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Cómo se Deterioró la Salud de Jesús desde el Jueves Santo hasta su Muerte

El cuadro clínico de la muerte de Jesús es estudiado según las fuentes históricas.

Hablan del proceso que va desde su aprensión a su fallecimiento, pasando por las etapas centrales de su flagelación y crucifixión.

clavando-a-cristo-en-la-cruz

Todas las referencias en relación a la crucifixión y muerte del Nazareno se basan en documentos escritos y no en el análisis del cuerpo físico o de sus restos.

En este sentido la credibilidad de cualquier discusión al respecto es determinada básicamente por la credibilidad de las fuentes.

Entre ellas están los escritos antiguos cristianos y no cristianos, los escritos de autores modernos, el Sudario de Turín y los avances de la Medicina.

La documentación científica existente acredita que Jesús padeció y sufrió el más cruel de los castigos.

Este análisis que presentamos también nos remite a la discusión de la causa clínica de la muerte y cómo fue crucificado Jesús, lo cual es un hecho debatible pero que está teñido de intereses político religiosos como veremos abajo.

jesus crucificado fondo

       

EL MÉTODO DE LA CRUCIFIXIÓN

La crucifixión, parece que hubiera comenzado con los Persas, lo que hoy es Irán, poniendo a la víctima suspendida en el aire sin tocar sus pies en la tierra.

Los comerciantes Fenicios adquirieron la práctica y probablemente la hayan llevado a los Griegos.

Los romanos parecen haberla obtenido de Alejandro Magno que la introdujo en Cartago.

Y ya en la época del nacimiento de Jesús se usaba la crucifixión.

Fueron los Romanos quienes perfeccionaron el método diseñándolo para maximizar el dolor y el sufrimiento.
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No se trataba sólo de matar a alguien sino de hacerlo de la manera más horrible.

Por otro lado la crucifixión era una forma vergonzosa de ejecución que estaba destinada a los esclavos, los extranjeros, los revolucionarios y los criminales.

Y se comenta que la única manera en que un ciudadano Romano fuera crucificado era la deserción del ejército.

Los romanos añadieron previamente la flagelación con azotes, con intención de poner a la víctima en un estado cercano a la muerte.

Ya sabemos por relatos que el látigo tenía bolas de hierro en cada tira de metal o cuero y huesos de ovejas afilados para cortar la piel en el caso de los griegos.

Después de la flagelación, la víctima podría llevar su propia barra transversal o sea el patíbulo, desde la zona de flagelación, que estaba dentro de la ciudad, a la zona de crucifixión, que estaba fuera de la ciudad.

Luego la víctima era atada o clavada al patíbulo y a la barra vertical y se le ponía un cartel dónde constaba el delito.

En la zona de crucifixión, a la víctima se le da a una copa de vino mezclado con mirra, como un analgésico suave pero de sabor terrible.

Cuando las víctimas eran clavadas en la barra transversal los clavos se les ponían en las muñecas y no en las palmas de las manos, porque no podrían apoyar su peso corporal.

La víctima podría vivir desde unas pocas horas hasta varios días dependiendo de la severidad de la flagelación.
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La muerte básicamente se produciría por asfixia, pérdida de sangre y agotamiento.

Y si nadie reclamaba el cuerpo quedaría en la cruz para ser comido por los depredadores.

jesus crucificado sin cruz fondo

    

LA SALUD INICIAL DE JESÚS Y EL COMIENZO DE SU DETERIORO

Partimos de que Jesús mantuvo numerosos viajes caminando a través de la Palestina del siglo I para impartir sus enseñanzas.

Esto excluye que padeciese alguna enfermedad física de importancia o una constitución débil.

Es por tanto razonable suponer que Jesús gozaba de un buen estado de salud.

En un periodo de 12 horas, desde 9 de la noche del jueves 6 de abril (Nisan 13) a las 9 de la mañana del viernes 7 de abril (Nisan 14), Jesús sufre un enorme deterioro físico que comienza en el huerto de Getsemaní (ver esquema).

Lo vivido por Jesús antes de ser arrestado se refiere en distintos escritos como una mezcla indecible de tristeza, de espanto, de tedio y de flaqueza.

Esto expresó una pena moral que llegó a tal grado de intensidad que se manifestó somáticamente mediante la liberación de sustancias químicas que provocaron una hematidrosis, es decir, sudor con sangre.

Este proceso extraordinariamente inusual en el ser humano, fisiológicamente es debido a una congestión vascular capilar y hemorragias en las glándulas sudoríparas, haciendo que la piel se vuelva frágil y débil.

El Dr. Mc Govern dice que Jesús tuvo hematidrosis en el huerto de Getsemaní, pero sostiene que ese cuadro no es común, desde el 2003 ha leído que se han reportado sólo 20 casos.

En esos casos se produce dolor de cabeza, ansiedad, dolor abdominal y aumento de temperatura corporal antes del flujo sanguíneo.

Ese flujo sanguíneo se derrama incluso en áreas donde no hay glándulas sudoríparas.

Y le provocó una pérdida valiosa de líquido, lo que con 4 grados de temperatura ambiente y su piel húmeda, le provocaba escalofríos.

No obstante la perdida real de sangre en el Maestro no terminó con él, pero hubo un gran daño psicológico.

Llevado ante el Sanedrín político ante Caifás, Jesús es condenado y golpeado fuertemente en el rostro.

En la Casa de Caifás lo golpearon repetidamente con las manos abiertas y con puñetazos.

Pero también ha visto que en la Sábana Santa de Turín hay evidencias qué Jesús fue golpeado con un palo.

Llevado a la fortaleza Antonia y al Palacio de Herodes Antipas, en última instancia Pilato entrega a Jesús para ser flagelado y crucificado.

Para celebrar todos estos juicios Jesús es obligado a caminar unos 4 kilómetros.

Jesus crucificado

    

LA FLAGELACIÓN DE JESÚS

La flagelación era un preliminar de tipo legal para toda ejecución romana.

El hombre era desnudado y atado a un poste siendo golpeado con azote corto denominado flagrum o flagellum.

La espalda, las nalgas y las piernas eran azotadas por uno o dos soldados.

Los azotes que se han descubierto en las catacumbas romanas están compuestos por una cadena de bronce ramificada en múltiples cadenas más cortas, terminadas con una bola de plomo.

Esta estructura del flagellum producía una reverberación con cada golpe, lo que aumentaba el efecto.

Jesús fue golpeado al menos 120 veces con el flagellum.

El doctor McGovern sostiene que la Sábana Santa subestima la tortura, porque sólo los golpes que provocaron flujo de sangre están evidenciados allí.

Pero Jesús que ya tenía poca sangre para sangrar, acumuló sangre en moretones y en los músculos, lo cual también era inútil para la circulación.

También un trauma en el pecho provocó que los pulmones se llenaran de sangre y el líquido sanguinolento se acumulará entre los pulmones y en la pared del tórax.

Esto le provocaba dolor que le impedía hacer respiraciones profundas.

Los azotes repetidos de los legionarios con las bolas de hierro, sobre una piel ya sensible por la hematidrosis, causaron en el cuerpo de Jesús profundas contusiones.
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Su espalda quedó tan desgarrada que la espina dorsal quedó expuesta, las laceraciones cortaron los músculos y la carne desgarrada sangró abundantemente provocando una importante pérdida de sangre y plasma.

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El enorme dolor y la pérdida de sangre habitualmente crean las condiciones para un shock circulatorio.

La cantidad de sangre perdida podía muy bien determinar cuánto tiempo sobreviviría la víctima en la cruz.

Después de la condena les arrancaron la ropa y le pusieron una capa y después se la sacaron y le pusieron su ropa, lo que dañó aún más su piel.

El abuso físico y mental provocado por los judíos y romanos, la coronación de espinas, la falta de alimento, de agua y de descanso, y la pérdida importante de sangre, debilitaron enormemente el estado general del Nazareno, provocando:

– Un aumento del ritmo de su corazón.
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– Una disminución de la presión sanguínea.
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– Que los riñones dejaran de producir orina para mantener el volumen restante.
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– Enorme sed, porque el cuerpo ansía fluidos para reponer el volumen de sangre perdido.

En estas condiciones es llevado Jesús a una de las ejecuciones más crueles, despiadadas y degradantes que haya inventado el hombre.

La crucifixión, suplicio de origen oriental, persas, asirios y caldeos, y perfeccionada por los romanos.

jesus crucificado

   

LA CRUCIFIXIÓN DE JESÚS

Jesús cargo durante más de 400 mts el madero de la cruz, que según lo que descubrió Santa Elena media un 1.80 mts de largo y pesaba 7 kilos, y no 30 o más kilos como algunos dicen.

Para el estado de debilidad de Jesús aún 7 kilos era demasiado.

El Dr. McGovern sostiene que la crucifixión no le produjo mayor derrame de sangre porque tenía poca sangre para derramar.

Los clavos usados por los romanos tenían entre 13 y 18 cms, con una sección cuadrada de 1 cm.

Estudios realizados con cadáveres han documentado que los clavos en las manos tienen que penetrar, para mantener al crucificado, bien entre el radio y la primera hilera del carpo, o bien entre ambas hileras de los huesos del carpo.

La Síndone ha corroborado estos datos.

clavo en las manos de jesus

El clavo atravesó triturando el nervio mediano, provocando un enorme calambre.

Es tan insoportable este dolor que hubo que inventar un término nuevo en la medicina para describirlo, conocido como dolor excruciante (dolor de la cruz).

Los pies también fueron clavados a la cruz.

El clavo traspaso el espacio entre el 2º y 3º metatarsiano destruyendo el nervio profundo peroneo y las ramas plantares.

Para fijar los pies, Jesús hubo de flexionar las rodillas a fin de poder realizar una ligera rotación lateral de las piernas. 

Una vez clavado fue colocado en posición vertical, provocó un estiramiento intenso de los brazos, tal vez mayor de 15 cms., lo que originó la luxación del hombro.

Jesus Crucificado en la Basilica del Santo Sepulcro en Tierra Santa

    

LA AGONÍA DE JESÚS EN LA CRUZ

En esta posición, la muerte es lenta y agonizante por asfixia o por pérdida de sangre.
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Jesús soporto esta situación unas 3 horas.

Durante este tiempo Jesús tenía enormes dificultades para expulsar el aire.

Para llevar a cabo este movimiento espiratorio debía de elevarse ligeramente en la cruz para descomprimir la caja torácica, apoyándose en los pies y flexionado los brazos, lo que supuso terribles dolores en todas las extremidades.

En la medida en que redujo el ritmo respiratorio, entró en acidosis respiratoria, es decir comenzó a retener dióxido de carbono en la sangre, proceso conocido como hipercapnia.

El CO2 se disolvió como ácido carbónico al no poder ser expulsado, lo que provocó mayor acidez en la sangre, calambres musculares y contracciones tetánicas.

Este mecanismo alteró el ritmo de su corazón, provocando un pulso irregular, que originó un paro cardiaco.

Sin embargo el Dr. Mcgovern sostiene que Jesús murió de un shock provocado por la pérdida de sangre.

No tenía suficiente sangre para mantener vivos el cerebro y el corazón.

Entonces su corazón probablemente comenzó a latir rápidamente, y luego 30 segundos antes de la muerte se ralentizó el ritmo cardíaco y Jesús probablemente notó que estaba al final de su vida.

Eso le permitió decir las últimas palabras en la cruz, lo que no hubiera sucedido si hubiera muerto por asfixia, porque no hubiera podido hablar.

El fatal desenlace ocurrió tras dar un enorme grito, a las 3 de la tarde del viernes 7 de abril (Nisan 14).

Para corroborar la muerte de Jesús, los soldados atravesaron su costado entre el 5º y 6º espacio intercostal, brotando agua y sangre al retirar la lanza.

Con toda probabilidad el agua era fluido pleural o pericárdico, y habría precedido a la efusión de sangre procedente de la aurícula derecha que fue perforada por la lanza.

La interpretación médica moderna del evento histórico indica que Jesús estaba muerto cuando fue bajado de la cruz, su madre María estaba allí.

Esto nos trae a la discusión adicional más detallada, ¿cómo fue crucificado Jesús?.

Esta segunda parte es una discusión entre investigadores que puede no ser interesante para algunos, por lo que se puede obviar. Lo que aporta son argumentos y contraargumentos sobre como habría sido crucificado Nuestro Señor.

   

¿CÓMO FUE CRUCIFICADO JESÚS, CON LOS BRAZOS EN FORMA DE Y O DE T?

Se ha publicado un estudio en la Revista New Scientist que afirma que, según la Sábana Santa de Turín, Jesús habría sido crucificado con los brazos arriba de su cabeza.
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Sin embargo esto lo desmiente una de las principales estudiosas mundiales del Síndone.

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Emanuela Marinelli, una de las principales estudiosas del mundo de la Sábana Santa, dice que el estudio publicado en la revista New Scientist: está absolutamente equivocado.
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Esa es la teoría de los Testigos de Jehová que quieren destruir la cruz.

El estudio internacional sobre la Sábana Santa que se publicó en la revista New Scientist, afirma que Jesús habría sido crucificado con los brazos arriba de la cabeza, en forma “Y” y no en forma de “T”, de acuerdo a la iconografía clásica, lo cual es una broma llena de errores científicos según Marinelli.

   

LA HIPÓTESIS DE CRUCIFIXIÓN EN FORMA DE Y

Matteo Borrini de Liverpool John Moores University en el Reino Unido quería saber si las «manchas de sangre» en el brazo izquierdo eran compatibles con el flujo de sangre de la muñeca de un crucificado.

Así que le pidió a Luigi Garlaschelli de la Universidad de Pavia, Italia, un experimento para asumir diferentes posturas de crucifixión, mientras que una cánula conectada a su muñeca hacía correr la sangre por el brazo.

Cristo crucificado-Rubens

Encontraron que las marcas en la sábana se correspondían con una crucifixión, pero sólo si los brazos se hubieran colocado por encima de la cabeza en una posición de «Y», en lugar de en la clásica representación de «T». 

«Esta habría sido una situación muy dolorosa y habría creado dificultades para respirar», dice Borrini.

Alguien crucificado de esta manera pudo haber muerto por asfixia.

Borrini presentó sus resultados en una reunión de la Academia Americana de Ciencias Forenses en Seattle.

Borrini dice que posiciones similares se utilizaron durante la tortura medieval, pero en esos casos las víctimas eran suspendidas de una viga mediante la unión de sus muñecas con una cuerda, en lugar de utilizar clavos.

Los resultados confirman los experimentos anteriores de Gilbert Lavoie, un médico con sede en Massachusetts, que sugirió una crucifixión en forma de Y.

«El flujo de sangre es absolutamente coherente con lo que se ve en la Sábana Santa», dice Lavoie.

«La huella de la Sábana Santa no se corresponde con muchas imágenes artísticas tradicionales de la crucifixión», dice Niels Svensson, un médico de Maribo, Dinamarca, que también ha estudiado la Sábana Santa.

Pero no todos los artistas muestran a Jesús en una postura en forma de T.
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Por ejemplo, el pintor flamenco Peter Paul Rubens pintó repetidamente a Jesús con sus brazos sobre su cabeza en la cruz, al igual que muchos otros.

   

LA CONTESTACIÓN DE EMANUELA MARINELLI

Del análisis de la Sábana Santa se ve claramente que la posición de los dos brazos no es la misma.
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El flujo de sangre desde el lado derecho viene desde la muñeca hasta el codo, no la de la izquierda.
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Así que los que dicen que los dos brazos se encontraban en la misma posición están mal.

La teoría de la posición de los brazos en “Y”es típica de los Testigos de Jehová y es absolutamente errónea.
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Ellos tratan de esta manera de destruir el símbolo de la cruz, diciendo que la posición de los brazos era diferente.
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Pero incluso si hubieran estado unidos por encima de su cabeza, sería una “I” no es una “Y”.

El brazo izquierdo y derecho no podrían haber estado totalmente tensos como en las representaciones sagradas, porque el reposapiés, que se ve a menudo, no se utilizó. 

La crucifixión romana aún no lo había introducido, este se ve por primera vez en los circos a finales del primer siglo.

Pero en el momento de Jesús, cuando las personas eran crucificadas en la calle como una advertencia para todos, los pies eran clavados en la cruz directamente.

verdadera posicion de la crucificcion de jesus

Por lo tanto está claro que el cuerpo no podía estar en una posición con los brazos exactamente horizontales.

El cuerpo se desequilibra porque su pie derecho está arriba del izquierdo y esto hace que el cuerpo se mueva hacia la derecha.

La interpretación correcta es la de Monseñor Giulio Ricci, con el brazo derecho goteando sangre hasta el codo.
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El goteo de la parte izquierda es hacia abajo ya que el brazo estaba en una posición un poco diferente, con la sangre goteando hacia abajo de la mano por la fuerza de la gravedad.

¿Jesús murió por asfixia?

Aparte del hecho de que el Evangelio dice otra cosa, esto no es posible debido a que la Sábana Santa documenta salida de sangre y suero del costado y esto, según los cardiólogos, es un signo probablemente de una muerte causada por la ruptura del corazón.

Piedra Constanza
Piedra Constanza

   

OTRA VARIANTE: ¿JESÚS FUE ATADO O CLAVADO EN LA CRUZ?

Recientemente la profesora Meredith Warren, profesora de estudios bíblicos y religiosos de la Universidad de Sheffield en Yorkshire, escribió un artículo titulado ¿Fue Jesús realmente clavado en la cruz?

Ella no niega la crucifixión de Jesús sino el método que usaron con Jesús.

Sostiene que los romanos no siempre clavaban a las víctimas en la cruz, a veces los ataban con cuerdas.

Y dice que la única evidencia arqueológica de la práctica de clavar a las víctimas, es un hueso del tobillo de la tumba de Johanam, ejecutado en el siglo primero.

La caja descubierta en 1970 contiene un hueso del talón con un clavo.

La Warren dice que Mateo, Marcos, Lucas y Juan hablan en los evangelios de la crucifixión, pero sólo Juan indica que se utilizaron clavos.

Y otra indicación es también de Juan refiriéndose a Tomás que dice Si no veo las marcas de los clavos en sus manos y pongo mi dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

En cambio el evangelio de Pedro, que es no canónico y no forma parte de la Biblia, dice que las manos de Jesús tenían clavos en su crucifixión y que se le retiraron después de su muerte.

La conclusión de la Warren es que la persistencia de la idea de que Jesús fue clavado en la cruz, es más una tradición cristiana que algo que se puede encontrar claramente en los evangelios.

Y observa que las primeras representaciones de Jesús no parecen mostrar sus manos clavadas en la cruz.
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Por ejemplo la imagen de la piedra preciosa de Constanza que data del siglo cuarto después de Cristo.

Sin embargo hay otros que le critican, diciendo que estas imágenes tampoco muestran la cuerda con la que estaba atado.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Manual Católico para Semana Santa [qué hacer en cada día de la semana]

La liturgia de la Semana Santa surgió de la devoción de los primeros cristianos que peregrinaban a Jerusalén.

Y visitaban los lugares de la Pasión de Jesús:

Getsemaní, el Pretorio, el Gólgota, el Santo Sepulcro, tc.

misa de pascua con velas fondo

El primer documento conocido es el de un peregrina española llamada Egeria, que contiene una descripción de la liturgia de Semana Santa que se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 dC. Ver aquí.

A partir de ahí la Iglesia ha ido sofisticando sus celebraciones pascuales.

Cosa que trataremos en este artículo junto con una serie de recomendaciones de actividad para realizar cada día y la forma de ganar indulgencias.

    

HISTORIA Y SIGNIFICADOS DE LA PASCUA

Es la Fiesta anual que conmemora la muerte y resurrección de Jesucristo, y la fiesta principal del año cristiano.

Se celebra un domingo en fechas distintas, entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

Y por lo tanto, extendiéndose desde el domingo de Septuagésima (el noveno domingo antes de la Pascua) y el primer domingo de Adviento que se ajustan en relación con la fecha de la Pascua.

La Semana Santa que comienza en Domingo de Ramos, incluye el Viernes Santo, el día de la crucifixión y termina con el Sábado Santo.

Y la Octava de “Pascua” se extiende desde el Domingo de “Pascua” hasta el domingo siguiente.

Durante la Octava de “Pascua” en los primeros tiempos cristianos, los recién bautizados llevaban ropas blancas, que era el color litúrgico de “Pascua”, que significaban luz, pureza y gozo.

El agua bendecida en la Vigilia Pascual se usa para los bautismos en toda la temporada de pascua.

pascua judia

    

LA FIESTA DE LA PASCUA VINCULA EL ANTIGUO Y EL NUEVO TESTAMENTO

Hay una continuidad histórica y religiosa entre la Pascua judía y la cristiana ya que Cristo murió el primer día de la fiesta judía de la Pascua.
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La que celebra la liberación por mano de Dios del pueblo judío de la esclavitud de Egipto.

Tiene además un profundo simbolismo ya que la muerte de Jesucristo cumple la Antigua Ley, sobre todo en lo referente al cordero pascual que los judíos comen la noche víspera del 14 de Nisan.

El rito fundamental de la Pascua Judía era la cena en familia o en fraternidad, a base de cordero (signo de la compasión de Dios), pan ázimo (miseria sufrida), hierbas amargas (esclavitud) y salsa roja (trabajos forzados en Egipto).

Se conmemoraba la liberación de la servidumbre de Egipto, la alegría por la libertad adquirida y la espera de la venida salvadora del Mesías.

    

LA PASCUA DE CRISTO

La pasión de Jesús se desarrolla en un contexto pascual, ya que en ese tiempo tuvo lugar la última cena de Jesús, su prendimiento, su interrogatorio y su condena.

Según los sinópticos, Jesús fue condenado en la noche de Pascua y crucificado al día siguiente.

La última cena de Jesús fue pascual (Mc 14,12-26).

Los sinópticos ponen de relieve que la última cena es la Pascua nueva. Juan acentúa que Jesús es el nuevo cordero.

Hoy se interpreta que la última cena de Jesús fue un banquete, con los gestos del ritual judío de la comida, es decir, «bendición» del pan y «acción de gracias» por el vino después de haber cenado.

Los cuatro relatos evangélicos coinciden en señalar lo que Jesús hizo.

Jesús se compara a sí mismo con el pan (cuerpo) y el vino (sangre). 

Los dos gestos judíos de Jesús en la última cena pascual manifiestan el relieve eucarístico de la Pascua cristiana.
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Hay una bendición sobre el pan y la copa; se ofrece el pan partido y la copa de vino, y se acompaña esta entrega con palabras significativas y eficaces.

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Uno de estos gestos, el de la fracción del pan, dará nombre a la eucaristía, denominada por Pablo «Cena del Señor».

   

LÍNEA DE TIEMPO DE LOS SUCESOS DE LA PASIÓN DE CRISTO

Para sacar provecho de la Semana Santa los católicos deben tener claro lo que sucedió con Jesús cada día de esa semana.

Este es un resumen de lo que sucedió.

   

Domingo de Ramos

Jesús emprendió su viaje a Jerusalén con los apóstoles.

Al llegar a una aldea, Jesús instruye a dos de sus discípulos para que le busquen un burro joven.

Se sube en el burro y va lentamente camino a Jerusalén cumpliendo la profecía de Zacarías 9: 9, donde dice que “el rey viene montado en un burro con la salvación”.

La muchedumbre lo recibe al canto de “Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor” y lo saluda con ramas de olivo.

Jesús termina de noche a 3 kilómetros de Jerusalén, en Betania.

   

Lunes Santo

Por la mañana Jesús y sus discípulos van a Jerusalén y en el camino maldice una higuera que no había dado frutos, lo que simbólicamente significa el juicio de Dios sobre los líderes religiosos de Israel.

Llegando al templo vuelca las mesas de los cambistas diciendo “mi templo será una casa de oración”.

Y termina en la noche en Betania en la casa de Lázaro.

   

Martes Santo

Va con sus discípulos a Jerusalén y frente a la higuera les habla de la importancia de la fe.

Los líderes religiosos organizan una emboscada para restarlo pero Jesús se evade, y allí es donde les dice serpientes, hijos de víboras, ataúdes blanqueados.

Luego va el Monte Los Olivos dónde pronuncia el discurso del Monte los Olivos, que contiene la profecía de la destrucción de Jerusalén, los eventos de los últimos tiempos, su segunda venida y el juicio final.

Jesús pasa la noche en Betania.

   

Miércoles Santo

No se registran mayores movimientos de Jesús, por lo que se supone que quedaron descansando en Betania antes de la Pascua.

Mientras tanto Judas Iscariote negocia la entrega de Jesús con los líderes religiosos por 30 monedas.

   

Jueves Santo

Jesús manda a sus discípulos a preparar la fiesta de Pascua en el Cenáculo.

Luego lava los pies a los apóstoles antes de comenzar la cena.

En la cena Jesús dice que estaba ansioso por comer esta cena de Pascua antes de que comience su sufrimiento y anuncia que no volverá a comer hasta que se cumpla el reino de Dios.

Luego Jesús parte el pan y distribuye el vino diciendo que es su cuerpo y su sangre, instituyendo la Eucaristía.

Y dando instrucciones a los apóstoles que recuerden permanentemente este sacrificio.

Le revela a Pedro que lo traicionara antes que el gallo cante tres veces.

Luego Jesús y los apóstoles se dirigen hacia el Huerto de Getsemaní, Jesús ora al Padre y suda gotas de sangre

Allí comienza a ver todos los pecados del mundo y es consolado por un ángel.

Finalmente sugiere al Padre que aparte de Él este sufrimiento, pero que lo importante es que se haga el plan de Dios.

Sus discípulos no le acompañan en esta agonía porque se duermen.

Luego salen a última hora de la noche y se encuentran con unos guardias armados y Judas Iscariote lo identifica con un beso para que lo arresten.

Es llevado a la casa del sumo sacerdote Caifás y allí comienzan las primeras flagelaciones.

El gallo canta tres veces y Pedro dice que no conoce a Jesús.

   

Viernes Santo

El viernes por la mañana Judas Iscariote se ahorca debido al remordimiento.

Jesús es llevado ante Pilato que le propone a la muchedumbre liberar a Jesús o a Barrabás.

La muchedumbre prefiere a Barrabás y Jesús es condenado a muerte, mientras Pilato se lava las manos.

Allí vienen las flagelaciones y le ponen en la cabeza la cruz de espinas.

Luego es obligado a cargar la cruz hacia el Calvario, en cuyo trayecto encuentra a Simón de Cirene que le ayuda a cargarla, y a la Verónica que le limpia el rostro con un pañuelo.

Jesús es crucificado entre 2 ladrones, a uno de los cuales promete que hoy estará en el cielo.

Y entrega a Juan a su madre.

Al mediodía se apodera de la zona una densa oscuridad.

Luego Jesús pronuncia sus últimas palabras “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” y “Padre en tus manos encomiendo Mi espíritu”.

A las 3:00 de la tarde muere Jesús, se raja el telón del templo, y hay un temblor de tierra por el que se abren las tumbas y resucitan los muertos.

Tres horas después Nicodemo y José de Arimatea bajan el cuerpo de Jesús de la Cruz y lo ponen en una tumba nueva.

   

Sábado Santo

En este sábado los soldados romanos custodian la tumba.

Y luego que cae el sol Nicodemo y las mujeres preparan el cadáver de Jesús con especias según el rito judío.

   

Domingo de Resurrección

María Magdalena y las otras mujeres van a la tumba y descubren que no hay nadie en ella y dos ángeles le dicen qué Jesús no está ahí y que ha resucitado de entre los muertos.

Ese día de resurrección los evangelios dicen que hizo al menos 5 apariciones: a María Magdalena, a Pedro a dos discípulos en el camino de Emaús, a todos los discípulos reunidos.

Y hay consenso entre los estudiosos de que apareció también a Su madre.

encendiendo el cirio de la vigilia pascual

   

LA ESTRUCTURA DE LA PASCUA CRISTIANA

Es posible que desde los primeros orígenes cristianos hubiese una celebración específica pascual cada año.

Recordemos que el domingo, día del Señor, fue fiesta pascual semanal.

Pero no es fácil precisar cuándo se hizo el tránsito de la pascua semanal a la pascua anual.

Algunos aseguran que antes del año 50 se celebraba una vigilia pascual en las Iglesias de Roma, Corinto, Asia Menor y Jerusalén.

Incluso hay quienes piensan que la Segunda Carta de Pedro es una homilía pascual pronunciada en Roma y dirigida a los cristianos de entonces como una especie de primera encíclica.

Lo cierto es que desde finales del siglo I l la Pascua anual es la fiesta más importante de la Iglesia.

De hecho, hubo en ese siglo, con respecto a la Pascua, dos corrientes que originaron una tensa controversia.

La corriente oriental defendía que la Pascua debía celebrarse el Viernes Santo, al atardecer, con una eucaristía.

La corriente occidental pensaba que había de festejarse en las primeras horas del domingo siguiente a ese viernes.

A finales del mencionado siglo, por decisión del papa Víctor, se impuso la tradición romana, y empezó a celebrarse la Pascua el Domingo de Resurrección.

La razón de la importancia cristiana de la Pascua es obvia: la fe cristiana es fe en la muerte y resurrección del Señor, o Pascua de Cristo.
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Por consiguiente, el misterio pascual es el centro del cristianismo, de la Iglesia, de la acción pastoral y de la vida espiritual cristiana.

procesion de domingo de ramos

   

QUE ELEMENTOS DEVOCIONALES TIENE LA SEMANA SANTA

Durante la Semana Santa, la Iglesia sigue las huellas de su Maestro.

Todos los acontecimientos que conducen al arresto, al proceso y a la ejecución de Jesús son recordados y celebrados.

La Semana Santa, denominada antiguamente «semana mayor» o «semana grande» se compone de dos partes:
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– el final de la Cuaresma (del Domingo de Ramos al Miércoles Santo), y
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– el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado-Domingo).

   

EL DOMINGO DE RAMOS

La Semana Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual.
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La vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes).

Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado.

Debido a las dos caras que tiene este día, se denomina «Domingo de Ramos» (cara victoriosa) o «Domingo de Pasión» (cara dolorosa).

Por esta razón, el Domingo de Ramos -pregón del misterio pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la eucaristía.

Los ramos nos muestran que Jesús va a sufrir, pero como vencedor; va a morir para resucitar.

En resumen, el domingo de Ramos es inauguración de la Pascua, o paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.

   

LA SEGUNDA PARTE DE LA SEMANA

La segunda parte de la Semana Santa está constituida por el Triduo Pascual, que conmemora, paso a paso, los últimos acontecimientos de la vida de Jesús, desarrollados en tres días.

Según los tres sinópticos, Jesús sube a Jerusalén una sola vez, y entra en ella triunfalmente (Domingo de Ramos), despliega su última actividad durante cinco días y, finalmente, es arrestado (Jueves Santo) y crucificado (Viernes Santo).

Jesús no rehuye la muerte, pero tampoco la busca directamente. De hecho, es Judas quien lo delata.

La pasión comienza bíblicamente con el prendimiento de Jesús; litúrgicamente, con la entrada en Jerusalén.

Los cuatro relatos de la Pasión siguen una sucesión parecida de acontecimientos, con cinco secuencias: arresto, proceso judío, proceso romano, ejecución y sepultura.

Jesús fue condenado a muerte y crucificado por blasfemo religioso, alterador del orden público, falso profeta, quebrantador del sábado y purificador del Templo.

La muerte de Jesús es consecuencia de su obrar.

Pero, una vez aceptado que la cruz es consecuencia del proceder de Jesús, la resurrección debe entenderse como toma de posición de Dios en favor de Jesús y, por tanto, como iluminación de la cruz.

Jesús no queda en poder de la muerte, sino fuera de la misma.

La cruz de Jesús no se entiende si no es desde la totalidad de su vida; pero, a su vez, su muerte no tiene sentido si no es por la resurrección.

Ultima cena San Giorgio Maggiore

   

10 MANERAS DE CONTEMPLAR LA PASIÓN DE CRISTO

En esta Pascua que se inicia nos gustaría proponerte diez maneras de meditar la pasión, el sufrimiento y la muerte de Jesús.

   

1 – A través de los Evangelios

Medita en oración la historia de la Pasión en los cuatro Evangelios, cada Evangelio tiene dos capítulos sobre la pasión de Cristo, léalos aquí:

   

2 – Contempla la Cruz 

Pasa algún tiempo en la contemplación silenciosa ante un crucifijo. Contempla con amor la cabeza coronada de espinas.

Entonces contempla las cinco llagas sagradas de las que la sangre fluía por la salvación eterna.

Acércate y besa las heridas expresando tu sincero agradecimiento.

La Pasión de Cristo de Hans Memling

   

3 – Recorre el Vía Crucis 

Haz el Camino de la Cruz. Camina lentamente y en oración contemplando las catorce estaciones del Vía Crucis. 

Ve con la Virgen, Juan y la Magdalena acompañando a Jesús el hombre de dolores en su pasión.

En oración, pídele al Espíritu Santo cuál de las catorce estaciones toca más profundo tu corazón.

Puedes recorrerlo en cualquiera de estas versiones:

   

4 – Mira una Película sobre el tema 

Por ejemplo La Pasión de Cristo.

Sin embargo, no la veas simplemente como alguna versión de Hollywood ganadora de un Oscar en la temporada.

¡No! Más bien contempla la película.

Entra en el modo ignaciano de la contemplación.

Ponte presente allí y dispuesto a acompañar al Señor Jesús en el cuerpo, la mente y el corazón con la Virgen de los Dolores.

Contempla a Jesús cuando Él cuelga en la cruz.

Pero ve más profundo. Hazte amigo cariñoso de Jesús.

Habla con Jesús, comparte tus sentimientos con Jesús, tus penas, tus luchas, tus miedos, tus dudas, tus inseguridades, ansiedades, tus tentaciones e incluso sus pecados.

Dile a Jesús, cuando Él cuelga en la cruz, lo mucho que lo amas, lo mucho que deseas renunciar a tu pecado y cómo quieres estar con Él en el cielo para toda la eternidad.

Aquí hay dos películas que puedes ver:

La Pasión de Cristo

   

5 – Confiésate ante un sacerdote

¿Por qué no te arrodillas ante Jesús colgado en la cruz y con la contrición del corazón más profunda para expresar tu dolor por haber sido responsable de su pasión terrible y desgarradora?

Entonces, terminado este acto de contrición has la mejor confesión de toda tu vida.

El salvador sufriente te espera en este Sacramento de la Misericordia con los brazos y el corazón abierto al amor y te perdonará.

pasion de cristo oracion

   

6 – Medita en las siete últimas palabras que Jesús expresó en la cruz

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”

“Tengo sed”

“Mujer, ahí tienes a tu hijo; hijo ahí tienes a tu madre.”

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”.

“En verdad te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso.”

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”

“¡Está consumado!”

Puedes apoyarte en estos artículos:

   

7 – Ve a la Santa Misa la mayor cantidad de veces que puedas 

Con mucho, el mayor acto en la tierra es el Santo Sacrificio de la Misa celebrada en el altar.

De una manera invisible pero real en cada Misa se renuevan los frutos de la pasión y muerte de Jesús en el Calvario (ese primer Viernes Santo).

Asiste al Santo Sacrificio de la Misa; participa plenamente, activa y conscientemente.

Lo más importante, recibe la Eucaristía (por supuesto, si estas en el estado de gracia) con el mayor impulso de amor desde el fondo de tu corazón.

No hay mejor manera debajo de los cielos, en la tierra, para entrar en la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que el Santo Sacrificio de la Misa.

   

8 – Contempla la Preciosa Sangre 

Jesús derramó su preciosa sangre varias veces por la salvación de la raza humana, para que tu alma pudiera estar con Él para siempre en el cielo.

Pondera lentamente y en oración los diversos momentos que Él derramó Su preciosa sangre, comenzando con la circuncisión como niño pequeño.

A continuación, introdúcete en las distintas escenas en su vida, específicamente en su Pasión en la que Él derramó su preciosa sangre por amor a ti ya mí:

En el jardín donde enormes gotas de sangre se vertieron de sus poros.

La escena donde fue brutalmente azotado por el flagelo romano, lacerando su carne y dejando su cuerpo como una herida abierta.

Sufre esto para reparar los pecados contra la virtud de la pureza.

La Coronación de espinas, Su Sagrada Cabeza penetrada desde la raíz hasta su mismo cerebro con fuertes y penetrante espinas, afiladísimas.

El hombro abierto en el Calvario. San Bernardo y otros santos comentan el dolor insoportable que Él debe haber experimentado con la cruz y sus astillas perforando y penetrando su hombro.

El rasgado de las prendas. Al llegar el Calvario los soldados brutalmente arrancaron sus vestidos reabriendo de ese modo las heridas infligidas en la Flagelación del Señor, una vez más, en reparación por los pecados de impureza.

La Crucifixión. Los clavos machacados penetran sus manos y pies sagrados. Su Sangre Sagrada brota. A medida que se cuelga en la cruz su cuerpo Sagrado chorrea sangre goteando hasta el suelo.

Abre el corazón, incluso después de su muerte, Él todavía da de Su Preciosa Sangre.

Con la lanza, el soldado atraviesa su costado penetrando su Sagrado Corazón y Sangre y agua brotan.

entierro de cristo fernando botero

   

9 – Recorre los distintos pormenores de la semana que vivió Jesús

Hay un inconmensurable tesoro en las visiones de varios místicos, lee sus escritos a los que puedes acceder desde aquí:

   

VISIONES DE CATALINA EMMERICK

   

VISIONES DE MARÍA VALTORTA

   

10 – Mira a Nuestra Señora de los Dolores 

Al igual que en la película de Mel Gibson, “La Pasión de Cristo”, ¿por qué no tratar de vivir todos los diferentes momentos de la Pasión, el sufrimiento y muerte de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a través de los ojos y el corazón Doloroso e Inmaculado de María, la Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre nuestra?

Puedes apoyarte en estos artículos

Semana Santa Espana 2

   

QUÉ DEBE HACER UN CATÓLICO CADA DIA DE SEMANA SANTA

Además de las propuestas anteriores te proponemos actividades concretas para cada día de la semana. 

   

La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos como vimos.
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Recordamos la entrada triunfal de Jesucristo a la ciudad de Jerusalén montado en un burrito.

La gente le acompañaba con palmas y ramos, echándole porras por el camino.

Pero Jesús sabía que en pocos días esta misma gente le iba a llevar a la muerte.

El Domingo de Ramos hay que:
– participar en la procesión de ramos
– asistir a la Santa Misa y recibir la Santa Comunión
– leer el evangelio de Lucas 19, 29 – 44 o el que corresponda según el ciclo litúrgico

   

El Lunes Santo, Jesús entro a templo de Jerusalén y echó a todos los vendedores por que habían olvidado que la casa de Dios es un lugar sagrado de oración.

Hoy hay que:
– hablar a solas un buen rato con Cristo en el sagrario
– leer el evangelio de Lucas 19,45 – 20-7

El Martes Santo, Jesús estaba en la casa de un conocido cuando su amiga María le puso un perfume muy caro sobre la cabeza.

A María le regañaron, pero Jesús la defendió diciendo: “esto ha sido como una preparación para mi entierro”.

Hoy hay que:
– hablar a solas un buen rato con Cristo en el sagrario
– leer el evangelio de Mateo 26,6-13

Via Crucis del Colieo Romano Semana Santa 2010

   

El Miércoles Santo es el día que Judas se puso de acuerdo con los enemigos de Jesús para entregárselo por el precio de 30 monedas de plata.

¡Por unos miserables centavos Judas traicionó a su mejor amigo!

Hoy hay que:
– hacer mi examen de conciencia para mañana confesarme
– ofrecer un sacrificio por la conversión de los pecadores
– leer el evangelio de Juan 12, 1-8

   

El Jueves Santo es el día en que Jesús nos dejó el regalo más precioso de su amor: la Santa Eucaristía.

Prometió que estaría siempre entre nosotros y cambió el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre.

En la última cena con sus amigos, les hizo sus sacerdotes para que nunca nos faltara ese sacramento maravilloso.

Hoy hay que:
– confesarme y recibir la gracia del sacramento del perdón
– leer el evangelio de Mateo 26,14-16

El jueves santo en la noche o el viernes Santo en la mañana, se puede realizar la visita a las 7 iglesias.

Para agradecer a Jesucristo el don de la Eucaristía y acompañarle en la soledad y sufrimientos.

Se rezan 3 Padrenuestros en cada Iglesia.

Las meditaciones en cada Iglesia son:

En la primera se recuerda el recorrido de Jesús desde el Cenáculo hasta el huerto de Getsemaní donde suda sangre.

En la segunda, del huerto de Getsemaní hasta la casa de Anás donde fue interrogado y recibe una bofetada.

En la tercera, el camino a la casa de Caifás donde fue escupido y recibe injurias.

En la cuarta, comparece ante Pilatos y es acusado por los judíos.

En la quinta, compare ante el rey Herodes, donde lo injurian.

En la sexta, comparece ante Pilatos de nuevo, es coronado con espinas y condenado a muerte.

En la séptima, meditamos el vía crucis hasta el monte calvario llevando la cruz, su crucifixión, muerte y enterramiento, para luego resucitar.

cartel semana santa fondo

   

El Viernes Santo sucedieron muchas cosas tristes, entre ellas la muerte física del Señor.

A Jesús le agarraron sus enemigos mientras rezaba en el huerto, le llevaron a juicio con falsas acusaciones, le escupieron, le azotaron, le pusieron una corona de espinas, le cargaron con una cruz pesadísima y le calvaron en ella, dejándole morir como un criminal.

Sus amigos le dejaron solo en las manos de sus enemigos.

Hoy hay que:
– asistir a Misa de la Cena del Señor y comulgar
– acompañar a cristo durante la adoración nocturna
– leer el evangelio de Lucas 22,39 –23,49

   

El Sábado Santo es un día muy triste porque Jesús yace en su tumba y sus amigos creen que todo se acabó.

Pero también es un día de esperanza porque su madre, María, se acuerda de lo que dijo su hijo tantas veces en su vida: “Al tercer día resucitaré”.

Hoy hay que:
– rezar el rosario y consolar a María en su tristeza
– leer el evangelio de Lucas 23,50 – 56

   

El Domingo de Pascua es el día más feliz para el cristiano.

¡Jesús salió de su sepulcro! ¡Jesús cumplió su promesa!
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¡Cristo mostró que el amor es más fuerte que la muerte!

Aunque esta vida se nos haga muy difícil y aunque mis propios pecados me pesen no puedo olvidarme de que Cristo me ha ganado el cielo.

Hoy hay que:
– asistir a la Santa Misa
– hacer mi propósito de cambio de vida
– festejar con mi familia el gran día de la resurrección

pascua de resurrección

   

COMO SE GANAN INDULGENCIAS DURANTE LA SEMANA SANTA

Durante la Semana Santa podemos ganar indulgencia plenaria para nosotros, o para los difuntos, cumpliendo algunas de las siguientes obras establecidas por el Magisterio de la Iglesia, con las condiciones acostumbradas (ver abajo las condiciones).

Obras que gozan del don de la Indulgencia Plenaria en Semana Santa:

   

JUEVES SANTO

Si durante la solemne reserva del Santísimo Sacramento, que sigue a la Misa de la Cena del Señor, recitamos o cantamos el himno eucarístico del “Tantum Ergo” (“Adorad Postrados”).

Si visitamos por espacio de media hora el Santísimo Sacramento reservado en el Monumento para adorarlo.

   

VIERNES SANTO

Si el Viernes Santo asistimos piadosamente a la Adoración de la Cruz en la solemne celebración de la Pasión del Señor.

   

SÁBADO SANTO

Si rezamos juntos el rezo del Santo Rosario.

   

VIGILIA PASCUAL

Si asistimos a la celebración de la Vigilia Pascual (Sábado Santo por la noche) y en ella renovamos las promesas de nuestro Santo Bautismo.

cristianos pascua pakistan fondo

   

CONDICIONES

Para ganar la Indulgencia Plenaria, además de haber realizado la obra requerida, se requiere el cumplimiento de las siguientes condiciones:

Exclusión de todo afecto hacia cualquier pecado, incluso venial.

Confesión sacramental, Comunión eucarística y Oración por las intenciones del Sumo Pontífice.

Estas tres condiciones pueden cumplirse unos días antes o después de la ejecución de la obra enriquecida con la Indulgencia Plenaria; pero conviene que la comunión y la oración por las intenciones del Sumo Pontífice se realicen el mismo día en que se cumple la obra.

Es oportuno señalar que con una sola confesión sacramental pueden ganarse varias indulgencias. Conviene, no obstante, que se reciba frecuentemente la gracia del sacramento de la Penitencia, para ahondar en la conversión y en la pureza de corazón.

En cambio, con una sola comunión eucarística y una sola oración por las intenciones del Santo Padre sólo se gana una Indulgencia Plenaria.

La condición de orar por las intenciones del Sumo Pontífice se cumple si se reza a su intención un solo Padrenuestro y Avemaría; pero se concede a cada fiel cristiano la facultad de rezar cualquier otra fórmula, según su piedad y devoción.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Desde Jesús cargando la cruz hasta sus palabras en la cruz , visiones de la beata Ana Catalina Emmerick

Jesus Crucificado en la Basilica del Santo Sepulcro en Tierra Santa

JESÚS CARGA CON SU CRUZ HASTA EL CALVARIO

Cuando Pilatos salía del Tribunal, una parte de los soldados lo siguió y formó ante el palacio; una pequeña escolta se quedó con los condenados. Veintiocho fariseos armados, entre los cuales estaban los seis enemigos de Jesús que habían estado presentes en su arresto en el huerto de los Olivos, vinieron a caballo para acompañarlo al suplicio. Los verdugos condujeron a Jesús al centro de la plaza, adonde fueron los esclavos a dejar la cruz a sus pies. Los dos brazos estaban provisionalmente atados a la pieza principal con cuerdas. Jesús se arrodilló, la abrazó y la besó tres veces, dirigiendo a su Padre acciones de gracias por la Redención del género humano. Como los sacerdotes paganos abrazaban un nuevo altar, así Nuestro Señor abrazaba su cruz. Los soldados, con gran esfuerzo, colocaron la pesada carga de la cruz sobre el hombro derecho de Jesús. Vi a ángeles invisibles ayudarlo, pues si no, no hubiera podido con ella; mientras Jesús oraba, pusieron sobre el cuello a los dos ladrones las piezas traveseras de sus cruces, atándoles las manos a ellas; las piezas grandes las llevaban esclavos. La trompeta de la caballería de Pilatos tocó, y uno de los fariseos, a caballo, se acercó a Jesús, arrodillado bajo su carga, y le dijo: «Ahora se han acabado las bellas palabras. ¡Arriba!» Lo levantaron con violencia, y sintió asentarse sobre sus hombros todo el peso que nosotros deberemos llevar después de él, según sus santas palabras. Entonces comenzó la marcha triunfal del Rey de Reyes; tan ignominiosa sobre la tierra y tan gloriosa en el cielo.

Mediante cuerdas atadas al pie de la cruz, dos soldados la sujetaban en el aire por detrás; otros cuatro sostenían las cuerdas atadas a la cintura de Jesús. Nuestro Señor, temblando bajo su peso, recordó a Isaac llevando a la montaña la leña destinada a su sacrificio. La trompeta de Pilatos dio la señal de la marcha; el gobernador en persona quería ponerse a la cabeza de un destacamento para impedir todo movimiento tumultuoso. Iba a caballo, cubierto con sus armaduras, y rodeado de sus oficiales y de la tropa de caballería. Detrás de ellos iba un cuerpo de trescientos hombres de infantería, todos ellos de las fronteras de Italia y Suiza; delante iba una trompeta que tocaba en todas las esquinas y proclamaba la sentencia. A pocos pasos, seguía un numeroso grupo de hombres y chiquillos, que llevaban cordeles, clavos, cuñas y cestas que contenían diferentes objetos; otros, más robustos acarreaban palos, escaleras y las piezas principales de las cruces de los dos ladrones. Todavía más atrás se veía a algunos fariseos a caballo y un joven que sujetaba contra el pecho la inscripción que Pilatos había mandado escribir para la cruz; éste llevaba también, en la punta de un palo, la corona de espinas de Jesús, que no habían querido dejarle sobre la cabeza mientras llevaba la cruz. Este joven no parecía tan malvado como el resto. Finalmente, iba Nuestro Señor, con los pies desnudos y ensangrentados, abrumado bajo el peso de la cruz, temblando, y lleno de llagas y heridas, sin haber comido, ni bebido, ni dormido desde la cena de la víspera, debilitado por la pérdida de sangre; devorado por la fiebre y la sed, y asaeteado por dolores infinitos; con la mano derecha sostenía la cruz sobre su hombro derecho; con la mano izquierda, exhausta, hacía de cuando en cuando el esfuerzo de levantarse su larga túnica, con la que tropezaban sus pies heridos. Cuatro soldados sostenían a distancia las puntas de los cordeles atados a la cintura de Jesús; los dos de delante tira­ban, los que le seguían le empujaban, de suerte que no podía asegurar un paso; sus manos estaban heridas por las cuerdas con que las había tenido atadas, su cara estaba ensangrentada e hinchada; su barba y sus cabellos manchados de sangre, el peso de la cruz y las cadenas apretaban contra su cuerpo el vestido de lana, que se pegaba a sus llagas y las abría. A su alrededor no había más que burlas y crueldades, pero su boca rezaba y sus ojos perdonaban. Detrás de Jesús iban los dos ladrones llevados también por cuerdas con los brazos atados a los travesaños de sus cruces separados del pie. No tenían más vestidos que un largo delantal; la parte superior del cuerpo la llevaban cubierta con una especie de escapulario sin mangas, abierto por los dos lados; y en la cabeza un gorro de paja. El buen ladrón estaba tranquilo, pero el otro, por el contrario, no cesaba de quejarse y protestar. La mitad de los fariseos a caballo cerraban la marcha; algunos corrían acá y allá para mantener el orden. A una distancia bastante grande venía la escolta de Pilatos. El gobernador romano vestía su uniforme de batalla en medio de sus oficiales. Precedido por un escuadrón de caballería y seguido de trescientos infantes, atravesó la plaza y entró en una calle bastante ancha; se movía por la ciudad para prevenir cualquier insurrección popular.

Jesús fue conducido por una calle estrecha y que daba un rodeo para no estorbar a la gente que iba al Templo ni a la tropa de Pilatos. La mayor parte de la población se había dispersado tras la condena de Jesús. Una gran parte de los judíos se fueron a sus casas o al Templo a fin de acabar los preparativos para sacrificar el cordero pascual; no obstante, la multitud era todavía numerosa y corrían en desorden para ver pasar la triste procesión; la escolta de los soldados romanos impedía que se acercasen en exceso, y los curiosos tenían que dar la vuelta por las calles que atravesaban y correr delante para verlos. Casi todos ellos llegaron al Calvario antes que Jesús. La calle por donde pasaba Jesús era muy estrecha y sucia; sufrió mucho pasando por allí, porque los esbirros lo atormentaban con las cuerdas; el pueblo lo injuriaba desde las ventanas, los esclavos le tiraban lodo e inmundicias, y hasta los niños cogían piedras y se las lanzaban o se las echaban bajo los pies.

 

PRIMERA CAÍDA DE JESÚS BAJO EL PESO DE LA CRUZ

La calle, poco antes de su fin, torcía a la izquierda; se ensanchaba un poco, e iniciaba una cuesta. Había por allí un acueducto subterráneo, que venía del monte de Sión. Antes de la subida había un hoyo que, cuando llovía, con frecuencia se llenaba de agua y lodo, por cuya razón habían puesto una piedra grande sobre él para facilitar el paso. Cuando Jesús llegó a este sitio, ya no podía andar. Pero, como los verdugos tiraban de él y lo empujaban sin misericordia, se cayó a lo largo contra esta piedra, y la cruz cayó a su lado. Los verdugos se detuvieron, llenándolo de imprecaciones y pegándole. En vano Jesús tendía la mano para que lo ayudasen. «¡Ah! — exclamó—, pronto se acabará todo», y rogó por sus verdugos. Mas los fariseos gritaron: «Levantadlo, si no se nos morirá en las manos.» A ambos lados del camino había mujeres llorando y niños asustados. Sostenido por un socorro sobrenatural, Jesús levantó la cabeza; y aquellos hombres atroces, en lugar de aliviar sus tormentos, le pusieron entonces la corona de espinas. Una vez lo hubieron puesto en pie, le cargaron de nuevo la cruz sobre los hombros y, a causa de la corona, con dolores infinitos, tuvo que ladear la cabeza para poder acomodar sobre su hombro el peso de la cruz y así continuó su camino, cada vez más duro.

 

SEGUNDA CAÍDA DE JESÚS

Jesús se encuentra con su Sagrada Madre

La Bendita Madre de Jesús se había ido de la plaza, después de pronunciada la inicua sentencia, acompañada de Juan y de algunas mujeres. Recorrieron muchos sitios santificados por los padecimientos de Jesús, pero cuando el sonido de la trompeta, el tumulto de la gente y la escolta de Pilatos anunciaban la subida al Calvario, no pudo resistir el deseo de ver a su Divino Hijo, y pidió a Juan que la condujese a uno de los sitios por donde Jesús debía pasar; se fueron a un palacio, cuya puerta daba a la calle en la que Jesús cayó por primera vez bajo la cruz; era, si no me equivoco, la residencia del Sumo Pontífice Caifás, cuyo Tribunal está en la llanura de Sión. Juan obtuvo de un criado compasivo el permiso para ponerse en la puerta con María. Con ellos estaban, además, un sobrino de José de Arimatea, Susana, Juana Cusa y Salomé de Jerusalén. La Madre de Dios estaba pálida, y con los ojos enrojecidos de tanto llorar, e iba cubierta con una capa gris azulada. Se oía ya el ruido acercándose, el sonido de la trompeta y la voz del heraldo publicando la sentencia en las esquinas. El criado abrió la puerta; el ruido era cada vez más fuerte y espantoso. María se puso de rodillas y oró. Tras su ferviente plegaria, se volvió hacia Juan y le dijo: «¿Me quedo? ¿Debo irme? ¿Cómo podré soportarlo?» Juan le contestó: «Si no te quedas a verlo pasar, luego lamentarás no haberlo hecho.» Se quedaron cerca de la puerta, con los ojos fijos en la procesión, que aún estaba distante pero iba avanzando poco a poco. La gente no se ponía delante de la comitiva sino a los lados y atrás. Cuando los que llevaban los instrumentos del suplicio se acercaron con aire insolente y triunfante, la Madre de Jesús se puso a temblar y a gemir, juntando las manos, y uno de esos hombres preguntó: «¿Quién es esta mujer que se lamenta?», y otro respondió: «Es la Madre del Galileo.» Cuando los miserables oyeron tales palabras llenaron de injurias a esta dolorosa Madre, la señalaban con el dedo, y uno de ellos cogió en sus manos los clavos con que debían clavar a Jesús en la cruz, y se los mostró a la Santísima Virgen, burlándose. Pero ella estaba mirando a Jesús, que se acercaba, y tuvo que sostenerse en el pilar de la puerta para no caer, pálida como un cadáver con los labios casi azules. Pasaron los fariseos a caballo, después el chico que llevaba la inscripción; detrás de éste su Santísimo Hijo Jesús, temblando, doblado, bajo la pesada carga de la cruz, inclinada su cabeza coronada de espinas. Echó una mirada de compasión sobre su Madre, tropezó y cayó por segunda vez sobre sus rodillas y manos. María, en medio de la inmensidad de su agonía, no vio ni a soldados ni a verdugos; no vio más que a su querido Hijo. Se precipitó desde la puerta de la casa entre los soldados que maltrataban a Jesús, cayó de rodillas a su lado y se abrazó a él. Yo sólo oí estas palabras: «¡Hijo mío!» y «¡Madre mía!», pero no sé si fueron realmente pronunciadas, o si las oí sólo en mi mente.

Siguió una momentánea confusión: Juan y las santas mujeres querían levantar a María. Los verdugos la injuriaban. Uno de ellos le dijo: «Mujer, ¿qué vienes a hacer aquí?, si lo hubieras educado mejor, no estaría ahora en nuestras manos.» Algunos soldados sin embargo tuvieron compasión. Y, aunque se vieron obligados a apartar a la Santísima Virgen, ninguno le puso las manos encima. Juan y las santas mujeres la rodearon, y ella cayó como muerta sobre sus rodillas, sobre la piedra angular de la puerta, donde quedó la huella de sus manos. Esta piedra, que era muy dura, fue transportada a la primera Iglesia católica, cerca de la piscina de Betesda, en el obispado de Santiago el Menor. Los dos discípulos que estaban con la Madre de Jesús se la llevaron al interior de la casa y cerraron la puerta. Mientras tanto, los esbirros levantaron a Jesús y le colocaron de otro modo la cruz sobre los hombros. Los brazos de la cruz se habían desatado. Uno de ellos había resbalado y era con el que Jesús había tropezado. Jesús lo llevaba ahora de tal modo que, por detrás, todo el peso de la pieza se arrastraba por el suelo. Yo vi acá y allá, en medio de la multitud que seguía a la comitiva profiriendo maldiciones e injurias, a algunas mujeres cubiertas con velos y derramando lágrimas.

 

TERCERA CAÍDA DE JESÚS

Simón el Cireneo

Tras recorrer un tramo más de calle, la comitiva llegó a la cuesta de una muralla vieja interior de la ciudad. Delante de ella había una plaza abierta de la que partían tres calles. En esta plaza, Jesús, al pasar sobre una piedra gruesa, tropezó y cayó: la cruz se deslizó de su hombro y quedó a su lado, y ya no se pudo levantar. Algunas personas bien vestidas que cruzaban por allí para ir al Templo exclamaban, compasivas: «¡Mira este pobre hombre, está agonizando!»; pero sus enemigos no tenían piedad de él. Esto causó un nuevo retraso: no podían poner a Jesús en pie y los fariseos dijeron a los soldados: «No llegará vivo al lugar de la ejecución; buscad un hombre que le ayude a llevar la cruz.» A poca distancia vieron a un pagano llamado Simón el Cireneo acompañado de sus tres hijos, que llevaba debajo del brazo un haz de ramas menudas, pues era jardinero y venía de trabajar en los jardines situados cerca de la muralla oriental de la ciudad. Estaba atrapado entre la multitud, y los soldados, habiendo reconocido por sus vestidos que era un pagano, y un trabajador de clase inferior, lo cogieron y le ordenaron que ayudara al Galileo a llevar su cruz; primero se negó, pero luego tuvo que ceder a la fuerza. Sus hijos lloraban y gritaban y algunas mujeres que lo conocían se hicieron cargo de ellos. Simón estaba muy disgustado y se sentía vejado al tener que caminar junto a un hombre que se hallaba en tan deplorable estado como Jesús: sucio, herido y con la ropa llena de lodo. Pero Jesús lloraba y lo miraba con tal ternura que Simón se sintió conmovido. Lo ayudó a levantarse y al instante los esbirros ataron sobre sus hombros uno de los brazos de la cruz. Él iba detrás de Jesús, a quien había aliviado de su carga. Se pusieron otra vez en marcha. Simón era un hombre robusto, de cuarenta años; sus hijos llevaban vestidos color rojo. Los dos mayores, de nombre Rufo y Alejandro, se unieron más adelante a los discípulos de Jesús. El tercero era mucho más pequeño, pero unos pocos años más tarde lo vi viviendo con san Esteban. Simón no había acarreado durante mucho rato la cruz, cuando se sintió profundamente tocado por la gracia.

 

EL LIENZO DE LA VERÓNICA

La comitiva entró en una calle larga que torcía un poco a la izquierda y que estaba cortada por otras calles que la cruzaban. Muchas personas bien vestidas se dirigían al Templo; algunas no querían ver a Jesús por el temor farisaico de contaminarse; otras, por el contrario, mostraban piedad por sus sufrimientos. La procesión había avanzado unos doscientos pasos desde que Simón ayudaba a Jesús a llevar la cruz, cuando una mujer de elevada estatura y de majestuoso aspecto que llevaba de la mano a una niña, salió de una hermosa casa situada a la izquierda y se puso a caminar delante de la comitiva. Era Serafia, mujer de Sirach, miembro del Consejo del Templo, a quien desde ese día se conoce como Verónica (de vera e icon, verdadero retrato). Serafia había preparado en su casa un excelente vino aromatizado, con la piadosa intención de dárselo a beber al Señor para refrescarlo en su doloroso camino al Calvario. Cuando la vi por primera vez iba envuelta en un largo velo y llevaba de la mano a una niña de nueve años que había adoptado; del otro brazo, llevaba colgando un lienzo, bajo el que la niña escondió una jarrita de vino al ver acercarse la comitiva. Los que iban delante quisieron apartarla, mas la mujer se abrió paso a través de la multitud de soldados y esbirros, y llegó hasta Jesús, se arrodilló a su lado y le ofreció el lienzo, diciéndole: «Permite que limpie la cara de mi Señor.» Jesús cogió el paño con su mano izquierda, enjugó con él su cara ensangrentada y se lo devolvió, dándole las gracias. Serafia, después de haberlo besado, lo metió debajo de su capa y se levantó. La niña tendió tímidamente la jarrita de vino hacia Jesús, pero los soldados no permitieron que bebiera. Lo inesperado del valiente gesto de Verónica había sorprendido a los guardias, y provocado una momentánea e involuntaria detención, que Verónica aprovechó para ofrecer el lienzo a su Divino Señor. Los fariseos y los alguaciles, irritados por esta parada y, sobre todo, por este testimonio público de veneración que se había rendido a Jesús, pegaron y maltrataron a Nuestro Señor, mientras Verónica entraba corriendo en su casa.

En cuanto estuvo dentro, extendió el lienzo sobre la mesa que tenía delante y cayó de rodillas casi sin conocimiento. La niña se arrodilló a su lado, llorando. Una amiga que fue a visitarla la halló así, junto al lienzo extendido, y vio que la cara ensangrentada de Jesús estaba estampada en él en todos sus detalles. Se quedó atónita, hizo volver en sí a Verónica y le mostró el lienzo, delante del cual ella se arrodilló, llorando y diciendo: «Ahora puedo morir feliz, pues el Señor me ha dado un recuerdo de sí mismo.» Este paño era de tela fina, tres veces más largo que ancho, y se llevaba habitualmente alrededor del cuello: era costumbre llevar un lienzo semejante al socorrer a los afligidos y a los enfermos, y limpiarles la cara con él en señal de dolor o de compasión. Verónica guardó siempre el lienzo en la cabecera de su cama. Después de su muerte fue para la Santísima Virgen, y luego para la Iglesia, por medio de los apóstoles.

 

CUARTA Y QUINTA CAÍDAS DE JESÚS

Las llorosas hijas de Jerusalén

La comitiva estaba todavía a cierta distancia de la puerta situada en la dirección sudoeste. Para llegar a ella, hay que pasar bajo una bóveda, por encima de un puente y por debajo de otra bóveda. A la izquierda de la puerta, la muralla de la ciudad se dirige hacia el sur y rodea el monte de Sión. Al acercarse a la puerta los brutales esbirros empujaron a Jesús dentro de un lodazal. Simón el Cireneo, en su intento de evitar el lodazal, ladeó la cruz, causando la cuarta caída de Jesús, esta vez en el lodo. Entonces, en medio de sus lamentos, dijo con voz inteligible: «¡Ah, Jerusalén, cuánto te he amado!, he querido reunir a tus hijos como la gallina cobija a sus polluelos debajo de sus alas, y tú me echas tan cruelmente fuera de tus puertas.» Al oír estas palabras, los fariseos lo insultaron de nuevo, le pegaron y lo arrastraron para sacarlo del lodo. Simón el Cireneo se indignó tanto al ver esta crueldad, que exclamó: «Si no cesáis vuestras infamias, dejo la cruz, aunque me matéis a mí también.» Al traspasar la puerta se ve un camino estrecho y pedregoso, que se dirige al monte Calvario. El camino principal, del cual se aparta aquél, se divide en tres a cierta distancia; el uno tuerce a la izquierda y conduce a Belén por el valle de Sión; el otro se dirige al occidente y llega hasta Emaús y Jope; el tercero rodea el Calvario y finaliza en la puerta del Ángulo, que conduce a Betsur. Desde esta puerta, por donde salió Jesús, se puede ver la de Belén. Habían puesto, en el lugar donde comienza el camino al Calvario, una tabla anunciando la muerte de Jesús y de los dos ladrones. Cerca de ese punto había una multitud de mujeres que lloraban y gemían. Eran vírgenes y pobres mujeres de Jerusalén con sus niños en brazos, que habían ido delante de la comitiva; otras habían venido para la Pascua, de Belén, de Hebrón y de los lugares vecinos. Jesús desfalleció pero no cayó al suelo porque Simón dejó la cruz en tierra, se acercó a Él y lo sostuvo. Ésta es la quinta caída de Jesús bajo el peso de la cruz. Cuando las mujeres vieron su cara tan desfigurada y tan llena de heridas comenzaron a lamentarse y a llorar y, según la costumbre de los judíos, le acercaban sus ropas para que se limpiara el rostro con ellas. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis sobre mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, pues vendrá un tiempo en que se dirá: «Felices las estériles y las entrañas que no han engendrado y los pechos que no han dado de mamar.» Entonces empezarán a decir a los montes: «Caed sobre nosotros»; y a las alturas: «Cubridnos, pues; si así se trata la madera verde, ¿qué será con la seca?».» Después les dirigió unas palabras de consuelo que he olvi­dado. Y allí se pararon durante un momento. Los que llevaban los instrumentos del suplicio, se adelantaron hacia el monte Calvario acompañados por cien soldados romanos de la escolta de Pilatos. Éste les seguía de lejos, pero al llegar a la puerta se volvió a la ciudad.

 

SEXTA Y SÉPTIMA CAÍDAS DE JESÚS

Jesús en el Gólgota

Se pusieron en marcha; Jesús, encorvado bajo su carga y bajo los golpes de los verdugos, subió con mucho esfuerzo el duro camino que se dirigía al norte, entre las murallas de la ciudad y el monte Calvario, en el lugar en donde el sendero tuerce hacia el sur, se cayó por sexta vez, y esta caída fue muy dolorosa. Lo empujaron y le pegaron más brutalmente que nunca y llegó luego a la roca del Calvario, donde cayó por séptima vez. Simón el Cireneo, también muy cansado, estaba lleno de indignación y de piedad. Pese a su fatiga, hubiera querido seguir ayudando a Jesús, pero los esbirros lo echaron. Poco tiempo después se unió a los discípulos de Jesús. Echaron también toda la gente ociosa que había ido. Los fariseos, a caballo, habían seguido caminos cómodos, situados al lado occidental del Calvario; desde esa altura se podía ver por encima de los muros de la ciudad. El llano que había en la elevación, que era el sitio del suplicio, tenía forma circular y estaba rodeado de un terraplén cortado por cinco caminos. Éste es al parecer un número usual en muchos sitios del país; hay cinco caminos hasta los baños, hasta donde se bautiza, hasta la piscina de Betesda; muchos pueblos tienen también cinco puertas. Hay en esto, como en todo lo de la Tierra Santa, una profunda significación profética, a causa de las cinco llagas del Salvador, que abren las cinco puertas del Cielo.

Los fariseos a caballo se pararon delante de la llanura, en el lado occidental de la montaña, donde la pendiente es suave. La vertiente por donde se conduce a los condenados es, en cambio, áspera y ardua. Los cien soldados romanos se hallaban dispersos acá y allá. Algunos estaban con los dos ladrones, que no habían sido conducidos al llano para dejar el lugar libre, pero a quienes habían dejado recostar en el suelo un poco más abajo, dejándoles los brazos atados a los maderos transversales de sus cruces. Los soldados los vigilaban mientras mucha gente, la mayor parte de clase baja, extranjeros, esclavos, paganos, muchas mujeres y todas las personas que no temían contaminarse, rodeaban el llano o permanecían sobre las elevaciones próximas.

Eran las doce menos cuarto cuando Nuestro Señor, llevando su cruz, tuvo la última caída y llegó al preciso lugar donde iba a ser crucificado. Los bárbaros tiraron de Jesús para levantarlo, desataron los diferentes trozos de la cruz y los colocaron en el suelo. ¡Qué doloroso espectáculo representaba el Salvador allí, de pie en el sitio de su suplicio, tan triste, tan pálido, tan destrozado, tan ensangrentado! Los esbirros lo tiraron al suelo para medirlo, y se burlaban de Él diciéndole: «Rey de los judíos, deja que construyamos tu trono.» Pero Él mismo se colocó sobre la cruz donde le tomaron la medida para los soportes de pies y manos; después lo condujeron unos setenta pasos al norte, a una especie de hoyo abierto en la roca que parecía un silo. Lo empujaron dentro tan brutalmente, que se hubiera roto las piernas contra la piedra si los ángeles no lo hubieran socorrido. Le oí gemir de dolor de un modo que partía el corazón. Cerraron la entrada y dejaron centinelas fuera, mientras los esbirros continuaban sus preparativos para la crucifixión. En medio del llano circular se hallaba el punto más elevado del Calvario; era un montículo redondeado, de dos pies de altura al que se subía por unos escalones. Los esbirros cavaron en él tres agujeros para clavar las tres cruces y pusieron a derecha e izquierda las de los dos ladrones, excepto las piezas transversales, a las cuales ellos tenían las manos atadas, y que fueron fijadas después sobre la pieza principal. Situaron la cruz de Jesús en el sitio donde debían colocarla, de modo que luego pudieran levantarla sin dificultad y dejarla caer dentro del agujero. Clavaron los dos brazos y el pedazo de madera para sostener los pies, horadaron la madera para meter los clavos y colgar la inscripción, hicieron incisiones para la cabeza y la espalda de Nuestro Señor, a fin de que todo su cuerpo fuese sostenido por la cruz y no colgado, y que todo el peso no pendiera de las manos, ya que entonces podrían abrirse, y llegar la muerte más rápido de lo deseado. Clavaron estacas en la tierra y fijaron en ellas un madero que debía servir de apoyo a las cuerdas para levantar la cruz, e hicieron, en fin, otros preparativos similares.

 

MARÍA Y LAS SANTAS MUJERES VAN AL CALVARIO

Después de su doloroso encuentro con Jesús portando la cruz, la afligida Madre fue recogida sin conocimiento por Juan y las santas mujeres. Acompañada por ellos, fue a casa de Lázaro, cerca de la puerta del Ángulo, donde estaban reunidas Marta, Magdalena y muchas otras santas mujeres. Unas diecisiete abandonaron la casa para acompañar a Jesús en el camino de la Pasión, es decir, para seguir cada paso que El hubiera dado en su penoso avance. Las vi, cubiertas con sus velos, en la plaza, sin hacer caso de los insultos del pueblo, besar el suelo en donde Jesús había cargado con la cruz y seguir el camino que Él había seguido. María buscaba las huellas de sus pasos e, interiormente iluminada, mostraba a sus compañeras los lugares consagrados por algún particular padecimiento. De este modo la devoción más sentida de la Iglesia fue grabada por la primera vez en el corazón maternal de María con la espada que predijo el viejo Simeón; pasó de su boca sagrada a sus compañeras y de éstas hasta nosotros. Así la tradición de la Iglesia se perpetúa del corazón de la Madre al corazón de los hijos.

Cuando estas santas mujeres llegaron a la altura de la casa de Verónica, entraron en ella porque Pilatos y sus oficiales cruzaban en ese momento la calle y no querían tropezarse con ellos. Al ver allí las santas mujeres la cara de Jesús estampada en el lienzo lloraron y dieron gracias a Dios por ese don que había hecho a su fiel sierva. Cogieron la jarrita de vino aromatizado que no habían dejado beber a Jesús y se dirigieron todas juntas hacia el monte de Gólgota. Su número se iba incrementando con muchas personas de buena voluntad, entre ellas cierto número de hombres. Subieron al Calvario por la vertiente occidental, por donde la subida es más cómoda. La Madre de Jesús, su sobrina María, hija de Cleofás, Salomé y Juan se acercaron hasta el llano circular. Marta, María de Helí, la hermana mayor de la Virgen, Verónica, Juana Cusa, Susana y María, la madre de Marcos, se detuvieron a cierta distancia con Magdalena, que estaba transida de dolor. Más abajo de la montaña había un tercer grupo de santas mujeres, y unas pocas que llevaban mensajes de un grupo al otro. Los fariseos a caballo iban y venían por los alrededores de la llanura, y en los cinco accesos había soldados romanos. ¡Qué espectáculo para María el ver en este sitio del suplicio los clavos, los martillos, las cuerdas, la terrible cruz, los verdugos medio desnudos y casi borrachos llevando a cabo sus horrendos preparativos con mil imprecaciones! La ausencia de Jesús aumentaba su martirio; sabía que estaba todavía vivo, deseaba verlo y temblaba al pensar en los tormentos a que le vería expuesto.

Desde las diez de la mañana, la hora en que la sentencia fue pronunciada, fue cayendo granizo a intervalos, después el cielo se serenó; pero, de las doce en adelante, una niebla rojiza oscureció el sol.

 

JESÚS CRUCIFICADO Y REFRESCADO CON VINAGRE

Cuatro esbirros fueron a buscar a Jesús al silo donde lo habían encerrado, lo trataron con su habitual brutalidad, llenándolo de ultrajes en los últimos pasos que le quedaban por dar; luego lo arrastraron sobre el montículo. Cuando las santas mujeres lo vieron, dieron dinero a un hombre para que comprara de los verdugos el permiso de dar de beber a Jesús el vino aromatizado de Verónica. Pero los miserables se lo negaron, y se bebieron en cambio ellos el vino. Los esbirros llevaban consigo dos vasijas, una con vinagre y hiel, la otra con una bebida que parecía vino mezclado con mirra y absenta; presentaron esta última bebida al Señor, pero Jesús, tras mojar sus labios con ella, no bebió. Había dieciocho esbirros sobre la elevación. Los seis que habían azotado a Jesús, los cuatro que lo habían conducido, dos que habían sostenido las cuerdas atadas a la cruz y seis que debían crucificarlo. Eran extranjeros mercenarios pagados por judíos y romanos. Eran hombres de poca estatura pero robustos, y sus caras feroces, junto a sus cabellos crespos, los asemejaban más a animales que a personas.

Esta escena era tanto más espantosa para mí en cuanto que veía por todas partes horribles espíritus malignos bajo formas diversas; como serpientes, sapos, etc. Veía con frecuencia sobre Jesús figuras de ángeles llorando, también veía ángeles compasivos que consolaban a la Santísima Virgen y a los amigos de Jesús.

 

JESÚS CLAVADO EN LA CRUZ

Los esbirros despojaron a Nuestro Señor de su capa, del cinturón con el cual lo habían arrastrado y de su propio cinto. Le quitaron después la sobrevesta de lana blanca y, como no podían sacarle la túnica sin costuras que su Madre le había hecho, a causa de la corona de espinas, le arrancaron sin miramientos esta corona de la cabeza, abriendo de nuevo todas sus heridas. No le quedaba más que su escapulario corto de lana sobre los hombros y un lienzo alrededor de los riñones. El escapulario se había pegado a sus heridas abiertas y sufrió dolores indecibles cuando se lo quitaron. El Hijo del Hombre temblaba, estaba cubierto de llagas, sus hombros y sus espaldas estaban desgarrados hasta los huesos. Le hicieron sentarse sobre una piedra y le colocaron otra vez la corona sobre la cabeza.

En ese momento le arrancaron también el lienzo que llevaba ceñido a la cintura, con lo que dejaron al Salvador desnudo ante todos ellos, gente pervertida. Le ofrecieron de beber en un vaso vinagre con hiel, pero Él, sin decir nada, volvió la cabeza y no lo tomó. Pero cuando le cogieron otra vez agarrándole de los brazos, destapando así la desnudez que Él intentaba cubrir, se oyó el murmullo y la protesta de los amigos de Jesús. La Madre rezaba fervorosamente y quería quitarse el velo para dárselo a Él, pero en este momento un hombre llegó corriendo, se abrió paso entre los esbirros y ofreció a Jesús un lienzo, que éste aceptó agradecido y con el que se cubrió. Este hombre, llamado por las oraciones de la Santísima Virgen, sólo dijo: «¿Ni siquiera vais a dejar que se cubra?», y desapareció tan precipitadamente como había aparecido. Era Jonadab, un sobrino de san José. No era un seguidor de Jesús, pero era un hombre honesto. Ya se sintió muy irritado cuando vio que Jesús había sido desnudado para la flagelación y, mientras subían hacia el Calvario, él estaba en el Templo, pero las oraciones de la Santísima Virgen le dieron una revelación interior, y fue hacia allí a prestar este servicio a Jesús.

A continuación, tumbaron a Jesús sobre la cruz y extendiendo su brazo derecho sobre el madero derecho de la cruz, lo ataron fuertemente; uno de ellos puso la rodilla sobre el pecho sagrado, otro le abrió la mano, un tercero apoyó sobre la carne un clavo grueso y largo y lo clavó con un martillo de hierro. Un gemido suave y claro salió del pecho de Jesús, su sangre salpicó los brazos de sus verdugos. Los clavos eran muy largos, la cabeza chata y del ancho de una moneda; tenían tres caras, eran del grueso de un dedo pulgar; la punta sobresalía por detrás de la cruz. Después de haber clavado la mano derecha de Nuestro Señor, los verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto. Entonces ataron una cuerda al brazo izquierdo de Jesús y tiraron de él con toda la fuerza hasta lograr que la mano coincidiera con el agujero. Esta brutal dislocación de sus brazos lo atormentó horriblemente, su pecho se levantó y sus piernas se contrajeron. Los esbirros se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo y hundieron otro clavo en la mano izquierda: los gemidos se oían en medio de los martillazos, pero no despertaron en los verdugos ninguna piedad. Los brazos de Jesús, extendidos, llegaban a cubrir completamente los brazos de la cruz. La Santísima Virgen sentía en sí misma cada insulto y cada nuevo tormento infligido a su Hijo. Estaba pálida como un cadáver y los gemidos no cesaban de salir de su pecho. Los fariseos se burlaron de ella y la increparon. Magdalena estaba fuera de sí. Se despedazaba la cara: sus ojos y sus carrillos estaban sangrientos. Los discípulos llevaron al grupo de mujeres un poco más lejos.

Los esbirros habían clavado en la cruz un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús a fin de que todo el peso del cuerpo no pendiera de las manos, y para evitar que los huesos de los pies se rompieran al sostenerlo. Habían hecho ya un agujero para el clavo de los pies y vaciado un poco la madera para encajar los talones. Todo el cuerpo de Jesús se había contraído hacia la parte superior de la cruz por la violenta tensión que soportaban los brazos y sus rodillas se habían doblado. Los verdugos le extendieron las piernas de nuevo y se las ataron con cuerdas a la cruz, pero los pies no llegaban al pedazo de madera que habían colocado para sostenerlos. Entonces, llenos de furia, los unos querían hacer nuevos agujeros para los clavos de las manos, y así bajar el cuerpo, pues era difícil mover el pedazo de madera más arriba, mientras otros lanzaban imprecaciones contra Jesús. «No quiere estirarse, pero nosotros vamos a ayudarle.» Entonces ataron una cuerda a su pie derecho y tiraron de él tan violentamente que lograron hacerlo llegar hasta el pedazo de madera. La dislocación fue tan espantosa que se oyó crujir el pecho de Jesús, y Él exclamó: «Dios mío, Dios mío.» Habían atado su pecho y sus brazos al madero para que el peso del cuerpo no arrancara las manos de los clavos. El padecimiento era insoportable. Ataron después el pie izquierdo sobre el derecho y lo taladraron aparte porque no coincidía con el otro y no podían clavarlos juntos. Cogieron un clavo más largo que los de las manos y lo clavaron con el martillo atravesando los pies y el pedazo de madera hasta el mástil de la cruz. Esta operación fue más dolorosa que todo lo demás, a causa de la dislocación antinatural de todo el cuerpo. Conté hasta treinta y seis martillazos. Durante toda la crucifixión, Nuestro Señor no dejaba de rezar; entre gemidos, repetía pasajes de los salmos que lo confortaban, y de los profetas, cuyas predicciones estaba cumpliendo; no había cesado de orar así en todo el camino del Calvario y lo hizo hasta su muerte. Yo oí y repetí con él todos estos pasajes, hasta que la inmensidad de mi pena me impidió seguir. Cuando hubieron acabado de clavar a Jesús en la cruz, el comandante de los soldados romanos ordenó que la tabla con las palabras de Pilatos fuera clavada a su vez arriba de todo de la cruz.

La Santa Virgen se había acercado a la escena sangrienta y cuando clavaron los pies de Jesús y ella oyó el estirar y crujir de sus huesos y sus gemidos, se desmayó y cayó en los brazos de sus compañeras. La gente se alborotó a su alrededor y los fariseos se burlaron de ella y de las santas mujeres que la atendían; unos cuantos discípulos la llevaron al sitio apartado donde estaba antes. Mientras duró la crucifixión estuvieron oyendo gritos de dolor y compasión entre las mujeres y voces que decían: «¿Por qué no se abre la tierra y devora su iniquidad?, ¿por qué no cae fuego del cielo y fulmina a los malhechores?»

El sol indicaba que eran las doce y cuarto cuando Jesús fue crucificado, y en el mismo momento en que elevaban la cruz, en el Templo resonaban las trompetas que celebraban la inmolación del cordero pascual.

 

EL ALZAMIENTO DE LA CRUZ

Durante la crucifixión, algunos de los esbirros seguían todavía excavando el agujero en el cual iría encajada la cruz, porque la piedra allí era muy dura. En cuanto Nuestro Señor estuvo clavado a los maderos, los esbirros ataron cuerdas a la parte superior de la cruz pasándolas por una anilla fijada en la parte posterior de la cruz, y con ellas unos alzaron la cruz, mientras otros la sostenían y otros empujaban el pie hasta el hoyo, en donde se hundió con todo su peso y un estremecimiento espantoso. Jesús dio un grito de dolor a causa de la sacudida, sus heridas se abrieron, su sangre corrió abundantemente y sus huesos dislocados chocaban unos con otros. Los verdugos, para asegurar el mástil lo fijaron, clavando alrededor cinco cuñas.

Fue un espectáculo horrible y a la vez conmovedor ver alzarse la cruz en medio de los gritos insultantes de los verdugos, de los fariseos, del pueblo que miraba desde lejos todo el proceso, el instrumento del suplicio vacilando un instante sobre su base y hundiéndose luego, temblando, en la tierra. El aire resonó al mismo tiempo con las exclamaciones piadosas y los llantos de las personas más santas del mundo. María, Juan y las santas mujeres; también todos aquellos que tenían el corazón puro, saludaron con un lamento de dolor al Verbo encarnado exaltado sobre la cruz. Manos vacilantes se elevaron intentando socorrerlo. Cuando la cruz se hundió en el hoyo de la roca con gran estrépito, hubo un momento de silencio solemne; todo el mundo parecía penetrado de una sensación nueva y desconocida hasta entonces. El infierno mismo se estremeció de terror al sentir el golpe de la cruz hundiéndose en la tierra y redobló sus esfuerzos contra ella. Las almas encerradas en el limbo lo oyeron con una alegría llena de esperanzas, para ellas era el sonido triunfante que los aproximaba a las puertas de la redención. La sagrada cruz se elevaba por vez primera en la tierra, como un nuevo árbol de la vida, y de las heridas de Jesús corrían sobre la tierra cinco ríos sagrados para fertilizarla y hacer de ella el nuevo paraíso del nuevo Adán.

Cuando la cruz quedó fijada en su enclave, los pies de Jesús quedaban lo bastante cerca del suelo como para que sus amigos pudieran abrazarlos y besarlos. La cara de Nuestro Señor estaba vuelta hacia el noroeste.

 

LA CRUCIFIXIÓN DE LOS LADRONES

Mientras crucificaban a Jesús, los dos ladrones estaban tendidos de espaldas a poca distancia de los guardias que los vigilaban. Eran acusados de haber asesinado a una mujer judía que, con sus hijos iba de Jerusalén a Jopa. Los habían cogido en un palacio en el que Pilatos residía algunas veces, cuando iba de maniobras con sus tropas. Habían pasado mucho tiempo en prisión antes de su condena. El ladrón de la izquierda era más mayor. Era un gran criminal, el maestro y corruptor del otro. Se los solía llamar algo así como Dimas y Gesmas, pero yo he olvidado sus verdaderos nombres; llamaré, pues, al bueno Dimas y al malo Gesmas. Los dos formaban parte de la banda de ladrones establecidos en la frontera de Egipto, y en uno de sus refugios vacíos se había hospedado una noche la Sagrada Familia en su huida a Egipto con el niño Jesús. Dimas era aquel niño leproso que su madre, por consejo de María, lavó en el agua donde se había bañado el niño Jesús y que se curó al instante. Las atenciones de su madre para con la Sagrada Familia fueron recompensados con esta curación, símbolo de la sangre que Nuestro Señor iba a derramar por él en la cruz. Dimas no conocía a Jesús, mas como su corazón no era muy malo, se conmovió al ver su extremada paciencia.

En cuanto clavaron la cruz de Jesús en tierra, los esbirros fueron a decirles que era su turno, y los desataron de las piezas transversales, pues el sol empezaba a oscurecerse y en toda la Naturaleza había un movimiento como cuando se acerca una tormenta. Arrimaron escaleras a las dos cruces ya plantadas y fijaron en ellas las piezas transversales. Después de haberles dado a beber vinagre con mirra, les pasaron cuerdas debajo de los brazos y los levantaron con ellas en el aire, apoyando los pies en escalones. Les ataron los brazos a los de la cruz con cuerdas hechas de fibra de árbol, los ataron por las muñecas, los codos, las rodillas y los pies, y apretaron tan fuerte que se les dislocaron las coyunturas y abrió la carne, y de allí brotó sangre. Dieron gritos terribles y el buen ladrón dijo cuando le subían: «Si nos hubieseis clavado como al pobre Galileo os habríais ahorrado la molestia de tener que levantarnos así.»

 

LOS VERDUGOS SE REPARTEN LAS VESTIDURAS DE JESÚS

Mientras tanto, los verdugos habían hecho varios montones con trozos de los vestidos de Jesús, e iban a repartírselos. Partieron su capa y su túnica blanca, también el lienzo que llevaba alrededor del cuello, la cintura y el escapulario. No pudiendo saber a quién le tocaría la túnica de lana sin costuras que servía para nada, trajeron una mesita con números, sacaron unos dados con dibujos y la sortearon. Pero un criado de Nicodemo y de José de Arimatea vino a decirles que había gente dispuesta a comprar los vestidos de Jesús; entonces los juntaron todos y los vendieron, y así se conservaron estos preciosos despojos.

 

JESÚS CRUCIFICADO. LOS DOS LADRONES

El golpe terrible de la cruz al hundirse en la tierra, sacudió violentamente todo el cuerpo de Jesús, desde la cabeza, coronada de espinas hasta los pies. Eso lo hizo sangrar en abundancia por todas sus heridas. Los verdugos apoyaron escaleras en la cruz y ajustaron las cuerdas con que habían atado al Salvador, para que no se desgarrasen los pies y manos sujetos con clavos a causa de su peso. La sangre brotaba con fuerza de sus heridas, y era tal el padecimiento indecible de Jesús, que inclinó la cabeza sobre su pecho y se quedó como muerto unos minutos. Entonces hubo un rato de silencio; los verdugos estaban ocupados en repartirse los vestidos de Jesús. El sonido de las trompetas del Templo se perdía en el aire y todos los presentes estaban sumidos en el desaliento, en la rabia o en el dolor. Yo miraba a Jesús con compasión y espanto; lo veía inmóvil, casi sin vida; yo misma creí morir. Me hallaba en la más profunda oscuridad donde no veía más que a mi Esposo clavado en la cruz. Su cabeza, con la terrible corona y con la sangre que llenaba sus ojos, su boca entreabierta, y empapaba sus cabellos y su barba, estaba inclinada sobre el pecho; tenía la carne completamente desgarrada, sus hombros, sus codos, sus muñecas estirados hasta ser dislocados, la sangre de sus manos corría por sus brazos, su pecho levantado formaba por debajo una cavidad profunda. Sus piernas, como sus brazos, sus miembros, sus músculos, su piel toda, habían sido estirados a tal extremo que se podían contar sus huesos; la sangre goteaba de sus pies sobre la tierra, todo su cuerpo estaba cubierto de heridas y llagas, de manchas negras, azules y amarillas; sus heridas se habían abierto a causa de la tensión, y el preciado líquido de su sangre se estaba volviendo cada vez más claro de color y de la consistencia del agua; su cuerpo sagrado estaba cada vez más blanco. A pesar de las horribles heridas que lo cubrían, el cuerpo de Jesús se veía indescriptiblemente noble y venerable. El Hijo de Dios seguía transmitiendo su bondad, el inmenso amor que lo había llevado a sacrificarse por toda la humanidad.

El color de la piel de Jesús, como el de María, era delicado, con una ligera tonalidad rosada. Por las muchas caminatas y los viajes en los últimos tres años su cara se había ido volviendo morena. Jesús era de tórax amplio pero no era velludo, como Juan el Bautista, que lo tenía cubierto de un pelo rojizo. Sus hombros eran anchos, sus brazos robustos, sus muslos nervudos, sus rodillas fuertes y endurecidas como las del hombre que ha viajado mucho, los muslos largos y las pantorrillas musculosas, sus pies eran de bella forma y sólidamente construidos, sus manos eran hermosas, de dedos largos y finos y, sin ser delicadas, no eran como las de un hombre que las emplea en trabajos penosos. Su cuello no era corto, pero sí robusto, su cabeza, hermosamente proporcionada, de frente alta y ancha, y un rostro de óvalo puro; el cabello era color de cobre oscuro, no era muy espeso, y quedaba abierto naturalmente en lo alto de la frente para luego caer sobre sus hombros; llevaba una barba corta y acabada en punta. Ahora sus cabellos estaban arrancados y llenos de sangre, su cuerpo era todo él una llaga y todos sus miembros estaban quebrantados.

Entre las cruces de los ladrones y la de Jesús había espacio suficiente como para que pudiese pasar un hombre a caballo; las de Dimas y Gesmas estaban clavadas un poco más abajo y ligeramente vueltas hacia la de Jesús. Los ladrones sobre sus cruces presentaban un horrible espectáculo, sobre todo el de la izquierda, que tenía siempre en la boca injurias e imprecaciones. Las cuerdas con que estaban atados les hacían sufrir mucho. Sus caras estaban lívidas, los ojos se les salían de las órbitas.

 

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PRIMERA PALABRA DE JESÚS EN LA CRUZ

Tras haber crucificado a los dos ladrones y repartirse los vestidos de Jesús, los verdugos, lanzando nuevas maldiciones contra Nuestro Señor, recogieron sus herramientas y se retiraron. Los fariseos pasaron a caballo delante de Jesús llenándolo de injurias y se fueron también. Los cien soldados romanos fueron relevados por otros cincuenta. Éstos eran conducidos por Abenadar, árabe de nacimiento, bautizado después con el nombre de Ctesifón; el segundo jefe, que se llamaba Casio y recibió después el nombre de Longino, llevaba con frecuencia los mensajes de Pilatos. Acudieron también doce fariseos, doce saduceos, doce escribas y algunos ancianos, entre ellos, los que habían pedido inútilmente a Pilatos que cambiase la inscripción de la tabla de la cruz, y cuya rabia se había incrementado con la negativa del gobernador. Dieron la vuelta al llano a caballo e hicieron apartar a la Santísima Virgen, que Juan acompañó junto a las otras mujeres. Cuando pasaron delante de Jesús, menearon desdeñosamente la cabeza, diciendo: «Tú, que ibas a destruir el Templo y levantarlo de nuevo en tres días, tú que has salvado a otros, según dicen, ¿no puedes salvarte a ti mismo? ¡Si eres el Hijo de Dios, el Cristo, baja de la cruz!» Los soldados se unieron a las burlas: «Sí, si es el rey de Israel, que baje de la cruz y también nosotros creeremos en Él.»

Jesús parecía a punto de expirar, perdía el conocimiento. Viéndolo así, Gesmas, el ladrón de la izquierda, dijo: «El demonio que lo poseía le ha abandonado.» Un soldado puso en la punta de un palo una esponja empapada en vinagre y la acercó a los labios de Jesús, que pareció beber el líquido. El soldado le decía: «Si eres el rey de los judíos, sálvate, baja de la cruz.» Todo esto pasaba mientras la primera tropa era relevada por la de Abenadar. En ese momento, Jesús levantó un poco la cabeza y dijo: «Padre mío, perdónales, pues no saben lo que hacen.» Gesmas le gritó: «Tú, si eres el Cristo, sálvate y sálvanos.» Dimas, el buen ladrón, se sintió conmovido al oír que Jesús rogaba por sus enemigos. Cuando María oyó la voz de su Hijo, nada pudo contenerla: se precipitó hacia la cruz con Juan, Salomé y María de Cleofás. El centurión no las rechazó. Dimas, el buen ladrón, obtuvo en este momento, por la oración de Jesús, una iluminación interior. Reconoció que Jesús y su Madre le habían curado en su niñez y dijo en voz clara y fuerte: «¿Cómo podéis injuriarlo cuando está rogando por vosotros? No ha dicho una palabra, ha sufrido pacientemente todas vuestras vejaciones; es un profeta, es nuestro rey, es verdaderamente el Hijo de Dios.» Al oír esta reprensión de boca de un miserable asesino, se elevó un gran tumulto en medio de los presentes, que cogieron piedras para tirárselas, pero el centurión Abenadar no lo permitió. Mientras tanto, la Santísima Virgen se sintió fortificada por la oración de Jesús, y Dimas dijo a su compañero, que continuaba injuriando a Jesús: «¿No tienes temor de Dios, tú que estás condenado al mismo suplicio? Nosotros lo merecemos justamente, recibimos el castigo por nuestros crímenes, pero este hombre no ha hecho ningún mal. Piensa en tu última hora y conviértete.» Estaba iluminado y tocado de la gracia divina; confesó sus culpas a Jesús, diciendo: «Señor, si me condenas será con justicia, pero ten misericordia de mí.» Jesús le dijo: «Tus pecados te son perdonados», y Dimas, con perfecta convicción, dio las gracias a Jesús por el inmenso don que le había concedido. Todo lo que acabo de contar sucedió entre las doce y las doce y media, pocos minutos después de que la cruz fuera alzada, y pronto iba a haber un gran cambio en el alma de los espectadores, mientras el buen ladrón estaba hablando, a causa de los signos que empezaron a verse en la Naturaleza.

 

EL SOL SE OSCURECE

Segunda y tercera palabras de Jesús en la cruz

Desde que Pilatos pronunció la sentencia, el cielo, hasta aquel momento despejado, había ido cubriéndose de nubes, pero a la sexta hora, según el modo de contar de los judíos, que corresponde a las doce y media, el sol se apagó de repente. Yo vi cómo sucedió, pero no encuentro palabras para expresarlo. Primero fui transportada como fuera de la tierra; desde allí vi las divisiones del cielo y el camino de las estrellas, que se cruzaban de un modo maravilloso, y en seguida me hallé en Jerusalén. La luna apareció llena y pálida sobre el monte de los Olivos, y fue avanzando rápidamente hacia el sol. De repente, de la derecha del sol vi aparecer un cuerpo oscuro similar a una montaña y que, colocándose ante él, lo cubrió por completo. El centro de este cuerpo era de un naranja oscuro y estaba rodeado de un círculo de fuego semejante a un anillo de hierro candente. El cielo se volvió negro y las estrellas aparecieron en él despidiendo una luz ensangrentada. El terror general se apoderó de los hombres y de los animales; los que injuriaban a Jesús callaron. Muchas personas se daban golpes en el pecho, diciendo: «Que su sangre caiga sobre sus asesinos.» Muchos, cerca y lejos, se arrodillaron pidiendo perdón y Jesús, en medio de sus dolores, los miró compasivo. Cuando las tinieblas aumentaron, todos los más queridos amigos del Salvador, excepto María, se alejaron aterrorizados de la cruz. Dimas levantó la cabeza hacia Jesús y, con una humilde esperanza, le dijo: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino.» Jesús le respondió: «En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso.»

La Madre de Jesús, Magdalena, María de Cleofás y Juan permanecían junto a la cruz de Nuestro Señor, sin apartar la vista de Él. María le pedía interiormente que la dejara morir con Él. El Salvador la miró con una ternura inefable y, volviendo los ojos hacia Juan, dijo a María: «Mujer, éste es tu hijo.» Después dijo a Juan: «Ésta es tu madre.» Juan, al pie de la cruz del Redentor moribundo, abrazó, transido de dolor, a la Madre de Jesús, que ahora era la suya. La Santísima Virgen se sintió tan ahogada de dolor al oír estas últimas disposiciones de su Hijo, que cayó sin conocimiento en brazos de las santas mujeres, que la llevaron a alguna distancia de la cruz.

Yo no sé si oí realmente estas palabras dichas por Jesús a Juan y a su Madre o sólo en mi interior, pero supe que, al darle Nuestro Señor a Juan a la Santísima Virgen como Madre, estaba entregándonosla también a todos los que creemos en Él.

Eran poco más o menos la una y media y fui transportada a la ciudad de Jerusalén para ver lo que pasaba. La hallé llena de agitación y de inquietud; las calles estaban oscurecidas por una niebla espesa y los hom­bres andaban a tientas. Muchos estaban tendidos por el suelo, con la cabeza descubierta, gimiendo y dándose golpes en el pecho; otros se subían a los tejados, miraban al cielo y se lamentaban, hasta los animales aullaban y se escondían. Las aves volaban bajo y caían al suelo muertas. Vi que Pilatos fue a visitar a Herodes; estaban ambos muy agitados y miraban a su alrededor desde la misma terraza donde, por la mañana, Pilatos había visto a Jesús entregado a los ultrajes del pueblo. «Esto no es natural —decía Pilatos—, es la cólera de los dioses por la crueldad con que se ha tratado a Jesús.» Después los vi ir al palacio atravesando la plaza. Caminaban de prisa y estaban rodeados de soldados. Pilatos no volvió los ojos del lado de Gábbata, donde había condenado a Jesús. En la plaza no había nadie, algunas personas entraban corriendo en sus casas. Se veía formarse grupos. Pilatos mandó llamar a su palacio a los judíos más ancianos y les preguntó qué significaban aquellas tinieblas. Les dijo, muy asustado, que eran un presagio espantoso, que su Dios estaba irritado contra ellos porque habían perseguido a muerte al Galileo, que era en verdad su profeta y su rey; que él se había lavado las manos, que él era inocente de esta muerte, etc. Pero los ancianos persistieron en su dureza de corazón y atribuyeron todo lo que pasaba a causas que no tenían nada de sobrenatural, y ni siquiera así se convirtieron. Sin embargo, mucha gente y entre ellos todos los soldados que en el prendimiento de Jesús en el huerto de los Olivos habían caído fulminados por el ataque, se convirtieron. La multitud se iba agrupando delante de la casa de Pilatos y en el mismo sitio en que por la mañana habían gritado: «¡Mátalo! ¡Crucifícalo!», ahora gritaban: «¡Muera el juez inicuo! ¡Que la sangre del inocente caiga sobre sus verdugos!» Pilatos estaba muy asustado, mandó reforzar la guardia e intentó hacer recaer toda la culpa sobre los judíos. El terror y la angustia llegaban a su colmo en el Templo; estaban a punto de sacrificar el cordero pascual cuando las tinieblas se abatieron de repente sobre ellos. La agitación y el espanto les hacía dar alaridos. Los sacerdotes se esforzaron por mantener el orden y la tranquilidad, encendieron todas las lámparas, pero el desorden aumentaba cada vez más. Yo vi a Anás, aterrorizado, correr de un rincón a otro para esconderse; la oscuridad iba en aumento.

Sobre el Gólgota las tinieblas produjeron una terrible consternación. Cuando el sol empezó a ocultarse, los gritos, las imprecaciones, la actividad de los hombres ocupados en levantar las cruces, los lamentos de los dos ladrones, los insultos de los fariseos, las idas y venidas de los soldados la marcha tumultuosa de los verdugos borrachos habían ido disminuyendo. Pero conforme las tinieblas se hacían más densas los presentes estaban más sobrecogidos y se alejaban más de la cruz. Fue entonces cuando Jesús dijo sus palabras a su Madre y a Juan, y María fue llevada desmayada a cierta distancia. Tras eso, hubo un instante de silencio solemne. Algunos miraban al cielo, la conciencia de otros se despertaba y volvían los ojos hacia la cruz llenos de arrepentimiento, y se daban golpes de pecho. Los que tenían estos sentimientos se juntaron. Los fariseos, aunque tan aterrorizados como los demás, intentaban explicarlo todo con razones naturales, pero cada vez iban hablando más bajo y acabaron por callarse. El disco del sol era de un naranja oscuro, como las montañas miradas a la claridad de la luna, estaba rodeado de un círculo de fuego y las estrellas brillaban con una luz ensangrentada. Los pájaros caían al suelo, muertos de terror, las bestias temblaban y los caballos de los fariseos se apretaban estrechamente unos con otros, agachando la cabeza. Las tinieblas lo penetraron todo.

 

JESÚS SE QUEDA SOLO. SU CUARTA PALABRA EN LA CRUZ.

El silencio reinaba en torno a la cruz. Todo el mundo se había alejado. El Salvador había quedado sumido en un profundo abandono.

Volviéndose a su Padre celestial le pedía con amor por sus enemigos. Ofrecía el cáliz de su sacrificio por su redención. Yo vi a mi esposo sufrir como un hombre afligido lleno de angustia, abandonado de toda consolación divina y humana, y, obligado, sin ayuda ni esperanza, a atravesar solo la tormenta de la tribulación. Sus sufrimientos eran inexpresables, y por ellos nos fue concedida la fuerza de resistir a los mayores terrores del abandono, cuando todos los afectos que nos unen a este mundo y esta vida terrestre se rompen y al mismo tiempo el sentimiento de la ira nos obnubila; nosotros no podríamos salir victoriosos de esta prueba, de no ser uniendo por medio de la gracia divina. Desde el sacrificio de Jesús ya no hay para los cristianos ni soledad, ni abandono, ni desesperación ante la cercanía de la muerte, pues Jesús, que es la luz, el camino y la verdad, ha ido por delante de nosotros por ese tenebroso camino, llenándolo de bendiciones y ha plantado en él su cruz para desvanecer nuestros espantos. Jesús, abandonado, pobre y desnudo, se ofreció a sí mismo por nosotros, convirtió su abandono en un rico tesoro, ofreció su vida, sus fatigas, su amor, sus padecimientos y el doloroso sentimiento de nuestra ingratitud. Rezó delante de Dios por todos los pecadores. No olvidó a nadie, a todos acompañó en su abandono, rogó también por los heréticos.

Hacia las tres, Jesús lanzó un grito: «Elí, Elí, lamina sabachtani?», que significa: «¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?!» El grito de Nuestro Señor interrumpió el profundo silencio que reinaba alrededor de la cruz; los fariseos se volvieron hacia Él y uno dijo: «Llama a Elías.» Otro: «Veremos si Elías vendrá a socorrerlo.» Cuando María oyó la voz de su Divino Hijo nada pudo detenerla. Se acercó otra vez al pie de la cruz con Juan, María de Cleofás, Magdalena y Salomé. Mientras el pueblo temblaba y gemía, un grupo de treinta notables de Judea y de los contornos de Jopa, pasaban por allí en dirección a la fiesta y, cuando vieron a Jesús en la cruz y los signos amenazadores de la Naturaleza, exclamaron llenos de horror: «¡Maldita sea esta ciudad! Si el Templo de Dios no estuviera en ella, merecería ser quemada por haber atraído sobre sí tanta iniquidad.» Estas palabras causaron una gran impresión en la gente. Hubo una explosión de murmullos y de gemidos y todos los que tenían los mismos sentimientos se reunían. Los allí presentes se dividieron en dos partidos. Los unos lloraban, los otros pronunciaban injurias e imprecaciones; sin embargo, los fariseos hablaban en tono menos arrogante, y temiendo una insurrección popular, se pusieron de acuerdo con el centurión Abenadar. Dieron órdenes para cerrar la puerta más cercana de la ciudad e impedir que nadie entrara o saliera. Al mismo tiempo, enviaron un mensaje a Pilatos y a Herodes para pedir al primero quinientos hombres, y al segundo sus guardias para impedir una revuelta. Mientras tanto, el centurión Abenadar mantenía el orden y también impedía los insultos contra Jesús para no irritar más al pueblo.

Poco después de las tres el cielo empezó a abrirse, la luna fue alejándose del sol, éste apareció despojado de sus rayos y envuelto en jirones de niebla roja; poco a poco comenzó a brillar de nuevo y las estrellas desaparecieron. Sin embargo, el cielo seguía cubierto. Los enemigos de Jesús fueron recobrando su arrogancia a medida que la luz volvía. Cuando dijeron: «Llama a Elías», Abenadar los mandó callar.

 

LA MUERTE DE JESÚS. QUINTA, SEXTA Y SÉPTIMA PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ

A la pálida luz del sol, el cuerpo de Jesús se veía más lívido y pálido que antes, por la pérdida de sangre. Agonizaba, tenía la lengua seca: «Tengo sed», dijo. Y como sus amigos lo rodeaban mirándolo apenados e impotentes, añadió: «¿No podríais haberme dado una gota de agua?»; y ellos comprendieron que les estaba diciendo que, mientras durasen las tinieblas, nadie se lo hubiera impedido. Juan, lleno de remordimientos, dijo: «¡Oh, Señor, te hemos olvidado!» Jesús añadió otras palabras cuyo sentido era éste: «Mis parientes y amigos debían olvidarme y no darme de beber, para que se cumpliera lo que está escrito.» Pero ese olvido lo afligía mucho. Sus amigos entonces dieron dinero a los soldados para obtener permiso para darle un poco de agua; ellos no se lo dieron, pero uno de ellos mojó una esponja en vinagre y hiel, y colocándola en la punta de una lanza, la puso delante de la boca del Señor. Entre otras palabras que Jesús dijo entonces, recuerdo éstas: «Cuando mi voz no se oiga más, las bocas de los muertos hablarán.» Algunos gritaron: «Blasfema todavía.» Abenadar los mandó callar.

La hora de Nuestro Señor había llegado: la agonía había comenzado, y un sudor frío cubrió sus miembros. Juan estaba al pie de la cruz y limpiaba los pies de Jesús con un paño. Magdalena, rota de dolor, se apoyaba contra la cruz por la parte de atrás. La Virgen Santísima estaba de pie, entre Jesús y el buen ladrón, y, sostenida por Salomé y María de Cleofás, levantaba los ojos hacia su Hijo agonizante. Entonces Jesús dijo: «Todo se ha cumplido.» Después alzó la cabeza y gritó con voz potente: «Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu.» Fue un grito a la vez suave y fuerte, que se oyó en el cielo y la tierra. Después de eso, Nuestro Señor inclinó la cabeza y entregó su espíritu. Yo vi su alma, como una forma luminosa, penetrando en la tierra al pie de la cruz. Juan y las santas mujeres cayeron a tierra cubriéndose la cara.

El centurión Abenadar, de origen árabe, que bautizado más tarde se llamaba Ctesifón, estaba a caballo, cerca de donde estaba clavada la cruz.

Miraba conmovido y fijamente la cara desfigurada de Jesús, coronada de espinas. El caballo, abatido y triste mantenía la cabeza gacha, y Abenadar, cuya alma estaba trastornada, no recogió las riendas caídas. Cuando el Señor exhaló su último suspiro, la tierra tembló y se partió el suelo de roca entre la cruz del Salvador y la cruz del mal ladrón. La lúgubre Naturaleza dio testimonio de una manera tremenda e inequívoca de que Jesucristo era el Hijo de Dios. Todo se había cumplido. La tierra tembló cuando el alma de Jesús abandonó su cuerpo; ella le reconoció como su Salvador, mientras el corazón de sus amigos era traspasado por una espada de dolor. La gracia iluminó a Abenadar, su corazón duro se resquebrajó como el peñasco del Calvario; arrojó la lanza, se dio un fuerte golpe en el pecho y, con la voz de un hombre nuevo, gritó: «Bendito sea el Dios Todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; este hombre era inocente; era verdaderamente el Hijo de Dios.» Muchos soldados se convirtieron también al oír estas palabras de su jefe.

Abenadar, convertido en un nuevo hombre desde ese momento, y habiendo rendido homenaje al Hijo de Dios, no quería seguir más al servicio de sus enemigos. Dio su caballo y su lanza a Casio, el segundo oficial, llamado después Longino, que tomó el mando, dijo algunas palabras a los soldados y bajó del Calvario. Se fue por el valle de Gihón, hacia las grutas del valle de Hinón y anunció a los discípulos allí escondidos, la muerte del Señor. A continuación, se fue a la ciudad con intención de ver a Pilatos. También otras personas se convirtieron en el Calvario, entre ellos algunos fariseos que habían llegado hacia el final. Mucha gente regresaba a casa dándose golpes de pecho y llorando. Otros rasgaban sus vestiduras y se echaban polvo sobre los cabellos. Todos estaban llenos de miedo y espanto. Juan se levantó y, con algunas de las santas mujeres, se llevaron a la Santísima Madre a cierta distancia de la cruz.

Cuando Jesús, el Dios de la vida y de la muerte, encomendó su alma humana a Dios, su Padre, y la muerte tomó posesión de Él su cuerpo sagrado se estremeció y se puso de un blanco lívido, y sus innumerables heridas, que habían sangrado profusamente, parecían manchas oscuras; sus mejillas se hundieron, su nariz se afiló, y sus ojos, anegados en sangre, se abrieron a medias. Levantó un instante la pesada cabeza coronada de espinas, por última vez, y la dejó caer de nuevo con dolores de agonía; mientras sus agrietados y lívidos labios entreabiertos mostraban su ensangrentada e hinchada lengua. Sus manos, que hasta el momento de la muerte habían estado contraídas por los clavos, se abrieron y volvieron a su postura natural, al igual que los brazos; todo Él se aflojó y todo el peso de su cuerpo cayó sobre los pies, sus rodillas se doblaron y, lo mismo que sus pies, giraron un poco hacia un lado.

¿Con qué palabras podría expresar la profundísima pena de María al ver a su Hijo muerto? Su vista se oscureció, el color lívido de la muerte la cubría, sus pies temblaban, sus oídos no oían; ella cayó al suelo, mientras Magdalena, Juan y los otros se desplomaban también y, con la cara tapada, se abandonaban a su indecible dolor. Cuando fueron a ayudar a la más dulce y triste de todas las madres, ella vio aquel cuerpo, concebido sin mancha por el Espíritu Santo, carne de su carne, hueso de sus huesos, corazón de su corazón; la obra sagrada de sus entrañas, formado por obra divina, ese cuerpo que colgaba de una cruz, entre dos ladrones. Crucificado, deshonrado, maltratado, condenado por todos aquellos a quienes había venido a la tierra a redimir. Bien se la podía llamar en aquellos momentos la reina de los mártires.

Eran poco más de las tres cuando Jesús expiró. La luz del sol era todavía débil y estaba velada por una bruma rojiza, el aire se hizo sofocante y bochornoso mientras duró el temblor de la tierra, mas después refrescó sensiblemente. Cuando se produjo el temblor de tierra, los fariseos estaban muy alarmados pero después se recobraron; algunos se acercaron a la grieta que se había abierto en el peñasco del Calvario, tiraron piedras y querían medir su profundidad con cuerdas, pero, al no haber podido llegar al fondo, se quedaron pensativos. Advirtieron con inquietud los gemidos del pueblo, sus signos de arrepentimiento, y se alejaron. Muchos de los presentes se habían verdaderamente convertido y muchos de ellos regresaron a Jerusalén, llenos de temor. Los soldados romanos montaron guardia en las puertas de la ciudad y otros lugares principales para prevenir una posible insurrección. Casio se quedó en el Calvario con cincuenta soldados. Los amigos de Jesús rodeaban la cruz, contemplaban a Nuestro Señor y lloraban. Algunas de las santas mujeres se marcharon a sus casas y todo quedó silencioso y sumido en la pena. Desde lejos, en el valle y sobre las alturas opuestas, se veían acá y allá algunos discípulos que miraban la cruz con una curiosidad inquieta, y desaparecían si se les acercaba alguien.

 

EL TEMBLOR DE TIERRA. APARICIÓN DE LOS MUERTOS EN JERUSALÉN

Cuando murió Jesús, yo vi su alma semejante a una forma luminosa penetrar en la tierra al pie de la cruz, con ella una multitud brillante de ángeles, entre los cuales estaba Gabriel. Estos ángeles echaban al gran abismo a una multitud de malos espíritus. Y oí que Jesús ordenó a muchas almas del limbo que volvieron a entrar en sus cuerpos mortales para atemorizar a los impenitentes y dieran testimonio de Su divinidad.

El temblor de tierra que quebró la roca del Calvario, causó estragos, sobre todo en Jerusalén y en Palestina. Apenas habían recobrado el ánimo en la ciudad y en el Templo al volver la luz del sol, cuando el temblor que agitó la tierra y el estrépito de los edificios al hundirse, causaron temores mucho mayores. Este terror se convirtió en pánico cuando la gente que huía llorando encontraban en el camino súbitas apariciones de muertos resucitados que los reconvenían y amenazaban en el lenguaje más severo.

En el Templo, el Sumo Sacerdote y los demás sacerdotes habían continuado el sacrificio del cordero pascual, interrumpido por el espanto que les causaron las tinieblas, y creían haber triunfado con la vuelta de la luz. Mas, de pronto, la tierra tembló bajo sus pies, los edificios vecinos se derrumbaban y el velo del Templo se rasgó en dos de arriba abajo. Al principio mi terror extremo los dejó unidos, pero luego se vieron sacudidos por los más incontrolables llantos y lamentaciones. Sin embargo, las ceremonias estaban tan reguladas, en el interior del Templo era todo tan pautado, las filas de sacerdotes, el sonido de los cánticos y de las trompetas, los movimientos de los fieles, que de momento no se consiguió controlar el desorden y turbación. Los sacrificios continuaron tranquilamente en algunas partes, mientras los sacerdotes los tranquilizaban. Pero la aparición de los muertos que se presentaban en el Templo lo echó todo abajo, y la gente huyó despavorida tan de prisa como pudo. En la ceremonia no quedó nadie, y el Templo fue abandonado como si hubiera sido manchado. Sin embargo, esto sucedió progresivamente, y mientras que una parte de los que estaban presentes corrían escaleras abajo del Templo, otros iban siendo contenidos por los sacerdotes o no eran todavía presa del pánico que los enloquecía. Se puede tener una idea de lo que pasaba, representándose un hormiguero, en el cual han echado una piedra. Mientras la confusión reina en un punto, el trabajo continúa en otro, y aun el sitio agitado vuelve a recobrar el orden durante algunos momentos. El Sumo Sacerdote Caifás y los suyos conservaron su presencia de ánimo. Gracias al diabólico endurecimiento de su corazón y la tranquilidad aparente que tenían, impidieron que la confusión fuese general, y lograron que el pueblo no tomara esos terribles acontecimientos como un testimonio de la inocencia de Jesús. La guarnición romana de la torre Antonia hizo también grandes esfuerzos para mantener el orden, de suerte que la fiesta se interrumpió sin que estallase un tumulto popular. Todo se convirtió en agitación e inquietud que cada uno llevó a su casa y que la habilidad de los fariseos había conseguido, con éxito, calmar en parte.

He aquí los hechos de los que me acuerdo. Las dos grandes columnas situadas a la entrada del Sanctasanctórum del Templo y entre las cuales estaba colgada una magnifícente cortina, se apartaron la una de la otra y el techo que sostenían se hundió rasgando la cortina con fuerte sonido de arriba abajo, y el Sanctasanctórum quedó así expuesto a los ojos de todos. Cerca de la celda donde solía rezar el viejo Simeón, cayó una gruesa piedra que hundió la bóveda. En el Sanctasanctórum se vio aparecer al Sumo Sacerdote Zacarías, muerto entre el Templo y el altar; pronunció palabras amenazadoras y habló de la muerte del otro Zacarías, padre de Juan el Bautista y de otros profetas. Los dos hijos del piadoso Sumo Sacerdote Simón el justo, se aparecieron cerca del gran púlpito y hablaron también de la muerte de los profetas y del sacrificio que ahora se había cumplido. Jeremías se apareció cerca del altar y proclamó con una voz tronante el fin del antiguo sacrificio y el principio del nuevo. Estas apariciones que habían tenido lugar en un sitio al que sólo los sacerdotes tenían acceso, fueron negadas o calladas y se prohibió severamente hablar de ellas. Se oyó un gran ruido, las puertas del Sanctasanctórum se abrieron y una voz gritó: «Vayámonos de aquí.» Entonces vi ángeles alejándose de allí. Nicodemo, José de Arimatea y otros muchos abandonaron también el Templo. Muertos resucitados se veían todavía andando por la ciudad. A una orden de los ángeles entraron finalmente en sus sepulcros. La cátedra del atrio se derrumbó. De treinta y dos fariseos que hacía poco habían vuelto del Calvario, muchos se habían convertido al pie de la cruz. Y en el Templo, comprendiendo perfectamente lo que estaba pasando, hicieron duros reproches a Anás y Caifás, y dejaron la congregación. Anás había sido uno de los más acérrimos enemigos de Jesús, y había incitado al proceso contra Él, pero ahora, viendo todos esos acontecimientos sobrenaturales, estaba casi loco de espanto, y no sabía dónde esconderse. Caifás quiso confortarlo, pero fue en vano. La aparición de los muertos lo había consternado. Caifás, aunque lleno de terror, estaba tan poseído del demonio del orgullo y de la obstinación, que no dejaba ver nada de lo que sentía y oponía una frente de hierro a los signos amenazadores de la ira divina. Dijo que los causantes de todo habían sido los partidarios del Galileo, que se habían presentado en el Templo manchados, y que todo eran sortilegios.

La misma confusión que en el Templo reinaba en muchos sitios de Jerusalén. Los muertos caminaban por las calles, las casas se derrumbaban, así como también los escalones del Tribunal de Caifás, donde Jesús había sido ultrajado, y una parte del hogar, del atrio, donde Pedro había negado a Jesús. Cerca del palacio de Pilatos, se partió la piedra del sitio donde Jesús había sido mostrado al pueblo y parte de las murallas de la ciudad se derribaron. El supersticioso Pilatos estaba paralizado y mudo de terror, su palacio se tambaleaba sobre sus cimientos, y la tierra no cesaba de moverse bajo sus pies. El corría enloquecido de una habitación a otra. Creyó ver en los muertos que se le aparecían a los dioses del Galileo, y se refugió en el rincón más oculto de la casa para pedir socorro a sus ídolos. También Herodes estaba aterrorizado pero él se había encerrado y no quería ver a nadie. Un centenar de muertos de todas las épocas aparecieron en Jerusalén y en sus alrededores. Los muertos cuyas almas fueron enviadas por Jesús desde el limbo, se levantaron, destaparon sus rostros y anduvieron errantes por las calles sin tocar el suelo con los pies. Dieron testimonio de Jesús con palabras severas contra los que habían tomado parte en su muerte. En los lugares donde la sentencia de Jesús se había proclamado antes de ponerse en marcha la procesión para el Calvario, se detuvieron un momento y gritaron: «¡Gloria a Jesús por los siglos de los siglos y condenación eterna para sus verdugos!» Delante del palacio de Pilatos exclamaron: «¡Juez inicuo!» Todo el mundo temblaba y huía; el terror era inmenso en toda la ciudad y cada cual se escondía donde podía. A las cuatro en punto los muertos volvieron a sus tumbas. Los sacrificios en el Templo habían sido así interrumpidos, la confusión reinaba por todas partes y pocas personas comieron esa noche el cordero pascual.

 

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