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Impresionantes Visiones de la vida de San Juan el Bautista

Juan el Bautista fue el profeta más importante.

Fue el encargado de señalar a Jesús como el mesías.

La Biblia nos habla poco de Juan.

Lo hace especialmente referido a la visitación de María a Su madre, a su bautismo de Jesús y a su decapitación.

Pero algunos místicos y videntes manifiestan que han recibido visiones, del propio Jesús, que les ha mostrado a Juan y sus bautismos.

La Iglesia celebra sólo tres cumpleaños durante el año litúrgico el de Jesucristo, el de la Virgen María y el de San Juan Bautista.

Por lo tanto debemos considerar a San Juan Bautista como un actor de primera línea en el plan de Dios.

Se celebra su fiesta 6 meses antes del nacimiento de Jesús; recordemos que la Virgen María era prima de Isabel pero era mayor edad, posiblemente fuera una tía o tía abuela.

La función de Juan Bautista fue muy importante en la historia de la salvación, porque fue el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Podemos considerarlo el último profeta el Antiguo Testamento y el profeta del Nuevo Testamento.

Él hablo sobre la venida del mesías como los profetas del Antiguo Testamento.

Pero a diferencia de ellos, lo pudo conocer y tuvo la misión de señalarlo al pueblo judío.

Y no sólo tuvo el privilegio de ver cumplidas las profecías antiguas de los judíos, sino que además tuvo el privilegio de bautizar al Mesías en el río Jordán.

Y de esta forma dar comienzo a la era mesiánica, siendo el punto de arranque del Ministerio Público de Jesús

San Juan Bautista identifica a Jesús como el cordero de Dios que quitará los pecados del mundo.

Que luego será corroborada por el Espíritu Santo y la voz del Padre que llama a la obediencia hacia su hijo

Juan fue apartado y preparado desde niño para esta misión.

Recordemos que su nacimiento fue anunciado por el Ángel Gabriel.

Y su nombre fue dado a su padre Zacarías también por el ángel.

Esto es similar a lo que sucedió con su primo Jesús.

Su padre Zacarías era un alto sacerdote del templo y por lo tanto lo instruyó debidamente en las tradiciones religiosas del pueblo judío; sabía perfectamente que en algún momento surgiría el mesías.

San Lucas precisa el momento en que comenzó el ministerio de Juan, que fue el décimo quinto año de Tiberio César; y en general se entiende que es una referencia al año 29 después de Cristo.

Y se sitúa entonces el bautismo de Jesús en el año 29 o principios del año 30.

Juan además no fue un profeta oculto sino que creó movimiento, que incluso tuvo seguidores fuera del pueblo judío mencionado por historiadores desde fuera del Nuevo Testamento.

Como por ejemplo el historiador judío Josefo, quién menciona que la destrucción de uno de los ejércitos de Herodes fue castigo por a haber decapitado a Juan Bautista.

El Nuevo Testamento dice que la decapitación de Juan Bautista se produjo porque Juan criticaba a Herodes Antipas por haber robado su esposa a su hermano Herodes Felipe; todo esto está contado en Marcos 6.

Pero también hay un relato político de Josefo, que dice que Herodes Antipas estaba cauteloso respecto a la gran influencia que tenía Juan sobre la gente y que esto podía aumentar la rebelión del pueblo.

Uno de sus seguidores de Juan fue Apolo, que luego se convirtió al cristianismo.

Sus seguidores fueron encontrados por San Pablo en Éfeso, a quienes convirtió al cristianismo.

Acá traemos un resumen de Ana Catalina Emmerich y María Valtorta sobre la vida publica de Juan.

   

LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH

   

ESCONDEN A JUAN EN EL DESIERTO

Zacarías e Isabel conocían el peligro que amenazaba a los niños.

He visto a Isabel llevándose al niño Juan a un sitio muy retirado del desierto, a unas dos leguas de Hebrón.

Zacarías los acompañó hasta un lugar donde atravesaron un arroyuelo. Allí se separó de ellos.

He visto que Juan, en el desierto, no llevaba sobre el cuerpo más que una piel de cordero, y a los dieciocho meses ya podía corres y saltar.

Tenía en la mano un bastoncito blanco, con el que jugaba como juegan los niños.

Isabel llevó al niño Juan hasta una gruta.

No sé cuánto tiempo estuvo allí oculta Isabel con el niño; probablemente quedó todo el tiempo hasta que no podía ya temerse la persecución de Herodes.

Regresó con su hijo a Juta, pero volvió a huir cuando Herodes convocó a las madres que tenían hijos menores de dos años, lo cual tuvo lugar un año más tarde.

   

JUAN DA DE BEBER A JESÚS

Vi a la Sagrada Familia huyendo.

Más allá de Hebrón entraron en el desierto donde se encontraba entonces el pequeño Juan, pasando a un tiro de flecha de la gruta donde estaba refugiado.

El recipiente de agua y el cantarillo de bálsamo estaban vacíos.

María estaba sedienta y triste, y el Niño también tenía sed.

Pude ver al niño Juan lleno de inquietud y como si esperara algo.

De la misma manera que se había estremecido en el seno de su madre, como queriendo ir al encuentro de su Señor, esta vez se halla excitado por la vecindad de su redentor, que está sediento.

Tenía en la mano un bastoncito, en cuya alta punta flotaba una banderola de corteza.

Corrió impulsado por el Espíritu hasta el costado de una roca, y golpeó el suelo con su vara, brotando de inmediato agua abundante.

Juan corrió hacia el sitio donde caía, y allí se detuvo y vio a lo lejos a la Sagrada Familia.

María alzó al Niño en los brazos y, señalando hacia el lugar, dijo: ‘Mira a Juan en el desierto’.

Vi a Juan estremecerse de alegría junto al agua que caía; hizo una señal con su banderola y luego huyó a la soledad…

José cavó una pequeña hondura, que pronto se llenó del agua, y cuando estuvo limpia todos bebieron.

   

EL PEQUEÑO JUAN SE QUEDA SOLO

Santa Isabel, avisada por un ángel antes de la matanza de los inocentes, se había refugiado con el pequeño Juan nuevamente en el desierto.

Permaneció allí con el niño durante unos 40 días.

Más tarde volvió a su hogar, y un esenio del monte Horeb fue al desierto para llevar alimentos al niño y ayudarle en sus necesidades.

Este hombre, cuyo nombre he olvidado, era pariente de la profetisa Ana.

Al principio iba cada semana y después cada quince días, mientras Juan necesitó ayuda.

No tardó en llegar el momento en que al niño Juan le gustaba más estar en el desierto que entre los hombres.

Estaba destinado por Dios para crecer allí en toda inocencia, sin contacto con los hombres y sus maldades.

Juan, como Jesús, no fue a la escuela, y era instruido por el Espíritu Santo.

   

JUAN Y LOS ANIMALES

Tenía extraordinaria familiaridad con los animales, especialmente con los pájaros, que venían volando para posarse sobre sus hombros.

Y mientras él les hablaba parecía que le comprendieran.

Los animales lo querían tanto que le servían en muchas cosas.

Lo llevaban a sus refugios o a sus nidos, y cuando los hombres se acercaban él podía huir a los escondites sin peligro.

Se alimentaba de frutas silvestres y de raíces.

No le costaba mucho encontrarlas pues los animales mismos lo conducían donde estaban y se las mostraban.

   

ZACARÍAS ES ASESINADO POR HERODES

Una vez que Zacarías fue al templo a llevar víctimas para el sacrificio, Isabel aprovechó su ausencia y fue a visitar a su hijo al desierto.

Juan tendría unos seis años entonces.

Zacarías no había ido a ver al niño nunca, de modo que si Herodes le preguntaba por el niño podía, sin mentir, responder que lo ignoraba.

Se había hablado mucho del niño desde los primeros días de su vida.

Era conocido su nacimiento maravilloso y mucha gente afirmaba haberlo visto rodeado de resplandor.

Por esta causa Herodes quería apoderarse de él para matarlo.

Repetidas veces Herodes había preguntado a Zacarías dónde se escondía el niño.

Pero ahora, yendo Zacarías al templo, fue asaltado y maltratado por los soldados encargados de vigilarlo.

Lo llevaron a una prisión en el flanco de la montaña Sión.

El anciano fue torturado para que descubriese dónde se ocultaba su hijo, y como no pudieron obtener lo que deseaban terminaron por matarlo por orden de Herodes.

   

LA MUERTE DE ISABEL

Santa Isabel volvió del desierto a la ciudad de Juta para esperar la llegada de su marido.

Al entrar en su casa conoció la triste noticia de la muerte de su esposo.

Su dolor fue muy grande y parecía inconsolable.

Retornó al desierto, quedándose allí con el niño, hasta su muerte, que aconteció poco tiempo antes que la Sagrada Familia volviera de Egipto.

Después de esto, Juan se internó más en el desierto y se estableció junto a un pequeño lago.

Allí vivió mucho tiempo porque lo vi fabricarse una cabaña o glorieta en medio de los arbustos, para pasar la noche.

Era pequeña y baja, de modo que apenas podía acostarse para dormir.

Vi también que tenía una varilla atravesada en su bastoncito, de modo que formaba una cruz.

   

SE INICIA EL MINISTERIO DE JESÚS Y JUAN

Cuando Jesús se acercaba a los treinta años, José se iba debilitando cada vez más.

Después de la muerte de José se trasladaron Jesús y María a un pueblito de pocas casas entre Cafarnaum y Betsaida.

Luego Jesús partió de Cafarnaum, a través de Nazaret, hacia Hebrón, y comenzó a predicar.

Juan recibió una revelación sobre el bautismo y, debido a ella, al salir del desierto cavó un pozo en las cercanías de la Tierra Prometida.

En relación con el pozo que estaba haciendo Juan, tuve una visión sobre Elías.

Lo vi en el desierto, desanimado y soñoliento.

En ese momento fue cuando el ángel lo despertó y le dio de beber.

Esto sucedió en el mismo lugar donde Juan iba a hacer la fuente y el pozo.

Juan en medio de la fuente plantó un árbol especial, con brotes y espinas.

El árbol, que parecía reseco y marchito, reverdeció.

He visto después que Juan entró en el agua hasta medio cuerpo.

Abrazaba con una mano al árbol y con la otra sostenía su bastoncito con el cual pegaba en el agua haciéndola saltar sobre su cabeza.

Cuando hacía esto vi que descendía una luz sobre él y se derramaba sobre él el Espíritu Santo, mientras dos ángeles aparecían en el borde de su fuente y le hablaban.

Después de esta obra salió Juan del desierto y fue hacia donde le esperaba la gente.

Su presencia era imponente: alto de estatura, aunque delgado por los ayunos; de fuerte musculatura; de porte noble, atrayente, puro, sencillo y compasivo.

El color del rostro bronceado, la cara demacrada y el continente serio y enérgico.

Los cabellos castaño oscuros y crespos y la barba corta.

   

SU PREDICACIÓN

Juan no se dejaba impresionar por nada de lo que lo rodeaba y sólo hablaba de un asunto: hacer penitencia, pues se acercaba el Mesías.

Todos le admiraban permaneciendo absortos en su presencia.

Su voz era penetrante como una espada, potente y severa, pero con todo bondadosa.

Se asociaba con toda clase de gentes y con los niños.

En todas partes iba directamente a su objetivo: no le importaba nada más, no pedía ni necesitaba cosa de nadie.

   

¡PREPARAD LOS CAMINOS DEL SEÑOR!

En ninguna parte se paraba mucho.

Anduvo por los caminos de Galilea, alrededor del lago, sobre Tarichea y el Jordán, por Salem, en el desierto hacia Betel.

Y cerca de Jerusalén, que no quiso tocar en toda su vida ya que sus quejas y lamentos estaban dirigidos muchas veces contra la ciudad depravada.

Aparecía siempre clamando: ‘¡Penitencia! ¡Preparad los caminos del Señor! ¡El Salvador viene!’.

Tres meses antes de empezar a bautizar recorrió Juan el país, por dos veces, anunciando al que habría de venir después de él.

Su andar era acelerado, con pasos ligeros, sin descanso, pero sin agitación.

No se asemejaba al caminar tranquilo del Salvador.

Las palabras ‘preparad los caminos del Señor’ no eran sólo figuras retóricas.

He visto que Juan recorría todos los caminos que Jesús y los apóstoles hicieron después, removiendo los obstáculos y allanando las dificultades.

Limpiaba de matorrales y piedras los caminos y hacía sendas nuevas.

Colocaba piedras en ciertos lugares de vado, limpiaba los canales, cavaba pozos, arreglaba fuentes obstruidas.

Hacía asientos y comodidades, que después el Señor usó en sus viajes.

Levantó techados donde Jesús más tarde reunió a sus oyentes o donde descansó de sus fatigas.

   

PREDICACIÓN DE JUAN EL BAUTISTA Y EL BAUTISMO DE JESÚS: VISIÓN DE MARÍA VALTORTA

   

EL ENTORNO DONDE BAUTIZA EL BAUTISTA

Veo una llanura despoblada de vegetación y de casas.

No hay campos cultivados, y muy pocas y raras plantas reunidas aquí o allá en matas — vegetales familias — en los sitios en que el suelo está por debajo menos quemado.

Imagine que este terreno quemado y baldío está a mi derecha — teniendo yo el norte a mis espaldas — y se prolonga hacia el Sur respecto a mí.

A la izquierda veo un río de orillas muy bajas, que corre lentamente también de Norte a Sur.

Por el movimiento lentísimo del agua comprendo que no debe haber desniveles en su lecho y que fluye por una llanura tan achatada que constituye una depresión.

El movimiento es apenas suficiente para que el agua no se estanque formando un pantano.

El agua es poco profunda, tanto que se ve el fondo; a mi juicio, no más de un metro, como mucho uno y medio.

Tiene la anchura del Arno hacia S. Miniato-Empoli: yo diría que unos veinte metros. Pero no tengo buen ojo para calcular con exactitud.

Es de un azul ligeramente verde hacia las orillas, donde, por la humedad del suelo, hay una faja tupida de hierba que alegra la vista, cansada de la desolación pedregosa y arenosa de cuanto se le extiende delante.

Esa voz íntima que le he explicado que oigo y me indica lo que debo notar y saber me advierte que estoy viendo el valle del Jordán.

Lo llamo valle porque se emplea esta palabra para indicar el lugar por donde corre un río, pero en este caso es impropio llamarlo así porque un valle presupone montes y yo aquí no veo montes cercanos.

Pero, en fin, estoy en el Jordán, y el espacio desolado que observo a mi derecha es el desierto de Judá.

Si es correcto llamarlo desierto en el sentido de un lugar donde no hay casas ni trabajo humano, no lo es según el concepto que nosotros tenemos de desierto.

Aquí no se ven esas arenas onduladas que nosotros nos pensamos, sino sólo tierra desnuda, con piedras y detritus esparcidos.

Es como los terrenos aluviales después de una crecida. En la lejanía, colinas.

Además, junto al Jordán hay una gran paz, un algo especial, superior a lo común, como lo que se nota en las orillas del Trasimeno.

Es un lugar que parece guardar memoria de vuelos de ángeles y voces celestes.

No sé bien decir lo que experimento, pero me siento en un lugar que habla al espíritu.

Mientras observo estas cosas, veo que la escena se puebla de gente a lo largo de la orilla derecha — respecto a mí — del Jordán.

Hay muchos hombres, vestidos de diversas formas.

Algunos parecen gente del pueblo, otros ricos.

No faltan algunos que parecen fariseos por el vestido ornado de ribetes y galones.

Lugar del bautismo de Jesús actualmente

   

EL RECONOCIMIENTO A JUAN EL BAUTISTA

Entre todos ellos, en pie sobre una roca, un hombre a quien, aunque sea la primera vez que lo veo, lo reconozco enseguida como el Bautista.

Habla a la multitud, y le aseguro que no son palabras dulces.

Jesús llamó a Santiago y a Juan “los hijos del trueno”… ¿Cómo llamar entonces a este vehemente orador?

Juan Bautista merece el nombre de rayo, avalancha, terremoto…

¡Gran ímpetu y severidad, manifiesta, efectivamente, en su modo de hablar y en sus gestos!

Habla anunciando al Mesías y exhortando a preparar los corazones para su venida, extirpando de ellos los obstáculos y enderezando los pensamientos.

Es un hablar vertiginoso y rudo.

El Precursor no tiene la mano suave de Jesús sobre las llagas de los corazones.

Es un médico que desnuda y hurga y corta sin miramientos.

   

LLEGA JESÚS AL LUGAR DEL BAUTISMO

Mientras lo escucho veo que mi Jesús se acerca a lo largo de un senderillo que va por el borde de la línea herbosa y umbría que sigue el curso del Jordán.

Este rústico camino (más sendero que camino) parece dibujado por las caravanas y las personas que durante años y siglos lo han recorrido para llegar a un punto donde, por ser menos profundo el fondo del río es fácil vadearlo.

El sendero continúa por el otro lado del río y se pierde entre la hierba de la orilla opuesta.

Jesús está solo. Camina lentamente, acercándose, a espaldas de Juan.

Se aproxima sin que se note y va escuchando la voz de trueno del Penitente del desierto.

Como si fuera uno de tantos que iban a Juan para que los bautizara, y a prepararse a quedar limpios para la venida del Mesías.

Nada le distingue a Jesús de los demás.

Parece un hombre común por su vestir.

Un señor en el porte y la hermosura, más ningún signo divino lo distingue de la multitud.

Pero diríase que Juan ha sentido una emanación de espiritualidad especial.

Se vuelve y detecta inmediatamente su fuente.

Baja impetuosamente de la roca que le servía de púlpito y va deprisa hacia Jesús, que se ha detenido a algunos metros del grupo apoyándose en el tronco de un árbol.

Jesús y Juan se miran fijamente un momento.

Jesús con esa mirada suya azul tan dulce; Juan con su ojo severo, negrísimo, lleno de relámpagos.

Los dos, vistos juntos, son antitéticos.

Altos los dos — es el único parecido —, son muy distintos en todo lo demás.

Jesús, rubio y de largos cabellos ordenados, rostro de un blanco marmóreo, ojos azules, atavío sencillo pero majestuoso.

Juan, hirsuto, negro: negros cabellos que caen lisos sobre los hombros (lisos y desiguales en largura).

Negra barba rala que le cubre casi todo el rostro, sin impedir con su velo que se noten los carrillos ahondados por el ayuno.

Negros ojos febriles. Oscuro de piel, bronceada por el sol y la intemperie. Oscuro por el tupido vello que lo cubre.

Juan está semidesnudo, con su vestidura de piel de camello (sujeta a la cintura por una correa de cuero), que le cubre el torso cayendo apenas bajo los costados delgados.

Y dejando descubiertas las costillas en la parte derecha, esas costillas cubiertas por el único estrato de tejidos que es la piel curtida por el aire.

Parecen un salvaje y un ángel vistos juntos.

     

EL BAUTISMO DE JESÚS POR JUAN BAUTISTA

Juan, después de escudriñarlo con su ojo penetrante, exclama:

– He aquí el Cordero de Dios. ¿Cómo es que viene a mí mi Señor?

Jesús responde lleno de paz:

– Para cumplir el rito de penitencia.

Jamás, mi Señor. Soy yo quien debe ir a ti para ser santificado, ¿y Tú vienes a mí?

Y Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, porque Juan se había inclinado ante Él, responde:

– Deja que se haga como deseo, para que se cumpla toda justicia y tu rito sea inicio para un más alto misterio y se anuncie a los hombres que la Víctima está en el mundo.

Juan lo mira con los ojos dulcificados por una lágrima y le precede hacia la orilla.

Allí Jesús se quita el manto, la túnica y la prenda interior quedándose con una especie de pantalón corto.

Luego baja al agua, donde ya está Juan, que lo bautiza vertiendo sobre su cabeza agua del río.

La cual tomada con una especie de taza que lleva colgada del cinturón y que a mí me parece como una concha o una media calabaza secada y vaciada.

Jesús es exactamente el Cordero.

Cordero en el candor de la carne, en la modestia del porte, en la mansedumbre de la mirada.

Mientras Jesús remonta la orilla y, después de vestirse, se recoge en oración.

Juan lo señala ante las turbas y testifica que lo ha reconocido por el signo que el Espíritu de Dios le había indicado como señal infalible del Redentor.

Pero yo estoy polarizada en mirar a Jesús orando, y sólo tengo presente esta figura de luz que resalta sobre el fondo de hierba de la ribera.

   

JESÚS EXPLICA A LA VIDENTE EL SENTIDO DEL BAUTISMO

Dice Jesús:

– Juan no tenía necesidad del signo para sí mismo.

Su espíritu, pre-santificado desde el vientre de su madre, poseía esa vista de inteligencia sobrenatural que habrían poseído todos los hombres sin la culpa de Adán.

Si el hombre hubiera permanecido en gracia, en inocencia, en fidelidad para con su Creador, habría visto a Dios a través de las apariencias externas.

En el Génesis se lee que el Señor Dios hablaba familiarmente con el hombre inocente y que éste no desfallecía ante aquella voz y no se equivocaba al discernirla.

Era destino del hombre ver y entender a Dios, justamente como un hijo con su padre.

Después vino la culpa, y el hombre ya no se ha atrevido a mirar a Dios, ya no ha sabido ni ver ni comprender a Dios.

Y cada vez lo sabe menos.

Pero Juan, mi primo Juan, quedó limpio de la culpa cuando la Llena de Gracia se inclinó amorosa a abrazar a Isabel, un tiempo estéril, entonces fecunda.

El pequeñuelo saltó de júbilo en su seno, sintiendo caérsele de su alma la escama de la culpa, como costra que cae de una llaga que sana.

El Espíritu Santo, que había hecho de María la Madre del Salvador, comenzó su obra de salvación, a través de María, vivo Sagrario de la Salvación encarnada, sobre este niño que había de nacer destinado a unirse a mí.

No tanto por la sangre, cuanto por la misión que hizo de nosotros como los labios que forman la palabra.

Juan los labios, Yo la Palabra.

Él el Precursor en el Evangelio y en la suerte del martirio; Yo, quien perfeccionaba, con mi divina perfección, el Evangelio comenzado por Juan y el martirio por la defensa de la Ley de Dios.

Juan no tenía necesidad de ningún signo.

Pero la cerrazón de los demás lo requería.

¿En qué habría fundado Juan su aserción, sino sobre una prueba innegable que los ojos y oídos de los tardos hubieran percibido?

Tampoco Yo tenía necesidad de bautismo.

Pero la sabiduría del Señor había juzgado que ése era el momento y el modo del encuentro.

E induciendo a Juan a salir de su cueva del desierto y a mí a salir de mi casa, nos unió en esa hora para abrir sobre mí los Cielos.

De donde habría de descender Él mismo, Paloma Divina, sobre aquel que bautizaría a los hombres con tal Paloma, y el anuncio, más potente que el angélico, porque provenía del Padre mío: “Éste es mi Hijo muy amado con quien me he complacido”.

Para que los hombres no tuvieran disculpas o dudas en seguirme o en no seguirme.

Fuentes:

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El Bautismo de Jesús, Comienzo de Su Ministerio (dgo. + 6 de enero)

Luego de la Epifanía o celebración de los Reyes Magos, al domingo siguiente, celebramos el Bautismo del Señor.

Lo realizó Juan el Bautista, su primo, hijo de Isabel, que había nacido 6 meses antes que él.

bautismo de jesus perugino capilla sixtina

Con esta celebración culmina el ciclo del nacimiento y manifestación de Jesucristo y comienza el ciclo del Tiempo Ordinario en la liturgia de la Iglesia.
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Es tiempo de desarmar el árbol de Navidad y el Pesebre, pero no olvides leer esto: 10 maneras para mantener vivo el espíritu navideño todo el año.

¿Qué pasó en el Jordán? ¿Qué importancia tiene? ¿Cuál es el significado de Juan Bautista para la historia de salvación?

 

QUE SUCEDIÓ EN EL RÍO JORDÁN

Juan el Bautista fue un mensajero designado por Dios.
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Antes de que Jesús comenzara su ministerio, Juan había estado anunciando a las personas a lo largo de las regiones de Judea y Jerusalén que se prepararan para la venida del Mesías. 

Él estaba llamando a arrepentirse, a que se convirtieren de sus pecados y ser bautizados. Estaba señalando el camino a Jesús.

Jordania-Betania-rio-Jordán

Entonces Jesús apareció en la escena. Jesús fue a Juan para ser bautizado, pero Juan le dijo que no necesitaba ser bautizado.

“Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿tú vienes a mí?”

Entonces Jesús le dijo:

“Que sea ahora. Es apropiado para nosotros hacer esto para cumplir con toda justicia” 

Juan entonces consintió y bautizó a Jesús. Cuando Jesús salió del agua, el cielo se abrió, y el Espíritu de Dios, como una paloma, descendió sobre él.

 Los testigos del bautismo oyeron una voz del cielo que decía:

“Este es mi hijo muy amado, mi predilecto”

 

10 CARACTERÍSTICAS DEL BAUTISMO DE JUAN EL BAUTISTA

 

1. El bautismo de Juan no era un sacramento, sino una señal penitencial.
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Juan lo administraba a aquella persona que cambiara de vida y procurara seguir su predicación penitencial.

 

2. Es un baptisma metanoias: bautismo de conversión.
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Juan exigía la conversión, el cambio de vida, como condición para recibir su bautismo.

 

3. El bautismo de Juan se llama también “bautismo de penitencia para el perdón de los pecados”.
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Sin embargo, no es un bautismo suficiente para alcanzar la salvación de Dios como lo es el bautismo instituido por Jesús.

 

4. El bautismo de Juan tampoco comunica la participación en la vida del Espíritu Santo. 

 

5. El bautismo de Juan es bautismo de agua solamente.
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El bautismo instituido por Jesús es un bautismo del Espíritu Santo

 

6. No es autoadministrado: aparece con claridad que es Juan quien bautiza.

 

7. No es reiterable, sino definitivo. Todos deben tomar partido, a favor o en contra.

 

8. Destaca el lenguaje apocalíptico de Juan.

 

9. Es provisional: “viene otro detrás de mí que no bautiza con agua, sino con Espíritu Santo y fuego”.

 

10. Permite que Jesús pudiera entrar en el sacerdocio de Melquisedec, para que pudiera ser el Sumo Sacerdote y él mismo ofrecerse como sacrificio por nuestros pecados.

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EL MENSAJE DE JESÚS

¿Por qué Jesús fue bautizado por Juan? ¿Necesitaba convertirse, cambiar de vida?

Jesús no necesitaba ser bautizado por Juan, porque no tenía que cambiar de vida.
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Pero se somete al bautismo de Juan porque de hecho, iba a comenzar “una nueva vida”: su ministerio público, la predicación del reino de Dios.
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Jesús siguió la costumbre que tenían muchos judíos de la época.

Dice la Palabra que Jesús se hizo semejante a todos los hombres en todo (Flp 2,7).

También Jesús cuando fue a que Juan lo bautizara, hizo un acto de humildad Mt: 3,15.

Es la única persona que podría haber dicho con verdad,

“Yo no soy como el resto de los pecadores” en su lugar ha comunicado al recibir el bautismo de arrepentimiento de Juan el Bautista,

“me cuento como un pecador entre los pecadores aunque he hecho nada malo”

BAUTISMO DE CRISTO.-Joachim Patinir

 

PERO HAY MÁS

Tiene un sentido teológico importante: Jesús se suma a la fila de los pecadores; se hace solidario con la humanidad.

El bautismo de Jesús va más allá de un simple ejemplo de humildad, sino que hay un anticipo de su muerte.

Esto lo vemos claramente en el Evangelio de Juan (Jn 1, 29), el cual usa intencionadamente la figura del “Cordero de Dios” para indicar la Pascua y el sacrificio de Jesús.

Con su bautismo, Jesús es ungido (como lo eran los reyes, sacerdotes y profetas) de manera teofánica como Mesías para una misión.
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A partir de aquí, en Lucas, el Espíritu Santo mueve la vida de Jesús.

No es que el Espíritu no actuara antes en Jesús, sino que los evangelistas usan esta escena para escenificar la unción de Jesús.

Tal es así que en el siglo II los grupos herejes adopcionistas entendieron que Cristo fue adoptado por Dios a partir de este momento.

A finales del siglo I, los grupos del Bautista son mayoritariamente asumidos por los grupos cristianos, pero el concilio de Trento distinguirá entre el bautismo de Juan y el de Jesús, y entre los sacramentos de la Antigua Alianza y los de la Nueva.

 

JUAN EL BAUTISTA ES UN PERSONAJE CENTRAL EN EL NUEVO TESTAMENTO

Juan Bautista resulta una figura clave para el cristianismo porque fue un precursor del mensaje cristiano y de su rito de iniciación: el bautismo.
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Esta con un pie en el Antiguo Testamento y con otro en el Nuevo Testamento,
y por eso se lo considera el último de los Profetas judíos.

De Juan Bautista hablan los cuatro evangelios canónicos y el evangelio gnóstico de Tomás.

La fuente profana más relevante es Flavio Josefo, que dedicó un largo apartado de su libro Antiquitates Judaicae (18,116-119) a glosar el martirio del Bautismo a manos de Herodes en la fortaleza de Maqueronte (Perea).

Juan Bautista era de origen sacerdotal, aunque nunca ejerció sus funciones y se supone que se mostró opuesto al comportamiento del sacerdocio oficial, por su conducta y su permanencia lejos del Templo.

Pasó tiempo en el desierto de Judea (Lc 1,80), pero no parece que tuviera relación con el grupo de Qumrán, puesto que no se muestra tan radical en el cumplimiento de las normas legales (halakhot).

De su vida y conducta Josefo señala que era “buena persona” y que muchos “acudían a él y se enardecían escuchándole”.

Los evangelistas son más explícitos y mencionan el lugar donde desarrolló su vida pública – Judea y la orilla del Jordán -, su conducta austera en el vestir y en el comer, su liderazgo ante sus discípulos y su función de precursor, al descubrir a Jesús de Nazaret como verdadero Mesías.

Esto contrasta con la forma de Jesús, que no se distinguió en lo externo de sus conciudadanos: no se limitó a predicar en un lugar determinado, participó en comidas de familia, vistió con naturalidad y cumplió todas las normas legales y acudió al templo con asiduidad, aun condenando la interpretación de la ley que hacían los fariseos.

Juan Bautista, según Flavio Josefo,

“exhortaba a los judíos a practicar la virtud, la justicia unos con otros y la piedad con Dios, y después a recibir el bautismo”.

Bautismo de Cristo

Los evangelios añaden que su mensaje era de penitencia, escatológico y mesiánico.
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Exhortaba a la conversión y enseñaba que el juicio de Dios es inminente: vendrá uno “más fuerte que yo” que bautizará en espíritu santo y fuego.

Su bautismo era para Flavio Josefo “un baño del cuerpo” y señal de la limpieza del alma por la justicia. Para los evangelistas era “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Mc 1,5).

Jesús no rechaza el mensaje del Bautista, más bien parte de él (Mc 1,15) para anunciar el reino y la salvación universal, y se identifica con el Mesías que Juan anunciaba.

Y, sobre todo, hace de su bautismo fuente de salvación (Mc 16,16) y puerta para participar de los dones otorgados a los discípulos.

Entre Juan y Jesús hubo muchos puntos de contacto, pero todos los datos conocidos hasta ahora ponen de manifiesto que Jesús de Nazaret superó el esquema del Bautista (conversión, actitud ética, esperanza mesiánica) y presentó el horizonte infinito de salvación (reino de Dios, redención universal, revelación definitiva).

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¿JESÚS FUE DISCÍPULO DE SAN JUAN BAUTISTA?

Como la relación entre Juan Bautista y Jesús fue tan directa e intensa, cabría preguntarse si entre ellos hubo una relación de maestro-discípulo.

En primer lugar, Jesús apreciaba a Juan Bautista. Hay dos frases de Jesús que demuestran su estima por el Bautista. Una la recogen Mateo (Mt 11,11) y Lucas (7,28):

“no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista”.

Otra está en Marcos (9,13) y aplica al Bautista la profecía de Ml 3,23-24:

“Elías vendrá primero y restablecerá todas las cosas (…).

Sin embargo, yo os digo —afirma Jesús— que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que querían, según está escrito de él”.

No cabe duda de que la persona de Juan, su bautismo (cfr. Mt 21,13-27) y su mensaje estuvieron muy presentes en la vida de Jesús.

En segundo lugar, los evangelios señalan con frecuencia que Juan tenía discípulos, entre los cuales algunos se fueron con Jesús (Jn 1,35-37).

No eran, por tanto simples seguidores eventuales; le acompañaban, le seguían y seguramente compartían su misma vida (Mc 2,18) y sus mismas ideas (Jn 3,22).

Flavio Josefo distinguía dos clases de partidarios, unos que le escuchaban con atención hablar de virtud, de justicia y de piedad, y se bautizaban; otros que “se reunían en torno a él porque se exaltaban mucho al oírle hablar” (Antiquitates iudaicae 18,116-117).

En tercer lugar había cierta rivalidad.

Entre los seguidores de Juan hubo quien llegó a plantear a su maestro si Jesús con su conducta estaba mostrándose como un rival (Jn 3,25-27), por tanto no lo consideraban como uno de los suyos.

Entre el cristianismo incipiente y el grupo del Bautista había rivalidad.

Por eso, los autores de los evangelios tuvieron interés por mostrar que Juan es inferior a Jesús y que el bautismo de Juan no era el cristiano, sino sólo un bautismo de conversión.

En cuarto lugar, los evangelios dejan claro en sus relatos que Juan se reconoce inferior: rehúsa bautizar a Jesús (Mt 3,13-17), la voz del cielo revela la dignidad divina de Jesús (Mc 1,9-11).

Y el cuarto evangelio, que no relata el bautismo señala que el Bautista da testimonio de haber visto posarse la paloma sobre Jesús (Jn 1,29-34) y de su propia inferioridad (Jn 3,28).

Sin embargo, por todo esto, no se deduce que Jesús fuera discípulo de Juan el Bautista. Si los evangelistas no detallan que Jesús fue discípulo de Juan es porque no lo fue.

En el supuesto poco probable y nada comprobado de que Jesús hubiera pasado algún tiempo junto a los seguidores del Bautista, no se puede decir que recibiera un influjo decisivo.
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Jesús más que discípulo fue el Mesías y Salvador anunciado por el último y mayor de los profetas, Juan el Bautista.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Este es el Lugar Verdadero del Bautismo de Jesús en el Jordán

El bautismo de Jesús en el Jordán marca el comienzo del ministerio público de Jesús.

Su primo Juan los bautiza con agua, se abren los cielo, el Padre dice que es Su Hijo amado y se posa sobre Él una paloma.

papa-francisco-en-tierra-santa-orando bautismo de jesus jordania

Es la frontera entre la Antigua Alianza y la Nueva Alianza que Dios sellaría con la humanidad a través de Su Hijo.

Por eso se considera el tercer lugar más sagrado para el cristianismo, detrás del lugar de la crucifixión de Jesús y de su nacimiento.  

  

¿QUÉ SUCEDIÓ EN EL JORDÁN CON EL BAUTISMO DE JESÚS?

Jesús llevaba 30 años escondido en Nazaret preparándose para su ministerio público.

Mientras que su primo Juan se había ido a vivir al desierto dónde practicaba un bautismo de penitencia, con agua.

Su prédica era que vendría uno al que él no era digno de desatar la correa de la sandalia y que bautizaría con el Espíritu Santo en vez de agua.

Estamos en los fines de la Antigua Alianza. Juan sentía la importancia decisiva ese momento, mientras que Jesús se preparaba para dar comienzo a su manifestación.

El Evangelio de San Lucas dice que durante el bautismo de Jesús en el Jordán se abrió el cielo, se oyó una voz y bajo una paloma sobre Jesús, Lucas 3.

El cielo se abrió para permitir la comunicación del Padre y el Espíritu Santo; la voz era del padre que decía que Jesús era su hijo amado y que se complacía en Él; y la paloma era el Espíritu Santo.

Catalina Emmerich tuvo una visión de ese bautismo.

Ella cuenta que previamente al bautismo San Juan Bautista profetizó que se dividirían las aguas del Jordán y se formaría una isla.

Dice que por ese lugar pasaron los israelitas con el Arca de la Alianza.

Y aún quedaban 4 piedritas cuadradas donde había descansado el Arca de la Alianza.

Cuenta que Juan y sus discípulos plantaron 12 árboles entorno de la Isla e hicieron un puente hacia ella.

En esa isla había una fuente bastante onda, porque el agua le llegaba hasta el pecho a los bautizados, cuando se sumergían en ella.

Al lado de la fuente había una piedra piramidal sobre la que estuvo parado Jesús cuando vino el Espíritu Santo sobre Él.

Juan tenía todo preparado y estaba esperando ansiosamente la llegada de Jesús, la que le fue comunicada por una nube luminosa.

Jesús llegó al lugar con 9 de sus discípulos y fue bautizado en torno a las 10 de la mañana.

La frase que según ella pronunció Juan al bautizar a Jesús fue,

“Yaveh, por medio de los Serafines y Querubines, derrame su bendición sobre Ti, con ciencia, inteligencia y fortaleza”.

Luego del bautismo, cuando Jesús salió de la fuente, se oyó la voz de Dios.

Fue entonces cuando Juan dio testimonio de Jesús, diciendo que era el hijo de Dios y el Mesías esperado, y recomendó a sus seguidores que siguieran a Jesús.

Finalmente Catalina vio que satanás estaba observando a distancia lo que sucedía, en una nube negra.

  

LA UNESCO DESIGNÓ EL LUGAR COMO PATRIMONIO HISTÓRICO DE LA HUMANIDAD

Designó a la orilla oriental del río Jordán (Jordania), optando por sobre la pretensión israelí de Qasr al-Yehud en la orilla occidental. 

Sin embargo los arqueólogos discuten si la ubicación exacta cae en el lado jordano o israelí del río.

Dos naciones no cristianas, Israel y Jordania compiten a quien tiene el lugar donde fue bautizado Jesús por Juan el Bautista.

El 12 de julio de 2011 Israel abrió al público “Qasr al-Yehud”, como el supuesto sitio bautismal de Jesús, que se encuentra en la ribera occidental del río Jordán.

Mientras que los jordanos reivindican el sitio en la ribera oriental del río Jordán, que parecería tener los favores de la Iglesia católica, porque lo visitaron Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

El río Jordán es como una grieta verde que con la vegetación de sus riberas rompe la monotonía ocre del desierto de Judea.

Atravesándolo de norte a sur desde el mar de Galilea hasta el mar Muerto, y marcando la línea fronteriza entre Israel, los territorios palestinos y Jordania.

Unos kilómetros antes de desembocar en el mar Muerto se encuentra el lugar del bautismo de Jesús.

Según algunos estudiosos, se trata del tercer santuario para el mundo cristiano, luego de la Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, y la Basílica de la Natividad, en Belén.

Leer también: Comienzo de su Ministerio: El Bautismo de Jesús (dgo. + a 6 de enero)

  

UNA DISPUTA POLÍTICA Y TURÍSTICA

Associated Press informó que aunque la agencia cultural de la ONU declaró a la ribera oriental del Jordán como el sitio real del bautismo de Jesús.
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Y aunque la mayoría de las iglesias cristianas creen que el lado jordano sea la ubicación del bautismo de Jesús por Juan, como se encuentra en Mateo 3 y otros pasajes.
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Los eruditos dicen que no hay manera de estar seguro qué lado del río fue el lugar preciso.

Jodi Magness, arqueólogo de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, dijo que la decisión de la UNESCO «no tiene nada que ver con la realidad arqueológica.»

Tanto Israel como Jordania compiten por el turismo de su lado del río Jordán, y podría muy bien ser afectado por la decisión de la UNESCO.

El Wall Street Journal  dijo en un informe que Israel y los territorios palestinos han estado disfrutando de fuerte turismo basado en la religión en los últimos años, a pesar de los ataques terroristas en todo el Oriente Medio y la región circundante.

Los cristianos representan un número significativo de turistas, representaron el 56 por ciento de todo el turismo a Israel en 2014.

El sitio israelí del bautismo atrae a multitudes más grandes que el homólogo jordano.
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Los funcionarios israelíes informan que medio millón de turistas visitaron su sitio el año pasado, frente a decenas de miles de personas en Jordania.

Sin embargo el lado jordano ha recibido el respaldo de los católicos romanos, griegos ortodoxos y luteranos, y tres papas lo han visitado desde el año 2000.

  

BETANIA EN TRANSJORDANIA

El lugar de Jordania está a 40 kilómetros de Ammán, en la ribera oriental del río Jordán.
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Y fue desarrollado por esta nación en 1997,
 tras el acuerdo de paz con Israel, en 1994, después de 50 años de hostilidades.

Entre las iglesias que han reconocido ya este lugar están la Anglicana, la Luterana, la Ortodoxa Copta de Egipto y la Ortodoxa de Jerusalén.

betania-lugar-bautismo

En la actualidad se están construyendo 13 iglesias y monasterios, pertenecientes a diferentes ramas del cristianismo, en un área de 10 kilómetros cuadrados en el Lugar del Bautismo.

Benedicto XVI, en su visita en 2009, puso la primera piedra para dos iglesias en este sitio, una de la Iglesia Católica Griega y otra de la Iglesia Católica Romana.

Hasta hace poco, visitar este lugar no era posible, pues era una zona militarizada: el río marca la frontera entre Jordania e Israel.

Hoy, sin embargo, la zona está abierta al público y habilitada para el acceso de peregrinos, aunque sigue habiendo soldados jordanos a poco más de un tiro de piedra de los soldados israelíes en la orilla de enfrente.

papa en el lugar de bautismo de jesus

A diferencia del lado israelí, en la orilla jordana podemos encontrar lo que parecen ser multitud de restos arqueológicos que demuestran que “su” lugar del bautismo, en Betania de Transjordania, fue un punto de peregrinación cristiana desde los comienzos del cristianismo.

Betania de Transjordania ya era un lugar santo antes de los tiempos de Jesús.
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En esta área se encuentra la llamada colina de Elías, donde la tradición sitúa el punto donde Elías subió al cielo en un carro de fuego.
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Por eso no es coincidencia que fuera aquí donde bautizaba Juan el Bautista.

En las excavaciones arqueológicas emprendidas desde mediados de los años noventa del siglo XX, se han encontrado restos de cinco iglesias bizantinas construidas a partir del siglo V, como la de san Juan el Bautista, construida en tiempos del emperador Anastasio (491-518 d.C.).

De ella parte una escalera de piedra que desciende hasta una piscina que recibe agua del Jordán, donde los peregrinos se sumergían para recibir el bautismo.

En las cercanías de estas cinco iglesias podemos encontrar otras piscinas bautismales y cuevas en las que vivían los ermitaños.

También san Juan Bautista vivía en una cueva excavada en la piedra, muy cerca de la colina de Elías.

La cueva de san Juan Bautista, a la que con frecuencia acudía Jesús, se ha podido identificar gracias a los restos de una iglesia bizantina construida junto a ella en el siglo V y cuyo ábside está curiosamente excavado en la roca.

La iglesia, la primera construida al Este del río Jordán, pertenecía a un conjunto monástico del que formaban parte otras iglesias, un de las cuales ha recibido recientemente el nombre del Papa Juan Pablo II.

Recomendamos leer todo lo referente a este lugar de Betania aquí.

Veamos ahora que sucede del lado israelí.

  

QASR AL-YEHUD EN LA RIBERA DEL LADO DE ISRAEL

La competencia es “Qasr al-Yehud”, el sitio que también alega ser el lugar bautismal de Jesús.
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Que se encuentra en la orilla occidental del río Jordán y es mucho mas promocionado y moderno que el jordano.

El sitio se abrió públicamente el 12 de julio de 2011, en una ceremonia llevada a cabo por el Ministerio para la Cooperación Regional, el Coordinador de las Actividades Gubernamentales en los Territorios, y de la Administración Civil.

El aire está en silencio y la tierra amarillenta aparece surcada por tímidos tamariscos.

La carretera pasa junto a edificios inhóspitos y abandonados y atraviesa por pasarelas elevadas; un león de Judea, símbolo de la Iglesia Etíope, ruge en silencio sobre un fondo alicatado en azul, señor solitario de todo lo que alcanza su vista.

Ésta es la escena habitual cualquier día y mes normal en el río Jordán, cerca de Jericó.

Vista desde la explanada del complejo turístico

Pero todo cambia durante la Epifanía, el día del Bautismo de Jesús, cuando “los cielos se abrieron, y vio cómo el espíritu de Dios descendía en forma de paloma y le iluminaba”.

Festividad que los católicos romanos y las iglesias orientales celebran en momentos distintos del mes de enero, este día transforma la zona, ya que miles de peregrinos se congregan en el que se considera uno de los lugares más sagrados y menos visitados de Israel.

20 de abril de 2011 - 3000 ortodoxos sirios, griegos y coptos peregrinos

Este paraje suele conocerse por su nombre en árabe, Qasr Al Yahud, que para algunos significa “castillo de los judíos”.
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Otros consideran que “al Yahud” significa “los judíos”, pero que la primera palabra procede de un término árabe que significa “ruptura”.

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Así, éste no sería otro que el lugar donde los judíos “rompieron” las aguas, es decir, donde Josué les guió para atravesar el Jordán.

Monasterio de san Juan

Qasr al Yahud es también el nombre que recibe el lugar más destacado de la zona, el Monasterio de San Juan, del siglo V.

Franciscanos peregrinando desde el Monasterio de san Juan hacia Qasr Al-Yahud

Se trata de un punto de encuentro de numerosas tradiciones, circunstancia habitual en Tierra Santa.

Que se remonta a los tiempos en los que los peregrinos no podían viajar libremente y a menudo permanecían en los lugares a los que podían acceder, frecuentemente en la frialdad de una cueva, para leer y reflexionar sobre las escenas bíblicas que habían tenido lugar en los alrededores.

Entre otras tradiciones de la zona se encuentran, además del bautismo de Jesús por parte de Juan y del paso del Jordán por parte de Josué, el momento en que Elías fue alimentado por los cuervos y su ascensión al cielo.

Iglesia ortodoxa

Aquí, donde las aguas lodosas del Jordán fluyen formando tranquilos remolinos, con unos 3.5 metros de profundidad.

Se está tan cerca de la otra orilla que incluso podría hacer aterrizar en el otro lado un avión de papel en el regazo de un peregrino sentado en el muelle de madera, curiosamente colgado de dos salvavidas de color naranja, en la orilla jordana.

El muelle conduce a un sendero y a una hermosa capilla con una pequeña cúpula dorada construida por los jordanos en el año 2000 debido a los antiguos relatos según los cuales aquí tuvo lugar el bautismo de Jesús, en la orilla oriental del río.

Este lugar es un punto fronterizo pacífico entre Israel y Jordania desde 1994.

Interior de la iglesia ortodoxa

La excitación de hallarse en un lugar tan auténtico a tan sólo un tiro de piedra de donde predicó Juan el Bautista impresionará a los visitantes modernos más aún que a Mark Twain, que describió su visita aquí en 1867 en su libro Los inocentes en el extranjero:

“Con el primer atisbo del amanecer todos los peregrinos se despojaban de su ropa y se adentraban en el oscuro torrente, cantando en las tormentosas orillas del Jordán estoy / y contemplo con melancolía / la tierra hermosa y feliz de Canaán / donde están mis posesiones”.

Pero no duraban mucho tiempo.

El agua estaba tan espantosamente fría que se veían obligados a dejar de cantar y a salir deprisa y corriendo (…) Así que vimos el Jordán de forma muy mediocre”.

La vívida descripción de este célebre y obstinado escritor refuerza la inevitable impresión de que pocas cosas han cambiado desde el siglo XIX. Y ahí reside su encanto.

Uriel Aharonov, ingeniero del Consejo Regional de Megilot – Mar Muerto que ha colaborado con el Consejo Regional del Valle del Jordán para crear las instalaciones turísticas de la zona, desea proteger esta autenticidad:

“Salvo reforzar los muros existentes y una sencilla rampa de madera, no habrá ninguna otra construcción en la orilla, sino a cierta distancia. Y cualquier construcción se fundirá con los colores naturales de la zona”, explica Aharonov.

Oratorio cristiano en Qasr Al Yahud

Mark Twain también expresó otra queja sobre el Jordán:

“Sin embargo, después de la experiencia de entrar en el río, nos dimos cuenta de que muchas calles de Estados Unidos son el doble de anchas que el Jordán”.

Cabe destacar que el momento del año en el que Twain lo visitó, al final de los ocho meses del periodo seco, es ahora el estado habitual del Jordán, debido a las extracciones de agua que desde la década de 1960 se realizan en el Mar de Galilea.

Unido al Mar de Galilea por un Jordán mermado, el peculiar Mar Muerto también se está secando, lo que constituye un gran motivo de preocupación para los amantes de este paraje.

Israel está estudiando diversas soluciones al problema, y según Aharonov lo ideal sería poner en práctica los planes actuales de montaje de plantas desalinizadoras en el Mediterráneo para que llegara más agua al Jordán:

“El Jordán es algo más que un recurso hídrico”, explica Aharonov.
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“Es un símbolo insustituible para quienes aman la Biblia en todo el mundo”.

Peregrinos en las dos orillas del Jordan en el complejo turístico de Qasr Al-Yehud

  

EL SITIO BAUTISMAL EN SÍ

Qasr Al-Yahud se halla dentro de una especie de oasis con frondosas palmeras donde se corta el Jordán y había conventos ortodoxos.

Este sitio bautismal tiene una tradición antigua por ser el lugar donde Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán (Mateo, 3, 13-17).

Restos de varias iglesias que datan del siglo quinto, se puede ver en el sitio, dando testimonio de la antigua tradición de que este sea el sitio real donde Jesús fue bautizado y comenzó su ministerio.

Peregrinos descansando en la explanada de complejo turístico sobre el Rio Jordan

Se trata de una verdadera perla turística, un oasis digno de ser visitado, que además tiene un valor muy significativo para el cristianismo.

Franciscanos y peregrinos católicos a orillas del Jordan en Qasr Al-Yahud

En un día claro se divisa el Monte Nebó, que señala el final de la trayectoria del pueblo de Israel por el desierto y la entrada a la Tierra Prometida.

Es sin duda un sitio muy importante localizado en la ruta que va de Jerusalén a Jericó, en el que muchas iglesias fueron construidas as través de los siglos.

Peregrinos en el estrado sobre el rio Jordan en el lugar de bautismo de Jesús

Su nombre en árabe, Qasr al-Yehud, podría ser un remanente de una tradición aún más antigua de la pre-cristiana (judía) de utilizar el lugar como un sitio bautismal.

El sitio también está considerado por ser el lugar donde los Israelitas cruzaron el Jordán cuando entraron a la tierra de Canaán, como ya dijimos.

“Qasr Al Yahud”, se encuentra en los territorios palestinos en la zona C, que actualmente se encuentra bajo la administración de las autoridades israelíes, sin embargo, los israelíes y los palestinos pueden libremente visitar este sitio.

Peregrinos mirando el rio Jordan en Qasr Al Yahud en una orilla del Jordan

El Ministerio de Turismo informa que ha invertido en trabajos en el lugar unos 3,5 millones de shékels, y el Ministerio de Defensa agregó el resto para completar los ocho millones que se necesitaron para estas refacciones.

Otros 2,5 millones de shékels se invertirán en el transcurso del año en curso para completar en el futuro más accesos y otras atracciones naturales de la Autoridad Israelí para Protección de la Naturaleza y Parques Nacionales.

Según el portal Travelujah, el lugar es gratuito para los visitantes, administrado por Israel y la Autoridad Nacional de Protección de Parques.

Mapa de ubicacion


Sergio Fernández, Editor de los Foros de la Virgen María

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¿Por qué el Bautismo en el Espíritu Santo Refuerza nuestra Fe?

No es un sacramento o un sustituto de los sacramentos.

Es una oración de fe, para reavivar lo que el Señor nos dio en el Sacramento del Bautismo

El Bautismo en el Espíritu Santo es el derramamiento del Espíritu, que significa una profunda experiencia de Dios.

A menudo se refiere a él como un “Pentecostés personal”.
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El Espíritu Santo no sólo prende fuego todo lo que ya hemos recibido, sino que viene de nuevo para equiparnos con sus dones, para el servicio y la misión.
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Y a menudo está relacionado con la capacidad de hablar en lenguas.
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Pero empecemos por el principio. ¿Quién es el Espíritu Santo? 

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, consustancial y diferente a Hijo y al Padre, que son las otras personas.

Las tres personas tienen la misma esencia y naturaleza divina.

El Hijo procede del Padre y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

Atribuimos al Padre la perfección y la omnipotencia, al Hijo la sabiduría y al Espíritu Santo las operaciones de gracia y santificación de las almas.

Y en este sentido el espíritu santo entrega dones.

Hay un tipo de dones dados para la santificación de las almas, como la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, el conocimiento, la piedad y el temor del Señor.

Y hay otros dones extraordinarios pero que no santifican a las personas sino que se entregan para la operación del pueblo de Dios; y son conocidos como Carismas.

Estos son, según San Pablo, el don de hablar en lenguas, la interpretación de lenguas, la palabra de sabiduría, el discernimiento de espíritus, el don de sanación, de milagros, el don de profecía entre otros, y los veremos en detalle abajo.

¿Y cómo sabemos cuando el Espíritu Santo nos habla o está presente en nuestros actos?

Podemos conocerlo por los propios actos y los frutos. 

Si lo que hacemos trae sabiduría, conocimiento, inspira coraje, alienta a la fortaleza, invoca el temor del Señor, proporciona un buen consejo o ayuda al juicio correcto, es del Espíritu Santo.

Si los efectos de nuestras acciones traen la verdad, la curación, la esperanza, la paz, la misericordia, la justicia o la alegría, hemos sido dirigidos por el Paráclito.

Ahora pasaremos a explicar el Bautismo en el Espíritu en base a hacernos 10 preguntas y responderlas.

  

1 – ¿Qué es el Bautismo en el Espíritu Santo?

El bautismo en el Espíritu Santo es dar la bienvenida o el hermanamiento del Espíritu Santo, que ya vive en nosotros desde el bautismo. 

Al dar la bienvenida al Espíritu Santo en nuestras vidas, su poder será liberado y se desbordará para llenar nuestras almas y cuerpos.

Lo que nos permite vivir la vida cristiana más plena que estábamos llamados a vivir por Dios.

La experiencia de ser bautizados en el Espíritu Santo puede explicarse utilizando la analogía de un terrón de azúcar en una taza de café. 

Cuando recibimos el bautismo en el Espíritu Santo, es como agitar esta taza de café para que la dulzura del azúcar se pueda liberar en toda la taza de café.

  

2 – ¿Por qué tenemos que ser bautizados en el Espíritu Santo?

Es la promesa y el mandato de Jesús.

Antes de su ascensión, Jesús instruyó a sus discípulos a no ir a ninguna parte hasta que hayan recibido el poder del Espíritu Santo.

“Y mira, yo envío sobre vosotros lo prometido por mi Padre; así que permanezcan aquí en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto.” (Lucas 24:29)

De nuevo en Hechos, Jesús dijo a sus discípulos que no se fueran de Jerusalén, sino que esperaran hasta que hayan recibido el bautismo en el Espíritu Santo:

“la promesa del Padre, de la que ustedes han escuchado hablar. Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1: 4-5)

Ser un testigo de Cristo. Jesús espera que sus discípulos reciban el poder del Espíritu Santo para que puedan ser sus testigos hasta los confines de la tierra,

“recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1: 8)

  

3 – ¿Dónde se menciona en la biblia el “Bautismo en el Espíritu Santo”?

El bautismo en el Espíritu Santo es mencionado en la Biblia en el Nuevo Testamento. 

Aparece en los cuatro evangelios y en los Hechos de los Apóstoles.

“Yo os bautizo en agua para su arrepentimiento, pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo… él os bautizará con el  Espíritu Santo y el fuego” (Mateo 3:11, Marcos 1:8, Lucas 3:16, Juan 1: 32-34)

“Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1: 5)

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un solo lugar. 

Y de repente vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viento, el cual llenó toda la casa donde estaban. 

Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. 

Y fueron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”. (Hechos 2: 1-4)

  

4 – ¿El Bautismo del Espíritu Santo es un evento de una sola vez, que sólo ocurrió en Pentecostés?

No, la escritura nos dice claramente que el bautismo del Espíritu Santo no es un evento de una sola vez.

Sucedió en muchas ocasiones en diferentes lugares después de Pentecostés.

“Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.

Y ellos fueron allá, y oraron por los samaritanos para que recibieran el Espíritu Santo, porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos.

Sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo”. (Hechos 8: 14-17)

“Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús, y el momento en que Pablo puso sus manos sobre ellos, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, y empezaron a hablar en lenguas y a profetizar”. (Hechos 19: 5-6)

  

5 – ¿El Bautismo del Espíritu Santo es relevante sólo para la iglesia primitiva?

No. La Iglesia primitiva necesitaba el poder y los dones del Espíritu Santo para construir la iglesia.

Nuestra iglesia hoy es igualmente dependiente del poder y los dones del Espíritu Santo para crecer y revivir la iglesia.

La Gran Misión que Jesús entregó a sus discípulos en Marcos 16: 15-18 es también nuestra misión

Él les dijo:

“Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio.

Toda criatura que crea y sea bautizada, se salvará.

El que no crea será condenado.

Estas señales acompañarán a los que crean…

En mi nombre expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán serpientes con las manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño.

Impondrán las manos sobre los enfermos y se sanarán” (Marcos 16: 15-18)

Los creyentes no deben confiar en su propia fuerza y el talento para llevar a cabo la obra de Dios.

Necesitamos el poder y los dones del Espíritu Santo para testificar, servir y edificar nuestra iglesia.

  

6 – ¿Por qué la Iglesia Católica no promueve ni enseña centralmente acerca de “Bautismo del Espíritu Santo”?

Una de las principales razones por las que muchos creyentes nunca han tenido ninguna experiencia del bautismo del Espíritu Santo es que nunca se ha predicado con claridad.

A pesar que ha sido parte de la tradición de la iglesia primitiva como se describe en los Hechos de los Apóstoles.

Algunas de las razones por las que no se enseña ampliamente incluyen:

• una falta de comprensión de quién es el Espíritu Santo realmente
• una falta de apreciación del Espíritu Santo y su papel crucial en la vida del creyente
• el miedo a perder el control y dejar que el Santo Espíritu lleve la carga
• el miedo a entrar en lo desconocido

Sin embargo, en 1967 se inició un movimiento de renovación dentro de la Iglesia Católica llamado “RCC”, que implica el bautismo del Espíritu Santo.

Muchos se sienten atraídos por este movimiento por los testimonios y las vidas de los que han sido “llenos del Espíritu Santo”.

  

7 – ¿Cómo recibo el Bautismo del Espíritu Santo?

La mayoría de los creyentes recibieron el bautismo del Espíritu Santo cuando otros creyentes llenos del Espíritu Santo impusieron las manos sobre ellos y rezaron para que el poder del Espíritu Santo se posara sobre ellos.

Sin embargo, el elemento esencial en el proceso de recibir el bautismo del Espíritu Santo es:

• reconocer a Jesús como el único Dios en el cielo y en la tierra
• reconocer a Jesús como su Señor personal, Dios y Salvador
renunciar a satanás y todas sus obras
arrepentirse de los pecados
• el deseo y la creencia de que Jesús quiere darte sus dones

  

8 – ¿Cómo sé si he recibido realmente el Bautismo del Espíritu Santo?

Puedes manifestar uno o más de los muchos dones del Espíritu Santo.  Por ejemplo, don de lenguas, profecía, don de la curación.

Recibirás nueva conciencia de la presencia de Dios y de su amor.

También se desarrollará en ti un hambre más profunda de Dios.

Un deseo más fuerte para hacer su voluntad y servir en su reino.

Hay una nueva experiencia del Espíritu Santo.

Es una nueva apertura a la acción, movimientos, dirección, inspiración, del Espíritu Santo.

Toda la persona, su mente, sentimientos, pensamientos y voluntad son tocados por la acción de Dios.

Es el principio de vida nueva.

Que se manifestarán en los frutos para edificar nuestras almas y dones o carismas para edificar la iglesia.

  

9 – ¿Cómo cambia una persona después de recibir el Bautismo en el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo está aquí para ayudarnos a crecer espiritualmente. 

Algunos de los frutos comunes que se desarrollan son:

• un nuevo hambre y sed de la oración
• un hambre para estudiar la Escritura
• un nuevo sentido del amor de Jesús
• un sentido de Dios como nuestro Padre amoroso que nos ama y quiere lo mejor para nosotros
• un mayor poder sobre la tentación y el pecado; muchas de nuestras cadenas con el pecado se rompen cuando recibimos el bautismo en el Espíritu
• un fuerte deseo de desprenderse de las cosas del mundo y una mayor alegría de las cosas que son del Espíritu, por ejemplo, la oración, la comunión, la lectura cristiana, etc.
• una nueva apreciación de los sacramentos y devociones de la Iglesia
• una comprensión más profunda de la misa y un anhelo de la Eucaristía

  

10 – ¿Cuáles son los dones del Espíritu Santo?

Cuando recibimos el bautismo del Espíritu Santo vamos a experimentar una más profunda o una nueva efusión del Espíritu de Dios. 

Vamos a empezar a descubrir nuevos dones espirituales como se menciona en 1 Corintios 12: 4-11.

Los diferentes dones espirituales del Espíritu Santo son:

  • El don de la sabiduría – Guiada por el Espíritu Santo, una persona queda dotada de la capacidad de tomar decisiones o dar orientación a los demás de acuerdo a la voluntad perfecta de Dios.
  • La Palabra de Conocimiento – Don que le otorga una visión o información en una situación o problema que no está disponible de manera natural.
  • El don de la Fe – La fe sobrenatural del Espíritu Santo, que le permite a uno a creer y confiar en todas las circunstancias. El don de la fe viene cuando la propia fe alcanza su límite.
  • El don de la curación – Don de sanidad sobrenatural sin ninguna asistencia natural (o médica).
  • El don de los Milagros – Signos y maravillas realizados a través del poder del Espíritu Santo para cambiar o alterar los acontecimientos naturales o circunstancias.
  • El don de Profecía – Para proclamar el mensaje de Dios por inspiración divina. La profecía es para edificación, exhortación y consolación.
  • El Discernimiento de los espíritus – Es el conocimiento sobrenatural del mundo de los espíritus. Se puede percibir o ver si un espíritu específico es bueno o malo en una situación determinada.
  • El don de Hablar en Lenguas – La habilidad sobrenatural de hablar en idiomas que no conocemos. Podría ser una lengua humana o el lenguaje del Espíritu Santo.
  • El don de Interpretación de Lenguas – Es la capacidad de traducir las palabras dichas por otro que tiene el don de lenguas.

  

VINCULACIÓN DEL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU CON HABLAR EN LENGUAS

Marcos 16: 17-18 dice que una de las señales para los creyentes es que «hablarán nuevas lenguas» (arriba vimos el pasaje).

Jesús se está refiriendo al poder dado en el envío de Jesús a los apóstoles, que los carismáticos lo relacionan con el bautismo en el Espíritu Santo.

San Pablo relaciona su hablar en lenguas con hablar a Dios con el Espíritu.

Al leer 1 Corintios 14: 18, sabemos que San Pablo hablaba en lenguas, porque dijo: «Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas…»

La oración «en el Espíritu» o «con el Espíritu» está definida por San Pablo, como un misterio de oración, que no tiene nuestro entendimiento; o en otras palabras, es hablar en lenguas.

Cuando lees los términos «orando en (o con) el Espíritu Santo»,  se refiere a orar en lenguas (idiomas que nunca has aprendido).

«Pues el que habla en lengua no habla a los hombres sino a Dios. En efecto, nadie le entiende: dice en espíritu cosas misteriosas.» (1 Corintios 14: 2)

«Entonces, ¿qué hacer? Oraré con el espíritu, pero oraré también con la mente. Cantaré salmos con el espíritu, pero también los cantaré con la mente.» (1 Corintios 14: 15)

Y se define «hablar en el Espíritu» en Efesios 5: 18-19:

“No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu.

Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor»

Y en Judas 20 se lee:

«Pero vosotros, queridos, edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo«.

¿Qué hacer para luego de recibido el Bautismo en el espíritu Santo para hablar en lenguas?

Debes abandonar el estilo de vida de pecado y depositar tu confianza en Jesucristo.

Debes nacer de nuevo (Juan 3: 3-7).

Debes desear estar lleno del Espíritu Santo, porque deseas obedecer a Dios, servir a Dios y adorar a Dios de una manera completa (Juan 4: 21-24, Mateo 28:20, Marcos 11:24, Lucas 24:49).

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ERRORES SOBRE HABLAR EN LENGUAS CON EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO

Hay una serie de errores que le surgen a quienes evalúan animarse a hablar en lenguas.

  

PRIMER ERROR: No llamarán a ningún un demonio (ver Lucas 11: 9-13) ni maldecirán a Jesús mientras hablan en lenguas.

«Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo« (1 Corintios 12: 3).

  

SEGUNDO ERROR: «El Espíritu Santo te llevará, y será incontrolable».

Esto no tiene sentido. Dios no violará tu voluntad. Es por eso que Pablo dijo, como vinos arriba, que «Orará con el espíritu, y orara con su mente».

Es un acto de la voluntad humana; no algo incontrolable que te pondrá en trance o dominará todas tus funciones motrices.

  

TERCER ERROR: «Verás las palabras en tu mente que Dios quiere que hables».

No esto no es correcto. El bautismo con el Espíritu Santo es una experiencia espiritual, no una experiencia mental.

Uno de los grandes propósitos de hablar en lenguas es poner tu mente donde corresponde, en segundo lugar detrás de tu espíritu.

  

CUARTO ERROR: «El Espíritu Santo hablará a través de ti».

Esta es otra de esas ideas erróneas que impide que muchas personas la reciban.

Están esperando que una voz hable a través de ellos, pero no sucederá.

El Espíritu Santo no es el que habla. Él pronuncia, pero tú eres el que habla.

  

QUINTO ERROR: Dar a los que hablan en lenguas las palabras que deben pronunciar.

Hay ministros pentecostales que le dicen a los bautizados su propia pronunciación hablando en lenguas:

«Ahora, repite después de mí.»Shun-Dah-Mah-Kie-Ah. Shun-Dah-Mah-Kie-Ah».

Están inventando palabras .

Dios no bendecirá este tipo de carnalidad. Él quiere la «cosa real», no la falsificación.

  

ATAQUES DEL ENEMIGO

En este proceso de hablar en lenguas luego del bautismo en el espíritu recibirás ataques del enemigo.

  

ATAQUE EL ENEMIGO 1: Cuando empiezas a hablar en lenguas, el diablo probablemente dirá: «¡Estás diciendo sólo palabras!»

Bueno, él está parcialmente en lo correcto. Estás hablando, pero es el Espíritu Santo el que te da la pronunciación.

De modo que no eres «solo tú» el que está hablando.

Tú haces lo “natural”, y el Espíritu Santo hará lo «sobre», y juntos producen algo “sobrenatural”.

  

ATAQUE DEL ENEMIGO 2: El diablo probablemente te dirá que estás «inventando todo» cuando empiece a hablar en lenguas sobrenaturales.

Es su estratagema para que te detengas. No te detengas.

Sigue orando en esas lenguas que suenan extrañas, y encontrarás una nueva unción de poder sobre tu vida.

  

ATAQUE DEL ENEMIGO 3: El diablo probablemente te traerá a la mente algunas de las interpretaciones  erróneas con la esperanza de destruir su fe.

Él puede sugerir: «Realmente estás ensuciando. Esto fue solo para los apóstoles.

No tienes ninguna promesa de parte de Dios para esto. Detente ahora antes de que el juicio caiga sobre ti».

La respuesta está en Marcos 16 que vimos arriba sobre la promesa de hablar en lenguas.

  

RECOMENDACIONES PARA HABLAR EN LENGUAS CON EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO

Deja todas las alabanzas en tu idioma nativo (en este caso en español), y de inmediato comenzarás a alabar a Dios en lenguas.

Al principio sonará tonto, pero hazlo de todos modos.

Después de producir sonidos, comienza a mover los labios y la lengua, confiando en que el Espíritu Santo te dé pautas.

No esperes una sensación especial.

Eso puede venir o puede no venir, no importa de ninguna manera porque este es un evento de fe, no simplemente una ocasión emocional.

Hay que concentrarse en Jesús, porque Él es el que bautiza con el Espíritu Santo.

Fuentes:


Sergio Fernández, Editor de los Foros de la Virgen María

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FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES Movil

Visión del Nacimiento de Juan Bautista por María Valtorta

En “El Evangelio según como me lo han contado”, María Valtorta relata el viaje de María para ver a su prima Isabel, encinta de Juan el Bautista.

Allí cuenta sus visiones sobre el nacimiento de Juan, su circuncisión y su presentación en el Templo.

 

21 – LA LLEGADA DE MARÍA A HEBRÓN Y SU ENCUENTRO CON ISABEL

Me encuentro en un lugar montañoso. No son grandes montañas, pero tampoco puede decirse que sean simples colinas. Tienen cimas y sinuosidades ya propias de las verdaderas montañas, como las que se ven en nuestros Apeninos tosco¬umbrianos. La vegetación es tupida y bonita. Abunda el agua fresca que mantiene verdes los pastos y fértiles los huertos, casi todos plantados de manzanos, higueras y vid; esta última, en torno a las casas. Debe ser primavera, como se deduce de que las uvas sean ya de un cierto volumen, como semillas de veza; y de que las flores de los manzanos asemejen a numerosas bolitas de color verde intenso; así como del hecho de que en lo alto de las ramas de las higueras hayan aparecido ya los primeros frutos, todavía en estado embrional, pero ya bien definidos. Y los prados son una verdadera alfombra esponjosa y de mil colores en que pacen, o descansan, las ovejas: manchas blancas sobre el fondo de esmeralda de la hierba.

María sube en su burrito por una vía que está en bastante buen estado, y que debe ser de primer orden. Sube, porque, efectivamente, el pueblo, de aspecto bastante ordenado, está más arriba. Mi interno consejero me dice:

-Este lugar es Hebrón». Usted me hablaba de Montana. Yo no sé qué hacer. A mí se me indica con este nombre. No sé si será «Hebrón» toda la zona o sólo el pueblo. Yo oigo esto, y esto es lo que digo.

María está entrando en el pueblo. Atardece. Algunas mujeres, en las puertas de las casas, observan la llegada de la forastera y chismean entre sí. La siguen con la mirada y no se quedan tranquilas hasta que la ven detenerse delante de una de las casas más lindas, situada en el centro del pueblo y que tiene delante un huerto-jardín, y detrás y alrededor un huerto de árboles frutales bien cuidado, que se extiende luego dando lugar a un vasto prado que sube y baja por las sinuosidades del monte, para terminar en un bosque de altos árboles, tras el cual no sé qué más hay. Todo ello cercado por un seto de morales o rosales silvestres. No lo distingo bien porque — no sé si usted lo tiene presente — tanto la flor como el ramaje de estas matas espinosas son muy semejantes, y mientras no aparece el fruto en las ramas es fácil confundirse. En la parte delantera de la casa, es decir, por el lado paralelo al pueblo, la propiedad está cercada por un pequeño muro blanco, a lo largo de cuya parte alta hay ramas de verdaderos rosales, todavía sin flores, aunque ya llenas de capullos. En el centro, una cancilla de hierro, cerrada. Se comprende que se trata de la casa de una de las personalidades del pueblo, y de gente que vive desahogadamente, pues, efectivamente, todo en ella da signos, si no de riqueza y de pompa, sí, sin duda, de bienestar. Y mucho orden.

María se baja del burrito y se acerca a la puerta de hierro. Mira por entre las barras. No ve a nadie. Entonces trata de que la oigan. Una mujercita (la más curiosa de todas, que la ha seguido) le hace señales para que se fije en un extraño objeto que sirve para llamar: dos piezas de metal dispuestas en equilibrio en una especie de yugo, las cuales, moviendo el yugo con una gruesa cuerda, chocan entre sí haciendo el sonido de una campana o de un gong.

María tira de la cuerda, pero lo hace de forma tan delicada que el sonido es sólo un ligero tintineo que nadie oye. Entonces la mujercita, una viejecilla toda ella nariz y barbilla puntiaguda, y con una lengua que vale por diez juntas, se agarra a la cuerda y se pone a tirar, a tirar, a tirar. Una llamada que despertaría a un muerto.

-Se hace así, mujer. Si no, ¿cómo va a querer que la oigan? Sepa que Isabel es anciana, y también Zacarías. Y ahora, además de sordo, está mudo. Los dos sirvientes son también viejos, ¿sabe? ¿Ha venido alguna otra vez? ¿Conoce a Zacarías? ¿Es usted…?.

Aparece un viejecillo renco que salva a María de este diluvio de informaciones y preguntas. Debe ser jardinero o labrador. Lleva en la mano un pequeño rastrillo y una hoz atada a la cintura. Abre. María entra mientras le da las gracias a la mujer, pero… ¡ay!, la deja sin respuesta. ¡Qué desilusión para la curiosa!

Nada más entrar, dice:
-Soy María de Joaquín y Ana, de Nazaret. Prima de vuestros señores.

El viejecillo inclina la cabeza y saluda, luego da una voz:
-¡Sara! ¡Sara!.

Y abre otra vez la verja para coger el borriquillo, que se había quedado afuera porque María, para librarse de la pegajosa mujercita, se había colado dentro muy rápida, y el jardinero, tan rápidamente como Ella, había cerrado la verja delante de las narices de la chismosa. Pasa al burro y, mientras lo hace, dice:

-¡Ah… gran dicha y gran desgracia para esta casa! El Cielo ha concedido un hijo a la estéril. ¡Bendito sea por ello el Altísimo! Pero Zacarías volvió de Jerusalén mudo hace ya siete meses. Se hace entender con gestos, o escribiendo. ¿Ha tenido noticia de ello? Mi señora, en medio de esta alegría y este dolor, la ha echado mucho de menos. Siempre hablaba de usted con Sara. Decía: «¡Si estuviese aquí conmigo mi pequeña María… ! Si hubiera seguido hasta ahora en el Templo, habría enviado a Zacarías a traerla. Pero el Señor ha querido que fuese la esposa de José de Nazaret. Sólo Ella podría consolarme en este dolor y ayudarme a rezar a Dios, porque todo en Ella es bondad. En el Templo todos la echan de menos y están tristes. La pasada fiesta, cuando fui con Zacarías la última vez a Jerusalén a dar gracias a Dios por haberme dado un hijo, oí de sus maestras estas palabras: «Al Templo parecen faltarle los querubines de la Gloria desde que la voz de María no suena ya entre estas paredes». ¡Sara! ¡Sara! Mi mujer es un poco sorda. Ven, ven, que te llevo yo».

En vez de Sara, aparece, en la parte alta de una escalera adosada a un lado de la casa, una mujer ya muy anciana, ya llena de arrugas, con el pelo muy canoso — pero que ha debido ser negrísimo, a juzgar por lo negras que tiene las pestañas y las cejas y por el color moreno de su cara —. Contrasta en modo extraño, con su visible vejez, su estado, ya muy patente, a pesar de la ropa amplia y suelta que lleva. Mira protegiéndose los ojos de la luz con la mano. Reconoce a María. Levanta los brazos hacia el cielo con una exclamación de asombro y de alegría, y se apresura, en la medida en que puede, hacia abajo al encuentro de la recién llegada. Y María — cuyos movimientos son siempre moderados — esta vez se echa a correr rápida como un cervatillo y llega al pie de la escalera al mismo tiempo que Isabel. Y recibe en su pecho con viva efusión de afecto a su prima, que, al verla, llora de alegría.

Permanecen abrazadas un momento. Luego Isabel se separa con una exclamación de dolor y alegría al mismo tiempo, y se lleva las manos al abultado vientre. Agacha la cabeza, palideciendo y sonrojándose alternativamente. María y el sirviente extienden los brazos para sujetarla, pues ella vacila como si se sintiera mal.

Pero Isabel, después de un minuto de estar como recogida dentro de sí, alza su rostro, tan radiante que parece rejuvenecido, mira a María sonriendo con venerac
ión como si estuviera viendo un ángel y se inclina en un intenso saludo diciendo:

-¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bendito el Fruto de tu vientre! (lo dice así, dos frases bien separadas) ¿Cómo he merecido que venga a mí, sierva tuya, la Madre de mi Señor? Sí, ante el sonido de tu voz, el niño ha saltado en mi vientre como jubiloso, y cuando te he abrazado el Espíritu del Señor me ha dicho una altísima verdad en el corazón. ¡Dichosa tú, porque has creído que a Dios le fuera posible lo que posible no aparece a la humana mente! ¡Bendita tú, que por tu fe harás realidad lo que te ha sido predicho por el Señor y fue predicho a los Profetas para este tiempo! ¡Bendita tú, por la Salud que engendras para la estirpe de Jacob! ¡Bendita tú, por haber traído la Santidad a este hijo mío que siento saltar de júbilo en mi vientre como cabritillo alborozado porque se siente liberado del peso de la culpa, llamado a ser el precursor, santificado antes de la Redención por el Santo que se está desarrollando en ti!.

María, con dos lágrimas como perlas, que le bajan desde los risueños ojos hasta la boca sonriente, el rostro alzado hacia el cielo, levantados también los brazos, en la posición que luego tantas veces tendrá su Jesús, exclama:

-El alma mía magnifica a su Señor – y continúa el cántico como nos ha sido transmitido. Al final, en el versículo: «Ha socorrido a Israel, su siervo etc», recoge las manos sobre el pecho y se arrodilla muy curvada hacia el suelo adorando a Dios.

El sirviente, cuando había visto que Isabel no se sentía mal y que quería manifestar su pensamiento a María, se había retirado prudentemente; ahora vuelve del huerto acompañado de un anciano de aspecto majestuoso, de barba y pelo enteramente blancos, el cual, con vistosos gestos y sonidos guturales, saluda desde lejos a María.

-Zacarías está llegando -dice Isabel tocando en el hombro a la Virgen, que está orando absorta -Mi Zacarías está mudo. Está bajo sanción divina por no haber creído. Ya te contaré luego. Ahora espero en el perdón de Dios porque has venido tú; tú, llena de Gracia.

María se levanta. Va hacia Zacarías. Se inclina hasta el suelo ante él. Le besa la orla de la vestidura blanca que le cubre hasta los pies. Esta vestidura es muy amplia y está sujeta a la cintura por una ancha franja bordada.

Zacarías, con gestos, da la bienvenida a María, y juntos van donde Isabel. Entran todos en una vasta habitación, muy bien puesta, de la planta baja. Ofrecen asiento a María y mandan que le sirvan una taza de leche recién ordeñada — todavía tiene la espuma — y unas pequeñas tortas.

Isabel da órdenes a la sirvienta, quien, embadurnadas de harina todavía las manos y el pelo más blanco de cuanto en realidad lo es, por la harina que tiene, por fin ha hecho acto de presencia. Quizás estaba haciendo el pan. Da órdenes también al sirviente — al que oigo llamar Samuel — para que lleve el baulillo de María a la habitación que le indica. Todos los deberes de una señora de casa para con su huésped.

Entretanto, María responde a las preguntas que Zacarías le hace escribiendo con un estilo en una tablilla encerada. Por las respuestas, comprendo que le está preguntando por José y por cómo se encuentra siendo su prometida. Y comprendo también que a Zacarías le es negada toda luz sobrenatural acerca de la gravidez de María y su condición de Madre del Mesías. Es Isabel quien, acercándose a su marido y poniéndole con amor una mano en el hombro, como para hacerle una casta caricia, le dice:

-María también es madre. Regocíjate por su felicidad -Y no dice nada más. Mira a María; y María la mira, pero no la invita a decir nada más, por lo cual guarda silencio.

¡Dulce, dulcísima visión que me cancela el horror que me quedó al ver el suicidio de Judas!

Ayer por la tarde, antes del sopor, vi el llanto de María, inclinada hacia la piedra de la unción, sobre el cuerpo sin vida del Redentor. Estaba a su lado derecho, dando la espalda a la boca de la gruta sepulcral. La luz de las antorchas iluminaba su cara y me hacía ver su pobre rostro devastado por el dolor, lavado por el llanto. Cogía la mano de Jesús, la acariciaba, se la calentaba en sus mejillas, la besaba, extendía los dedos… besaba uno a uno estos dedos ya inmóviles. Luego acariciaba el rostro de Jesús, se inclinaba a besar la boca abierta, los ojos semicerrados, la frente herida. La luz rojiza de las antorchas daba un aspecto más vivo aún a las llagas de todo ese cuerpo torturado y hacía más verídica la crudeza del suplicio padecido y la realidad de su estar muerto.

Y así me quedé contemplando mientras permaneció lúcida mi inteligencia. Luego, despertada del sopor, he orado y me tranquilicé para dormir verdaderamente. Entonces me comenzó la visión que he descrito. Pero la Madre me dijo: «No te muevas. Únicamente mira. Mañana escribirás». Durante el sueño he vuelto a soñar todo. Me he despertado a las 6’30 y he vuelto a ver cuanto ya había visto despierta y en sueño. He escrito mientras veía. Luego ha venido usted (el sacerdote con quien ella consultaba y a quien daba los escritos) y le he podido preguntar si tenía que meter lo que sigue. Son pequeños cuadros separados que tratan del tiempo de permanencia de María en casa de Zacarías.

22 – LAS JORNADAS EN HEBRÓN. LOS FRUTOS DE LA CARIDAD DE MARÍA HACIA ISABEL

Veo a María cosiendo sentada en la sala de la planta baja. Parece que es por la mañana. Isabel va y viene, ocupándose de la casa. Cada vez que entra, se acerca a depositar una caricia en la rubia cabeza de María, más rubia aún ahora por el contraste con las paredes; más bien oscuras, y bajo el rayo del luminoso sol que entra por la puerta abierta que da al jardín.

Isabel se inclina a mirar el trabajo de María — es el bordado que tenía en Nazaret — y alaba su belleza.

-Tengo también lino para hilar -dice María.
-¿Para tu Niño?
-No. Lo tenía ya cuando todavía no pensaba que… -María no acaba la frase, pero yo entiendo: «… cuando todavía no pensaba que iba a ser Madre de Dios.
-Pero ahora tendrás que usarlo para Él. ¿Es bonito? ¿Es fino? Ya sabes que los niños necesitan una tela suavísima.
-Sí, lo sé.
-Yo había empezado… Tarde, porque quería estar segura de que no era un engaño del Maligno; a pesar de que… sentía en mí una alegría, tal, que, no, no podía provenir de Satanás. Luego… he sufrido mucho. Soy vieja, María, para encontrarme en este estado. «He sufrido mucho. Tú no sufres…
-Yo no. Nunca me he sentido tan bien.
-¡Ya! ¡Claro! En ti no hay mancha, si Dios te ha elegido para ser Madre suya. Por tanto, no estás sujeta a los sufrimientos de Eva. El Fruto concebido en ti es santo.
-Es como si tuviera un ala en el corazón y no un peso; es como llevar dentro todas las flores y todas las avecillas que cantan en primavera, y toda la miel y todo el sol… ¡Oh, me siento dichosa!.

-¡Bendita eres! Yo también, desde que te he visto, he dejado de sentir peso, cansancio y dolor. Me siento nueva, joven, liberada de las miserias de mi carne de mujer. Mi hijo saltó primero dichoso ante el sonido de tu voz, luego se tranquilizó gozoso. Y me parece como si lo llevase dentro en una cuna viva, y como si le viera dormir completamente satisfecho y dichoso, y respirar como un pajarito feliz bajo el ala de su madre… Ahora me voy a poner manos a la obra. No sentiré ya el peso. Veo poco, pero…
-¡Deja, Isabel! Me encargo yo de hilar y tejer para ti y para tu niño. Yo soy rápida y veo bien.
-Pero tendrás que ocuparte del tuyo….
-¡Bueno, hay tiempo de sobra!… Primero me ocuparé de ti, que ya vas a tener pronto al pequeñuelo; luego de mi Jesús.

Decirle lo dulce de la expresión y voz de María, decirle
cómo se adornaran sus ojos de un suave, dichoso llanto, cómo Ella sonríe al pronunciar este Nombre, mirando al cielo luminoso y azul, es superior a las posibilidades humanas. Parece como si el éxtasis la arrobara por el solo hecho de pronunciar «Jesús».

Isabel dice:
-¡Qué nombre más hermoso! ¡El Nombre del Hijo de Dios, Salvador nuestro!.
-¡Oh…, Isabel! -María revela una expresión tristísima y ha aferrado las manos que su parienta tenía cruzadas sobre el vientre abultado -Dime, tú que, cuando yo llegué, fuiste investida del Espíritu del Señor y que profetizaste lo que el mundo ignora. Dime, ¿qué tendrá que hacer para salvar al mundo mi Criatura? Los Profetas… ¡Oh!… ¡Los Profetas que hablan del Salvador!… Isaías… ¿recuerdas Isaías! «Él es el Varón de los dolores. Por sus moretones recibimos la salud. Él ha sido traspasado y está llagado por nuestras iniquidades… Plugo al Señor quebrantarlo con dolores… Tras la condena fue levantado…» ¿De qué elevación habla? Le llaman Cordero, y yo pienso… yo pienso en el cordero pascual, el cordero mosaico, y concateno esto con la serpiente que Moisés levantó en una cruz. ¡Isabel!… ¡Isabel! ¿Qué le harán a mi Criatura? ¿Qué tendrá que sufrir para salvar al mundo? -María se echa a llorar.

Isabel la quiere consolar diciendo:
-María, no llores. Es tu Hijo, pero también es Hijo de Dios. Dios se preocupará de su Hijo y de ti, que eres su Madre. Si bien es cierto que muchos lo tratarán cruelmente, también lo es que otros muchos lo amarán. ¡Muchos!… Por los siglos de los siglos. El mundo dirigirá su mirada al que de ti nacerá y, junto con El, te bendecirá a ti, que eres Manantial de redención. ¡La suerte de tu Hijo! Proclamado Rey de toda la creación. Piensa en esto, María. Rey, por haber rescatado toda la creación; como tal, será su Rey universal. Y también en la tierra, en el tiempo, será amado. El que nacerá de mí precederá al tuyo y lo amará. Se lo dijo el ángel a Zacarías. Él me lo escribió… ¡Qué dolor ver mudo a mi Zacarías! De todas formas, espero que cuando nazca el niño el padre sea liberado de este castigo. Pide tú por ello, tú que eres la Sede de la Potencia de Dios y la Causa de la alegría del mundo. Yo, para obtener esto, como puedo hago ofrenda de mi criatura al Señor, porque es suya, pues Él se la ha prestado a su sierva para proporcionarle la alegría de ser llamada «madre». Es el testimonio de cuanto Dios me ha hecho. Quiero que se llame Juan. ¿No es él, mi niño, acaso, una gracia? Y ¿no es Dios quien me la ha dado?.

-Y Dios — yo también estoy convencida de ello — te concederá esa gracia. Yo oraré… contigo.
-¡Siento tanto dolor viéndolo mudo!… -Isabel llora -Cuando escribe, pues ya no puede hablarme, es como si montes y mares estuvieran entre mí y mi Zacarías. Después de tantos años de dulces palabras, ahora sólo silencio de su boca… sobre todo ahora, que sería verdaderamente hermoso hablar del que ha de venir. Incluso yo misma evito hablar para no verlo cómo se fatiga respondiéndome con gestos. ¡He llorado tanto… ! ¡Cuánto te he echado de menos! El pueblo mira, chismorrea y critica. El mundo es así. Cuando se padece una pena o se tiene una alegría, tenemos necesidad de alguien capaz de comprender, no de criticar. Ahora es como si toda la vida fuera mejor. Estoy alegre desde que llegaste; siento que mi prueba pronto quedará superada y que pronto mi dicha será completa. Será así, ¿no es verdad? Yo me resigno a todo, pero… ¡si Dios perdonara a mi marido! ¡Oh, poder oírle orar de nuevo!…

María la acaricia y la anima, y le propone, para distraerla, salir un poco al soleado jardín.

Caminan bajo una pérgola bien cuidada, hasta una torrecilla rural, en cuyos agujeros hacen sus nidos las palomas.

María les echa comida sonriendo, pues se le han echado encima arrullando intensamente. Su revoloteo dibuja en torno a Ella círculos iridiscentes. Se le posan sobre la cabeza, sobre los hombros, en los brazos y en las manos, alargando los picos rosados para arrebatarle los granitos de la concavidad de las manos, picoteando con gracia los róseos labios de la Virgen, y los dientes, que le brillan con el sol. María saca de un saquito el blondo trigo, y ríe en medio de ese carrusel de avidez impetuosa.
-¡Cuánto te quieren! -dice Isabel -Pocos días llevas con nosotros y ya te quieren más que a mí, que las he cuidado siempre.

El paseo continúa hasta llegar a un recinto cerrado en el fondo del huerto. Hay unas veinte cabritas con sus cabritillos.
-¿Has vuelto del pasto? -pregunta María a un pastorcillo acariciándolo.
-Sí, porque mi padre me ha dicho: «Vete a casa, que dentro de poco va a llover y hay ovejas que pronto van a parir. Preocúpate de que tengan hierba seca y cama de paja preparada». Viene por allí -Y señala hacia más allá del bosque, de donde llega un trémulo balitar.

María acaricia a un cabritillo que se restriega en ella, rubio como un niño. Y ella e Isabel beben la leche recién ordeñada que el pastorcillo les ofrece.

Llegan las ovejas con un pastor hirsuto como un oso. Debe ser, no obstante, un buen hombre porque lleva sobre sus hombros una oveja quejumbrosa. La deja en el suelo despacio; explica que está para dar a luz un cordero, que no podía caminar sino con dificultad, que se la ha puesto sobre los hombros y que se ha dado una buena carrera para llegar a tiempo. Y el niño conduce al redil a la oveja, que va cojeando a causa de los dolores.

María se ha sentado en una piedra y juega con los cabritillos y los corderos, ofreciendo a sus rosados morritos flores de trébol. Un cabritillo blanco y negro le pone las patitas sobre un hombro y le olisquea los cabellos. «No es pan» dice María riendo. «Mañana te traigo una corteza. Ahora tranquilo».

También Isabel, ya sosegada, ríe.
«Veo a María hilando premurosamente bajo la pérgola en que la uva aumenta de volumen. Debe haber pasado ya un poco de tiempo, pues las manzanas comienzan a tomar color rojo en los árboles, y las abejas zumban cerca de las flores de la higuera ya formadas.

Isabel está verdaderamente gruesa y camina pesadamente. María la mira con atención y amor. También a María, que se ha levantado para recoger el huso, que se le ha caído lejos, se la ve más llena a la altura de los costados, y su expresión ha cambiado. Ahora es más madura. Antes era niña, ahora es mujer.

Está anocheciendo y las mujeres entran en casa; en la habitación se encienden las lámparas. En espera de la cena, María teje.
-¿No te cansa nunca? -pregunta Isabel señalando el telar.
-No, tenlo por seguro.
-A mí este calor me deja sin fuerzas. No he vuelto a tener dolores, pero ahora el peso es grande para mis riñones, que ya son viejos».
-¡Ánimo! Pronto serás liberada de ese peso. ¡Qué feliz te sentirás entonces! Yo ardo en deseos de ser madre. ¡Mi Niño, mi Jesús! ¿Cómo será?
-Tan guapo como tú, María.
-¡Oh, no! ¡Más guapo! Él es Dios, yo soy su sierva. Me refería a si será rubio o moreno, si tendrá los ojos como el cielo sereno o como los de los ciervos de las montañas. Yo me le imagino más hermoso que un querubín, de cabellos rizados y color oro; los ojos del color de nuestro mar de Galilea cuando las estrellas empiezan a asomarse al confín del cielo; una boquita pequeñina y roja como el corte de una granada apenas abierta por el sol que la madura; sus mejillas, un rosáceo como éste de esta pálida rosa; dos manitas que, de lo pequeñitas y lindas que serán, podrán estar dentro de la corola de una azucena; dos piececitos que podrían caberme en el hueco de la mano, más delicados y lisos que un pétalo de flor. Mira, yo pongo en la idea que me he hecho de El todo lo que de hermoso me sugiere la tierra. Ya oigo su voz. Cuando llore — un poco llorará por hambre
o por sueño mi Niño, y ello causará siempre un gran dolor a
su Mamá, que no podrá, no, no podrá oírle llorar sin sentirse traspasar el corazón cuando llore, su voz será como ese balido que ahora oímos, de corderito de pocas horas que está buscando la mama y el calor de la lana materna para dormir. En la risa, en esa risa que llenará de cielo mi corazón, enamorado de mi Criatura — puedo estar enamorada de Él porque es mi Dios, y amarle con amor de enamorada no es contravenir a mi consagrada virginidad —, en la risa, su voz será como el zurear jubiloso de este pichoncito, contento porque ha comido, satisfecho en el nido calentito. Pienso en Él dando sus primeros pasos… un pajarillo saltando en un prado florido. El prado será el corazón de su Mamá, que estará bajo sus piececitos de rosa con todo su amor para que no encuentre nada que le produzca dolor. ¡Cuánto le voy a querer a mi Niño, a mi Hijo! ¡Y también José lo amará!

-Sí, pero tendrás que decírselo también a José.
Se le nubla el rostro a María, que suspira.
-Tendré que decírselo… Yo habría querido que se lo dijera el Cielo, porque es muy difícil de decir.
-¿Quieres que se lo diga yo? Lo llamamos para la circuncisión de Juan…
-No. Mira, he dejado en manos de Dios la tarea de instruirle, y lo hará, acerca del feliz destino de nutricio del Hijo de Dios. El Espíritu me dijo aquella tarde: «Guarda silencio. Déjame a mí la tarea de justificarte». Y lo hará. Dios no miente nunca. Es una gran prueba, pero con la ayuda del Eterno será superada. De mi boca, ninguno, aparte de ti, a quien el Espíritu se lo ha revelado, debe saber lo que la benevolencia del Señor ha hecho a su sierva.
-He guardado silencio siempre, incluso con Zacarías, que hubiera exultado de gozo si lo hubiera sabido. Él cree que eres madre según la naturaleza.
-Sí, lo sé. Así lo he querido por prudencia. Los secretos de Dios son santos. El ángel del Señor no le ha revelado a Zacarías mi maternidad divina. Habría podido hacerlo, si Dios hubiese querido, porque Dios sabía que ya era inminente el momento de la Encarnación de su Verbo en mí. Pero Dios le ha tenido escondida esta luz de gozo a Zacarías, que no aceptaba, por considerarlo imposible, vuestra paternidad y maternidad tardías. Me he puesto en sintonía con la voluntad de Dios, y, ya ves, tú has sentido el secreto que vive en mí, y él no ha advertido nada. Hasta que no se desprenda el diafragma de su incredulidad ante la potencia de Dios, se verá separado de las luces sobrenaturales.
Isabel suspira y guarda silencio.

Entra Zacarías. Ofrece unos rollos a María. Es la hora de la oración de la cena. María reza en voz alta en vez de Zacarías. Luego se sientan a la mesa.
-Cuando te marches, ¡cómo echaremos de menos el no tener quien ore en lugar de nosotros! -dice Isabel mirando a su mudo.
-Tú rezarás para ese entonces, Zacarías -dice María.
Él menea la cabeza y escribe: «No podré volver a orar en representación de otros. Me he hecho indigno de ello desde que dudé de Dios». -Zacarías, tú rezarás. Dios perdona. El anciano se enjuga una lágrima y suspira. Terminada la cena, María vuelve al telar. -¡Vale ya! -dice Isabel -Es demasiado cansancio. -Está próxima la hora, Isabel. Quiero hacerle a tu niño un equipo digno del predecesor del Rey de la estirpe de David. Zacarías escribe: « ¿De quién nacerá Él, y dónde?». María responde: -Donde han dicho los Profetas, y de quien elija el Eterno. Todo lo que nuestro Señor altísimo hace está bien hecho.

Zacarías escribe: « ¡Entonces, en Belén! En Judea. Mujer, iremos a venerarlo. Tú también vendrás con José a Belén».
Y María, inclinando hacia su telar la cabeza, dice:
-Iré.
La visión cesa así.

Dice María:
-El primer acto de caridad para con el prójimo ha de ejercitarse con el prójimo. No veas en esto un juego de palabras. La caridad se tiene hacia Dios y hacia el prójimo. En la caridad hacia el prójimo está comprendida también la que tiene por objeto nosotros mismos. Pero, si nos amamos más que a los demás, ya no somos caritativos, somos egoístas. Incluso en las cosas lícitas debemos ser tan santos, que demos siempre prioridad a las necesidades de nuestro prójimo. Estad seguros, hijos, de que Dios completa la deficiencia de los generosos con medios de su potencia y bondad.

Esta certeza me impulsó a ir a Hebrón para ayudar en su estado a mi parienta. Pues bien, a este detalle mío de ayuda humana, Dios, dando sin medida como El hace, añadió un inesperado don de ayuda sobrenatural. Yo había ido para aportar ayuda material; Dios santificó mi recta intención haciendo, de la misma, santificación del fruto del vientre de Isabel y anulando, a través de esta santificación, por la cual el Bautista fue presantificado, el sufrimiento físico de esta madura hija de Eva que había concebido a una edad inusitada.

Isabel, mujer de fe intrépida y de confiado abandono a la voluntad de Dios, mereció comprender el misterio encerrado en mí. El Espíritu le habló a través de ese vuelco de su vientre. El Bautista pronunció su primer discurso de Anunciador del Verbo a través de los velos y los diafragmas de venas y de carne que lo separaban de su santa madre, y que a la vez la unían a ella.

No oculté mi condición de Madre del Señor a esta mujer que merecía saberlo, a quien además la Luz se había manifestado. Ocultarla habría sido negarle a Dios la alabanza que era justo darle, el sentimiento de alabanza que yo llevaba en mí y que, no pudiéndolo manifestar a nadie, lo manifestaba a la hierba, a las flores, a las estrellas, al sol, a los canoros pájaros, a las pacientes ovejas, a las aguas cantarinas y a la luz de oro que me besaba descendiendo del cielo. Pero, orar dos juntos es más dulce que decir uno solo su oración. Yo hubiera querido que el mundo entero hubiera conocido mi destino; no por mí, sino porque todos se hubiesen unido a mí para alabar a mi Señor.

La prudencia me prohibió revelarle a Zacarías la verdad. Habría significado ir más allá de la obra de Dios, y, si bien era cierto que yo era su Esposa y Madre, seguía siendo su Sierva y no debía — porque Él me había amado sin medida — permitirme colocarme en su lugar y sobrepasar un decreto suyo.

Isabel, en su santidad, comprendió y guardó silencio, porque el que es santo es siempre sumiso y humilde.

El don de Dios debe hacernos cada vez mejores. Cuanto más recibimos de Él, más debemos dar, porque cuanto más recibimos, más es signo de que Él está en nosotros y con nosotros, y cuanto más está en nosotros y con nosotros, más debemos esforzarnos en alcanzar su perfección.

Ello explica por qué yo, posponiendo mi labor, trabajé para Isabel. No me dejé llevar del miedo de la falta de tiempo. Dios es dueño del tiempo, y provee a las necesidades de quien en El espera, incluso en las cosas ordinarias. El egoísmo no acelera, retarda; la caridad no retarda, acelera: tenedlo siempre en cuenta.

¡Cuánta paz en la casa de Isabel! Si no hubiera tenido la preocupación de José y esa, esa, esa preocupación de que mi Niño era el Redentor del mundo, me habría sentido feliz. Pero ya la Cruz extendía su sombra sobre mi vida, ya me era sonido fúnebre la voz de los Profetas…

Yo me llamaba María. La amargura siempre se mezclaba con las dulzuras que Dios vertía en mi corazón, amargura que fue cada vez más en aumento, hasta la muerte de mi Hijo. Y, no obstante, cuando Dios nos destina a ser víctimas por su honor, ¡oh, qué dulce es ser trituradas en el molino, como el trigo, para hacer de nuestro dolor el pan que consolide a los débiles y los haga capaces de obtener el Cielo!

 

23 – NACIMIENTO DE JUAN EL BAUTISTA. TODO SUFRIMIENTO SE APLACA SOBRE EL SENO DE MARÍA

En medio de las cosas repugnantes que nos ofrece el mundo de ahora, baja del Cielo, y no sé cómo puede hacerlo,
dado que yo soy como una ramita seca a merced del viento en estos continuos choques contra la maldad humana, tan discordante con lo que vive en mí, baja del Cielo, digo, esta visión de paz.

Continúa la casa de Isabel. Es una hermosa tarde de verano, aún clara con un último sol, y de todas formas ya adornada en el cielo por un arco falcado de luna, que parece una coma de plata en una vasta tela azul intenso de fina seda.

Los rosales huelen fuertemente, y las abejas, gotas de oro zumbadoras, dan sus últimos vuelos en el aire quieto y caliente de la tarde. De los prados viene un gran olor de heno secado al sol, un olor casi de pan, de pan caliente, recién hecho. Quizás viene también de los muchos lienzos que están tendidos por todas partes para secarse y que ahora Sara está plegando.

María pasea dándole el brazo a su prima. Muy despacito van y vienen, bajo el emparrado semioscuro.

María está pendiente de todo y, a pesar de estar dedicada a Isabel, se da cuenta de que Sara está atareada en doblar un largo lienzo que ha quitado de un seto.

-Espérame aquí, sentada -le dice a su parienta; y va a ayudar a la anciana sirvienta, estirando la tela para alisarla, y doblándola con cuidado.
-Se siente todavía el sol, están calientes -dice sonriendo; y, para que se sienta contenta la mujer, añade:
-Esta tela después de tu blanqueo ha quedado más bonita que nunca. Nadie tiene tanta maña como tú -Sara se marcha toda contenta con su carga de fragantes telas.
María vuelve con Isabel y dice:
-Otros poquitos pasos. Te vendrán bien -Y, dado que Isabel está cansada y no le apetece moverse, le dice:
-Vamos sólo a ver si todas tus palomas están en sus nidos y si el agua de su pilón está limpia. Luego nos volvemos a casa.

Las palomas deben ser las predilectas de Isabel. Llegadas ante la rústica torrecilla donde ya se han recogido todas las palomas (las hembras están en los nidos; los machos, delante de éstos y no se mueven, pero en viendo a las dos mujeres las saludan con su arrullo), Isabel se emociona. La debilidad de su estado la vence y le produce temores que le hacen llorar. Se los manifiesta a su prima:

-Si yo muriese… ¡pobres palomitas mías! Tú no permanecerás aquí. Si te quedaras en mi casa, no me importaría morirme. He gozado de la máxima alegría que una mujer puede recibir, una alegría que ya me había resignado a no conocer nunca. Ni de la misma muerte puedo presentarle quejas al Señor, porque Él, ¡bendito sea!, me ha colmado de su benevolencia. Pero, está Zacarías… y estará el niño: uno, viejo, que se encontraría como perdido en un desierto sin su mujer; el otro, tan pequeñito, que sería como una flor destinada a morir helada, por no tener a su mamá. ¡Pobre niño, sin las caricias de su madre!…

-Pero, ¿por qué estás tan triste? Dios te ha dado la alegría de ser madre, y no te la va a quitar cuando llega a su plenitud. El pequeño Juan tendrá todos los besos de su mamá y Zacarías gozará de todos los cuidados de su fiel esposa hasta la más avanzada ancianidad. Sois dos ramas de un mismo árbol. No morirá uno dejando al otro solo.
-Tú eres buena y quieres consolarme, pero yo soy muy anciana para tener un hijo, y ahora que estoy para darlo a luz tengo miedo!
-¡Oh, no! ¡Está aquí Jesús! Donde está Jesús no se debe tener miedo. Mi Niño te quitó el dolor cuando era como un capullo recién formado; tú lo dijiste. Ahora, que cada vez va desarrollándose más y que vive ya como criatura mía; ahora, que siento palpitar su corazón en mi garganta y es como si tuviera posado en ella un pajarito de nido con un corazoncito de suave palpitar, alejará de ti todo peligro. Debes tener fe.
-La tengo. Pero, si yo muriese… no dejes a Zacarías inmediatamente. Sé que piensas en tu casa, pero, quédate un poco, para ayudarle a mi marido en el momento del primer dolor.
-Me quedaré, para complacerme en la alegría de ambos, y sólo te dejaré cuando estés fuerte y te sientas aliviada. Estate tranquila, Isabel; todo irá bien. En tu casa no faltará nada mientras dure tu dolor. Zacarías será servido por la más amorosa de las siervas, y tus flores y tus palomas estarán cuidadas y a unas y a otras las encontrarás avivadas y bonitas para recibir cálidamente a la dueña cuando vuelva. Regresemos a casa ahora, te estás poniendo pálida…
-Sí, me parece que tengo otra vez dolores. Quizás haya llegado la hora. María, ora por mí.
-Te sostendré con la oración hasta que tus dolores se transformen en gozo.

Y las dos mujeres entran despacio en la casa. Isabel se retira a sus habitaciones. María, hábil y previsora, da órdenes y prepara todo lo que puede necesitarse, y trata de confortar a Zacarías, que está preocupado.

En la casa que vela esta noche, con voces nuevas, de mujeres llamadas para ayudar, María está en pie, vigilante como un faro en una noche de tormenta. Toda la casa gravita sobre Ella, que, dulce y sonriente, provee a todo; y ora. Cuando no se le llama para esto o aquello, se recoge en oración. Está en la habitación en que se reunían siempre para las comidas y el trabajo.

Con Ella está Zacarías, paseando turbado. Ya han orado juntos. María luego ha seguido orando; incluso ahora, que el anciano, cansado, se ha sentado en su sillón junto a la mesa y se ha quedado en silencio, soñoliento. Cuando ve que está dormido del todo — la cabeza sobre los brazos cruzados apoyados en la mesa —, Ella se desata las sandalias para hacer menos ruido, y camina descalza; luego, con menos rumor del que puede hacer una mariposa volando por una habitación, coge el manto de Zacarías y se lo extiende encima al anciano con una suavidad tal, que éste continúa durmiendo bajo el calorcito de la lana protectora del fresco nocturno, que entra a ondas por la puerta, frecuentemente abierta. Luego sigue orando; cada vez con más intensidad; de rodillas, con los brazos levantados, cuando el quejido de Isabel, que sufre, se agudiza.

Sara entra y la llama con señas. María sale con sus pies descalzos al jardín.
-La señora la llama -dice.
-Voy.
María va por el lado externo de la casa, sube la escalera… Parece un ángel blanco moviéndose en la noche quieta llena de astros. Entra en la habitación de Isabel.
-¡Oh! ¡María! ¡María! ¡Cuánto dolor! ¡No puedo más, María! ¡Cuánto dolor hay que padecer para ser madre!.
María la acaricia con amor y la besa.
-¡María! ¡María! ¡Deja que ponga mis manos sobre tu vientre!.

María coge esas dos manos rugosas e hinchadas, las pone sobre su abdomen ya algo abultado y las mantiene apretadas con sus manitas lisas y gráciles. Y ahora, que están las dos solas, habla en tono suave y dice:
-Jesús está aquí, oyéndote y viéndote. Ten confianza, Isabel. Su corazón santo late con más fuerza, porque está actuando para bien tuyo. Lo siento latir como si lo tuviera entre una mano y otra. Yo entiendo las palabras de mi Niño hechas de latidos. Ahora me está diciendo: «Dile a la mujer que no tema. Todavía un poco de dolor. Luego, con el primer sol, entre las tantas rosas que esperan ese rayo matutino para abrir sus pétalos sobre su tallo, su casa tendrá la rosa más bonita, Juan, mi Precursor».

Isabel apoya también la cara en el vientre de María y llora silenciosamente. María está un tiempo así, pues parece que el dolor va pasando a una fase de relajación reparadora. Luego indica a todos que estén tranquilos. Ella permanece en pie, blanca y hermosa bajo el tenue claror de una lámpara de aceite, como un ángel al lado de quien sufre.
Ora. La veo mover los labios. De todas formas, aun cuando no se los viese mover, comprendería que está orando por la expresión arrobada del rostro.

El tiempo pasa. Le vuelve el dolor a Isabel. María la besa de nuevo y se retira. Baja rápida a la luz de la luna y corre a ver si el anciano duerme todavía. Duerme, gimiendo en el sue?
?o. María hace un gesto de piedad. Se pone de nuevo a orar.

Pasa el tiempo. El anciano sale bruscamente de su sueño y levanta su rostro, confuso, como de quien no recordase bien por qué estaba ahí. Luego recuerda, hace un gesto y profiere una exclamación gutural, y escribe: «¿No ha nacido todavía?». María indica que no, y Zacarías: «¡Cuánto dolor! ¡Pobre esposa mía! ¿Lo logrará sin morir a cambio?».

María coge la mano del anciano tratando de infundirle ánimo:
-Para el alba, dentro de poco, el niño ya habrá nacido. Todo irá bien. Isabel es fuerte. ¡Qué bonito va a ser este día — pues está cercana la aurora — en que tu niño va a ver la luz! ¡El más bello de tu vida! Grandes gracias te tiene reservadas el Señor, y tu hijo es su anunciador.
Zacarías menea tristemente la cabeza y señala a su boca muda. Quisiera decir muchas cosas, pero no puede.

María se da cuenta de ello y responde:
-El Señor hará completa tu alegría. Cree en Él completamente, espera infinitamente, ama totalmente. El Altísimo te escuchará más de lo que pudieras esperar. Él quiere esta fe tuya total como purificación de tu pasada desconfianza. Di en tu corazón conmigo: «Creo». Dilo a cada uno de los latidos de tu corazón. Los tesoros de Dios se abren para quien cree en Él y en su poderosa bondad.

La puerta está entornada y la luz comienza a penetrar por ella. María la abre. El alba ha puesto toda blanca la tierra aljofarada de rocío. Se percibe un fuerte olor de tierra húmeda y hierba, y los primeros silbos de pájaros se llaman de rama a rama.

El anciano y María salen a la puerta. Están pálidos por la noche pasada en vela; la luz del alba los pone aún más pálidos. María calza de nuevo sus sandalias y va al pie de la escalera, atenta a ver si se oye algo. Una mujer se asoma, María hace unos gestos y vuelve. Todavía nada.

Luego va a una habitación y regresa con leche caliente. Se la da a beber al anciano. Después va donde las palomas, y desaparece de nuevo en esa habitación; quizás es la cocina. Se mueve aquí y allá, está atenta a todo. Se la ve tan ágil y tan serena, que parece como si hubiera dormido el mejor de los sueños.

Zacarías pasea arriba y abajo nerviosamente por el jardín. María lo mira con piedad. Luego entra otra vez en la misma habitación y, arrodillada junto a su telar, ora intensamente, pues la queja de la sufriente se hace más aguda. Se curva hasta el suelo para suplicarle al Eterno. Zacarías vuelve, entra y la ve postrada en ese modo; el pobre anciano llora. María se alza y le coge de la mano. Es mucho más joven que él, pero parece Ella la madre de esa vejez desolada sobre la que extiende sus consuelos.

Permanecen así, el uno al lado del otro, bajo este sol que pone rosáceo el aire de la mañana. Estando así, llega a sus oídos el jubiloso anuncio:
-¡Ha nacido! ¡Ha nacido! ¡Un niño! ¡Oh, padre dichoso! ¡Un niño lozano como una rosa, bonito como el Sol, fuerte y bueno como la madre! ¡Alégrate, padre bendecido por el Señor, que te ha dado un hijo para que lo ofrezcas a su Templo! ¡Gloria a Dios, que ha concedido posteridad a esta casa! ¡Benditos seáis tú y el hijo que te ha nacido! ¡Que su linaje perpetúe tu nombre por los siglos de los siglos, generación tras generación, y permanezca siempre en alianza con el Señor eterno!

María, llorando de alegría, bendice al Señor. Luego, los dos acogen al pequeñuelo, que le ha sido traído al padre para que lo bendiga. Zacarías no va con Isabel; coge al niño, que grita como un desesperado. Pero no va donde su esposa.

María sí que va, llevando amorosa al pequeñuelo, el cual se ha quedado callado nada más que María lo ha cogido en brazos. La comadre, que va tras Ella, se percata de este hecho.
-Mujer — dice a Isabel — tu hijo se ha callado enseguida, cuando ella lo ha cogido en sus brazos. ¡Mira qué tranquilo duerme; y bien sabe el Cielo lo inquieto y fuerte que es! ¡Mira, ahora parece un pichoncito!

María deposita a la criatura junto a la madre y acaricia a Isabel, poniendo en orden su pelo gris.
-La rosa ha nacido — le dice con voz suave — y tú vives. Zacarías está dichoso. -¿Habla?
-Todavía no. Pero, espera en el Señor. Ahora descansa. Yo estoy contigo.
Dice María:
-Mi presencia había santificado al Bautista, pero no había cancelado a Isabel la condena proveniente de Eva. «Darás a luz con dolor» había dicho el Eterno.

Sólo yo, sin mancha y sin haber tenido unión matrimonial humana, quedé exenta de engendrar con dolor. La tristeza y el dolor son los frutos de la culpa. Yo, que era la Inculpable, tuve que conocer también el dolor y la tristeza, porque era la Corredentora. Pero no conocí el tormento del generar; no, este tormento no lo conocí.

Y, no obstante, créeme, hija, no hubo, ni habrá jamás tormento puerperal semejante al mío de Mártir de una Maternidad espiritual cumplida en el más duro lecho, el de mi cruz, al pie del patíbulo del Hijo que se me moría. ¿Qué madre se verá obligada a generar de esa manera? ¿Qué madre se verá obligada a amalgamar el suplicio del desgarro de sus entrañas por los estertores de su Hijo moribundo, con el suplicio de sentírsele retorcer las entrañas al tener que superar el horror de deber decir: «Os amo; venid a mí, que soy Madre vuestra» a los que estaban matando a ese Hijo nacido del más sublime amor que jamás haya visto el Cielo, del amor de un Dios con una virgen, del beso de Fuego, del abrazo de Luz, que se hicieron Carne, y que del vientre de una mujer hicieron el Tabernáculo de Dios?

-¡Cuánto dolor para ser madre! -dice Isabel. -¡Mucho! Sí, pero insignificante, comparado con el mío.
-Déjame poner las manos en tu vientre». ¡Ah, si cuando sufrís me pidierais siempre esto!

Yo soy la eterna Portadora de Jesús. Él está dentro de mi pecho, como tú lo viste el año pasado, cual Hostia en el ostensorio. Quien a mí viene, a Él lo encuentra; quien en mí se apoya, a Él lo toca; quien a mi se dirige, con Él habla. Yo soy su vestidura. Él es el alma mía. Mi Hijo está ahora más unido a mí que durante los nueve meses de gestación. A quien a mí viene y apoya su cabeza en mi regazo, todo dolor se le adormece, toda esperanza le florece, toda gracia le fluye.

Yo oro por vosotros. Recordadlo. La beatitud de estar en el Cielo, viviendo en el esplendor de Dios, no me distrae de mis hijos que padecen en la tierra. Yo oro. Todo el Cielo ora porque el Cielo ama. El Cielo es caridad que vive, y la Caridad tiene piedad de vosotros. Pero, aunque sólo estuviera yo, habría suficiente oración para cubrir las necesidades de quien espera en Dios. Porque no ceso de orar por todos vosotros, santos y malvados, para dar: a los santos, la alegría; a los malvados, el salvífico arrepentimiento.
Venid, venid, hijos de mi dolor. Os espero al pie de la Cruz para distribuir gracias.

 

24 – LA CIRCUNCISIÓN DE JUAN EL BAUTISTA. MARÍA ES FUENTE DE GRACIA PARA QUIEN ACOGE LA LUZ

Veo ambiente de fiesta en la casa. Es el día de la circuncisión.
María se ha preocupado de que todo esté lindo y en orden. Las habitaciones resplandecen de luz. Lucen por todas partes los más bellos paños, los más bellos atavíos. Hay mucha gente. María se mueve ágil entre los grupos, toda hermosa con su más bonito vestido blanco.
Isabel, reverenciada como una matrona, goza feliz su fiesta. El niño está en su regazo, saciado ya de leche.

Llega la hora de la circuncisión.
-Zacarías le llamaremos. Tú eres anciano. Justo sería ponerle tu nombre al niño -dicen unos hombres.
-¡De ninguna manera! -exclama la madre -Su nombre es Juan. Su nombre debe dar testimonio de la potencia de Dios.
-¿Pero se puede saber cuándo ha habido un Juan en nuestra parentela?.
-No importa. Tiene que llamarse Jua
n.
-¿Tú qué dices, Zacarías? ¿Quieres tu nombre, no es verdad?.

Zacarías dice que no, con gestos. Coge una tablilla y escribe: «Su nombre es Juan», y, nada más terminar de escribir, añade, ya su liberada lengua: «porque Dios nos ha hecho objeto de una gran gracia, a mí, su padre, y a su madre, como también a este nuevo siervo suyo, el cual consumirá su vida en aras de la gloria del Señor y será llamado grande por los siglos y ante los ojos de Dios, porque pasará convirtiendo a los corazones al Señor altísimo. Lo dijo el ángel y yo no lo creí. Mas ahora creo y entra la Luz en mí. La Luz está entre nosotros y vosotros no la veis. Su destino es el de no ser vista, pues el espíritu de los hombres está lleno de estorbos, y además es perezoso. Pero mi hijo sí que la verá y hablará de Ella y hará que a Ella se vuelvan los corazones de los justos de Israel. ¡Bienaventurados los que crean en Ella y crean siempre en la Palabra del Señor! Y bendito seas Tú, Señor eterno, Dios de Israel, porque has visitado y redimido a tu pueblo, suscitando en él un poderoso Salvador en la casa de su siervo David. Como prometiste por boca de los santos Profetas, ya desde los tiempos antiguos: librarnos de nuestros enemigos y de las manos de los que nos odian, para ejercitar tu misericordia hacia nuestros padres y mostrar que te acuerdas de tu santa alianza. Este es el juramento que hiciste a Abraham, nuestro padre: concedernos que, sin temor, de las manos de nuestros enemigos libres, te sirviéramos con santidad y justicia en presencia tuya toda la vida»

Los presentes se quedan estupefactos, tanto del nombre como del milagro, como de las palabras de Zacarías.

Isabel, que al oír la primera palabra de Zacarías ha gritado de alegría, ahora está llorando abrazada a María, que la acaricia contenta.

No veo la circuncisión. Veo sólo que traen a Juan y que chilla desesperado. No le calma ni siquiera la leche de su mamá. Tira patadas como un potrillo. Pero María le toma en sus brazos y le acuna, y él se calla y se queda tranquilo.
-¡Fijáos!-dice Sara -¡sólo se calla cuando le coge en brazo ella!.
La gente se va marchando lentamente. En la habitación se quedan únicamente María, con el pequeñín en sus brazos, e Isabel, dichosa.

Entra Zacarías y cierra la puerta. Mira a María con lágrimas en los ojos. Hace ademán de hablar. Guarda silencio. Continúa adelante. Se arrodilla ante María y le dice:
-Bendice al mísero siervo del Señor. Bendícelo. Tú puedes hacerlo, tú que lo llevas en tu seno. La palabra de Dios me ha hablado cuando he reconocido mi error, cuando he creído en todo cuanto me había sido dicho. Yo te veo a ti y veo tu destino feliz. Adoro en ti al Dios de Jacob. Tú, mi primer Templo, donde el sacerdote, regresado, puede de nuevo orar al Eterno. Bendita tú, que has obtenido gracia para el mundo y le traes el Salvador. Perdona a tu siervo si no ha visto antes tu majestad. Con tu venida nos has traído todas las gracias. En efecto, doquiera que vas, ¡oh Llena de Gracia!, Dios obra sus prodigios; santas son las paredes en que tú entras, santos se hacen los oídos que oyen tu voz y la carne que tú tocas, santos los corazones, porque tú confieres Gracia, Madre del Altísimo, Virgen profetizada y esperada para darle al pueblo de Dios el Salvador.

María sonríe, encendida de humildad, y habla:
-Gloria al Señor, a Él sólo. De Él y no de mí viene toda gracia, y Él te la dona para que lo ames y sirvas con perfección en los años que te quedan, para merecer su Reino, que será abierto por mi Hijo a los Patriarcas, a los Profetas, a los justos del Señor. Y tú, ahora que puedes orar ante el Santo, ora por la sierva del Altísimo; que, si ser Madre del Hijo de Dios es destino dichoso, ser Madre del Redentor debe ser destino de atroz sufrimiento. Ora por mí, que hora a hora siento crecer mi peso de dolor, y durante toda una vida tendré que llevarlo; no lo veo en sus detalles particulares, pero sí siento que será un peso mayor que si sobre estos hombros míos de mujer se posase el mundo y tuviera que ofrecérsele al Cielo. ¡Yo, yo sola, una pobre mujer!
¡Mi Niño! ¡El Hijo mío! El tuyo no llora si yo le acuno; pero, ¿voy a poder acunar yo al mío para calmarle el dolor?… Ora por mí, sacerdote de Dios. Mi corazón tiembla como una flor en medio de un temporal. Miro a los hombres y los amo, pero detrás de sus rostros veo aparecer al Enemigo, y veo cómo los hace enemigos de Dios, de Jesús, de mi Hijo…
Y la visión cesa con la palidez de María y esas lágrimas suyas que hacen luciente su mirada.

Dice María:
-A quien reconoce su error arrepintiéndose y acusándose con humildad y corazón sincero, Dios lo perdona; no sólo lo perdona, sino que lo recompensa. ¡Oh, qué bueno es mi Señor con los humildes y sinceros, con los que creen en Él y en Él se abandonan!

Arrojad de vuestro espíritu todo lo que lo traba y lo hace perezoso. Disponedlo para que acoja la Luz, que es, cual faro en las tinieblas, guía y santo conforto.

¡Amistad con Dios, beatitud de sus fieles, riqueza no igualada por nada, quien te posee nunca está solo ni siente la amargura de la desesperación! No anulas el dolor, santa amistad, porque el dolor fue destino de un Dios encarnado y puede ser destino del hombre; eso sí, lo haces dulce en su amargura, y añades una luz y una caricia que, cuales celestes toques, alivian la cruz.

Y, cuando la Bondad divina os dé una gracia, usad el bien recibido para dar gloria a Dios. No seáis como esos insensatos que de un objeto bueno se hacen un arma dañosa, o como los derrochadores que de la abundancia acaban haciendo miseria.

Me causáis demasiado dolor, hijos tras cuyos rostros veo aparecer al Enemigo, a aquel que arremete contra mi Jesús. ¡Demasiado dolor! Yo quisiera ser para todos el Manantial de la Gracia, pero hay demasiados entre vosotros que no quieren la Gracia. Pedís «gracias», pero con el alma privada de Gracia. ¿Cómo podrá la Gracia socorreros si sois enemigos suyos?

El gran misterio del Viernes Santo se aproxima. Todo en los templos lo recuerda y lo celebra. Pero es necesario que lo celebréis y lo recordéis en vuestros corazones, y que os deis golpes de pecho, como los que bajaban del Gólgota, y que digáis: «Este es realmente el Hijo de Dios, el Salvador», y que digáis: ‘Jesús, por tu Nombre, sálvanos», y que digáis: «Padre, perdónanos», y, en fin, es necesario decir: «Señor, yo no soy digno; pero, si Tú me perdonas y vienes a mí, mi alma quedará curada. Yo no quiero, no, no quiero pecar ya más, para no volver a enfermarme y para no ser de nuevo detestado por ti».

Orad, hijos, con las palabras de mi Hijo. Decidle al Padre por vuestros enemigos: «Padre, perdónalos». Invocad al Padre, que se ha apartado indignado por vuestros errores: «Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado? Yo soy pecador, pero, si me abandonas, moriré. Vuelve, Padre santo, que yo me salve». Poned vuestro eterno bien, vuestro espíritu, en manos del Único que lo puede conservar ileso del demonio: «Padre, en tus manos dejo mi espíritu». Si humilde y amorosamente cedéis vuestro espíritu a Dios, El ciertamente le guiará como hace un padre con su pequeñuelo; no permitirá que nada dañe vuestro espíritu.

Jesús, en sus agonías, oró para enseñaros a orar. Os lo recuerdo en estos días de Pasión.
Y tú, María, (se dirige la Virgen a María Valtorta) tú que ves mi gozo de Madre y te extasías con ello, piensa y recuerda que he poseído a Dios a través de un dolor progresivamente más intenso, que bajó a mí con la Semilla de Dios y, cual árbol gigante, fue creciendo hasta tocar el Cielo con su copa y el Infierno con sus raíces, cuando recibí en mi regazo el despojo exánime de la Carne de mi carne, y vi y conté sus laceraciones, y toqué su Corazón desgarrado, para apurar aquél hasta su última gota.

 

25 – PRESENTACIÓN DE JUAN EL BAUTISTA EN EL TEMPLO. Y PARTIDA DE MARÍA. LA PASIÓN DE JOSÉ

Zacarías, Isabel, María (ésta con el pequeño Juan en brazos) y Samuel (con un cordero y una cesta con la paloma) están bajando de un cómodo carro, al que viene atado el burrito de María. Se apean delante de la caballeriza de costumbre — que debe ser la etapa de todos los peregrinos que vienen al Templo — para dejar sus cabalgaduras.

María llama a un hombre de baja estatura, el dueño de la caballeriza, y le pregunta si durante el día precedente o en las primeras horas de la mañana ha llegado algún nazareno.
-Ninguno, mujer -contesta el viejecillo.
María se queda extrañada, pero no dice nada más.
Le encarga a Samuel que le busque un puesto al burro. Luego alcanza a los dos ancianos padres y refiere el retardo de José:
-Algo le habrá entretenido, pero seguro que viene hoy.
Vuelve a coger al niño — se lo había dejado a Isabel — y se encaminan hacia el Templo.

Los hombres que están de guardia le reciben a Zacarías con honor, y los otros sacerdotes lo saludan y felicitan. Zacarías, hoy, con sus vestiduras sacerdotales y la alegría del padre que se siente feliz, está guapísimo. Parece un patriarca. Creo que Abraham debía asemejarse a él cuando jubilaba por ofrecer a Isaac al Señor.

Veo la ceremonia de la presentación del nuevo israelita y la purificación de la madre. Es todavía más pomposa que la de María, porque por el hijo de un sacerdote los sacerdotes hacen mucha fiesta. Acuden en masa y se ponen manos a la obra diligentes en torno al grupito de las mujeres y del recién nacido.

También otras personas se han acercado curiosas. Oigo los comentarios. Dado que María lleva en brazos al pequeñuelo mientras se dirigen al lugar establecido, la gente cree que es la madre.

Pero una mujer dice:
-No puede ser. ¿No veis que está encinta? El niño no tiene más de unos pocos días y Ella está ya abultada.
-Ya… pero-dice otro -sólo puede ser Ella la madre. La otra es vieja. Será una parienta. No puede ser madre a esa edad.
-Vamos detrás de ellos y así vemos quién tiene razón.
Bien grande viene a ser el asombro cuando se ve que la que cumple el rito de la purificación es Isabel, que ofrece su corderillo balante para el holocausto y su paloma por el pecado.
-La madre es aquélla. ¿Has visto?
-¡No!.
-Sí.

La gente, incrédula, sigue cuchicheando. Cuchichean tanto, que el grupo sacerdotal que está presente en el rito se ve obligado a emitir un « ¡Chsss!» imperativo. La gente se calla un momento, pero musita aún más fuerte cuando Isabel, radiante de santo orgullo, toma al niño y se adentra en el Templo para presentarlo al Señor.
-Es ella realmente.
-Es siempre la madre quien lo ofrece.
-Y entonces, ¿qué milagro es éste?».
-¿Qué será ese niño concedido en edad tan tardía a esa mujer?
-¿Qué signo es éste?
-¿No sabéis — dice uno que en ese momento llega jadeante — que es hijo del sacerdote Zacarías, de la estirpe de Aarón, aquel que quedó mudo estando ofreciendo el incienso en el Santuario?
-¡Misterio! ¡Misterio! ¡Y ahora ya puede hablar otra vez! El nacimiento del hijo le ha soltado la lengua.
-¿Qué espíritu será el que le habló y le incapacitó la lengua para acostumbrarlo al silencio sobre los secretos de Dios?
-¡Misterio! ¿Qué verdad será la que conoce Zacarías?
-¿No será que su hijo es el Mesías esperado por Israel?
-Ha nacido en Judea, no en Belén, ni de una virgen. No puede ser Mesías.
-¿Y entonces quién?

Mas la respuesta queda en los silencios de Dios y la gente se queda con su curiosidad.
Cumplido el ceremonial, los sacerdotes ahora también agasajan a la madre y al pequeñuelo; la única que pasa poco observada es María; es más, incluso la evitan casi con repulsión cuando se dan cuenta del estado suyo.

Terminadas todas las felicitaciones, la mayor parte vuelve a la calle. María quiere pasar de nuevo por la caballeriza para ver si ya ha llegado José… No ha llegado. Y se queda desilusionada y pensativa.
Isabel se preocupa por Ella.
-Hasta la hora sexta podemos estar aquí, pero luego tenemos que irnos para llegar a casa antes de la primera vigilia… es todavía demasiado pequeño para estar más tiempo de noche.
Y María, tranquila y triste, dice:
-Me quedaré en un patio del Templo, iré donde mis maestras… No sé. Algo haré.
Zacarías interviene con una propuesta que enseguida aceptan como una buena resolución.
-Vamos a casa de los familiares de Zebedeo. José, sin duda, te buscará allí, y, si él no fuera allí, te será fácil encontrar a alguien que te acompañe hacia Galilea, porque en esa casa hay un continuo ir y venir de pescadores de Genesaret.

Toman el borriquillo y van a donde estos parientes de Zebedeo, los cuales son los mismos de la casa en que se detuvieron José y María cuatro meses antes.
Las horas pasan deprisa y José no aparece. María domina su contrariedad acunando al niño; pero se la ve pensativa. Como para esconder su estado, no se ha quitado nunca el manto, a pesar de que el intenso calor les hace sudar a todos.
Por fin se oye llamar fuerte a la puerta. Es el anuncio de la llegada de José. El rostro de María resplandece sosegado.

José la saluda, porque Ella se ha presentado antes y le ha saludado con reverencia:
-¡La bendición de Dios sea contigo, María!
-Y contigo, José. ¡Alabado sea el Señor porque has venido! Zacarías e Isabel iban a marcharse ya para estar en casa antes de que fuera de noche.
-Tu mensajero llegó a Nazaret estando yo en Cana para unos trabajos. Lo supe anteayer por la tarde. Me puse en marcha enseguida. Pero, por mucho que haya venido sin detenerme, he llegado tarde, porque había perdido una herradura el burro. ¡Perdona!.
-¡Perdona tú, por haber estado tanto tiempo lejos de Nazaret! La verdad es que se sentían tan felices de tenerme con ellos, que pensé darles hasta ahora esta satisfacción.
-Has hecho bien, Mujer. ¿Dónde está el niño?

Entran en la habitación donde Isabel está dando de mamar a Juan, antes de marcharse. José felicita a los padres por la fortaleza del niño, que ha sido separado del pecho para mostrárselo a José, y que chilla y patalea como si le estuvieran despellejando. Ante esta protesta, todos se echan a reír. También ríen los parientes de Zebedeo, y se unen a la conversación. Habían venido trayendo fruta fresca, leche y pan para todos, y una gran bandeja de pescado.

María habla muy poco. Está tranquila y silenciosa, sentada en su rinconcito, con las manos bajo su manto sobre el regazo. Habla poco y se mueve poco, incluso cuando bebe una taza de leche, y al comer un racimo de uvas doradas con un poco de pan. Mira a José apenada y escrutadora al mismo tiempo.

También él la mira. Pasado un rato, inclinándose hacia su hombro, le pregunta:
-¿Estás cansada? ¿Te duele algo? Estás pálida y triste.
-Me duele separarme de Juanín. Lo quiero. Le he tenido sobre mi corazón desde pocos momentos después de nacer…
José no pregunta nada más.

Ha llegado la hora de la partida de Zacarías. El carro se para delante de la puerta. Todos se acercan. Las dos primas se abrazan con amor. María besa una y otra vez al pequeñuelo antes de depositarlo sobre el regazo de su madre, que ya está sentada en el carro. Luego saluda a Zacarías y le pide su bendición. Al arrodillarse delante del sacerdote, el manto se le desliza de los hombros y las formas le aparecen en la luz intensa de la tarde estival. No sé si José las percibe en este momento en que está ocupado en saludar a Isabel. El carro se pone en movimiento.

José con María entran de nuevo en casa. Ella vuelve a su sitio del rincón semioscuro.
-Si no te importa viajar de noche, yo propondría
salir con la puesta del Sol. El calor, durante el día, es fuerte; la noche, en cambio, estará fresca y serena. Lo digo por ti, para que no cojas demasiado sol. Para mí no es nada el estar bajo el sol intenso, pero tú…
-Como quieras, José. Yo también veo conveniente caminar de noche.
-La casa — dice José — está toda en orden, como también el huertecillo. ¡Vas a ver qué flores más bonitas! Vas a llegar a tiempo de verlas florecer todas. El manzano, la higuera y la vid están repletos de frutos como nunca lo han estado; y he tenido que apuntalar el granado, pues sus ramas están cargadísimas de frutos, maduros ya como jamás se vio en esta época. Y el olivo… Dispondrás de aceite en abundancia. Ha tenido una florescencia milagrosa y no se ha perdido ni una flor. Todas son ya pequeñas aceitunas. Cuando estén maduras, el árbol parecerá lleno de oscuras perlas. Tan bonito como tu huerto no hay ningún otro en Nazaret. La familia está asombrada. Alfeo dice que se trata de un prodigio.
-Obra de tus cuidados».
-¡Oh, no! ¡Yo soy sólo un pobre hombre! ¿Qué he hecho yo realmente? Cuidar un poco los árboles, echar un poco de agua a las flores… Mira, te he hecho una fuente donde acaba el huerto, al lado de la gruta, y he dispuesto allí un pilón. Así no tendrás que salir para coger agua. La he traído de ese manantial que está encima del olivar de Matías. Es pura y abundante. Te he hecho llegar un pequeño regato. He construido un canalillo bien tapado, y ahora llega y canta como un arpa. Me dolía el que tuvieras que ir a la fuente del pueblo y volver cargada con las ánforas llenas de agua.
-Gracias José. ¡Tú eres bueno!

Los dos esposos guardan silencio ahora, como cansados. José incluso se queda transpuesto. María ora. Cae la tarde.
Los huéspedes insisten en que antes de ponerse en camino coman otra vez. José come pan y pescado; María, sólo fruta y leche.

Luego se inicia la marcha. Montan sus burritos. José ha atado sobre su asno, como cuando venían, el baulillo de María, y, antes de que Ella monte en el borriquillo, comprueba que la albardilla esté bien segura. Veo que José observa a María cuando se monta, pero no dice nada.

Bajo las primeras estrellas que empiezan a latir en el cielo, comienza el viaje. Se apresuran, quizás para llegar a las puertas ante de que las cierren. Al salir de Jerusalén y coger la vía de Galilea, ya el cielo sereno está repleto de estrellas y hay un gran silencio en el campo. Sólo se oye el canto de algún ruiseñor y el choque de las pezuñas de los dos borriquillos contra el terreno duro de la vía abrasada por el verano.

-Dice María:
-Es la víspera de Jueves Santo. A algunos les parecerá que la visión está fuera de lugar. Y, sin embargo, tu dolor de amante de mi Jesús Crucificado está en tu corazón, y permanece aunque se presente una dulce visión. Ésta es como el calorcillo producido por una llama: por una parte, fuego todavía; por otra, ya no. El fuego es la llama, no su calor, que no es sino una derivación de ella. Ninguna visión beatífica o pacífica podrá quitar de tu corazón ese dolor. Considéralo más valioso que tu misma vida, porque es el don mayor que Dios puede conceder a quien cree en su Hijo. Además, mi visión, dentro de su paz, no desentona con las solemnidades de esta semana.

Mi José sufrió también su Pasión, que comenzó en Jerusalén cuando notó mi estado; y duró algunos días, como en el caso de Jesús y mío. No fue, espiritualmente, poco dolorosa. Sólo fue la santidad de mi justo esposo lo que la contuvo, y en tal modo, tan digno y secreto, que ha pasado los siglos siendo poco notada.

¡Oh, nuestra primera Pasión! ¿Quién podrá referir su íntima y silenciosa intensidad, y mi dolor al constatar que aún no me había llegado del Cielo la ayuda que esperaba, de revelarle a José el Misterio?

Comprendí que lo ignoraba al verlo conmigo con la misma actitud respetuosa que de costumbre. Si él hubiera sabido que llevaba en mí al Verbo de Dios, habría adorado a ese Verbo cerrado en mi seno con actos de veneración propios de Dios. Sí, José habría realizado esos actos, y yo no habría rehusado recibirlos, no por mí, sino por Aquel que estaba en mí y que yo llevaba, de la misma forma que el Arca de la alianza llevaba el código de piedra y los vasos de maná.

¿Quién podrá describir mi batalla contra el desánimo que pretendía subyugarme para persuadirme de que había esperado en vano en el Señor? ¡Oh, creo que fue la rabia de Satanás! Sentí surgirme la duda a las espaldas, y sentí cómo alargaba ésta sus gélidas zarpas para aprisionarme el alma y detener su oración. La duda… tan peligrosa, letal para el espíritu. Letal, porque es el primer elemento agente de la enfermedad mortal que tiene por nombre «desesperación»; contra él se debe reaccionar con todas las fuerzas, para no perecer en el alma y perder a Dios.

¿Quién podrá exponer con exacta verdad el dolor de José, sus pensamientos, la turbación de sus sentimientos? Él se encontraba, cual barquichuela en medio de una gran tempestad, en un remolino de ideas contrapuestas, en un torbellino de reflexiones a cuál más mordiente y penosa. Era un hombre aparentemente traicionado por su mujer. Veía que se derrumbaban juntos su buen nombre y la estima del mundo; por causa de Ella se veía ya señalado con el dedo y compadecido por el pueblo. Ante la evidencia de un hecho, veía caer muertos el afecto y la estima puestos en mí.

Su santidad aquí resplandece aún más alta que la mía. De ello doy testimonio con afecto de esposa, porque quiero que améis a mi José, a este hombre sabio y prudente, a este hombre paciente y bueno, el cual no está desligado del misterio de la Redención, antes bien, está íntimamente relacionado con él, porque por este misterio apuró el dolor y se consumió, salvándoos al Salvador con su sacrificio y santidad.

Si hubiera sido menos santo, hubiera actuado humanamente, denunciándome como adúltera para que me hubieran lapidado y pereciera conmigo el hijo de mi pecado. Si hubiera sido menos santo, Dios no le habría concedido la guía de su luz en tan ardua prueba. Pero José era santo. Su espíritu puro vivía en Dios, y tenía una caridad encendida y fuerte, y por la caridad os salvó al Salvador, tanto cuando no me acusó ante los ancianos, como cuando, dejándolo todo con diligente obediencia, salvó a Jesús en Egipto.

Aunque breves numéricamente, los tres días de la Pasión de José fueron de tremenda intensidad; como también la mía, esta primera pasión mía. En efecto, yo comprendía su sufrimiento, y no podía aliviarlo en modo alguno, por obediencia al decreto de Dios que me había dicho: «¡Guarda silencio!».

¡Ay, y, llegados a Nazaret, cuando lo vi marcharse, tras un lacónico saludo, cabizbajo y como envejecido en poco tiempo, y no volver por la tarde como solía hacer, os digo, hijos, que mi corazón lloró con grandísima aflicción! Sola, cerrada en mi casa, en la casa en que todo me recordaba el Anuncio y la Encarnación, y donde todo me recordaba a José, desposado conmigo en intachable virginidad, tuve que resistir contra el abatimiento y las insinuaciones de Satanás, y esperar, esperar, tener esperanza, y orar, orar, orar, y perdonar, perdonar, perdonar la sospecha de José, su movimiento interior de justa indignación.

Hijos, es necesario esperar, orar, perdonar, para obtener que Dios intervenga en favor nuestro. Vivid también vosotros vuestra pasión, merecida por vuestras culpas. Yo os enseño a superarla y convertirla en gozo. Esperad sin medida, orad con confianza, perdonad para ser perdonados; el perdón de Dios será, hijos, la paz que deseáis.

Por ahora no os digo nada más. Hasta pasado el triunfo pascual, silencio. Es la Pasión (esta revelación se la dio Dios a María Valtorta en Semana Santa). Sed compasivos para con vuestro Redentor. Oíd sus quejidos, contad sus heridas
y sus lágrimas, cada una de las cuales fue vertida por vosotros, fue padecida por vosotros. Desaparezca cualquier otra visión ante esta que os recuerda la Redención que por vosotros se ha cumplido.

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Extraordinaria Revelación: Vidente vio Surgir una Isla donde fue Bautizado Jesús

El bautismo de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista es una escena que certifica una vez más la divinidad de Jesús.

BAUTISMO DE CRISTO.-Joachim Patinir

Jesús es bautizado por Juan Bautista en el río Jordán.
.
Ungido por el Espíritu Santo y proclamado Hijo de Dios por la voz del Padre desde el cielo.
.
Esta es una escena trinitaria: el Padre revela que Jesús es su Hijo y lo unge con el don del Espíritu.
.
A partir de aquí, Jesús ya puede empezar la misión encomendada por el Padre en medio de los hombres. 

Las siguientes son visiones de Ana Catalina Emmerich sobre el Bautismo en el Jordán. 

Ver también:

 

BROTA LA ISLA PARA EL BAUTISMO DE JESÚS EN EL RÍO JORDÁN

El Bautista habló a sus discípulos acerca de la proximidad del bautismo y del Mesías. Afirmó nuevamente que no le había visto aún, pero añadió:

«Yo quiero enseñaros el lugar de su bautismo. Mirad: las aguas del Jordán se habrán de dividir y se formará una isla».

En ese momento las aguas del Jordán se dividieron en dos y se levantó sobre la superficie una pequeña isla redonda y blanquecina.

Era el mismo lugar por donde los hijos de Israel pasaron el Jordán con el Arca de la Alianza y donde Elías dividió con su manto las aguas.

fieles se bautizan en el jordan

 

Se produjo una gran conmoción entre los presentes: oraban y daban gracias a Dios.

Juan y sus discípulos trajeron grandes piedras, que pusieron en el agua, y luego, con ramas, árboles y plantas acomodaron un puente hasta la isla y cubrieron el pasaje con piedras pequeñas y blancas.

Cuando terminaron el trabajo, se veía correr el agua bajo el puente. Juan y sus discípulos plantaron doce árboles en torno de la islita y unieron sus copas para formar un techo con el follaje.

Entre estos arbolillos pusieron cercos de varias plantas que nacen muchas a orillas del Jordán.

Tenían brotes blancos y colorados, y frutos amarillos, con una pequeña corona, como nísperos.

La isla que había surgido en el lugar donde había estado depositada el Arca de la Alianza a su paso por el Jordán, parecía de roca, y el fondo del río, más levantado que en tiempos de Josué.

El agua, en cambio, me pareció más profunda; de modo que no sabría decir si el agua se retiró más o la isla se levantó sobre el agua, cuando Juan la hizo comparecer para formar el baptisterio de Jesús.

A la izquierda del puente, no en el medio, sino más bien al borde de la isla, hizo una excavación, a la cual afluía un agua clara.

Llevaban a esta fuente algunas gradas; en la superficie del agua había una piedra triangular, plana, de color rojo, donde debía estar Jesús durante su bautismo.

A la derecha se levantaba una esbelta palmera con frutos, la cual habría de abrazar Jesús.

El borde de esta fuente estaba delicadamente trabajado y todo el conjunto presentaba un hermoso aspecto.

Cuando Josué llevó a los israelitas a través del Jordán, he visto que el río estaba muy crecido.

El Arca de la Alianza fue llevada bastante distante del pueblo hacia el Jordán. Entre los doce que la conducían y acompañaban figuraban Josué, Caleb y otro personaje, cuyo nombre suena como Enoi.

Llegados al Jordán tomó uno solo la parte delantera del Arca que solían llevar dos; los otros sostenían por detrás y en el instante en que el pie del Arca tocó las aguas, éstas se aquietaron, pareciendo como gelatinas que subían unas sobre otras, formando una muralla o más bien una montaña que se podía ver desde la ciudad de Zarthan.

Las aguas que corrían al Mar Muerto se perdieron en el mar, y se pudo pasar a pie enjuto por el lecho del Jordán.

Así cruzaron los israelitas que estaban distantes del Arca por el lecho del río.

El Arca fue llevada por los levitas aguas adentro, donde había cuatro piedras cuadradas colocadas con regularidad.

Eran estas piedras de color de sangre y a cada lado había dos hileras de seis piedras triangulares, planas y trabajadas.

Los doce levitas dejaron el Arca de la Alianza sobre las cuatro piedras del medio y pasaron doce por cada lado sobre las otras piedras triangulares que tenían su cono hundido en las aguas.

Otras doce piedras triangulares fueron colocadas a distancia: eran muy gruesas, de colores diversos, grabadas con figuras y dibujos con flores.

Josué eligió a doce hombres de las doce tribus para que llevaran sobre sus espaldas desnudas estas piedras y a distancia una serie de dos hileras para recuerdo del pasaje.

Más tarde se levantó allí una población. Fueron grabadas en las piedras los nombres de las doce tribus y los de los que llevaron las piedras.

Las piedras sobre las cuales estuvieron los levitas eran más grandes, y cuando pasaron el río, las piedras fueron vueltas con las puntas hacia arriba.

Las piedras que habían estado fuera del agua, no eran ya visibles en tiempos de Juan Bautista: no sé si fueron destruidas por las guerras o estaban simplemente cubiertas por tierra y escombros.

Juan había levantado su tienda en el lugar de ellas.

Más tarde hubo una iglesia allí, creo que en tiempos de Santa Elena.

El lugar donde había estado el Arca de la Alianza es exactamente el mismo de la isla y de la fuente donde fue bautizado Jesús.

Cuando los israelitas pasaron con el Arca y hubieron erigido las doce piedras, el Jordán volvió a seguir su curso como antes.

El agua de la fuente del bautismo de Jesús era de tal hondura que desde la orilla sólo se podía ver desde el pecho cuando estaba un hombre dentro.

La profundidad algo escalonada y esta fuente octogonal, que medía como cinco pies de diámetro, estaba rodeada de un borde, cortado en cinco lugares, desde donde podían algunas personas presenciar el acto.

Las doce piedras triangulares sobre las cuales habían estado los levitas se alzaban a ambos lados de la fuente bautismal de Jesús con sus puntas hacia arriba fuera del agua.

En la fuente del bautismo yacían aquellas cuatro piedras cuadradas coloradas, sobre las cuales había descansado el Arca de la Alianza, debajo de la superficie del agua.

Estas piedras aparecían con sus puntas fuera del agua en épocas de bajantes.

Muy cerca del borde de la fuente había una piedra triangular, en forma de pirámide, con la punta hacia abajo, sobre la cual estuvo Jesús cuando el Espíritu Santo vino sobre Él.

A su derecha estaba la palmera, junto al borde, a la cual Jesús se sujetó con la mano, mientras a su izquierda estaba el Bautista.

La piedra triangular donde estuvo Jesús, no era de las doce: me parece que Juan la trajo desde la orilla.

Había allí un misterio porque he visto que estaba señalada con dibujos de flores y estrías.

Las otras doce piedras eran también de diversos colores, dibujadas con flores y ramificaciones.

Eran más grandes que las llevadas a tierra: me parece que eran al principio piedras preciosas que plantó Melquisedec desde pequeñas, cuando el Jordán no pasaba sobre ellas.

He visto que en muchos lugares hacía esto; ponía los fundamentos de obras que venían luego a ser lugares sagrados o donde sucedían hechos notables, aunque por mucho tiempo quedaran en pantanos o escondidas entre matorrales.

Creo también que las doce piedras que llevaba Juan en la fiesta en el escudo del pecho eran trozos de aquellas doce piedras preciosas plantadas por Melquisedec. 

 

JESÚS ES BAUTIZADO POR JUAN

Cuando Juan recibió aviso de que Jesús se acercaba, cobró nuevos bríos para bautizar.
.
Acudieron grupos de aquéllos a quienes Jesús había exhortado a ir al bautismo, entre ellos publicanos.
.
Y he visto a Parmenas con sus parientes de Nazaret.

Cima_da_conegliano,_battesimo_di_cristo

Juan habló a sus discípulos sobre el Mesías y se humilló ante Él de tal manera que aquéllos quedaron contristados.

Llegaron también a Juan aquellos discípulos a quienes Jesús había rechazado en Nazaret: he visto a éstos hablando con Juan de Jesús y sus obras.

Juan ardía de tal amor por Jesús que casi se manifestaba impaciente de que el Mesías no se declarase más abiertamente.

Cuando Juan los bautizó, recibió la seguridad de que se acercaba Jesús. Vio una nube luminosa que envolvía a Jesús y a los suyos, y los vio en visión que se acercaban.

Desde entonces se muestra extraordinariamente contento y ansioso y mira con frecuencia hacia el lado de donde vendrá.

La islita con la fuente bautismal está toda verde y nadie va a ella fuera de Juan, cuando tiene algo que arreglar: el camino que lleva a ella está ordinariamente cerrado.

Jesús caminaba más ligero que Lázaro y llegó dos horas antes que éste al lugar del bautismo.

Era la alborada cuando llegó Jesús al mismo tiempo que otros. Éstos no lo conocían y caminaban a la par de Él.

Pero lo miraban con extrañeza, porque veían en Él algo admirable que no podían explicarse. Había una turba extraordinaria de gente.

Juan predicaba con mayor entusiasmo de la proximidad del Mesías y de la necesidad de hacer penitencia.

Decía que pronto él desaparecería. Jesús estaba en medio de los oyentes.

Juan sintió su cercanía, lo veía y se mostraba muy contento y animado; pero no dejó por eso de hablar, y comenzó luego a bautizar.

Había ya bautizado a muchos y eran como las diez de la mañana, cuando le tocó el turno a Jesús, que bajó a la fuente.

Entonces se inclinó Juan ante Él y dijo:

«Yo debo ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?…»

Jesús le contestó:

«Deja ahora que se haga esto; es menester que cumplamos toda justicia: que tú me bautices y Yo sea por ti bautizado».

Jesús añadió:

«Tú debes recibir el bautismo del Espíritu Santo y de la sangre».

Entonces Juan le dijo que le siguiera a la islita.

Jesús dijo que así lo haría añadiendo que deseaba que las aguas con que eran bautizados los demás se dejasen afluir a aquel lugar, que todos los que debían ser luego bautizados fueran allí bautizados.

Y que el árbol que Él iba a abrazar fuera trasplantado adonde eran bautizados los demás y que todos lo tocasen al ser bautizados.

El Salvador pasó con Juan y sus discípulos Andrés y Saturnino sobre el puente de la islita.

Jesús se retiró a una pequeña tienda, junto a la fuente, al lado oriental, para vestirse y desvestirse.

Los discípulos lo siguieron a la isla.

Hasta el puente había gran multitud de gente y en la orilla del río más aún.

En el puente podían permanecer hasta tres hombres: entre ellos estaba Lázaro.

La fuente bautismal estaba hecha en una excavación escalonada, de forma octogonal y tenía debajo un borde de igual forma con cinco canales en el fondo que comunicaban con las aguas del Jordán.

El agua llenaba la fuente por medio de entradas cortadas en los bordes.

Tres de estas entradas eran visibles en la parte Norte, por donde las aguas entraban y dos salidas estaban cubiertas en la parte Sur de la fuente; por aquí se pasaba y por este lado no se veía el agua rodeando la fuente.

Del lado Sur subían unas gradas de hierbas verdes.

La isla misma no era del todo plana, sino un tanto más elevada en el medio, rellenada con piedras y partes blandas, todo cubierto de verdor.

Los nueve discípulos de Jesús, que en los últimos tiempos estaban con Él, acercáronse a la fuente y permanecieron en el borde.

Jesús dejó en la tienda su manto, su faja y su vestido de lana amarilla abierto por delante y cerrado con cintas, una banda de lana más angosta cruzada sobre el pecho, que alzaba sobre la cabeza por la noche o en la intemperie.

Y quedó con un vestido oscuro, con el cual salió de la tienda, para entrar en el agua, donde, por la cabeza, se quitó también esta prenda de vestir.

Tenía, dentro del agua, sólo una banda desde la mitad del cuerpo a los pies.

Todos sus vestidos los recibió Saturnino, el cual se los pasó a Lázaro, que estaba al borde de la fuente.

Jesús bajó a la fuente, donde quedó cubierto por las aguas hasta el pecho.

Con la mano izquierda se asió a la palmera y puso la derecha en el pecho, mientras la faja blanca flotaba sobre las aguas.

Juan estaba en la parte Sur de la fuente; tenía en la mano un recipiente de borde ancho del cual salía el agua por tres aberturas.

Se inclinó, tomó agua con el recipiente y la vertió en tres líneas sobre la cabeza del Salvador.

Una línea de agua cayó sobre la parte anterior de la cabeza y la cara; otra, en medio de la cabeza, y la tercera en la parte posterior.

No recuerdo bien las palabras que dijo Juan al bautizar, pero fueron más o menos éstas:

«Yaveh, por medio de los Serafines y Querubines, derrame su bendición sobre Ti, con ciencia, inteligencia y fortaleza».

No recuerdo bien si fueron estas tres últimas palabras; pero eran tres gracias o dones para el espíritu, el alma y el cuerpo, y allí estaba contenido todo lo que cada uno necesita para presentar al Señor un espíritu, un alma y un cuerpo renovados.

Mientras Jesús salía fuera del agua, los discípulos Saturnino y Andrés, que estaban a la derecha del Bautista, sobre la piedra triangular, sostenían una tela, que pusieron sobre Él para que se secara, y una túnica blanca y larga.

Al detenerse Jesús sobre la piedra triangular roja, a la derecha de la entrada de la fuente, pusieron sus manos sobre sus hombros, y Juan sobre su cabeza.

Hasta entonces se ponía a los bautizados sólo un paño pequeño; pero después del bautismo de Jesús se usó otro más extenso.

 

LA VOZ DEL PADRE DESPUÉS DEL BAUTISMO

Cuando estaban por subir las gradas para salir de la fuente se oyó la voz de Dios sobre Jesús, detenido solo en la piedra en oración.

Llegó como una ráfaga de viento desde el cielo y un trueno; de modo que todos los presentes se atemorizaron y miraron hacia arriba.

Descendió una nube blanca luminosa, y yo vi una figura alada sobre Jesús, que le llenó como un torrente.

He visto el cielo abierto, y vi la aparición del Padre celestial en forma y rostro común, y oí la voz que resonaba:

«Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias».

Era una voz como dentro del trueno.
.
Jesús estaba completamente rodeado de luz y apenas se le podía mirar: su rostro era transparente.
.
He visto ángeles en torno de Él.

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A cierta distancia, sobre las aguas del Jordán, vi a Satanás en figura oscura, como nube negra, donde se agitaba una confusión de sabandijas y de reptiles de todas clases.

Era la representación de cómo todo lo malo, todo lo pecaminoso, todo lo ponzoñoso de la región se concentraba allí, en su origen, huyendo de la presencia del Espíritu Santo que se había difundido en Jesús.

Era algo espantoso y horrible, que contrastaba mejor con la claridad y la luz que se difundía en torno de Jesús y del lugar del bautismo.

La misma fuente brillaba hasta el fondo; todo estaba como transfigurado.

Se veían las cuatro piedras, sobre las cuales había estado el Arca de la Alianza, resplandecer con brillo de regocijo en, el fondo de la fuente, y en las doce piedras donde habían estado los levitas aparecieron ángeles en oración, porque el Espíritu de Dios había dado testimonio delante de todos los hombres sobre

Aquél que debía ser la piedra viva, la piedra preciosa elegida, la piedra angular de la Iglesia.

De este modo nosotros debemos, como piedras vivas, formar un edificio espiritual y un espiritual sacerdocio, para poder ofrecer a Dios sacrificios aceptables, como sobre un altar, por medio de su Hijo divino en quien sólo encuentra sus complacencias.

Después de esto, Jesús se dirigió a la tienda. Saturnino le trajo sus vestidos, que Lázaro había tenido en custodia, y Jesús volvió a ponérselos.

Ya vestido, salió Jesús de la tienda, y, rodeado de sus discípulos, se colocó en el lugar libre de la isla al lado del arbolito central.

Entonces Juan habló con viveza y gran alegría al pueblo, dando testimonio de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios y el prometido y esperado Mesías.

Para confirmar su testimonio recordó las profecías de los patriarcas y profetas y señaló su cumplimiento, diciendo lo que él había visto y lo que todos habían oído ahora, agregando que no bien Jesús volviera, después de una ausencia, él, Juan, desaparecería del lugar.

Dijo también que en ese lugar había estado el Arca, cuando Israel recibió en herencia la tierra prometida y que ahora se producía el cumplimiento de la Alianza, de lo cual daba testimonio el mismo Dios Padre en su Hijo divino.

Recomendóles que siguiesen a Jesús, llamando feliz el día del cumplimiento de la promesa para Israel.

Mientras tanto habían llegado otras personas, entre ellas amigos de Jesús: Nicodemo, Obed, José de Arimatea, Juan Marcos y otros varios que había visto entre la turba. Juan dijo a Andrés que hablase en Galilea del bautismo de Jesús como Mesías.

Jesús, por su parte, dio testimonio de Juan, afirmando que había hablado verdad; añadió que se alejaría por algún tiempo; pero que luego viniesen a Él todos los enfermos y afligidos, pues quería consolarlos y ayudarlos; que se preparasen entretanto con penitencia y buenas obras.

Dijo que se alejaba por algún tiempo para luego entrar en el reino que su Padre le había encomendado.

Jesús expresó esto como en la parábola del Hijo del Rey, que antes de cumplir la voluntad de su Padre, quería recogerse, implorar su ayuda y prepararse.

Había entre los oyentes algunos fariseos, los cuales tomaron estas palabras en un sentido burlesco, diciendo:

«Quizás no sea el hijo del carpintero, como pensamos, sino el hijo bastardo de algún rey, y ahora quiere ir allá, juntar gente y luego venir a tomar Jerusalén».

Les parecía todo esto muy curioso e insensato.

En cuanto a Juan continuó ese día bautizando a los presentes sobre la isla de la fuente de Jesús: eran, en su mayoría, de los escasos hombres que fueron más tarde discípulos de Jesús.

Entraban en el agua que rodeaba la fuente y Juan los bautizaba desde el borde. Jesús, con sus nueve discípulos y otros que se le agregaron, partió de allí. Le siguieron Lázaro, Andrés y Saturnino.

Habían llenado, por orden de Jesús, un recipiente con el agua del bautismo de Jesús y lo llevaban consigo.

Los presentes se echaron a los pies de Jesús, rogándole se quedara con ellos. Jesús les prometió volver muy pronto, y se alejó.

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El bautismo Cristiano Católico

El término Bautismo procede del verbo griego baptizein, que significa sumergir, lavar. El simbolismo de los efectos del agua como signo de purificación es muy común en la historia de las religiones.  

El bautismo parece estar relacionado al ambiente judío tras la deportación de Babilonia. La inmersión se practicaba para la purificación legal. Los esenios practicaban este tipo de ablución purificadora que, para ellos, era también moral, como han podido demostrar sus piscinas rituales en Qumram.

Entre los fariseos del siglo I se extendió la costumbre de sumergir en agua a los prosélitos tras la circuncisión, rito que implicaba la capacidad del neófito para acceder a los sacrificios y participar en el culto del Templo.

Juan el Bautista asumió este rito dándole el sentido de medio para la conversión (cf. Mc 1 4) y purificación del pecado. Esto implicaba que el templo ya no era el único lugar para la obtención de la expiación.

La Iglesia católica considera el bautismo que administraba Juan el Bautista como prefiguración inmediata de lo que considera un sacramento. Según el evangelio, el Bautista tenía conciencia de que el rito que realizaba era un anuncio del que vendría (cf. Mc 1 8). Jesús no sólo se sometió al bautismo de Juan, sino que también llamó «bautismo» a su pasión y muerte (Mc 10 38 y paralelos).

El Concilio de Trento declaró que el bautismo de Cristo era diverso del de Juan. Y en el decreto Lamentabili, el Santo Oficio aclaró que el sacramento del bautismo no se puede considerar como un rito evolucionado de los usados por las religiones antiguas o por el judaísmo.

DIFERENCIAS ENTRE EL BAUTISMO DE JESÚS Y DE JUAN

Jesucristo enseñó a los apóstoles un bautismo diferente del conocido por los judíos. No era sólo un símbolo, sino una verdadera purificación y un llenarse del Espíritu Santo. Juan Bautista lo había anunciado: «Yo bautizo con agua, pero pronto va a venir el que es más poderoso que yo, al que yo no soy digno de soltarle los cordones de sus zapatos; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego». (Lc 3,16)

El hecho más importante para interpretar el Bautismo cristiano es el Bautismo de Jesús, en el que culminan las prefiguraciones del Antiguo Testamento sobre este sacramento.

Con ocasión de su Bautismo, Jesús experimentó su vocación, aceptando la misión y el destino que le llevarían a su muerte violenta. Así se explica que las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo bautizar (Mc 10,38; Lc 12,50) sea para referirse a su propia muerte.

El bautismo para Jesús tiene un sentido concreto: es el acto y el momento en que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en la vida, la vocación y el destino de la solidaridad incondicional con los hombres, especialmente los más pobres, hasta llegar a la misma muerte.

Juan bautizaba en vistas al juicio último de Dios; el Bautismo cristiano es la participación en la muerte y resurrección de Jesucristo; es decir, el bautizado ha muerto a una forma de existencia, para nacer a otra nueva que no acabará jamás.

La Iglesia bautiza porque así realiza el mandato de Jesús resucitado y porque está llena del Espíritu Santo para comunicar la salvación a través de este sacramento.

El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc 16,16). Pero la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes. Solo en la fe de la Iglesia puede creer cada uno de los cristianos. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Cuando se trata del Bautismo de niños, para su crecimiento en la fe es necesaria la ayuda de los padres y padrinos (CIC 1253-1255)

 

EL SIGNIFICADO DEL BAUTISMO CATÓLICO

El Bautismo, por ser un sacramento de iniciación, tiene unos efectos de regeneración e incorporación muy especiales:
«Al bautizado le son perdonados los pecados y recibe una vida nueva, se une a la muerte y resurrección de Jesucristo, participa de su misión sacerdotal, profética y real y es incorporado a la Iglesia»

Perdona los pecados y da una vida nueva. El Bautismo cristiano comporta una experiencia de liberación: de la misma forma que el paso del mar Rojo fue para los israelitas la experiencia fundamental de su liberación, así el paso por el agua bautismal comporta para los cristianos la experiencia de su propia libertad.

Por el bautismo, el cristiano se separa del destino colectivo de una humanidad fatalmente sometida a la esclavitud del pecado, liberándose del pecado original que corrompe y desgarra al hombre y al mundo. La persona que ha vivido la experiencia del Bautismo, ha vivido la experiencia de la liberación del pecado. El pecado ya no tiene dominio sobre los cristianos ( 1 Jn 3, 5-6)

Para el bautizado no existe más ley que la del amor, a eso re refiere Pablo en Rm 13, 8-10 y en Gal 5, 14. Luego la experiencia fundamental del creyente en el Bautismo es la experiencia del amor, no sólo del amor a Dios, sino también del amor al prójimo.

Une al bautizado a la Muerte y Resurrección de Jesucristo. De la misma manera que Jesús pasó por la muerte, para llegar a una vida sin límites, igualmente el cristiano tiene que pasar por una muerte (el Bautismo), para empezar una nueva vida, la vida de la fe, la vida propia del cristiano. Esto es lo que dice san Pablo en su carta a los Romanos:
«¿Ignoráis acaso que todos a quienes el bautismo ha vinculado a Cristo hemos sido vinculados a su muerte? En efecto, por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado de entre los muertos por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección» (Rm 6, 3-5)

«Morir con Cristo» significa morir al mundo, al orden establecido, como fundamento de la vida del hombre (Gal 6,14) o a los poderes del mundo que esclavizan (Col 2,20), a la esclavitud de la ley (Rom 7,6), a la vida en pecado (Rom 6,6) o a la vida para sí mismo ( 2 Cor 5, 14-15).

Hace participar al bautizado de la misión sacerdotal, profética y real de Jesucristo. Quien recibe el Bautismo queda revestido de Jesús el Mesías, lo que significa que la misma vida de Cristo está presente y actúa en el que ha recibido el Bautismo.

El bautizado, unido a Cristo en la Iglesia, es como Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, y está llamado a dar testimonio del Señor en este mundo. El Concilio Vaticano II ha enseñado que «los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y la unción del Espíritu Santo» ( LG 10; cfr. 1 Pe 2, 9-10).

El Bautismo imprime en el cristiano, un sello espiritual indeleble de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación. Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.

Incorpora al bautizado a la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los bautizados, pues el efecto fundamental del Bautismo es incorporar al hombre a la comunidad de la Iglesia. La Iglesia es la comunidad de los que libre y conscientemente han asumido como destino en la vida sufrir y morir por los demás, es decir, la Iglesia es la comunidad de los que viven para los demás; es así mismo, la comunidad de los que se han revestido de Cristo, reproduciendo en su vida lo que fue la vida de Jesús el Mesías.

La costumbre de bautizar a los niños desde pequeños data desde los primeros siglos de la Iglesia, pues no es posible privarlos de los efectos que el sacramento produce. El hombre nace con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, por lo que necesita el nuevo nacimiento en el Bautismo  para recibir la Gracia Divina.

 

DESARROLLO DEL RITO DE BAUTISMO CATÓLICO

En el Nuevo Testamento se habla de una inmersión en el agua, acompañada de unas palabras y que requiere la fe del bautizando (cf. Hch 8 36-37). Sin embargo, hubo teólogos en los primeros siglos que negaron la necesidad del agua. Contra ellos escribió Ireneo (en Adversus Haereses I 21 4) y Tertuliano (De Baptismo I). Pero la expresión más clara está en Agustín: «¿Qué es el bautismo? Es una ablución de agua con la palabra. Quita el agua y ya no hay bautismo» (Comentario al evangelio de Juan 15 4).

En la Didaké (capítulo VII) se habla de una celebración con inmersión en agua, pero también de un rito por el que se derramaba tres veces agua sobre la cabeza del neófito. Hipólito habla de una celebración que seguía al catecumenado y que tras oraciones, preguntas y exorcismos, sometía al candidato a una inmersión en el agua. Sin embargo, es difícil que incluso en la Iglesia primitiva sólo se hayan dado casos de bautismo por inmersión. Si según los Hechos de los apóstoles, tras la predicación de Pedro fueron tres mil las personas que se bautizaron resulta muy difícil pensar que todos se hayan arrojado al agua.

También consta –por el testimonio de Cipriano (Carta 69 12)– que algunos enfermos eran bautizados seguramente por aspersión o infusión.

Así con el paso del tiempo el bautismo por inmersión fue abandonado paulatinamente (debido a la costumbre de bautizar a los niños lo más pronto posible) y el de aspersión se usó muy poco dadas las dudas sobre la efectiva ablución. El Código de derecho canónico de 1983 indica que el bautismo se ha de administrar por inmersión o por infusión, de acuerdo con las normas establecidas por cada Conferencia episcopal (cf. núm. 854).

 

LA CELEBRACIÓN DEL BAUTISMO CATÓLICO ACTUAL

¿Quién puede recibir el Bautismo y quién lo puede administrar?
Todo ser humano, aún no bautizado, y sólo él, es capaz de recibir el Bautismo.

El ministro ordinario del Bautismo es el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también el diácono.

En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, si tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia al bautizar y emplea la fórmula bautismal trinitaria.

Celebración: El Bautismo cristiano se celebra bañando en agua al que lo recibe (bautismo por inmersión) o derramando agua por la cabeza (bautismo por infusión), mientras el ministro invoca a la Santísima Trinidad.
El rito completo consta de tres momentos:

Preparación: Consiste en la bendición del agua, en la renuncia de los padres y padrinos al pecado, en la profesión de fe y en una pregunta a los padres y padrinos sobre si desean que el niño sea bautizado.
Ablución o bautismo:
Mientras el ministro baña con agua a quien se bautiza, dice: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

Ritos complementarios: Son la crismación, la vestidura blanca y la entrega de la luz.

La crismación por la que el ministro unge la cabeza a cada bautizado con el santo crisma, como señal de incorporación al pueblo creyente;

La vestidura blanca, signo de la nueva vida y dignidad del cristiano.

La entrega de la luz de Cristo expresada por una velita cuya llama ha sido tomada del cirio pascual.

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Foros de la Virgen María María de Jesús de Agreda MENSAJES Y VISIONES

Bautismo de Jesús en el Jordán: visión de María de Agreda

En su libro Mística Ciudad de Dios, María de Agreda relata esta visión sobre el bautismo.

 

Llega el Salvador Jesús a la ribera del Jordán, donde le bautizó San Juan Bautista y pidió también ser bautizado del mismo Señor.

974. Dejando nuestro Redentor a su amantísima Madre en Nazaret y en su pobre morada, sin compañía de humana criatura pero ocupada en los ejercicios de encendida caridad que he referido (Cf. supra n. 971), prosiguió Su Majestad las jornadas hacia el Río Jordán, donde su pre­cursor San Juan Bautista estaba predicando y bautizando cerca de Betania, la que estaba de la otra parte del río y por otro nombre se llamaba Betabara. Y a los primeros pasos que dio nuestro divino Redentor desde su casa levantó los ojos al Eterno Padre y con su ardentísima caridad le ofreció todo lo que de nuevo comenzaba a obrar por los hombres: los trabajos, dolores, pasión y muerte de cruz que por ellos quería padecer, obedeciendo a la voluntad eterna del mismo Padre, y el natural dolor que sintió, como Hijo verdadero y obe­diente a su Madre, en dejarla y privarse de su dulce compañía que por veinte y nueve años había tenido. Iba el Señor de las criaturas solo, sin aparato, sin ostentación ni compañía, el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores, desconocido y no estimado de sus mismos vasallos, y tan suyos que por sola su voluntad tenían el ser y conservación, y su real recámara era la extrema y suma pobreza y desabrigo.

975. Como  los  Sagrados  Evangelistas dejaron  en  silencio  estas obras del Salvador y sus circunstancias tan dignas de atención, no obstante que con efecto sucedieron, y nuestro grosero olvido está tan mal acostumbrado a no agradecer las que nos dejaron escritas, por esto no discurrimos ni consideramos la inmensidad de nuestros beneficios y de aquel amor sin tasa ni medida que tan copiosamente nos enriqueció y con tantos vínculos de oficiosa caridad nos quiso atraer a sí mismo.  ¡Oh amor eterno del Unigénito del Padre!   ¡Oh bien mío y vida de mi alma!, ¡qué mal conocida y peor agradecida es esta vuestra ardentísima caridad! ¿Por qué, Señor y dulce amor mío, tantas finezas,  desvelos y penalidades por quien no sólo no habéis menester, pero ni ha de corresponder ni atender a vuestros favores más que si fueran engaño y burla?  ¡Oh corazón humano, más rústico y feroz que de una fiera!  ¿Quién te endurece tanto? ¿Quién te detiene? ¿Quién te oprime y te hace tan grave y pesado para no caminar al agradecimiento de tu Bienhechor? ¡Oh encanto y fascinación lamentable de los entendimientos de los hombres! ¿Qué letargo tan mortal es éste que padecéis? ¿Quién ha borrado de vues­tra memoria verdades tan infalibles y beneficios  tan memorables y vuestra propia y verdadera felicidad? Si somos de carne, y tan sensible, ¿quién nos ha hecho más insensibles y duros que los mis­mos riscos y peñascos inanimados? ¿Cómo no despertamos y recupe­ramos algún sentido con las voces que dan los beneficios de vuestra Redención? A las palabras de un Profeta, Ezequiel (Ez 37, 1ss), revivieron los huesos secos y se movieron, y nosotros resistimos a las palabras y a las obras del que da vida y ser a todo. Tanto puede el amor terreno, tanto nuestro olvido.

976. Recibid, pues, ahora, oh Dueño mío y lumbre de mi alma, a este vil gusanillo que arrastrando por la tierra sale al encuen­tro de los hermosos pasos que dais para buscarle, con ellos levantáis en esperanza cierta de hallar en vos verdad, camino, fineza y vida eterna. No tengo, amado mío, qué ofreceros en retorno sino vues­tra bondad y amor y el ser que por él he recibido, menos que vos mismo no puede ser paga de lo infinito que por mi bien habéis hecho.  Sedienta  de vuestra  caridad  salgo  al  camino,  no  queráis, Señor y Dueño mío,  divertir ni  apartar la vista de vuestra real clemencia de la pobre a quien buscáis con diligencias solícitas y amorosas. Vida de mi alma y alma de mi vida, ya que no fui tan dichosa  que  mereciese gozar  de vuestra vista  corporal  en  aquel siglo felicísimo, soy a lo menos hija de Vuestra Santa Iglesia, soy parte de este cuerpo místico y congregación santa de fieles. En vida peligrosa, en carne frágil, en tiempos de calamidad y tribulaciones vivo, pero clamo del profundo, suspiro de lo íntimo del corazón por vuestros infinitos merecimientos, y, para tener parte en ellos, la fe santa me los certifica, la esperanza me los asegura y la caridad me da derecho a ellos. Mirad, pues, a esta humilde esclava para hacerme agradecida a tantos beneficios, blanda de corazón, constante en el amor y  toda a vuestro agrado y mayor beneplácito.

977. Prosiguió nuestro Salvador el camino para el Río Jordán, derra­mando en diversas partes sus antiguas misericordias, con admira­bles   beneficios   que   hizo   en   cuerpos   y   almas   de   muchos   nece­sitados, pero siempre con modo oculto, porque hasta el bautismo no se dio testimonio público de su poder divino y grande excelen­cia. Antes de llegar a la presencia del Bautista, envió el Señor al corazón del Santo nueva luz y júbilo que mudó y elevó su espíritu, y reconociendo San Juan Bautista estos nuevos efectos dentro de sí mismo, admirado dijo: ¿Qué misterio es éste y qué presagios de mi bien?, porque desde que conocí la presencia de mi Señor en el vientre de mi madre, no he sentido tales efectos como ahora. ¿Si viene por dicha o está cerca de mí el Salvador del mundo? A esta nueva ilus­tración se siguió en el Bautista una visión intelectual, donde conoció con mayor claridad el misterio de la unión hipostática en la perso­na del Verbo, y otros de la redención humana. Y en virtud de esta nueva luz dio los testimonios que refiere el Evangelista San Juan, mientras estaba Cristo nuestro Señor en el desierto y después que salió de él y volvió al Río Jordán: uno a la pregunta de los judíos y otro cuando dijo: Ecce Agnus Dei (Jn 1, 36), etc., como adelante diré (Cf. infra n. 1010, 1017). Y aunque el  San Juan Bautista  había  conocido  antes  grandes  sacramentos cuando  le mandó el Señor salir a predicar y bautizar, pero en esta ocasión y visión se renovaron y manifestaron con mayor claridad y abundan­cia y conoció que venía el Salvador del mundo al bautismo.

978. Llegó, pues, Su Majestad entre los demás y pidió a San Juan Bautista le bautizase como a uno de los otros, y el Bautista le conoció y pos­trado a sus pies deteniéndole le dijo: Yo he de ser bautizado, ¿y Vos, Señor, venís a pedirme el bautismo? como lo refiere el Evangelista San Mateo (Mt 3, 14). Respondió el Salvador: Déjame ahora hacer lo que de­seo, que así conviene cumplir toda justicia (Mt 3, 15). En esta resistencia que intentó el Bautista de bautizar a Cristo nuestro Señor y pedirle el bautismo, dio a entender que le conoció por verdadero Mesías. Y no contradice a esto lo que del mismo Bautista refiere San Juan Evangelista (Jn 1, 33), que dijo a los judíos: Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua, me dijo: Aquel sobre quien vieres que viene el Espíritu San­to y está sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo lo vi y di testimonio de que éste es el Hijo de Dios. La razón de no ha­ber contradicción en estas palabras de San Juan Bautista con lo que dice San Mateo es, porque el testimonio del cielo y la voz del Padre que vino en el Río Jordán sobre Cristo nuestro Señor fue cuando San Juan Bautista tuvo la visión y conocimiento que queda dicho (Cf. supra n. 977), y hasta enton­ces no había visto a Cristo ocularmente, y así negó que hasta enton­ces no le había conocido como entonces le conoció; pero como no sólo le vio corporalmente, sino con la luz de la revelación al mismo tiempo, por eso se postró a sus pies pidiendo el bautismo.

979. Acabando de bautizar San Juan Bautista a Cristo nuestro Señor, se abrió el cielo y descendió el Espíritu Santo en forma visible de palo­ma sobre su cabeza y se oyó la voz del Eterno Padre que dijo: Este es mi Hijo amado, en quien tengo yo mi agrado y complacencia (Mt 3, 15). Esta voz del cielo oyeron muchos de los circunstantes que no desmerecieron tan admirable favor y vieron asimismo el Espíritu Santo en la forma que vino sobre el Salvador; y fue este testimonio el mayor que pudo darse de la divinidad de nuestro Redentor, así por parte del Padre que le confesaba por Hijo, como por la de la misma testificación, pues por todo se manifestaba que Cristo era Dios verdadero, igual a su Eterno Padre en la sustancia y perfecciones infinitas. Y quiso el Padre ser el primero que desde el cielo testificase la divinidad de Cristo, para que en virtud de su testificación quedasen autorizadas todas cuantas después se habían de dar en el mundo. Tuvo también otro misterio esta voz del Padre, que fue como desempeño que hizo volviendo por el crédito de su Hijo y recompensándole la obra de humillarse al bautismo, que servía al remedio de los pecados, de que el Verbo humanado estaba libre, pues era impecable.

980. Este acto de humillarse Cristo nuestro Redentor a la forma de pecador, recibiendo el bautismo con los que lo eran, ofreció al Padre con su obediencia, y por ella para reconocerse inferior en la naturaleza humana común a los demás hijos de Adán y para ins­tituir con este modo el sacramento del bautismo, que en virtud de sus merecimientos había de lavar los pecados del mundo; y humillándose el mismo Señor el primero al bautismo de las culpas, pidió y alcanzó del Eterno Padre un general perdón para todos los que le recibiesen y que saliesen de la jurisdicción del demonio y del pecado y fuesen reengendrados en el nuevo ser espiritual y sobrenatural de hijos adoptivos del Altísimo y hermanos del mismo Reparador Cristo nuestro Señor. Y porque los pecados de los hombres, así los preté­ritos, presentes y futuros, que tenía presentes el Eterno Padre en la presencia de su sabiduría, impidieran este remedio tan suave y fácil, lo mereció Cristo nuestro Señor de justicia, para que la equidad del Padre le aceptase y aprobase dándose por satisfecho, aunque cono­cía cuántos de los mortales en el siglo presente y futuro habían de malograr el bautismo y otros innumerables que no le admitirían. Todos estos impedimentos y óbices removió Cristo nuestro Señor y como satisfizo, por lo que habían de desmerecer, con sus méritos y humillándose a mostrar forma de pecador siendo inocente y reci­biendo el bautismo. Y todos estos misterios comprendieron aquellas palabras  que respondió al Bautista: Deja ahora,  que así conviene cumplir toda justicia (Mt 3, 15). Y para acreditar al Verbo humanado y recompensar su humillación y aprobar el bautismo y sus efectos que había de tener, descendió la voz del Padre y la persona del Espíritu Santo y fue confesado y manifestado por Hijo de Dios verdadero, y conocieron a todas Tres Personas, en cuya forma se había de dar el bautismo.

981. El gran Bautista San Juan fue a quien de estas maravillas y de sus efectos alcanzó entonces la mejor parte, que  no sólo bautizó a su Redentor y Maestro y vio al Espíritu Santo y el globo de la luz celes­tial que descendió del cielo sobre el Señor con innumerable multitud de Ángeles que asistían al bautismo, oyó y entendió la voz del Padre y conoció otros misterios en la visión y revelación que queda dicha; pero sobre todo esto fue bautizado por el Redentor. Y aunque el Evangelio no dice más de que lo pidió (Mt 3, 14) pero tampoco lo niega, por­que sin duda Cristo nuestro Señor, después de haber sido bautizado dio a su Precursor el Bautismo (Sacramental) que le pidió y el que Su Majestad instituyó desde entonces, aunque su promulgación general y el uso común lo ordenó después y mandó a los Apóstoles después de resuci­tado (Mt 28, 19; Mc 16, 15).  Y como  adelante  diré (Cf. infra n. 1030ss),   también  bautizó   el   Señor  a  su Madre santísima antes de esta promulgación en que declaró la forma del bautismo que había ordenado. Así lo he entendido, y que San Juan Bautista fue el primogénito del bautismo (Sacramental)  de  Cristo nuestro  Señor y de la nueva Iglesia que fundaba debajo de este gran sacramento, y por él recibió el Bautista el carácter de cristiano y gran plenitud de gracias, aunque no tenía pecado original que se le perdonase, porque ya le había justificado el Redentor antes  que naciera el Bautista, como en su lugar queda declarado (Cf. supra n. 218). Y aquellas palabras que respondió el Señor: Deja ahora, que conviene cumplir toda jus­ticia, no fue negarle el bautismo, sino dilatarle hasta que Su Majestad fuese bautizado primero y cumpliese con la justicia en la forma que se ha dicho, y luego le bautizó y dio su bendición para irse la Majes­tad divina al desierto.

982. Volviendo ahora a mi intento y a las obras de nuestra gran Reina y Señora, luego que fue bautizado su Hijo santísimo, aunque tenía luz divina de las acciones de Su Majestad, le dieron noticia de todo lo sucedido en el Río Jordán los Santos Ángeles que asistían al mis­mo Señor; y fueron de aquellos que dije en la primera parte (Cf. supra p. I n. 373) lle­vaban las señales  o divisas  de la pasión del  Salvador. Por todos estos misterios del bautismo que había recibido y ordenado y la testificación  de  su  divinidad,  hizo la prudentísima Madre  nuevos himnos y cánticos de alabanza del Altísimo y del Verbo humanado y de incomparable agradecimiento; y por los actos de humildad y peticiones que hizo el divino Maestro, imitóle ella haciendo otros muchos, acompañándole y siguiéndole en todos. Pidió con fervorosísima caridad por los hombres, para que se aprovechasen del Sacramento del Bautismo y para su propagación por todo el mundo, y sobre estas peticiones y cánticos, que por sí misma hizo, convidó luego a los cortesanos celestiales para que la ayudasen a engrandecer a su Hijo santísimo por haberse humillado a recibir el bautismo.

 

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

983. Hija mía, en las muchas y repetidas veces que te manifiesto las obras de mi Hijo santísimo que hizo por los hombres, lo que yo las agradecía y apreciaba, entenderás cuan agradable es al Muy Alto este fidelísimo cuidado y correspondencia de tu parte y los ocultos y grandes bienes que en él se encierran. Pobre eres en la casa del Señor, pecadora, párvula y desvalida como el polvo; mas con todo eso quiero de ti que tomes por tu cuenta el dar incesantes gracias al Verbo humanado por el amor que tuvo a los hijos de Adán y por la ley santa e inmaculada, eficaz y perfecta que les dio para su remedio, y en especial por la institución del Santo Bautis­mo, con cuya eficacia quedan libres del demonio y reengendrados en hijos del mismo Señor y con gracia que los hace justos y los ayuda para no pecar. Obligación común es ésta de todos, pero cuando las criaturas casi la olvidan, te la intimo yo a ti para que a imitación mía tú la procures agradecer por todos, o como si fueras tú sola deu­dora; pues a lo menos en otras obras del Señor lo eres, porque con ninguna otra nación se ha mostrado más liberal que lo es contigo, y en la fundación de su Ley Evangélica y Sacramentos estuviesen pre­sente en su memoria y en el amor con que te llamó y eligió para hija de su Iglesia y alimentarte en ella con el fruto de su sangre.

984. Y si el autor de la gracia, mi Hijo santísimo, para fundar como prudente y sabio artífice su Iglesia evangélica y asentar la primera base de este edificio con el Sacramento del Bautismo, se humilló, oró, pidió y cumplió toda justicia, reconociendo la infe­rioridad de su humanidad santísima, y siendo Dios por la divinidad no se dedignó de en cuanto hombre abatirse a la nada, de que fue criada su purísima alma y formado el ser humano, ¿cómo te debes humillar tú que has cometido culpas y eres menos que el polvo y la ceniza despreciada? Confiesa que de justicia sólo mereces el cas­tigo y el enojo e ira de todas las criaturas, y que ninguno de los mortales que ofendieron a su Criador y Redentor puede con verdad decir que se le hace agravio o injusticia aunque le sucedan todas las tribulaciones   y   aflicciones   del   mundo   desde   su   principio   hasta el fin; y pues todos en Adán pecaron, ¿cuánto se deben humillar y sufrir cuando los toque la mano del Señor? Y si tú padecieras todas las penas de los vivientes con humilde corazón y sobre eso ejecutaras con plenitud todo lo que te amonesto, enseño y mando, siempre debes juzgarte por sierva inútil y sin provecho. Pues ¿cuánto debes humillarte de todo corazón cuando faltas en cumplir lo que debes y quedas tan atrasada en dar este retorno? Y si yo quiero que le des por ti y por los demás, considera bien tu obligación y prepara tu ánimo humillándote hasta el polvo, para no resistir ni darte por satisfecha hasta que el Altísimo te reciba por hija suya y te declare por tal en su divina presencia y vista eterna en la celestial Jerusalén triunfante.