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Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo (50 días después de Pascua)

Pentecostés conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los primeros seguidores de Jesús.

Antes había seguidores de Jesús, pero no un movimiento que podría ser llamado “iglesia”.

Por lo tanto, desde un punto de vista histórico, Pentecostés es el día en que se inició la iglesia.

El Espíritu trae la iglesia a la existencia y le da vida.

Es una de las solemnidades más importantes en el calendario de la Iglesia, que tiene una rica profundidad de significado.
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Aquí está cómo el Papa Benedicto XVI lo resumió en 2012:

Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo. Jesús, resucitado y ascendido al cielo, envió a su Espíritu a la Iglesia para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y convertirse en su testimonio válido en el mundo.

El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, vence a la aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y fomenta en nosotros una madurez interior en nuestra relación con Dios y con el prójimo”.

Entre las actividades que de esta fiesta, se encuentra la tradicional Vigilia de Pentecostés.

En el caso de Pentecostés centramos la atención en el Espíritu Santo prometido por Jesús en reiteradas ocasiones.

pentecostes

   

JESÚS LO HABÍA PROMETIDO

Jesús prometió enviar al Espíritu en varias oportunidades:

• Durante la Última Cena, les dice a sus apóstoles:Mi padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad”

• Más adelante les dice:“Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.”

• Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa:Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,… muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,… y os comunicará las cosas que están por venir”

jesus espiritu santo

   

¿QUÉ SIGNIFICA EL NOMBRE «PENTECOSTÉS»?

Proviene de la palabra griega que significa «quincuagésimo» (Pentecoste).
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La razón es que Pentecostés es el quincuagésimo día después del Domingo de Pascua (en el calendario cristiano).

Este nombre se empezó a usar en el período del Antiguo Testamento tarde y fue heredado por los autores del Nuevo Testamento.

En el Antiguo Testamento, que se conoce por varios nombres:

  • La fiesta de las semanas
  • La fiesta de la cosecha
  • El día de las primicias

Hoy en día en los círculos judíos se conoce como Shavu`ot (en hebreo, «semanas»).

Se conoce por diferentes nombres en diferentes idiomas.

En el Antiguo Testamento era un festival de la cosecha, que significa el final de la cosecha de granos. Deuteronomio 16 establece:

“Contarás siete semanas. Desde el momento en que la hoz comience a segar la mies comenzarás a contar estas siete semanas.

Y celebrarás en honor de Yahvé tu Dios la fiesta de las Semanas; la medida de la ofrenda voluntaria que hagas estará en proporción con lo que Yahvé tu Dios te haya bendecido.

Y te regocijarás en presencia de Yahvé tu Dios, tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sierva, y el levita que vive en tus ciudades, y el forastero, el huérfano y la viuda que viven en medio de ti, en el lugar que elija Yahvé tu Dios para poner allí la morada de su nombre”. (Dt. 16: 9-11).

descenso del espiritu santo sobre maria y los apostoles

   

¿QUÉ REPRESENTA EL PENTECOSTÉS EN EL NUEVO TESTAMENTO?

Representa el cumplimiento de la promesa de Cristo del final del Evangelio de Lucas:

“Así está escrito: que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día y que se predicaría en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.

Vosotros sois testigos de estas cosas.

Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre.
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Vosotros permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto”
(Lc. 24: 46-49).

Este tema revestidos de poder” viene por el derramamiento del Espíritu Santo sobre la Iglesia.

paloma del espiritu santo

   

¿CÓMO ES SIMBOLIZADO EL ESPÍRITU SANTO EN LOS EVENTOS DEL DÍA DE PENTECOSTÉS?

Hay varios símbolos del Espíritu Santo que piedden leerse en el Catecismo de la Iglesia Católica 694 a 701

Pero pon atención a esto:

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.

Y de repente un ruido del cielo, como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde estaban sentados.

Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos.

Y fueron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. (Hechos 2: 1-8)

Esto contiene dos símbolos del Espíritu Santo y su actividad: los elementos del viento y el fuego.

El viento es un símbolo básico del Espíritu Santo, como la palabra griega que significa «Espíritu» (Pneuma) y que también significa “viento” y “aliento”.

En relación con el símbolo del fuego, el Catecismo señala:

Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.

El profeta Elías que «surgió […] como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha», con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, «que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías», anuncia a Cristo como el que «bautizará en el Espíritu Santo y el fuego», Espíritu del cual Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!».

En forma de lenguas «como de fuego» se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él.

La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo «No extingáis el Espíritu». (CCC 696).

baja del espiritu santo en pentecostes fondo

   

LA CONEXIÓN ENTRE LAS «LENGUAS» DE FUEGO Y EL HABLAR EN OTRAS «LENGUAS»

En ambos casos, la palabra griega para «lenguas» es la misma (glossai).

La palabra «lengua» se utiliza para significar tanto una llama individual y como un lenguaje individual.

Las «lenguas como de fuego» (es decir, llamas individuales) que se distribuyen y se almacenan sobre los discípulos, los empoderan y así hablan milagrosamente en «otras lenguas» (es decir, idiomas).

Este es el resultado de la acción del Espíritu Santo, representado por el fuego.

espiritu santo y maría

   

¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad.
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Él es eterno, omnisciente, omnipresente, tiene una voluntad, y puede hablar.
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Él es, sin duda, el menos mencionado de entre las tres personas de Dios, el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.
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Y no es particularmente visible en la Biblia porque Su ministerio es dar testimonio de Jesús (Juan 15:26).

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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¿Cuál es el Pecado contra el Espíritu Santo que Jesús No Perdonará?

No podemos mirar para otro lado e ignorar que estas palabras de Jesús se repiten en los tres evangelios sinópticos.

Hay un pecado que dice Jesús que no se perdonará.

Un cristiano no puede actuar ideológicamente y construir su fe sólo con la parte de los evangelios que le gusta.

Seguir a Jesús es hacerlo aún en las cosas que no entendamos del todo.

De lo contrario estamos endiosando nuestro propio pensamiento.

¿Cómo si Dios es tan misericordioso y perdona siempre los pecados, hay un pecado que no está dispuesto a perdonar?

¿Qué pecado contra el Espíritu Santo Jesús dice que no tiene su perdón?

¿Y por qué no tiene su perdón?

Comencemos definiendo el pecado.

   

QUÉ ES EL PECADO

El pecado es una ofensa contra la razón, la verdad y la conciencia recta, según el Catecismo de la Iglesia Católica.

Es un fracaso en el amor genuino a Dios y al prójimo.

San Agustín ha dicho que es una declaración, un hecho o un deseo contrario a la ley eterna.

Por lo tanto es una ofensa contra Dios, que se opone a su amor por nosotros y nos aleja de Él.

La Iglesia distingue dos tipos de pecado, el mortal y el venial.

El pecado mortal expulsa a la persona bautizada del estado de Gracia y si muere en pecado mortal su alma se irá al infierno.

Para que un pecado sea mortal debe ser grave, cometido con pleno conocimiento y de forma deliberada.

En cambio el pecado venial no merece el castigo eterno, sin embargo nos aleja de la santidad, que es el destino de los seres humanos.

Y nos insensibiliza contra el pecado, influenciándonos para desarrollar una carrera de pecados cada vez más graves.

Con nuestro bautismo lavamos la mancha de pecado original que cometieron nuestros primero padres al rebelarse contra Dios en el Jardín del Edén

Pero aún nos queda la concupiscencia, que es una mácula que dejó el pecado nuestros primeros padres en la condición humana.

La concupiscencia es la tendencia al pecado. Y significa que sin la gracia de Dios tendemos a pecar de forma natural.

Esto implica que para resistir el pecado hay que invocar la gracia de Dios.

La característica del pecado es que su efecto es acumulativo, porque el pecado engendra más pecado.

Nos va nublando la comprensión de lo que es bueno y lo que es malo.

Por eso la importancia de evitar los pecados veniales.

Por otro lado no todos los pecados mortales son igual de graves, aunque todos merezcan el castigo eterno.

Por ejemplo el pecado contra el espíritu santo que trataremos en este artículo es el más grave.

Pero además del castigo sobrenatural o sea el castigo eterno por el pecado, también hay un castigo temporal.

Mientras que el castigo eterno puede ser remitido a través del perdón de los pecados, la pena temporal requiere reparación del daño realizado y se mantiene aún después que los pecados son perdonados.

Pero luego de que es expirada la pena temporal, esta desaparece.

La forma de expiación del daño puede ser la oración, el ayuno la limosna y las indulgencias, además de la reparación a las personas dañadas.

Luego de esto estamos en mejores condiciones para empezar a tratar el pecado contra el Espíritu Santo.

   

MANERAS DE PECAR CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

En la Edad Media se utilizaba Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, de alrededor del año 1100, como un texto teológico que hablaba de esto.

En él se menciona 6 formas de pecar contra el Espíritu Santo, que luego se han asentado en la Iglesia.

Las 6 formas son,

   

1 – DESESPERACIÓN

El Catecismo de la Iglesia Católica #2091 dice que por desesperación el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados.

Y agrega que esto es contrario a la bondad de Dios y a su justicia y su misericordia.

   

2 – PRESUNCIÓN DE LA MISERICORDIA DE DIOS

El Catecismo #2092 dice que hay dos clases de presunciones.

O asumimos nuestras propias capacidades esperando salvarnos, sin la ayuda de Dios.

O asumimos el poder omnipotente de Dios y su misericordia esperando tener su perdón sin nuestro mérito y sin conversión.

   

3 – NEGAR LA VERDAD CONOCIDA

El Catecismo #2089 dice que la incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento.

Es la afirmación de que no hay verdad objetiva y que todas las verdades religiosas son subjetivas.

En definitiva es resistir a la verdad divina revelada por el Espíritu Santo.

Lo que significa una herejía. Ya sea expresada en palabra o con argumento.

   

4 – ENVIDIA DEL BIEN ESPIRITUAL DE OTRO

El Catecismo #2539 dice que la envidia manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea de manera indebida.

A través de la envidia fue que satanás se rebeló.

Tentó a nuestros primeros padres y la muerte entró en el mundo.

En vez de aceptar humildemente los dones que Dios nos dio buscamos la gloria humana.

Se trata de un pecado específicamente contra el Espíritu Santo porque Él es quien derrama los dones espirituales a los fieles.

Y por tanto implica cuestionar su juicio sobre los dones que distribuye.

   

5 – OBSTINACIÓN EN EL PECADO

Significa resistir al poder santificador del Espíritu Santo.

Hacer persistir deliberadamente lo que se sabe que es un pecado grave.

   

6 – IMPENITENCIA FINAL

Esto significa el endurecimiento en el pecado sin arrepentimiento, vergüenza o remordimiento.

Es una resistencia total a la obra del Espíritu Santo para llevarnos a la conversión.

En el #1432 del Catecismo dice que es preciso que Dios de al hombre un corazón nuevo.

Y qué la conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios.

Estos pecados no dan la sensación de algo imperdonable, pero la Biblia dice que la blasfemia al E.S. sí lo es.

   

LA BLASFEMIA CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

Tres de los cuatro evangelios mencionan la declaración de Jesús sobre la blasfemia imperdonable contra el Espíritu Santo.

«Por eso os digo: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada.

Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro« (Mateo 12: 31-32).

«Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean.

Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno.

Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo» (Marcos 3: 28-30).

“A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará (Lucas 12:10).

La coincidencia de los tres evangelistas verifica que Jesús sí afirmó que hay un pecado específico que no será perdonado; no se puede mirar para otro lado y fingir que nunca lo dijo.

Y está relacionado a una blasfemia al Espíritu Santo.

Al respecto el catecismo de la Iglesia Católica dice

Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada”.

No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo.

Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna (CIC1864).

¿Qué significa blasfemar?

Se trata de una palabra que deriva de dos raíces griegas blapto”, que significa herir y “pheme” que significa hablar.

Por lo tanto blasfemar es herir con la palabra.

Aparece 59 veces en el Nuevo Testamento y se refiere a vilipendio, injuria, mal hablado, hablar mal de alguien, maldecir.

Estamos hablando de un pecado de la lengua, que incluso queda claro en las palabras de Jesús.

Para comprender bien esto deberíamos mirar el contexto en que Jesús lo dijo.

Aparentemente Jesús se refería a los murmullos de los escribas y fariseos.

Jesús había curado a un hombre poseído por el demonio y fariseos y escribas comentaban que lo hacía por el poder de Belcebú.

Por lo tanto estaban rechazando las obras de Dios atribuyéndolas al poder del diablo.

E incluso estaban contradiciendo lo que habían visto con sus propios ojos, por razones egoístas, fingiendo no entender.

Fue entonces que Jesús dijo qué un reino dividido contra sí mismo no podía subsistir, de modo que si Él echaba a los demonios por el poder de los demonios se estaba derrotando a sí mismo.

Fui ahí que Jesús expresó el juicio contra la blasfemia al Espíritu Santo.

   

LA BLASFEMIA CONTRA EL ESPÍRITU SANTO NO SE PERDONARÁ AHORA NI EN LA ÉPOCA VENIDERA

Jesús lo dice claramente en Mateo 12: 32.

Pero algunos cristianos piensan que esto sugiere que ciertos pecados serán remitidos después de la muerte.

Argumentando que Jesús vino a perdonar los pecados y Él es extremadamente misericordioso.

Por lo tanto puede no perdonarlos ahora pero sí luego de la muerte.

Conciben un sistema similar al purgatorio pero con un perdón luego de la muerte, donde las almas de los muertos tendrían una segunda oportunidad de hacer penitencia por los pecados imperdonables qué cometieron en su vida Terrenal.

Sin embargo las palabras de Jesús son claras porque sugiere que nunca será perdonado.

También hay algunos que dicen que Jesús hizo esa declaración pensando en la era cristiana o evangélica.

Y por lo tanto en esta época en que vivió Jesús y hasta la instauración de su reino en la Tierra, podrían ser perdonados.

Por otra parte otros dicen que la blasfemia contra el Espíritu Santo como único pecado imperdonable que menciona la Biblia está relacionado específicamente con la acusación de los fariseos y escribas a Jesús físico y presente.

O sea que tuvo validez mientras Jesús caminó por la Tierra.

Y se basan en el criterio que después de su resurrección ningún escritor inspirado ha mencionado este pecado ni lo ha advertido.

Y tampoco hay evidencia que pueda ser cometido hoy.

Se apoyan en pasajes cómo 1 Juan 1: 7,9 que dice que toda injusticia que una persona cometa hoy puede ser perdonada por la sangre de Jesús.

Y en el pasaje de Marcos 16: 15-16, cuando les dice a los apóstoles que vayan por el mundo a proclamar la buena nueva, les dice también que el que crea y sea bautizado se salvará y el que no crea se condenará.

De modo que pone el acento en la fe como el único requisito para la salvación, sin más impedimento.

Entonces la blasfemia al Espíritu Santo no sería un elemento que cortaría la posibilidad de salvación.

Sin embargo estas consideraciones no son mayoritarias en la Iglesia Católica.

Y tienen un tinte primordialmente protestante y modernista, compatible con la herejía hipermisericordista, que proclama que todos se salvarán, no importa lo que hagan en la Tierra.

    

CÓMO RECONCILIAMOS LA MISERICORDIA INFINITA DE DIOS CON EL NO PERDÓN DE LA BLASFEMIA AL ESPÍRITU SANTO

Es claro que los evangelios muestran que Nuestro Señor vino a la Tierra a perdonar nuestros pecados.

Esto incluso está relacionado con el nombre qué se le puso a Jesús, sugerido por el Espíritu Santo.

El ángel le sugirió a San José, “debes ponerle el nombre de Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados(Lucas 1: 21)

Y no sólo están las palabras sino los actos de Jesús.

Recordemos cómo Jesús perdona los pecados a la mujer samaritana en el pozo de agua y a la mujer que fue sorprendida en adulterio.

Y también, cuando hacía milagros físicos de curación, estaban precedidos por la cura espiritual del perdón.

Cómo por ejemplo es el pasaje del hombre paralítico.

También contó parábolas exhortando a perdonar y a buscar el perdón.

Como la parábola del hijo pródigo o el deudor despiadado.

Incluso que su misión fue venir por los pecadores está ejemplificada en las acusaciones que le hacían sus enemigos, diciendo que era amigo de los pecadores y de los recaudadores de impuestos.

Y cuando estaba muriendo en la cruz Jesús dijo “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Todo esto lo repitió luego de su resurrección.

Porque cuando soplo sobre los apóstoles y les dijo “recibid el Espíritu Santo”, agregó que a quiénes perdonen los pecados les quedan perdonados, a quienes se lo retengáis les quedan retenidos”.

Entonces queda claro que Nuestro Señor perdona cualquier pecado si realmente nos arrepentimos de ese pecado, lo confesamos y hacemos un esfuerzo para enmendarnos y no volver a cometerlos.

¿Entonces cómo es que la blasfemia contra el Espíritu Santo no tiene perdón?

La clave de esto es entender quién es el Espíritu Santo.

Él es nuestro defensor, consolador y guía.

Es el espíritu de la verdad eterna e inmutable de Dios que nos asiste.

El que nos instruye y nos recuerda todo lo que Jesucristo nos enseñó.

Él ilumina nuestras conciencias para que sepamos qué es lo bueno y qué es lo malo, qué es lo correcto y qué es lo incorrecto.

También fortalece nuestra voluntad para evitar el mal y hacer el bien.

Nos ilumina también para reflexionar sobre lo que hemos hecho y lo que nos falta hacer para movernos a la conversión.

Nos informa cuán alejados del Señor estamos por el pecado y cómo nos podemos acercar a Él humildemente.

Es a través del Espíritu Santo que se transmite el perdón y el amor del Señor, que restaura nuestras almas.

En Dominum et Vivificantem Juan Pablo II dijo,

“Blasfemar contra el Espíritu Santo no consiste propiamente en ofender al Espíritu Santo en palabras.

Consiste más bien en el rechazo a aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre a través del Espíritu Santo, obrando mediante el poder de la cruz».

De modo que la blasfemia contra  el Espíritu Santo es negarse a reconocer el pecado y arrepentirse, y rechazar el perdón ofrecido por Dios.

El pecado imperdonable contra el Espíritu Santo no lo es por su gravedad y seriedad, sino por la carencia de disposición para buscar el perdón y ser perdonado.

Se excluye por tanto los elementos que producen el perdón de los pecados.

¿Cómo el Espíritu Santo va a perdonar nuestros pecados y reconciliarse con nosotros si nos rehusamos a reconocer el pecado y a enmendarnos?

Se trata por tanto de un rechazo sostenido y firme al amor y la misericordia de Dios.

Es optar por la opción de la condenación.

Por tanto la blasfemia contra el Espíritu Santo no es hablar mal del Espíritu Santo, sino negarse a aceptar la salvación que Él nos propone.

Pero naturalmente se puede traducir la apostasía en palabras.

No hay límites a la misericordia de Dios, pero requiere de nuestro libre albedrío y asentimiento.

Quien deliberadamente se niega a aceptar la misericordia de Dios arrepintiéndose y rechazando el perdón de los pecados, lo hace porque tiene el corazón endurecido y es presa de la impenitencia final.

Es una obstinación que rechaza la misericordia de Dios.

La persona no está dispuesta al ser liberada de la esclavitud del pecado.

Aunque en algunos casos le gustaría hacerlo pero se cree indigno de ser perdonado.

No comprende que es un regalo gratuito de salvación que hace Dios.

Y el endurecimiento lo lleva paulatinamente a situarse en posiciones en que el arrepentimiento ya no es posible.

Hay algunas personas que temen haber incurrido en blasfemia al Espíritu Santo, imposible de ser perdonada.

Pero si la persona se cuestiona si lo hizo o no, es porque sabe lo que es el pecado y también sabe lo que es el arrepentimiento.

No existe tal cosa como haber ofendido a Dios sin darse cuenta, cuando una persona tiene conciencia de lo que son los pecados y de la forma en que Dios los perdona.

Fuentes:


Sergio Fernández, Editor de los Foros de la Virgen María

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Las Formas en que podemos hacer Uso Intenso del Espíritu Santo

El poder de Dios se derramó sobre nosotros y pocos lo sabemos manejar.

El Espíritu Santo es la menos conocida de las tres personas del la Santísima Trinidad.

No obstante ser el poderoso regalo que Jesús nos dejó cuando fue al Padre.

descenso del espiritu santo sobre maria y los apostoles

Nos perdemos de mucho de nuestros regalos de Dios si no intimamos con el Espíritu Santo.
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Casi como si no conociéramos la potencialidad de ayuda que tiene Dios para nosotros.

Leer también:

   

QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo es una persona y es Dios, es la tercera persona de la Santísima Trinidad.

Cuando Jesús dice que nos enviaría al Espíritu Santo dice que Él nos enseñará y nos recordará todo lo que Jesús nos ha dicho.

Otras particularidades del Espíritu Santo es que convence contra el pecado, enseña la verdad, habla, declara las cosas que están por venir, es un testigo, pone las leyes de Dios en nuestros corazones, etc.

El Espíritu Santo es omnisciente porque es Dios mismo y nos guía hacia la verdad que es la cualidad que sólo Dios posee.

Desde que Jesús lo envío Él mora dentro de nosotros y como dice Santo Tomás de Aquino es prerrogativa de Dios tener un templo y nuestros cuerpos se revelan como su templo desde ese momento.

El Espíritu Santo existía la tierra en algunas personas elegidas por Dios antes del nuevo pacto, o sea de la venida de Jesucristo.

Específicamente el Espíritu Santo actuaba en los Profetas del Antiguo Testamento.

Y ya en el Antiguo Testamento aparecen menciones de que en un futuro sería derramado sobre muchos.

En el libro de Joel 2 dice Yahveh “derramaré mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas”.

Y en Ezequiel 36 dice “y pondré dentro de vosotros Mi Espíritu”.

Antes de su asunción al cielo Jesucristo anunció a los apóstoles que les mandaría el Espíritu Santo como ayuda divina, como consolador y espíritu de verdad.

Y esto sucedería luego que Él partiera hacia el Padre.

En los primeros capítulos de Hechos de los Apóstoles aparece el mandato de Jesús a los apóstoles de que fueran a Jerusalén y esperaran la promesa.

La promesa es que serían bautizados con el Espíritu Santo.

Y que luego que viniera el Espíritu Santo los apóstoles serían testigos de Él “hasta los confines de la Tierra”.

Unos días después, cuando estaban todos juntos orando, vino un viento que llenó el cenáculo y aparecieron lenguas de fuego sobre cada uno de ellos.

Todo se llenaron del Espíritu Santo y la comprobación de eso fue que comenzaron a hablar en otras lenguas.

A partir de ahí el reino anunciado por Jesucristo está disponible a todos los que creen en Él, morando en cada uno.

   

LOS NOMBRES Y CUALIDADES DEL ESPÍRITU SANTO

El Santificador, el Consolador y Consejero, el Paráclito.

El Regalo de Dios Altísimo, el Dedo de Dios, el Maestro interior del alma, el Amor increado, el Abrazo mutuo entre el Padre y el Hijo, el Amigo fiel.

Dulce Huésped del alma, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Fuego, la Luz, la Ventana, el Viento suave y poderoso.

Todos estos son títulos que se han dado al Espíritu Santo a través de los siglos.

Y las imágenes bíblicas que tenemos del Espíritu Santo son:

El agua. El agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo.

La unción. Cristo [«Mesías» en hebreo] significa «Ungido» del Espíritu de Dios. … Jesús es constituido «Cristo» por el Espíritu Santo

El fuego. Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.

La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Ver: la Anunciación (Lc 1, 35) y la Transfiguración (Lc 9, 34-35).

El sello. La imagen del sello indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden.

La mano. Mediante la imposición de manos de los apóstoles el Espíritu Santo nos es dado.

El dedo. «Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios» (Lc 11, 20).

La paloma. El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados, tal como lo hizo con Jesús en su bautismo.

Vamos a llegar a conocer al Espíritu Santo, al amor del Espíritu Santo, si somos dóciles a sus inspiraciones.
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Y nos convertimos en un instrumento flexible y útil en sus manos, para la salvación de muchas almas inmortales.

jesus espiritu santo

   

¿POR QUÉ EL ESPÍRITU SANTO NOS DA PODER SOBRENATURAL?

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad.

Es co-igual con el Padre y el Hijo.

Él es el agente de cambio en la tierra, Dios en acción en el mundo.

Necesitamos el Espíritu Santo más de lo que sabemos.

Aquí están cinco razones por las que debemos clamar por más de Él, que lo que hacemos cada mañana.

   

El Espíritu Santo nos da el poder sobrenatural que Jesús prometió

En Hechos 1: 8 se dice,

«vosotros recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra».

   

El Espíritu Santo nos da dones sobrenaturales

1 Cor. 12: 4-11 nos dice, «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.

A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común.

Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas.

Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad».

Cuando el Espíritu Santo vino a vivir en el interior nuestro, Él trajo sus dones con él.

   

El Espíritu Santo nos ayuda a construir nuestra fe

Judas 20 dice:

«Pero vosotros, queridos, edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo».

Si oramos en el Espíritu al menos durante los primeros 30 minutos del día aparecerá el espíritu a borbotones durante todo el día.

espiritu santo y maría

   

El Espíritu Santo da vida y fuerza a nuestro cuerpo

Romanos 8:11 dice,

«Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros».

La vida de resurrección está en el interior nuestro.

Necesitamos aprender cómo aprovechar ese poder y pelear la buena batalla de la fe.

   

El Espíritu Santo nos ayuda a resistir la tentación

Romanos 8:13 dice:

«Porque si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis».

Y Gálatas 5:16 dice:

«Os digo esto: proceded según el Espíritu, y no deis satisfacción a las apetencias de la carne».

Si estás luchando con la tentación de cualquier tipo, pide al Espíritu Santo que te ayude.

Él es tu ayudante. Él está ahí esperando por ti.

llagada del espiritu santo a los apostoles

   

LAS 5 FORMAS EN QUE EL ESPÍRITU SANTO PUEDE AYUDARTE

Veamos cinco maneras en que el Espíritu Santo, que vive en el interior de las personas, puede ayudarnos.

   

1. El Espíritu Santo nos ayuda a orar cuando no sabemos cómo

Pablo ofrece esta revelación que puede cambiar tu vida en Romanos 8:26

“Y de igual manera, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefable”.

Podemos pensar que sabemos cómo orar, y, a veces vamos a hacerlo, pero muchas veces no tenemos ni idea cual es la respuesta.

Podemos estar orando mal, y esto es por lo que no pedimos auxilio al Espíritu Santo.

   

2. El Espíritu Santo nos ayuda a orar la perfecta voluntad de Dios

Pablo continúa la revelación en Romanos 8:27:

“y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios”.

El Espíritu Santo es Dios. Siempre sabe la perfecta voluntad del Padre y siempre hace que tus oraciones sean contestadas.

En 1 Juan 5: 14-15 está esta promesa:

“Esta es la confianza plena que tenemos en él: que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escuche cuanto le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido.”.

paloma del espiritu santo

   

3. El Espíritu Santo nos da un lenguaje especial de oración

Pablo también compartió una maravillosa revelación en 1 Corintios 14: 2,

“Pues el que habla en lenguas no habla a los hombres sino a Dios. En efecto, nadie le entiende: dice en espíritu cosas misteriosas”.

Deberíamos orar en el Espíritu tanto como sea posible.

Por ejemplo despertarte y rezar por lo menos 30 minutos en el Espíritu antes de hacer cualquier otra cosa.

Lo mismo debemos hacer cuando estamos realizando otras cosas.

Deberíamos llegar a que la oración al Espíritu llegue a ser tan natural que tu respuesta inmediata en momentos de necesidad sea automática de levantar oraciones guiadas por el Espíritu.

    

4. El Espíritu Santo guía a toda la verdad

Jesús mismo dijo:

“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os explicará lo que ha de venir” (Juan 16:13).

El Señor no está tratando de hacer difícil la verdad para ti, en este día necesitas atesorar la verdad más que la plata y el oro.

El engaño está aumentando desenfrenadamente en el mundo y en la iglesia.

Tenemos que quedarnos cerca del Espíritu Santo y pedirle que haga lo que Jesús prometió, revelar la verdad.

paloma de espiritu santo fondo

    

5. El Espíritu Santo te ayudará a encontrar las palabras adecuadas para decir en situaciones difíciles

Jesús también dijo:

“Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir” (Lucas 12: 11-12).

No somos llevados delante de los jueces por nuestra fe permanentemente, pero hay momentos en los que tenemos que participar en conversaciones cruciales y enfrentamientos difíciles.

El Espíritu Santo puede y te dará las palabras que decir.

Eso significa que no tienes que entrar a imaginar que decir y elucubrar como se llevará a cabo la conversación.

Sólo tienes que orar y creer que él te dará sabiduría y consejo en el momento.

Incluso si las circunstancias no te dan el tiempo para orar, Él puede ponerte las palabras en la boca en un instante.

espiritu santo fondo

   

5 FORMAS PARA INCORPORAR EL ESPÍRITU SANTO 

Las siguientes son 5 formas prácticas y concretas que podemos incorporar a la Persona del Espíritu Santo en el centro de nuestros pensamientos, decisiones, palabras y acciones.

En una palabra, cómo podemos ser totalmente poseídos por el Espíritu Santo.

   

1 – Vive en Oración al Espíritu Santo

Adquiere el hábito de orar al Espíritu Santo con mayor frecuencia.
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Especialmente antes de las decisiones y acciones importantes debemos invocar la presencia poderosa del Espíritu Santo.

La transformación radical de los Apóstoles se produjo sólo después de que los apóstoles, en unión con la Santísima Virgen María, hicieron un poderoso retiro carismático.

Este retiro se caracterizó por el silencio, el ayuno, la oración prolongada.

El resultado producido fue el viento y el fuego, moviendo del lugar donde estaban unidos y, finalmente, el descenso del Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. (Hechos de los Apóstoles 2)

Entonces y sólo entonces los Apóstoles fueron espiritualmente equipados para predicar la Palabra de Dios en todo el mundo, convertir innumerables almas y todos ellos, con la excepción del Amado Apóstol San Juan, terminan sus vidas con la imitación de Jesús en el derramamiento de su sangre como mártires.

Todo esto se puede atribuir a la presencia poderosa del Espíritu Santo.

Todos nosotros necesitamos un una poderosa experiencia de Pentecostés para transformar nuestras vidas. 

Una breve oración que todos nosotros podemos aprender de memoria es la siguiente:

“Ven Espíritu Santo, ven por medio de la poderosa intercesión del Corazón Inmaculado de María, Tu Amadísima Esposa, ven”

Podemos respirar esta oración con el fin de recibir el aliento de Dios, el Espíritu Santo.

Esto también implica frecuentar los sacramentos de la Iglesia y la Misa.

   

2 – Cultiva la Docilidad

Otra forma de explicar la docilidad es la de estar abiertos a las inspiraciones del Espíritu Santo. 

El Padre Jacques Philippe en su obra magistral sobre el Espíritu Santo, La Escuela del Espíritu Santo, cita un ejemplo de su vida como maestro retirado.

Él relata que en una ocasión regresó de un retiro sin fuerzas.

Sin embargo, sintió la inspiración del Espíritu Santo para ir a la capilla y hacer una visita al Santísimo Sacramento antes de retirarse por la noche.

Después de una resistencia inicial hizo una breve visita a Jesús que le esperaba en el Santísimo Sacramento.

La visita no fue muy larga, pero fue muy significativo e importante para el padre Jacques.

En consecuencia se retiró a su habitación durmió bien y experimentó la consolación del Espíritu Santo. 

¿Qué hubiera pasado si hubiera resistido esa inspiración del Espíritu Santo?

Posiblemente no hubiera dormido bien esa noche, se habría levantado cansado y de mal humor.

Todo depende de escuchar interiormente al dulce huésped del alma, el Espíritu Santo, y responder con nuestro «¡Sí!».

Este es el secreto para vivir en paz y alegría constante.

Recuerda las palabras del salmista:

«Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones.» (Salmo 95)

Otra es la de joven Samuel en el templo:

«Habla Señor que tu siervo escucha» (I Samuel 3)

descendimiento del espiritu santo

   

3 – Saca Enseñanzas de Hechos de los Apóstoles

Durante el transcurso de la temporada de Pascua, que culmina en Pentecostés – la Fiesta del Espíritu Santo por excelencia – la primera lectura en la Misa toma los Hechos del Espíritu Santo. 

Esto puede ser considerado como el libro de la acción de la Biblia; escrito por San Lucas también se le conoce como el «Evangelio del Espíritu Santo».

Consta de veintiocho capítulos; el libro es maravilloso y por muchas razones.

Una de las principales razones de la belleza, el atractivo y la fascinación de este libro es la presencia omnipresente del Espíritu Santo. 

Comenzando en Pentecostés (Hechos 2), pasando por a la persona de Felipe el Diácono (dócil al máximo al Espíritu Santo), llegando al protomártir San Esteban, manifestando elocuencia y valentía, se nota el trabajo del Espíritu Santo página tras página.

Esta es una excelente manera de llegar a conocer mejor al Espíritu Santo y su acción en la iglesia primitiva.

Permite que el Espíritu Santo comience a actuar en nuestras personas y vive más poderosamente ahora.

   

4 – Presta Atención a los Dones del Espíritu Santo

Hoy en día muy pocos seguidores de Jesús saben de los poderosos dones del Espíritu Santo, y mucho menos del propósito y acción de estos regalos en el alma.

Los dones del Espíritu Santo son siete: Sabiduría, Conocimiento, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Piedad y Temor de Dios. 

Los Padres de la Iglesia hacen la analogía de los Dones del Espíritu Santo en relación con un barco de vela.

Sigue esta analogía sencilla pero hermosa:

El barco es nuestra alma; las siete velas son los siete dones del Espíritu Santo. 

El poderoso viento es el aliento de Dios o el Espíritu Santo. 

La costa hacia la que el velero se dirige es nuestro hogar celestial. 

La clave, sin embargo, es la siguiente: las velas deben estar bien abiertas con el fin de atrapar el viento.
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Nuestras almas deben ser abiertas con el fin de atrapar el viento: las inspiraciones suaves pero insistentes del Espíritu Santo.

Si se hace de manera constante vamos a llegar a la costa, que es la vida eterna con Dios en el cielo.

   

5 – Ten en cuenta la Relación de María y el Espíritu Santo

Hace años el cardenal Suenens fue invitado a celebrar la misa y predicar en la Universidad de Duquesne.

La misa tuvo que ser celebrada en un estadio al aire libre debido a la cantidad de carismáticos que participaban en el evento.

Al final resultó que el día estaba nublado y empezó a lloviznar; posiblemente la misa tendría que ser cancelada.

¡Sin embargo sucedió algo extraordinario! Cuando el cardenal se levantó para predicar la homilía dijo esto:

«¿Quieren conocer el verdadero secreto de la unión con el Espíritu Santo?» ¡Silencio!

A continuación, el cardenal respondió a su propia pregunta:

«¡La unión profunda con el Espíritu Santo vendrá a través de una profunda unión con María!»

En ese momento hubo truenos y relámpagos, y las nubes se disiparon y ¡el sol se derramó sobre todo en el estadio!
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¡Dios a través de la naturaleza estaba demostrando su amor por María!

San Luis Grignon de Montfort afirmó:

«A los que aman a María, el Espíritu Santo se abalanza en sus almas.»

El mismo santo destaca la presencia de María en la Santísima Trinidad. María es la Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y ella es la Esposa Mística o Esposa del Espíritu Santo.

Que todos experimentar nuestro propio Pentecostés personal con el derramamiento del Espíritu Santo.

«Ven Espíritu Santo, ven a través del Inmaculado Corazón de María».

   

7 VENTAJAS PRECIOSAS PARA EL QUE PROPAGA LA DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO

El invocar a menudo al Espíritu Santo es prenda segura de éxito en las situaciones de nuestra vida:

1ª   Se crea un lazo de amor entre nuestra alma y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad

2ª   Un aumento notable de todas nuestras devociones, especialmente a la Sagrada Eucaristía, al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen.

3ª   Una seguridad de recibir en el alma más inspiraciones del Espíritu Santo y la fuerza para ponerlas en práctica.

4ª   Procurar de una manera excelente la gloria de Dios, trabajando cada día en hacer conocer y amar al Santificador de las almas.

5ª   Trabajar muy especialmente por el advenimiento del reinado de Dios en el mundo, por la acción del Espíritu vivificante.

6ª   Ser verdadera y prácticamente apóstol del Espíritu Santo

7ª   Atraer sobre el alma auxilios espirituales del Espíritu Santo, más íntima unión con Dios por medio del Santificador, mayor progreso en la oración mental, más consuelo y hasta alegría en la hora de la muerte, después de tan sublime apostolado.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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¿La Virgen María estará al frente de la “Iluminación de las Conciencias”?

Estamos en la era de la Santísima Virgen y de las efusiones del Espíritu Santo.

Muestra de ello son las multiplicaciones de apariciones marianas.

Y que los únicos segmentos cristianos que crecen en el mundo son los movimientos carismáticos y pentecostales.

Por primera vez para un sitio web en español presentamos las profecías de Magdalene Porsat (siglo XVI) para que disciernas.

espiritu santo y maría

Esta profecía se basa en la interpretación de las Tres Eras de la Humanidad, que serían:
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– Primera Era de la humanidad: El tiempo de Dios Padre
(el Antiguo Testamento), que comienza con la creación de Adán y termina con el diluvio universal, o con el nacimiento de Cristo.
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– Segunda Era de la humanidad: El tiempo de Dios Hijo
(Jesús – el Nuevo Testamento) que empieza con el nacimiento de Jesús.
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Tercera Era de la humanidad: El tiempo de Dios Espíritu Santo y María.
Durante este periodo muchos místicos también vaticinan el pontificado de un papa seráfico y sobre un futuro gran monarca de Francia.
Quienes juntos conducirán a la gente de Dios fuera de la gran crisis de la Iglesia y del mundo. 

The Christian Trumpet

 

QUIEN FUE MAGDALENE PORSAT

Magdalene Porsat fue una sirvienta humilde e iletrada.

Trabajó por 50 años en la casa de una familia de apellido Labbe, en el pueblo de San Juan de Bournay, en Isere, Francia.

En el año 1843 ella empezó a recibir mensajes y visiones celestiales.
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Uno de tales eventos sucedió concretamente en la capilla del monasterio de las clarisas de Lyon, Francia.
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Entonces ella declaró haber escuchado una voz que le decía:
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“Levántate, hija mía, y cuéntale a mi pueblo de los tiempos finales.”

Y Magdalene replicó:

“¿Cómo haré yo esto si soy la más pobre e ignorante  de pueblo?”

Y la voz celestial le contestó:

“Ve, hija, que yo estoy contigo”.

Y así es que ella empezó a hablar sobre las predicciones que le fueron reveladas.

En mayo de 1866, el señor Gabriel Desiré Laverdant, uno de los editores del periódico francés “Memorial Catholique” entrevisto a Porsat y registró muchas de sus profecías.

Él las publicó más tarde ese mismo año en el periódico, acompañándolas de algunos comentarios, y luego en 1868, con más detalles.

Dos de los libros de la sección ‘Referencias’ afirman que el señor Laverdant la entrevistó por segunda vez en junio de 1869.

Y confirmó con ella, linea tras línea, la profecía que les presentamos a continuación.

Luego, en 1873, se publicó en inglés como parte del libro titulado “El Clarín Cristiano” de Gaudentius Rossi, un sacerdote misionero, con permiso de su Superior.

Glen Dallaire, editor de Mistics of the Church, investigando sobre si Magdalene era monja o no, cree que es probable la confusión por haberse encontrado en la capilla del convento de las Damas Pobres de Lyon, Francia, cuando tuvo la primera alocución sobre su misión de divulgar esta profecía.

Tal vez alguien asumió que ella era una Dama Pobre (Clarisa) y que a partir de ahí surgiera la mala interpretación.

También es posible que ella estuviese ligada a la Tercera Orden Franciscana como laica.

mujer vestida de sol

 

PROFECÍAS DE MAGDALENE PORSAT SOBRE LA ERA DEL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA

 

EL VATICINIO DE LA TERCERA ERA, LA DEL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA

Escuchen, hijos, lo que María nuestra Madre me manda anunciarles:

Después que el Padre que nos creó a fin de que lo conozcamos, amemos y sirvamos, y después del Hijo que nos salvó, ved ahora que para consolarnos el Padre y el Hijo nos están enviando al Espíritu Triunfante y a María, su Esposa.

¡Este es un milagro grandioso!

María viene del cielo, acompañada por una legión de ángeles.
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Los elegidos que moran la Tierra deben fervorosamente ponerse en pie para ir adelante al encuentro a los mensajeros de Dios.

¡He aquí los Ejércitos del Señor!, muchas santas mujeres pero solo unos cuantos santos Juanes…

¡He aquí las armas de Dios!, ni pistolas ni mosquetes, ni mazos ni cachiporras, ni palancas ni proyectiles, ningún perro guardián, ninguna fuerza material y ningún medio humano.

¡Nuevos medios para nuevos tiempos!.

Hoy se cumplen veintiséis años de que yo les anunciara lo que son las siete crisis, las siete heridas y dolores de María que habrían de preceder su triunfo y nuestra sanación.

Ellas son:

1 – La inclemencia de las estaciones y el clima
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2 – Las enfermedades de animales y plantas
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3 – El cólera enfermando a los hombres
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4 – Las revoluciones
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5 – Las guerras
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6 – La debacle o bancarrota mundial
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7 – La confusion

crisis terremoto dibujo

 

LAS SEXTA Y SÉPTIMA CRISIS DE LA HUMANIDAD: EL COLAPSO DEL COMERCIO Y LA SUBSIGUIENTE CONFUSIÓN

Las plagas precedentes han sido moderadas por la intercesión de María, la que detuvo el brazo (castigador) de su Hijo, Jesús.

Vean ahora la sexta calamidad, la crisis comercial.

El comercio va hacia su ruina, porque su eje, la confianza, será destrozada.
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No habrá espacio entre las crisis sexta y séptima, el paso de una a otra será rápido.

El año 1789 alteró solamente a Francia (la Revolución Francesa); aquello que está por llegar provocará la revolución del mundo entero.

La séptima crisis habrá de ser una confusión extrema, pero terminará con un nacimiento.

Los hombres habrán de creer que todo está perdido y acabado.

Una turbulencia y contratiempos inmensos discurrirán sobre el mar embravecido; cualquiera que no esté en la barca de Pedro será engullido por él.

La barca sube y baja, va para acá y para allá. (Aquí Madeleine mueve las manos simulando una nave agitada por el embate de las olas.)

¡Pedro, ten confianza! El Arca dejará atrás la tormenta y se dará una calma.

Pio IX es el último Papa de la Iglesia oprimida.

Cruz de la cruz, tanto para su pesar como para su gozo.

(Gabriel Desiré Laverdant reporta que cierto individuo, habiendo señalado una falta a Madeleine por haber dicho que Pio IX sería el último papa bajo la opresión, ella replicó que Pio IX era el último papa de una época.

Este escritor no está seguro de cómo se justifica esta parte de la profecía sino diciendo que Madeleine malinterpretó esta parte de la revelación que se le hizo.)

Después de él vendrá la liberación; Lumen in Caelo, luz en el Cielo; se trata del ojo de María.

En la Iglesia, cada uno pensará que todo está perdido; María llega.

He ahí que hay confusión, confusión aun en el santuario y entre los sacerdotes.

Sin embargo, son los sacerdotes católicos a quienes se tendrá que acudir por confesión y bendición.

María es poderosa pero ella no puede otorgarnos la absolución, que es la función de los sacerdotes.

estatua de la justicia

 

UNA ILUMINACIÓN DE LA CONCIENCIA A TRAVÉS DE MARÍA

María revelará a cada persona sus pecados personales –la iluminación de la conciencia.

Muchos de los primeros serán los últimos.

Los niños, por carecer de maldad, serán los primeros en escuchar y ver a la Inmaculada Madre; ellos le abrirán camino a María.

Luego vendrán los hombres y mujeres religiosos y santos.

Después la gente de bien, ricos y pobres, todas aquellas personas de bien entrarán: todo es posible en Dios.

María viene y le abre para cada uno o una el libro de su conciencia. (Aquí Madeleine forma con las manos un libro que se abre frente al público.)

Por tanto, el libro no está abierto a todo el mundo, abierto para que todos los ojos lo vean: eso está reservado para el Juicio Final; pero el libro se abre así: (Aquí ella abre sus manos hacia su rostro)

Dios reserva la primera apertura del libro de la conciencia personal a cada alma, ¡mediante la intercesión de María, tierna Madre!

Ese será un examen misterioso entre la Madre y sus hijos, no habrá ninguna herida al auto-respeto.

Será el confesionario de María, pero ¡qué humillación!, ¡qué horror el de los pecados personales!, ¡qué remordimiento!, ¡qué angustia cuando ante la presencia de la pureza de María que cada uno vea en su espejo su propia bajeza y cuántas lágrimas de arrepentimiento para lavarlo todo!

¡Pobre satanás!, él cree que ha atado bien todo en contra de Dios… pero no ha atado ahí a María; ¡ella lo atrapará y aplastará su cabeza con su talón!

María, ¡oh, misterio!, María viene al encuentro del hijo pródigo, nosotros somos ese hijo pródigo, toda la humanidad, y ella dice:

¡acudan, yo los amo!, sin ustedes, sin su oportuna falta ¿me hubieran llamado bienaventurada todas las generaciones?; yo les debo mi gloria a ustedes, mis pobres hijos…’

Coloca un trozo de hierro en el fuego y saldrá de él más purificado, así sucede con el alma en el fuego del Cielo.

En estos tiempos confesamos el mal, pero no lo sacamos de dentro; quebramos la cizaña, pero no la arrancamos de raíz: retenemos la raíz del hombre viejo.

Ahora, María Inmaculada desea que nosotros seamos purificados por entero para que así nuestras obras se vuelvan puras.

Cuando los malvados vean a sus hijos elevados en la gloria de María, ellos mismos darán los pasos  necesarios para estar con sus hijos.

Y a través de María, serán reconciliados con Dios; así Dios recogerá a todos en su gloria, aun a los malvados.

¿Creen ustedes que María vendrá a destruir la obra de su Hijo?

El Papa ocupa el puesto de Dios en la Tierra, lo mismo cada obispo en su diócesis y cada cura párroco en su casa parroquial.

He aquí a la representante de Jesucristo, María, cuya imagen es la de una madre buena y religiosa.

Acudan a sus pastores escogidos por Dios, pero ¡ay!, ¡ay de los mercenarios que se alinean con el mundo!

Fíjense en ese campo donde entre la cizaña y toda clase de trigo dañado también se encuentran espigas buenas; esa es una metáfora de cómo la sociedad humana está asentada sobre la perversidad.

¿Qué se habrá de hacer con ella?; no se permitirá que perezcan las almas buenas; las espigas sanas son las almas buenas.

¡Bien!, María viene a ayudar con la cosecha de los elegidos de la Tierra.

Un enorme suceso tendrá lugar con el fin de aterrorizar a los perversos y convertirlos, por su propio bien.
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Después de ello, María todopoderosa habrá de ayudar a todos los hombres para que se transformen en el trigo bueno; todos deberán volverse Buenos.

Los fariseos (las  personas hipócritas) serán los últimos en ser convertidos; los grandes pecadores llegarán antes que aquellos.

Los judíos que se negaron a recibir a Jesucristo cuando se humilló, lo reconocerán en la gloriosa venida de María.

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LA LLEGADA DE MARÍA Y SUS PRECURSORES PARA CAMBIAR LA TIERRA

La paloma (la paz y la gracia de Dios a través  de María) viene a nosotros desde el Cielo, llevando sobre su pecho una cruz blanca, signo de reconciliación, y blandiendo una espada de fuego, símbolo del amor.

Ella misma está sentada en un trono de puro oro con la figura del arca de Noé, pues ella viene a anunciar el final del diluvio de iniquidades. ¡Ea, ella viene, nuestra Madre!

La Iglesia prepara todo para la gloriosa venida de María, la Iglesia le prepara una guardia de honor para marchar delante de los ángeles, el arco de su triunfo está casi completo y la hora ya no está lejana.

¡Es María en persona!, pero todavía ella tiene sus precursores  – santos varones y apóstoles que curarán tanto las heridas del cuerpo como los pecados del corazón.
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Santas mujeres, imágenes de María, tendrán el poder de obrar milagros.
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Tras ellos vendrá María para preparar el lugar de su Hijo en su Iglesia Triunfante.

¡He aquí la Inmaculada Concepción del reino de Dios que precede la venida de Jesucristo!, es la mansión de Dios sobre la tierra, la que va a purificarse y estar lista para recibir al Emanuel.

¡Jesucristo no puede venir a este cuchitril del mundo!

Es necesario que Dios envíe a su Espíritu Santo para que renueve la faz de la Tierra mediante otra creación, para tornarla una mansión valiosa para el Dios hecho hombre.

¡Atención!, después del fuego de la Tierra que consumirá todo y no dejará piedra sin mover, !vean que seguirá el fuego de arriba que encenderá y transformará todo!

El amor de Dios viene para envolver y transfigurar al mundo.

Yo veo la Tierra casi nivelada, sus valles elevados y sus montañas abajadas; no hay más que amables lomas y hermosas cañadas.

Puesto que soy como soy, no veo nada más frente a nosotros que unión y fraternidad universal, y comunión.

Todos los hombres viviendo en amor recíproco, uno ayudando a otro: todos ellos son felices.

Casi no hay cultivos a gran escala, sólo pequeña agricultura con jardines y encantadoras frutas y flores por doquier.

Con María, toda la naturaleza es un jardín y por dondequiera hay perfume; todo sirve a la gloria de Dios a través de María.

Fuentes:


victor alvarado foto redondaColaboración de Victor Alvarado de Perú, «Por el favor de María, servidor de Cristo»

 

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María de Jesús de Agreda MENSAJES Y VISIONES

Descendimiento del Espíritu Santo según visión de Sor María de Agreda

CAPITULO XXXI. Restáurase la humanidad de Cristo. Unese su cuerpo al de María. Desciende el Espíritu Santo al Cenáculo.

 Estuvo el alma de Cristo nuestro Salvador en el limbo desde las tres y media del viernes a la tarde, hasta después de las tres de la mañana del domingo siguiente. A esta hora volvió al sepulcro. En el sepulcro estaban otros muchos ángeles que le guardaban, venerando el sagrado cuerpo unido a la divinidad. Y algunos de ellos, por mandato de su Reina, habían recogido las reliquias de la sangre que derramó su Hijo Santísimo, los pedazos de carne que le derribaron de las heridas, los cabellos que arrancaron de su divino rostro y cabeza, y todo lo demás que pertenecía al ornato y perfecta integridad de su humanidad santísima.

Y los ángeles guardaban estas reliquias. Por ministerio de los ángeles fueron restituidas al sagrado cuerpo difunto todas las partes y reliquias que tenían recogidas, dejándole con su natural integridad y perfección. Y al mismo instante el alma santísima del Señor se reunió al cuerpo, y juntamente le dio inmortal vida y gloria. Y en lugar de la sábana y unciones con que le enterraron, quedó vestido de los cuatro dotes de gloria: claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza.

Por la impasibilidad quedó invencible de todo el poder criado, porque ninguna potencia le podía alterar ni mudar. Por la sutilidad quedó tan purificada la materia gruesa y terrena, que sin resistencia de otros cuerpos se podía penetrar con ellos como si fuera espíritu incorpóreo; y así penetró la lápida del sepulcro, sin moverla ni dividirla, el que por semejante modo había salido del virginal vientre de su purísima Madre. La agilidad le dejó tan libre del peso y tardanza de la materia, que excedía a la que tienen los ángeles inmateriales, y por sí mismo podía moverse con más presteza que ellos de un lugar a otro, como lo hizo en las apariciones de los Apóstoles y en otras ocasiones.

Las sagradas llagas que antes afeaban su santísimo cuerpo quedaron en pies, manos y costado tan hermosas, refulgentes y brillantes, que le hacían más vistoso y agraciado, con admirable modo y variedad. Con toda esta belleza y gloria se levantó nuestro Salvador del sepulcro.

Y en el mismo instante que el alma santísima de Cristo entró en su cuerpo Y le dio vida, correspondió en el de la Madre la comunicación del gozo. Sucedió que en aquella ocasión el evangelista San Juan fue a visitarla para consolarla en su amarga soledad, y encontrola repentinamente llena de resplandor y señales de gloria a la que antes apenas conocía por su tristeza. Admiró se el santo Apóstol, y habiéndola mirado con grande reverencia, juzgó que ya el Señor sería resucitado, pues la Madre estaba renovada en alegría.

Estando así prevenida María, entró Cristo resucitado y glorioso, acompañado de todos los Santos y Patriarcas. Postróse en tierra la Reina, y adoró a su Hijo, y su Majestad la levantó y llegó a sí mismo. Y con este contacto (mayor que el que pedía la Magdalena de la humanidad y llagas de Cristo) recibió la Madre Virgen un extraordinario favor, que ella sola mereció, como exenta de la ley del pecado. Y aunque no fue el mayor de los favores que tuvo en esta ocasión, con todo eso no pudiera recibirle, si no fuera confortada de los ángeles y por el mismo Señor, para que sus potencias no desfallecieran vio la Divinidad intuitiva y claramente.

En compañía de la Reina del cielo perseveraban alegres los doce Apóstoles con los demás discípulos y fieles aguardando en el cenáculo la promesa del Salvador, confirmada por la Madre, de que les enviaría de las alturas al Espíritu consolador, que les enseñaría y administraría todas las cosas que en su doctrina habían oído. Estaban todos unánimes y tan conformes en la caridad, que en todos aquellos días ninguno tuvo pensamiento, afecto ni ademán contrario de los otros.

María Santísima con la plenitud de sabiduría y gracia conoció el tiempo y la hora determinada por la divina voluntad para enviar al Espíritu Santo sobre el colegio apostólico.

El día de Pentecostés por la mañana la Reina previno a los Apóstoles, a los demás discípulos y mujeres santas (que todas eran ciento veinte personas) para que orasen y esperasen con mayor fervor, porque muy presto serían visitados de las alturas con el divino Espíritu. Y estando así orando todos juntos, ,a la hora de tercia se oyó en el aire un gran sonido de espantoso tronido, y un viento o espíritu vehemente con grande resplandor, como de relámpago y de fuego; y todo se encaminó a la casa del cenáculo, llenándola de luz y derramándose aquel divino fuego sobre toda aquella santa congregación. Aparecieron sobre la cabeza de cada uno de los ciento veinte unas lenguas del mismo fuego en que venía el Espíritu Santo, llenándolos a todos y a cada uno de divinas influencias y dones soberanos, causando a un mismo tiempo muy diferentes y contrarios efectos en el cenáculo y en todo Jerusalén, según la diversidad de sujetos.

Los Apóstoles fueron también llenos y repletos del Espíritu Santo, porque recibieron admirables aumentos de la gracia justificante en grado muy levantado; y solos ellos doce fueron confirmados en esta gracia para no perderla. Respectivamente se les infundieron hábitos de los siete dones, sabiduría, entendimiento, ciencia, piedad, consejo, fortaleza y temor, todos en grado convenientísimo. En este beneficio tan grandioso y admirable, como nuevo en el mundo, quedaron los doce Apóstoles elevados y renovados para ser idóneos ministros del Nuevo Testamento y fundadores de la Iglesia evangélica en todo el mundo.

En todos los demás discípulos, y otros fieles que recibieron el Espíritu Santo en el cenáculo, obró el Altísimo los mismos efectos con proporción y respectivamente, salvo que no fueron confirmados en gracia como los Apóstoles; mas según la disposición de cada uno se les comunicó la gracia y dones con más o menos abundancia para el ministerio que les tocaba en la Iglesia. La misma proporción se guardó en los Apóstoles; pero San Pedro y San Juan señaladamente fueron aventajados con estos dones por los más altos oficios que tenían; el uno de gobernar la Iglesia como cabeza, y el otro de asistir y servir a María Santísimo. El texto de San Lucas dice que el Espíritu Santo llenó toda la casa donde estaba aquella feliz congregación, no sólo porque todos en ella quedaron llenos del divino Espíritu y de sus inefables dones, sino porque la misma casa fue llena de admirable luz y resplandor. Esta plenitud de maravillas y prodigios redundó Y se comunicó a otros fuera del cenáculo; porque obró también diversos y varios efectos el Espíritu Santo en los moradores y vecinos de Jerusalén. No son menos admirables, aunque más ocultos, otros efectos muy contrarios a los que he dicho que el mismo Espíritu divino obró este día en Jerusalén.

Sucedió, pues, que con el espantoso trueno y vehemente conmoción del aire y relámpagos en que vino el Espíritu Santo, turbó y atemorizó a todos los moradores de la ciudad enemigos del Señor, respectivamente a cada uno según su maldad y perfidia. Señalóse este castigo con todos cuantos fueron actores y concurrieron en la muerte de nuestro Salvador, particularizándose y airándose en malicia y rabia. Todos éstos cayeron en tierra por tres horas, dando en ella de cerebro. Y los que azotaron a Su Majestad murieron luego todos ahogados de su propia sangre, que del golpe se les movió y trasvenó hasta sofocarlos, por la que con tanta impiedad derramaron. El que dio la bofetada a Su Majestad divina, no sólo murió repentinamente, sino que fue lanzado en el infierno en alma y cuerpo. Otros de los judíos, aunque no murieron, quedaron castigados con intensos dolores y algunas enfermedades abominables, que con la sangre de Cristo de que se cargaron han pasado a sus descendientes, y aun perseveran hoy entre ellos, y los hacen inmundísimos y horribles. Este castigo fue notorio en Jerusalén, aunque los pontífices y fariseos pusieron gran diligencia en desmentirlo, como lo hicieron en la resurrección del Salvador.

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María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

La venida del Espíritu Santo y primera celebración de la Eucaristía, visión de María Valtorta

Razones por las Jesús dio estas visiones a María Valtorta son: Conocer exactamente la complejidad y duración de mi larga pasión (que culmina en la Pasión cruenta, verificada en pocas horas), que me había consumido en un tormento cotidiano que duró lustros y que había ido aumentando cada vez más; y con mi pasión la de mi Madre, cuyo corazón fue traspasado, durante el mismo tiempo, por la espada del dolor; y, por este conocimiento, moveros a amarnos más.

…VER VIDEOS… 

Los apóstoles y Judas. Éstos son los dos ejemplos opuestos. Los primeros, imperfectísimos, rudos, no instruidos, violentos… pero con buena voluntad.

Judas, más instruido que la mayoría de los apóstoles, refinado por la vida en la capital y en el Templo… pero de mala voluntad.

Observad la evolución de los primeros en el Bien, observad su progreso; observad la evolución del segundo en el Mal y su descenso.

Y que observen esta evolución en la perfección en los once buenos, sobre todo, los que por un defecto visual de su mente acostumbran a desnaturalizar la realidad de los santos, haciendo del hombre que alcanza la santidad con dura, durísima lucha contra las fuerzas recias y oscuras un ser innatural sin solicitaciones ni emociones y, por tanto, sin méritos. Porque el mérito viene justamente de la victoria sobre las pasiones desordenadas y las tentaciones, alcanzada por amor a Dios y por conseguir el fin último: gozar de Dios eternamente.

Que lo observen los que pretenden que el milagro de la conversión deba venir sólo de Dios. Dios da los medios para que uno se convierta, pero no fuerza la voluntad del hombre, y, si ese hombre no quiere convertirse, inútilmente tiene lo que a otro le sirve para la conversión.

Y los que examinan consideren los múltiples efectos de mi Palabra, no sólo en el hombre humano, sino también en el hombre espiritual; no sólo en el hombre espiritual, sino también en el hombre humano: mi Palabra, acogida con buena voluntad, transforma al uno y al otro, conduciendo hacia la perfección externa e interna.

Los apóstoles, que por su ignorancia y por mi humildad trataban con excesiva llaneza al Hijo del Hombre (un buen maestro entre ellos, nada más, un maestro humilde y paciente con el que era lícito tomarse una serie de libertades, a veces excesivas, aunque sin irreverencia, porque lo suyo no era irreverencia, sino ignorancia, una ignorancia que debe ser excusada), los apóstoles, polémicos entre sí, egoístas, celosos en su amor y celosos de mi amor, impacientes con la gente, un poco orgullosos de ser «los Apóstoles», deseosos de las cosas asombrosas que les señalara ante los ojos de la gente como personas dotadas de un poder extraordinario, lentamente, pero continuamente, se van transformando en hombres nuevos, dominando primero sus pasiones por imitarme a mí y porque Yo estuviera contento, y luego -conociendo cada vez más mi verdadero Yo-cambiando los modos y el amor, hasta verme, amarme y tratarme como a Señor divino. ¿Son, acaso, al final de mi vida en la Tierra, todavía los compañeros superficiales y alegres de los primeros tiempos? ¿Son, sobre todo después de la Resurrección, los amigos que tratan al Hijo del Hombre como a un Amigo? No. Son los ministros del Rey, antes; los sacerdotes de Dios, después: completamente distintos, transformados completamente.

Consideren esto los que encuentren ruda, y juzguen no natural la forma de ser de los apóstoles, que era como se describe. Yo no era ni un doctor difícil ni un rey soberbio, no era un maestro que juzgase indignos de Él a los otros hombres. Supe ser indulgente. Quise formar a partir de materia no desbastada, llenar de todo tipo de perfecciones vasos vacíos, demostrar que Dios todo lo puede, y puede de una piedra sacar un hijo de Abraham, un hijo de Dios, y de donde nada hay sacar un maestro, para confundir a los maestros que se jactan de su ciencia, que muy frecuentemente ha perdido el perfume de la mía.

En fin: haceros conocer el misterio de Judas, ese misterio que es la caída de un espíritu al que Dios había favorecido en modo extraordinario. Un misterio que, en verdad, se repite demasiado frecuentemente, y que es la herida que duele en el Corazón de vuestro Jesús.

Daros a conocer cómo se cae transformándose de siervos e hijos de Dios en demonios y deicidas que matan a Dios en ellos matando la Gracia; daros a conocer esto para impediros que pongáis los pies en los senderos por los que uno cae al Abismo, y para enseñaros cómo comportarse para tratar de detener a los corderos imprudentes que avanzan hacia el abismo. Aplicar vuestro intelecto en el estudio de la horrenda -y, no obstante, común-figura de Judas, complejo en que se agitan serpentinos todos los vicios capitales que encontráis y debéis de combatir en las personas. Es la lección que preferentemente debéis aprender, porque será la que más os sirva en vuestro ministerio de maestros de espíritu y directores de almas. ¡Cuántos, en todos los estados de la vida, imitan a Judas entregándose a Satanás y encontrando la muerte eterna!

 

LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO. FIN DEL CICLO MESIÁNICO

No hay voces ni ruidos en la casa del Cenáculo. No hay tampoco discípulos (al menos, no oigo nada que me autorice a decir que en otros cuartos de la casa estén reunidas personas). Sólo se constatan la presencia y la voz de los Doce y de María Santísima (recogidos en la sala de la Cena).

La habitación parece más grande porque los muebles y enseres están colocados de forma distinta y dejan libre todo el centro de la habitación, como también dos de las paredes. A la tercera ha sido arrimada la mesa grande que fue usada para la Cena. Entre la mesa y la parecí, y también a los dos lados más estrechos de la mesa, están los triclinios usados en la Cena y el taburete usado por Jesús para el lavatorio de los pies. Pero estos triclinios no están colocados verticalmente respecto a la mesa, como para la Cena, sino paralelamente, de forma que los apóstoles pueden estar sentados sin ocuparlos todos, aun dejando libre uno, el único vertical respecto a la mesa, sólo para la Virgen bendita, que está en el centro, en el lugar que Jesús ocupaba en la Cena.

No hay en la mesa mantelería ni vajilla; está desnuda, y desnudos están los aparadores y las paredes. La lámpara sí, la lámpara luce en el centro, aunque sólo con la llama central encendida, porque la vuelta de llamitas que hacen de corola a esta pintoresca lámpara está apagada.

Las ventanas están cerradas y trancadas con la robusta barra de hierro que las cruza. Pero un rayo de sol se filtra ardido por un agujerito y desciende como una aguja larga y delgada hasta el suelo, donde pone un arito de sol.

La Virgen, sentada sola en su asiento, tiene a sus lados, en los triclinios, a Pedro y a Juan (a la derecha, a Pedro; a la izquierda, a Juan). Matías, el nuevo apóstol, está entre Santiago de Alfeo y Judas Tadeo. La Virgen tiene delante un arca ancha y baja de madera oscura, cerrada. María está vestida de azul oscuro. Cubre sus cabellos un velo blanco, cubierto a su vez por el extremo de su manto Todos los demás tienen la cabeza descubierta.

María lee atentamente en voz alta. Pero, por la poca luz que le llega, creo que más que leer repite de memoria las palabras escritas en el rollo que tiene abierto. Los demás la siguen en silencio, meditando. De vez en cuando responden, si es el caso de hacerlo.

El rostro de María aparece transfigurado por una sonrisa extática. ¡¿Qué estará viendo, que tiene la capacidad de encender sus ojos como dos estrellas claras, y de sonrojarle las mejillas de marfil, como si se reflejara en Ella una llama rosada?!: es, verdaderamente, la Rosa mística…

Los apóstoles se echan algo hacia adelante, y permanecen levemente al sesgo, para ver el rostro de María mientras tan dulcemente sonríe y lee (y parece su voz un canto de ángel). A Pedro le causa tanta emoción, que dos lagrimones le caen de los ojos y, por un sendero de arrugas excavadas a los lados de su nariz, descienden para perderse en la mata de su barba entrecana.

Pero Juan refleja la sonrisa virginal y se enciende como Ella de amor, mientras sigue con su mirada a lo que la Virgen lee, y, cuando le acerca un nuevo rollo, la mira y le sonríe.

La lectura ha terminado. Cesa la voz de María. Cesa el frufrú que produce el desenrollar o enrollar los pergaminos. María se recoge en una secreta oración, uniendo las manos sobre el pecho y apoyando la cabeza sobre el arca. Los apóstoles la imitan…

Un ruido fortísimo y armónico, con sonido de viento y arpa, con sonido de canto humano y de voz de un órgano perfecto, resuena de improviso en el silencio de la mañana. Se acerca, cada vez más armónico y fuerte, y llena con sus vibraciones la Tierra, las propaga a la casa y las imprime en ésta, en las paredes, en los muebles, en los objetos. La llama de la lámpara, hasta ahora inmóvil en la paz de la habitación cerrada, vibra como chocada por el viento, y las delgadas cadenas de la lámpara tintinean vibrando con la onda de sobrenatural sonido que las choca.

Los apóstoles alzan, asustados, la cabeza; y, como ese fragor hermosísimo, que contiene las más hermosas notas de los Cielos y la Tierra salidas de la mano de Dios, se acerca cada vez más, algunos se levantan, preparados para huir; otros se acurrucan en el suelo cubriéndose la cabeza con las manos y el manto, o dándose golpes de pecho pidiendo perdón al Señor; otros, demasiado asustados como para conservar ese comedimiento que siempre tienen respecto a la Purísima, se arriman a María.

El único que no se asusta es Juan, y es porque ve la paz luminosa de alegría que se acentúa en el rostro de María, la cual alza la cabeza y sonríe frente a algo que sólo Ella conoce y luego se arrodilla abriendo los brazos, y las dos alas azules de su manto así abierto se extienden sobre Pedro y Juan, que, como Ella, se han arrodillado.
Pero, todo lo que he tardado minutos en describir se ha verificado en menos de un minuto.

Y luego entra la Luz, el Fuego, el Espíritu Santo, con un último fragor melódico, en forma de globo lucentísimo, ardentísimo; entra en esta habitación cerrada, sin que puerta o ventana alguna se mueva; y permanece suspendido un momento sobre la cabeza de María, a unos tres palmos de su cabeza (que ahora está descubierta, porque María, al ver al Fuego Paráclito, ha alzado los brazos como para invocarlo y ha echado hacia atrás la cabeza emitiendo un grito de alegría, con una sonrisa de amor sin límites). Y, pasado ese momento en que todo el Fuego del Espíritu Santo, todo el Amor, está recogido sobre su Esposa, el Globo Santísimo se escinde en trece llamas cantarinas y lucentísimas -su luz no puede ser descrita con parangón terrenal alguno-, y desciende y besa la frente de cada uno de los apóstoles.

Pero la llama que desciende sobre María no es lengua de llama vertical sobre besadas frentes: es corona que abraza y nimba la cabeza virginal, coronando Reina a la Hija, a la Madre, a la Esposa de Dios, a la incorruptible Virgen, a la Llena de Hermosura, a la eterna Amada y a la eterna Niña; pues que nada puede mancillar, y en nada, a Aquella a quien el dolor había envejecido, pero que ha resucitado en la alegría de la Resurrección y tiene en común con su Hijo una acentuación de hermosura y de frescura de su cuerpo, de sus miradas, de su vitalidad… gozando ya de una anticipación de la belleza de su glorioso Cuerpo elevado al Cielo para ser la flor del Paraíso.

El Espíritu Santo rutila sus llamas en torno a la cabeza de la Amada. ¿Qué palabras le dirá? ¡Misterio! El bendito rostro aparece transfigurado de sobrenatural alegría y sonríe con la sonrisa de los serafines, mientras ruedan por las mejillas de la Bendita lágrimas beatíficas que, incidiendo en ellas la Luz del Espíritu Santo, parecen diamantes.

El Fuego permanece así un tiempo… Luego se disipa… De su venida queda, como recuerdo, una fragancia que ninguna flor terrenal puede emanar… es el perfume del Paraíso…

Los apóstoles vuelven en sí… María permanece en su éxtasis. Recoge sus brazos sobre el pecho, cierra los ojos, baja la cabeza… nada más… continúa su diálogo con Dios… insensible a todo… Y ninguno osa interrumpirla.

Juan, señalándola, dice:
-Es el altar, y sobre su gloria se ha posado la Gloria del Señor…
-Sí, no perturbemos su alegría. Vamos, más bien, a predicar al Señor para que se pongan de manifiesto sus obras y palabras en medio de los pueblos -dice Pedro con sobrenatural impulsividad.
-¡Vamos! ¡Vamos! El Espíritu de Dios arde en mí -dice Santiago de Alfeo.
-Y nos impulsa a actuar. A todos. Vamos a evangelizar a las gentes.
Salen como empujados por una onda de viento o como atraídos por una vigorosa fuerza.

Dice Jesús (a María Valtorta):
-Aquí termina esta Obra que mi amor por vosotros ha dictado, y que vosotros habéis recibido por el amor que una criatura ha tenido hacia mí y hacia vosotros.

Ha terminado hoy, conmemoración de Santa Zita de Luca, humilde sirvienta que sirvió a su Señor en la caridad en esta Iglesia de Luca, ciudad a la que Yo, desde lugares lejanos llevé a mi pequeño Juan para que me sirviera en la caridad y con el mismo amor de Santa Zita hacia todos los infelices. Zita daba pan a los menesterosos, recordando que en cada uno de ellos estoy Yo, y que vivirán gozosos a mi lado aquellos que hayan dado pan y bebida a los que tienen sed y hambre. María-Juan ha dado mis palabras a los que flaquean envueltos en la ignorancia, en la tibieza o en la duda sobre la Fe, recordando que la Sabiduría dijo (Sabiduría 3, 1-9; Daniel 12, 3-4) que brillarían como estrellas en la eternidad aquellos que con fatiga se esforzaran en dar a conocer a Dios, dando gloria a su Amor dándolo a conocer a muchos y haciendo que muchos lo amen.

Y ha terminado hoy, día en que la Iglesia eleva a los altares a María Teresa Goretti, (María Teresa Goretti, más conocida como María Goretti, mártir de la pureza (1890-1902), beatificada el 27 de Abril de 1947 y canonizada en 1950) pura azucena de los campos que vio su tallo quebrado cuando todavía era capullo su corola -¿por quién quebrado, sino por Satanás, envidioso ante ese candor más esplendoroso que su antiguo aspecto de ángel?-, quebrado por ser flor consagrada al Amador divino. Virgen y mártir, María, de este siglo de infamias en que se mancilla incluso el honor de la Mujer, escupiendo baba de reptiles negadora del poder de Dios de dar una morada inviolada a su Verbo, que, por obra del Espíritu Santo, se encarnaba para salvar a los que en Él creyeran. También María-Juan es mártir del Odio, que no quiere que mis maravillas sean celebradas con esta Obra, arma que tiene poder para arrebatarle muchas presas. Pero también María-Juan sabe, como sabía María Teresa, que el martirio -fueren cuales fueren su nombre y su aspecto-es llave para abrir sin dilación el Reino de los Cielos para aquellos que lo padecen como continuación de mi Pasión.

La Obra ha terminado. (Pero no han terminado las «visiones» ni los «dictados» fuera del ciclo mesiánico, declarado concluido con la venida del Espíritu Santo. Por ello se añadirán, completivos de la Obra, otros escritos pertinentes (de varios años, sobre todo del 1951). Como consecuencia, la Despedida de la Obra, escrita el 28 de Abril de 1947 y que en los cuadernos autógrafos sigue inmediatamente al presente «dictado», será recogida al término de la conclusión de la Obra) Y, con su fin, con la venida del Espíritu Santo, se concluye el ciclo mesiánico, que mi Sabiduría ha iluminado desde sus albores (la Concepción inmaculada de María) hasta su terminación (la venida del Espíritu Santo). Todo el ciclo mesiánico es obra del Espíritu de Amor, para quien sabe ver bien. Cabal, pues, el haberlo empezado con el misterio de la inmaculada Concepción de la Esposa del Amor, y el haberlo concluido con el sello de Fuego Paráclito puesto en la Iglesia de Cristo.

Las obras manifiestas de Dios, del Amor de Dios, terminan con Pentecostés. Desde entonces, continúa ese misterioso obrar de Dios en sus fieles, unidos en el Nombre de Jesús en la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica, Romana; y la Iglesia -o sea, la asamblea de los fieles -pastores, ovejas y corderos-puede continuar su camino sin errar, por la continua, espiritual operación del Amor en sus fieles. El Amor, Teólogo de los teólogos, Aquel que forma a los verdaderos teólogos, que viven abismados en Dios y tienen a Dios dentro de sí -la vida de Dios dentro de sí por la dirección del Espíritu de Dios que los guía-, los verdaderos «hijos de Dios» según el concepto de Pablo. (Romanos 8, 14-17)

Y al término de la Obra debo poner una vez más el lamento que he colocado al final de cada uno de los años evangélicos. Y en mi dolor de ver despreciado mi don os digo: «No recibiréis más, porque no habéis sabido acoger esto que os he dado». Y digo también las palabras que os hice llegar el pasado verano para llamaros de nuevo al camino recto: “No me veréis hasta que no llegue el día en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor”.

 

PEDRO CELEBRA LA EUCARISTÍA EN UNA REUNIÓN DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS

Es una de las primeras reuniones de los cristianos, en los días inmediatamente posteriores a Pentecostés.

Los doce apóstoles son de nuevo doce, porque Matías, que ya ha sido elegido en lugar del traidor, está entre ellos. Y el hecho de que estén los doce demuestra que no se habían separado todavía para ir a evangelizar, según la orden del Maestro. Por tanto, Pentecostés debe haber tenido lugar poco antes, y todavía no deben haber empezado las persecuciones del Sanedrín contra los siervos de Jesucristo. En efecto, si así fuera, no tendrían esta celebración con tanta tranquilidad, y sin ninguna medida de precaución, en una casa conocida, demasiado conocida, por los del Templo, o sea, en la casa del Cenáculo, y precisamente en la habitación donde se verificó la última Cena, donde fue instituida la Eucaristía, donde empezó la verdadera y total traición, y la Redención.

Pero la vasta habitación ha sufrido un cambio, necesario para su nueva función como iglesia, e impuesto por el número de los fieles. La gran mesa ya no está en la pared de la escalera, sino en la frontal, y paralela a la pared. De forma que incluso los que no pueden entrar en el Cenáculo -primera iglesia del mundo cristiano-, ya repleto de personas, pueden ver lo que sucede dentro, apiñándose, apretujándose, en el pasillo de entrada (donde está, abierta completamente, la puertecita por la que se entra en la habitación).

En la sala hay hombres y mujeres de todas las edades. En un grupo de mujeres, junto a la mesa, aunque en uno de los ángulos, está María, la Madre, rodeada de Marta y María de Lázaro, Nique. Elisa, María de Alfeo, Salomé, Juana de Cusa… en fin, de muchas de las mujeres discípulas, hebreas y no hebreas, a las que Jesús había curado, había consolado, había evangelizado, había hecho ovejas de su rebaño. Entre los hombres, están Nicodemo, Lázaro, José de Arimatea, muchísimos discípulos, entre los cuales Esteban, Hermas, los pastores, Eliseo el hijo del arquisinagogo de Engadí, y muchísimos otros. Y está también Longinos, no vestido de militar, sino como si fuera un ciudadano cualquiera, con una larga y sencilla túnica cenizosa. Luego otros, que claramente han entrado en la grey de Cristo después de Pentecostés y las primeras evangelizaciones de los Doce.

Pedro habla también ahora. Evangeliza e instruye a los presentes. Habla una vez más de la última Cena. Una vez más. Y es que, por sus palabras, se comprende que ya ha hablado otras veces de ella.

Dice:
-Os hablo unavez más -y remarca mucho estas palabras -de la Cena en que, antes de ser inmolado por los hombres, Jesús Nazareno, como le llamaban, Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro, como ha de ser afirmado y creído con todo nuestro corazón y nuestra mente, porque en este creer está nuestra salvación, se inmoló por espontánea voluntad y por exceso de amor, dándose como Alimento y Bebida para los hombres, y diciéndonos a nosotros, siervos y continuadores suyos: «Haced esto en memoria mía». Y esto es lo que hacemos. Pero, oh hombres, de la misma manera que nosotros, sus testigos, creemos que en el Pan y en el Vino, ofrecidos y bendecidos, como Él hizo, en memoria suya y por obediencia a su divino mandato, están ese Cuerpo Santísimo y esa Sangre Santísima que lo son de un Dios, Hijo del Dios altísimo, y que fueron crucificado y derramada por amor y para vida de los hombres, también vosotros, todos vosotros, que habéis entrado a formar parte de la verdadera, nueva, inmortal Iglesia, anunciada por los profetas y fundada por el Cristo, debéis creerlo. Creed y bendecid al Señor, que a nosotros, sus -si no materialmente, sí moral y espiritualmente-crucifixores por nuestra debilidad en servirle, por nuestra cerrazón en comprenderlo, por nuestra cobardía en abandonarlo huyendo en la hora suprema, por nuestra cobardía en nuestro… no, en mi personal traición de hombre temeroso y cobarde hasta el punto de renegar de Él, y negarlo, y negarme como discípulo suyo, es más: como el primero de entre sus siervos (y gruesas lágrimas ruedan y surcan el rostro de Pedro), poco antes de la hora primera, allí, en el patio del Templo; creed, decía, y bendecid al Señor, que a nosotros nos deja este eterno signo de perdón; creed y bendecid al Señor, que a aquellos que no lo conocieron cuando era el Nazareno les permite conocerlo ahora que es el Verbo Encarnado vuelto al Padre. Venid y tomad. Él lo dijo: «El que come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá la Vida eterna». En aquel momento no comprendimos (y Pedro llora de nuevo). No comprendimos porque éramos obtusos de intelecto. Pero ahora el Espíritu Santo ha encendido nuestra inteligencia, fortalecido nuestra fe, infundido la caridad, y comprendemos. Y en el Nombre del Dios altísimo, del Dios de Abraham, de Jacob, de Moisés, en el Nombre altísimo del Dios que habló a Isaías, a Jeremías, a Ezequiel, a Daniel y a los otros profetas, os juramos que esto es verdad y os conjuramos que creáis para poder tener la Vida eterna.

Pedro habla lleno de majestad. Ya nada queda en él del pescador no poco rudo de poco antes. Ha subido a un escabel para hablar y ser visto y oído mejor, porque, siendo bajo como es, si sus pies hubieran permanecido sobre el suelo de la habitación, los más lejanos no lo habrían podido ver, y él lo que quiere es alcanzar a todos con su vista. Habla equilibradamente, con voz apropiada y gestos de verdadero orador. Sus ojos, siempre expresivos, ahora hablan más que nunca: amor, fe, mando, contrición… todo sale a través de esta mirada suya, y anticipa y refuerza sus palabras.

Ya ha terminado de hablar. Baja del escabel y se coloca detrás de la mesa, en el espacio que hay entre la pared y la mesa, y espera. Santiago y Judas, o sea, los dos hijos de Alfeo y primos de Cristo, extienden ahora sobre la mesa un mantel blanquísimo. Para hacer esto levantan el arca ancha y baja que está puesta en el centro de la mesa. También extienden sobre la tapa del arca un paño de finísimo lino.

El apóstol Juan va ahora donde María y le pide algo. María se quita del cuello una especie de llavecita y se la da a Juan. Juan la toma, vuelve al arca, la abre y vuelve la parte que está delante, la cual queda apoyada en el mantel, y cubierta con un tercer paño de lino.

Dentro del arca hay una sección horizontal que la divide en dos secciones: en la de abajo hay una copa y un plato, de metal; en la de arriba, en el centro, la copa usada por Jesús en la última Cena y para la primera Eucaristía, los restos del pan partido por Él, colocados en un platito, de material precioso como la copa. A los lados de la copa y del platito que están en el plano superior, a un lado, están la corona de espinas, los clavos y la esponja; al otro lado, uno de los lienzos, enrollado, el velo con que Nique enjugó el Rostro de Jesús, y el que María dio a su Hijo para que se cubriera con él las caderas. En el fondo del arca hay otras cosas, pero, dado que quedan más bien ocultas y que ninguno habla de ellas ni las muestra, no se sabe lo que son. Sin embargo, respecto a las otras, respecto a las visibles, Juan y Judas de Alfeo las muestran a los presentes, que se arrodillan ante ellas. Pero ni se muestran ni se tocan la copa y el platito del pan. Tampoco se extiende toda la sábana; sólo se muestra enrollada, mientras sé dice lo que es. Quizás Juan y Judas no la desenrollan para no despertar en María el recuerdo doloroso de las atroces vejaciones sufridas por su Hijo.

Terminada esta parte de la ceremonia, los apóstoles, en coro, entonan unas oraciones. Yo diría que son salmos porque los cantan como acostumbraban a hacer los hebreos en sus sinagogas o en sus peregrinaciones a Jerusalén para las solemnidades prescritas por la Ley. La gente se une al coro de los apóstoles, que, de esa manera, cada vez se hace más solemne.

En fin, traen panes y los colocan en el platito de metal que había en la parte inferior del arca, y traen unas pequeñas ánforas, también de metal.

Pedro recibe de Juan, que está arrodillado al otro lado de la mesa (mientras que Pedro sigue entre la mesa y la pared, aunque vuelto hacia la gente), la bandeja con los panes; la alza y la ofrece; luego la bendice y la pone sobre el arca.

Judas de Alfeo, también arrodillado, al lado de Juan, da a su vez a Pedro la copa de la parte de abajo y las dos ánforas que antes estaban junto al platito de los panes. Pedro vierte el contenido de ellas en la copa; alza ésta y la ofrece, como había hecho con el pan. Bendice también la copa y la pone sobre el arca, al lado de los panes.

Oran de nuevo. Pedro fracciona los panes en muchos trozos mientras los presentes se postran más aún, y dice:
-Esto es mi Cuerpo. Haced esto en memoria mía.
Sale de detrás de la mesa llevando consigo la bandeja llena de los trozos de los panes, y lo primero, va donde María y le da un trozo. Luego pasa a la parte delantera de la mesa y distribuye el Pan consagrado a todos los que se acercan para recibirlo. Sobran pocos trozos, los cuales, en su bandeja, son colocados sobre el arca.

Ahora toma la copa y la ofrece -empezando esta vez también por María-a los presentes. Juan y Judas le siguen con las pequeñas ánforas y añaden los líquidos cuando el cáliz está vacío, mientras Pedro repite la elevación, el ofrecimiento y la bendición para consagrar el líquido.
Cuando todos los que pedían nutrirse de la Eucaristía han sido complacidos, los apóstoles consumen el Pan y Vino que han quedado. Luego cantan otro salmo o himno, y después de esto Pedro bendice a los presentes, quienes, después de su bendición, se marchan lentamente.

María, la Madre, que ha estado de rodillas durante toda la ceremonia de la consagración y de la distribución de las especies del Pan y del Vino, se alza y va hasta el arca. Hace una inclinación por encima de la mesa y toca con la frente la superficie del arca donde están puestos la copa y el plato usados por Jesús en la última Cena, y pone un beso en el borde de ambos; un beso que es también para las otras reliquias recogidas ahí.

Luego Juan cierra el arca y devuelve la llave a María, que vuelve a ponérsela en el cuello.

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Espíritu Santo y Pentecostés

 
 

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María dentro de la Iglesia de Jerusalén en los días de Pentecostés

En He 1.14 Lucas es puntual en decirnos que después de la ascensión de Jesús «todos ellos [o sea, los once apóstoles] perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos».

Es muy significativo que, además de los apóstoles (v. 13), se recuerde solamente a la Virgen con su nombre propio (María), acompañado de su máximo titulo funcional (la madre de Jesús). Pero ella no está separada del resto de la iglesia. Aunque tuvo una misión excepcional y única, María está en la iglesia y con la iglesia apostólica de Jerusalén, madre de todas las iglesias cristianas.

Poco después, Pedro recordará que Judas «guió a los que prendieron a Jesús» (v. 16). El recuerdo de esa defección, a la que siguió luego la del mismo Pedro (Lc 22,34.54-62), hace también de la comunidad de Jerusalén un cenáculo de misericordia, de perdón: María está rodeada de los que abandonaron al Maestro en la hora de las tinieblas (cf Lc 22,53).

Esta reflexión no constituye el punto focal de la narración de Lucas. Pero tampoco podría decirse totalmente extraña a ella. Una tenue sugerencia en su favor puede verse en el discurso de Pedro para la sustitución de Judas (He 1,15-22) y en la negación del mismo apóstol, tal como nos lo narra también el tercer evangelio (Lc 22,34.54-62).

Realmente Lucas, desde el primer capítulo de los Hechos, polariza la atención en el tema del testimonio que hay que rendir del Señor Jesús. En este horizonte también la presencia de María tiene una finalidad perfectamente comprensible. Lo señalaremos articulando nuestra exposición en tres cuestiones relativas a su persona en He 1,14.

a) Los destinatarios del don del Espíritu en pentecostés. Empecemos por preguntarnos: ¿quienes son esos todos reunidos juntos el día de pentecostés (He 2,1), investidos del soplo del Espíritu que los capacitó para promulgar en otras lenguas las grandes obras de Dios (He 2,4.11)? Este interrogante afecta también a la figura de María: ¿hemos de contarla o no entre aquellos todos?

Los componentes de la comunidad jerosolimitana, aquella mañana de pentecostés, podrían ser: el colegio apostólico, mencionado inmediatamente antes para la elección de Matías en lugar de Judas (He 1,1526); o los 120 hermanos que se recuerdan en He 1,15 70, o bien los tres grupos especificados en los vv. 13-14: los apóstoles (aún en número de once), las mujeres (probablemente las señaladas por Lc 8,2-3 23,55-56 24,1-11), María madre de Jesús y sus hermanos.

La mayor parte de los autores está por los 120 hermanos que representan a todos los miembros de la iglesia de Jerusalén, reunida en torno a los doce. El mismo Lucas ofrece indicios válidos para esta opción. En efecto: 1) según Lc 24, Jesús resucitado promete la efusión del Espíritu (v. 49) a los once y a cuantos estaban con ellos (v. 33); 2) la profecía de Joel, invocada por Pedro para hacer la exégesis del acontecimiento, anunciaba una efusión del Espíritu sobre toda carne (persona): hijos e hijas, jóvenes y ancianos, siervos y siervas (He 2,17-18); 3) en su discurso Pedro explica también que el don del Espíritu sería recibido por todos los que se arrepintiesen y pidieran el bautismo en el nombre de Jesucristo (He 2,38). Y las personas que acogieron la palabra de Pedro fueron «unos tres mil» (v. 41).

Así pues, si el Espíritu se concedió a todos los recién convertidos en tan gran número, sería poco congruente pensar que ese mismo don no bajase sobre todos los 120 que creían ya en Jesús.

b) Pentecostés y testimonio. En el cuadro de la doctrina lucana, el Espíritu prometido por Jesús resucitado iba ordenado a una finalidad muy concreta, es decir, al testimonio. En efecto, decía Jesús: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en SaMaría y hasta los confines de la tierra» (He 1,8).

Revestidos de la fuerza del Espíritu Santo (I c 24,49), los once y los que había con ellos (Lc 24,33.36) estarán en disposición de dar testimonio (Lc 24,48) de los acontecimientos de la historia de la salvación, que culminan en Jesús. En concreto: que el Cristo tenía que padecer y resucitar el tercer día (v. 46b); que en su nombre se predicaría a todos los pueblos la conversión y el perdón de los pecados, empezando por Jerusalén (v. 47); que todas esas cosas estaban anunciadas de antemano sobre él en las Escrituras (vv. 45.46a) y que, por tanto, todo aquello tenía que cumplirse (vv. 44b.46b).

El Espíritu Santo, decían los oráculos de los profetas, habría hecho de Israel un pueblo de testigos (Is 43,10.12.21;44,3.8;Jl 3,1-2). Con la efusión pentecostal del Espíritu, enviado por Jesús resucitado (He 2,32-33), esa efusión se convirtió en herencia de «toda la casa de Israel» (cf He 2,36), que es ahora la iglesia de Cristo (cf He 20,28).

Por ello los que formaban parte de la iglesia de Jerusalén (los apóstoles, las mujeres, María y los hermanos de Jesús), después de que todos se llenaron del Espíritu (He 2,14a), se hicieron idóneos para dar testimonio del Señor Jesús, cada uno según su disposición. Desde aquel día también María se vio plenamente iluminada por el Espíritu sobre todo lo que había hecho y dicho Jesús. Desde entonces es razonable pensar que ella comenzó a derramar sobre la iglesia los tesoros que hasta entonces había tenido encerrados en el archivo de sus meditaciones sapienciales. Así también la Virgen se convirtió en testigo de las cosas vistas y oídas (cf Lc 1,2).

Comenta X. Pikaza: «Ella dio testimonio del nacimiento de Jesús, del camino de su infancia; Jesús no habría sido acogido por la iglesia en la integridad de su ser hombre si le hubiera faltado el testimonio vivo de una madre que lo había engendrado y criado. Dentro de la iglesia, María es una parte de Jesús… Hay algo que ni los apóstoles ni las mujeres ni los hermanos habrían podido atestiguar. Le corresponde a María consignar esa palabra única e insustituible al misterio de la iglesia. Por eso aparece ella en He I,14» (María y el Espíritu Santo… ).

c) Pentecostés y anunciación. Lucas deja vislumbrar una no débil analogía entre la bajada del Espíritu Santo sobre María en la anunciación y sobre la iglesia en pentecostés. (Ver el paralelismo entre ambas situaciones en el cuadro siguiente, que correlaciona los textos respectivos).

 El Espíritu Santo, energía del Altísimo (Lc 1, 35: dýnamis ypsistu).

La energía del Espíritu Santo, desde lo alto (Lc 24, 29: ex ýsous dínamin) viene sobre María (Lc 1, 35a: epeléusetai epì sé) baja sobre los apóstoles (Hch 1, 8:epelthóntos aph’ ymâs); todos quedaron llenos. (Hch 2, 4).

«Y María dijo (éipen):

y empezaron a anunciar (laléin:Hch 2,4.6.7.11; apophthénguesthai:
vv 4.12) en otras lenguas

‘Mi alma engrandece [megalýnei] al Señor…(v. 46);… grandes cosas [megáka] ha hecho en mí el Poderoso…«(v. 49a) las grandes obras de Dios (v. 11: ta megaléia toú Theoû), como el Espíritu les daba expresarse (v. 4).

Los puntos de contacto entre los dos grandes acontecimientos parece que son éstos. Por una parte está María: alumbrada por el Espíritu en la intimidad de su propia persona (Lc I,35), irrumpe casi hacia fuera, a las montañas de Judea (v. 39), para anunciar las grandes cosas realizadas en ella por el Omnipotente (vv. 4649). Por la otra parte está la iglesia apostólica de Jerusalén: corroborada por el vigor del Espíritu (Lc 24,49; He 1,8) mientras estaban reunidos dentro de la casa (He 2,2), deja su retiro para proclamar públicamente las grandes obras del Señor (He 2,4.6.7.11.12). La iluminación del Espíritu permite tanto a María como a la iglesia ser testigos proféticos de lo que Dios ha hecho por su pueblo (cf He 2,4.11.17.18)

 

CONCLUSIÓN

En la anunciación, el ángel había revelado a la Virgen que el niño que daría a luz por obra del Espíritu Santo reinaría eternamente en la casa de Jacob (Lc 1,3133); su misión maternal respecto al rey-mesías contraía, por tanto, unos vínculos especiales con el pueblo de Dios de la nueva alianza.

Y, en efecto, el día en que el Espíritu suscita la iglesia de Cristo como una asamblea de testigos (cf Lc 24,48-29; He 1,8), María se sienta entre los discípulos como «madre de Jesús» (He 1,14 2, 1 -4).

Lucas, que tanto se había prodigado a propósito de la vocación de María en la génesis humana del Salvador, se contenta con un solo versículo para ella a la hora de describir la intervención del Espíritu en el nacimiento de la iglesia.

Sin embargo, en ese fragmento estaba todo. En efecto, guiada por el mismo Espíritu, la nueva comunidad de los creyentes se verá urgida a confrontar He 1,14 con el conjunto narrativo del evangelio de Lucas. El resultado será el reconocimiento de la filogénesis de la iglesia en la historia de María. La iglesia es el calco de María.

Fuente: SERRA-A. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 344-347
 
 

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Pentecostés, principio de la Iglesia en la misión del Espíritu Santo

Este es un capítulo del libro de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), “El Camino Pascual”.

En los Hechos de los Apóstoles se encuentra un primer esbozo de una eclesiología católica; así lo admiten en la actualidad incluso los exegetas protestantes, que llaman a San Lucas frdhkatholisch (católico primitivo) y lo critican por esta razón.

San Lucas desarrolla su programa eclesiológico en los dos primeros capítulos de los Hechos, especialmente en el relato del día de Pentecostés. 

Quisiera, pues, presentar en esta conferencia una breve visión general de los elementos principales de la eclesiología, partiendo del relato de Pentecostés tal como se nos transmite en los Hechos.

Pentecostés representa para San Lucas el nacimiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo. El Espíritu desciende sobre la comunidad de los discípulos -«asiduos y unánimes en la oración»-, reunida «con María, la madre de Jesús» y con los once apóstoles. 

Podemos decir, por tanto, que la Iglesia comienza con la bajada del Espíritu Santo y que el Espíritu Santo «entra» en una comunidad que ora, que se mantiene unida y cuyo centro son María y los apóstoles.

Cuando meditamos sobre esta sencilla realidad que nos describen los Hechos de los Apóstoles, vamos descubriendo las  notas de la Iglesia.

1. La Iglesia es apostólica, «edificada sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas» (/Ef/02/20). La Iglesia no puede vivir sin este vínculo que la une, de una manera viva y concreta, a la corriente ininterrumpida de la sucesión apostólica, firme garante de la fidelidad a la fe de los apóstoles.

En este mismo capítulo, en la descripción que nos ofrece de la Iglesia primitiva, San Lucas subraya una vez más esta nota de la Iglesia: «Todos perseveraban en la doctrina de los apóstoles» (2,42). El valor de la perseverancia, del estarse y vivir firmemente anclados en la doctrina de los apóstoles, es también, en la intención del evangelista, una advertencia para la Iglesia de su tiempo -y de todos los tiempos-.

Me parece que la traducción oficial de la Conferencia Episcopal Italiana no es suficientemente precisa en este punto: «Eran asiduos en escuchar la enseñanza de los apóstoles». No se trata sólo de un escuchar; se trata del ser mismo de aquella perseverancia profunda y vital con la que la Iglesia se halla insertada, arraigada en la doctrina de los  apóstoles; bajo esta luz, la advertencia de Lucas se hace también radical exigencia para la vida personal de los creyentes.

¿Se halla mi vida verdaderamente fundada sobre esta doctrina? ¿Confluyen hacia este centro las corrientes de mi existencia?

El  impresionante discurso de San Pablo a los presbíteros de Efeso (c.20) ahonda todavía más en este elemento de la «perseverancia en la doctrina de los apóstoles».

Los presbíteros son los responsables de esta perseverancia; ellos son el quicio de la «perseverancia en la doctrina de los apóstoles», y «perseverar» implica, en este sentido, vincularse a este quicio, obedecer a los presbíteros: «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que El ha adquirido con su sangre» (20,29). 

¿Velamos suficientemente sobre nosotros mismos? ¿Miramos por el rebaño? ¿Pensamos en qué significa realmente que Jesús haya adquirido este rebaño con su sangre? ¿Sabemos valorar el precio que ha pagado Jesús -su propia sangre- para adquirir este rebaño? 

2. Volvamos al relato de Pentecostés. El Espíritu penetra en una comunidad congregada en torno a los apóstoles, una comunidad que perseveraba en la oración. Encontramos aquí la segunda nota de la Iglesia: la Iglesia es santa, y esta santidad no es el resultado de su propia fuerza; esta santidad brota de su conversión al Señor. La Iglesia mira al Señor y de este modo se transforma, haciéndose conforme a la figura de Cristo.

«Fijemos firmemente la mirada en el Padre y Creador del universo mundo», escribe San Clemente Romano en su Carta a los Corintios (19,2), y en otro significativo pasaje de esta misma carta dice: «Mantengamos fijos los ojos en la sangre de Cristo» (7,4). Fijar la mirada en el Padre, fijar los ojos en la sangre de Cristo: esta perseverancia es la condición esencial de la estabilidad de la Iglesia, de su fecundidad y de su vida misma.

Este rasgo de la imagen de la Iglesia se repite y profundiza en la descripción que de la Iglesia se hace al final del segundo capítulo de los Hechos: «Eran asiduos -dice San Lucas- en la fracción del pan y en la oración». Al celebrar la Eucaristía, tengamos fijos los ojos en la sangre de Cristo.

Comprenderemos así que la celebración de la Eucaristía no ha de limitarse a la esfera de lo puramente litúrgico, sino que ha de constituir el eje de nuestra vida personal. A partir de este eje, nos hacemos «conformes con la imagen de su Hijo» (Rom 8,29).

De esta suerte se hace santa la Iglesia, y con la santidad se hace también una. El pensamiento «fijemos la mirada en la sangre de Cristo» lo expresa también San Clemente con estas otras palabras: «Convirtámonos sinceramente a su amor». Fijar la vista en la sangre de Cristo es clavar los ojos en el amor y transformarse en amante.

3. Con estas consideraciones volvemos al acontecimiento de Pentecostés: la comunidad de Pentecostés se mantenía unida en la oración, era «unánime» (4,32). Después de la venida del Espíritu Santo, San Lucas utiliza una expresión 2todavía más intensa: «La muchedumbre… tenía un corazón y un alma sola» (/Hch/04/32). Con estas palabras, el evangelista indica la razón más profunda de la unión de la comunidad primitiva: la unicidad del corazón.

El corazón -dicen los Padres de la Iglesia- es el órgano propulsor del cuerpo, tó egemonikón, según la filosofía estoica. Este órgano esencial, este centro de la vida, no es ya, después de la conversión, el propio querer, el yo particular y aislado de cada uno, que se busca a sí mismo y se hace el centro del mundo. El corazón, este órgano impulsor, es uno y único para todos y en todos: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20), dice San Pablo, expresando el mismo pensamiento, la misma realidad: cuando el centro de la vida está fuera de mí, cuando se abre la cárcel del yo y mi vida comienza a ser participación de la vida de Otro -de Cristo-, cuando esto sucede, entonces se realiza la unidad.

Este punto se halla estrechamente vinculado con los anteriores. La trascendencia, la apertura de la propia vida, exige el camino de la oración, exige no sólo la oración privada, sino también la  oración eclesial, es decir, el Sacramento y la Eucaristía, la unión real con Cristo. Y el camino de los sacramentos exige la perseverancia en la doctrina de los apóstoles y la unión con los sucesores de los apóstoles, con Pedro. Pero debe intervenir también otro elemento, el elemento mariano: la unión del corazón, la penetración de la vida de Jesús en la intimidad de la vida  cotidiana, del sentimiento, de la voluntad y del entendimiento.

4. El día de Pentecostés manifiesta también la cuarta nota de la Iglesia: la catolicidad. El Espíritu Santo revela su presencia en el don de lenguas; de este modo renueva e invierte el acontecimiento de Babilonia: la soberbia de los hombres que querían ser como Dios y construir la torre babilónica, un puente que alcanzara el cielo, con sus propias fuerzas, a espaldas de Dios. Esta soberbia crea en el mundo las divisiones y los muros que separan. Llevado de la soberbia, el hombre reconoce únicamente su inteligencia, su voluntad y su corazón, y, por ello, ya no es capaz de comprender el lenguaje de los demás ni de escuchar la voz de Dios.

El Espíritu Santo, el amor divino, comprende y hace comprender las lenguas, crea unidad en la diversidad. Y así la Iglesia, ya en su primer día, habla en todas las lenguas, es católica desde el principio. Existe el puente entre cielo y tierra. Este puente es la cruz; el amor del Señor lo ha construido. 

La construcción de este puente rebasa las posibilidades de la técnica; la voluntad babilónica tenía y tiene que naufragar. Únicamente el amor encarnado de Dios podía levantar aquel puente. Allí donde el cielo se abre y los ángeles de Dios suben y bajan (Jn 1,51), también los hombres comienzan a comprenderse.

La Iglesia, desde el primer momento de su existencia, es  católica, abraza todas las lenguas. Para la idea lucana de Iglesia y, por tanto, para una eclesiología fiel a la Escritura, el prodigio de las lenguas expresa un contenido lleno de significación: la Iglesia universal precede a las Iglesias particulares; la unidad es antes que las partes.

La Iglesia universal no consiste en una fusión secundaria de Iglesias locales; la Iglesia universal, católica, alumbra a las Iglesias particulares, las cuales sólo pueden ser Iglesia en comunión con la catolicidad. Por otra parte, la catolicidad exige la numerosidad de lenguas, la conciliación y reunión de las riquezas de la humanidad en el amor del Crucificado. La catolicidad, por tanto, no consiste únicamente en algo exterior, sino que es además una característica interna de la fe personal: creer con la Iglesia de todos los tiempos, de todos los continentes, de todas las culturas, de todas las lenguas.

La catolicidad exige la apertura del corazón, como dice San Pablo a los Corintios: «No estáis al estrecho con nosotros…; pues para corresponder de igual modo, como a hijos os hablo; ¡abrid también vuestro corazón!» (2 Cor 6,12-13). «Non angustiamini in nobis… dilatamini et vos!» Este «dilatamini» es el imperativo permanente de la catolicidad. Los apóstoles pudieron realizar la Iglesia católica porque la Iglesia era ya católica en su corazón. Fue la suya una fe católica abierta a todas las lenguas. La Iglesia se hace infecunda cuando falta la catolicidad del corazón, la catolicidad de la fe personal.

El día de Pentecostés anticipa, según San Lucas, la historia entera de la Iglesia. Esta historia es sólo una manifestación del don del Espíritu Santo. La realización del dinamismo del Espíritu, que impulsa a la Iglesia hacia los confines de la tierra y de los tiempos, constituye el contenido central de todos los capítulos de los Hechos de los Apóstoles, donde se nos describe el paso del Evangelio, del mundo de los judíos al mundo de los paganos, de Jerusalén a Roma.

En la estructura de este libro, Roma representa el mundo de los paganos, todos aquellos pueblos que se hallan fuera del antiguo pueblo de Dios. Los Hechos terminan con la llegada del Evangelio a Roma, y esto no porque no interesara el final del proceso de San Pablo, sino porque este libro no es un relato novelesco. Con la llegada a Roma, ha alcanzado su meta el camino que se iniciara en Jerusalén; se ha realizado la Iglesia católica, que continúa y sustituye al antiguo pueblo de Dios, el cual tenía su centro en Jerusalén. En este sentido, Roma tiene ya una significación importante en la eclesiología de San Lucas; entra en la idea lucana de la catolicidad de la Iglesia.

Podemos decir así que Roma es el nombre concreto de la  catolicidad. El binomio «romano-católico» no expresa una  contradicción, como si el nombre de una Iglesia particular, de una ciudad, viniera a limitar e incluso a hacer retroceder la catolicidad. 

Roma expresa la fidelidad a los orígenes, a la Iglesia de todos los tiempos y a una Iglesia que habla en todas las lenguas. Este contenido espiritual de Roma es, por tanto, para los que hemos sido llamados hoy a ser esta Roma, la garantía concreta de la catolicidad y un compromiso que exige mucho de nosotros.

Exige:

–una fidelidad decidida y profunda al sucesor de Pedro; un caminar desde el interior hacia una catolicidad cada vez más auténtica, y también, en ocasiones, aceptar con prontitud la condición de los apóstoles tal como la describe San Pablo: 
«Porque, a lo que pienso, Dios a nosotros nos ha asignado el último lugar, como a condenados a muerte, pues hemos venido a ser espectáculo para el mundo… como desecho del mundo, como estropajo de todos» (1 Cor 4,9.13).

El sentimiento antirromano es, por una parte, el resultado de los pecados, debilidades y errores de los hombres, y, en este sentido, ha de motivar un examen de conciencia constante y suscitar una profunda y sincera humildad; por otra parte, este sentimiento corresponde a una existencia verdaderamente apostólica, y es así motivo de gran consolación. 

Conocemos las palabras del Señor: «¡Ay cuando todos los  hombres dijeren bien de vosotros, porque así hicieron sus padres con los profetas!» (Lc 6,26).

Nos vienen a la memoria también las palabras que San Pablo  escribió a los Corintios: «¿Ya estáis llenos? ¿Ya estáis ricos?» (1 Cor 4,8). El ministerio apostólico no se compadece con esta saciedad, con una alabanza engañosa, a costa de la verdad. Sería  renegar de la cruz del Señor.

En resumen: la eclesiología de San Lucas es, como hemos visto, una eclesiología pneumatológica y, por ello mismo, plenamente cristológica; una eclesiología espiritual y, al mismo tiempo, concreta, incluso jurídica; una eclesiología litúrgica y personal, ascética. Es relativamente fácil comprender con la mente esta síntesis de San Lucas; pero es tarea de toda una vida el compromiso de vivir cada vez con más intensidad esta síntesis y llegar a ser de este modo realmente católico. 

Fuente: JOSEPH RATZINGER “EL CAMINO PASCUAL”. BAC POPULAR. MADRID-1990. Págs. 149-155

 
 

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Catolicismo NOTICIAS Noticias 2014 - enero - julio Papa Sacerdotes Signos de estos Tiempos SIGNOS DE ESTOS TIEMPOS Signos extraordinarios de la Iglesia

El padre Pepe ve el actuar del Espíritu Santo en Bergoglio transformándose en Francisco

«Francisco es Bergoglio, pero más santo».

 

El cura villero construye un paralelo entre los gestos que tuvo el obispo Bergoglio y los que muestra hoy, como pontífice de la Iglesia Católica.

 

padre pepe y bergoglio

 

“La única diferencia es que en la actualidad puede verse en él la inspiración del Espíritu Santo”.

El obispo Jorge Bergoglio ha sido conocido con mayor profundidad, incluso por sus compatriotas, desde el 13 de marzo de este año, cuando comenzó a llamarse Francisco. Y a ser Papa.

Aquel obispo que visitaba nuestras villas porteñas y, en mateadas, charlas, procesiones y misas, se confundía con paraguayos, bolivianos y peruanos, animándolos a seguir caminando con esperanza en la vida, es el mismo que ahora toma la audaz decisión de llegarse a la isla de Lampedusa y asociarse al sufrimiento de pobres masas migratorias que se desplazan en búsqueda de una vida digna.

Es también aquel que llevó una vida austera en el centro de la ciudad de Buenos Aires, aquel que cada día prefería un subte, un tren o un colectivo para llegar a su destino. Recuerdo cómo un miembro del grupo de hombres de la capilla de Labardén, en la villa 21, venía después de la dura jornada de albañil en una obra de construcción y con orgullo nos decía:

«Mi obispo viajaba en el mismo colectivo que nosotros».

Y es este Francisco que rechaza todo lujo para meternos en el camino simple y austero del Evangelio a los que consagramos nuestra vida al servicio de la Iglesia.

Es aquel obispo Jorge que en 1997 celebró la misa en la Catedral de Buenos Aires desbordada de villeros, y nos entregó la venerable Virgen de los Milagros de Caacupé. Y después, sin decir nada, se metió en la peregrinación hasta Barracas, rezando su rosario como uno más, hasta que una santa viejita lo descubrió y le pidió su bendición. Ahora es Francisco, que se mete entre la gente en Brasil o en Roma y no quiere interlocutores: es él con el pueblo.

Es el obispo Jorge que puso el centro de su atención en las periferia de la gran ciudad; es aquel que, cuando el Papa Juan Pablo II pide que cada diócesis consagre la Iglesia a la Virgen, no duda que un lugar privilegiado es el santuario popular de Caacupé, en el corazón de la villa 21. Hoy es Francisco, que se escurre del Vaticano para consagrar su papado a la Madre de Dios.

El mismo obispo que, hace más de 5 años, un Jueves Santo en el rito de lavatorio de los pies, se inclinó a lavar y besar los pies de varios jóvenes adictos al paco de la villa 21, comenzando con su bendición nuestro Hogar de Cristo, es el mismo Francisco que en Brasil visitó y saludó a los muchachos que pelean por su recuperación e invita a que, como San Francisco abrazó al leproso y selló allí su compromiso de vida, hoy abracemos al adicto para sellar nuestra amistad y compromiso de servicio con estos Cristos sufrientes.

Todos estamos atentos a los gestos que el papa Francisco muestra, porque sabemos que detrás de cada uno de ellos hay una gran enseñanza. Los que tuvimos la oportunidad de conocer al obispo Jorge somos testigos de que sigue siendo el mismo en sus convicciones y estilo de vida, pero con satisfacción podemos ver en él la inspiración del Espíritu Santo que lo lleva, a los casi 77 años, a una comunicación extraordinaria que hace llegar el mensaje de Jesús y su Iglesia a toda la humanidad.

Fuentes: Valores Religiosos, Signos de estos Tiempos

 

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Apariciones ARTÍCULOS DESTACADOS Demonio Evangélicos NOTICIAS Noticias 2013 - enero - agosto Noticias bis Religion e ideologías Sobre Dios

Un demonio visita a un Pastor y luego el Espíritu Santo le explica por qué lo permitió [2013-05-22]

Lo cuenta después de algunos años:
La dinámica que hizo volver a los cristianos más racionales (especialmente a los católicos) y que significó ir despojando la fe de los contenidos sobrenaturales y místicos, ha llevado muchos a no revelar sus experiencias místicas para evitar ser ridiculizados por compañeros de fe. Algunos, como este pastor evangélico, se reponen y luego de un tiempo son capaces de testimoniar públicamente su visión.

 

Demonio

 

El siguiente es el testimonio de un pastor que tuvo un encuentro con un demonio que le aterrorizó, y después el E.S. le explicó que enseñanza quería que tuviera a partir de ese episodio.

CÓMO SUCEDIÓ

Fue durante un tiempo muy difícil en uno de mis destinos anteriores. Estaba experimentando una noche sin dormir y sin descanso paseando por la casa mientras los demás dormían. Me senté en el sillón en la sala de estar, cuando de repente, me encontré en una zona que sólo puedo explicar como aparentemente un lugar entre el sueño y la vigilia. Sin embargo, yo estaba despierto y mis sentidos aumentados, pero no me podía mover.

Mis ojos divisaron una figura humanoide oscura en la esquina de la habitación. La entidad irradiaba la forma más pura de odio y me maldijo con una blasfemia tan burda y sucia que quedé un poco nauseabundo. Nada me lo dijo, pero yo sabía que se trataba de un demonio – el diablo. El demonio dijo que me había seguido durante toda mi vida y relató una serie de ocasiones en que casi me muero y tomó crédito por ellas. Más terrible, cuando este demonio me habló desde el otro lado de la habitación, podía sentir su aliento en mi oreja.

«He fallado una y otra vez para destruirte, pero te voy a matar. Lo haré», me dijo en varias ocasiones.

LO SALVAN

Entonces vino una voz de calmada y apacible, que me instruyó:

«Repréndelo en el nombre del Señor Jesucristo, y él te dejará.» 

Así que lo hice. Inmediatamente el demonio se había ido y me podía mover de nuevo – y yo ya no estaba más en un estado de trance.

Sé que es una historia fantástica, increíble. Algunos leerán esto y probablemente la usarán contra mí, diciendo que soy el tonto de los tontos. Algunos serán más sofisticados y afirmarán que era un ataque de nervios o de otro tipo. Sin embargo, sé que era real – tan real como cualquier otra experiencia en mi vida. Yo estaba en un lugar oculto donde las fuerzas de la luz y la oscuridad hacen su batalla, otra dimensión donde los poderes trabajan entre bastidores para influir en los acontecimientos de la vida.

PARA QUÉ FUE LA EXPERIENCIA

Esa misma noche, profundamente preocupado por lo que había visto, sentí y escuché, le rogué a Dios en oración por una respuesta de por qué en su providencia me permitió pasar por una experiencia tan terrible.

«¿Qué significa todo esto, Señor?» Yo pedí con fervor. «¿Por qué, Señor?», Le dije. «¿Por qué, en tu propósito, dejaste que tal horror me llegara?»

La respuesta vendría cuando el día estaba amaneciendo. Esta vez no hubo ninguna voz, ni un ángel del cielo para entregar el mensaje, sólo una impresión dulce y tranquila que yo conocía era el Espíritu de Dios, y me dijo:

«Tienes miedo de lo mucho que puedes ver, pero hay más cosas de miedo a tu alrededor que no se pueden ver que pueden hacerte daño igual. Yo seguí a ese demonio en la esquina de la habitación y no permitiría que él te tocara; así es de limitado el poder del mismo diablo que orquestó los eventos anteriores para matate; yo estoy contigo ahora como entonces, y no voy a permitir que el mal ponga sus manos sobre ti, excepto en lo que pueda llevar a hacerte bien, glorificar mi nombre, y avanzar en mi reino. Deja de tener miedo, deja de temer los rostros de los hombres. Nadie es tan malo como la encarnación del mal invisible de que fuiste testigo esta noche. En cambio, confía en mí. Témeme a mí sólo, porque yo soy soberano de todas las cosas«

EN PUNTO DE INFLEXIÓN EN SU VIDA

Esa noche fue un momento decisivo en mi vida y ministerio. Fue un punto de inflexión de la ansiedad y el miedo, a la fe. 

Desde entonces, en mi papel pastoral y mi trabajo como activista cristiano, al hablar de la verdad, me he enfrentado a algunos de los más desconcertantes momentos – amenazas a mi persona, acoso telefónico, mails de odio, poderosos legisladores enojados meneando sus dedos en mi cara, provocadores gritando, y la lista continúa.

Pero ninguno ha llegado cerca de ser tan horrible como la entidad malvada a que me enfrenté aquella noche de hace unos años. Por otra parte, entendí como nunca antes que Dios usa incluso la ira de los hombres para alabarle y para lograr sus propósitos. Siempre habrá intentos de satanás y sus secuaces para frustrar el plan de Dios. Sin embargo, la voluntad de Dios nunca puede finalmente ser derrotada.

POR QUÉ EL ENCUENTRO FUE REAL

Yo podría atribuir mi encuentro con el espíritu maligno que me llenó de terror aquella noche a nada más que algo que comí en la cena y me cayó mal después de ir a la cama. Pero las Escrituras enseñan que el diablo y los demonios que le sirven verdaderamente existen.

El apóstol Pablo escribió: «Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas« (Efesios 6 : 12).

Y la Biblia también nos dice de estas escaramuzas declarando: «recordad lo pasado desde antiguo, pues yo soy Dios y no hay ningún otro, yo soy Dios, no hay otro como yo. Yo anuncio desde el principio lo que viene después y desde el comienzo lo que aún no ha sucedido. Yo digo: Mis planes se realizarán y todos mis deseos llevaré a cabo». (Isaías 46:9-10).

Fuentes: Rev. Mark H. Creech para Christian Post, Signos de estos Tiempos

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