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Un Recorrido por Santa María de los Ángeles [con la Porciúncula adentro]

La Basílica Patriarcal de Santa María de los Ángeles encierra algo importante.

La venerable iglesita de la Porciúncula, fue la vivienda de Francisco y la primera generación franciscana.

Y lugar santo en el que Francisco, la tarde del 3 de octubre de 1226, acogió a la hermana muerte cantando.

El templo está dedicado a la Reina de los Ángeles, la «Dama pobre» de la Porciúncula.
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Quien guió maternalmente a Francisco y a los hermanos de la naciente comunidad.
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Es custodiado con celosa ternura por los Hermanos Menores Franciscanos.
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En la Porciúncula estamos en la fuente del franciscanismo, en la limpia fuente del Perdón de Asís y de la Misericordia de Dios.

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A los pies de la colina de Asís, se yergue solemne y majestuosa, la Basílica Patriarcal de Santa María de los Ángeles en la Porciúncula.

Levantada entre los años 1569 y 1679, para engarzar los lugares santos de la vida y la muerte de San Francisco.

En el centro del vasto templo renacentista se encuentra la humilde iglesita benedictina del siglo IX llamada Porciúncula.

Que el Santo reparó con sus propias manos (1207).

 

Fuente frente a la Basilica
Fuente frente a la Basilica

 

Aquí fue donde Francisco, en su veintena de años, al escuchar la lectura del Evangelio, comprendió definitivamente su propia vocación.

Renunció al mundo para vivir en radical pobreza y comenzó a dedicarse al apostolado itinerante.

En la Porciúncula recibió el Santo a sus primeros seguidores y fundó la Orden de los Hermanos Menores, y en 1211.

Con la vestición de Santa Clara, fundó también aquí la Orden de las «Damas Pobres», las Clarisas.

Aquí celebró el Santo los primeros Capítulos (reuniones generales de los frailes).

Y desde la Porciúncula envió a sus seguidores como misioneros de paz a los hombres de toda la tierra.

En la Porciúncula, Cristo, apareciéndose a Francisco, le concedió, por intercesión de María, la extraordinaria indulgencia del Perdón de Asís (1216).

Junto al ábside de la Basílica, en el interior, está la Capilla del Tránsito, donde Francisco acogió a la muerte cantando (3 de octubre de 1226).

A la derecha de la Basílica están la Rosaleda, en la que el Santo se arrojó entre las espinas para vencer una tentación.

Y la Capilla de las Rosas, lugar en el que Francisco tomaba breves descansos.

Un particular interés espiritual, histórico y artístico revisten: la Cripta, el antiguo conventito (siglos XIII-XIV), el Museo.

Como también la grandiosa Basílica enriquecida con notables obras de arte: frescos, lienzos, estatuas y obras en madera valiosísimas.

 

Estatua de Maria en la Fachada
Estatua de Maria en la Fachada

 

BASÍLICA DE SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES

Desde los tiempos del Santo comenzó una polémica arquitectónica que terminó, tras varias vicisitudes, con la construcción de la grandiosa Basílica del siglo XVI.

En vida de Francisco, después de la construcción de la casa del Ayuntamiento detrás de la Porciúncula – construcción duramente criticada por el Santo – florecieron en el entorno varios edificios pobrísimos para los frailes que moraban aquí.

Y para los que, cada vez en mayor número, llegaban a este lugar procedentes de todos los lugares de la tierra.

Grandes trabajos se realizaron ya en 1230, año en que se construyeron el refectorio y otras dependencias contiguas, parte de las cuales pueden verse todavía.

En torno a la iglesita se levantaron enseguida varias galerías porticadas y oratorios en recuerdo de episodios vividos aquí por el Santo.

Un conjunto riquísimo de recuerdos demolidos irremediablemente al construir el gran templo.

Y de los que han aparecido los cimientos en la campaña de excavaciones realizada en los años 1967-1969, cuando se renovó el pavimento de la Basílica.

La grandiosa Basílica, cuya construcción se inició en 1569, el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, se erigió para acoger a las multitudes de peregrinos que llegaban aquí de todas partes del mundo, especialmente con motivo de la Fiesta del Perdón de Asís.

El templo se terminó en 1679. De las dos torres de campanas previstas en un principio, sólo se ha construido la de la derecha.

El inmenso templo, proyectado por el arquitecto de Perusa Gian Galeazzo Alessi, fue realizado con gran majestad

Y consta de tres naves y capillas laterales ricamente adornadas y con frescos que constituyen un complejo significativo y grandioso del prebarroco italiano.

Una de las capillas fue decorada por pintores barrocos (1592), bastante antes de que se concluyeran los trabajos de la Basílica; las otras han sido decoradas por Pomeracio, Sermei, Appiani, Giorgetti y otros grandes artistas.

 

Fachada
Fachada

 

A causa del violento terremoto de 1832 se derrumbó la nave central hasta el crucero y parte de las naves laterales, quedando en pie la cúpula, el ábside y las capillas laterales.

El edificio fue reconstruido en sus formas originales por Luigi Poletti (1836-1840).

La bellísima cúpula, obra maestra de hermosas y bellas líneas, es alta y esbelta. Se apoya en un tambor poligonal con ocho ventanales y cornisa.

Es la obra de Alessi que ha sobrevivido. Tras el terremoto de 1832 se le hizo un cerco o abrazadera metálica, y es un punto de referencia desde cualquier parte de la llanura.

Son notables en la Basílica las obras de madera con tallas y esculturas del siglo XVII: los coros, grande y pequeño, el púlpito, la espaciosa y espléndida sacristía y el armario de las reliquias.

 

La Porciuncula dentro de la Basílica
La Porciuncula dentro de la Basílica

 

CAPILLA DE LA PORCIÚNCULA

Esto sucede en la verde llanura umbriana, en el corazón de la pequeña ciudad de Santa María de los Ángeles.

Allí se alza el inmenso templo de la Basílica que tiene a la Porciúncula, del siglo XVI.

Esta Basílica nos introduce en el corazón de Francisco y en el misterio mismo de la ciudad seráfica:

«En las puertas de Asís está la representación de los bienaventurados espíritus, los ángeles, que están en la presencia de la Santísima Trinidad y forman una corona en torno a la Madre de Dios…

Oh María, Reina de los Ángeles, desde aquí nos muestras el camino del paraíso» (Juan XXIII).

La Basílica encierra desde hace siglos entre sus blancos muros, a manera de un relicario, la perla preciosísima de la iglesita de la Porciúncula.

Es éste el lugar más sagrado y venerable del franciscanismo, la «cuna pétrea de los Menores».

Donde, como puntualiza en una síntesis estupenda San Buenaventura, segundo biógrafo de San Francisco, éste «comenzó humildemente, prosiguió virtuosamente y concluyó felizmente su camino espiritual».

Cuando Francisco llegó aquí a principios del siglo XIII, la iglesita humilde y solitaria dedicada a la Asunción de la Virgen estaba rodeada por un bosque de encinas y se encontraba en un estado de abandono casi total.

 

Capilla de la Porciuncula
Capilla de la Porciuncula

 

Francisco compadecido la reparó con sus propias manos e hizo de ella un punto de referencia para toda su vida y para la vida de la fraternidad franciscana.

Fue aquí donde bajó a su corazón inflamado de ardor juvenil, aún inquieto y a la búsqueda, aquella palabra encendida de Cristo que lo arrancó definitivamente del mundo y de las cosas de antes, empujándolo con fuerza y entusiasmo por el camino del Evangelio.

El 24 de febrero de 1208 resonó en esta pobre iglesia en lo profundo del corazón de Francisco la invitación urgente del Señor Jesús:

«Id… anunciad que el reino de los cielos está cerca, no llevéis oro ni plata, ni alforjas… no os preocupéis por el mañana… gratuitamente habéis recibido, dad gratuitamente… al entrar en las casas decid: ¡Paz, paz!».

Francisco quedó iluminado con estas palabras y, lleno de incontenible alegría, pronunció su más grande e irrevocable sí, comenzando a recorrer el camino de la libertad:

«Esto es lo que quiero -afirmó-, esto es lo que deseo hacer con todo mi corazón».

Enseguida abandonó sus ricos vestidos, se vistió con una túnica en forma de cruz. y a todos y por doquier comenzó a desvelar con palabras ardientes el precioso tesoro.

El que, finalmente, había descubierto y que le estaba llenando el corazón de una desconocida e incontenible alegría: Cristo, el Señor.

Aquí estableció su morada habitual.
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Aquí acogió a los primeros seguidores.
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Aquí fundó la Orden de los Hermanos Menores, los Franciscanos, concretando con ellos su primera y más significativa experiencia de vida evangélica.
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Y aquí creció la Orden, como sobre un fundamento estable.

Francisco consiguió la Porciúncula como un regalo de los Monjes Benedictinos del monte Subasio.

A condición de que hiciera de ella el centro y la casa madre de la propia familia religiosa.

Y desde entonces la pequeña iglesita no ha sido nunca abandonada por los frailes.

Aquí, la noche del Domingo de Ramos de 1211, el Santo acogió a Clara de Asís y la consagró al Señor.

Aquí maduró, en la oración y en la atención más profunda hacia todos los hombres de su tiempo, la institución de la Orden Franciscana Seglar (Orden Tercera).

Para abrir a todos los hombres y mujeres la posibilidad de compartir su proyecto de vida evangélica.

Fue aquí donde el Santo celebró los primeros capítulos de sus frailes, reuniones generales en las que participaban inicialmente todos sus hijos.

Aquí el Santo previó la admirable expansión de su familia religiosa y aquí pudo con inmensa alegría constatar la realización de este sueño.

De aquí el ejército pacífico de sus hijos se extendió, como río benéfico, por toda la tierra produciendo un nuevo Pentecostés de vida cristiana.

Aquí, en una noche de gracia y de luz de 1216, arrancó del corazón de Cristo y de la beatísima Virgen – que se le aparecieron -, una promesa extraordinaria.

De que cuantos, a lo largo de los siglos, se dirijan a orar en la Porciúncula, contritos y confesos, obtengan la remisión total de sus culpas: el perdón de Asís.

Y aquí, finalmente, rico en méritos y virtudes, concluyó su vida acogiendo a la muerte cantando (3 de octubre de 1226).

La antigua iglesita de Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula es la cuna e iglesia madre de la Orden de los Menores.

Francisco la amó más que a todos los demás lugares de la tierra y, moribundo, la encomendó a sus hijos como morada «queridísima de la Madre de Dios».

Fr. León, amigo, confidente y confesor de Francisco, en el «Espejo de perfección», sintetiza el amor del seráfico Padre por la iglesita de la Porciúncula en el siguiente pasaje:

«Lugar santo, en verdad, entre los lugares santos.

Con razón es considerado digno de grandes honores.

Dichoso en su sobrenombre [la Porciúncula].

Más dichoso en su nombre [Santa María].

Su tercer nombre [de los Ángeles] es ahora augurio de favores.

Los ángeles difunden su luz en él; en él pasan las noches y cantan.

Después de arruinarse por completo esta iglesia, la restauró Francisco; fue una de las tres que reparó el mismo Padre.

La eligió cuando cubrió sus miembros con un saco.

Fue aquí donde domeñó su cuerpo y lo obligó a someterse al alma.

Dentro de este templo nació la Orden de los Menores cuando una multitud de varones se puso a imitar el ejemplo del Padre.

Aquí fue donde Clara, esposa de Dios, se cortó por primera vez su cabellera y, pisoteando las pompas del mundo, se dispuso a seguir a Cristo.

La Madre de Dios tuvo aquí el doble y glorioso alumbramiento de los hermanos y las señoras, por los que volvió a derramar a Cristo por el mundo.

Aquí fue estrechado el ancho camino del viejo mundo y dilatada la virtud de la gente por Dios llamada.

Aquí, compuesta la Regla, volvió a nacer la pobreza, se abdicó de los honores y volvió a brillar la cruz.

Si Francisco se ve turbado y cansado, aquí recobra el sosiego y su alma se renueva.

Aquí se le muestra verdadero aquello de que duda y además se le otorga lo que el mismo Padre demanda» (EP 84).

 

Fresco en la Fachada de la Capillita de la Porciuncula
Fresco en la Fachada de la Capillita de la Porciuncula

 

EXTERIOR DE LA PORCIÚNCULA

Hermosea la pequeña fachada de la humilde iglesita de la Porciúncula la graciosa pintura de Federico Overbeck, ejecutada en 1829.

Que reproduce con candor, según el estilo particular de su escuela (la de los Nazarenos), la escena de Francisco arrodillado a los pies de Cristo y de la Virgen.
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Quien obtiene la extraordinaria indulgencia del Perdón de Asís.

Encima de la portada hay un escrito que dice: «Esta es la puerta de la vida eterna».

Y en el umbral otra que dice: «Este lugar es santo».

Ambas recuerdan cómo Francisco ha sentido y considerado esta porción de Paraíso en la tierra:
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«Morada de Dios», «Lugar queridísimo a la Virgen María más que todas las iglesias del mundo»,
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«Puerta de la vida eterna»
y por eso lugar verdaderamente santo y digno de todo honor, amor y veneración.

En el lateral derecho del que mira la fachada de la Porciúncula, por fuera, se conservan dos fragmentos de pintura de autor umbriano desconocido con influjo sienés: la Virgen entre los santos Antonio de Padua y Bernardino de Siena, y otra cara de San Bernardino.

En la misma pared está la piedra sepulcral de Fray Pedro Catáneo, primer vicario de San Francisco.

El texto latino dice: «En el año del Señor de 1221 el cuerpo de Fr. Pedro Catáneo, que reposa aquí, pasó al Señor. El Señor bendiga su alma. Amén».

Cuenta la Crónica de los XXIV Generales que Fr. Pedro, apenas sepultado en la Porciúncula, comenzó a hacer milagros y la gente comenzó a correr allí en gran número, tanto que la comunidad de la Porciúncula se veía grandemente molestada.

Francisco le pidió a Pedro que fuera obediente de muerto como lo había sido en vida y no hiciera más milagros, y desde ese momento dejó de hacerlos.

Muy apreciado, aunque mutilado, está el fresco que hay encima del pequeño ábside de la Porciúncula.

De la grandiosa Crucifixión que Vasari dice haber sido pintada por Perusino (hoy se cree que es de Andrés de Asís, llamado el Ingenio) y que ha descollado durante muchos decenios en la capilla del Coro antiguo, sólo queda parte de la zona basamental de la pintura, con las figuras de la Virgen María, las piadosas mujeres, algunos caballeros y San Francisco agarrado a la cruz de Jesús.

La parte superior fue destruida cuando, en el siglo XVI, fue demolido el coro alto que estaba sobre la Porciúncula.

 

Interior de la Porciuncula
Interior de la Porciuncula

 

INTERIOR DE LA PORCIÚNCULA

El interior de la Porciúncula, puro, descarnado y sencillo, es de sabor gótico por el fuerte empuje vertical de la bóveda dado sin duda por Francisco cuando la restauró.

La Porciúncula parece transmitirnos el eco incesante de la oración del Santo y de la primera generación franciscana, que vivió aquí contenta con solo Dios.

Es un conmovedor testimonio de la sencillez y pobreza franciscana.

Con respecto a ella Francisco solía repetir: «Este lugar es verdaderamente santo y morada de Dios».

Piedras cálidas, luminosas que destilan paz y misericordia, alisadas a lo largo de los siglos por manos devotas que se han agarrado a ellas, como a un ancla de salvación, acercándose durante siglos a la fuente inagotable del Perdón y de la gracia de Dios.

Algunos frescos de los siglos XIV y XV, con caras de apóstoles y evangelistas y una piedad, además de varias decoraciones, están en la bóveda y en la parte alta a los lados derecho e izquierdo del minúsculo presbiterio.

Pero la obra maestra que ilumina con luz inconfundible y que calienta la iglesita pobrísima incendiándola de colores y de espiritualidad es, sin duda, la grandiosa tabla de 1393, pintada para la Porciúncula, por orden de F. Francesco de Sangemini, en cumplimiento de un voto, por el sacerdote Hilario de Viterbo, de la escuela de Siena.

En el centro del retablo está la admirable escena de la Anunciación.

En efecto, así como en Nazaret el sí de la Virgen trajo consigo la realización de nuestra salvación, así en la Porciúncula, nueva Nazaret, el sí de Francisco y de Clara.

Y de una multitud innumerable de hermanos que se han adherido al proyecto de Dios, ha hecho florecer una renovada estación de salvación y de gracia para toda la humanidad.

Esto mismo parece querer subrayar también San Buenaventura cuando dice:

«Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, Madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada.

Y al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica» (LM 3,1).

Las escenas que giran en torno a la Anunciación reproducen la historia del Perdón de Asís.

Abajo, a la derecha, Francisco se arroja desnudo entre las espinas para vencer una violenta tentación. Inmediatamente encima, Francisco, con rosas en la mano, va acompañado por dos ángeles hacia la Porciúncula.

En lo alto está la grandiosa escena de la aparición de Cristo y de la Virgen (rodeados por unos 60 ángeles) al Santo arrodillado ante el altar de la Porciúncula, en acto de ofrecer una corona de rosas a Cristo y a María.

A la derecha bajando, el Santo, ante el Pontífice Honorio III, implora la confirmación de la indulgencia.

Abajo está el Santo que desde un púlpito, al lado de la iglesita, junto con los obispos de Umbría, anuncia el extraordinario privilegio del Perdón con las palabras que se han hecho famosas: «Hermanos míos, quiero mandaros a todos al Paraíso».

Del aprecio que tenía Francisco a la Porciúncula y que quiso inculcar a sus hijos, dan fe las palabras que el Santo ya moribundo les dirigió y que recoge su primer biógrafo Tomás de Celano:

«Mirad, hijos míos, que nunca abandonéis este lugar. Si os expulsan por un lado, volved a entrar por el otro, porque este lugar es verdaderamente santo y morada de Dios.

Fue aquí donde, siendo todavía pocos, nos multiplicó el Altísimo; aquí iluminó el corazón de sus pobres con la luz de su sabiduría; aquí encendió nuestras voluntades en el fuego de su amor.

Aquí el que ore con corazón devoto obtendrá lo que pida y el que profane este lugar será castigado con mucho rigor.

Por tanto, hijos míos, mantened muy digno de todo honor este lugar en que habita Dios y cantad al Señor de todo corazón con voces de júbilo y alabanza» (1 Cel 106).

Y ese mismo es el mensaje que nos trasmite San Buenaventura:

«Amó el varón santo este lugar con preferencia a todos los demás del mundo, pues aquí comenzó humildemente, aquí progresó en la virtud, aquí terminó felizmente el curso de su vida.

En fin, este lugar lo encomendó encarecidamente a sus hermanos a la hora de su muerte, como una mansión muy querida de la Virgen» (LM 2,8).

 

CAPILLA DEL TRÁNSITO

 

Capilla del Transito
Capilla del Transito

 

En el interior de la Basílica de la Porciúncula se ha conservado un lugar tan humilde como precioso: la cabaña de los frailes enfermos -el Tránsito- en la que Francisco pasó de este mundo al Padre.

Enfermo hospedado en el palacio episcopal de Asís, vigilado como un tesoro público, sintiendo ya cercano el fin y deseoso de concluir su experiencia allí donde había comenzado a vivir evangélicamente, pidió que lo llevaran a su Porciúncula.

Aquí, despojado del hábito de saco, desnudo sobre la desnuda tierra, dictado su testamento espiritual, entre el llanto angustioso de sus hijos y el de Fray Jacoba, Francisco, «cumplidos en él todos los misterios de Cristo, acogió a la muerte cantando».
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Mientras una bandada de alondras revoloteaba de modo insólito en torno al lugar, aunque el sol ya se había puesto.

El Tránsito (la capilla) inicialmente era una celdita de la primitiva enfermería franciscana o tal vez un trocito de tierra al aire libre ante la misma.

Que inmediatamente después de la muerte del Santo, acotado el ámbito, se transformó en oratorio.

Sobre el minúsculo altar, en un relicario de estilo imperio, se conserva el cordón que ceñía en vida la cintura del Poverello.

En las paredes, cuatro espléndidos frescos de Juan de Pietro llamado el España (1520) que representan a los primeros compañeros del Santo, Silvestre, Rufino, León, Maseo y Gil, y a los primeros mártires y santos de la Orden de los Menores, Berardo y compañeros.

Detrás del pequeño altar, en un nicho, la estatua del Santo de Andrea della Robbia, obra admirable en terracota vidriada, realizada alrededor de 1490, que hoy está en la Capilla del Tránsito, el lugar venerable que acogió los últimos latidos de aquel corazón que no se paró hasta que abarcó en sí al mundo entero.

En esta imagen Francisco tiene en sus llagadas manos la cruz y el Evangelio, los grandes amores de toda su vida.

En la pared exterior de la capilla que mira hacia la iglesita de la Porciúncula, puede contemplarse el «Tránsito de San Francisco», fresco pintado por D. Bruschi en 1886.

 

CRIPTA DE LA BASÍLICA (1965-1970)

Bajo el presbiterio de la Basílica se ha construido, en 1968, la nueva cripta de la Basílica.

En ella, detrás del altar central, que tiene pie en forma de potente árbol y es obra de Francisco Prosperi, ha sido colocada una espléndida terracota vidriada, coloreada y esmaltada, de Andrea della Robbia (hacia 1490).

Es un retablo en el que destacan, en la parte de arriba, de izquierda a derecha: San Francisco recibiendo las llagas en el Alverna, la Coronación de la Virgen, y San Jerónimo penitente.

Y en la parte de abajo, igualmente de izquierda a derecha: la Anunciación, la Natividad, y la Adoración de los Magos.

 

Coro de la Basilica
Coro de la Basilica

 

Aquí, durante los trabajos de excavación, salieron a la luz los restos de la casa que el Ayuntamiento de Asís había construido, en ausencia de Francisco, para los frailes que hasta entonces habían vivido en simples chozas.

Francisco, cuando regresó a la Porciúncula, comenzó a derribar la casa, pero se lo impidió el Ayuntamiento que reclamó la propiedad de la misma.

También se descubrieron restos de las primitivas habitaciones de los frailes, actualmente englobados en la nueva cripta de la Basílica.

Aun en la pequeñez de los restos existentes, tenemos aquí una conmovedora imagen de aquella gran sencillez y pobreza que de modo singular caracterizó la vida de la naciente fraternidad de los Menores.

 

JARDÍN Y CAPILLA DE LAS ROSAS, CAPILLA DEL LLANTO

Esta zona del Santuario es lo que queda de la antigua selva en la que vivieron los frailes.

Estos son también lugares de la vida cotidiana de San Francisco, signo concreto de la vida de un hombre que encontró a Dios y vivió en su amor.

 

Rosaleda y estatua de bronce obra de V. Rossignoli (1916)
Rosaleda y estatua de bronce obra de V. Rossignoli (1916)

 

Francisco hablaba como amigo con la cigarra, con la cual durante una semana entera alternó aquí en el canto de alabanza al Señor.

A su paso las ovejas corrían alegres y festivas para saludarlo, y aquí en la Porciúncula una ovejita lo seguía por doquier y balaba, asociándose a la oración de los frailes en la iglesita.

El Santo invitaba a las aves a alabar y dar gracias con el vuelo y el canto a Dios providente que tiene cuidado de ellas, y éstas daban señales de festiva aprobación.

Aquí está también la Rosaleda, entre cuyas espinas se revolcó Francisco una noche para vencer la duda y la tentación.
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Según una tradición, testimoniada ya desde el siglo XIV.
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Las zarzas se cambiaron en rosas sin espinas, que continúan floreciendo, produciendo la «Rosa Canina Assisiensis». ¿Por qué todo esto?

Lo explica el papa Pablo VI:

«El Pobrecillo de Asís, habiéndolo abandonado todo por el Señor..., recuperó algo de la primitiva felicidad cuando el mundo salió intacto de las manos del Creador…

Y casi ciego pudo cantar el Cántico de las Criaturas, la alabanza del hermano sol, de la naturaleza entera convertida para él como en un transparente espejo inmaculado de la gloria divina».

En esta misma zona se encuentra la Capilla de las Rosas, que es el oratorio surgido en el lugar donde estaba la cabaña habitada por San Francisco.

Aquí el Santo tomaba el breve reposo y pasaba las noches en la oración y la penitencia.

Después de la muerte de Francisco, en el lugar donde estaba su cabaña fue construido este oratorio, que Tiberio de Asís, pintor de la escuela umbriana, decoró entre 1506 y 1516 con una serie de frescos que, además de presentarnos la primera comunidad franciscana en torno a su fundador y a los primeros santos y santas de la Orden, nos proponen la historia del Perdón de Asís en todas sus vicisitudes.

En la gruta al lado de la imagen del Santo hay algunos troncos que sirvieron para el púlpito improvisado desde el cual Francisco anunció el Perdón de Asís a los peregrinos.
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Bajo el altar de la Capilla se encuentra el lugar donde moraba Francisco.

A pocos pasos, junto a la Rosaleda, se encuentra la Capilla del llanto, que recuerda el amor de Francisco por el Señor y su llanto acongojado ante Cristo pobre y Crucificado.

El episodio del llanto nos lo narran así los Tres Compañeros del Santo:

«Un día caminaba San Francisco solo cerca de la iglesia de Santa María de la Porciúncula llorando y sollozando en alta voz.

Un hombre espiritual que lo oyó, pensó que sufriría alguna enfermedad o dolor. Y, movido de compasión, le preguntó por qué lloraba.

Y él le contestó:

«Lloro la pasión de mi Señor, por quien no debería avergonzarme de ir gimiendo en alta voz por todo el mundo».

Y el buen hombre comenzó, asimismo, a llorar, juntamente con él, también en alta voz» (TC 14).

Este oratorio, sencillo y descarnado, aunque se haya acondicionado para capilla en tiempos recientes, forma parte de las más antiguas construcciones surgidas en torno a la Porciúncula.

Una cerámica reciente, que se inspira en el San Francisco lloroso mandado pintar por Fray Jacoba de Settesoli en Greccio, quiere recordar el episodio.

 

Vista aerea de la Basilica con el Convento al lado
Vista aerea de la Basilica con el Convento al lado

 

CONVENTITO DEL SIGLO XIV, MUSEO Y PINACOTECA

Es lo queda hoy del vasto edificio construido en el lado derecho de la Porciúncula, un amplio cuadrilátero, demolido en gran parte cuando comenzaron los trabajos para la construcción de la Basílica de Alessi en el siglo XVI.

Un doble y pequeño corredor al que dan las pobres y pequeñas celdas de los frailes; desde el pavimento destartalado e irregular hasta el techo, desde el ajuar pobre a los ventanillos que permiten el saludo del hermano sol, todo aparece como una verdadera joya de sencillez y pobreza’.

Una gran reliquia del primer franciscanismo que nos reconduce con su lenguaje sencillo y descarnado a la primavera de la vida franciscana, que llenó con el perfume y la fragancia de la sencillez el mundo entero.

Aquí vivieron frailes santos, algunos de los cuales son recordados en los cartelitos colocados al lado de la puerta de cada una de las pequeñas celdas.

 

Museo de la Porciuncula
Museo de la Porciuncula

 

Hombres de oración, demacrados por la penitencia, ardiendo en el amor de Dios, parten de aquí hacia toda la tierra renovando la sociedad con su encendida palabra.

Pero sobre todo con su ejemplarísima vida evangélica y con el testimonio liberador de la pobreza franciscana vivida como don y alegría.

En la planta baja del conventito se ha instalado el Museo con preciosos enseres sagrados y otros valiosos objetos.

También, la Pinacoteca con una notable colección de cuadros, entre los cuales está una tabla con el retrato de San Francisco sobre madera (siglo XIII), del «Maestro de San Francisco».

Cuadro que es considerado como una reliquia porque sobre la tabla en que está la pintura fue depositado el cuerpo de Francisco después de su muerte; el Crucifijo de Giunta Pisano (1236) y un San Francisco atribuido a Cimabue; una Virgen de Sano di Pietro y otros frescos de dudosa atribución, tal vez de Guido Reni, de Mezzastris, etc.

 

Concesión de la indulgencia, fresco en la capilla de la rosa obra de Tiberio d'Assisi.
Concesión de la indulgencia, fresco en la capilla de la rosa obra de Tiberio d’Assisi.

 

CONVENTO DE LOS HERMANOS MENORES

Adosado a la Basílica, en forma de amplio cuadrilátero que encierra un vasto claustro con árboles y un bello pozo atribuido a Alessi, ha crecido a lo largo de los siglos el Sacro Convento de la Porciúncula, primera iglesia de la Orden franciscana.

El gran edificio del Convento está enriquecido en su interior con varias obras de arte, frescos de notable belleza y obras valiosísimas talladas en madera de nogal.

Junto a la entrada del claustro, San Francisco que recibe los estigmas, fresco anónimo del siglo XVIII.

En el refectorio pequeño, la Última Cena, de Pomarancio; en el refectorio grande, las Bodas de Caná, de Providoni, y un gran Crucifijo, de Dono Doni (1561).

De Providoni son también los 38 frescos del claustro: episodios de la vida de San Francisco y de la historia del Perdón de Asís.

En el mismo convento está instalada una importante Biblioteca con casi cien mil volúmenes, entre los cuales hay manuscritos litúrgicos, códices, incunables de gran valor; de gran valor histórico es también el Archivo de los Hermanos Menores de la Umbría.

Adosada al lado izquierdo de la Basílica está la fuente de los veintiséis caños, mandada construir, junto con otros edificios aún existentes, por Cosimo dei Medici en 1450.

Fuentes:

 

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00 Todas las Advocaciones 08 Agosto ADVOCACIONES Y APARICIONES Foros de la Virgen María FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Movil Noticias 2018 - julio - diciembre

Indulgencia de la Porciúncula, el Perdón de Asís, Italia (1 y 2 ago)

El Perdón de Asís es también llamado la Indulgencia de la Porciúncula.

Se celebra desde el mediodía del 1° de agosto a medianoche del día siguiente.

retablo de la porciuncula

San Francisco de Asís y sus primeros seguidores tuvieron como hogar la Porciúncula en Asís, Italia.
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En ese lugar San Francisco pidió a Cristo, mediante la intercesión de la Reina de los Ángeles, el gran perdón o «Indulgencia de la Porciúncula».
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Que luego fue confirmada por el Papa Honorio III a partir del 2 de agosto de 1216.
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Allí murió San Francisco.

Luego se construyó la Basílica Santa María de los Ángeles con la pequeña Porciúncula adentro.

Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» o la «Indulgencia de la Porciúncula». 

Para ello deberán visitar desde mediodía del 1 de agosto a medianoche del día siguiente (fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles) la iglesia de la Porciúncula en Asís o cualquier iglesia franciscana o iglesia catedral o parroquial.

Pero a partir de un decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día.

El Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos.

Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.

Leer también

san francisco habnado en un monasterio

 

LA HISTORIA

La Historia cuenta que Francisco estaba en oración y contemplación en la Porciúncula.

Cuando de improviso la capilla se llenó de luz y vio sobre el altar a Cristo revestido de luz y a la derecha a su Madre, rodeados de una multitud de Ángeles.

Con el rostro en tierra Francisco adoró a su Señor en silencio.

Ellos le preguntaron qué deseaba para la salvación de las almas y Francisco contestó:

«Santísimo Padre, aunque yo soy un pobre pecador te ruego que a todos los que, arrepentidos de sus pecados y confesados, vengan a visitar esta iglesia, les concedas amplio y generoso perdón, con una completa remisión de todas las culpas».

«Lo que pides, hermano Francisco, es grande –le dijo el Señor–, pero de mayores cosas eres digno, y mayores tendrás.
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Por lo tanto accedo a tu petición, pero con la condición de que pidas de mi parte a mi vicario en la tierra esta indulgencia».

Entonces Francisco fue de inmediato al Papa Honorio III, le relató la visión que había tenido, el pontífice le escuchó con atención y después de algunas objeciones, le dio su aprobación.

Y le preguntó a Francisco:

«¿Cuántos años de indulgencia quieres?».

El «Pobrecillo» de Asís respondió:

«Padre Santo, ¡no pido años, sino almas!».

Y Cuando Francisco se iba el pontífice le preguntó:

«¿No quieres ningún documento?».

y Francisco le contestó:

«¡Santo Padre, me basta su palabra!».

«Si esta indulgencia es obra de Dios, Él verá cómo dar a conocer su obra.

Yo no necesito ningún documento; el papel debe ser la Santísima Virgen María, Cristo el notario y los Ángeles los testigos».

Al celebrarse la dedicación de la capilla Francisco dijo a la multitud:

«Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio.
.
Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados».

virgen maria jesus y san francisco

 

PALABRAS DE JUAN PABLO II

Palabras con que comenzaba el mensaje de Juan Pablo II en 1999, dirigido al Ministro General de la Orden Franciscana, en la reapertura de la Basílica y de la capilla de la Porciúncula.

“San Francisco de Asís pidió a Cristo, mediante la intercesión de la Reina de los Ángeles, el gran perdón o «indulgencia de la Porciúncula», confirmada por mi venerado predecesor el Papa Honorio III a partir del 2 de agosto de 1216.
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Desde entonces empezó la actividad misionera que llevó a Francisco y a sus frailes a algunos países musulmanes y a varias naciones de Europa.
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Allí, por último, el Santo acogió cantando a «nuestra hermana la muerte corporal»
(Cántico de las criaturas).

De la experiencia del Poverello de Asís, la iglesita de la Porciúncula conserva y difunde un mensaje y una gracia peculiares, que perduran todavía hoy.

Y constituyen un fuerte llamamiento espiritual para cuantos se sienten atraídos por su ejemplo.

A este propósito, es significativo el testimonio de Simone Weil, hija de Israel fascinada por Cristo:

«Mientras estaba sola en la capillita románica de Santa María de los Ángeles, incomparable milagro de pureza, donde san Francisco rezó tan a menudo, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a arrodillarme»  (Autobiografía espiritual).

La Porciúncula es uno de los lugares más venerados del franciscanismo.

No sólo muy entrañable para la Orden de los Frailes Menores, sino también para todos los cristianos que allí, cautivados por la intensidad de las memorias históricas, reciben luz y estímulo para una renovación de vida, con vistas a una fe más enraizada y a un amor más auténtico.

Por tanto, me complace subrayar el mensaje específico que proviene de la Porciúncula y de la indulgencia vinculada a ella”

san francisco hablando a su gente fondo

 

EL FUNCIONAMIENTO DE LA INDULGENCIA

Sitiado Asís por las tropas de Perusa, el día 2 de Agosto se interrumpió el ataque, para que los peregrinos pudieran entrar en la villa para obtener la indulgencia. 

Cuenta Doña Emilia de Pardo Bazán en su “Vida de San Francisco” que:

Gregorio XV, hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las iglesias franciscanas del mundo.

Según Fray Pánfilo de Magliano, la indulgencia fue concedida el año 1216, y en 1217 la proclamación solemne de la Porciúncula por siete obispos.

La víspera del solemne día llamaba a los fieles la Campana de la Predicación; se cubría el campo de toldos y enramadas y acampaban al raso los peregrinos.

Al lucir el nuevo sol se verificaba la ceremonia de la absolución, descrita por el Dante, en el canto IX del Purgatorio.

La «indulgencia de la Porciúncula» pudo al principio ganarse sólo en la capilla de la Porciúncula entre la tarde del 1 de agosto y el ocaso del 2 de agosto.

El 5 de agosto de 1480 (o 1481), el papa Sixto IV la extendió a todas las iglesias de la primera orden y la segunda de los franciscanos.

El 4 de julio de 1622, este privilegio se extendió por Gregorio XV a todos los creyentes que, después de la confesión y la recepción de la Sagrada Comunión, visitaran tales iglesias en el día señalado.

El 12 de octubre de 1622, Gregorio XV garantizó el mismo privilegio a todas las iglesias de los capuchinos.

El papa Urbano VIII la concedió a todas las iglesias de la Tercera orden regular el 13 de enero de 1643, y Clemente X a todas las iglesias de los conventuales el 3 de octubre de 1670.

Otros papas posteriores la extendieron a todas las iglesias relacionadas de cualquier manera con la orden franciscana, incluso a iglesias en las que la tercera orden celebrase reuniones.

La indulgencia de la Porciúncula resultó confirmada por la constitución apostólica «Indulgentiarum Doctrina» (1967) del Concilio Vaticano II.

Condiciones:

1) Visitar una de las iglesias mencionadas, rezando la oración del Señor y el Símbolo de la fe (Padrenuestro y Credo);

2) Confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Papa, por ejemplo, un Padrenuestro con Avemaría y Gloria.
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Estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después, pero conviene que la comunión y la oración por el Papa se realicen en el día en que se gana la Indulgencia.

friso de la porciuncula fondo

 

EL RELATO DE LOS QUÉ OCURRIÓ CON LA INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA?

Una noche, en el monte cercano a la Porciúncula, ardía Francisco de Asís en ansias de la salud de las almas, rogando con eficacia por los pecadores.

Apareciósele un celeste mensajero, y le ordenó bajar del monte a su iglesia predilecta, Santa María de los Ángeles.

Al llegar a ella, entre claridades vivísimas y resplandecientes, vio a Jesucristo, a su Madre y a multitud de beatos espíritus que les asistían.

Confuso y atónito, oyó la voz de Jesús, que le decía:

— Pues tantos son tus afanes por la salvación de las almas, pide, Francisco, pide.

Francisco pidió una indulgencia latísima y plenaria, que se ganase con sólo entrar confesado y contrito en aquella milagrosa capilla de los Ángeles.

— Mucho pides, Francisco -respondió la voz divina-; pero accedo contento. Acude a mi Vicario, que confirme mi gracia.

A la puerta esperaban los compañeros de Francisco, sin pasar adelante por temer a los extraños resplandores y las voces nunca oídas.

Al salir Francisco le rodearon, y les refirió la visión; al rayar el alba, tomó el camino de Perusa, llevando consigo al cortés y afable Maseo de Marignano.

A la sazón estaba en Perusa Honorio III, el propagador del Cristianismo por las regiones septentrionales, que debía unir su nombre a la aprobación de la regla de la insigne Orden dominicana.

— Padre Santo -dijo el de Asís al antes Cardenal Cencio-, en honor de María Virgen he reparado hace poco una iglesia.

Hoy vengo a solicitar para ella indulgencia, sin gravamen de limosnas.

— No es costumbre obrar así -contestó sorprendido Honorio-; pero dime cuántos años e indulgencias pides.

— Padre Santo -replicó Francisco-, lo que pido no son años, sino almas.

Almas que se laven y regeneren en las ondas de la indulgencia, como en otro Jordán.

— No puede conceder esto la Iglesia romana -objetó el Papa.

— Señor -replicó Francisco-, no soy yo, sino Jesucristo, quien os lo ruega.

En esta frase hubo tal calor, que ablandó el ánimo de Honorio, moviéndole a decir tres veces:

— Me place, me place, me place otorgar lo que deseas.

Intervinieron los Cardenales allí presentes, exclamando:

— Considerad, señor, que al conceder tal indulgencia, anuláis las de Ultramar y menoscabáis la de los apóstoles Pedro y Pablo.

¿Quién querrá tomar la cruz para conseguir en Palestina, a costa de trabajos y peligros, lo que pueda en Asís obtener descansadamente?

— Concedida está la indulgencia -contestó el Papa-, y no he de volverme atrás; pero regularé su goce.

Y llamó a Francisco:

— Otorgo, pues -le dijo-, que cuantos entren contritos y confesados en Santa María de los Ángeles sean absueltos de culpa y pena.

Esto todos los años perpetuamente, mas sólo en el espacio de un día natural, desde las primeras vísperas, inclusa la noche, hasta el toque de vísperas de la jornada siguiente.

Oídas las últimas palabras de Honorio, bajó Francisco la cabeza en señal de aprobación, y sin despegar los labios salió de la cámara.

— ¿Adónde vas, hombre sencillo? -gritó el Papa-.

¿Qué garantía o documento te llevas de la indulgencia?

— Bástame -respondió el penitente- lo que oí; si la obra es divina, Dios se manifestará en ella.

No he menester más instrumento; sirva de escritura la Virgen, sea Cristo el notario y testigos los ángeles.

Con esto se volvió de Perusa a Asís. Llegando al ameno valle que llaman del Collado, en Collestrada, sintió impulsos de afecto, y se desvió de sus compañeros para desahogar su corazón en ríos de lágrimas.

Al volver de aquel estado de plenitud, de gozo y de reconocimiento, llamó a Maseo a voces:

No obstante, corría el tiempo sin que Honorio, ocupado en atender a las Cruzadas, a la lucha con los maniqueos y a la pacificación de Italia, formalizase los despachos autorizando la proclamación de la otorgada indulgencia; el retraso atribulaba a Francisco.

En mitad de una fría noche de enero se encontraba abismado en rezos y contemplaciones.

Impensadamente le asaltó una sugestión violentísima; pensó que obraba mal, que faltaba a su deber trasnochando, macerándose y extenuándose a fuerza de vigilias, siendo un hombre cuya vida era tan esencial para el sostenimiento y prosperidad de su Orden.

Discurrió que tanta penitencia pararía en enflaquecer y enajenar su razón, tocando en las lindes del suicidio, y le entró congoja.

Para desechar esta tentación, nacida quizás del propio cansancio y debilidad de su cuerpo, se levantó, se desnudó el hábito, corrió desde su celda al obscuro monte, y no pareciéndole mortificación bastante el frío cruel, se arrojó sobre una zarza, revolcándose en ella.

Manaba sangre de su desgarrada piel, y se cubría el zarzal de blancas y purpúreas rosas, fragantes, turgentes, frescas, como las de mayo.

Exhalaba suave aroma la mata recién florida, y las hojas verdes, salpicadas con la sangre del Santo, se tachonaban de pintas bermejas o gotas de carmín.

Una zona de blanca y fulgurosa luz radió disipando las tinieblas, y Francisco se encontró rodeado de innumerables ángeles:

Francisco se levantó transportado y caminó entre un ambiente luminoso.
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En torno suyo revoloteaban como mariposas de fuego los serafines, y esplendían, cual luciérnagas magníficas, las aladas cabezas de los querubines.
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El monte se abrasaba todo sin consumirse en aquel sobrenatural foco de luz.
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Resonaban acordes de deliciosa melodía.
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El suelo estaba cubierto de ricas alfombras y tapices de flores, sedas y oro.
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Sobre su propio cuerpo veía Francisco una veste cándida, transparente como el cristal, relumbradora como los astros.
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Cogió Francisco de la zarza florida doce rosas blancas y doce rojas, entrando en la capilla.

— Ven a la iglesia; te aguardan Cristo y su Madre -cantaban a coro sus inefables voces.

También deslumbraba el humilde recinto.

Le bañaban ríos de claridad semejantes a oro líquido.

Envueltos en aureolas más inflamadas aún y en brillantes nubes de gloria, estaban Cristo y su Madre, con innumerables milicias celestiales, constelaciones de espíritus.

Francisco cayó de rodillas, y fijo el pensamiento en sus constantes ansias, impetró la realización de la suspirada indulgencia, como si la vista de las hermosuras del cielo le impulsase a desear con más ardor que se abriesen sus puertas para el hombre.

María se inclinó hacia su hijo, y éste habló así:

— Por mi madre te otorgo lo que solicitas; y sea el día aquel en que mi apóstol Pedro, encarcelado por Herodes, vio milagrosamente caer sus cadenas [1 de agosto].

— ¿Cómo, Señor -preguntó Francisco-, haré notoria a los hombres tu voluntad?

— Ve a Roma -repuso- como la primera vez; notifica mi mandamiento a mi Vicario; llévale por vía de testimonio rosas de las que has visto brotar en la zarza; yo moveré su corazón y tu anhelo será cumplido.

Francisco se levantó; entonaron los coros de ángeles el Te Deum, y con último acorde de vaga y deleitosa armonía se extinguió la música, desvaneciéndose la aparición.

Fue Francisco a Roma con Bernardo de Quintaval, Ángel de Rieti, Pedro Catáneo y fray León, la ovejuela de Dios.

Se presentó al Papa llevando en sus manos tres rosas encarnadas y tres blancas de las del prodigio, número designado en honra de la Trinidad.

Intimó a Honorio de parte de Cristo que la indulgencia había de ser en la fiesta de San Pedro ad Víncula.

Le ofreció las rosas, frescas, lozanas y fragantes, que se burlaban del erizado invierno.

Se reunió el Consistorio, y ante las flores que representaban en enero la material resurrección de la primavera, fue confirmada la indulgencia, resurrección del espíritu regenerado por la gracia.

Escribió el Papa a los obispos circunvecinos de la Porciúncula, citándoles para que se reunieran en Asís el primer día de Agosto, a fin de promulgar la indulgencia solemnemente.

«En el día convenido -escribe uno de los cronistas del suceso-, concurrieron allí puntuales; con ellos gran multitud de las regiones comarcanas acudió también a la solemnidad.
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Apareció Francisco en un palco prevenido al efecto, con los siete obispos a su lado, y después de ferviente plática sobre la indulgencia obtenida, terminó diciendo que en el mismo día y todos los años perpetuamente, quien confesado y contrito entrase en aquella iglesia, lograría plena remisión de sus pecados.
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Oyendo los obispos a Francisco anunciar indulgencia semejante, se indignaron, exclamando que si bien tenían orden de hacer la voluntad de Francisco, no lograban creer que fuese la intención del Papa promulgar el indulto perpetuamente.
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En consecuencia se adelantó el obispo de Asís resuelto a proclamarlo por diez años solos.
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Pero en vez de esto repitió involuntariamente las palabras mismas que Francisco había pronunciado; unos después de otros, pensando cada cual corregir al anterior, reprodujeron los obispos el primer anuncio.
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De esto fueron testigos muchos, tanto de Perusa cuanto de las inmediatas villas».

Así quedó solemnemente publicada y promulgada la gran indulgencia de la Porciúncula, rival por el concurso y la importancia de los más célebres jubileos de la Edad Media.

A su misma extraordinaria amplitud se atribuye que ninguno de los primeros biógrafos del Santo de Asís haga mención explícita de ella, ni de las circunstancias que la precedieron.

Cuando se cifraba en las Cruzadas la esperanza de la Europa y del cristianismo, sería imprudente e impolítico del todo, según observaban los Cardenales, esparcir el rumor de que los peregrinos de Asís lograban iguales gracias que los palmeros de Jerusalén.

Hasta disposiciones de los Concilios vedaban cuanto pudiese en algún modo impedir o dilatar las Cruzadas.

Por muchos años, pues, fue sólo conocida oralmente la indulgencia de la Porciúncula, y hasta medio siglo después del tránsito de Francisco no hallamos el primer documento auténtico de Benito de Arezzo.

Fuentes:

 

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