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La Edad Media tuvo sus Claroscuros: ni Oscurantista ni la Panacea

Algo que los cristianos deben comprender y saber explicar.

Nos hemos acostumbrado demasiado a la idea iluminista que la Edad Media fue una época bárbara y oscurantista.

Poblada de prejuicios, pero no fue así; la gente pensaba con ‘otra cabeza’.

Sin embargo no debemos idealizarla como un símbolo de perfección.

Sino que tuvo ciertos elementos que buenos que luego se perdieron.

Pero tuvo también tuvo carencias, que no se pueden ocultar.

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Debido a que vivimos en una sociedad secular y militantemente anticristiana (especialmente los universitarios), a menudo nos encontramos con personas que tratan de socavar a la Iglesia atacando los períodos y hechos históricos donde la fe predominaba.
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Y este es el caso de la Edad Media, que fue la época de la Cristiandad.

  

LA EDAD MEDIA TIENE MALA PRENSA

Debido a la caricatura que los intelectuales laicistas contemporáneos están haciendo del período medieval es difícil entender el proceso del pensamiento de la mente de la gente de era época y de su cultura.

El Cristianismo, entre los años 500 y 1500 fue un tiempo y lugar con una visión del mundo profundamente diferente de la nuestra, y dentro de esos mismos 1000 años esa visión cambió profundamente.

La idea del Renacimiento como una gran apertura de la mente humana, que había sido acallada desde la caída de Roma, es radicalmente y demostrablemente falsa.

El mundo pre-moderno estaba imbuido de una maravilla natural que cantaba a la presencia de Dios y era el campo de batalla donde las invisibles huestes de los ángeles y los demonios peleaban por cada alma.

El trabajo del intelectual era desplegar la majestad y el misterio de la creación de Dios con el fin de comprenderla mejor, y a Dios con más plenitud.

El gran error modernista es pensar que esas personas eran menos inteligentes que nosotros.
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Es decir, que su mente era simplemente más débil que la nuestra, o estaban sumidos en la superstición, o encadenados por una Iglesia dictadora; esto es ideología pura.

Nada de eso tiene raíz alguna en la historia real. Es simplemente el pensar del hombre moderno -y del progresista, en particular- que cree que sus antepasados eran más tontos que él; la soberbia.

Es sencillamente una mentira, que significa borrar los logros de los intelectuales católicos y halagar la vanidad de los que vinieron después.

También es un componente esencial del engaño progresista, aquel en el que nosotros siempre tendemos a mejorar hacia la perfección social, política, económica, física o intelectual.

Chesterton lo vio claramente cuando escribió:

«El mundo es lo que los santos y los profetas vieron que era: no sólo mejora o empeora; hay algo que el mundo hace, se tambalea…

La vida en sí misma no es una escalera, es un sube-y-baja«.

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SUPERIORIDAD DE LA EDUCACIÓN

En términos de poder intelectual puro, las clases educadas de la alta Edad Media eran probablemente más inteligentes que esas mismas clases de hoy.

Ellas obtenían una más vasta gama de aprendizaje que la hiper-especialización del intelectual moderno.

Hazañas prodigiosas de la memoria eran más comunes que extraordinarias. La mayoría hablaban y leían en varios idiomas.

Era un pobre académico aquel que no había memorizado la mayor parte de la Biblia, los Padres, y Aristóteles.

A la luz de las velas, sobre pergamino, con plumas, tinta, y muy pocos libros, consiguieron logros intelectuales sorprendentes.
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Que avergonzarían a los mejores y más brillantes, que hoy trabajan en la comodidad de grandes espacios climatizados.
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Con muchísima información a su disposición y un gran aparato en el cual procesar todo.
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Respaldados con generosas subvenciones, un título, asistentes graduados, en una burbuja intelectual compuesta por una capa espesa e impenetrable epistemológicamente.

Lo que ha aumentado entre entonces y ahora son los objetos, los hechos y la tecnología, pero no inteligencia.

  

ACUMULACIÓN DE HECHOS NO ES LO MISMO QUE EXPLICACIÓN

Los hechos crean hechos a medida que avanza el aprendizaje, y la acumulación de hechos y la diversidad de opiniones crecen con el tiempo.

Eso no es lo mismo que inteligencia, y podemos apreciar que la gran mayoría de hechos falsos y opiniones contradictorias crea un ruido molesto que obliga a la gente a dominar numerosos puntos hiper-especializados con el fin de separar la paja del trigo.

La ciencia es ejercida, por algunos, como un garrote que afirma una verdad momentánea, basada en las mejores herramientas del momento, como hecho incontrovertible e incontestable.

Hay poco lugar para la duda o la humildad cuando un intelectual moderno empieza exigiendo subvenciones y titulares proclamando un hecho, a partir de que «el género es una construcción» hasta «los niños religiosos son menos altruistas que los niños ateos”.

Algunos de nuestros «hechos establecidos» hoy, un día serán vistos tanto como tontos.

Muchos de los que afirman estos hechos «incontrovertibles» parecen no darse cuenta de esto, y creen que vamos en subida permanente en términos de conocimiento y perfección.

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LUCES Y SOMBRAS DE LA TECNOLOGÍA

El auge de la tecnología va mano a mano con esta acumulación de hechos; conforme la nueva maquinaria aumenta nuestra capacidad de procesar y recopilar hechos.

La era de las máquinas comienza a cambiar la naturaleza de la humanidad misma, exigiendo la necesidad de más y nuevas especialidades.

Trae consigo mejoras innegables para la vida en las áreas de comodidad, salud y productividad, pero esas mejoras tienen su propio aguijón en la cola.

Podemos viajar más rápido y mejor, pero más que nunca, más personas mueren a causa de los viajes.

Podemos extraer energía de un átomo para abastecer a una ciudad, o acabar con ella.

El Holocausto es inconcebible al margen de los avances tecnológicos.

Los hombres hicieron la guerra antes de la era de las máquinas, y algunas de esas guerras cobraron miles de vidas.

Hoy en día éstas pueden, y han cobrado millones. Así que no estemos demasiado orgullosos de nuestros logros.

Nuestra capacidad para crear nuevas maravillas habla del genio de la mente humana, pero va acompañado por nuestra capacidad para crear nuevos horrores, ya que la mente humana con frecuencia es regida por el pecado en este mundo caído.

Aparte de la penicilina y logros médicos similares, no se puede pensar seriamente en algún progreso que no ha traído su parte de nuevos problemas en el mundo, desde los viajes en avión a la computadora personal.

Ninguna persona viviente del siglo XIV podría siquiera concebir que 224 almas pudieran ser asesinadas al mismo tiempo por su forma de transportarse, o por su identidad, riqueza, o reputación por alguien usando un dispositivo para escribir que puede comunicarse con millones de máquinas similares al instante.

Sócrates pensaba que la tecnología radical y peligrosa llamada «escritura» nos haría débiles de la mente.

¡Y ni siquiera usó Twitter!

  

OTROS DEBATES PERO MÁS PROFUNDOS

Leemos acerca de los intelectuales medievales debatiendo solemnemente sobre el sistema ptolemaico, la brujería, los humores, u otras cosas que parecen extrañas y desacreditadas a nuestros ojos, y suponemos que esos hombres eran estúpidos.

Este tipo de pensar modernista es un enorme fracaso intelectual. En todo caso, ¿la experiencia no nos sugiere que no somos ni menos ni más inteligentes?

Un completo analfabeto de la era pre-moderna podía escuchar y entender largos y teológicamente detallados sermones, y jugar con giros lingüísticos complejos.

Los ejercicios dados a los niños pequeños en algunas escuelas podían retar la capacidad de muchos de nuestros estudiantes universitarios.

Más cerca de nuestros días, miles de personas acudieron a escuchar los debates Lincoln-Douglas en 1858, que duraban horas y se llevaban a cabo con lenguaje retórico, complejo y elevado.

Incluso la generación de nuestros padres lo hizo mejor, al salir de la escuela secundaria con el dominio de muchos temas fundamentales.

Sabían su civismo (70% de los estudiantes universitarios modernos reprobaría una prueba de educación cívica básica), tendían a lograr maravillosas hazañas de memorización, cuando los estudiantes contemporáneos olvidan cosas dichas cinco minutos antes, y tienden a derrumbarse cuando son expuestos a otros puntos de vista.

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“TIENE QUE HABER UNA EXPLICACIÓN CIENTÍFICA”

Esto abre una paradoja: a medida que la acumulación de datos continúa creciendo, nuestra capacidad para procesar los datos de forma inteligente continuará disminuyendo.

Frente a un superávit de conocimiento (en gran parte superfluo o francamente falso), la información útil se ahoga.
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La relación señal-ruido del mundo moderno es mucho menor de lo que era en cualquier momento en el pasado.

Nuestra hipótesis principal frente a algo peculiar o inexplicable es: «Tiene que haber una explicación científica.»

Los materialistas modernos llevan esto aún más lejos hacia al insistir que incluso realidades que, obviamente, no se pueden reducir a materialismo puro: amor, sacrificio, libre albedrío, fe, Dios, el alma humana, conciencia, y así sucesivamente – son meramente mecánicas o inexistentes.

Eso es un nivel de fundamentalismo cientificista tan radical al que ya no se le puede hallar ninguna lógica o razón.

  

EL SENTIDO QUE DIOS LE DABA A LAS COSAS

La mente medieval sabía que Dios existía, y por lo tanto las cosas tenían sentido.

Pero algo inexplicable no necesariamente tenía sentido porque «Dios lo hizo» (o el diablo).

Había explicaciones naturales perfectamente racionales para muchas cosas misteriosas, desde la floración de las plantas hasta la locura humana y el movimiento de las estrellas.

Eran racionales no porque eran explicadas por un proceso mecánico sin sentido, sino porque fueron creadas por Dios, y por lo tanto reflejaban el orden, el amor y el poder de la mente de Dios.

Y cuando las cosas se descomponían -cuando el mal se abría paso en el mundo en la forma de enfermedades, guerras y desastres- eso también se entendía a la luz de Dios.
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Que creó un mundo perfecto, permitiéndonos entonces la libertad de hacer con ello lo que quisiéramos.
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Elegimos el pecado, y el mundo cayó.

Por lo tanto, este hombre medieval, contemplando las maravillas y horrores de su mundo – que era tanto más maravilloso y, en la mayoría de los casos, menos horrible que el nuestro – sabía que todo tendía hacia un propósito, un fin.

El significado era inherente a la vida – en la alegría o la tristeza – no porque el mundo podría ser abierto para revelar sus secretos, sino porque el mundo se originó de la mano de un Creador perfecto y racional.

Que algunos piensen que este hombre medieval era un tonto por sostener tales puntos de vista, dice mucho sobre nosotros, y nada en absoluto sobre él.

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EL CASO DE LA INQUISICIÓN

Este temperamento moderno halla justificaciones de la barbarie en instituciones medievales. Y a menudo nos encontramos pidiendo disculpas por la Inquisición.

Vemos los inquisidores como tíos torpes en reuniones familiares; nos alejamos de ellos.

Aceptamos la historia contada por los que no siempre tienen el mejor interés de la Iglesia en mente.

Cuando nos enfrentamos a acusaciones sobre la Inquisición, consentimos.

Lo hacemos por miedo, vergüenza, porque no conocemos nuestra propia historia.

Sin embargo debemos llegar a apreciar lo que los hombres de la antigüedad hicieron para preservar la verdad.

La Inquisición no fue creada con el fin de perseguir a los herejes.
.
Más bien estaba destinado a proteger los derechos de las personas acusadas de herejía
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En la era pre-moderna, la herejía era vista como no sólo una ofensa contra Dios, sino como un acto de traición contra el Estado. 

Por esta razón el Estado ejecutaba herejes, no la Iglesia.

El papel de la Iglesia era llevar a cabo la investigación con el objetivo de proteger a los inocentes. Este proceso de investigación se llamó la Inquisición.

La Inquisición fue esencialmente una corte teológica. Hubo tres inquisiciones principales: la Inquisición Medieval (en contra de la herejía albigense), la Inquisición Española (formado a finales de los años 1400) y la Inquisición Romana (más tarde la Congregación de la Doctrina de la Fe).

La Inquisición medieval y la española se asocian más fácilmente con el término «Inquisición».

La mayoría de los escritores anti-Inquisición tienen tres principales objeciones a la Inquisición:
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A) los inquisidores con frecuencia torturaban a los acusados para obtener confesiones falsas;
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B) La Inquisición daba la oportunidad a venganzas personales;
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C) La Inquisición fue responsable de la muerte de millones de víctimas. 

  

Objeción A: La tortura se utilizaba con frecuencia para obtener confesiones

Esta primera objeción es quizá la objeción más generalizada en contra de la Inquisición.

Películas, programas de televisión y obras historias populares sugieren que los inquisidores torturaban al acusado para obtener confesiones falsas, y luego utilizaban estas confesiones para ejecutar a los prisioneros.

Sin embargo, el registro histórico muestra que este no era el caso.

Aunque se permitía la tortura durante la inquisición, se utilizaba muy poco.

Reglas estrictas acompañaban la disposición que permitía la tortura.
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La tortura no podría poner en peligro la vida de los acusados, ni podría dejar una marca permanente (ni, según algunas fuentes, que el sospechoso sangrara).

Los inquisidores en realidad no infligían la tortura; autoridades civiles los hacían, con los inquisidores allí para asegurarse que las autoridades civiles no dañaban el sospechoso.

Una vez que un sospechoso indicaba su deseo de confesar, todas las torturas cesaban.
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La confesión era escrita como el sospechoso la daba, y se le leía de nuevo a él dentro de las veinticuatro horas.
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Si el sospechoso accedía a la confesión, la firmaba, y el juicio terminaba.
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Si él no estaba de acuerdo con la confesión, o revertía y se negó a retractarse de sus enseñanzas, no podía ser torturado de nuevo.

La tortura era un último recurso, cuando no había pruebas abrumadoras de que un sospechoso no confesaba la culpabilidad.

Una confesión auténtica era necesaria para cualquier veredicto.

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Objeción B: La Inquisición era en gran parte una herramienta para venganzas personales

Otra afirmación que los defensores anti-Inquisición hacen es que incluso si las torturas eran pocas y distantes entre sí, la corrupción humana, siendo lo que es, permitía a la Inquisición ser una herramienta de venganza y venganzas personales. 

Tiene sentido que este fuera el caso, ya que vemos la corrupción en la mayoría de las instituciones humanas.

Al examinar los registros históricos, sin embargo, muestran que no sólo no era el caso, sino que se establecieron procedimientos de la Inquisición para evitar este tipo de abusos.

Los inquisidores no sólo recogían informes de herejías locales, sino que también recogían información sobre los herejes, incluyendo listas de enemigos de los herejes y otras fuentes, normalmente proporcionadas por los acusados.

Si alguno de esos enemigos testificaba en contra del acusado, la evidencia era considerada como poco fiable. 

Se requerían dos testigos confiables para proceder con el juicio y la falta de pruebas desestimaba muchos casos, en estas primeras etapas.

Si el juicio procedía y el sospechoso era declarado culpable de herejía, tenía el derecho de apelar al Papa para un nuevo juicio. 

Todas estas disposiciones protegían al sospechoso de abuso por parte de los inquisidores durante el juicio.

Si un inquisidor mostraba signos de abusar de su posición, se enfrentaba a un despido inmediato.

La Iglesia no toleraba tal abuso.

  

Objeción C: Hubo millones de víctimas de la Inquisición

Incluso si no hubo otros motivos siniestros, el alto número de muertos, millones de personas, debería ser suficiente para justificar la condena de la Inquisición. 

Los informes de un número muy elevado se lanzan con frecuencia en las narrativas históricas populares.

Sin embargo, al igual que con las dos objeciones anteriores, las reclamaciones contra la Inquisición no se basan en la historia.

Se produjeron ejecuciones, como se señaló anteriormente, por las autoridades civiles; sin embargo, fueron sorprendentemente raras, sobre todo teniendo en cuenta el número de ejecuciones llevadas a cabo por otras razones en Europa.

Bernard Gui, el más famoso inquisidor de la Inquisición medieval, presidió 930 casos de herejía durante sus diecisiete años como gran inquisidor (1306 a 1323); de esos 930 casos, sólo en cuarenta y dos terminó con ejecuciones, alrededor del 5% de sus casos.

Torquemada, el famoso inquisidor durante la primera Inquisición española, tuvo un récord aún más bajo: ejecutó sólo el 1% de los herejes.
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El número de muertos de la Inquisición es en gran medida una calumnia, exagerada.

Si alguien trata de atacar a la Iglesia invocando el fantasma oscuro de la Inquisición, debemos acercarnos con caridad y comprensión, dejando las cosas claras, para que, una vez que se hable del registro histórico.

Del mismo modo, también deberíamos actuar con serenidad, caridad y firmeza para explicar cómo era la cultura medieval y desacreditar las caricaturas modernistas que se hacen sobre ella.

  

LOS CRISTIANOS NO DEBERÍAN IDEALIZAR LA EDAD MEDIA

Desde el siglo XIX se ha dado entre los católicos tratar la Alta Edad Media como un verdadero ideal de la civilización.

En verdad hubo algunos aspectos que llevaron a los católicos a creer que la Edad Media estaba más cerca de la perfección qué el mundo post Renacimiento.

Pero en el renacimiento los católicos abrazaron las nuevas tendencias.

E incluso se inició como un movimiento del humanismo cristiano, bajo la influencia de pensadores como Petrarca y Santos como Tomás Moro y Francisco de Sales.

Incluso el arte renacentista y la arquitectura fueron promovidos por la Iglesia en esa época.

La discusión si el renacimiento fue un movimiento predominantemente del humanismo cristiano o del humanismo neopagano surgió después.

Pero en el siglo XIX comenzó el movimiento romántico qué idealizó la Edad Media.

Lo vemos en la literatura, por ejemplo con novelas de Sir Walter Scott como Ivanhoe.

Y también en las artes como en la arquitectura, donde comenzó la preeminencia del neogótico romántico.

En muchos casos se pensó que el ideal era la restauración medieval del catolicismo.

Que esa era la respuesta a la pérdida de fe que se acentuó en el Renacimiento.

Y mientras esto sucedía en el catolicismo, el resto del mundo fue abandonando esa idealización romántica del medioevo.

Y es entonces que surgió la crítica feroz hacia la Edad Media y la denominación de un período oscurantista.

Pero como todos los periodos históricos tienen sus lados luminosos y oscuros.

Los católicos deberían considerar hay algunos aspectos positivos del Renacimiento y algunos aspectos negativos de la Edad Media para hacer un juicio correcto.

El Renacimiento ni la época Moderna pueden concebirse sin los adelantos culturales y científicos de la Alta Edad Media.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Es contundente que el Cristianismo Construyó la Civilización Occidental y la Ciencia

Una de las ideas falsas es que el cristianismo fue un impedimento para el progreso científico.

Y que sólo cuando Occidente se quitó los “grilletes” del dogma cristiano, se elevó a alturas inimaginables en la ciencia y la tecnología.

Pero no fue así sino lo contrario.

Lejos de constituir un obstáculo para la actividad científica, el cristianismo animó a la exploración del mundo físico y el progreso científico.

Están divulgando una historia falsa con el objeto de descristianizar el mundo.

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En este artículo relatamos la investigación de Thomas E. Woods Jr., historiador y escritor estadounidense, que ha escrito el libro “Cómo la Iglesia construyó la Civilización Occidental”.
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Donde demuestra que el mundo moderno y sus instituciones deben su existencia a personas profundamente influidas por la doctrina
católica; en especial los monjes medievales.

Woods argumenta, de forma convincente, que la moderna ciencia experimental comenzó a finales de la Edad Media.

Debido a la creencia cristiana que Dios creó un “orden” en el universo que puede ser conocido gradualmente por los hombres.

Por medio de la experimentación – un componente clave del método científico – llegamos a conocer la naturaleza del universo que Dios creó, porque es racional, predecible e inteligible.

Sin embargo la narrativa contemporánea occidental es que el catolicismo fue una fuerza retrógrada que sumió a la civilización en la oscuridad de la Edad Media.

Y que recién cuando surgió el racionalismo, en el renacimiento, fue que se desarrolló la ciencia.

Todo esto es claramente erróneo, falso y sesgado ideológicamente.

   

LAS IDEAS DE LA CONCEPCIÓN CRISTIANA QUE IMPULSARON LA CIENCIA

La concepción cristiana de Dios y de su creación física ha demostrado ser sumamente propicia para el florecimiento de la ciencia.

¿Cómo es eso?

El cristianismo concibe a Dios como creador racional y benévolo que trajo a la existencia un universo dotado de racionalidad, orden y propósito.

La obra de Dios no está dominada por el caos o el misterio o el azar, ni es demasiado compleja para la comprensión humana.

En cambio, funciona de acuerdo con leyes invariables, coherentes y racionales, que son accesibles a la mente de investigación y observación.

Puesto que Dios creó al hombre a su imagen, los seres humanos son bendecidos con el don de la razón y están poseídos de la capacidad de investigar y comprender los patrones racionales, fijos, y divinamente establecidos de acuerdo con las cuales opera el universo.

Por lo tanto, no debería ser una sorpresa que algunos de los más grandes científicos de la historia, incluyendo las estrellas de la revolución científica, eran devotos cristianos, algunos de los cuales escribieron sobre teología, así como sobre ciencia.

Otra idea cristiana clave que facilitó el éxito de Occidente se relaciona con el concepto del tiempo como algo lineal en vez de cíclico.

La historia está impregnada de propósito porque se mueve hacia adelante en lugar de girar en círculos.

El cristianismo, en otras palabras, es una religión progresista e inclinada hacia adelante.

El cristianismo tiene fe en la capacidad del hombre no sólo para desbloquear los secretos del universo.

La creencia cristiana en el libre albedrío ha rescatado para que el hombre se hunda en el fatalismo.

Le animó a ser activo, y la fe le inculcó la capacidad de alterar su destino y tomar el asunto en sus propias manos.

Un error común es que el cristianismo es una religión inherentemente del otro mundo.

Que anima a sus seguidores a alejarse del mundo material, a renunciar a las posesiones mundanas, y dar prioridad a la búsqueda espiritual a expensas de las preocupaciones mundanas.

Es sumamente simplista referirse a los monjes y sus vidas ascéticas con el fin de corroborar que el cristianismo es hostil a la vida terrenal y material de progreso.

Además de la oración, la contemplación religiosa, y de la caridad, los monjes de la Edad Media transcriben los manuscritos de incalculable valor del legado grecorromano, con el consiguiente peligro del olvido.

Las órdenes monásticas se convirtieron en centros de aprendizaje y de investigación.

Los monjes medievales también participaban en el trabajo manual y la actividad agrícola, lo que tuvo un impacto enormemente beneficioso sobre su entorno físico.

E hicieron impresionantes logros tecnológicos como vamos a ver ahora.

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Primeros Relojes en la Edad Media

   

LA EDAD MEDIA

Hemos sido atomizados con la idea de que la Edad Media fue un período de oscurantismo e injusticias.

Una época en que la Iglesia Católica ejerció dictatorialmente su poder terrenal basándose en los miedos que utilizaba por ejercer su poder espiritual y de dominio de masas.

Ahora, historiadores eruditos del siglo XX han concluido en sus estudios, que la Iglesia Católica, lejos de ser una piedra de molino atada al cuello de la razón del hombre, fomentó y auspició el saber y la cultura en todos los ámbitos a su alcance en ese tiempo.

Es bien sabido, por ejemplo, que los clásicos, griegos y romanos, llegaron a nosotros por la infatigable copia de los mismos realizada una y otra vez durante décadas en los monasterios.

Es en ese sentido, que el Prof. Thomas Woods, infatigable estudioso e investigador del tema, nos dice:

“Lo cierto es que la Iglesia “construyó la Civilización occidental”.

Y nos aclara Woods:

“La mayoría de la gente reconoce la Influencia de la Iglesia en la música, el arte y la arquitectura.

Pero, con la excepción de los eruditos de la Europa medieval, todos o casi todos creen que los mil años que precedieron al Renacimiento fueron tiempos de ignorancia y represión, carentes de un debate enérgico y de un Intercambio Intelectual animado.

Y que todas las comunidades intelectuales vivían sometidas a una estricta conformidad implacablemente Impuesta”.

Y continúa:

La historia del catolicismo es para la mayoría de la gente, un compendio de Ignorancia, represión y estancamiento.
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Que la civilización Occidental tenga una gran deuda con la Iglesia por la existencia de las Universidades, las instituciones benéficas, el Derecho Internacional, las ciencias y otros Importantes principios legales, entre otras muchas cosas, no nos ha sido inculcado con especial rigor.
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Sin embargo, la civilización occidental debe a la Iglesia católica mucho más de lo que la mayoría de la gente, incluidos los católicos, tiende a pensar”.

Y concluye Woods insistiendo con su afirmación, basada en innumerables investigaciones de eruditos del pasado y del presente:

“Lo cierto es que la Iglesia Católica “construyó” la Civilización occidental”.

Luego, comienza a detallarnos, punto por punto los aportes realizados por nuestra tan menospreciada Iglesia:

“En los así llamados «Tiempos Oscuros» de la Edad Media, la iglesia desarrolló en Europa el sistema de las universidades, un verdadero regalo de la civilización occidental al resto del mundo”.

“Causa verdadero asombro”, nos dice el prof.Woods, “entre los historiadores, el extremo que llegó a alcanzar el debate intelectual, libre y sin cortapisas, en estos centros de enseñanza.

La exaltación de la razón humana y sus capacidades, el compromiso con un debate racional y riguroso, y el impulso de la investigación intelectual y el intercambio académico -todo ello patrocinado por la Iglesia- proporcionaron el marco necesario para la extraordinaria revolución Científica que habría de producirse en la civilización occidental”.

monje escribiendo libro

   

SACERDOTES Y MONJES FUERON LOS GRANDES CONSTRUCTORES DE LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA

La mayoría de los historiadores de la ciencia han concluido en los últimos cincuenta años que la Revolución Científica se produjo gracias a la Iglesia.

La aportación católica a la ciencia no se limitó a la esfera de las ideas ya que muchos Científicos eran sacerdotes.

El padre Nicholas Steno, es considerado el padre de la geología, mientras que el padre de la egiptología fue el P. Athanaslus Kircher.

Podemos sorprendernos al enterarnos que la primera persona que midió el índice de aceleración de un cuerpo en caída libre fue otro sacerdote, el padre Giambattista Riccloli.

Y nuestro asombro llegaría al máximo si se nos informa que al padre Roger Boscovich se le suele atribuir ¡el descubrimiento de la moderna teoría atómica!

No estamos preparados para tantas sorpresas. Los Jesuitas, por ejemplo, llegaron a dominar el estudio de los terremotos a tal punto que la Sismología se dio en llamar en aquellos tiempos la «ciencia Jesuita».

Y aunque la contribución de la Iglesia a la astronomía es prácticamente desconocida, cerca de treinta y cinco cráteres lunares llevan el nombre de Científicos y matemáticos Jesuitas.

El prof. J. L. Reilbron, de la Universidad de Berkeley, California, afirma

“La Iglesia Católica Romana ha proporcionado más ayuda financiera y apoyo social al estudio de la astronomía durante seis siglos que ninguna otra institución, y probablemente más que el resto en su conjunto”

Para terminar esta somera relación, no debemos olvidar tampoco, que, en el Siglo XIII, Roger Bacon, franciscano y profesor de Oxford, fue admirado por sus trabajos matemáticos y ópticos, y está considerado un precursor del método Científico moderno.

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Apicultura de los Benedictinos

   

LOS MONJES, ESOS GRANDES DESCONOCIDOS

Los monjes preservaron la herencia literaria del mundo antiguo, por no decir la propia existencia del alfabetismo.

Si bien la importancia de la tradición monástica ha sido más o menos reconocida por la Historia occidental, el aporte de los monjes fue en realidad mucho mayor.

Es difícil señalar a lo largo de la Edad Media una sola empresa significativa para el progreso de la Civilización en la que la intervención de los monjes no fuera decisiva.

En las propias palabras del Prof. Woods,

“Según se describía en un estudio sobre el particular, los monjes proporcionaron a toda Europa una red de fábricas, centros para la cría de ganado, centros de investigación”

“La Iglesia hubo de asumir la tarea de introducir la ley del Evangelio y la ética del Sermón de la Montaña entre gentes para quienes el homicidio era la más honrosa de las ocupaciones y la venganza era sinónimo de justicia”.

Sin duda alguna fue San Benito, reconocidamente padre y patrono de Europa, el principal arquitecto de los monasterios occidentales y los benedictinos, sus hijos espirituales, fueron los padres de la civilización europea.

En una época en la que era común el retiro a las zonas solitarias de muchos buscadores de lo espiritual, Benito cambió el rumbo.
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Construyendo comunidades espirituales y de economía auto sustentable, que dieron origen a maravillosos ejemplos de trabajo e industria.

Durante décadas y aún cientos de años, los monjes preservaron el patrimonio literario de la humanidad con su paciente copiado de los clásicos, ya en vía de perderse para siempre.

Pero además, fueron un ejemplo de espiritualidad industriosa, que dejó el legado a la posteridad de los beneficios del trabajo, tan menospreciado entonces, para la edificación de la humanidad.

Otros especialistas añaden:

Debemos agradecer a los monjes la recuperación de la agricultura en gran parte de Europa.
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Allá donde llegaban, transformaban las tierras vírgenes en cultivos, abordaban la cría del ganado y las tareas agrícolas, trabajaban con sus propias manos, drenaban pantanos y desbrozaban bosques”.

Su intervención fue tan decisiva, que hasta un historiador del siglo XIX que no simpatizaba con la Iglesia, Francois Guizot, tuvo que reconocer:

“Los monjes benedictinos fueron los agricultores de Europa; transformaron amplias zonas del continente en tierras cultivables, asociando la agricultura con la oración”.

En todas partes introducían los monjes cultivos e Industrias y empleaban métodos de producción desconocidos hasta la fecha por la población del lugar. Abordaban la cría de ganado y de caballos o las técnicas de fermentación de la cerveza, la apicultura o el cultivo de las frutas.

En Suecia desarrollaron el comercIo del grano.
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En Parma fue la elaboración del queso.
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En Irlanda los criaderos de salmón.
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Y en muchos otros lugares los mejores viñedos
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Almacenaban el agua en primavera para distribuirla en épocas de sequía, canalizaron fuentes de agua e introdujeron el regadío.

El descubrimiento del champagne fue asimismo obra de Dom Perignon, un monje de la Abadía de San Pedro, en Hautvilliers-del Marne, que había sido nombrado bodeguero de la abadía en 1688 y descubrió el champagne experimentando con distintas mezclas de Vinos.

Estos monasterios -dice un historiador- fueron las unidades económicas más eficaces que habían existido en Europa, y acaso en el mundo, hasta la fecha.

La maestría de los monjes abarcaba tanto las curiosidades de Interés como los asuntos más prácticos.

En los comienzos del Siglo XI, un monje llamado Eilmer voló a más de 90 metros de altura con un planeador, realizando una hazaña por la que sería recordado en los tres siglos siguientes.

No había actividad alguna, ya se tratara de la extracción o la elaboración de la sal, el plomo, el hierro, el alumbre, el yeso o el mármol, de la cuchillería, de la vidriería o de la forja de planchas de metal, en la que los monjes no desplegaran toda su creatividad y todo su fértil espíritu Investigador.
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Desarrollaron y refinaron su trabajo hasta alcanzar la perfección,
y su pericia se extendió por toda Europa.

Varios siglos más tarde, el padre Francesco Lana-Terzi, un sacerdote Jesuita, desarrolló la técnica del vuelo más sistemáticamente y se hizo merecedor del título de padre de la aviación.

Su libro de 1670, Prodromo alta Arte Maestra, fue el primer texto que describió la geometría y la física de una aeronave.

Hubo asimismo entre los monjes consumados relojeros.

El primer reloj del que tenemos noticia fue construido por el futuro Papa Silvestre II para la Ciudad alemana de Magdeburgo, en torno a 996.

La Abadía de Rievaulx, en el norte de Yorkshire, Inglaterra, llegó a alcanzar un grado de complejidad tecnológica comparable al de las grandes máquinas de la revolución Industrial del Siglo XVIII.

Una crónica del siglo XIII, sobre el uso de la energía hidráulica por parte de los monjes cistercienses citada en David Buckhurst, “Monastic Watermills”.

Tal como atinadamente señala el historiador Christopher Dawson, fueron los monjes quienes impidieron que la luz del conocimiento fuese apagada por las hordas de bárbaros que durante cientos de años asolaron Europa.

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Universidad medieval

   

LAS ESCUELAS CATEDRALICIAS Y LA MINÚSCULA CAROLINGIA

Nosotros, que tan fácilmente escribimos y leemos, tal vez no tenemos conciencia histórica de cómo se fueron sucediendo los hechos para que esto así sucediera.

Hubo dos figuras relevantes en el trazado de las redes culturales que sirvieron de base a nuestra civilización: Carlomagno y Alcuino de York.

En el siglo IX, Carlomagno, convencido de la belleza, la verdad y la superioridad de la religión católica, hizo cuanto pudo por construir la nueva Europa pos imperial sobre los cimientos del catolicismo.

Aún sin saber él mismo escribir, impulsó fuertemente la educación y las artes, para lo cual pidió a los obispos la organización de escuelas en torno a sus catedrales. Según explica e! historiador Joseph Lynch:

“La escritura, la copia de libros, el arte, las obras arquitectónicas y el pensamiento de los hombres educados en la catedral y en las escuelas monásticas, propiciaron un importante cambio cualitativo y cuantitativo de la vida intelectual”

La otra figura principal intelectual del Renacimiento carolingio fue el anglosajón Alcuino de York, poseedor de una de las mentes más extraordinarias de su época.

Discípulo del gran santo e historiador eclesiástico Beda el Venerable. Alcuino fue diácono y director de la escuela de la catedral de York, pero fue enviado a Italia y eso cambió la historia.

Las semillas del conocimiento sembradas por este hombre preclaro, germinaron en la Iglesia, que una vez más actuó en aras de la Civilización.

Después de las invasiones bárbaras, que dejaban todo asolado, había que recomenzar y “no había sino una tradición disponible, y ésta emanaba de las escuelas de la época, desarrolladas por Alcuino”.

Copia de Manuscripto Alexander Highsmith fondo

Sobre él, escribe David Knowles:

 El gran Alcuino de York, insistió en la necesidad de realizar buenas copias de los mejores modelos de los libros de textos, y lo organizó de forma excelente en numerosos lugares, dando un nuevo impulso a la técnica de la copia de manuscritos.
.
Práctica que continuó sin pausa en multitud de monasterios, más metódicamente y con un enfoque más amplio que anteriormente.
.
Y en la minúscula carolingia, halló una herramienta de gran poder.

Con Alcuino se inició el gran período de la transcripción de los manuscritos latinos, tanto patrísticos como clásicos, y esta acumulación gradual de libros escritos con claridad (y mayor corrección) resultó de inestimable valor cuando, siglos más tarde, se produjo el Renacimiento Global”.

La minúscula carolingia, fue otro logro sustancial del Renacimiento carolingio, ya que era una letra redonda, pareja, donde las palabras eran separadas por espacios y que podía leerse claramente, contrariamente a los manuscritos clásicos, que eran casi ininteligibles.

Las diversas escrituras en uso antes del nacimiento de la minúscula carolingia no eran fáciles de leer, y su trazo exigía amplias dosis de paciencia; no existían las minúsculas (el alfabeto se componía sólo de mayúsculas), ni los signos de puntuación o los espacios entre palabras.

Según Philippe Wolff,

La minúscula carolingia -desarrollada por los monjes católicos- fue la clave de la alfabetización en la Civilización occidental

Teodulfo, amigo de Alcuino, obispo de Orleans y abad de Fleury, auspició análogamente la expansión de la educación:

Los sacerdotes abrirán escuelas en pueblos y ciudades.

Si alguno de los fieles les confía a sus hijos para que aprendan las letras, no se negarán a instruir a estos pupilos con absoluta claridad…

Los sacerdotes deberán desempeñar esta tarea sin pedir pago alguno por ella y, caso de recibIrlo, no aceptarán de los padres más que pequeños obsequios”

Si bien las continuas invasiones bárbaras fueron un azote que persistió a través de los siglos, la infatigable determinación de obispos, monjes, sacerdotes, intelectuales y administradores civiles católicos salvó a Europa de una segunda caída.

El historiador Christopher Dawson, nos cuenta que, tras el declive del Imperio Carolingio, los monjes iniciaron la recuperación del saber:

Fueron los grandes monasterios, especialmente los del sur de Alemania -San Gall, Relchenau y Tegernsee- los únicos reductos de vida intelectual en pleno resurgimiento de la barbarie, que una vez más amenazaba con aplastar a la Cristiandad.

La conservación tanto de la herencia clásica de Occidente como de los avances del Renacimiento carolingio no fue tarea fácil.

Las hordas invasoras saquearon numerosos monasterios e incendiaron las bibliotecas cuyos volúmenes eran mucho más preciados para la comunidad intelectual de la época de lo que cualquier lector moderno, acostumbrado a disponer de una enorme abundancia de libros accesibles, puede Imaginar.

Tal como atinadamente señala Dawson, fueron los monjes quienes impidieron que la luz del conocimiento se apagase.

Porque, aunque quedara un solo monje, él empezaba nuevamente el trabajo de reconstrucción de lo destruido.

viejo telescopio

   

LA UNIVERSIDAD NUESTRA, ¿UN FENÓMENO MEDIEVAL?

Las escuelas catedralicias dieron origen a ese magnífico proyecto educativo que fueron y son las Universidades.

La Universidad fue un fenómeno enteramente nuevo en la historia de Europa.

Ni en Grecia ni en Roma había existido nada similar a la Institución que hoy conocemos, con sus facultades, programas, exámenes y títulos, así como la diferencia entre estudios superiores y estudios de grado medio, procede directamente del mundo medieval.

Según el historiador Lowrie Daly, la Iglesia desarrolló el sistema universitario porque era la única institución en Europa que mostraba un interés riguroso por la conservación y el cultivo del conocimiento.

venecia bancos
Bancos en Venecia

   

LA IGLESIA, ¿FUNDADORA DE LA ECONOMÍA MODERNA?

Hemos tratado, en este trabajo, de hacer un resumen demasiado sintético de lo que fue el aporte de la iglesia Católica en lo que llegó a ser nuestra civilización occidental, deseamos hacer una última mención, sobre las bases de la economía, un tema tan moderno y cuyos orígenes eran habitualmente remitidos hacia Adam Smith, en el Siglo XVIII.

Pero, ya en la Edad Media y en épocas posteriores los escolásticos comprendieron y teorizaron sobre la libre economía en términos que a la postre resultarían sumamente fructíferos para el desarrollo del pensamiento económico en Occidente.

La economía moderna es por tanto otra de las áreas de Importancia en las que la influencia católica se ha visto hasta hace poco oscurecida o pasada por alto, aunque lo cierto es que hoy la historia parece haber cambiado.

Modernos eruditos subrayan la importancia del pensamiento económico de los últimos escolásticos, en particular los teólogos católicos españoles de los Siglos XV y XVI.
.
Algunos, como el gran economista del Siglo XX, Joseph Schumpeter, han llegado a calificar a estos pensadores católicos de fundadores de la moderna ciencia económica.

escenas de la edad media

   

LOS DIEZ MANDAMIENTOS Y LAS LEYES DE LA NACIONES

Existen muchos más campos en los que la Iglesia ha tomado el papel de maestra y ha intentado dirigir, a la luz del Evangelio, las rudas mentes de los hombres de todas las épocas.

Las leyes de las naciones, se han basado hasta ahora, en el Decálogo dado por Dios a Moisés, o sea, en los Diez Mandamientos.

Según el experto Harold Berman:

“Fue la Iglesia quien enseñó por primera vez al hombre occidental lo que es un sistema legal moderno, quien enseñó que costumbres, estatutos, casos y doctrinas en mutuo conflicto pueden reconciliarse mediante el análisis y la síntesis”

En Alemania, por ejemplo, la Iglesia se vio obligada a introducir una serie de procedimientos judiciales de corte racional, además de complicados conceptos legales, para acabar con las ordalías, arraigadas en la superstición, que caracterizaban el orden legal germánico.

Someter al acusado a introducir el brazo en agua caliente, o tirarlo al agua con una piedra atada al cuello, como elementos probatorios de su inocencia, eran algo común entre las mentes bárbaras.

 Occidente, ¿adónde irás si te apartas de lo que fue tu cuna? ¿Qué leyes te regirán, qué orden acomodará tu desorden?
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Te has alejado de Dios, Occidente y tu decadencia ha comenzado.
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Vuélvete a Él, o estarás a merced de los que quieran atacarte.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Por los caminos medievales: la edad de oro de la devoción mariana

Durante la Edad Media, el nacimiento de muchas órdenes religiosas y la construcción de santuarios son los signos principales de la devoción a la Madre de Dios. Pero también la literatura y la iconografía reflejan este sentimiento popular

La Edad Media es la Edad de oro de la devoción mariana en occidente. La teología, la iconografía y el culto marianos profundamente arraigados en la cristiandad oriental pasan con una fuerza creciente también a occidente renovados con el encuentro entre los nuevos pueblos, latinos, germanos, celtas y eslavos, convertidos al cristianismo.

Estos pueblos cristianizados aportan, según su propia sensibilidad, nuevos elementos en las expresiones cultuales relacionadas con la Madre de Dios. Los escritores eclesiásticos medievales desarrollan cada vez más la reflexión teológica sobre la posición única de María en el plano de la Redención, llegando a establecer que a ella se le debe un culto más elevado que a los demás santos y ángeles, un culto que se llamará de hiperdulía.

Refiriéndose a la Virgen, San Buenaventura afirma: «El hecho de que María sea preferida a las demás criaturas proviene de lo que la Madre de Dios es, y por eso tiene que ser honrada y venerada más que las demás. Los maestros teólogos llaman a este honor hiperdulía» (In III Sent., dist.9, a.1, q.3).

El sentido de la fe del pueblo cristiano lo ha percibido siempre de una forma sublime dedicando a la Virgen innumerables expresiones de afecto y devoción que impregnaban toda la vida religiosa y profana de la sociedad medieval. Los fieles quedaban atraídos y fascinados por la grandeza de María, como se expresa en toda la literatura popular y erudita medieval.

 

LA LITERATURA MARIANA

La piedad mariana se pone de manifiesto en las predicaciones, en los códices y en los libros de oración litúrgica como misales, libros de las horas y cantoneras miniadas de los monasterios y catedrales. Se difunden numerosas leyendas marianas donde se resalta la confianza en María y sus continuos milagros en favor de sus hijos devotos.

Los más renombrados monjes, escritores, oradores y misioneros medievales de occidente –como el inglés san Beda el Venerable (673-735) (de su pluma nacieron algunas de las más bellas poesías a la Virgen); el ravenés, gran reformador de la Iglesia, san Pedro Damián (1007-1072); san Anselmo de Aosta (1034-1109); san Bernardo; el dominico san Vicente Ferrer (1350-1419); el franciscano san Bernardino de Siena y muchos otros– dedican a la predicación mariana gran parte de sus energías y componen homilías, himnos y tratados de gran profundidad teológica y literaria en honor de María. Todo el Medievo está sembrado de una multitud de escritores, poetas y teólogos de María. Nos vemos en el compromiso de tener que elegir algunos nombres y textos.

 

MARÍA TIENE UN LUGAR DE HONOR EN LA PINTURA Y EN LA ESCULTURA

Desde la Alta Edad Media, se difunden por todas partes imágenes y esculturas de la Virgen que enseguida pasan a formar parte de los grandes mosaicos de las basílicas, de los murales románicos y de las portadas de las iglesias, casi siempre integradas en el ciclo de la historia salvífica cuyo centro es Cristo.

 

IGLESIAS, SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES

Durante el Medievo grandes multitudes se trasladan de una región a otra. Como observa Raymond Oursel (Peregrinos del Medievo. Los hombres, los caminos, los santuarios), en un clima de gran precariedad política y social, la gente que no siente un fuerte vínculo por su tierra se mueve buscando referencias seguras para la vida.

Los cristianos concebían la batalla por la salvación como un drama que recorre la vida y que implica a la Iglesia militante en la tierra junto con la Iglesia purgante (Purgatorio) y la triunfante (Paraíso). Por encima de todos está Dios, después, descendiendo, la Madre de Dios, María, los Ángeles y los santos (Vitor Turner -Edith Turner, Image and Pilgrimage in Christian Culture).

Este es el sentido de las peregrinaciones, de las iglesias dedicadas a los Misterios de Cristo, a la Virgen y a los santos. Los caminos que unen los países europeos están plagados de iglesias dedicadas a ellos. Algunas de estas iglesias se convierten en punto de referencia especial gracias también a los milagros y a eventos históricos vinculados a la protección de la Virgen como la liberación de una guerra, de una peste, la reconciliación entre facciones en guerra o simplemente a una aparición que presenta diferentes formas, desde el descubrimiento de un icono mariano, a una verdadera y propia aparición sobrenatural en momentos especialmente calamitosos.

Desde el siglo IX las iglesias dedicadas a la Virgen se multiplican. La primacía la tienen las consagradas al Misterio de la Asunción. Cuando aparece en las iglesias la costumbre de construir más capillas y altares laterales, no hay iglesia que no tenga una dedicada a la Virgen. A ella se dedican oratorios y pequeñas capillas, templetes marianos en los caminos del campo y en los cruces; a ella se dedican las campanas de las iglesias; los cristianos empiezan a bautizar tomando su nombre; surgen los primeros grandes santuarios marianos que pueblan la geografía europea y que son la meta de peregrinación de las más diversas regiones europeas como Puy-en-Velay en Francia; en España: Covadonga en Asturias, donde comienza la “Reconquista española” bajo la mirada de la Virgen; Montserrat en Cataluña; el Pilar de Zaragoza; Guadalupe en Extremadura.

En Inglaterra, conocida entonces como la “tierra de María” surge Walsingham (hacia el 1061). Este santuario mariano se considera la cuna del cristianismo en Inglaterra y tal vez sea la primera iglesia mariana de la isla, donde más tarde –hacia 1184– los normandos erigen una bellísima iglesia que será saqueada en 1530 en la época del cisma de Enrique VIII.

En Italia (desde el siglo XV), la Santa Casa de Loreto, construida sobre la casa de María de Nazaret. Pero todo el mapa europeo está sembrado de estos santuarios que muestran la mirada misericordiosa de María sobre el pueblo cristiano. Surgen confraternidades marianas que agrupan a artesanos y trabajadores, que dan solemnidad a las fiestas de María y erigen iglesias, oratorios y altares en su honor.

 

ÓRDENES RELIGIOSAS

Hacia el siglo XII asistimos a movimientos de intensa reforma eclesial; el caso más significativo es, sin duda, el de la orden cisterciense, guiado por la gran personalidad de san Bernardo.

Europa vive un contexto de profunda inquietud y de continuas peregrinaciones con una movilidad humana que hoy causa un profundo estupor. Nace el movimiento eclesial de los caballeros, cruzados y peregrinos. Ligados a estos fenómenos encontramos nuevas órdenes monásticas que nacen a partir de la experiencia benedictina, como los Cistercienses y el fenómeno de los Canónigos regulares, que cuidan con delicada atención la oración y el culto divino en colegiatas e iglesias, como los premostratenses. Todos ellos otorgan un puesto especial a María en su experiencia cristiana.

El fenómeno de esta movilidad cristiana a través de los caminos europeos y también hacia Tierra Santa, tanto para visitar los lugares santos como con motivo de las cruzadas, produce una doble consecuencia: los cristianos entran en contacto directo y físico con los lugares vinculados a la historia bíblica; especialmente, vuelven a descubrir los lugares de la vida de Jesús y de María. Además, traen reliquias y recuerdos de Tierra Santa vinculados a esos lugares. Construyen capillas e iglesias para custodiarlos y para poder “verlos” y “tocarlos”, se instituyen fiestas y sagrarios para poder “celebrarlos”; debido a que todos quieren una “reliquia”, muchas veces las dividen físicamente; papas, reyes, obispos, abades y nobles las donan a personas, iglesias y lugares como signo de amistad y de alianza.

En el mundo medieval en el que los matrimonios entre las grandes familias nobles, incluso geográficamente lejanas, están a la orden del día –desde Inglaterra y Dinamarca hasta España y Sicilia–, príncipes y mujeres nobles llevan consigo devociones, iconos y “reliquias” marianas, como parte de su misma dote o como signos de benevolencia hacia las nuevas “patrias”. Por otra parte, los peregrinos difunden las devociones marianas por doquier.

En este período nace y crece el movimiento de las ordenes hospitalarias y militares, como los Templarios y los seguidores de san Juan Crisóstomo o Caballeros de Malta, y otras congregaciones mixtas de sacerdotes y laicos, que tienen como punto de referencia comunidades monacales y de canónigos regulares. Todas estas congregaciones tienen como punto de partida, como corazón de su carisma, la presencia de María, que hace el Misterio de Cristo cercano, carnal y humano. Miran a María, es más sencillo para ellos seguir de cerca las “huellas” humanas de Cristo, que todos tratan incluso de tocar visitando los lugares de su vida mortal o, por lo menos, los lugares donde estos misterios son representados.

Nos adentramos, por tanto, en una nueva época iniciada a partir del siglo XIII, el “otoño del Medievo” y preámbulo de la modernidad. La época arrastra como herencia numerosos conflictos, pestes, guerras y duros contrastes con el Islam. Prisioneros, esclavos y enfermos están a la orden del día. Dios concede a su Iglesia carismas que responden a estas necesidades: las ordenes hospitalarias y las de la redención de los esclavos, como los Trinitarios y los Mercedarios, estos últimos nacidos en Barcelona bajo la protección de la Virgen de la Merced.

 

LAS ÓRDENES MENDICANTES

En este momento de cambio de época, nacen en el seno de la Iglesia movimientos a veces heterodoxos y neognósticos que enseguida se sitúan al margen de la Iglesia y la combaten; pero especialmente nacen otros que se mueven entre la búsqueda de una autenticidad evangélica y la fascinación por la renovación de la vida cristiana en la fidelidad a la Iglesia: son las órdenes mendicantes.

Estas nuevas órdenes sitúan en el corazón de su experiencia el Misterio de la humanidad de Cristo encarnado y, por tanto, la presencia de María. Ha sido siempre el signo de su eclesialidad y ortodoxia. Entre ellos recordamos algunos como los dominicos, los franciscanos, los carmelitas y los siervos de María que se ponen bajo la protección de la Virgen. Esta última orden tuvo su origen en la experiencia de gracia de siete comerciantes florentinos, que abandonaron sus actividades para buscar en la contemplación del Misterio de la Virgen, especialmente en sus sufrimientos, una unión más completa con Cristo.

A los diferentes fundadores se asocian numerosas devociones marianas que se harán muy populares hasta nuestros días como el Rosario (muy vinculado a los dominicos), el Misterio de la Navidad (es suficiente recordar “los nacimientos” iniciados con San Francisco en Greccio), la veneración de los sufrimientos de la Virgen, etcétera.

 

LA ORACIÓN

Este inmenso movimiento de devoción mariana tendrá una gran influencia en la liturgia de la Iglesia y en la institución de numerosas fiestas litúrgicas en honor de los diferentes misterios de la Virgen. Seguramente mucho antes del siglo IX, ya se consideraba el sábado como un día dedicado a Santa María.

Desde el siglo X encontramos monjes, clérigos y muchos laicos que empiezan a rezar una especie de pequeño oficio (Officium parvum) o Liturgia de las Horas en honor de la Virgen, antes circunscrita al sábado y extendida después a todos los días de la semana por obra de los monjes cistercienses, camaldulenses y canónigos regulares que lo añaden a su canto del rezo de las horas en sus iglesias. Además, el Papa Urbano II ordena que se rece después del Oficio solemne todos los sábados. Esto se convertirá en la forma más popular de oración a la Virgen en el Medievo que se conserva hasta nuestros días.

Sin embargo, son dos las invocaciones marianas que destacan en este período: el rezo del Avemaría y de la Salve Regina. La primera, añadiendo sólo la palabra “Jesús”, se convierte en la oración cristiana más recitada y universal junto con el Padrenuestro, a partir del siglo XII; a ella se añaden otras invocaciones tomando la forma actual con el “Santa María” a partir del siglo XIII. Muchos cristianos en la Edad Media empiezan a rezar 150 Ave Marías como imitación de la oración y de las invocaciones de los 150 salmos; el uso se extiende también como forma sencilla sustituyendo al rezo y canto del breviario de los monasterios. A veces se dividían en decenas; se introducían otras invocaciones; se recordaban los Misterios de la vida de Jesucristo. Así nació el Rosario y otras formas de oración del Avemaría a modo de salmodia. El Rosario se convirtió en una de las formas de oración más sencilla y más común del pueblo cristiano.

También la Salve Regina es otra invocación a la Virgen muy antigua, conocida ya antes de san Bernardo (siglo XII) y muy extendida entre el pueblo. En esa época siguieron difundiéndose los himnos, las secuencias como el Stabat Mater dolorosa y las composiciones rítmicas en honor de María, los laudes y las representaciones sagradas. El Angelus se extiende a partir del siglo XIII.

 

FIESTAS MARIANAS

Hay otras muchas fiestas de la Virgen que fueron instituidas en diferentes lugares durante el Medievo y que después se extendieron a toda la Iglesia. Es el caso de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María que se celebraba en Inglaterra y en Normandía en el siglo XI. El Misterio fue sacado a la luz teológicamente por san Anselmo: la preservación de la Virgen del pecado original.

La fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima santa Isabel (que hoy se celebra el 31 de mayo) tiene su origen en el siglo XIII; el papa Bonifacio IX (1389-1404) la extendió a toda la Iglesia y en 1608 Clemente VIII compuso los textos litúrgicos.

La devoción y la fiesta de la Virgen del Carmen tienen su origen en algunos caballeros cristianos que en el siglo XII se retiraron al monte Carmelo, en Palestina, donde el profeta Elías había defendido la fe de Israel en el Dios vivo. Se dedicarán a la contemplación del Misterio bajo el patrocinio de la Santa Madre de Dios, María. Así nació la orden de los Carmelitas. El primer general de la orden, el inglés san Simón Stock recibió de la Virgen el “escapulario”, como prenda y promesa de vida eterna y extendió su devoción y su fiesta (16 de julio).

Otra fiesta de origen medieval es la del Rosario, aunque se instituyó más tarde en honor de Santa María de la Victoria (así se llamaba al principio) para celebrar la liberación de los cristianos de los ataques de los turcos, en la victoria naval del 7 de octubre de 1571 en Lepanto (Grecia). Pero mucho antes, en el Medievo, los vasallos solían ofrecer a sus soberanos coronas de flores como signo de honor y sumisión. Los cristianos adoptaron esta costumbre en honor de María, ofreciéndole la triple “corona de rosas” que recuerda su alegría (Misterios gozosos), sus sufrimientos (Misterios dolorosos) y su gloria (Misterios gloriosos) al participar en los Misterios de la vida de su Hijo Jesús: este es el sentido del rosario. 

Fuente: Fidel González en huellas-cl.com

 

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El espejo mariano de la feminidad en la edad media

Es bien sabido que el siglo XII coincide con un movimiento de renovación espiritual marcado, entre otros rasgos, por el fortalecimiento de la devoción mariana (1) y que esta situación es tanto más innovadora cuanto que contrasta nítidamente con la que presentan los primeros siglos del medievo, caracterizados religiosamente por una devoción designo popular centrada en el culto a los santos –santos masculinos, casi en exclusiva (2) –.

Pues bien, ese movimiento que repercute sobre muchos y muy variados aspectos de la vida medieval, supone la exaltación, sobretodo el género humano, de una figura de mujer singularísima no sólo por sus capacidades, sino, en particular, por sus virtudes. Santa María Virgen, Madre de Jesús, el Cristo Redentor, se perfila ya con toda claridad, tras siglos en que sus devotos han ido distinguiendo las notas características de su imagen, como la presencia femenina por antonomasia en un santoral que, en sus dimensiones históricas, quizá había tenido –hasta entonces– inequívocos contenidos masculinos. Nadie ignora tampoco que Castilla, en concreto, y la Península ibérica, en general, se incorporó plena y entusiásticamente al movimiento produciendo, una trilogía de obras que se cuentan entre las más excelsas del XIII. Me refiero, claro es, a Los milagros de Santa María de Gonzalo de Berceo (3), al Liber Mariae del franciscano Juan Gil de Zamora (4), y a las Cantigas de Santa María, firmadas por el rey Alfonso X (5).

La corriente devocional de la Plena Edad Media ha insistido en utilizar, como temas preferentes de meditación, las figuras humanas de Jesús y de María, ya en sus relaciones mutuas, ya en sus perfiles y rasgos individuales, las relaciones y los perfiles que ilustran los Evangelios. Por este camino ambas figuras, la del Hijo y la de la Madre, se han ofrecido a los cristianos como los más acabados modelos de comportamiento. Y como tales se utilizan por una pastoral hábil que pretende, desde luego y en términos generales, animar a la práctica de las virtudes que adornaron a ambos, pero, también, exhortara la reproducción de los arquetipos que uno y otra representan (6).

En efecto, si Jesús es, nada más y nada menos, que el Dios encarnado para redimir al hombre de la caída de Adán, para María, la Nueva Eva, Madre del Nuevo Adán, que interpretó en la economía de la salvación el papel de vehículo inmaculado de la víctima que ha de ser inmolada, está reservado en la historia de la Iglesia un puesto sin parangón posible: Ella es la imagen humana de perfiles ideales por excepcionalísimos, patrón de conducta obligado para cualquier cristiano.

Pero aún podemos ir más lejos en el terreno de las prácticas devocionales. Tanto la Madre como el Hijo desarrollaron su vida terrena de acuerdo con la normativa imperante en una época y en un contexto cultural; y en esa época y en ese contexto cultural los papeles atribuidos a los dos sexos se diferenciaban con toda nitidez. Naturalmente, ambos acomodaron sus comportamientos, al menos en lo esencial, a los esquemas entonces establecidos para las personas de sus respectivos sexos. En consecuencia, las lecturas y meditaciones sobre los pasajes evangélicos han ido perfilando, en el siglo XIII, un arquetipo masculino y un paradigma femenino. Jesús aparece como el acabado ejemplo de varón y María –en mayor grado todavía, si cabe– como el espejo de actitudes a tomar por las mujeres.

Pues bien; incluso es posible afirmar que en razón de la calidad de las dos personas, ya la Edad Antigua y más aún la Edad Media, confundiendo lo sustancial con lo anecdótico, los modos y las modas, pudo interpretar que semejantes esquemas de conducta respondían a un orden social basado en la naturaleza de los sexos y, en consecuencia, querido por el Cielo. No tiene nada de particular que, una vez creados los modelos, la predicación aplicara todos los recursos a alentar la reproducción de los mismos.

 

LA IMAGEN FEMENINA DE LA NUEVA EVA

Es innegable que la constitución de un modelo femenino de manifiesta grandeza y superior dignidad en el contexto histórico de la Edad Media sirvió para redimir a las mujeres del lastre que venían arrastrando desde el comienzo de la historia: inculpadas de ser las responsables máximas de la caída en el pecado y, en consecuencia, del desencadenamiento de todos los males y todas las esclavitudes que, desde entonces, afligían a los mortales (7).

Porque, en efecto, María, el Ave visitada por el arcángel San Gabriel, inmaculada desde su concepción, plena de pureza y de gracia, se perfila ya en los primeros tiempos del cristianismo (8) y se confirma en este momento que nosotros estudiamos, como la contrafigura de Eva (9). Una y otra son madres, madres de gran significación, la primera de todo el género humano, la segunda del Redentor del mismo. Pero mientras en aquélla una actitud desobediente, consecuencia de la debilidad de su temperamento, se traduce en una conducta reprobable que precipita a todos sus hijos a un abismo de pecado y muerte, en Ésta la práctica de la obediencia–práctica que se destaca entre la de las otras virtudes que conforman el brillante abanico de sus cualidades– fortifica su carácter y hace irreprochable su conducta. Por ello es digna de engendrar al Hijo de Dios.

No nos puede sorprender, por tanto, que a lo largo de la Plena Edad Media la consideración de la mujer haya ido mejorando progresivamente hasta superar aquel estadio de la Alta Edad Media, en que «la fisiología femenina sugería apreciaciones y juicios negativos…en que se considera a la mujer la causa y el instrumento principal con que se consuma la concupiscentia carnis«10.Sin embargo, no nos equivoquemos ni llevemos al extremo las conclusiones. No faltan tratadistas para quienes las actitudes adoptadas por María en las páginas de los Evangelios, eran el mejor testimonio de la aceptación por Ella de la condición inferior de su sexo. Porque, si bien en un sentido teológico amplio la disponibilidad de María a las sugerencias divinas puede interpretarse como modelo de sometimiento de la creatura a su Dios en reconocimiento de la superioridad de su criterio; opuesta a Eva, como la opusieron algunos,

María sería la mujer obediente que, conocedora de las limitaciones intelectivas propias de la condición femenina, renunciaría a sus propias concepciones para someterse a cualquier ser catalogado como superior. La humildad y la obediencia, virtudes teóricamente genéricas, podrían ser entendidas en estos pasajes bíblicos –se dice– como virtudes de signo específicamente femenino. De todo lo cual se concluye que, de estas visiones, resultado de la elevación a categoría universal de algo que no pasaría de ser circunstancia histórico-cultural, habrían quedado justificadas las posturas inmovilistas.

 

LAS CLAVES DEL MODELO

Con el bagaje conceptual que la devoción mariana ha ido cosechando a lo largo de los siglos, el nuevo orden religioso que se erige en la Plena Edad Media dispone de los elementos más fecundos para intentar ofrecer a las mujeres un cuadro de dignas posibilidades de realización personal, sin que ello signifique el quebrantamiento del orden social establecido. A partir de ahora las mujeres podrán aspirar a alcanzar la perfección que adornó a María representando alguno de los papeles que la sociedad les tiene encomendado: ya en el de madres, ya en el de vírgenes; excepcionalmente en el de reinas o señoras, más frecuentemente en el de criadas. Pero siempre, mediante la práctica de aquellas virtudes que, aún siendo genéricas, la tradición consideró como más características de la Madre del Redentor: la castidad, la templanza, la modestia, la obediencia, la misericordia…

Debemos insistir en que el modelo, precisamente por el adorno de estas virtudes genéricas, es susceptible de ser propuesto tanto a mujeres–sus inmediatas destinatarias–, como a hombres. Las Homilías en honor de la Virgen, pronunciadas por San Bernardo ante los monjes de su comunidad, son el más depurado ejemplo de este género de utilizaciones (11).

La exaltación de la Madre de Misericordia, con entrañas caritativas hacia los suyos, representa toda una revolución. Por esta vía y progresivamente, se introducen en el código de comportamiento masculino valores y actitudes considerados al principio de la Edad Media como específicos de la mujer. Y por esta vía también, la sociedad del pleno medieval en su conjunto va alterando su axiología originaria y dando cabida en ella a rasgos menos violentos, más humanitarios.

En principio, la extensión y magnificación de María como Madre universal, capaz de salvar a los condenados por la justicia, tanto humana como divina (12), abre en los horizontes de la piedad –de la piedad popular, sobre todo– una profunda brecha con el pasado. La Divinidad, justiciera por antonomasia durante los primeros siglos medievales, ha adquirido, por imperativo de los tiempos (13) y por intercesión de María, rostros más humanos.

También es cierto, en sentido contrario, que en razón de la sensibilidad del momento, María verá resaltadas ciertas de sus notas distintivas, al tiempo que se encuentra privada aún de algunos de los rasgos que más adelante definirán su figura (14). Me parece significativo el hecho de que San Bernardo en sus Homilías, basadas en el episodio de la Anunciación, subraye en María la condición de «mujer fuerte»15, renunciando a presentar la imagen de la mujer desvalida al pie de la cruz.

Pero todo lo analizado hasta aquí, nos sirve para reafirmarnos en nuestra primitiva posición: Ella, con sus dimensiones universales, sirve como ningún otro elemento de la época para dignificar al género femenino, para que éste consiga unas cuotas de prestigio tras el que guarecerse en momentos de desorden moral.

Sin embargo, conviene no olvidar que la veneración a María, mujer excepcionalísima, no ha conseguido borrar todos los prejuicios misóginos de la época ni aún en aquellos textos y autores que pudieran parecer más «feministas» (16). Y así, en Las Partidas, uno de los textos jurídicos más favorables –en el contexto medieval– a la mujer, se incluye el siguiente comentario referente a la psicología femenina: «porque son las mugeres naturalmiente cobdiciosas et avariciosas» (xiv, t. xi, l. iii).

 

LOS PERFILES DE MARÍA

La Edad Media no encontrará contradicción interna, en la figura de María, entre las supuestas debilidades inherentes a su condición femenina y las grandezas relativas a su maternidad virginal. Muy al contrario, todos los perfiles de esta mujer singular vienen a confirmar el enunciado básico, el teorema fundamental que define el camino hacia la santidad para las mujeres: precisamente por estas debilidades genéricas de su sexo, ellas se fortalecen en el ejercicio de las virtudes, y en razón de las deficiencias de su entendimiento, se orientan hacia el bien en la práctica de la obediencia. Pero analicemos los modelos en su expresa proyección femenina con algún detenimiento:

María, Madre espiritual, modelo de casadas.

Las mujeres casadas pueden mirarse en el espejo de María y, concretamente, poner en práctica un rosario de virtudes como la humildad, la abnegación, la disponibilidad y la actitud caritativa hacia propios y extraños consideradas, a justo título, como genuinamente marianas.

La propuesta es simple: si se acomodan al esquema, si reproducen la imagen de María en sus detalles en el seno de sus familias, alcanzarán la perfección dentro de su estado y, por ende, la santidad. No sólo eso; el derecho canónico concibe el matrimonio en función de sus fines y entre esos fines destaca, por su trascendencia, el de la generación y educación de la prole. De modo que, dentro del cristianismo, la condición de mujer casada, se encuentra indisolublemente ligada –al menos en el plano teórico– a la condición maternal.

Pues bien, las invocaciones a María como Madre se multiplican a lo largo y ancho de la literatura marial del siglo XIII castellano, con una variadísima y riquísima gama de contenidos. Por una parte, María se ensalza como «Madre de Cristo Rey», «de Cristo señor poderoso», «señor de justicia», «creador del mundo» y también de «Cristo Salvador», «pastor bueno» (17). En consecuencia Santa María es la «Madre gloriosa» por antonomasia (18).Por otra; es aclamada, con toda frecuencia como madre espiritual, en ese papel que desempeña tan a menudo desde que san Agustín la proclamara «Madre de los miembros de la Iglesia» (19) y Alfonso X, siguiendo su ejemplo, la saludara como «Madre espiritual» (20). Porque María es concebida como Madre singularísima, la única realmente merecedora de recibir los calificativos más entrañables y más exaltadoras de la lengua: «Madre buena», «Madre de piedad» (21).

Por todo ello y en tercer lugar, los poetas del XIII no dudan en establecer una vinculación personal con Ella y así mientras Alfonso X se dirige a Santa María como «mia Madre» (22), Berceo, hijo también de la Virgen («Madre del tu Golzalvo», estr. 911) exclama conmovido: «Madre, dándote buen preçio que eres pïadosa» (estr. 391), para, a continuación, dedicarle uno de los más entrañables párrafos de piedad filial que se hayan escrito: La Madre gloriosa, solaz de los cuitados, non desdennó los gémitos de los omnes lazrados; non cató al su mérito nin a los sus peccados,mas cató su mesura, valió a los quemados (estr. 395).

Ahora bien; esa Madre de cristianos, dista mucho de ser una madre para todo el género humano. Los poetas acomodan perfectamente el modelo a las conveniencias de la época, para hacer representar a la Señora ciertos papeles en concordancia con los programas políticos vigentes. Así, el mismo Berceo, reivindica la condición vengadora de Santa María, cuando los agravios se dirijan contra su Hijo: Sepades que judios fazen alguna cosa en contra Jesu Christo, Fijo de la Gloriosa, por essa cuita anda la Madre querellosa,non es esta querella baldrera nin mentirosa (estr. 423).

En resumidas cuentas y como avanzábamos más arriba, estamos en presencia de un rostro más humano, más próximo, más cordial, pero al que aún le faltan detalles y gestos. Ese rostro es, en buena medida, el rostro de la época, o más bien, el mejor rostro de la época, pero no el mejor de todos los imaginables. Él se propone a las mujeres destinadas al siglo, a aquellas encargadas de perpetuar en el tiempo las esencias y los valores del mundo medieval cristiano. Ellas serán castas, piadosas, caritativas, obedientes y, sobre todo, plenamente imbuidas del lugar que les corresponde en razón de la debilidad física, psíquica e intelectiva de su sexo.

María, Virgen Inmaculada, espejo de religiosas.

Pero María, virgen consagrada a Dios, atenta a sus indicaciones, en estrecha comunicación con Él, obediente a sus mandatos, es el ideal de perfección para hombres y mujeres de vocación claustral –especialmente ellas– y para aquellas jóvenes que, destinadas al matrimonio, esperan la hora de consumarlo. La exaltación repetidísima de su inmaculada virginidad coloca al cristiano en una dimensión nueva: la valoración de la renuncia a la procreación.

En efecto, la mariología, al hacer de la castidad perpetua el punto de partida, el fermento mismo, a partir del cual pudo fructificar con todas las garantías el restante abanico de cualidades marianas, determinó que fuera la virginidad la razón última de los más preciados títulos de Aquélla (23). Así en el terreno literario es posible pasar de salutaciones como «Virgen santa», «Virgen pura»,  «Virgen hermosa», a otros que postulan lo mismo pero en grado superlativo del tipo de «Virgen gloriosa», «Virgen sin par», para desembocaren los de mayor contenido teológico: «Virgen que nos guía», «Virgen que nos mantiene», «Virgen que nos acaudilla» (24).

Con el ejemplo de María es posible postular incluso la superioridad de la condición monástica en tanto en cuanto sometida al voto de la castidad perpetua. Y ello en razón de la fecundidad espiritual de las vírgenes voluntariamente célibes. En efecto, María ‘espejo’ de la Iglesia demostró sobradamente las posibilidades que, en orden a la trasmisión de la gracia, ofrecía una total disponibilidad a los planes del Altísimo. En otras palabras, si la Madre de Dios, la corredentora, lo fue por su santidad inmaculada, por su práctica de la virtud de la castidad, por su dedicación a la meditación y la oración, las vírgenes cristiana pueden aspirar a realizar papeles similares siempre que la imitación del modelo les haga merecedoras de ello.

Y así desde los primeros siglos del cristianismo hubo mujeres –muy pocas, es cierto– que, acreditando su condición de guías espirituales, merecieron ocupar un puesto entre los padres de la Iglesia. Son las llamadas «madres del desierto», cuya fecundidad exuberante se impuso a las restricciones docentes contenidas en las cartas paulinas (cfr. 1 Cor. 14, 34 y 1 Tim. 2, 12)25.Luego, ya en la Edad Media, la maternidad espiritual de María siguió rindiendo sus frutos en orden a la justificación de la autoridad de las abadesas sobre las comunidades monásticas26. Por eso María es proclamada con toda justicia en la Cantiga CCLXXX, la composición que se dedica a exaltar su figura como «espejo de la Iglesia», «patrona de las vírgenes».

María referente de todas las condiciones sociales.

Pero además de los apelativos tradicionales de Virgen y Madre, los poetas del XIII aplican a María una amplia gama de sustantivos referentes a condiciones sociales de la mujer, que indican, a mi entender, su deseo de hacer de Ella el paradigma de la condición femenina en todos y cada uno de los estados que a ellas les cumple representar.

Así en la pluma de sus cantores medievales María es saludada como reina y señora y como criada; como gloriosa y como terrena; como poderosa, en la cúspide del orden social y como humilde en la indefinición de las masas populares (27). Porque, ciertamente, Santa María demostró–primero como figura histórica y luego como persona gloriosa– que podía representarlo todo, desde el papel de Reina del Cielo al de mujer de un discreto menestral, y representarlo tan bien que mereciera siempre los más exaltados calificativos.

Al alcanzar el siglo XIII la Madre de Jesús ha conquistado, gracias a la exégesis que de su figura han ido realizando los más conspicuos escritores cristianos (28), esa versatilidad interpretativa que le es propia y se ofrece ya a los tratadistas de entonces como un hito referencial, sin necesidad incluso de hacer referencia expresa de él.

Veamos un ejemplo de lo más revelador a mí entender. Al modelo mariano se atiene estrictamente el retrato que hace Ximénez de Rada (29) de la reina doña Berenguela, una de las personalidades femeninas más relevantes de fines del XII y comienzos del XIII. Nadie ignora que Berenguela, la hija mayor de Alfonso VIII y de Leonor de Inglaterra, contrajo matrimonio con Alfonso IX de León, un matrimonio sumamente comprometido, pues las indiscutibles ventajas políticas del mismo estaban contrapesadas por el inconveniente de serlos cónyuges consanguíneos en grado prohibido por el derecho canónico en vigencia por aquel entonces. También es bien sabido que de la unión nacieron varios hijos antes de que fuera disuelta por la exigencia del pontífice y que entre ellos figura Fernando III, rey de Castilla y León y santo de la Iglesia católica. Pues bien; en la pluma del Toledano, doña Bereguela aparece adornada con un amplio abanico de virtudes que se acomoda perfectamente al catálogo mariano de las que aquí hemos considerado.

La virtud de la caridad se expresa en ella en el socorro constante a los pobres y a las órdenes religiosas (lib. 7, cap.xxxvi). La práctica de la virtud de la humildad, continuada a lo largo de toda su vida, alcanza su máxima expresión en los días posteriores al a muerte de su hermano Enrique I, fue entonces cuando, «refugiándose en los muros del pudor y de la modestia» (lib. 9, cap. v), renunció a la herencia que le correspondía como primogénita de Alfonso VIII, en favor de su hijo Fernando. Repleta ella misma de virtudes, tuvo el acierto de educar a su hijo en el esquema de valores que correspondía a la condición masculina de aquél «porque no le inculcó nunca afanes de mujeres, sino siempre de grandeza» (lib. 9, cap. XVII). Por ello y por su comportamiento en los períodos de dificultad por los que atraviesa Castilla a fines del XII y comienzos del XIII merece de su biógrafo el calificativo de mujer fuerte: fuerte se demuestra organizando sucesivamente las honras fúnebres de su hermano Fernando, de su padre o de Enrique I. En palabras del de Rada escritas a raíz de la muerte de Fernando, «su prudencia superó a su virtud contra lo que cabía esperar en una persona de su sexo» (lib. 9, cap. XXXVI).

María encarnación de todas las bellezas y garantía contra todos los males.

En estrecha correlación con los esquemas hasta aquí trazados encontramos todavía un rico muestrario de las salutaciones. Como Madre y madre vivificadora tanto en lo material como en lo espiritual, María es apellidada de «puerto» y de «puerta». En este sentido afirma Berceo que:

ella es dicha puerta a qui todos corremos,
e puerta por la qual entrada atendemos (estr. 35).

Y el estilo poético de las Cantigas utiliza los mismos recursos con resultados igualmente bellos, así María es el «porto u arriban os coitados» (30). Con similares contenidos teológicos encontramos otro epíteto de gran tradición en estos siglos. Me refiero al de «Estrella», y concretamente «Estrella del mar» divulgado por San Bernardo, el acuñador de la célebre jaculatoria «Mira a la estrella, invoca a María» (31). Siguiendo las huellas del prior de Claraval los poetas marianos españoles prodigan los calificativos y las imágenes de estirpe luminosa. «Estrella del día», «estrella del mediodía», «estrella muy clara», «luz del mundo» y, por fin, «estrella del mar» son metáforas corrientes en las Cantigas32. Tan expresivas o más son las frases de Berceo:

La benedicta Virgen es estrella clamada,
estrella de los mares, guïona deseada (estr. 32).

o aquella otra también de la Introducción:

Es clamada y éslo de los cielos, reína,
tiemplo de Jesu Christo, estrella matutina (estr. 33).

El rosario de salutaciones se completa con otras como «alba» y «flor»de carácter estético y «abogada», «escudo», «frontera» o «loriga» de signo protector (33). Pues bien, aún admitiendo que todos esos apelativos tienen como designio acrecentar la devoción de los cristianos hacia ella, no cabe duda de que semejante rosario de alabanzas aplicadas al modelo animan a la reproducción de sus notas distintivas.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

a) En un momento como el presente, en que mujeres con conciencia de tal y hombres de sensibilidad asistimos sobrecogidos, incrédulos e impotentes a la perpetración de los más atroces crímenes contra la humanidad en general y contra las mujeres en particular, estamos en mejor situación que nunca para valorar los efectos positivos que la creación del modelo mariano y su difusión produjo en el sentir colectivo de las sociedades medievales. No sólo en cuanto se comportó como elemento disuasorio de humillaciones y vejaciones hacia los miembros del sexo femenino, sino también en cuanto propició respetos y consideraciones hacia él.

b) Es cierto que ese mismo modelo, aplicable a las mujeres virtuosas y honestas, en otras palabras, a las integradas en el férreo sistema socio-económico medieval, desprotegía a las otras, a las marginales, abandonándolas a un destino del que no siempre eran responsables. Se me podrá oponer que la Virgen, en su acepción de madre de misericordia, acoge bajo su manto protector a todos los mortales sean santos o pecadores (34); pero yo no dedico estas páginas a los perfiles devocionales de la imagen mariana, sino a los trazos del referente modélico; y allí, por definición, no se admiten más que los rasgos positivos, todos en grado superlativo. Así que aunque la Iglesia ha utilizado normalmente la imagen de María para exaltar la caridad y la comprensión hacia los marginales, no es menos evidente que esos marginales quedaban estigmatizados con la consideración de tales, más aún asimilados a Eva, la madre del fratricida, la responsable de la entrada del pecado, contrafigura de María.

c) En definitiva, el atractivísimo rostro que de María presentó la Edad Media contribuyó eficazmente a cimentar el orden social del período. Porque, en efecto, esa imagen mariana de mujer recatada y obediente, a la par que bellísima y misericordiosísima, se ofrecía como una tentación a los ideólogos del pleno medievo, tan proclives a buscar argumentos teológicos para sus ideaciones políticas. Y María, bajo ese rostro concreto, fue, durante siglos, una auténtica fortaleza, un bastión inconmovible frente a las asechanzas de los enemigos del orden establecido.

d) Pero también María, madre compasiva, contribuyó poderosamente a alterar la faz de los tiempos. Gracias a Ella adquirieron categoría de valores universales ciertos rasgos como la piedad, la misericordia o la caridad, que la axiología impregnada de signos violentos del alto medievo había considerado debilidades femeninas o actividad de monjes.

NOTAS

1 De «invasora» califica J.F. Rivera Recio la conducta de la devoción mariana en el siglo XII, «Espiritualidad popular medieval» en Historia de la Espiritualidad I,Juan Flors, Barcelona, 1969, 650.
2 Sobre estas cuestiones se ha registrado en los últimos años una nutrida producción historiográfica. A modo de ejemplo destacaré la obra de R. Folz, Lessaints Rois de Moyen Age en Occident (VI-XIII siècles), Société des bollandistes,Bruselas, 1984, 55; el autor, que dedica un largo capítulo a los reyes mártires, los presenta como imagen de Cristo en la cruz. Por otro lado en el siglo XII, «el siglo de los santos reyes», culmina una larga serie de canonizaciones de reyes quecomenzó con la de San Esteban en 1083. Igualmente interesante es la obra de P.A.Sigal, L’homme et le miracle dans la France médiévale (XI-XII siecle), Cerf, Paris,1985, 316ss, donde se analizan las prácticas religiosas, las fórmulas religiosas y las supersticiones. Se pone de manifiesto el enorme valor del milagro, integrándolo enel contexto histórico, social, económico, intelectual y literario de su época.
3 Las referencias a esta obra se basarán en la edición de Michael Gerli, Milagros de Nuestra Señora, Cátedra, Madrid, 1988.
4 Se encuentra sin editar en Biblioteca Nacional de Madrid, manuscrito, 9503.
5 En las referencias a esta fuente utilizaré la edición de la Real Academia Española, Madrid, 1990. Edición facsimil de la publicada por la misma entidad en1889. Ahora bien; para las cien primeras existe una edición reciente de W.Mettmann, Cantigas de Santa María [cantigas 1 a 100], Castalia, Madrid, 1986.Sobre el clima de exaltación mariana que se vive en Castilla: Historia de la Iglesia en España, dirigida por R. García Villoslada, BAC, Madrid, 1982, II/2º, 301ss.
6 A propósito de estas cuestiones véase Faire Croire. Modalités de la diffusion et de la réception des messages religieux de XIIe au XVe siècle, École française de Rome, Roma, 1981.
7 A. Vauchez, La espiritualidad del occidente medieval, Cátedra, Madrid, 1985,97, responsabilizó a San Jerónimo y a una tradición patrística hostil de la corrientede misoginia que era propia de tantos clérigos en el medievo.
8 J. A. Aldama, María en la patrística de los siglos I y II, BAC, Madrid, 1970,272ss; Marina Warner, Tú sola entre las mujeres. El mito y el culto de la VirgenMaría, Taurus, Madrid, 1991, 82ss.
9 La Cantiga CCCXX desarrolla por extenso la oposición María-Eva. En honor a su interés para nuestro tema me voy a permitir copiar algunos fragmentos:
Del mismo tenor es la Cantiga LX, de la que sólo copiaré la primera estrofa:
Entre Av’ e Eva
gran departiment’á.
10 O. Giordano, Religiosidad popular en la Alta Edad Media, Gredos, Madrid,1983, 196-197.
11 Editadas en las Obras completas de San Bernardo, BAC, Madrid, 1984, II.
12 L. Maldonado, Génesis del cristianismo popular. El inconsciente colectivo en un proceso histórico, Cristiandad, Madrid, 1979, 110-111.
13 Caroline Walker Bynum, Jesus as mother. Studies in the Spirituality of the Middle Ages, University of California, Berkeley. Véase especialmente «The Feminization of Religious Langage and Its Social Context», 135-146.
14 Por ejemplo, no conozco referencias a Ella como Reina de la Paz, durante la plena Edad Media.
15 San Bernardo, Homilía II, 5, 619: «¿Quien hallará una mujer fuerte?» se pregunta con Salomón. Para responder que hay una, María, la madre del varón fuerte.
16 San Bernardo, Homilía II, 5, 619; el abad de cisterciense incluye el siguiente comentario: «Se ve que el sabio –Salomón– conocía la debilidad de la mujer, la fragilidad de su cuerpo y la inconstancia de su espíritu».
17 Véanse las salutaciones correspondientes a estas advocaciones en Mª Isabel Pérez de Tudela, «La imagen de la Virgen María en las ‘Cantigas’ de Alfonso X», En la España Medieval, 1992 (15), 300-301. Como «Madre del Reï celestial» es ensalzada por Gonzalo de Berceo en la estrofa 124 de los Milagros de Nuestra Señora y como «Madre de Dios vero», en la 309.
18 Mª Isabel Pérez de Tudela, 302; Gonzalo de Berceo, a título de ejemplo, las estrofas 156 y 302.
19 J. Ibáñez y F. Mendoza, María en la liturgia hispana, Eunsa, Pamplona, 1975,63.
20 Mª Isabel Pérez de Tudela, 301; Gonzalo de Berceo, estrofas 158 («Madre tan pïadosa») y 227 («madre pïadosa que nunqua fallecio»).
21 Mª Isabel Pérez de Tudela, 302.
22 Mª Isabel Pérez de Tudela, 301.
23 No todas las mariologías han partido de la virginidad perpetua de María como del primer atributo mariano del cual derivarían todos los demás. Más bien al contrario, la mayoría de los tratadistas solían y suelen considerar como atributo primero y principal la maternidad divina de María.
24 Mª Isabel Pérez de Tudela, 304-305.
25 Joseph M. Soler, «Madres del desierto y maternidad espiritual», en Mujeres del absoluto. El monacato femenino historia, instituciones, actualidad. XX Semana de estudios monásticos, Abadía de Silos, Burgos, 1986, 45-65. En palabras del autor:»trasmitieron una doctrina espiritual con el mismo derecho que cualquier padre. Lo único que una madre espiritual no podía hacer era absolver sacramentalmente los pecados».
26 A. Linaje subraya el caso de Fontevrault, el célebre monasterio dúplice francés donde la autoridad de las abadesas se dejaba sentir no sólo sobre la comunidad femenina, sino también sobre la masculina. El autor señala que esa autoridad era de naturaleza mariana, réplica de la que el propio Jesús había conferido a su Madre sobre San Juan poco antes de morir: A. Linaje, 110. Véase también, para el monacato femenino castellano: J. Escrivá de Balaguer, La Abadesa de las Huelgas.Estudio teológico jurídico, Ediciones Rialp, Madrid, 21974.
27 En palabras de G. de Berceo: «la Madre gloriosa… la Madre de Christo, crïadae esposa» (estrofa 64).
28 Véase el camino recorrido en H. Barre, Prières anciennes de l’occidente a lamère du sauveur, P. Lethielleux Editeur, Paris, 1963. También, L. Hernan, Mariología poética española, BAC, Madrid, 1988.
29 Ximénez de Rada, «De rebus Hispaniae», Opera, Anubar, Valencia, 1968. Lasversiones en castellano corresponden a la traducción de Juan Fernández Valverde,Alianza, Madrid, 1989.
30 Cantiga, 6/62 de la edición de W. Mettmann.
31 Homilía II, 639 de la edición citada.
32 Mª Isabel Pérez de Tudela, 317 y 318, en donde se intenta establecer relación entre las imágenes de luz y las de «camino», «vía» y «meta».
33 Mª Isabel Pérez de Tudela, 317-319.
34 L. Maldonado, 111, recuerda a propósito de estas cuestiones la Virgen de la misericordia de Piero della Francesca conservada en Borgo Santo Sepulcro.

Fuente: EL ESPEJO MARIANO DE LA FEMINIDAD EN LA EDAD MEDIA ESPAÑOLA de Mª ISABEL PÉREZ DE TUDELA, Anuario Filosófico, 1993



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