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La perdida de privacidad está socavando las democracias

El manto invisible de las bases de datos que nos escudriñan.

 

En la privacidad está la base de la democracia, pero la tecnología informática la está volviendo obsoleta  y está propiciando que la burocracia político-informática tome decisiones por los individuos sobre el cruce de gigantescas bases de datos, sin que se den cuenta, al ofrecerle soluciones de productos y propuestas precisas para su perfil y ocultarle otras, todo lo cual va adormeciendo la capacidad crítica para tomar decisiones.

 

privacidad

 

Las empresas y las instituciones tienen la posibilidad de analizar cada vez más información sobre nuestras vidas y resulta tentador responder con nuevas leyes y mecanismos que generen ingresos por nuestros datos.  Todo lo cual genera un manto de vigilancia invisible y omnipresente.

LA PROFECÍA DE PAUL BARAN

En 1967, la revista trimestral The Public Interest, uno de los principales foros de debate político de alto nivel en aquel momento, publicó un provocativo ensayo de Paul Baran, uno de los padres del método de transmisión de datos conocido como conmutación de paquetes, titulado “The Future Computer Utility” (Los servicios de computación del futuro). El ensayo especulaba con la idea de que algún día unos cuantos grandes ordenadores centralizados proporcionarían

«servicios de procesado de información […] igual que las compañías eléctricas venden electricidad ahora mismo».

«Nuestro ordenador doméstico se usará para enviar y recibir mensajes, como telegramas. Podremos usarlo para ver si los grandes almacenes locales tienen la camisa deportiva del anuncio en el almacén, en el color y la talla que queremos. Podremos preguntar si la entrega está garantizada en caso de compra. La información estará actualizada al minuto y será fiable. Podremos pagar nuestras facturas y hacer nuestros impuestos a través de la consola. Haremos preguntas y recibiremos respuestas de «bancos de información», versiones automatizadas de las bibliotecas actuales. Obtendremos un listado actualizado de todos los programas de radio y televisión […]. El ordenador podrá enviarnos, él solo, un mensaje para que nos acordemos de un cumpleaños próximo y nos ahorremos las desastrosas consecuencias del olvido.»

La computación en nube ha tardado décadas en cumplir la visión de Baran. Pero fue lo suficientemente profética como para preocuparse de que este tipo de computación iba a necesitar su propio modelo regulador. Era un empleado de la RAND Corporation -que no era precisamente un refugio de ideas marxistas- preocupado por la concentración del poder del mercado en las manos de grandes empresas de servicios de computación y solicitaba la intervención del Estado. Baran también quería políticas que

«ofrecieran la máxima protección para conservar los derechos a la privacidad de la información».

«La información personal o empresarial importante y muy sensible se almacenará en muchos de los sistemas que contemplamos […]. De momento, sólo la confianza -o como mucho la falta de sofisticación técnica- se interponen en el camino de un posible fisgón […]. Hoy en día no contamos con mecanismos que aseguren una protección adecuada. Dada la dificultad de reconstruir sistemas complejos para incorporar dichas protecciones en el futuro, parece deseable anticiparse a esos problemas.»

EL TECNOFUTURISMO HA ESTADO EN DECLIVE DESDE ENTONCES

Todas las soluciones que se han planteado desde entonces respecto a la  privacidad van por el camino equivocado

Al leer el ensayo de Baran (sólo uno de entre los numerosos que se publicaron sobre los servicios de computación en la época), uno se da cuenta de que nuestro problema contemporáneo con la privacidad no es contemporáneo. No es sólo consecuencia de que Mark Zuckerberg haya vendido su alma y nuestros perfiles a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés). El problema se reconoció hace mucho tiempo y se hizo muy poco por resolverlo.

Casi todos los usos imaginados por Baran para los «servicios de computación» son puramente comerciales. Comprar camisas, pagar recibos, buscar entretenimiento, conquistar el olvido. No es el internet de las «comunidades virtuales» y los «ciudadanos en red». Baran simplemente imaginó que la computación en red nos permitiría hacer cosas que ya hacemos sin ella: compras, entretenimiento, investigación. Pero también: espionaje, vigilancia y voyeurismo.

Si la «revolución informática» de Baran no suena demasiado revolucionaria, se debe en parte a que él no imaginó que pudiera cambiar radicalmente los cimientos del capitalismo y la administración burocrática instalados desde hace siglos.

Para la década de 1990, sin embargo, muchos entusiastas de lo digital pensaban de otra forma; estaban convencidos de que la difusión de las redes digitales y el rápido abaratamiento de los costes de comunicación representaban una fase auténticamente nueva del desarrollo humano. Para ellos, la vigilancia que se disparó en la década del 2000 a partir de los atentados del 11 de septiembre, y la colonización de estos inmaculados espacios digitales por parte de Google, Facebook, así como los grandes volúmenes de datos eran aberraciones a las que nos podríamos resistir o, al menos, dar marcha atrás. ¡Ojalá pudiéramos borrar esa década que perdimos y volver a la utopía de las décadas de 1980 y 1990, aprobando leyes más estrictas, dando un mayor control a los usuarios y construyendo mejores herramientas de encriptado!

Una lectura diferente de la historia daría lugar a una agenda distinta para el futuro. La sensación generalizada de la emancipación a través de la información que muchos siguen atribuyendo a finales del siglo XX, probablemente fuera una alucinación prolongada. Tanto el capitalismo como la administración burocrática se acomodaron fácilmente al nuevo régimen digital; ambos prosperan muy bien con los flujos de información, cuanto más automatizados, mejor. Ni las leyes, ni los mercados ni las tecnologías obstaculizarán o reconducirán la demanda de datos, puesto que, de entrada, los tres tienen un papel en el mantenimiento del capitalismo y la administración burocrática. Hace falta otra cosa: política.

PROGRAMAS APARENTEMENTE INOCUOS PUEDEN SOCAVAR LA DEMOCRACIA

Empecemos por enumerar los síntomas de nuestra enfermedad actual. Sí, los intereses comerciales de las empresas tecnológicas y los interesas políticos de las agencias gubernamentales han convergido: a ambas les interesa la recolección y el análisis rápido de datos de usuarios. Google y Facebook se ven obligados a recoger cada vez más datos para mejorar la eficacia de los anuncios que venden. Las agencias de los gobiernos necesitan esos mismos datos -que pueden recoger ellas mismas o en colaboración con las empresas tecnológicas- para llevar a cabo sus propios programas.

Muchos de esos programas tienen que ver con la seguridad nacional. Pero estos datos se pueden usar de otras formas que también afectan a la privacidad.

El Gobierno italiano, por ejemplo, está usando una herramienta llamada «redditometro», o medidor de ingresos, que analiza las facturas y patrones de gasto para marcar a quienes gastan más de sus ingresos declarados como posibles defraudadores fiscales.

Una vez que los pagos móviles sustituyan a un porcentaje importante de las transacciones en efectivo -con Google y Facebook como intermediarios- los datos recogidos por estas empresas serán indispensables para Hacienda.

De forma parecida, los académicos del derecho están ocupados explorando cómo usar el minado de datos para elaborar contratos o testamentos a la medida de la personalidad, las características y el comportamiento pasado de ciudadanos individuales, mejorando la eficiencia y reduciendo las malas prácticas.

En otro frente, los tecnócratas como el antiguo administrador de la Oficina de Información y Regulación de la Casa Blanca, Cass Sunstein, uno de los principales defensores de un «estado niñera» que empuje a los ciudadanos a hacer determinadas cosas, esperan que la recogida y el análisis instantáneo de datos sobre los individuos sirva para resolver problemas como la obesidad, el cambio climático y la conducción temeraria, mediante la redirección de nuestro comportamiento. Un nuevo libro de tres académicos británicos —Changing Behaviours: On the Rise of the Psychological State (Cambiando comportamientos: el auge del estado psicológico)— enumera una larga lista de planes de este tipo ya en funcionamiento en el Reino Unido, donde la unidad de «empujoncitos» del Gobierno ha tenido tanto éxito que está a punto de convertirse en una operación con ánimo de lucro.

Gracias a los smartphones y Google Glass, ahora se puede contactar con nosotros siempre que estemos a punto de hacer alguna estupidez, maldad o insensatez. No haría falta que supiéramos necesariamente por qué la acción está mal: los algoritmos del sistema hacen el cálculo moral por sí mismos. Los ciudadanos adoptan el papel de máquinas de información que alimentan el complejo tecnobrurocrático con sus datos. Y ¿por qué no íbamos a hacerlo si nos prometen cinturas más finas, un aire más limpio y vidas más largas (y seguras) a cambio?

Esta lógica de la prevención no es muy distinta de la de la NSA en su lucha contra el terror: mejor prevenir los problemas que lidiar con sus consecuencias. Incluso aunque atemos las manos a la NSA -con una combinación de mejores sistemas de vigilancia, leyes más estrictas sobre el acceso a los datos, o tecnologías de encriptado más potentes y fáciles de usar- el ansia por obtener datos de otras instituciones estatales seguirá existiendo. La justificarán. En temas como la obesidad o el cambio climático -sobre los que los legisladores no pierden tiempo en apostillar que nos enfrentamos a un escenario a punto de explotar- afirmarán que un pequeño déficit de democracia podría ser de gran ayuda.

Este sería el aspecto de ese déficit: la nueva infraestructura digital, que se nutre de los datos en tiempo real proporcionados por los ciudadanos, permite a los tecnócratas sacar a la política, con todo su ruido, fricción y descontento, del proceso político. Sustituye a la farragosa labor de creación de coaliciones, negociaciones y deliberaciones por una pulcra y eficiente administración alimentada de datos.

Este fenómeno tiene un nombre que se podría convertir en meme: “regulación algorítmica”, como la denomina el editor de Silicon Valley, Tim O’Reilly. En esencia, las democracias ricas en información han alcanzado un punto en el que quieren intentar resolver los problemas públicos sin tener que dar explicaciones o justificarse ante los ciudadanos. Pueden limitarse a decir que es en nuestro propio interés, y saben lo suficiente sobre nosotros para diseñar un empujoncito perfecto, altamente personalizado e irresistible.

LA PRIVACIDAD ES UN MEDIO PARA LA DEMOCRACIA, NO UN FIN EN SÍ MISMA

Otro aviso del pasado. Corría el año 1985 y Spiros Simitis, el principal estudioso y practicante de la privacidad en Alemania -en aquel momento era el comisario de protección de datos del estado de Hesse- daba una conferencia ante la Facultad de Derecho de la Universidad de Pennsylvania (EEUU). Su discurso exploraba exactamente el mismo tema que preocupaba a Baran: la automatización del procesado de datos. Pero Simitis no perdía de vista la historia del capitalismo y la democracia, así que veía los cambios tecnológicos bajo una luz mucho más ambigua.

También reconocía que la privacidad no es un fin en sí misma. Es un medio para conseguir determinado ideal de política democrática en la que se confía en que los ciudadanos sean más que proveedores acríticos de información a tecnócratas que todo lo ven y todo lo optimizan.

«Cuando se desmantela la privacidad», avisaba Simitis, «tanto la oportunidad de evaluar el proceso político por uno mismo, como la oportunidad de desarrollar y mantener un estilo de vida concreto se desvanecen».

En el análisis de Simitis subyacían tres tendencias tecnológicas. Para empezar, incluso entonces se dio cuenta de que todas las esferas de interacción social estaban mediadas por la tecnología de la información -avisó de «la recuperación intensiva de datos personales de virtualmente cada empleado, contribuyente, paciente, cliente de banco, receptor de ayudas sociales o conductor». En consecuencia, la privacidad ya no era sólo un problema de algún desgraciado pillado con la guardia baja en una situación extraña; se había convertido en el problema de todos. En segundo lugar, las nuevas tecnologías, como las tarjetas inteligentes y el videotexto no sólo permitían «registrar y reconstruir actividades individuales al minuto», sino que estaban normalizando la vigilancia, entretejiéndola con nuestra cotidianeidad.  En tercer lugar, la información personal registrada por estas nuevas tecnologías permitía a las instituciones sociales poner en práctica estándares de comportamiento, disparando «estrategias de manipulación a largo plazo con la intención de modelar y adaptar la conducta individual».

Las instituciones modernas tenían mucho que ganar con todo esto. Las aseguradoras podían hacer programas de ahorro a la medida de las necesidades y exigencias de pacientes, hospitales y la industria farmacéutica. La policía podía usar las nuevas bases de datos disponibles y distintos «perfiles de movilidad» para identificar delincuentes potenciales y localizar a sospechosos. De repente, las agencias de servicios sociales podían descubrir comportamientos fraudulentos.

Pero, ¿cómo nos afectarían estas tecnologías como ciudadanos, como sujetos que participan en la comprensión y reforma del mundo que nos rodea, no sólo como consumidores o clientes que simplemente se benefician de ellas?

Caso tras caso, Simitis argumentaba que no teníamos más que perder. En vez de tener un mayor contexto para la toma de decisiones, tendríamos menos; en vez de poder ver la lógica que sostiene nuestros sistemas burocráticos, y hacer que esa lógica sea más precisa y menos kafkiana, tendríamos una mayor confusión porque la toma de decisiones empezaba a ser automatizada y nadie sabía exactamente cómo funcionaban los algoritmos. Percibiríamos una imagen más borrosa de cómo funcionan nuestras instituciones sociales; a pesar de la promesa de una mayor personalización y de tener más poder en nuestras manos, los sistemas interactivos solo nos proporcionarían una ilusión de mayor participación. En consecuencia «los sistemas interactivos […] sugieren actividad individual donde, de hecho, sólo tienen lugar reacciones estereotipadas».

Si crees que Simitis describía un futuro que nunca llegó a suceder, piensa en un artículo reciente sobre la transparencia de los sistemas de predicción automatizados escrito por uno de los expertos mundiales en la política y la ética del minado de datos, Tal Zarsky. Zarsky señala que

«el minado de datos puede destacar a individuos y hechos, indicando un riesgo elevado, sin decirnos por qué se seleccionaron».

Resulta que el grado deinterpretabilidad es una de las decisiones políticas más relevantes a la hora de diseñar sistemas de minado de datos. Zarsky entiende que esto tiene importantes implicaciones para la democracia:

«El análisis de minado de datos puede dar lugar a un proceso no interpretable que no se puede explicar en lenguaje humano. En este caso, el software toma sus decisiones de selección basándose en múltiples variables (miles, incluso) […]. Sería difícil que un gobierno pudiera dar una respuesta detallada cuando se le preguntase por qué un individuo ha sido escogido para recibir un tratamiento diferenciado por un sistema de recomendación automático. Lo máximo que podría decir el gobierno, es que el algoritmo decide basándose en casos anteriores.»

Este es el futuro en el que estamos entrando con los ojos cerrados. Todo parece funcionar y puede, incluso, que las cosas sean mejores, pero es que no sabemos exactamente por qué o cómo.

LA FALTA DE PRIVACIDAD PUEDE PONER EN PELIGRO LA DEMOCRACIA, PERO TAMBIÉN EL EXCESO

Simitis acertó con las tendencias. Libre de sospechosas hipótesis sobre «la era de internet», llegó a una defensa original pero prudente de la privacidad como característica vital para una democracia autocrítica; no la democracia de alguna teoría política abstracta, sino la democracia ruidosa y liosa que habitamos, con sus interminables contradicciones. En concreto, la idea clave de Simitis es que la privacidad tiene la capacidad tanto de sostener como de socavar la democracia.

Tradicionalmente, nuestra respuesta a los cambios en el procesado de la información automatizada ha sido considerarlos como un problema personal de los individuos afectados. Valga como ejemplo el artículo seminal “The Right to Privacy” (El derecho a la privacidad), de Louis Brandeis y Samuel Warren. Escrito en 1890, buscaban un «derecho a ser dejado en paz» para vivir una vida sin interrupciones, alejado de los intrusos. Según Simitis, expresaban un deseo, común a muchos de los individuos hechos a sí mismos de la época, «de disfrutar en exclusiva y bajo condiciones decididas por ellos, los frutos de su actividad económica y social».

Un objetivo loable: sin extender esta protección legal a los emprendedores, el capitalismo estadounidense moderno quizá nunca hubiera llegado a ser tan robusto. Pero este derecho, desconectado de cualquier responsabilidad correspondiente, también podía servir para aprobar un aislamiento excesivo que nos escude del mundo externo y socave los cimientos del propio régimen democrático que posibilita este derecho. Si todos los ciudadanos ejercieran de forma completa su derecho a la privacidad, la sociedad se vería depravada de los datos transparentes y fácilmente disponibles, necesarios no sólo por el bien de los tecnócratas, sino -en mayor medida aún- para que los ciudadanos puedan evaluar temas, formar sus opiniones y debatir (y, de vez en cuando, despedir a los tecnócratas).

Este problema no es exclusivo del derecho a la privacidad. Para algunos pensadores contemporáneos, como el historiador y filósofo francés Marcel Gauchet, las democracias corren el riesgo de convertirse en víctimas de su éxito: habiendo instaurado un régimen legal de derechos que permite a los ciudadanos seguir sus intereses privados sin ninguna referencia sobre lo que es bueno para el bien común, pueden estar agotando los mismos recursos que las han permitido florecer.

Cuando todos los ciudadanos exigen sus derechos pero no son conscientes de sus responsabilidades, las preguntas políticas que han definido la vida democrática desde hace siglos; ¿cómo deberíamos vivir juntos? ¿qué se hace por el bien común y cómo lo equilibrio con mis propios intereses? se incluyen en el dominio de lo legal, lo económico y lo administrativo. «Lo político» y «lo público» ya no se registran siquiera como dominios; las leyes, los mercados y las tecnologías sustituyen al debate y la contestación como soluciones preferibles, menos engorrosas.

Pero una democracia en la que los ciudadanos no participan, no suena demasiado a democracia y puede que no sobreviva como una. Algo evidente para Thomas Jefferson, quien, aunque quería que todos los ciudadanos “fueran partícipes del gobierno de los asuntos”, también creía que la participación cívica implica una tensión constante entre la vida pública y la privada. Una sociedad que cree, como describe Simitis, que el acceso de los ciudadanos a la información «acaba donde empieza la exigencia burguesa de privacidad», no durará como una democracia con un buen funcionamiento.

Así, es necesario ajustar el equilibrio entre privacidad y transparencia con mucho más cuidado en momentos de rápidos cambios tecnológicos. Ese equilibrio ya es un tema político por excelencia en sí mismo, a resolver mediante el debate público y a dejar siempre abierto a la negociación. No se puede dejar resuelto, de una vez por todas, a través de una combinación de teorías, mercados y tecnologías. Como dijo Simitis:

«lejos de considerarse un elemento constitutivo de una sociedad democrática, la privacidad aparece como una contradicción tolerada, cuyas implicaciones deben reconsiderarse continuamente».

LAS LEYES Y LOS MECANISMOS DE MERCADO NO SON SOLUCIÓN SUFICIENTE

En las últimas décadas, según hemos ido generando más datos, nuestras instituciones se han hecho adictas a ellos. No está claro que pudieran sobrevivir en caso de que retuviéramos los datos y cortásemos los bucles de retroalimentación. Nosotros, como ciudadanos, estamos atrapados en una situación extraña: nuestros motivos para proporcionar los datos no son que nos preocupa profundamente el bien común. No, proporcionamos datos por motivos egoístas, en Google o a través de aplicaciones de autoseguimiento. Somos demasiado cutres como para no usar servicios gratuitos subvencionados por la publicidad. O queremos seguir nuestro plan de ejercicio y nuestra dieta, y después vendemos los datos.

Ya en 1985, Simitis sabía que esto conduciría inevitablemente a la «regulación algorítmica» que está tomando forma en la actualidad, con la política convirtiéndose en «administración pública» que va con el piloto automático para que los ciudadanos puedan relajarse y disfrutar, sólo para recibir un empujoncito de vez en cuando, cuando se les olvida comprar brócoli.

Las costumbres, actividades y preferencias se recopilan, registran y utilizan para mejorar la adaptación del individuo, no su capacidad de actuar y decidir. Cualquiera que fuese el incentivo original para la informatización, el procesado tiene visos cada vez mayores de ser el medio ideal para adaptar a un individuo a un comportamiento predeterminado y estándar cuyo objetivo es lograr el máximo grado de cumplimiento posible del paciente, consumidor, contribuyente o ciudadano modelo.

Lo que describe Simitis es la construcción de lo que yo denomino «alambre de espino invisible» en torno a nuestras vidas intelectuales y sociales. Los grandes volúmenes de información, que dependen de numerosas bases de datos interconectadas que se alimentan de información y algoritmos de dudoso origen, imponen graves restricciones sobre cómo maduramos política y socialmente. El filósofo alemán Jürgen Habermas tenía razón al advertir -en 1963- de que

«una civilización exclusivamente técnica […] se ve amenazada […] por la división de los seres humanos en dos clases: los ingenieros sociales y los residentes de instituciones sociales cerradas».

El alambre de espino invisible del big data limita nuestras vidas a un espacio que podría parecer tranquilo y lo suficientemente atractivo, pero ni lo hemos elegido nosotros, ni podemos reconstruirlo ni ampliarlo. Lo peor es que no lo vemos así. Como creemos que somos libres de ir donde queramos, el alambre de espino sigue siendo invisible. Aún más: no hay a quién echarle la culpa. Ni a Google, ni a Dick Cheney, ni a la NSA. Es el resultado de muchas lógicas y sistemas diferentes -del capitalismo moderno, del gobierno burócrata, de la gestión de riesgos- que se alimentan de la automatización del procesado de la información y de la despolitización de la política.

Cuanta más información revelemos sobre nosotros mismos, más denso pero más invisible es este alambre de espino. Vamos perdiendo nuestra capacidad de razonar y debatir poco a poco; ya no entendemos por qué nos suceden las cosas.

Pero no todo está perdido. Podríamos aprender a darnos cuenta de que estamos atrapados en este alambre de espino, e incluso a cortarlo. La privacidad es el recurso que nos permite hacerlo y, con un poco de suerte, incluso ayudarnos a planificar nuestra ruta de huida.

Es en este punto donde Simitis expresó una idea auténticamente revolucionaria que se ha perdido en los debates contemporáneos sobre la privacidad: no se puede lograr ningún progreso, afirmó, mientras la protección de la privacidad se «equipare, más o menos, con el derecho del individuo a decidir cuándo y qué datos son accesibles». La trampa en la que caen muchos defensores bienintencionados de la privacidad es creer que con que pudieran dar al individuo un mayor control sobre sus datos -mediante leyes más fuertes o un régimen de propiedad robusto- el alambre de espino invisible se volvería visible y se rompería. No lo hará, no si esos datos se acaban devolviendo a las propias instituciones que erigen el alambre a nuestro alrededor.

PIENSA EN LA PRIVACIDAD EN TÉRMINOS ÉTICOS

Si aceptamos la privacidad como un problema de y para la democracia, entonces las soluciones populares son inadecuadas. Por ejemplo, en su libro Who Owns the Future? (¿De quién es el futuro?), Jaron Lanier propone que descartemos un pilar de la privacidad, el legal, y nos centremos en el económico.

«Los derechos comerciales están mejor adaptados a la multitud de pequeñas situaciones curiosas que surgirán en la vida real que una nueva clase de derechos civiles en la línea de la privacidad digital», escribe.

Siguiendo esta lógica, si convertimos nuestros datos en un bien que podemos vender, logramos dos cosas. Primero podemos controlar quién tiene acceso a ellos y, en segundo lugar, podemos compensar algunas de las pérdidas económicas producidas por la ruptura con todo lo analógico.

La propuesta de Lanier no es original. En Code and Other Laws of Cyberspace (El código y otras leyes del ciberespacio, cuya primera edición e inglés es de 1999), Lawrence Lessig habla con entusiasmo de construir un régimen de propiedad en torno a los datos privados. Lessig quería un «mayordomo electrónico» capaz de negociar con los sitios web:

«El usuario establece sus preferencias una vez, especificando cómo negociaría con su privacidad y a qué está dispuesto a renunciar. Sólo en el caso de que las máquinas se pongan de acuerdo, el sitio podrá acceder a sus datos personales».

No cuesta ver dónde nos llevaría este razonamiento. Todos tendríamos aplicaciones de Smartphone personalizadas que incorporarían continuamente la última información sobre la gente que conocemos, los sitios que visitamos y la información que poseemos, para poder actualizar el precio de nuestra cartera de datos personales. Sería muy dinámico: una lujosa joyería, quizá quieras pagar más para conocer la fecha de cumpleaños de tu pareja si estás pasando por delante de su fachada que si estás sentado en casa viendo la tele.

Es cierto que el régimen de propiedad puede fortalecer la privacidad: si los consumidores quieren recibir buenos ingresos por su cartera de datos, tienen que asegurarse de que sus datos no estén ya disponibles en otros sitios. Así, o bien los «alquilan» de la misma forma que Netflix alquila películas, o los venden con la condición de que se puedan usar o revender sólo bajo condiciones muy estrictas. Algunas empresas ya ofrecen «taquillas de datos» para facilitar intercambios seguros de este tipo.

Entonces, si lo que quieres es defender el «derecho a la privacidad» en sí mismo, convertir los datos en una mercancía podría resolver tus dudas. La NSA seguiría teniendo lo que quiere; pero si te preocupa que nuestra información privada es demasiado líquida y hemos perdido el control sobre su movimiento, un modelo de negocios inteligente emparejado con un régimen de gestión de derechos digitales potente podría resolverlo.

Mientras, las instituciones dedicadas a ejercer de «gobierno niñera» también querrán estos datos. Quizá estén dispuestas  pagar una pequeña cantidad o a prometer una rebaja fiscal por el privilegio de darte los consabidos «empujoncitos» más adelante, con la ayuda de los datos de tu smartphone. Ganan los consumidores, ganan los emprendedores, ganan los tecnócratas. La privacidad, ya sea de una forma u otra, también queda protegida. ¿Quién pierde entonces? Si has estudiado tu Simitis, ya conoces la respuesta: la democracia.

Y no es sólo porque el alambre de espino invisible seguiría en su sitio. También deberían preocuparnos las implicaciones para la justicia y la igualdad. Por ejemplo, mi decisión de proporcionar información personal, aunque sólo sea a mi aseguradora, inevitablemente tendrá implicaciones para otras personas, muchas de ellas con menos medios. La gente que dice que hacer un seguimiento de su estado de salud o su localización sólo es una elección afirmativa a la que pueden renunciar, sabe muy poco sobre cómo piensan las instituciones. Una vez que haya una masa crítica suficiente de personas que se hagan autoseguimiento -y la mayoría de ellos probablemente obtengan algo a cambio- a quienes se nieguen ya no se les verá como individuos raritos que ejercen su autonomía. No, se les considerará desviados que tienen algo que ocultar. Su seguro médico será más caro. Si no perdemos de vista este hecho, nuestra decisión de autoseguirnos no será tan sencilla de reducir a un interés económico egoísta; en algún punto, pueden entrar en juego consideraciones morales. ¿De veras quiero compartir mis datos y conseguir un cupón que no necesito, si eso significa que otra persona que ya está pluriempleada por necesidad tenga que acabar pagando más? Este tipo de preocupaciones morales son irrelevantes si delegamos la toma de decisiones en manos de «mayordomos electrónicos».

Pocos hemos tenidos dudas morales sobre los programas para compartir datos, pero eso podría cambiar. Antes de que el medio ambiente fuera una preocupación global, pocos nos tomábamos en serio la idea de coger el transporte público si podíamos conducir. Antes de que el consumo ético se convirtiera en una preocupación global, nadie habría pagado más por un café que sabe igual pero es de comercio justo. Pensemos en una camiseta barata en una tienda. Quizá sea completamente legal comprarla, pero después de décadas de duro trabajo por parte de los activistas, una etiqueta que pone «Made in Bangladesh» nos hace detenernos antes de comprar. Quizá temamos que esté hecha por niños o adultos explotados. O, habiéndolo pensado, quizá queramos comprar la camiseta porque esperamos que sirva para mantener el trabajo de un niño que de otra forma se vería obligado a prostituirse. ¿Qué es lo correcto en este caso? No lo sabemos, así que investigamos un poco. Este tipo de escrutinio no se puede aplicar a todo lo que compramos, o nunca saldríamos de la tienda. Pero los intercambios de información -el oxígeno de la vida democrática- deberían entrar en la categoría de «pensar más, no menos». No es algo que se pueda delegar en manos de un «mayordomo electrónico», no si no queremos eliminar la dimensión política de nuestra vida.

PROVOCA MÁS PREGUNTAS

También debería preocuparnos la sugerencia de que podemos reducir el problema de la privacidad a su dimensión legal. La pregunta que nos hemos estado haciendo a lo largo de las dos últimas décadas -¿Cómo podemos asegurarnos de tener un mayor control sobre nuestra información personal?- no puede ser la única que nos hagamos. A menos que aprendamos y continuamente reaprendamos cómo promueve e impide la vida democrática la información automatizada, las respuestas a esta pregunta podrían ser inútiles, sobre todo si el régimen democrático necesario para ejercitar cualesquiera que sean, se descompone mientras tanto.

Intelectualmente, al menos, está claro lo que hay que hacer: enfrentarse a la pregunta, no sólo en sus dimensiones económica y legal, sino también en una dimensión política, ligando el futuro de la privacidad al futuro de la democracia, rechazando reducir la cuestión de la privacidad a un asunto de los mercados o de las leyes. ¿Qué significa esta idea filosófica en la práctica?

Para empezar, debemos politizar el debate en torno a la privacidad y a compartir información. Articular la existencia -y las profundas consecuencias políticas- del alambre de espino invisible sería un buen principio. Debemos examinar detenidamente las formas de resolución de problemas que hacen un uso intensivo de los datos y sacar a la luz el hecho de que en ocasiones tienen un carácter antidemocrático. A veces, debemos aceptar mayores riesgos, imperfecciones, improvisación, e ineficacia para mantener vivo el espíritu democrático.

En segundo lugar, debemos aprender a sabotear el sistema, quizá negándonos a hacer autoseguimiento. Si negarnos a registrar nuestro consumo calórico o nuestra localización es la única forma de conseguir que los legisladores aborden las causas estructurales de problemas como la obesidad o el cambio climático -y no sólo juguetear con sus síntomas a través de pequeños empujoncitos al ciudadano- los boicots de información quizá estén justificados. Negarse a obtener dinero de tus propios datos puede ser un acto tan político como negarse a conducir un coche o a comer carne. La privacidad podría resurgir entonces como un instrumento político para mantener el espíritu democrático vivo: queremos espacios privados porque seguimos creyendo en nuestra capacidad para reflexionar sobre los males del mundo y de encontrar una forma de arreglarlos, y preferimos no entregar esta capacidad a los algoritmos y los bucles de retroalimentación.

En tercer lugar, necesitamos más servicios digitales provocativos. No es suficiente que un sitio web nos anime a decidir quién debe ver nuestros datos, sino que debería despertar nuestra propia imaginación. Bien diseñados, los sitios no conducirían a los ciudadanos ni a guardar celosamente su información privada ni a compartirla, sino que revelarían las dimensiones políticas ocultas que conllevan los distintos actos de compartir información. No queremos un mayordomo electrónico, queremos un provocador electrónico. En vez de la enésima aplicación para decirnos cuánto dinero podemos ahorrar siguiendo nuestra rutina de ejercicio, necesitamos una aplicación que nos diga cuánta gente es probable que pierda su seguro médico si la industria de las aseguradoras tiene los mismos datos que la NSA, la mayoría, aportados por consumidores como nosotros. Con el tiempo, quizá distingamos esas dimensiones solos, sin ayudas tecnológicas.

Por último, tenemos que abandonar ideas preconcebidas sobre cómo funcionan y se interconectan nuestros servicios digitales. Si no, seremos víctimas de la misma lógica que ha constreñido la imaginación de tantísimos defensores de la privacidad bienintencionados que creen que defender el «derecho a la privacidad» -no luchar para conservar la democracia- es lo que debería mover la política pública. Aunque muchos activistas de internet defenderán lo contrario, lo que le suceda a internet tiene una importancia secundaria. Igual que con la privacidad, nuestro objetivo principal debería ser el destino de la propia democracia.

Después de todo, en 1967 Paul Baran no tuvo la suerte de saber en qué se convertiría internet. Eso no le impidió ver los posibles beneficios y los peligros de los servicios de computación. Abandona la idea de que internet cayó en desgracia lo largo de la última década. Liberarnos de esa malinterpretación de la historia podría ayudarnos a abordar las amenazas antidemocráticas del futuro digital.

Fuentes: Evgeny Morozov para Technology Review, Signos de estos Tiempos

 

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La privacidad no será la de antes con la gran cantidad de bases de datos sobre las personas

La mayor transparencia costará caro a las personas.

 

La privacidad está en retroceso. Ahora con la minería de datos (data mining) que consigue gran cantidad de datos de las personas de diferentes tipos y las cruza, las empresas y los servicios pueden tener un perfil detallado de cada persona. Por ejemplo podrán saber que calificaciones tienen sus hijos en el colegio, si han tendio problemas de conducta, si Ud. ha tenido infracciones de tránsito o ha estado en procedimientos legales de algún tipo, sabrán quienes son sus amigos y que piensan, que estilo de vida lleva, los gatos que tiene, sus ingresos, su salud, sus entretenimiento, y así imagínese usted.

 

big data

 

¿Cuál es la consecuencia de esto?

Que cuando estos datos se cruzan con los tradicionales, se genera información que puede ir en contra de las propias personas. Por ejemplo podrán saber, sin hablar con Ud., si puede estar a favor del matrimonio gay o no, y tal vez un empleador desheche previamente a los que no lo están. Lo mismo puede valer para problemas de salud, si un potencial empleador descubre que hay indicios de que Ud. tenga alguna adicción o una enfermedad congénita.

MAYOR TRANSPARENCIA DE DATOS = MAYOR DISCRIMINACIÓN

Por eso la mayor transparencia de datos sobre cada persona permite ocultar las discriminaciones, porque Ud. no puede saber quien lo ha discriminado si sus datos pueden ser vendidos a quien le interese (y los pueda pagar), porque hoy hemos perdido el control de quien sabe que cosas de nosotros y como las puede usar.

La principal investigadora de Microsoft Research, Kate Crawford, ha alertado en la conferencia  EmTech de MIT Technology Review  que el análisis de datos se está usando para poner en práctica una forma sutil de discriminación con el uso de series anónimas de datos que se pueden minar para revelar datos de salud y otra información privada.

Crawford, que además es profesora visitante en el Centro Para Medios Cívicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (EEUU), explica:

«La gente cree que los grandes volúmenes de datos evitan el problema de la discriminación porque te enfrentas a grandes series, pero el hecho es que el “big data” se está usando para formas cada vez más precisas de discriminación, una forma de discriminación mediante datos».

Durante su conferencia, Crawford añadió que con el “big data”

«nunca sabrás cuáles son esas discriminaciones, y creo que es ahí donde surge la señal de alarma».

La investigadora sostiene que los datos de salud son especialmente vulnerables. Términos de búsqueda para síntomas de enfermedades, compras en línea de material médico, e incluso las etiquetas RFID del etiquetado de medicamentos sirven para dar a sitios web y comerciantes información sobre la salud de una persona.

LAS REDES SOCIALES ‘CHISMOSAS’

Como escriben Crawford y el profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York Jason Schultz, en su artículo:

«Cuando las series de datos se cruzan con información sanitaria tradicional, cosa que el big data está diseñado para hacer, se puede generar un retrato detallado de la salud de una persona que incluya información que dicha persona quizá no haya contado nunca a sus médicos».

Y un estudio reciente de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), al que Crawford se refirió durante su conferencia, descubrió que «características personales muy sensibles», entre ellos la orientación sexual, los rasgos de personalidad, el abuso de sustancias adictivas, e incluso la separación de los padres, son muy predecibles analizando los «me gusta» de la gente en Facebook. El estudio analizó los «me gusta» de 58.000 usuarios de Facebook.

De forma parecida, el historial de compras, tuits, y la información demográfica, de localización y otras informaciones recogidas sobre usuarios individuales, al combinarse con datos de otras fuentes, pueden dar lugar a nuevos tipos de perfiles que una empresa o un comerciante podrían usar para negar un trabajo o un alquiler.

MÚLTIPLES FUENTES DE DATOS NO EQUIVALE A MAYOR PRECISIÓN

Crawford señala que, además, el análisis de datos puede estar muy equivocado. Incluso el uso de la búsqueda de Google para identificar epidemias de gripe, que ya había funcionado en anteriores ocasiones, fracasó el año pasado cuando los casos reales se quedaron muy por debajo de las predicciones. Una cobertura mayor por parte de los medios de la gripe y charlas sobre la gripe en las redes sociales se confundieron con señales de gente que se quejaba de estar enferma, lo que produjo unas estimaciones al alza. «Así es cómo se pueden complicar los datos de los medios sociales», afirma Crawford.

Y puede haber más fallos básicos en lo que nos cuentan los datos. Por ejemplo, después del huracán Sandy hubo pocos tuits de zonas muy afectadas lejos de Manhattan. Crawford  alerta:

«Si empezamos a usar series de datos de los medios sociales para tomarle el pulso a un país o comprender una crisis -incluso si los usamos para desplegar recursos- estamos obteniendo una visión sesgada de lo que sucede».

¿UNA RESPUESTA EFICAZ?

En respuesta a estos riesgos, los autores del artículo proponen un marco legal que denominan «garantías procesales para grandes volúmenes de datos». Bajo este concepto, una persona que ha sido sujeto de una decisión, ya sea la negación de un seguro de salud o un alquiler, el rechazo para un puesto trabajo o una detención, tendría derecho a saber cómo se usó el análisis de datos en el caso.

Esto conllevaría el tipo de transparencia y derechos de interrogatorio ya consagrados en los sistemas legales de Estados Unidos y muchos otros países. Los autores sostienen: «Antes de que haya una aceptación social mayor del papel del big data en la toma de decisiones, sobre todo en el caso del gobierno, nos parece justo y tener un grado aceptable de previsibilidad, transparencia y racionalidad».

Sin embargo la ponencia de Crawford y Schultz tiene el inconveniente de que es imposible saber las bases de datos que una persona usa para conocer algo de otra persona. Por ejemplo, Facebook es una red social abierta, y si una persona quiere investigar sobre otra puede mirar sus posts y nadie sabrá el objetivo.

Y además, cuando una empresa compra bases de datos enteras y las cruza, Ud. entra como uno más entre miles o millones, de modo que es imposible detectar el uso de esta información para saber algo de Ud. específicamente.

Fuentes: Technology Review, Signos de estos Tiempos  

 

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Hemos llegado a un estado global de vigilancia de las personas

La tecnología ha llevado hacia una economía de vigilancia.

 

La tecnología que ha permitido recoger, peinar y analizar enormes cantidades de datos, ha creado un sistema de vigilancia que escruta cada cosa que cada uno hace, eliminando virtualmente la privacidad, porque ha sido capaz de cruzar enormes bases de datos de diferentes fuentes. Hoy es posible reconstruir automáticamente lo que una persona hizo el día de ayer, lo que le gusta y no le gusta, con quien se comunicó, lo que piensa políticamente  como es su economía, cuales sus deseos, etc.

 

economia de vigilancia

 

La economía occidental está derivando hacia una economía basada en la vigilancia, con el gran recurso de la “minería de datos”; lo datos son utilizados comercialmente, con fines de seguridad, políticos, y para cualquier otro tipo de espionaje. 

¿ES EL PRECIO DE HACER NEGOCIOS EN LA ECONOMÍA DIGITAL?

Lo que el denunciante fugitivo Edward Snowden ha revelado sobre la red de espionaje global de Estados Unidos PRISM debería llamarnos al alerta y a la alarma. Su exposición muestra claramente que estamos viviendo en una sociedad de vigilancia bien establecida. Pero también revela más que eso: la vigilancia está en el corazón de la economía digital global.

Un documento reveló que en 2001 la compañía de telecomunicaciones australiana Telstra, firmó un acuerdo para permitir que las agencias de espionaje de Estados Unidos accedieran a los datos de sus clientes estadounidenses. Sin embargo, según el acuerdo, Telstra no permitió que otros gobiernos accedieran a los mismos datos.

En respuesta, Telstra emitió un breve comunicado se limitó a decir que el acuerdo reflejaba sus obligaciones contractuales en el momento y la revelación sólo han recibido cobertura mediática limitada.

LA SOCIEDAD DE LA VIGILANCIA

Todo lo que haces está sujeto a vigilancia. Como Robert O’Harrow Jr lo explica, no hay «ningún lugar donde esconderse«. Estamos bajo vigilancia constante, tanto física como electrónicamente. La vigilancia es la nueva normalidad. Está en todas partes y esta ubicuidad la damos por hecho.

En estas circunstancias, el viejo adagio: «si usted no ha hecho nada malo, no tiene nada que temer» en el estado de vigilancia ya no es válido.

Este argumento se basa en la creencia de que más allá de la función limitada de la protección del interés público (por ejemplo, a través de la policía), el Estado no está interesado en lo que usted. hace, con quién hable, a donde vaya, lo que usted compra, o en lo qué cree.

Ya no vivimos en ese mundo. El número de agencias gubernamentales que tienen un interés en la información acerca de nosotros ha crecido exponencialmente. El estado de seguridad nacional ha ampliado las funciones policiales de gobierno a todos los ámbitos de la vida.

Agencias gubernamentales de bienestar social se han visto atrapadas espiando a los beneficiarios, madres solteras y pensionistas. En el Reino Unido, las autoridades educativas siguen a familias en un esfuerzo por capturarlos fraudulentamente inscribiendo a los niños «fuera del área». En Australia, un consejo local ha accedido a los datos personales de teléfonos de los residentes para utilizarlos para localizar a las mascotas no registradas.

Si aún persistenten sus dudas de que vivimos en una sociedad de vigilancia total, ahora es el momento de ser realista y eche un vistazo afuera.

Estamos bajo vigilancia de vídeo casi constante. Trate de caminar a través de cualquier pueblo o ciudad de tamaño razonable sin ser capturados en CCTV. No es posible, ni siquiera se puede esquivar saliendo de las tiendas, o utilizando pasos de peatones. Hay miles de cámaras controladas por el estado mirando el tráfico, el transporte público y los flujos peatonales, miles de cámaras privadas también están monitoreando todas las transacciones que hacemos en bancos, tiendas, bares, recepciones de hoteles, restaurantes y supermercados.

Y si esto todavía no llegó a su ciudad, no piense que no lo va a hacer, está por llegar.

Este material también está disponible para las autoridades. Todo lo que tienen que hacer es preguntar. En algunos casos, ni siquiera tienen que pedir. Cuando la policía de Boston comenzó la caza de los terroristas de la maratón de Boston, secuestraron las cintas de vigilancia de las 200 empresas de Boylston Street. Decenas de cientos de civiles que habían grabado el evento en sus teléfonos también ofrecieron las imágenes.

Es posible argumentar que fue un buen uso de «periodismo ciudadano», pero también hay un lado oscuro. En el vacío de información creado por la falta de un claro sospechoso en el atentado, internautas de medios de comunicación sociales tomaron el asunto en sus propias manos. En cuestión de horas, detectives aficionados comenzaron a colocar las imágenes de hombres jóvenes morenos con mochilas, sugiriendo que podrían ser los terroristas.

Esto es peligroso, sobre todo en una sociedad con una fuerte cultura vigilante. Fue pura suerte que ninguno de los jóvenes injustamente implicados fuera atacado físicamente por turbas enfurecidas que buscaban venganza.

Hay otra razón para estar preocupados. No sólo tenemos que lidiar con vigilancia física omnipresente a través de miles de instalaciones de CCTV. En el mundo de los «grandes datos» no hay escapatoria. Nuestras huellas electrónicas están siendo reunidas durante todo el día y están siendo almacenadas, clasificadas, filtradas, y manipuladas. Todos somos objetivos potenciales para la vigilancia estatal.

Un ejemplo destacado en este caso son los cientos de personas que podrían conocer a Edward Snowden o haber estado en contacto con él en los últimos dos o tres años. Cualquiera que haya intercambiado un mensaje de correo electrónico o de texto con Snowden está ahora atrapado en una redada que contiene miles de millones de bytes de información.

Las personas que «no tienen nada que temer» están ahora en el radar de la comunidad de inteligencia, en caso de que un mensaje inocuo revele un secreto que puede ayudar a la captura Snowden. Podrían estar atrapados en esto durante muchos años, sobre todo si Snowden es devuelto a los EE.UU. para ser juzgado.

¿Qué tan ancho será echada esa red? Es difícil de decir, pero las capacidades involucradas aquí significan que cualquier persona con hasta seis grados de separación con el objetivo puede ser desnudada y registrada digitalmente.

La última versión de la información del caché de Snowden es quizás el más preocupante, porque revela el grado en que están conectados simbióticamente la economía digital y el estado de vigilancia.

LA ECONOMÍA DE VIGILANCIA

A partir de los documentos publicados por Snowden parece claro que muchas de las principales empresas de alta tecnología han estado cooperando secretamente con la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU. (NSA) para abrir nuestros correos electrónicos y conversaciones de vídeo, junto con cualquier cosa que elijamos para almacenar en la «nube». Google, Microsoft y otras compañías no han negado que están cooperando con el FBI, la NSA y otras agencias de espionaje. Su argumento, como Telstra, es que es el precio de hacer negocios.

De acuerdo con un comunicado de Microsoft, la empresa tiene que cumplir con las peticiones legales de los aparatos de seguridad. El problema es que no hay ninguna revelación pública cuando se realizan tales peticiones. Ellas están clasificadas y no están sujetas a ningún tipo de control.

También parece que las herramientas de cifrado podrían verse comprometidas. Realmente no hay lugar para esconderse, incluso si usted realmente no quiere ser encontrado.

Microsoft dice que sólo actúa sobre solicitudes ordenadas por los tribunales y no ha dado a conocer las claves de encriptación. Pero los analistas dicen que esto es sólo la mitad de la verdad y que la propia Microsoft admite que no se le permite dar a conocer las otras formas en las que coopera con la policía y las agencias de seguridad.

La vigilancia está en la gran cantidad de datos, lo que es un gran negocio. La economía de la vigilancia pone las transacciones de información como su base y cuando el sistema está abandonando el mercado de bienes y servicios reales, el capitalismo se adapta. La última adaptación sistémica es abrazar nuevas formas de vigilancia a los clientes y luego convertir los datos recogidos en algo que alguien está dispuesto a comprar.

El valor de los grandes volúmenes de datos ha sido comparado con el auge del petróleo o del «lavado de oro» en términos de potencial de rentabilidad. Las cifras son alarmantes: 50 mil millones de dispositivos conectados a Internet para finales de esta década; enrome cantidad de datos disponibles para ser escrutados que aún no cuenta con un número de describirlo. Muchas conexiones están disponibles para ser grabadas, correlacionadas, peinadas, combinadas y vendidas, al punto que cualquier intento de visualizar las conexiones se vería como un mapa de unión del universo con todos los planetas, estrellas y cometas conectados a todos los demás objetos. El valor de este mercado se estima actualmente en más de un 39 mil millones dólares al año y creciendo en torno al 9% anual, según los analistas de IDC .

El análisis de grandes volúmenes de datos (una forma educada de hablar de vigilancia) es ahora el centro de la economía global. Cuantos más datos comerciales se recojan, los gobiernos preocupados y nerviosos por la seguridad, encontrarán más formas de minería con fines políticos también.

Y es aquí donde el problema se pone más complicado y peligroso, y donde el que áun no ha logrado comprender cómo esto le afecta a él, entonces podrá verlo con claridad.

Fuentes: The Conversation, Signos de estos Tiempos

 

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Algunas tecnologías pueden ir contra la privacidad pero solucionarnos otros problemas ¿Qué hacemos entonces? [2013-05-14]

El arte de discernir los costos sociales de las tecnologías.
A veces, obsesionados con la privacidad y con posibles conspiraciones, nos oponemos instintivamente a cualquier tecnología, que por otro lado, podría ser eficiente para solucionarnos un problema importante. Por eso, en todas las decisiones de la vida hay que discernir y estar dispuestos a correr riesgos.

 

transporte en costa de marfil

 

Tenemos la tentación de pensar que cualquier tipo de información que se recoja sobre la población implica una pérdida de privacidad, pero nos olvidamos considerar que todo depende de cómo se use la información. No podemos prohibir el uso de cuchillos porque con ellos se puede matar a una persona, ya que también sirven para comer.

Obviamente es difícil saber cómo va a ser usada la información, y en todo caso sucederá como el cuchillo, unos lo utilizarán para comer y otros para delinquir, los menos. Y el control no dependerá de si el cuchillo sí o no, sino de cómo se vigila su uso.

Sin embargo ha situaciones de tecnologías que tienen más riesgos de consecuencias no deseables, e incluso en algunas hay muy poco de positivo. Por eso, hay que ejercitar el discernimiento en cada caso y no actuar automáticamente aceptando todo o satanizando todo.

LA PRIVACIDAD DE NUESTROS TELÉFONOS CELULARES

Esto viene a cuento porque desde hace un tiempo estamos inquietos por la información que nuestros teléfonos celulares dan sobre nosotros, y estamos refiriéndonos a la geolocalización y no a la grabación de lo que hablamos, que es muy difícil de justificar.

Por ejemplo, en algunos países musulmanes, los cristianos deben ser muy cuidadosos con sus teléfonos celulares, porque si no les sacan la batería cuando van a una reunión religiosa, pueden ser localizados en grupo y arrestados.

Pero la localización geográfica de teléfonos celulares tiene otros usos más edificantes. Acá traemos dos estudios que se realizaron en África; uno para actuar sobre una epidemia y el otro para racionalizar el transporte en una zona.

En ellos se utilizó información de la localización de los teléfonos celulares; sin esta información no se hubiera tenido una buena la base de datos para el análisis, y por ende, menos chance de solucionar el problema.

LA MALARIA EN KENIA

La recopilación y análisis de información procedente de teléfonos móviles simples proporciona sorprendentes conocimientos sobre cómo se mueven y comportan las personas, e incluso ayudarnos a entender la propagación de enfermedades.

En un ordenador en su oficina de la Escuela de Salud Pública de Harvard en Boston, Estados Unidos, la epidemióloga Caroline Buckee señala un punto en un mapa de las tierras altas del oeste de Kenia, que representa una de las miles de torres de telefonía móvil del país. En la lucha contra la malaria, explica Buckee, los datos transmitidos desde esta torre, cerca de la ciudad de Kericho, han tenido una enorme importancia a nivel epidemiológico.

Cuando ella y sus colegas estudiaron los datos, encontraron que las personas que hacen llamadas o envían mensajes de texto originados en la de torre Kericho viajaban con una frecuencia 16 veces mayor fuera de la zona que la media regional. Es más, estas personas eran tres veces más propensas a visitar una región al noreste del lago Victoria que los registros del Ministerio de Salud identificaron como un punto álgido de la malaria.

Por lo tanto la señal de radio de la torre cubría un punto de referencia importante para la transmisión de la enfermedad, que puede pasar de persona a persona a través de los mosquitos. Las imágenes por satélite revelaron la causa más probable: una concurrida plantación de té que seguramente estaba repleta de trabajadores inmigrantes. La implicación estaba clara, señala Buckee.

«Habrá un montón de infectados en ese lugar».

Este trabajo está sirviendo de base para una nueva serie de modelos de predicción que Buckee está construyendo. Muestran, por ejemplo, que a pesar de que se observaron casos de malaria en la plantación de té, tomar medidas para controlar la malaria allí tendría menos efecto sobre la propagación de la enfermedad que concentrar los esfuerzos en la fuente: el Lago Victoria. Siempre se ha creído que esa región es un centro importante de malaria, pero lo que no ha estado disponible hasta ahora es información detallada sobre los patrones de viaje humano a ese lugar: cuántas personas van y vienen, cuándo llegan y salen, a qué lugares específicos van, y cuáles entre esos destinos atraen a la mayoría de las personas que viajan a lugares nuevos.

La minería de datos facilitará el diseño de nuevas medidas que probablemente incluirán campañas baratas y específicas de mensajes de texto, por ejemplo advirtiendo a los visitantes que entren en la zona de la torre de Kericho que utilicen mosquiteras. Y ayudará a los funcionarios a elegir dónde concentrar los esfuerzos de control de mosquitos en las zonas palúdicas.

«No queremos tener que rociar cada charco de larvas de mosquitos todo el tiempo. Pero si sabes que existe una gran cantidad de importaciones procedentes de un determinado lugar, lo suyo es aumentar el programa de control en ese lugar», asegura Buckee. «Y ahora puedo precisar puntos de especial importancia dentro de la importación de una enfermedad».

Los resultados de Buckee muestran lo que se puede conseguir cuando la tecnología se usa para problemas de salud pública.

«Esto demuestra que ‘sí, que podemos realmente proporcionar no solo conocimiento, sino algo sobre lo que poder actuar'».

«Este es el futuro de la epidemiología. Si queremos erradicar la malaria, así es como lo vamos a hacer».

TRANSPORTE URBANO EN COSTA DE MARFIL

Investigadores de IBM han desarrollado un nuevo modelo para optimizar el sistema de transporte urbano que se basa en el uso de los movimientos registrados de millones de usuarios de teléfonos móviles en Costa de Marfil, en África occidental.

El modelo de IBM recomendó cambios en las rutas de autobús alrededor de Abiyán, la ciudad más grande del país. Esos cambios -basados en los movimientos recogidos en los registros de teléfonos móviles- podrían, en teoría, reducir los tiempos de viaje en un diez por ciento.

El trabajo de IBM forma parte de un reto de investigación bautizado como Datos para el Desarrollo, en el que Orange, el gigante de las telecomunicaciones, hizo públicos 2.500 millones de registros de llamada de cinco millones de usuarios de teléfonos en Costa de Marfil. Los registros se reunieron entre diciembre de 2011 y abril de 2012.

Esta publicación de datos es la mayor que se ha hecho de este tipo. Los registros se limpiaron para impedir que nadie pudiera identificar a los usuarios, pero incluían información útil sobre los movimientos de dichos usuarios. El artículo de IBM es uno de los muchos que se han desvelado en una conferencia celebrada recientemente en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (el MIT, en Estados Unidos).

El trabajo de IBM se centró en Abiyán, donde a 539 autobuses grandes se unen 5.000 minibuses y 11.000 taxis compartidos. Los investigadores de IBM estudiaron registros de llamadas de unos 500.000 teléfonos con datos relevantes respecto a los traslados en transporte público.

Se crean datos de movilidad siempre que alguien usa un teléfono para hacer una llamada o enviar un mensaje de texto. La acción se registra en una torre de antena móvil y sirve de informe sobre la localización general del usuario en algún punto del radio de la torre. El movimiento de la persona se certifica cuando la llamada se trasfiere a una nueva torre o cuando se hace una nueva llamada que conecta con una torre distinta.

Aunque los datos son poco refinados -y evidentemente no todo el mundo que va en un autobús tiene teléfono o está usándolo- se pueden averiguar las rutas siguiendo la secuencia de conexiones. IBM y otros grupos han visto que estos «rastros» de teléfono móvil son lo suficientemente precisos para servir como guía para movimientos de población mayores y aplicables a cosas como la epidemiología o el transporte.

Fuentes: Technology Review sobre Malaria, Technology Review sobre Transporte, Signos de estos Tiempos

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