DE REPARACIÓN

Fue claro para mí que todo el mundo, en especial modo Hungría, tenía que hacer mucha penitencia, reparación y sacrificios.

Jesús me explicó en numerosas ocasiones qué es lo que Él consideraba como reparación y lo que deseaba que hiciéramos.

1 – La primera forma de entender la reparación es que cada uno se esfuerce por cambiar su vida.
.
2 – “Yo redimí al mundo con ayuno y oración durante la noche.
Yo pido ayuno, oración, rezar la Hora Santa, orar en la noche y aguardar con paciencia los sufrimientos por mi amor”.
.
3 – Jesús nos pide el rezo del rosario.
Vi que cuando se reza cada cuenta, una gota de la sangre de Jesús cae sobre la persona por quien se dice, o sobre aquellas almas que Jesús quisiera salvar.
Esto fue pedido especialmente por las almas del purgatorio.
.
4 – Jesús pide en particular la devoción al Corazón Inmaculado de su Madre.

Coronacion de la virgen maría

 

ORACIÓN A LA VICTORIOSA REINA DEL MUNDO (1986)

“¡Virgen Madre nuestra,
Victoriosa Reina del Mundo,
muéstranos tu poder!”

El Señor Jesús nos pide que recemos con gran fe y con frecuencia esta oración, y especialmente ahora que estamos viviendo en el tiempo de María.

Cuando la “plenitud de los tiempos” venga pronto y Ella podrá darnos de nuevo a su Hijo.

Como Dios, el Salvador, redimió al mundo con la asistencia de la Virgen, así será también ahora.
.
A través de María Él salvará al mundo, ahora sumergido en el pantano del pecado, de la merecida aniquilación.

– Repito de nuevo – dice Jesús –, ¡regocíjate, recen y tengan fe!

El mundo se inclinará ante la orden de mi Madre Inmaculada, el crimen y el pecado cesarán, las puertas del infierno se cerrarán y el correr de la sangre se detendrá.

La felicidad de la legada nueva era llenará el cielo y la tierra, la humanidad me adorará y me bendecirá y vivirá en mi amor.

– ¿Cuándo vendrá todo esto, Jesús mío?

– La gracia prometida está muy cerca.

– ¿Cómo vendrá, ya que no se ve que la gente esté mejorando?

– La gracia que ustedes pierden por los pecados del país y de la Iglesia será recuperada abundantemente por los ricos méritos de mi Madre Inmaculada.

A pesar de toda esta destrucción, la fuerza de mi Madre Inmaculada, su Reina, vencerá a todos los enemigos.

El Padre Eterno le dio este poder como regalo.

La victoria será suya aunque el infierno y el mundo la ataquen uniendo todo su poder.

La victoria de mi Madre Inmaculada se llevará a cabo como fue decidido en el momento de la Creación por la Santísima Trinidad.

Yo doté a mi Madre de mi poder divino y las tres personas de la Santísima Trinidad la bendijeron.

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A la Reina del Cielo Breaking News Catolicismo DEVOCIONES Y ORACIONES Giorgio Sernani Movil NOTICIAS Noticias 2018 - julio - diciembre Virgen María

Cómo CORONAR una Imagen de la Virgen María

Siempre es una ocasión precisa para que le pongas un Corona de Nuestra Madre.

A María Reina.

Corona la imagen de la Virgen María que tengas en tu Casa o en tu Grupo de Oración.

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Desde el Concilio de Nicea en el año 787, la Iglesia ha afirmado con frecuencia que es lícito venerar las imágenes de Cristo, María y los santos. 

Esta es una práctica antigua de las iglesias cristianas en Oriente y en Occidente. 

La coronación es una forma de reverencia mostrada con frecuencia a las imágenes de la Virgen María. 

Es sobre todo desde fines del siglo XVI que en Occidente la práctica de coronar las imágenes de la Virgen se generalizó en los fieles, tanto por religiosos como laicos.

Porque María es Reina; Reina y Señora de todo lo creado.
.
A través de los siglos los cristianos así la reconocieron en Oriente y Occidente.

Al Papa Pío XII correspondió el honor de fundamentar la doctrina sobre la Realeza de María e instituir su fiesta, en su magna encíclica “Ad Coeli Reginam”, uno de los hechos dominantes del primer Año Mariano Universal.

En ella nos dice:

“Hemos recogido de los monumentos de la antigüedad cristiana, de las oraciones de la liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas partes, expresiones y acentos según los cuales la Virgen Madre de Dios está dotada de la dignidad real.

Y hemos demostrado también que las razones sacadas por la Sagrada Teología del tesoro de la fe divina, confirman plenamente esta verdad.

De tantos testimonios aportados se forma un concierto, cuyo eco llega a espacios extensísimos, para celebrar la suma alteza de la dignidad de la Madre de Dios y de los hombres, la cual ha sido exaltada a los reinos celestiales por encima de los coros angélicos”. (Pío XII, Encíclica “Ad Coeli Reginam”, 11 de octubre de 1954)

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MARÍA ES REINA CORONADA

El 1º de noviembre del mismo año, en la Basílica Santa María la Mayor, ante 450 delegaciones de los santuarios marianos más importantes del mundo, que llevaban sus estandartes con las Imágenes de sus advocaciones, el Papa Pío XII proclamó la Realeza de María.

Y coronó a la Virgen como Reina del Mundo en su Icono Salus Populi Romani, y explicó el sentido de esa Realeza:

“La realeza de María es una realeza ultraterrena, la cual, sin embargo, al mismo tiempo penetra hasta lo más íntimo de los corazones y los toca en su profunda esencia, en aquello que tienen de espiritual y de inmortal.

El origen de las glorias de María, en el momento culmen que ilumina toda su persona y su misión, es aquél en que, llena de gracia, dirigió al arcángel Gabriel el Fiat que manifestaba su consentimiento a la divina disposición.

De tal forma que Ella se convertía en Madre de Dios y Reina, y recibía el oficio real de velar por la unidad y la paz del género humano”. (Pío XII, Alocución “Le testimonianze”, 1º de noviembre de 1954)

María es coronada como Reina en el Cielo, por la Santísima Trinidad.
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Su corona es el Amor de las tres Divinas Personas Su corona.
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Son las doce estrellas que nos muestra el Apocalipsis, que simbolizan las doce tribus de Israel y los doce Apóstoles, con todos nosotros, sus hijos.

El Ritual de la coronación de una imagen de la Santísima Virgen explica la naturaleza y significado del rito:

“La veneración de las imágenes de la Santísima Virgen María frecuentemente se manifiesta adornando su cabeza con una corona real.

Y, cuando la imagen de la Santa Madre de Dios lleva en sus brazos a Su Divino Hijo, se coronan ambas imágenes (…).

Obispo Coronando a María Auxiliadora en Sevilla
Obispo Coronando a María Auxiliadora en Sevilla

La costumbre de representar a Santa María Virgen ceñida con corona regia data ya de los tiempos del Concilio de Efeso (431) lo mismo en Oriente que en Occidente.

Los artistas cristianos pintaron frecuentemente a la gloriosa Madre de Dios sentada en solio real, adornada con regias insignias y rodeada de una corte de ángeles y santos del cielo.

En esas imágenes no pocas veces se representa al divino Redentor ciñendo a su Madre con una refulgente corona” (Pío XII, “Ad Coeli Reginam”, 11 de octubre de 1954).

Por eso el pueblo de Dios tiene innumerables imágenes, en todas las latitudes, de muy diversas hechuras, con mayor o menor valor artístico, que los pastores coronaron reconociendo la realeza siempre maternal, y siempre dulcemente amorosa, sobre ese pueblo.

Y en muchos casos, el propio Sumo Pontífice es quien las coronó. Así fueron honradas las más célebres imágenes del mundo, entre las que se cuentan muchas nuestras.

El Papa –o el obispo- al coronar la Imagen eleva una plegaria en la que reconoce la realeza de Jesucristo y María:

“Bendito eres, Señor,
Dios del Cielo y de la Tierra,
que con tu misericordia y tu justicia
dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes;

de este admirable designio de tu providencia
nos has dejado un ejemplo sublime
en el Verbo Encarnado y en Su Virgen Madre:

Tu Hijo, que voluntariamente se rebajó
hasta la muerte de cruz, y ahora
resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha
como Rey de reyes y Señor de señores;

y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava,
fue elegida Madre del Redentor
y verdadera Madre de los que viven,
y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles,
reina gloriosamente con Tu Hijo
intercediendo por todos los hombres
como Abogada de la gracia y Reina de misericordia.

corona que bendijo el Papa

Mira Señor, benignamente, a éstos tus siervos
que al ceñir con una corona visible
la imagen de la Madre de Tu Hijo
reconocen en Tu Hijo al Rey del universo
e invoca como Reina a la Virgen María…”

Son incontables las imágenes que recibieron la coronación pontifica, sin embargo sólo dos lo fueron con el título de “Reina del Mundo”.

En forma expresa y con trascendencia universal: el icono de María Salus Populi Romani, que se venera en la Basílica Santa María la Mayor de Roma.

Y aún antes, la imagen de la Virgen de Fátima en su Capelinha de la Cova de Iría, ésta con un agregado singular: “Reina del Mundo y de la Paz”.

La primera oriental y muy antigua; la segunda occidental y de estos tiempos.

Una permanece en la urbe, la otra peregrinando en sus innumerables copias por el orbe.

Corona de la Virgen de Fátima con bala de JPII
Corona de la Virgen de Fátima con bala de Juan Pablo II

 

LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN DE FÁTIMA

La imagen de la Virgen de Fátima representa y recuerda sus apariciones maravillosas y su mensaje dramático, del cual acabamos de conocer la última parte.
.
Este mensaje se centra en una frase que, lamentablemente, no es suficientemente conocida y meditada:
.
“Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Corazón Inmaculado”.

El Papa Pío XII que la coronó, fue quien consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María.

pidió que esta consagración fuera ratificada en todas las diócesis, parroquias, comunidades y familias, y que la realice cada cristiano.

Y también consagró a Rusia, cumpliendo – en parte – el pedido de Dios.

En los tiempos controvertidos del Concilio Vaticano II, Paulo VI proclamó, en la clausura de la tercera sesión, a María como Madre de la Iglesia.

Los Padres Conciliares se despojaron de sus mitras y de pie se unieron en el más atronador y prolongado aplauso del Concilio.

Fue en ese momento cuando renovó la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María y anunció el envío de la Rosa de Oro a la Virgen de Fátima.

Corona de la Virgen de Nuestra Esperanza

Pío XII tenía una relación con la Virgen de Fátima por haber sido consagrado obispo el mismo día en que Ella se apareció a los pastorcitos.

Pero Juan Pablo II tenía otra mayor, ya que en su día, el 13 de mayo de 1981, salvó milagrosamente su vida una mano materna que desvió la bala.

En acción de gracias peregrinó también a Fátima y repitió su visita el 13 de mayo del 2000, en un acto oficial del Gran Jubileo, ocasión en la que beatificó a Jacinta y a Francisco.

Juan Pablo II no sólo renovó la consagración del mundo –y de Rusia- al Inmaculado Corazón de María, sino que completó este acto según el pedido de la Virgen, haciéndolo con el episcopado mundial el 25 de marzo de 1984.

En esa ocasión hizo llevar la imagen de Fátima a Roma para hacer ante ella la trascendental ofrenda.

En el Año Santo 2000, Bimilenario del Señor, quiso el Papa otra vez en Roma a la “Reina del mundo y de la Paz” porque quiso confiar a María Santísima el tercer milenio, con todos los obispos unidos a él, ante esa imagen.

Así lo hizo el 8 de octubre.

Esta imagen, singular e histórica, honrada por los Papas y las multitudes, recibió la coronación pontificia el 13 de mayo de 1946. 

La corona puesta en las sienes de la Virgen tiene 950 brillantes de 76 quilates, 1400 rosas, 313 perlas, una esmeralda grande y 13 pequeñas, 33 zafiros, 7 rubíes y 26 turquesas. En total 2963 piedras preciosas.

Pero hoy la Virgen luce en su corona una gema más preciosa: la bala que no pudo matar a Juan Pablo II, y que él quiso ofrecerle, colocándola allí, en acción de gracias.

Pongamos nosotros en la corona de la imagen nuestra devoción, nuestras penas y sufrimientos, consagrándonos a Su Inmaculado Corazón con incesante oración, y apresuraremos la gloria de la proclamación del último dogma de la Virgen.

Entonces se colocará la piedra preciosa que falta en su corona de la tierra, y la tierra se unirá al Cielo para contemplar con gozo de eternidad a María Santísima en toda su gloria.

Después de esta historia veamos ahora como coronar una imagen de María.

coronando imagen de la virgen de lujan

 

COMO CORONAR UNA IMAGEN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN TU CASA O GRUPO DE ORACIÓN

Realizaremos una pequeña corona que se ajuste a la cabecita de la imagen de la Virgen María que tengamos en nuestro hogar.
.
La corona puede ser de perlas, puntilla, tela, flores, fantasía, metal, etc.

Lo importante es que un día especialmente elegido.

Puede ser una Fiesta del Señor o de la Virgen, o un sábado que tradicionalmente se dedica a María.

O elegir algún día de mayo, que es su mes; por ejemplo el 13 de mayo en que se celebra la fiesta de Fátima.

O más precisamente en la Fiesta de María Reina el 22 de agosto.

La familia o el grupo de oración se reúne, reza el Rosario y hace una oración de consagración a Jesús en las manos de María.

Para el acto de coronación la imagen debe estar iluminada por una vela, símbolo de la presencia de Cristo que prometió su presencia entre quienes se reúnen en su Nombre.

También debe haber flores naturales en honor de nuestra Reina.

Se comienza el acto de coronación haciendo la Señal de la Cruz, y rezando un Credo para pedir a la Virgen que conserve la fe católica de nuestros hogares y de todos nuestros países.

Se puede agregar un cántico y luego, en silencio, cada uno se consagra personalmente a la Virgen según su devoción personal.

Y después se puede recitar esta oración del Himno Akathistos:

Cantaré un himno a la Reina Madre
y me acercaré gozoso a celebrar sus glorias
cantando alegre sus maravillas
¡Oh Señora!
nuestra lengua es incapaz de alabarte dignamente
pues Tú, que engendraste a Cristo Rey,
has sido elevada sobre los Serafines
Dios te salve, ¡Oh Reina del mundo!
¡Oh María! Reina de todos nosotros

Se procede entonces a colocar en la cabeza de la imagen de María la Corona diciendo:  

¡Santa María, Madre de Dios y nuestra, te coronamos como Reina de nuestra familia (o de nuestro grupo de oración)! 

Finalmente se reza el Santo Rosario y al final se agregarán tres Ave Marías en desagravio al Corazón Inmaculado de María.

También se puede recitar todo el Akathistos:

AKATHISTOS

Salve, por ti resplandece la dicha;
Salve, por ti se eclipsa la pena.
Salve, levantas a Adán, el caído;
Salve, rescatas el llanto de Eva.
 
Salve, oh cima encumbrada a la mente del hombre; 
Salve, abismo insondable a los ojos del ángel. 
Salve, tú eres de veras el trono del Rey;
Salve, tú llevas en ti al que todo sostiene.
 
Salve, lucero que el Sol nos anuncia;
Salve, regazo del Dios que se encarna.
Salve, por ti la creación se renueva;
Salve, por ti el Creador nace niño.
 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 
Salve, ¡Virgen y Esposa!
 
Salve, tú guía al eterno consejo;
Salve, tú prenda de arcano misterio.
Salve, milagro primero de Cristo;
Salve, compendio de todos los dogmas.
 
Salve, celeste escalera que Dios ha bajado;
Salve, oh puente que llevas los hombres al cielo. 
Salve, de angélicos coros solemne portento;
Salve, de turba infernal lastimero flagelo.
 
Salve, inefable, la Luz alumbraste;
Salve, a ninguno dijiste el secreto.
Salve, del docto rebasas la ciencia;
Salve, del fiel iluminas la mente.
 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 
Salve, ¡Virgen y Esposa!

 Salve, oh tallo del verde Retoño; 

Salve, oh rama del Fruto incorrupto. 
Salve, al pío Arador tú cultivas; 
Salve, tú plantas quien planta la vida. 
Salve, oh campo fecundo – de gracias copiosas; 

Salve, oh mesa repleta – de dones divinos. 

Salve, un Prado germinas – de toda delicia; 

Salve, al alma preparas – Asilo seguro.

Salve, incienso de grata plegaria; 
Salve, ofrenda que el mundo concilia. 
Salve, clemencia de Dios para el hombre; 
Salve, del hombre con Dios confianza. 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 

Salve, Nutriz del Pastor y Cordero; 
Salve, aprisco de fieles rebaños. 
Salve, barrera a las fieras hostiles; 
Salve, ingreso que da al Paraíso. 
Salve, por ti con la tierra – exultan los cielos;

Salve, por ti con los cielos – se alegra la tierra. 

Salve, de Apóstoles boca – que nunca enmudece;

Salve, de Mártires fuerza – que nadie somete. 

Salve, de fe inconcuso cimiento; 
Salve, fulgente estandarte de gracia. 
Salve, por ti es despojado el averno; 
Salve, por ti revestimos la gloria. 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 

Salve, oh Madre del Sol sin ocaso; 
Salve, aurora del místico Día. 
Salve, tú apagas hogueras de errores; 
Salve, Dios Trino al creyente revelas. 
Salve, derribas del trono – al tirano enemigo;

Salve, nos muestras a Cristo – el Señor y el Amigo.

Salve, nos has liberado – de bárbaros ritos;

Salve, nos has redimido – de acciones de barro. 

Salve, destruyes el culto del fuego; 
Salve, extingues las llamas del vicio. 
Salve, camino a la santa templanza; 
Salve, alegría de todas las gentes. 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 

Salve, levantas al género humano; 
Salve, humillas a todo el infierno. 
Salve, conculcas engaños y errores; 
Salve, impugnas del ídolo el fraude. 
Salve, oh mar que sumerge – al cruel enemigo; 

Salve, oh roca que das de beber – a sedientos de Vida.

Salve, columna de fuego – que guía en tinieblas; 

Salve, amplísima nube – que cubres el mundo.

Salve, nos diste el Maná verdadero; 
Salve, nos sirves Manjar de delicias. 
Salve, oh tierra por Dios prometida; 
Salve, en ti fluyen la miel y la leche. 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 

Salve, azucena de intacta belleza; 
Salve, corona de noble firmeza. 
Salve, la suerte futura revelas; 
Salve, la angélica vida desvelas. 
Salve, frutal exquisito – que nutre a los fieles; 

Salve, ramaje frondoso – que a todos cobija.

Salve, llevaste en el seno – quien guía al errante;

Salve, al mundo entregaste – quien libra al esclavo.

Salve, plegaria ante el Juez verdadero; 
Salve, perdón del que tuerce el sendero. 
Salve, atavío que cubre al desnudo; 
Salve, del hombre supremo deseo. 
Salve, ¡Virgen y Esposa!  

Salve, mansión que contiene el Inmenso; 
Salve, dintel del augusto Misterio. 
Salve, de incrédulo equívoco anuncio; 
Salve, del fiel inequívoco orgullo. 
Salve, carroza del Santo – que portan querubes;

Salve, sitial del que adoran – sin fin serafines. 

Salve, tú sólo has unido – dos cosas opuestas:

Salve, tú sola a la vez – eres Virgen y Madre.

Salve, por ti fue borrada la culpa; 
Salve, por ti Dios abrió el Paraíso. 
Salve, tú llave del Reino de Cristo; 
Salve, esperanza de bienes eternos. 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 

Salve, sagrario de arcana Sapiencia; 
Salve, despensa de la Providencia. 
Salve, por ti se confunden los sabios; 
Salve, por ti el orador enmudece. 
Salve, por ti se aturden – sutiles doctores; 

Salve, por ti desfallecen – autores de mitos; 

Salve, disuelves enredos – de agudos sofistas; 

Salve, rellenas las redes – de los Pescadores. 

Salve, levantas de honda ignorancia; 
Salve, nos llenas de ciencia superna. 
Salve, navío del que ama salvarse; 
Salve, oh puerto en el mar de la vida. 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 

Salve, columna de sacra pureza; 
Salve, umbral de la vida perfecta. 
Salve, tú inicias la nueva progenie; 
Salve, dispensas bondades divinas. 
Salve, de nuevo engendraste – al nacido en deshonra;

Salve, talento infundiste – al hombre insensato. 

Salve, anulaste a Satán – seductor de las almas;

Salve, nos diste al Señor – sembrador de los castos. 

Salve, regazo de nupcias divinas; 
Salve, unión de los fieles con Cristo. 
Salve, de vírgenes Madre y Maestra; 
Salve, al Esposo conduces las almas. 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 

Salve, oh rayo del Sol verdadero; 
Salve, destello de Luz sin ocaso. 
Salve, fulgor que iluminas las mentes; 
Salve, cual trueno enemigos aterras. 
Salve, surgieron de ti – luminosos misterios;

Salve, brotaron en ti – caudalosos arroyos. 

Salve, figura eres tú – de salubre piscina;

Salve, tú limpias las manchas – de nuestros pecados. 

Salve, oh fuente que lavas las almas; 
Salve, oh copa que vierte alegría. 
Salve, fragancia de ungüento de Cristo; 
Salve, oh Vida del sacro Banquete. 
Salve, ¡Virgen y Esposa! 

Salve, oh tienda del Verbo divino; 
Salve, más grande que el gran Santuario. 
Salve, oh Arca que Espíritu dora; 
Salve, tesoro inexhausto de vida. 
Salve, diadema preciosa – de reyes devotos;

Salve, orgullo glorioso – de sacros ministros. 

Salve, firmísimo alcázar – de toda la Iglesia;

Salve, muralla invencible – de todo el Imperio. 

Salve, por ti enarbolamos trofeos; 
Salve, por ti sucumbió el adversario. 
Salve, remedio eficaz de mi carne; 
Salve, inmortal salvación de mi alma. 
Salve, ¡Virgen y Esposa!

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María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

La Coronación de María Santísima como Reina y Señora de Todo lo Creado – visión de María Valtorta

Sobre el tránsito, la asunción y la realeza de María Santísima.

Dice María:

-¿Yo morí? Sí, si se quiere llamar muerte a la separación acaecida entre la parte superior del espíritu y el cuerpo; no, si por muerte se entiende la separación entre el alma vivificante y el cuerpo, la corrupción de la materia carente ya de la vivificación del alma y, antes, la lobreguez del sepulcro, y, como primera de todas estas cosas, el angustioso sufrimiento de la muerte.

¿Cómo morí, o, mejor, cómo pasé de la Tierra al Cielo, antes con la parte inmortal, después con la perecedera? Como era justo que fuera para la Mujer que no conoció mancha de culpa.

En ese anochecer -ya había empezado el descanso sabático- hablaba con Juan. De Jesús. De sus cosas. Aquella hora vespertina estaba llena de paz. El sábado había apagado todos los rumores de humanas obras. Y la hora apagaba toda voz de hombre o de ave. Sólo los olivos de alrededor de la casa emitían su frufrú con la brisa del anochecer: parecía como si un vuelo de ángeles acariciara las paredes de la casita solitaria.

Hablábamos de Jesús, del Padre, del Reino de los Cielos. Hablar de la Caridad y del Reino de la Caridad significa encenderse con el fuego vivo, consumir las cadenas de la materia para dejar libre al espíritu en sus vuelos místicos. Si el fuego está contenido dentro de los límites que Dios pone para conservar a las criaturas en la Tierra a su servicio, es posible arder y vivir, encontrando en el fuego no consumición sino perfeccionamiento de vida. Pero cuando Dios quita los límites y deja libertad al Fuego divino de incidir sin medida en el espíritu y de atraerlo hacia sí sin medida, entonces el espíritu, respondiendo a su vez sin medida al Amor, se separa de la materia y vuela al lugar desde donde el Amor le incita y a donde el Amor le invita: y es el final del destierro y el regreso a la Patria.

Aquel atardecer, al ardor incontenible, a la vitalidad sin medida de mi espíritu, se unió una dulce postración, una misteriosa sensación de que la materia se alejaba de todo lo que la rodeaba; como si el cuerpo se durmiera, cansado, mientras el intelecto, avivado más su razonar, se abismara en los divinos esplendores.

Juan, amoroso y prudente testigo de todos mis actos desde que fue mi hijo adoptivo según la voluntad de mi Unigénito, dulcemente me persuadió de que buscara descanso en el lecho, y me veló orando. El último sonido que oí en la Tierra fue el susurro de las palabras del virgen Juan. Para mí fueron como la nana de una madre junto a la cuna. Y acompañaron a mi espíritu en el último éxtasis, demasiado sublime como para ser descrito. Acompañaron a mi espíritu hasta el Cielo.

Juan, único testigo de este delicado misterio, me avió. Él solo me avió, envolviéndome en el manto blanco, sin cambiarme de túnica ni de velo, sin lavacro y sin embalsamamiento. El espíritu de Juan – como se ve claro por sus palabras del segundo episodio de este ciclo que va de Pentecostés a mi Asunción- ya sabía que no me iba a descomponer, e instruyó al apóstol sobre lo que había de hacerse. Y él, casto y amoroso, prudente respecto a los misterios de Dios y a los compañeros lejanos, decidió custodiar el secreto y esperar a los otros siervos de Dios, para que me vieran todavía y sacaran, de verme, consuelo y ayuda para las penas y fatigas de sus misiones. Esperó como estando seguro de que llegarían.

Pero el decreto de Dios era distinto. Como siempre, bueno para el Predilecto; justo, como siempre, para todos los creyentes. Cargó los ojos del primero, para que el sueño le ahorrara la congoja de ver cómo se le arrebataba también mi cuerpo; dio a los creyentes otra verdad que los ayudara a creer en la resurrección de la carne, en el premio de una vida eterna y bienaventurada concedida a los justos; en las verdades más poderosas y dulces del Nuevo Testamento -mi inmaculada Concepción, mi divina Maternidad virginal-; en la naturaleza divina y humana de mi Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre, nacido no por voluntad carnal sino por desposorio divino y por divina semilla depositada en mi seno; en fin, para que creyeran que en el Cielo está mi Corazón de Madre de los hombres, palpitante de vibrante amor por todos, justos y pecadores, deseoso de teneros a todos junto a sí, en la Patria bienaventurada, por toda la eternidad.

Cuando los ángeles me sacaron de la casita, ¿mi espíritu había vuelto a mí? No. El espíritu ya no tenía que bajar de nuevo a la Tierra. Estaba en adoración delante del trono de Dios. Pero cuando la Tierra, el destierro, el tiempo y el lugar de la separación de mi Señor Uno y Trino fueron dejados para siempre, entonces el espíritu volvió a resplandecer en el centro de mi alma, despertando a la carne de su dormición; por lo que es cabal hablar, respecto a mí, de Asunción al Cielo en alma y cuerpo, no por mi propia capacidad, como sucedió en el caso de Jesús, sino por ayuda angélica. Me desperté de aquella misteriosa y mística dormición, me alcé, en fin, volé, porque ya mi carne había conseguido la perfección de los cuerpos glorificados. Y amé.

Amé a mi Hijo y a mi Señor, Uno y Trino, de nuevo hallados, los amé como es destino de todos los eternos vivientes.

Dice Jesús:

-Llegada su última hora, como una azucena cansada que, después de haber exhalado todos sus aromas, se pliega bajo las estrellas y cierra su cáliz de candor, María, mi Madre, se recogió en su lecho y cerró los ojos a todo lo que la rodeaba, para recogerse en una última, serena contemplación de Dios.

Velando reverente su reposo, el ángel de María esperaba ansioso que el éxtasis urgente separara ese espíritu de la carne, durante el tiempo designado por el decreto de Dios, y lo separara para siempre de la Tierra, mientras ya del Cielo descendía el dulce e invitante imperativo de Dios.

Inclinado también Juan, ángel terreno, hacia ese misterioso reposo, velaba a su vez a la Madre que estaba para dejarlo.

Y cuando la vio extinguida siguió velando, para que, no tocada por miradas profanas y curiosas, siguiera siendo, incluso más allá de la muerte, la inmaculada Esposa y Madre de Dios que tan plácida y hermosa dormía. Una tradición dice que en la urna de María, abierta por Tomás, se encontraron sólo flores. Pura leyenda. Ningún sepulcro engulló el cadáver de María, porque nunca hubo un cadáver de María, según el sentido humano, dado que María no murió como todos los que tuvieron vida.

Ella se había separado, por decreto divino, sólo del espíritu, y con éste, que la había precedido, se unió de nuevo su carne santísima. Invirtiendo las leyes habituales, por las cuales el éxtasis termina cuando cesa el rapto, o sea, cuando el espíritu vuelve al estado normal, fue el cuerpo de María el que se unió de nuevo con el espíritu, después de la larga permanencia en el lecho fúnebre.

Todo es posible para Dios. Yo salí del Sepulcro sin ayuda alguna; sólo con mi poder. María vino a mí, a Dios, al Cielo, sin conocer el sepulcro con su horror de podredumbre y lobreguez. Es uno de los más fúlgidos milagros de Dios. No único, en verdad, si se recuerda a Enoc y a Elías, (Génesis 5, 24; Eclesiástico 44, 16; 49, 14 (para Enoc); 2 Reyes 2, 1-13; Eclesiástico 48, 9 para Elías) quienes, por el amor que el Señor les tenía, fueron raptados de la Tierra sin conocer la muerte, y fueron transportados a otro lugar, a un lugar que sólo Dios y los celestes habitantes de los Cielos conocen. Justos eran, y, de todas formas, nada respecto a mi Madre, la cual es inferior en santidad sólo a Dios.

Por eso no hay reliquias del cuerpo y del sepulcro de María, porque María no tuvo sepulcro, y su cuerpo fue elevado al Cielo.

Dice María:

-Un éxtasis fue la concepción de mi Hijo. Un éxtasis aún mayor el darlo a luz. El éxtasis de los éxtasis fue mi tránsito de la Tierra al Cielo. Sólo durante la Pasión ningún éxtasis hizo soportable mi atroz sufrimiento.

La casa en que se produjo mi Asunción se debió a uno de los innumerables actos de generosidad de Lázaro para con Jesús y su Madre: la pequeña casa del Getsemaní, cercana al lugar de la Ascensión. Inútil es buscar los restos. Durante la destrucción de Jerusalén, por obra de los romanos, fue devastada, y sus ruinas fueron dispersadas durante el transcurso de los siglos.

De la misma forma que para mí fue un éxtasis el nacimiento de mi Hijo, y que, del rapto en Dios que en aquella hora se apoderó de mí, volví a la presencia de mí misma y a la Tierra teniendo ya a mi Hijo en los brazos, así mi impropiamente llamada «muerte» fue un rapto en Dios.

Confiando en la promesa recibida en el esplendor de la mañana de Pentecostés, yo pensaba que el acercamiento de la hora de la última venida del Amor, para llevarme consigo en rapto, debía manifestarse con un aumento del fuego de amor que siempre ardía en mí; y no me equivoqué.

Por parte mía, a medida que iba pasando la vida, en mí iba aumentando el deseo de fundirme con la eterna Caridad. Me instaba a ello el deseo de unirme de nuevo con mi Hijo, y la certidumbre de que nunca haría tanto por los hombres como cuando estuviera, orando y obrando en favor de ellos, a los pies del trono de Dios. Y con impulso cada vez más encendido y acelerado, con todas las fuerzas de mi alma, gritaba al Cielo: «¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Eterno Amor!».

La Eucaristía, que para mí era como el rocío para una flor sedienta, era, sí, vida; pero a medida que iba pasando el tiempo, cada vez era más insuficiente para satisfacer la incontenible ansia de mi corazón. Ya no me bastaba recibir en mí a mi divina Criatura y llevarla en mi interior en las Sagradas Especies, como la había llevado en mi carne virginal. Todo mi ser deseaba al Dios uno y trino, pero no celado tras los velos elegidos por mi Jesús para ocultar el inefable misterio de la Fe, sino como Él –en el centro del Cielo- era, es y será. El propio Hijo mío, en sus arrobos eucarísticos, ardía dentro de mí con abrazos de infinito deseo; y cada vez que a mí venía, con la potencia de su amor, casi arrancaba de cuajo mí alma en el primer impulso y luego permanecía, con infinita ternura, llamándome «¡Mamá!», y yo lo sentía ansioso de tenerme consigo.

Yo no deseaba ya otra cosa. Ni siquiera ya estaba en mí, en los últimos tiempos de mi vida mortal, el deseo de tutelar a la naciente Iglesia: todo estaba anulado en el deseo de poseer a Dios, por la persuasión que tenía de que todo se puede cuando se le posee.

Alcanzad, oh cristianos, este total amor. Pierda valor todo lo terreno. Mirad sólo a Dios. Cuando seáis ricos de esta pobreza de deseo que es inconmensurable riqueza, Dios se inclinará hacia vuestro espíritu, primero para instruirlo, luego para tomarlo en sus manos, y ascenderéis con vuestro espíritu al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, para conocerlos y amarlos en toda la bienaventurada eternidad y para poseer sus riquezas de gracias para los hermanos. Nunca somos tan activos para los hermanos como cuando no estamos ya con ellos, sino que somos luces unidas de nuevo con la divina Luz.

E1 acercarse del Amor eterno tuvo el signo que pensaba. Todo perdió luz y color, voz y presencia, bajo el fulgor y la Voz que, descendiendo de los Cielos, abiertos a mi mirada espiritual, descendían hacia mí para tomar mi alma.

Suele decirse que habría exultado de júbilo si me hubiera asistido en aquella hora mi Hijo. ¡Ah!, mi dulce Jesús estaba muy presente con el Padre cuando el Amor, o sea, el Espíritu Santo, Tercera Persona de la Trinidad Eterna, me dio su tercer beso en mi vida, ese beso tan potentemente divino, que en él mi alma se fundió, perdiéndose en la contemplación cual gota de rocío aspirada por el sol en el cáliz de una azucena. Y ascendí con mi espíritu en canto de júbilo hasta los pies de los Tres a quienes siempre había adorado.

Luego, en el momento exacto, como perla en un engaste de fuego, ayudada primero y luego seguida por el cortejo de los espíritus angélicos venidos a asistirme en mí eterno, celeste nacimiento, esperada ya antes del umbral de los Cielos por mi Jesús y en el umbral de ellos por mi justo esposo terreno, por los Reyes y Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y mártires, entré como Reina, después de tanto dolor y tanta humildad de pobre sierva de Dios, en el reino del júbilo sin límite.

Y el Cielo volvió a cerrarse en este acto de la alegría de tenerme, de tener a su Reina, cuya carne, única entre todas las carnes mortales, conocía la glorificación antes de la resurrección final y del último juicio.

Mi humildad no podía dejarme pensar que me estuviera reservada tanta gloria en el Cielo. En mi pensamiento estaba casi la certidumbre de que mi carne humana, santificada por haber llevado a Dios, no conocería la corrupción, porque Dios es Vida y, cuando de sí mismo satura y llena a una criatura, esta acción suya es como ungüento preservador de la corrupción de la muerte.

Yo no sólo había permanecido inmaculada, no sólo había estado unida a Dios con un casto y fecundo abrazo, sino que me había saturado, hasta en mis más profundas entrañas, de las emanaciones de la Divinidad escondida en mi seno y que quería velarse de carne mortal. Pero el que la bondad del Eterno tuviera reservado a su sierva el gozo de volver a sentir en sus miembros el toque de la mano de mi Hijo, su abrazo, su beso, y de volver a oír con mis oídos su voz, y de ver con mis ojos su rostro… esto no podía pensar que me fuera concedido, y no lo anhelaba. Me habría bastado que estas bienaventuranzas le fueran concedidas a mi espíritu, y con ello ya se habría sentido lleno de beata felicidad mi yo.

Pero, como testimonio de su primer pensamiento creador respecto al hombre, destinado por el Creador a vivir, pasando sin muerte del Paraíso terrenal al celestial, en el Reino eterno, Dios quiso que yo, Inmaculada, estuviera en el Cielo en alma y cuerpo… inmediatamente después del fin de mi vida terrena.

Yo soy el testimonio cierto de lo que Dios había pensado y querido para el hombre: una vida inocente y sin conocimiento de culpas; un dulce paso de esta vida a la Vida eterna, paso con el que, como quien cruza el umbral de una casa para entrar en un palacio, el hombre, con su ser completo hecho de cuerpo material y de alma espiritual, habría pasado de la Tierra al Paraíso, aumentando esa perfección de su yo que Dios le había dado, con la perfección completa, tanto de la carne como del espíritu, que el pensamiento divino tenía destinada para todas las criaturas que permanecieran fieles a Dios y a la Gracia. Perfección que habría sido alcanzada en la luz plena que hay en el Cielo y lo llena, pues que de Dios viene; de Dios, Sol eterno que ilumina el Cielo.

Delante de los Patriarcas, Profetas y Santos, delante de los Ángeles y los Mártires, Dios me puso a mí, elevada a la gloria del Cielo en alma y cuerpo, y dijo:

-Esta es la obra perfecta del Creador; la obra que, de entre todos los hijos del hombre, Yo creé a mi más verdadera imagen y semejanza; fruto de una obra maestra divina y creadora, maravilla del Universo que ve, dentro de un solo ser, a lo divino en el espíritu eterno como Dios y como Él espiritual, inteligente, libre, santo, y a la criatura material en el más inocente y santo de los cuerpos, criatura ante la que todos los demás vivientes de los tres reinos de la Creación están obligados a inclinarse.

Aquí tenéis el testimonio de mi amor hacia el hombre, para el que quise un organismo perfecto y un bienaventurado destino de eterna vida en mi Reino.

Aquí tenéis el testimonio de mi perdón al hombre, al que, por la voluntad de un Trino Amor, he concedido nueva habilitación y creación ante mis ojos.

Ésta es la mística piedra de parangón, éste es el anillo de unión entre el hombre y Dios, Ella es la que lleva de nuevo el tiempo a sus días primeros, y da a mis ojos divinos la alegría de contemplar a una Eva como Yo la creé, aún más hermosa y santa por ser Madre de mi Verbo y por ser Mártir del mayor de los perdones.

Para su Corazón inmaculado que jamás conoció mancha alguna, ni siquiera la más leve, Yo abro los tesoros del Cielo; y para su Cabeza, que jamás conoció la soberbia, con mi fulgor hago una corona, y la corono, porque es para mí santísima, para que sea vuestra Reina.

En el Cielo no hay lágrimas. Pero, en lugar del jubiloso llanto que habrían derramado los espíritus si les estuviera concedido el llanto -humor que rezuma destilado por una emoción-, hubo, después de estas divinas palabras, un centelleo de luces, y visos de esplendores resplandeciendo aún más esplendorosos, y un incendio de fuegos de caridad que ardían con más encendido fuego, y un insuperable e indescriptible sonido de celestes armonías, a las cuales se unió la voz del Hijo mío, en alabanza a Dios Padre y a su Sierva bienaventurada para toda la eternidad.

Dice Jesús:

-Hay diferencia entre que el alma se separe del cuerpo por verdadera muerte y que momentáneamente el espíritu se separe del cuerpo y del alma vivificante por un éxtasis o rapto contemplativo.

El que el alma se separe del cuerpo provoca la verdadera muerte, pero la contemplación extática, o sea, la temporal evasión del espíritu fuera de las barreras de los sentidos y de la materia, no provoca la muerte. Y ello porque el alma no se aleja y separa totalmente del cuerpo, sino que lo hace sólo con su parte mejor, que se sumerge en los fuegos de la contemplación.

Todos los hombres, mientras viven, tienen en sí el alma, sea que esté muerta por el pecado, sea que esté viva por la justicia; pero sólo los grandes amantes de Dios alcanzan la contemplación verdadera.

Esto demuestra que el alma, que conserva la vida mientras está unida al cuerpo -y esta particularidad está presente igual en todos los hombres-, tiene en sí misma una parte superior: el alma del alma, o espíritu del espíritu, que en los justos es fortísima, mientras que en los que desprecian a Dios y su Ley -incluso sólo con su tibieza y los pecados veniales- se hace débil, privando a la criatura de la capacidad de contemplar y conocer -hasta donde puede hacerlo una humana criatura, según el grado de perfección alcanzado- a Dios y sus eternas verdades. Cuanto más ama y sirve a Dios la criatura con todas sus fuerzas y posibilidades, esa parte superior de su espíritu tiene más capacidad de conocer, de contemplar, de penetrar las eternas verdades.

El hombre, dotado de alma racional, es una capacidad que Dios llena de sí. María, siendo la más santa de las criaturas después del Cristo, fue una capacidad colmada -hasta el punto de rebosar sobre los hermanos en Cristo de todos los siglos, y por los siglos de los siglos- de Dios, de sus gracias, de su caridad, de su misericordia.

El Tránsito de María se produjo sumergida Ella por las olas del amor. Ahora, en el Cielo, hecha océano de amor, derrama sobre los hijos que le son fieles, y también sobre los hijos pródigos, sus olas de caridad para la salvación universal, Ella que es Madre universal de todos los hombres.

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Razones por las que María Santísima es Reina de Todo

1- Por ser la madre de Dios hecho hombre, El Mesías, El Rey universal. (Col 1, 16).

Santa Isabel, movida por el Espíritu Santo, hace reverencia a María, no considerándose digna de la visita de la que es «Madre de mi Señor» (Lc 1:43). Por la realeza de su hijo, María posee una grandeza y excelencia singular entre las criaturas, por lo que Santa Isabel exclamó: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (Lc 1:42).

El ángel Gabriel le dijo a María que su Hijo reinaría. Ella es entonces la Reina Madre.

Su reino no es otro que el de Jesús, por el que rezamos «Venga tu Reino». Es el Reino de Jesús y de María. Jesús por naturaleza, María por designio divino. La Virgen María es Reina por su íntima relación con la realeza de Cristo.

En 1 Reyes 2,19 vemos que la madre del Rey se sienta a su derecha.

De la unión con Cristo Rey deriva, en María Reina, tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión nace su poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del reino del Divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene origen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre (cfr. Pío XII, Enc. Mystici corporis , 29-VI¬1943).

2- Por ser la perfecta discípula que acompañó a Su Hijo desde el principio hasta el final, Cristo le otorga la corona. Cf. Ap. 2,10 En María se cumplen las palabras: » el que se humilla será ensalzado». Ella dijo «He aquí la esclava del Señor».

3- Por ser la corredentora.
El papa JPII, en la audiencia del 23-7-97 dijo que «María es Reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque (…) cooperó en la obra de la redención del género humano. (…). Asunta al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo».

Ella participa en la obra de salvación de su Hijo con su SI en el que siempre se mantuvo fiel, siendo capaz de estar al pie de la cruz (Cf. Jn 19:25)

María Santísima, reinando con su hijo, coopera con El para la liberación del hombre del pecado. Todos nosotros, aunque en menor grado, debemos también cooperar en la redención para reinar con Cristo.

4- Por ser el miembro excelentísimo de la Iglesia: por su misión y santidad.
La misión de María Santísima es única pues solo ella es madre del Salvador.

Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.» -Génesis 3:15

 

CARACTERÍSTICAS DEL REINADO DE MARÍA SANTÍSIMA

El reino de Santa María, a semejanza y en perfecta coincidencia con el reino de Jesucristo, no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal: -«Reino de verdad y de vida, de santidad, de gracia, de amor y de paz» (cfr. Prefacio de la Misa de Cristo Rey).

a) Preeminencia: «su honor y dignidad sobrepasan todo la creación ; los ángeles toman segundo lugar ante tu preeminencia.» San Germán.

b) Poder Real: que la autoriza a distribuir los frutos de la redención. La Virgen María no solo ha tenido el más alto nivel de excelencia y perfección después de Cristo, pero también participa del poder de Su Hijo Redentor ejercita sobre las voluntades y mentes.

c) Inagotable eficacia de Intercesión con su Hijo y el Padre: Dios ha instituido a Maria como Reina del cielos y tierra, exaltada sobre todos los coros de ángeles y todos los santos. Estando a la diestra de su Hijo, ella suplica por nosotros con corazón de Madre, y lo que busca, encuentra, lo que pide, recibe».

d) Reinado de Amor y Servicio: Su reinado no es de pompas o de prepotencia como los reinos de la tierra. El reino de María es el de su Hijo, que no es de este mundo, no se manifiesta con las características del mundo. María tiene todo el poder como reina de cielos y tierra y a la vez, la ternura de ser Madre de Dios.

En la tierra ella fue siempre humilde, la sierva del Señor. Se dedicó totalmente a su Hijo y a su obra. Con El y sometida con todo su corazón con toda su voluntad a El, colaboró en el Misterio de la Redención. Ahora en el Cielo, ella continúa manifestando su amor y su servicio para llevarnos a la salvación.

 

RESPUESTA A LOS HERMANOS SEPARADOS

Hay quienes rechazan el reinado de María Santísima alegando que ella no puede ser reina ya solo Jesús es rey.

Estos hermanos no comprenden la naturaleza del Reino. El reino de María Santísima no es un reino aparte al de su Hijo. Es el mismo reino. Donde Jesús reina, María Su Madre reina también. Se trata de dos corazones eternamente unidos en el amor divino. Dios ha dispuesto que así fuese. María, lejos de quitarle al reinado de su Hijo, lo propicia. Ella es la mas sumisa, la mas fiel en el reino y por eso también la mas exaltada.

Lucas 1:48 «porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada»

La oración Colecta de la Memoria de Santa María Reina dice:
«Oh Dios, que nos han dado como Madre y como Reina, a la Madre de tu Unigénito; concédenos, por su intercesión, el po¬der llegar a participar en el Reino celestial de la gloria reservada a tus hijos».

De Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María www.corazones.org

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Realeza de María

por Filiberto Díaz Pardo

La realeza de Cristo es dogma fundamental de la Iglesia y a la par canon supremo de la vida cristiana.

Esta realeza, consustancial con el cristianismo, es objeto de una fiesta inserta solemnemente en la Sagrada Liturgia por el papa Pío XI a través de la bula Quas primas del 11 de diciembre de 1925. Era como el broche de oro que cerraba los actos oficiales de aquel Año Santo.

La idea primordial de la bula podría formularse de esta guisa. Cristo, aun como hombre, participa de la realeza de Dios por doble manera: por derecho natural y por derecho adquirido. Por derecho natural, ante todo, a causa de su personalidad divina; por derecho adquirido a causa de la redención del género humano por ÉI realizada.

Si algún día juzgase oportuno la Iglesia —decía un teólogo español en el Congreso Mariano de Zaragoza de 1940— proclamar en forma solemne y oficial la realeza de María, podría casi transcribir a la letra, en su justa medida y proporción, claro está, los principales argumentos de aquella bula.

Y así ha sido. El 11 de octubre de 1954 publicó Pío XII la encíclica Ad Coeli Reginam. Resulta una verdadera tesis doctoral acerca de la realeza de la Madre de Dios. En ella, luego de explanar ampliamente las altas razones teológicas que justifican aquella prerrogativa mariana, instituye una fiesta litúrgica en honor de la realeza de María para el 31 de mayo. Era también como el broche de oro que cerraba las memorables jornadas del Año Santo Concepcionista.

El paralelismo entre ambos documentos pontificios, y aun entre las dos festividades litúrgicas, salta a la vista.

La realeza de Cristo es consustancial, escribíamos antes, con el cristianismo; la de María también. La realeza de Cristo ha sido fijada para siempre en el bronce de las Sagradas Escrituras y de la tradición patrística; la de María lo mismo.

La realeza de Cristo, lo insinuábamos al principio, descansa sobre dos hechos fundamentales: la unión hipostática —así la llaman los teólogos y no acierta uno a desprenderse de esta nomenclatura— y la redención; la de María, por parecida manera, estriba sobre el misterio de su Maternidad Divina y el de Corredención.

Ni podría suceder de otra manera. Los títulos y grandezas de nuestra Señora son todos reflejos, en cuanto que, arrancando frontalmente del Hijo, reverberan en la Madre, y la realeza no había de ser excepción. La Virgen, escribe el óptimo doctor mariano San Alfonso de Ligorio, es Reina por su Hijo, con su Hijo y como su Hijo. Es patente que se trata de una semejanza, no de una identidad absoluta.

«El fundamento principal —decía Pío XII—, documentado por la Tradición y la Sagrada Liturgia, en que se apoya la realeza de María es, indudablemente, su Divina Maternidad. Y así aparecen entrelazadas la realeza del Hijo y la de la Madre en la Sagrada Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. El evangelio de la Maternidad Divina es el evangelio de su realeza, como lo reconoce expresamente el Papa; y el mensaje del arcángel es mensaje de un Hijo Rey y de una Madre Reina.

Entre Jesús y María se da una relación estrechísima e indisoluble —de tal la califican Pío IX y Pío XII—, no sólo de sangre o de orden puramente natural, sino de raigambre y alcance sobrenatural trascendente. Esta vinculación estrechísima e indisoluble, de rango no sólo pasivo, sino activo y operante, la constituye a la Virgen particionera de la realeza de Jesucristo. Que no fue María una mujer que llegó a ser Reina. No. Nació Reina. Su realeza y su existencia se compenetran. Nunca, fuera de Jesús, tuvo el verbo «ser» un alcance tan verdadero y sustantivo. Su realeza, al igual que su Maternidad, no es en Ella un accidente o modalidad cronológica. Más bien fue toda su razón de ser. Predestinóla el cielo, desde los albores de la eternidad, para ser Reina y Madre de Misericordia.

Toda realeza como toda paternidad viene de Dios, Rey inmortal de los siglos. Pero un día quiso Dios hacerse carne en el seno de una mujer, entre todas las mujeres bendita, para así asociarla entrañablemente a su gran hazaña redentora. Y este doble hecho comunica a la Virgen Madre una dignidad, alteza y misión evidentemente reales.

Saliendo al paso de una objeción que podría hacerse fácilmente al precedente raciocinio, escribe nuestro Cristóbal Vega que, si la dignidad y el poder consular o presidencial resulta intransferible, ello se debe a su peculiar naturaleza o modo de ser, por venir como viene conferido por elección popular. Pero la realeza de Cristo no se cimenta en el sufragio veleidoso del pueblo, sino en la roca viva de su propia personalidad.

Y, por consecuencia legítima, la de su Madre tampoco es una realeza sobrevenida o episódica, sino natural, contemporánea y consustancial con su maternidad divina y función corredentora. Con atuendo real, vestida del sol, calzada de la luna y coronada de doce estrellas viola San Juan en el capítulo 12 del Apocalipsis, asociada a su Hijo en la lucha y en la victoria sobre la serpiente, según que ya se había profetizado en el Génesis.

Y esta realeza es cantada por los Santos Padres y la Sagrada Liturgia en himnos inspiradísimos que repiten en todos los tonos el «Salve, Regina».

Hable por todos nuestro San Ildefonso, el capellán de la Virgen, cantor incomparable de la realeza de María, que, anticipándose a Grignon de Monfort y al español Bartolomé de los Ríos, agota los apelativos reales de la lengua del Lacio: Señora mía, Dueña mía, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas, Dominadora mía y Emperatriz.

Realeza celebrada en octavas reales, sonoras como sartal de perlas orientales y perfectas como las premisas de un silogismo coruscante, por el capellán de la catedral primada don José de Valdivielso, cuando, dirigiéndose a la Virgen del Sagrario, le dice:

Sois, Virgen Santa, universal Señora
de cuanto en cielo y tierra ha Dios formado;
todo se humilla a Vos, todo os adora
y todo os honra y a vuestro honrado;
que quien os hizo de Dios engendradora,
que es lo que pudo más haberos dado,
lo que es menos os debe de derecho,
que es Reina universal haberos hecho.

Los dos versos finales se imponen con la rotundidez lógica de una conclusión silogística.

En el 2º concilio de Nicea, VII ecuménico, celebrado bajo Adriano en 787, leyóse una carta de Gregorio II (715-731) a San Germán, el patriarca de Constantinopla, en que el Papa vindica el culto especial a la «Señora de todos y verdadera Madre de Dios».

Inocencio III (1198-1216) compuso y enriqueció con gracias espirituales una preciosa poesía en honor de la Reina y Emperatriz de los ángeles.

Nicolás IV (1288-1292) edificó un templo en 1290 a María, Reina de los Angeles.

Juan XXII (1316-1334) indulgenció la antífona «Dios te salve, Reina», que viene a ser como el himno oficial de la realeza de María.

Los papas Bonifacio IX, Sixto IV, Paulo V, Gregorio XV, Benedicto XIV, León XIII, San Pío X, Benedicto XV y Pío XI repiten esta soberanía real de la Madre de Dios.

Y Pío XII, recogiendo la voz solemne de los siglos cristianos, refrenda con su autoridad magisterial los títulos y poder reales de la Virgen y consagra la Iglesia al Inmaculado Corazón de María, Reina del mundo. Y en el radiomensaje para la coronación de la Virgen de Fátima, al conjuro de aquellas vibraciones marianas de la Cova de Iría, parece trasladarse al día aquel, eternamente solemne, al día sin ocaso de la eternidad, cuando la Virgen gloriosa, entrando triunfante en los cielos, es elevada por los serafines bienaventurados Y los coros de los ángeles hasta el trono de la Santísima trinidad, que, poniéndole en la frente triple diadema de gloria, la presentó a la corte celeste coronada Reina del universo… “Y el empíreo vio que era verdaderamente digna de recibir el honor, la gloria, el imperio, por estar infinitamente más llena de gracias, por ser más santa, más bella, más sublime, incomparablemente más que los mayores santos y que los más excelsos ángeles, solos o todos juntos, por estar misteriosamente emparentada, en virtud de la Maternidad Divina, con la Santísima Trinidad, con Aquel que es por esencia Majestad infinita, Rey de Reyes y Señor de Señores, como Hija primogénita del Padre, Madre ternísima del Verbo, Esposa predilecta del Espíritu Santo, por ser Madre del Rey Divino, de Aquel a quien el Señor Dios, desde el seno materno, dio el trono de David y la realeza eterna de la casa de Jacob, de Aquel que ofreció tener todo el poder en el cielo y en la tierra. El, el Hijo de Dios, refleja sobre su Madre celeste la gloria, la majestad, el imperio de su realeza, porque, como Madre y servidora del Rey de los mártires en la obra inefable de la Redención, le está asociada para siempre con un poder casi inmenso en la distribución de las gracias que de la Redención derivan…»

Por esto la Iglesia la confiesa y saluda Señora y Reina de los ángeles y de los hombres.
Reina de todo lo creado en el orden de la naturaleza y de la gracia.
Reina de los reyes y de los vasallos.
Reina de los cielos y de la tierra.
Reina de la Iglesia triunfante y militante.
Reina de la fe y de las misiones.
Reina de la misericordia.
Reina del mundo, y Reina especialmente nuestra, de las tierras y de las gentes hispanas ya desde los días del Pilar bendita. Reina del reino de Cristo, que es reino de “verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”. Y en este reino y reinado de Cristo, que es la Iglesia santa, es Ella Reina por fueros de maternidad y de mediación universal y, además, por aclamación universal de todos sus hijos.

En este gran día jubilar de la realeza de María renovemos nuestro vasallaje espiritual a la Señora y con fervor y piedad entrañables digámosla esa plegaria dulcísima, de solera hispánica, que aprendimos de niños en el regazo de nuestras madres para ya no olvidarla jamás:

«Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; Dios te salve».

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Explicación Teológica de por qué la Santísima Virgen es Reina

por Juan Gustavo Ruiz Ruiz

La razón por la que la Santísima Virgen María es Reina se fundamenta teológicamente en su divina Maternidad y en su función de ser Corredentora del género humano.

En el mundo entero se repite con frecuencia y resuena en muchos corazones el rezo de la Salve: Salve Regina…, Dios te salve Reina… Es el reconocimiento y la proclamación de su realeza. Verdaderamente María es Reina.

Ella nació Reina porque fue predestinada abaeterno para que lo fuera. Y fue predestinada para ser Reina porque fue elegida para la singularísima y trascendental misión de ser la Madre de Cristo Rey y Mediadora universal de todas las gracias.

 

¿QUÉ ES UNA REINA?

El término reina (rey) deriva del verbo latino regere, que significa ordenar las cosas a su propio fin. Por tanto, el rey (reina) tiene el oficio de regir o gobernar a la sociedad a su cargo para que ésta alcance su fin, con un verdadero primado de poder y excelencia (cfr. Santo Tomás de Aquino, De regimini principium, I,1)

El significado de la palabra rey (reina) tiene múltiples acepciones. Así, por ejemplo:

a) Se puede ser reina de tres formas: la que es reina en sí misma, la que es esposa del rey, y la que es madre del rey. En este caso, María es reina por los dos últimos títulos: por su relación con Dios y con Cristo.

b) También cabe considerar el reinado en diversos grados: El Rey Supremo del Universo, el rey que domina sobre otros reyes (Rey de reyes), y el rey de un reino determinado. En el primer sentido lo es Dios, en el segundo Cristo y, en el tercero, cualquiera que lo reciba por derecho de herencia, conquista o elección. Según estas consideraciones, María es Reina de reinas y también en cierto modo es reina por derecho de conquista.

c) Por último, también puede entenderse el término reina (rey) en sentido metafórico. Así, se da éste título a aquél o aquello que excede de un modo singular a sus semejantes. Por ejemplo, se dice rey al león, a un deportista, a la rosa reina de las flores, etc. En este sentido la Virgen María es Reina por su plenitud de gracia y la excelencia de sus virtudes. En las letanías del Rosario la llamamos: Reina de los Santos, de los Ángeles, de los Mártires, de las Vírgenes, de los Confesores, etc.

 

LA REALEZA DE CRISTO Y DE MARÍA

Entre Cristo y María hay un perfecto paralelismo que es la razón fundamental de su realeza. Por este motivo la Virgen María es Reina: por su íntima relación con la realeza de Cristo, pues éste lo es por derecho propio y aquella lo es por razón de cierta analogía.

Cristo es Rey tanto por derecho propio como por derecho de conquista. En el primer caso lo es como hombre y como Dios. Jesucristo en cuanto hombre, por su Unión Hipostática con el Verbo, recibió del Padre «la potestad, el honor y el reino» (cfr. Dan. 7,13?14) y, en cuanto Verbo de Dios, es el Creador y Conservador de todos cuanto existe, por lo mismo, tiene pleno y absoluto poder en toda la creación (cfr. Jn. 1,1ss). En el segundo caso es Rey por derecho de conquista en virtud de haber rescatado al género humano de la esclavitud en la que se encontraba, al precio de su sangre, mediante su Pasión y Muerte en la Cruz (cfr. 1 Pe. 1,18?19).

De la unión con Cristo Rey deriva, en María Reina, tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión nace su poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del reino del Divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene ori gen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre (cfr. Pío XII, Enc. Mystici corporis , 29 VI 1943).

 

FUNDAMENTO TEOLÓGICO DE LA REALEZA DE LA VIRGEN MARÍA

La razón por la que la Santísima Virgen María es Reina se fundamenta teológicamente en su divina Maternidad y en su función de ser Corredentora del género humano.

a) Por su divina Maternidad: Es el fundamento principal, pues la eleva a un grado altísimo de intimidad con el Padre celestial y la une a su divino Hijo, que es Rey universal por derecho propio.

En la Sagrada Escritura se dice del Hijo que la Virgen concebirá: «Hijo del Altísimo será llamado Y a El le dará el Señor Dios el trono de David su padre y en la casa de Jacob reinará eter¬namente y su reinado no tendrá fin» (Lc. 1,32?33). Y a María se le llama «Madre del Señor» (Lc. 1,43); de donde fácilmente se deduce que Ella es también Reina, pues engendró un Hijo que era Rey y Señor de todas las cosas. Así, con razón, pudo escribir San Juan Damasceno: «Verdaderamente fue Señora de to das las criaturas cuando fue Madre del Creador» (cit. en la Enc. Ad coeli Reginam, de Pío XII, 11?X?1954).

b) Por ser Corredentora del género humano: La Virgen María, por voluntad expresa de Dios, tuvo parte excelentísima en la obra de nuestra Redención. Por ello, puede afirmarse que el género humano sujeto a la muerte por causa de una virgen (Eva), se salva también por medio de una Virgen (María). En consecuencia, así como Cristo es Rey por título de conquista, al precio de su Sangre, también María es Reina al precio de su Compasión dolorosa junto a la Cruz.

La Beatísima María debe ser llamada Reina, no sólo por ra zón de su Maternidad divina, sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios sino tam bién nuestro Redentor, con cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina, no sólo por ser Madre de Dios sino tam bién, como nueva Eva, porque fue asociada al nuevo Adán» (cfr. Pío XII, Enc, Ad coeli Reginam).

 

NATURALEZA DEL REINO DE MARÍA

El reino de Santa María, a semejanza y en perfecta coincidencia con el reino de Jesucristo, no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal: ?»Reino de verdad y de vida, de santidad, de gracia, de amor y de paz» (cfr. Prefacio de la Misa de Cristo Rey).

a) Es un reino eterno porque existirá siempre y no tendrá fin (cfr. Lc. 1,33) y, es universal porque se extiende al Cielo, a la tierra y a los abismos (cfr. Fil. 2,10?11).

b) Es un reino de verdad y de vida. Para esto vino Jesús al mundo, para dar testimonio de la verdad (cfr. Jn. 18,37) y para dar la vida sobrenatural a los hombres.

c) Es un reino de santidad y justicia porque María, la llena de gracia, nos alcanza las gracias de su Hijo para que seamos santos (cfr. Jn. 1,12?14); y de justicia porque premia las buenas obras de todos (cfr. Rom. 2,5?6).

d) Es un reino de amor porque de su eximia caridad nos ama con corazón maternal como hijos suyos y hermanos de su Hijo (cfr. 1 Cor. 13,8).

e) Es un reino de paz, nunca de odios y rencores; de la paz con que se llenan los corazones que reciben las gracias de Dios (cfr. Is. 9,6).

Santa María como Reina y Madre del Rey es coronada en sus imágenes según costumbre de la Iglesia para simbo lizar por este modo el dominio y poder que tiene sobre todos los súbditos de su reino.

La oración Colecta de la Memoria de Santa María Reina dice: «Oh Dios, que nos han dado como Madre y como Reina, a la Madre de tu Unigénito; concédenos, por su intercesión, el poder llegar a participar en el Reino celestial de la gloria reserva da a tus hijos».

«La Virgen Inmaculada … asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial fue ensalzada por el Señor como Reina univer sal, con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muer te». (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n.59).

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María Reina del Universo – Catequesis de s.s. Juan Pablo II

Audiencia General de los Miércoles, 23 de julio de 1997

1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (…) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen gentium, 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres tú, la madre de mi Señor, tú mi Señora» (Fragmenta: PG 13, 1.902 D). En este texto se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas» (De fide orthodoxa, 4, 14: PG 94 1.157).

2. Mi venerado predecesor Pío XII en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (MS 46 [1954] 634). Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano (MS 46 [1954] 635).

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternal; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar» (MS 46 [1954] 636-637).

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides» (Hom 1: PG 98, 348).

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros» (Hom 1: PG 98, 344).

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida.

Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

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Carta Encíclica Ad Coeli Reginam de Pío XII – sobre la realeza de la Santísima Virgen María y la institución de su fiesta

A la Reina del Cielo, ya desde los primeros siglos de la Iglesia católica, elevó el pueblo cristiano suplicantes oraciones e himnos de loa y piedad, así en sus tiempos de felicidad y alegría como en los de angustia y peligros; y nunca falló la esperanza en la Madre del Rey divino, Jesucristo, ni languideció aquella fe que nos enseña cómo la Virgen María, Madre de Dios, reina en todo el mundo con maternal corazón, al igual que está coronada con la gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial.

Y ahora, después de las grandes ruinas que aun ante Nuestra vista han destruido florecientes ciudades, villas y aldeas; ante el doloroso espectáculo de tales y tantos males morales que amenazadores avanzan en cenagosas oleadas, a la par que vemos resquebrajarse las bases mismas de la justicia y triunfar la corrupción, en este incierto y pavoroso estado de cosas Nos vemos profundamente angustiados, pero recurrimos confiados a nuestra Reina María, poniendo a sus pies, junto con el Nuestro, los sentimientos de devoción de todos los fieles que se glorían del nombre de cristianos.

INTRODUCCIÓN

2. Place y es útil recordar que Nos mismo, en el primer día de noviembre del Año Santo, 1950, ante una gran multitud de Eminentísimos Cardenales, de venerables Obispos, de Sacerdotes y de cristianos, llegados de las partes todas del mundo -decretamos el dogma de la Asunción de la Beatísima Virgen María al Cielo[1], donde, presente en alma y en cuerpo, reina entre los coros de los Ángeles y de los Santos, a una con su unigénito Hijo. Además, al cumplirse el centenario de la definición dogmática —hecha por Nuestro Predecesor, Pío IX, de ilustre memoria— de la Concepción de la Madre de Dios sin mancha alguna de pecado original, promulgamos[2] el Año Mariano, durante el cual vemos con suma alegría que no sólo en esta alma Ciudad —singularmente en la Basílica Liberiana, donde innumerables muchedumbres acuden a manifestar públicamente su fe y su ardiente amor a la Madre celestial— sino también en toda las partes del mundo vuelve a florecer cada vez más la devoción hacia la Virgen Madre de Dios, mientras los principales Santuarios de María han acogido y acogen todavía imponentes peregrinaciones de fieles devotos.

Y todos saben cómo Nos, siempre que se Nos ha ofrecido la posibilidad, esto es, cuando hemos podido dirigir la palabra a Nuestros hijos, que han llegado a visitarnos, y cuando por medio de las ondas radiofónicas hemos dirigido mensajes aun a pueblos alejados, jamás hemos cesado de exhortar a todos aquellos, a quienes hemos podido dirigirnos, a amar a nuestra benignísima y poderosísima Madre con un amor tierno y vivo, cual cumple a los hijos.

Recordamos a este propósito particularmente el Radiomensaje que hemos dirigido al pueblo de Portugal, al ser coronada la milagrosa Virgen de Fátima[3], Radiomensaje que Nos mismo hemos llamado de la «Realeza» de María[4].

3. Por todo ello, y como para coronar estos testimonios todos de Nuestra piedad mariana, a los que con tanto entusiasmo ha respondido el pueblo cristiano, para concluir útil y felizmente el Año Mariano que ya está terminando, así como para acceder a las insistentes peticiones que de todas partes Nos han llegado, hemos determinado instituir la fiesta litúrgica de la «Bienaventurada María Virgen Reina».

Cierto que no se trata de una nueva verdad propuesta al pueblo cristiano, porque el fundamento y las razones de la dignidad real de María, abundantemente expresadas en todo tiempo, se encuentran en los antiguos documentos de la Iglesia y en los libros de la sagrada liturgia.

Mas queremos recordarlos ahora en la presente Encíclica para renovar las alabanzas de nuestra celestial Madre y para hacer más viva la devoción en las almas, con ventajas espirituales.

I. TRADICIÓN

4. Con razón ha creído siempre el pueblo cristiano, aun en los siglos pasados, que Aquélla, de la que nació el Hijo del Altísimo, que «reinará eternamente en la casa de Jacob»[5] y [será] «Príncipe de la Paz»[6], «Rey de los reyes y Señor de los señores»[7], por encima de todas las demás criaturas recibió de Dios singularísimos privilegios de gracia. Y considerando luego las íntimas relaciones que unen a la madre con el hijo, reconoció fácilmente en la Madre de Dios una regia preeminencia sobre todos los seres.

Por ello se comprende fácilmente cómo ya los antiguos escritores de la Iglesia, fundados en las palabras del arcángel San Gabriel que predijo el reinado eterno del Hijo de María[8], y en las de Isabel que se inclinó reverente ante ella, llamándola «Madre de mi Señor»[9], al denominar a María «Madre del Rey» y «Madre del Señor», querían claramente significar que de la realeza del Hijo se había de derivar a su Madre una singular elevación y preeminencia.

5. Por esta razón San Efrén, con férvida inspiración poética, hace hablar así a María: «Manténgame el cielo con su abrazo, porque se me debe más honor que a él; pues el cielo fue tan sólo tu trono, pero no tu madre. ¡Cuánto más no habrá de honrarse y venerarse a la Madre del Rey que a su trono!»[10]. Y en otro lugar ora él así a María: «… virgen augusta y dueña, Reina, Señora, protégeme bajo tus alas, guárdame, para que no se gloríe contra mí Satanás, que siembra ruinas, ni triunfe contra mí el malvado enemigo»[11].

San Gregorio Nacianceno llama a María «Madre del Rey de todo el universo», «Madre Virgen, que dio a luz al Rey de todo el mundo»[12]. Prudencio, a su vez, afirma que la Madre se maravilló «de haber engendrado a Dios como hombre sí, pero también como Sumo Rey»[13].

Esta dignidad real de María se halla, además, claramente afirmada por quienes la llaman «Señora», «Dominadora» y «Reina».

Ya en una homilía atribuida a Orígenes, Isabel saluda a María «Madre de mi Señor», y aun la dice también: «Tú eres mi señora»[14].

Lo mismo se deduce de San Jerónimo, cuando expone su pensamiento sobre las varias «interpretaciones» del nombre de «María»: «Sépase que María en la lengua siriaca significa Señora»[15]. E igualmente se expresa, después de él, San Pedro Crisólogo: «El nombre hebreo María se traduce Domina en latín; por lo tanto, el ángel la saluda Señora para que se vea libre del temor servil la Madre del Dominador, pues éste, como hijo, quiso que ella naciera y fuera llamada Señora» [16].

San Epifanio, obispo de Constantinopla, escribe al Sumo Pontífice Hormidas, que se ha de implorar la unidad de la Iglesia «por la gracia de la santa y consubstancial Trinidad y por la intercesión de nuestra santa Señora, gloriosa Virgen y Madre de Dios, María»[17].

Un autor del mismo tiempo saluda solemnemente con estas palabras a la Bienaventurada Virgen sentada a la diestra de Dios, para que pida por nosotros: «Señora de los mortales, santísima Madre de Dios»[18].

San Andrés de Creta atribuye frecuentemente la dignidad de reina a la Virgen, y así escribe: «(Jesucristo) lleva en este día como Reina del género humano, desde la morada terrenal (a los cielos) a su Madre siempre Virgen, en cuyo seno, aun permaneciendo Dios, tomó la carne humana«[19]. Y en otra parte: «Reina de todos los hombres, porque, fiel de hecho al significado de su nombre, se encuentra por encima de todos, si sólo a Dios se exceptúa»[20].

También San Germán se dirige así a la humilde Virgen: «Siéntate, Señora: eres Reina y más eminente que los reyes todos, y así te corresponde sentarte en el puesto más alto»[21]; y la llama «Señora de todos los que en la tierra habitan»[22].

San Juan Damasceno la proclama «Reina, Dueña, Señora»[23] y también «Señora de todas las criaturas»[24]; y un antiguo escritor de la Iglesia occidental la llama «Reina feliz», «Reina eterna, junto al Hijo Rey, cuya nívea cabeza está adornada con áurea corona»[25].

Finalmente, San Ildefonso de Toledo resume casi todos los títulos de honor en este saludo: «¡Oh Señora mía!, ¡oh Dominadora mía!: tú mandas en mí, Madre de mi Señor…, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas»[26].

6. Los Teólogos de la Iglesia, extrayendo su doctrina de estos y otros muchos testimonios de la antigua tradición, han llamado a la Beatísima Madre Virgen Reina de todas las cosas creadas, Reina del mundo, Señora del universo.

7. Los Sumos Pastores de la Iglesia creyeron deber suyo el aprobar y excitar con exhortaciones y alabanzas la devoción del pueblo cristiano hacia la celestial Madre y Reina.

Dejando aparte documentos de los Papas recientes, recordaremos que ya en el siglo séptimo Nuestro Predecesor San Martín llamó a María «nuestra Señora gloriosa, siempre Virgen»[27]; San Agatón, en la carta sinodal, enviada a los Padres del Sexto Concilio Ecuménico, la llamó «Señora nuestra, verdadera y propiamente Madre de Dios»[28]; y en el siglo octavo, Gregorio II en una carta enviada al patriarca San Germán, leída entre aclamaciones de los Padres del Séptimo Concilio Ecuménico, proclamaba a María «Señora de todos y verdadera Madre de Dios y Señora de todos los cristianos»[29].

Recordaremos igualmente que Nuestro Predecesor, de ilustre memoria, Sixto IV, en la bula Cum praexcelsa[30], al referirse favorablemente a la doctrina de la inmaculada concepción de la Bienaventurada Virgen, comienza con estas palabras: «Reina, que siempre vigilante intercede junto al Rey que ha engendrado». E igualmente Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae[31] llama a María «Reina del Cielo y de la tierra», afirmando que «el Sumo Rey le ha confiado a ella, en cierto modo, su propio imperio».

Por ello San Alfonso de Ligorio, resumiendo toda la tradición de los siglos anteriores, escribió con suma devoción: «Porque la Virgen María fue exaltada a ser la Madre del Rey de los reyes, con justa razón la Iglesia la honra con el título de Reina»[32].

II. LITURGIA

8. La sagrada Liturgia, fiel espejo de la enseñanza comunicada por los Padres y creída por el pueblo cristiano, ha cantado en el correr de los siglos y canta de continuo, así en Oriente como en Occidente, las glorias de la celestial Reina.

9. Férvidos resuenan los acentos en el Oriente: «Oh Madre de Dios, hoy eres trasladada al cielo sobre los carros de los querubines, y los serafines se honran con estar a tus órdenes, mientras los ejércitos de la celestial milicia se postran ante Ti»[33].

Y también: «Oh justo, beatísimo [José], por tu real origen has sido escogido entre todos como Esposo de la Reina Inmaculada, que de modo inefable dará a luz al Rey Jesús»[34]. Y además: «Himno cantaré a la Madre Reina, a la cual me vuelvo gozoso, para celebrar con alegría sus glorias… Oh Señora, nuestra lengua no te puede celebrar dignamente, porque Tú, que has dado a la luz a Cristo Rey, has sido exaltada por encima de los serafines. … Salve, Reina del mundo, salve, María, Señora de todos nosotros»[35].

En el Misal Etiópico se lee: «Oh María, centro del mundo entero…, Tú eres más grande que los querubines plurividentes y que los serafines multialados. … El cielo y la tierra están llenos de la santidad de tu gloria»[36].

10. Canta la Iglesia Latina la antigua y dulcisima plegaria «Salve Regina», las alegres antífonas «Ave Regina caelorum», «Regina caeli laetare alleluia» y otras recitadas en las varias fiestas de la Bienaventurada Virgen María: «Estuvo a tu diestra como Reina, vestida de brocado de oro»[37]; «La tierra y el cielo te cantan cual Reina poderosa»[38]; «Hoy la Virgen María asciende al cielo; alegraos, porque con Cristo reina para siempre»[39].

A tales cantos han de añadirse las Letanías Lauretanas que invitan al pueblo católico diariamente a invocar como Reina a María; y hace ya varios siglos que, en el quinto misterio glorioso del Santo Rosario, los fieles con piadosa meditación contemplan el reino de María que abarca cielo y tierra.

11. Finalmente, el arte, al inspirarse en los principios de la fe cristiana, y como fiel intérprete de la espontánea y auténtica devoción del pueblo, ya desde el Concilio de Éfeso, ha acostumbrado a representar a María como Reina y Emperatriz que, sentada en regio trono y adornada con enseñas reales, ceñida la cabeza con corona, y rodeada por los ejércitos de ángeles y de santos, manda no sólo en las fuerzas de la naturaleza, sino también sobre los malvados asaltos de Satanás. La iconografía, también en lo que se refiere a la regia dignidad de María, se ha enriquecido en todo tiempo con obras de valor artístico, llegando hasta representar al Divino Redentor en el acto de ceñir la cabeza de su Madre con fúlgida corona.

12. Los Romanos Pontífices, favoreciendo a esta devoción del pueblo cristiano, coronaron frecuentemente con la diadema, ya por sus propias manos, ya por medio de Legados pontificios, las imágenes de la Virgen Madre de Dios, insignes tradicionalmente en la pública devoción.

III. RAZONES TEOLÓGICAS

13. Como ya hemos señalado más arriba, Venerables Hermanos, el argumento principal, en que se funda la dignidad real de María, evidente ya en los textos de la tradición antigua y en la sagrada Liturgia, es indudablemente su divina maternidad. De hecho, en las Sagradas Escrituras se afirma del Hijo que la Virgen dará a luz: «Será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá fin»[40]; y, además, María es proclamada «Madre del Señor»[41]. Síguese de ello lógicamente que Ella misma es Reina, pues ha dado vida a un Hijo que, ya en el instante mismo de su concepción, aun como hombre, era Rey y Señor de todas las cosas, por la unión hipostática de la naturaleza humana con el Verbo.

San Juan Damasceno escribe, por lo tanto, con todo derecho: «Verdaderamente se convirtió en Señora de toda la creación, desde que llegó a ser Madre del Creador»[42]; e igualmente puede afirmarse que fue el mismo arcángel Gabriel el primero que anunció con palabras celestiales la dignidad regia de María.

14. Mas la Beatísima Virgen ha de ser proclamada Reina no tan sólo por su divina maternidad, sino también en razón de la parte singular que por voluntad de Dios tuvo en la obra de nuestra eterna salvación.

«¿Qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave —como escribía Nuestro Predecesor, de feliz memoria, Pío XI— que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista adquirido a costa de la Redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador; «Fuisteis rescatados, no con oro o plata, … sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un Cordero inmaculado»[43]. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo «por precio grande»[44] nos ha comprado»[45].

Ahora bien, en el cumplimiento de la obra de la Redención, María Santísima estuvo, en verdad, estrechamente asociada a Cristo; y por ello justamente canta la Sagrada Liturgia: «Dolorida junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo estaba Santa María, Reina del cielo y de la tierra»[46].

Y la razón es que, como ya en la Edad Media escribió un piadosísimo discípulo de San Anselmo: «Así como… Dios, al crear todas las cosas con su poder, es Padre y Señor de todo, así María, al reparar con sus méritos las cosas todas, es Madre y Señor de todo: Dios es el Señor de todas las cosas, porque las ha constituido en su propia naturaleza con su mandato, y María es la Señora de todas las cosas, al devolverlas a su original dignidad mediante la gracia que Ella mereció»[47]. La razón es que, «así como Cristo por el título particular de la Redención es nuestro Señor y nuestro Rey, así también la Bienaventurada Virgen [es nuestra Señora y Reina] por su singular concurso prestado a nuestra redención, ya suministrando su sustancia, ya ofreciéndolo voluntariamente por nosotros, ya deseando, pidiendo y procurando para cada uno nuestra salvación»[48].

15. Dadas estas premisas, puede argumentarse así: Si María, en la obra de la salvación espiritual, por voluntad de Dios fue asociada a Cristo Jesús, principio de la misma salvación, y ello en manera semejante a la en que Eva fue asociada a Adán, principio de la misma muerte, por lo cual puede afirmarse que nuestra redención se cumplió según una cierta «recapitulación»[49], por la que el género humano, sometido a la muerte por causa de una virgen, se salva también por medio de una virgen; si, además, puede decirse que esta gloriosísima Señora fue escogida para Madre de Cristo precisamente «para estar asociada a El en la redención del género humano»[50] «y si realmente fue Ella, la que, libre de toda mancha personal y original, unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció como nueva Eva al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de su maternal amor, por todos los hijos de Adán manchados con su deplorable pecado»[51]; se podrá de todo ello legítimamente concluir que, así como Cristo, el nuevo Adán, es nuestro Rey no sólo por ser Hijo de Dios, sino también por ser nuestro Redentor, así, según una cierta analogía, puede igualmente afirmarse que la Beatísima Virgen es Reina, no sólo por ser Madre de Dios, sino también por haber sido asociada cual nueva Eva al nuevo Adán.

Y, aunque es cierto que en sentido estricto, propio y absoluto, tan sólo Jesucristo —Dios y hombre— es Rey, también María, ya como Madre de Cristo Dios, ya como asociada a la obra del Divino Redentor, así en la lucha con los enemigos como en el triunfo logrado sobre todos ellos, participa de la dignidad real de Aquél, siquiera en manera limitada y analógica. De hecho, de esta unión con Cristo Rey se deriva para Ella sublimidad tan espléndida que supera a la excelencia de todas las cosas creadas: de esta misma unión con Cristo nace aquel regio poder con que ella puede dispensar los tesoros del Reino del Divino Redentor; finalmente, en la misma unión con Cristo tiene su origen la inagotable eficacia de su maternal intercesión junto al Hijo y junto al Padre.

No hay, por lo tanto, duda alguna de que María Santísima supera en dignidad a todas las criaturas, y que, después de su Hijo, tiene la primacía sobre todas ellas. «Tú finalmente —canta San Sofronio— has superado en mucho a toda criatura… ¿Qué puede existir más sublime que tal alegría, oh Virgen Madre? ¿Qué puede existir más elevado que tal gracia, que Tú sola has recibido por voluntad divina?»[52]. Alabanza, en la que aun va más allá San Germán: «Tu honrosa dignidad te coloca por encima de toda la creación: Tu excelencia te hace superior aun a los mismos ángeles»[53]. Y San Juan Damasceno llega a escribir esta expresión: «Infinita es la diferencia entre los siervos de Dios y su Madre»[54].

16. Para ayudarnos a comprender la sublime dignidad que la Madre de Dios ha alcanzado por encima de las criaturas todas, hemos de pensar bien que la Santísima Virgen, ya desde el primer instante de su concepción, fue colmada por abundancia tal de gracias que superó a la gracia de todos los Santos.

Por ello —como escribió Nuestro Predecesor Pío IX, de f. m., en su Bula— «Dios inefable ha enriquecido a María con tan gran munificencia con la abundancia de sus dones celestiales, sacados del tesoro de la divinidad, muy por encima de los Ángeles y de todos los Santos, que Ella, completamente inmune de toda mancha de pecado, en toda su belleza y perfección, tuvo tal plenitud de inocencia y de santidad que no se puede pensar otra más grande fuera de Dios y que nadie, sino sólo Dios, jamás llegará a comprender»[55].

17. Además, la Bienaventurada Virgen no tan sólo ha tenido, después de Cristo, el supremo grado de la excelencia y de la perfección, sino también una participación de aquel influjo por el que su Hijo y Redentor nuestro se dice justamente que reina en la mente y en la voluntad de los hombres. Si, de hecho, el Verbo opera milagros e infunde la gracia por medio de la humanidad que ha asumido, si se sirve de los sacramentos, y de sus Santos, como de instrumentos para salvar las almas, ¿cómo no servirse del oficio y de la obra de su santísima Madre para distribuirnos los frutos de la Redención?

«Con ánimo verdaderamente maternal —así dice el mismo Predecesor Nuestro, Pío IX, de ilustre memoria— al tener en sus manos el negocio de nuestra salvación, Ella se preocupa de todo el género humano, pues está constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra y está exaltada sobre los coros todos de los Ángeles y sobre los grados todos de los Santos en el cielo, estando a la diestra de su unigénito Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, con sus maternales súplicas impetra eficacísimamente, obtiene cuanto pide, y no puede no ser escuchada»[56].

A este propósito, otro Predecesor Nuestro, de feliz memoria, León XIII, declaró que a la Bienaventurada Virgen María le ha sido concedido un poder «casi inmenso en la distribución de las gracias»[57]; y San Pío X añade que María cumple este oficio suyo «como por derecho materno»[58].

18. Gloríense, por lo tanto, todos los cristianos de estar sometidos al imperio de la Virgen Madre de Dios, la cual, a la par que goza de regio poder, arde en amor maternal.

Mas, en estas y en otras cuestiones tocantes a la Bienaventurada Virgen, tanto los Teólogos como los predicadores de la divina palabra tengan buen cuidado de evitar ciertas desviaciones, para no caer en un doble error; esto es, guárdense de las opiniones faltas de fundamento y que con expresiones exageradas sobrepasan los límites de la verdad; mas, de otra parte, eviten también cierta excesiva estrechez de mente al considerar esta singular, sublime y —más aún— casi divina dignidad de la Madre de Dios, que el Doctor Angélico nos enseña que se ha de ponderar «en razón del bien infinito, que es Dios»[59].

Por lo demás, en este como en otros puntos de la doctrina católica, la «norma próxima y universal de la verdad» es para todos el Magisterio, vivo, que Cristo ha constituido «también para declarar lo que en el depósito de la fe no se contiene sino oscura y como implícitamente»[60].

19. De los monumentos de la antigüedad cristiana, de las plegarias de la liturgia, de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas partes hemos recogido expresiones y acentos, según los cuales la Virgen Madre de Dios sobresale por su dignidad real; y también hemos mostrado cómo las razones, que la Sagrada Teología ha deducido del tesoro de la fe divina, confirman plenamente esta verdad. De tantos testimonios reunidos se forma un concierto, cuyos ecos resuenan en la máxima amplitud, para celebrar la alta excelencia de la dignidad real de la Madre de Dios y de los hombres, que «ha sido exaltada a los reinos celestiales, por encima de los coros angélicos»[61].

IV. INSTITUCIÓN DE LA FIESTA

20. Y ante Nuestra convicción, luego de maduras y ponderadas reflexiones, de que seguirán grandes ventajas para la Iglesia si esta verdad sólidamente demostrada resplandece más evidente ante todos, como lucerna más brillante en lo alto de su candelabro, con Nuestra Autoridad Apostólica decretamos e instituimos la fiesta de María Reina, que deberá celebrarse cada año en todo el mundo el día 31 de mayo. Y mandamos que en dicho día se renueve la consagración del género humano al Inmaculado Corazón de la bienaventurada Virgen María. En ello, de hecho, está colocada la gran esperanza de que pueda surgir una nueva era tranquilizada por la paz cristiana y por el triunfo de la religión.

Procuren, pues, todos acercarse ahora con mayor confianza que antes, todos cuantos recurren al trono de la gracia y de la misericordia de nuestra Reina y Madre, para pedir socorro en la adversidad, luz en las tinieblas, consuelo en el dolor y en el llanto, y, lo que más interesa, procuren liberarse de la esclavitud del pecado, a fin de poder presentar un homenaje insustituible, saturado de encendida devoción filial, al cetro real de tan grande Madre. Sean frecuentados sus templos por las multitudes de los fieles, para en ellos celebrar sus fiestas; en las manos de todos esté la corona del Rosario para reunir juntos, en iglesias, en casas, en hospitales, en cárceles, tanto los grupos pequeños como las grandes asociaciones de fieles, a fin de celebrar sus glorias. En sumo honor sea el nombre de María más dulce que el néctar, más precioso que toda joya; nadie ose pronunciar impías blasfemias, señal de corrompido ánimo, contra este nombre, adornado con tanta majestad y venerable por la gracia maternal; ni siquiera se ose faltar en modo alguno de respeto al mismo. Se empeñen todos en imitar, con vigilante y diligente cuidado, en sus propias costumbres y en su propia alma, las grandes virtudes de la Reina del Cielo y nuestra Madre amantísima. Consecuencia de ello será que los cristianos, al venerar e imitar a tan gran Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el amor social, respeten los derechos de los pobres y amen la paz. Que nadie, por lo tanto, se juzgue hijo de María, digno de ser acogido bajo su poderosísima tutela si no se mostrare, siguiendo el ejemplo de ella, dulce, casto y justo, contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no dañando ni perjudicando, sino ayudando y consolando.

21. En muchos países de la tierra hay personas injustamente perseguidas a causa de su profesión cristiana y privadas de los derechos humanos y divinos de la libertad: para alejar estos males de nada sirven hasta ahora las justificadas peticiones ni las repetidas protestas. A estos hijos inocentes y afligidos vuelva sus ojos de misericordia, que con su luz llevan la serenidad, alejando tormentas y tempestades, la poderosa Señora de las cosas y de los tiempos, que sabe aplacar las violencias con su planta virginal; y que también les conceda el que pronto puedan gozar la debida libertad para la práctica de sus deberes religiosos, de tal suerte que, sirviendo a la causa del Evangelio con trabajo concorde, con egregias virtudes, que brillan ejemplares en medio de las asperezas, contribuyan también a la solidez y a la prosperidad de la patria terrenal.

22. Pensamos también que la fiesta instituida por esta Carta encíclica, para que todos más claramente reconozcan y con mayor cuidado honren el clemente y maternal imperio de la Madre de Dios, pueda muy bien contribuir a que se conserve, se consolide y se haga perenne la paz de los pueblos, amenazada casi cada día por acontecimientos llenos de ansiedad. ¿Acaso no es Ella el arco iris puesto por Dios sobre las nubes, cual signo de pacífica alianza?[62]. «Mira al arco, y bendice a quien lo ha hecho; es muy bello en su resplandor; abraza el cielo con su cerco radiante y las Manos del Excelso lo han extendido»[63]. Por lo tanto, todo el que honra a la Señora de los celestiales y de los mortales —y que nadie se crea libre de este tributo de reconocimiento y de amor— la invoque como Reina muy presente, mediadora de la paz; respete y defienda la paz, que no es la injusticia inmune ni la licencia desenfrenada, sino que, por lo contrario, es la concordia bien ordenada bajo el signo y el mandato de la voluntad de Dios: a fomentar y aumentar concordia tal impulsan las maternales exhortaciones y los mandatos de María Virgen.

Deseando muy de veras que la Reina y Madre del pueblo cristiano acoja estos Nuestros deseos y que con su paz alegre a los pueblos sacudidos por el odio, y que a todos nosotros nos muestre, después de este destierro, a Jesús que será para siempre nuestra paz y nuestra alegría, a Vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestros fieles, impartimos de corazón la Bendición Apostólica, como auspicio de la ayuda de Dios omnipotente y en testimonio de Nuestro amor.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Maternidad de la Virgen María, el día 11 de octubre de 1954, decimosexto de Nuestro Pontificado.
PÍO PAPA XII

________________________________________
[1] Cf. const. apost. Munificentissimus Deus: A.A.S. 32 (1950), 753 ss.
[2] Cf. enc. Fulgens corona: A.A.S. 35 (1953) 577 ss.
[3] Cf. A.A.S. 38 (1946) 264 ss.
[4] Cf. Osservat. Rom., 19 de mayo de 1946.
[5] Luc. 1, 32.
[6] Is. 9, 6.
[7] Apoc. 19, 16.
[8] Cf. Luc. 1, 32. 33.
[9] Luc. 1, 43.
[10] S. Ephraem Hymni de B. María (ed. Th. J. Lamy t. II, Mechliniae, 1886) hymn. XIX, p. 624.
[11] Idem Orat. ad Ssmam. Dei Matrem: Opera omnia (ed. Assemani t. III [graece] Romae, 1747, p. 546).
[12] S. Greg. Naz. Poemata dogmatica XVIII v. 58 PG 37, 485.
[13] Prudent. Dittochaeum XXVII PL 60, 102 A.
[14] Hom. in S. Luc. hom. VII (ed. Rauer Origines’ Werke t. IX, 48 [ex «catena» Macarii Chrysocephali]). Cf. PG 13, 1902 D.
[15] S. Hier. Liber de nominibus hebraeis: PL 23, 886.
[16] S. Petrus Chrysol., Sermo 142 De Annuntiatione B.M.V.: PL 52, 579 C; cf. etiam 582 B; 584 A: «Regina totius exstitit castitatis».
[17] Relatio Epiphani ep. Constantin. PL 63, 498 D.
[18] Encomium in Dormitionem Ssmae. Deiparae [inter opera S. Modesti] PG 86, 3306 B.
[19] S. Andreas Cret., Hom. II in Dormitionem Ssmae. Deiparae: PG 97, 1079 B.
[20] Id., Hom. III in Dormit. Ssmae. Deip.: PG 97, 1099 A.
[21] S. Germanus, In Praesentationem Sanctissimae Deiparae 1 PG 98, 303 A.
[22] Id., ibid. 2 PG 98, 315 C.
[23] S. Ioannes Damasc., Hom. I In Dormitionem B.M.V.: PG 96, 719 A.
[24] Id. De fide orthodoxa 4, 14 PG 44, 1158 B.
[25] De laudibus Mariae (inter opera Venantii Fortunati) PL 88, 282 B. 283 A.
[26] Ildefonsus Tolet. De virginitate perpetua B.M.V.: 96, 58 A.D.
[27] S. Martinus I, Epist. 14 PL 87, 199-200 A.
[28] S. Agatho PL 87, 1221 A.
[29] Hardouin, Acta Conc. 4, 234.238 PL 89, 508 B.
[30] Syxtus IV, bulla Cum praeexcelsa d. d. 28 febr. 1476.
[31] Benedictus XIV, bulla Gloriosae Dominae d. d. 27 sept. 1748.
[32] S. Alfonso Le glorie di Maria, p.I, c.I, §1.
[33] Ex liturgia Armenorum: in festo Assumpt., hym. ad Mat.
[34] Ex Menaeo (byzant.): Dominica post Natalem, in Canone, ad Mat.
[35] Officium hymni, Akathistós (in ritu byzant.).
[36] Missale Aethiopicum: Anaphora Dominae nostrae Mariae, Matris Dei.
[37] Brev. Rom.: Versic. sexti Resp.
[38] Festum Assumpt., hymn. Laud.
[39] Ibid., ad Magnificat II Vesp.
[40] Luc. 1, 32. 33.
[41] Ibid. 1, 43.
[42] S. Ioannes Damasc. De fide orthodoxa 4, 14 PG 94, 1158 B.
[43] 1 Pet. 1, 18. 19.
[44] 1 Cor. 6, 20.
[45] Pius XI, enc. Quas primas: A.A.S. 17 (1925), 599.
[46] Festum septem dolorum B. M. V., tractus.
[47] Eadmerus, De excellentia V. M., 11 PL 159, 508 A.B.
[48] F. Suárez, De mysteriis vitae Christi disp. 22, sect. 2 (ed. Vives 19, 327).
[49] S. Iren., Adv. haer. 4, 9, 1 PG 7, 1175 B.
[50] Pius XI, epist. Auspica
tus profecto: A.A.S. 25 (1933), 80.
[51] Pius XII, enc. Mystici Corporis: A.A.S. 35 (1943), 247.
[52] S. Sophronius, In Annuntiationem B. M. V.: PG 87, 3238 D. 3242 A.
[53] S. Germanus, Hom. II in Dormitionem B. M. V.: PG 98, 354 B.
[54] S. Ioannes Damasc., Hom. I in Dormitionem B. M. V.: PG 96, 715 A.
[55] Pius IX, bulla Ineffabilis Deus: Acta Pii IX 1, 597. 598.
[56] Ibid., 618.
[57] Leo XIII, enc. Adiutricem populi: A.A.S. 28 (1895-1896), 130.
[58] Pius X, enc. Ad diem illum: A.A.S. 36 (1903-1904), 455.
[59] S. Thomas, Sum. Theol. 1, 25, 6, ad 4.
[60] Pius XII, enc. Humani generis: A.A.S. 42 (1950), 569.
[61] Brev. Rom.: Festum Assumpt. B. M. V.
[62] Cf. Gen. 9, 13.
[63] Eccli. 43, 12-13.

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REFLEXIONES Y DOCTRINA Usos, Costumbres, Historia

Resumen de las principales ideas que movieron a Pío XII a instituir la Fiesta de María Reina 1-11-1954

No es una novedad, sino antigua doctrina, remedio de males. No es concepto político sino ultraterreno pero real. Fundamento de su poder es la Maternidad Divina. Revestida de poder real nos ayuda. Otros beneficios, especialmente la decisión cristiana. Con audacia sacudan el abatimiento los dirigentes y gobernantes. Derrama sus bendiciones sobre todo el pueblo. Plegaria de Pío XII a María Reina.

1. No es una novedad, sino antigua doctrina, remedio de males.

Los testimonios de homenaje y devoción hacia la Madre de Dios, que el universo católico ha multiplicado en los pasados meses, han probado espléndidamente tanto en las manifestaciones públicas, como en las más modestas acciones de la piedad privada, su amor a la Virgen María y la fe en sus incomparables privilegios. Pero con el fin de coronar todas estas manifestaciones con una solemnidad particularmente significativa del Año Mariano, hemos querido instituir y celebrar la Fiesta de la Realeza de María.

Ninguno de vosotros, queridos hijos e hijas, se maravillará ni pensará que se haya tratado de decretar a la Virgen un nuevo título. ¿No repiten acaso los fieles cristianos desde hace siglos, en las Letanías Lauretanas, las invocaciones que saludan a María con el nombre de Reina? Y el rezo del Santo Rosario proponiendo para la piadosa meditación la memoria de los gozos, los dolores y las glorias de la Madre de Dios, ¿no termina acaso con el recuerdo radiante de María recibida en el cielo por su Hijo y adornada por Él con regia corona?

2. No es concepto político sino ultraterreno pero real.

Menos aún que la de su hijo, la realeza de María no debe concebirse como analógica con las realidades de la vida política moderna. Las maravillas del cielo no se pueden representar sin duda sino mediante las palabras y expresiones, aunque imperfectas, del lenguaje humano; pero esto no significa en manera alguna que, para honrar a María, se deba dar adhesión a una determinada forma de gobierno o a una particular estructura política. La realeza de María es una realeza ultraterrena, la cual sin embargo, al mismo tiempo, penetra hasta lo más íntimo de los corazones y los toca en su profunda esencia, en aquello que tiene de espiritual y de inmortal.

 

3. Fundamento de su poder es la Maternidad Divina.

Los orígenes de las glorias de María, el momento cumbre que ilumina toda su persona y su misión, es aquel en que, llena de gracia, dirigió al Arcángel Gabriel el Fiat, que manifestaba su consentimiento a la divina disposición; de tal forma Ella se convertía en Madre de Dios y Reina, y recibía el oficio real de velar por la unidad y la paz del género humano. Por Ella tenemos la firme confianza en que la humanidad se encaminará poco a poco en esta vía de salvación; Ella guiará los jefes de las naciones y los corazones de los pueblos hacia la concordia y la caridad.

4. Revestida de poder real nos ayuda.

¿Qué podrían hacer por consiguiente los cristianos en la hora presente, en la que la unidad y la paz del mundo, y aún las fuentes mismas de la vida están en peligro, sino volver la mirada hacia Aquella que aparece entre ellos revestida del poder real?. De la misma forma que Ella envolvió en su manto al Divino Niño, primogénito de todas las criaturas y de toda la creación, dígnese ahora proteger a todos los hombres y a todos los pueblos con su vigilante ternura; dígnese, como Sede de la Sabiduría, hacer que refulja la verdad de las palabras inspiradas, que la Iglesia aplica a Ella:
«Por mí reinan los reyes y los jueces administran la justicia; por mí mandan los príncipes y gobiernan los soberanos de la tierra».

Si el mundo en la actualidad lucha sin tregua por conquistar su unidad, por asegurar la paz, la invocación del reino de María es, por encima de todos los medios terrenos y de todos los designios humanos deficientes siempre de algún modo, la voz de la fe y de la esperanza cristiana, sólida y segura de las promesas divinas y de las ayudas inagotables que este imperio de María ha difundido para la salvación de la humanidad.

5. Otros beneficios, especialmente la decisión cristiana.

Sin embargo, Nos esperamos también la inagotable bondad de la beatísima Virgen, que hoy invocamos como la real Madre del Señor, otros beneficios no menos preciosos.

Ella debe no solamente aniquilar los tétricos planes y las inicuas obras de los enemigos de una humanidad unida y cristiana, sino que ha de comunicar igualmente a los hombres de hoy algo de su espíritu.

Con esto nos referimos a la voluntad valiente e incluso audaz, que, en las circunstancias difíciles, de frente a los peligros y obstáculos, sabe tomar sin vacilar las resoluciones que se imponen, y procurar su ejecución con una energía indefectible de forma que arrastre detrás de sus huellas a los débiles, a los cansados, a los que dudan, a los que ya no creen en la justicia y en la nobleza de la causa que deben defender.

¿Quién no ve en que grado ha actuado María en sí misma este espíritu y ha merecido las alabanzas debidas a la «Mujer fuerte»? Su Magnificat, este canto de alegría y de confianza invencible en la potencia divina, con la cual Ella comienza a realizar las obras, la llena de santa audacia, de una fuerza desconocida a la naturaleza.

6. Con audacia sacudan el abatimiento los dirigentes y gobernantes.

¡Cómo querríamos que todos aquellos que hoy tienen la responsabilidad de los asuntos públicos imitasen este luminoso ejemplo de sentimiento real! Por el contrario ¿ no se nota acaso también alguna vez en sus filas una especie de cansancio, de resignación, de pasividad, que les impide afrontar con firmeza y perseverancia los arduos problemas del momento presente? Algunos de ellos ¿no dejan acaso que a veces los acontecimientos corran a merced de la corriente, en vez de dominarlos con una acción sana y constructiva?

¿No urge por consiguiente movilizar todas las fuerzas vivas ahora en reserva, estimular a aquellos que no tienen aun plena conciencia de la peligrosa depresión psicológica en que han caído? Si la realeza de María tiene un símbolo muy apropiado en la acies ordinata, en el ejército ordenado para la batalla, nadie querrá por ello pensar ciertamente en ninguna intención belicosa, sino únicamente en la fuerza de ánimo que admiramos en grado heroico en la Virgen, y que procede de la conciencia de obrar poderosamente por el orden de Dios en el mundo.

¡Ojalá que nuestra invocación a la realeza de la Madre de Dios pueda obtener para los hombres conscientes de sus responsabilidades la gracia de vencer el abatimiento y la indolencia en un momento en que nadie puede permitirse un instante de descanso cuando en tantas regiones la justa libertad está oprimida, la verdad ofuscada por los ardides de una propaganda engañadora y las fuerzas del mal desencadenadas sobre la tierra!

7. Derrama sus bendiciones sobre todo el pueblo.
Si la realeza de María pude sugerir a los conductores de las naciones actitudes y consejos que corresponden a las exigencias de la hora presente, Ella no cesa de derramar sobre todos los pueblos de la tierra y sobre todas las clases sociales la abundancia de sus gracias.

Después del atroz espectáculo de la Pasión al pie de la Cruz, en que había ofrecido el más duro de los sacrificios que se pueden pedir a una madre, Ella continuó difundiendo sobre los primeros cristianos, sus hijos adoptivos, sus cuidados maternales. Reina más que ninguna otra por la elevación de su alma y por la excelencia de los dones divinos, Ella no cesa de conceder todos los tesoros de su afecto y de sus dulces premuras a la mísera humanidad. Lejos de estar fundado sobre las exigencias de sus derechos y de un altivo dominio, el reino de María no tiene más que una aspiración: la plena entrega de sí en su mas alta y total generosidad.

8. Plegaria de Pío XII a María Reina.

Así pues ejerce María su realeza: acogiendo nuestros homenajes y no desdeñando escuchar incluso las más humildes e imperfectas plegarias. Por esto, deseosos como estamos de interpretar los sentimientos de todo el pueblo cristiano, Nos dirigimos a la bienaventurada Virgen esta ferviente súplica:

«Desde lo hondo de esta tierra de lágrimas, en que la humanidad dolorida se arrastra trabajosamente; en medio de las olas de este nuestro mar perennemente agitado por los vientos de las pasiones; elevamos los ojos a vos, oh María amadísima, para reanimarnos contemplando vuestra gloria y para saludaros como Reina y Señora de los cielos y de la tierra, como reina y Señora nuestra.

Con legítimo orgullo de hijos queremos exaltar esta vuestra realeza y reconocerla como debida por la excelencia suma de todo vuestro ser, dulcísima y verdadera Madre de Aquel, que es Rey por derecho propio, por herencia y por conquista.

Reinad, Madre y Señora, señalándonos el camino de la santidad, dirigiéndonos, a fin de que nunca nos apartemos de él.

Lo mismo que ejercéis en lo alto del Cielo vuestra primacía sobre las milicias angélicas, que os aclaman como soberana suya, sobre las legiones de los Santos, que se deleitan con la contemplación de vuestra fúlgida belleza; así también reinad sobre todo el género humano, particularmente abriendo las sendas de la fe a cuantos todavía no conocen a vuestro hijo divino.

Reinad sobre la Iglesia, que profesa y celebra vuestro suave dominio y acude a vos como a remedio seguro en medio de las adversidades de nuestros tiempos. Mas reinad especialmente sobre aquella parte de la Iglesia que está perseguida y oprimida, dándole fortaleza para soportar las contrariedades, constancia para no ceder a injustas presiones; luz para no caer en las asechanzas del enemigo; firmeza para resistir a los ataques manifiestos y en todo momento fidelidad inquebrantable a vuestro Reino.

Reinad sobre las inteligencias, a fin de que busquen solamente la verdad; sobre las voluntades, a fin de que persigan solamente el bien; sobre los corazones a fin de que amen únicamente lo que vos misma amáis.

Reinad sobre los individuos y sobre las familias, al igual que sobre las sociedades y naciones; sobre las asambleas de los poderosos, sobre los consejos de los sabios, lo mismo que sobre las sencillas aspiraciones de los humildes.

Reinad en las calles y en las plazas, en las ciudades y en las aldeas, en los valles y en las montañas, en el aire, en la tierra y en el mar; y acoged la piados plegaria de cuantos saben que vuestro reino es reino de misericordia, donde toda súplica encuentra acogida, todo dolor consuelo, toda desgracia alivio, toda enfermedad salud, y donde, como a una simple señal de vuestras suavísimas manos, de la muerte misma brota alegre vida.

Obtenednos que quienes ahora os aclaman en todas partes del mundo y os reconocen como Reina y Señora, puedan un día en el cielo gozar de la plenitud de vuestro Hijo divino, el cual con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Así sea».

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A la Reina del Cielo Al Nombre de María DEVOCIONES Y ORACIONES Oraciones de Santos y Otros

Letanía y Nombres Misteriosos de la Reina del Cielo, mi Señora

Esta letanía fue compuesta por la Venerable Sor María de Jesús de Agreda. Está enriquecida con indulgencias por Sumo Pontífice y varios Prelados.
Sor María de Jesús nace el 2 de abril, 1602 en Ágreda, Soria, y muere el 24 de mayo de 1665 en el mismo lugar.

Religiosa Concepcionista Franciscana con extraordinarios dones místicos, padecía «muertes místicas» en las que permanecía durante horas inmóvil e insensible. También experimentaba éxtasis y levitación. Dicen que también tenía el don de bilocación.

Estos fenómenos la hicieron sospechosa ante el Santo Oficio (Inquisición) pero salió absuelta. Ello fomentó aún más su fama y hasta el rey Felipe IV fue a conocerla. El Papa Clemente X, en 1765, la declaró Venerable.

Su obra más importante, La Mística Ciudad de Dios, sobre la Vida de la Virgen, fué, según la Venerable, dictado por la Virgen María. La escribió dos veces. La primera fue quemada por la propia autora a causa de la imposición de un religioso anciano que era contrario a que las mujeres escribieran sobre temas teológicos, y la segunda versión fue publicada tras su muerte.

 

LA LETANÍA

Kyrie, eleyson. Christe, eleyson. Kyrie, eleyson.
Christe, audi nos. Christe, exaudi nos.

Santa Maria, Emperatriz del cielo y tierra, Ora pro nobis.
Hija del Eterno Padre,
Madre del Eterno Hijo,
Esposa del Eterno y santo Espíritu,
Complemento de la inefable y beatísima Trinidad,
Espejo inmaculado y perfectísimo de la Divinidad,
Esfera de la Divina omnipotencia,
Centro de la bondad incomprensible,
Aurora de la eternidad interminable,
Lucero del eterno sol y luz inaccesible,
Gloria de la Jerusalén triunfante,
Virtud y fortaleza de la Jerusalén militante,
Alegría del pueblo santo y escogido,
Ejemplar de los supremos y abrasados Serafines,
Resplandor de los iluminados Querubines,
Santa y justa emulación de la angélica naturaleza,
Victoria de los ejércitos del Señor Dios,
Honra de la humana naturaleza,
Decoro y hermosura de todo lo criado,
Triunfo y triunfadora de los enemigos del Altísimo,
Nobilísimo objeto en pura criatura de loa predestinados,
Corona de los Santos,
Laureola de las vírgenes,
Flor candidísima de la castidad virginal,
Bálsamo oloroso de la pureza corporal,
Prodigio inexplicable de la pureza espiritual,
Vencedora de la muerte y del pecado,
Judit animosa que al príncipe de las tinieblas degollaste,
Mujer fuerte cuyo precio vino de lejos de la Divinidad,
Mujer invicta e invencible que a la antigua serpiente quebrantaste la cabeza,
Torre de David contra el infierno,
Escala de Jacob que llega al cielo,
Manantial de toda gracia y vida eterna,
Archivo de las riquezas del muy alto,
Origen de los dones de su diestra,
Restauradora de la inconstancia y culpa de Eva,
Arco del cielo que el sereno de la piedad anuncias,
Nave de la contratación del cielo cargada del pan que nos sustenta,
Arca incorruptible del nuevo y eterno testamento,
Tierra santa donde llovió el cielo el maná vivo,
Tierra de promisión que mana leche y miel de gracia,
Vellocino rociado con la misma Divinidad,
Mesa franca del pacífico y verdadero rey Asuero,
Zarza no consumida y abrasada,
Oculta vida que a las almas resucitas,
Antídoto contra el veneno de la serpiente antigua,
Glorioso fin de la sabiduría de Dios y su potencia,
Ester privilegiada de la común ley de la culpa,
Prudente reina que a tu pueblo librasteis de la muerte,
Reina sola de tus vasallos fidelísima,
Retrato que engrandeces a tu Artífice,
Monte santo donde se dio la ley de amor,
Memorial justo que ofrecemos al justo Juez los pecadores,
Pura criatura a Dios más inmediata,
Custodia del escondido Sacramento,
Fénix única que en tu fuego renovada regeneraste al mundo,
Pelícano que con tu sangre en tu Hijo alimentas a tus hijos,
Amantísima que amas hasta el fin a quien te ama,
Estampa del ser divino que acredita el ser humano,
Instrumento del amor inmenso y de sus obras,
Atalaya que avisa al navegante,
Receta para enfermos incurables,
Imán que lleva a Si los corazones,
Antorcha que da luz al que va a oscuras,
Refugio y sagrado para quien huye de la justicia,
Terror para las furias del infierno,
Jerusalén adornada con su esposo,
Esposa que pacificas al verdadero Sansón indignado con los hombres,
Abogada que sabiamente alegas nuestra causa,
Madre del amor hermoso y santa esperanza,
Madre del temor discreto y grandeza del corazón,
Flor del campo,
Rosa mística,
Lirio de los valles,
Huerto cerrado,
Fuente sellada,
Puerta del cielo,
Casa del sol,
Mi dulce vida por quien vivo y por quien muero,
Mi madre y mi maestra, por quien me gobierno,
María siempre virgen prudentísima,

De todo mal y culpa, líbrame Señora.
De la ira del Altísimo,
De su desgracia y ofensa,
De la muerte súbita e improvisa,
Del furor y saña de mis enemigos,
De la astucia maliciosa de la serpiente,
De la ira, odio y mala voluntad,
Del espíritu inmundo,
De la ofensa de mis hermanos y prójimos,
De la inconstancia en la virtud,
De la muerte eterna por el pecado,
De la muerte eterna por el pecado,
De la muerte eterna por el pecado,
En el día del juicio,
Por tu purísima Concepción inmaculada,
Por tu natividad santísima,
Por tu presentación al templo,
Por la encarnación del Verbo eterno en tus purísimas entrañas,
Por la dignidad inefable de ser Madre de Dios,
Por el gozo que de ver a Dios de Ti hecho hombre y adorado recibiste,
Por la santa conversación y vida que con El hiciste,
Por lo que en tu vastísimo corazón con la profecía del Santo Simeón sentiste,
Por el dolor que sentiste, cuando le perdiste en Jerusalén,
Por el dolor cuando viste su prisión,
Por el dolor de verle con la cruz a cuestas,
Por el dolor de verle clavar y levantar en ella,
Por el dolor de verle expirar en ella,
Por el dolor de verle bajar de la cruz y sepultar,
Por todos los dorares que en toda su pasión, sentiste,
Por el gozo de su resurrección,
Por el no conocido que tuviste en su admirable ascensión,
Por la plenitud de dones que con la venida del Espíritu Santo recibiste,
Por tu admirable asunción,
Por tu admirable exaltación y coronación,
Por la gloria accidental de la Divinidad que gozas,
Por la gloria que das a los bienaventurados, gozarás y darás por todas las eternidades,

 

ORACIÓN

Santísima e inmaculada, por haberte preservado el Altísimo de toda mancha de pecado para que fueses digna Madre de su Unigénito Hijo, que de tus virginales entrañas tomó carne humana y se hizo hombre, suplícote purísima y bendita entre todas las mujeres, que me alcances de tu dilecto Hijo perdón cumplido de todos mis pecados; que sea escrita en el número de los predestinados, y en esta vida alcance la gracia final con que merezca la eterna, que esperamos por Ti, Señora Nuestra,. y por el mismo Señor que vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

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