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00 Todas las Advocaciones 02 Febrero 08 Agosto ADVOCACIONES Y APARICIONES FOROS DE LA VIRGEN MARÍA Foros de la Virgen María Movil Noticias 2019 - enero - junio

Transfiguración del Señor, Jesús en Cuerpo Glorioso (6 ago)

Esta fiesta recuerda la escena en que Jesús se apareció a tres de sus discípulos.

Estaba en un cuerpo glorificado junto a Moisés y Elías.

Un misterioso acontecimiento conocido como la Transfiguración. 

tranfiguracion-de-jesus

La fiesta de la Transfiguración del Señor se venía celebrando desde muy antiguo en las iglesias de Oriente y Occidente.
.
Esta conmemoración se celebra el 6 de agosto y el segundo domingo de Cuaresma.

 

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA «TRANSFIGURACIÓN»?

La palabra «transfiguración» viene de las raíces latinas trans («al otro lado») y figura («forma»).

Por lo tanto, significa un cambio de forma o apariencia.

Esto es lo que le sucedió a Jesús en el evento conocido como la Transfiguración: Su apariencia cambió y se convirtió en un cuerpo glorioso.

 

¿QUÉ SUCEDIÓ JUSTO ANTES DE LA TRANSFIGURACIÓN?

En Lucas 9:27, al final de un discurso a los doce apóstoles, Jesús añade, enigmáticamente:

«Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver el Reino de Dios»

Esto a menudo se ha tomado como una profecía que se produciría del fin del mundo antes que la primera generación de cristianos se extinguiera.

La frase «reino de Dios» también puede referirse a otras cosas incluyendo la Iglesia – la expresión externa del reino invisible de Dios.

El reino está encarnado en Cristo mismo y por lo tanto podría ser «visto» si Cristo se manifestara de una manera inusual, incluso en su propia vida terrenal.

 

¿OCURRIÓ TAL MANIFESTACIÓN?

Sí, y es la siguiente cosa que Lucas relata: la Transfiguración.

El Papa Benedicto XVI afirma que ha sido. . .

. . . convincentemente argumentado que la colocación de este dicho inmediatamente antes de la Transfiguración se refiere claramente a este evento.

A algunos – es decir, los tres discípulos que acompañan a Jesús a la montaña -, se les promete que ellos personalmente serán testigos de la venida del Reino de Dios en el poder.

En la montaña tres de ellos ven la gloria del Reino de Dios que brilla fuera de Jesús

En la montaña están eclipsados por la santa nube de Dios. 

En la montaña, en la conversación de Jesús transfigurado con la Ley y los Profetas, se dan cuenta de que la verdadera fiesta de los tabernáculos ha llegado. 

En la montaña se enteran de que el mismo Jesús es la Torá viviente, la Palabra completa de Dios. 

En la montaña ven el «poder» (dynamis ) del Reino que viene en Cristo»(Jesús de Nazaret).

Aquí, podemos tener la clave para entender la declaración misteriosa de Jesús justo antes de la Transfiguración.

Él no estaba hablando del fin del mundo. Estaba hablando de esto.

De hecho, Lucas señala que la Transfiguración tuvo lugar «como ocho días después de estas palabras», subrayando así su proximidad, lo que sugiere que fue el cumplimiento de esta sentencia.

transfiguracion Giovanni Bellini

 

¿QUIÉNES FUERON TESTIGOS DE LA TRANSFIGURACIÓN?

Los tres que tuvieron el privilegio de presenciar el evento son Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos principales. 

El hecho de que Jesús sólo permitió a tres de sus discípulos presenciar el evento pudo haber provocado la discusión, que se produjo más tarde, sobre cuál de los discípulos era el mayor (Lucas 9:46).

 

¿DÓNDE SE LLEVÓ A CABO LA TRANSFIGURACIÓN?

Lucas dice que Jesús llevó a los tres «a la montaña para orar.»

Esta montaña a menudo se piensa que es el monte Tabor en Israel, pero ninguno de los evangelios lo identifica con precisión.

Haz clic aquí para obtener más información sobre el Monte Tabor (aunque ten en cuenta que los evangelios en realidad no dicen que montaña era).

 

¿POR QUÉ SE LLEVA A CABO LA TRANSFIGURACIÓN?

El Catecismo lo explica de esta manera:

La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un “monte alto” prepara la subida al Calvario.

Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: “la esperanza de la gloria [CIC 568].

 

¿QUÉ NOS DICE LUCAS ACERCA DE ESTE EVENTO?

Lucas menciona varios detalles que los otros evangelistas no lo hacen:

Señala que esto sucedió mientras Jesús estaba orando.

Él menciona que Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño, y cuando se despertaron vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.

Él menciona que Pedro hizo la sugerencia de poner tres carpas para Jesús Moisés y Elías antes de que éstos partieran.

 

¿POR QUÉ APARECEN MOISÉS Y ELÍAS EN LA MONTAÑA?

Moisés y Elías representan los dos componentes principales del Antiguo Testamento: la ley y los profetas.

Moisés era el dador de la Ley, y Elías fue considerado como el más grande de los profetas.

El hecho que estas dos figuras hablaran de la partida de Jesús se iba a cumplir en Jerusalén, pone de manifiesto que la Ley y los Profetas señalan que llegó el Mesías y sus sufrimientos.

Esto presagia la propia explicación de las Escrituras de Jesús en el camino a Emaús, señalándose a sí mismo (Lc 24:27, 32).

monte tabor
Monte Tabor

 

¿POR QUÉ FUE MALA LA SUGERENCIA DE PEDRO?

El hecho que la sugerencia de Pedro se produjera cuando Moisés y Elías se están preparando para partir revela un deseo de prolongar la experiencia de la gloria.

Esto significa que Pedro está enfocando en el tema equivocado.

La experiencia de la Transfiguración está destinada a señalar los sufrimientos de Jesús está a punto de experimentar.
.
Tiene el propósito de fortalecer la fe de los discípulos.
.
Y les reveló de una manera poderosa la mano divina que está trabajando en los acontecimientos que Jesús experimentará.
.
Es por esto que Moisés y Elías han estado hablando sobre su partida que se iba a cumplir en Jerusalén.

Pedro pierde el punto y quiere quedarse en la montaña, en contra del mensaje de los dos visitantes celestiales que han venido a exponer.

Como reprimenda aparente de esto, ocurre una teofanía:

Mientras él decía esto, vino una nube que nos cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube.

Y vino una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo amado, a él oídlo. (Lc 9:34,35).

 

¿QUÉ PODEMOS APRENDER DE ESTE EVENTO?

La transfiguración fue un evento especial en el que Dios permitió a ciertos apóstoles tener una experiencia espiritual privilegiada que estaba destinada a fortalecer su fe para los retos que más tarde soportarán.

Pero fue sólo un evento temporal.

No estaba destinado a ser permanente.

De la misma manera, en ciertos momentos de esta vida, Dios puede dar a ciertos fieles (no a todos los fieles, y no todo el tiempo), experiencias especiales de su gracia que fortalezcan su fe.

Debemos bienvenida a estas experiencias por las gracias que son, pero no debemos esperar que continúen indefinidamente, ni debemos tener miedo o resentimiento cuando cesan.

 

¿CUANDO SE INSTAURÓ LA FIESTA?

El Obispo armenio Gregorio Arsharuni adscribe el origen de ésta fiesta a San Gregorio el Iluminador (337 dC), quien, afirma, sustituyó una celebración pagana de Afrodita llamada Vartabah.

Sin embargo, no ha sido hallada en los dos antiguos calendarios armenios.

La fiesta se originó probablemente, durante el s. IV o V dC, en lugar de alguna otra de naturaleza pagana, en algún lugar de las tierras altas de Asia Menor.

Al presente, los armenios observan la fiesta por tres días, como una de las cinco celebraciones mayores del año (séptimo domingo después de Pentecostés), precedida por un ayuno de seis días.

También en la Iglesia Siria es una fiesta de primer orden.

En la Iglesia Griega incluye una vigilia y Octava.

La Iglesia Latina adoptó lentamente esta fiesta, no siendo mencionada antes del 850 dC.

Fue adaptada en la liturgia en muchas diócesis, cerca del s. X y celebrada mayormente el 6 de agosto.

En la Galia e Inglaterra, el 27 de julio.

Asimismo, en Meissen, el 17 de marzo; en Halberstadt, el 3 de septiembre, etc.

El papa Calixto III, en 1457 la extendió a toda la cristiandad para conmemorar la victoria que los cristianos obtuvieron en Belgrado, sobre Mahomet II, conquistador de Constantinopla, cuya noticia llegó a Roma el 6 de agosto.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Foros de la Virgen María María de Jesús de Agreda MENSAJES Y VISIONES

La Transfiguración de Jesús, visión de María de Agreda

Transfigúrase Cristo nuestro Señor en el Tabor, en presencia de su Madre santísima;suben de Galilea a Jerusalén, para acercarse a la pasión; lo que sucedió en Betania con la unción de la Magdalena.

1099. Corrían ya más de dos años y medio de la predicación y maravillas de nuestro Redentor y Maestro Jesús, y se iba acercando el tiempo destinado por la eterna sabiduría para volverse al Padre por medio de su pasión y muerte y con ella dejar satisfecha la divina justicia y redimido el linaje humano. Y porque todas sus obras eran ordenadas a nuestra salud y enseñanza, llenas de divina sabiduría, determinó Su Majestad prevenir algunos de sus apóstoles para el escándalo que con su muerte habían de padecer1 y manifestárseles primero glorioso en el cuerpo pasible que habían de ver después azotado y crucificado, para que primero le viesen transfigurado con la gloria que desfigurado con las penas. Y esta promesa había hecho poco antes en presencia de todos, aunque no para todos sino para algunos, como lo refiere el evangelista san Mateo2 . Para esto eligió un monte alto, que fue el Tabor, en medio de Galilea y dos leguas de Nazaret hacia el Oriente y subiendo a lo más alto de él con los tres apóstoles Pedro, Jacobo y Juan su hermano, se transfiguró en su presencia, como lo cuentan los tres evangelistas san Mateo3 , san Marcos4 y san Lucas5 ; también se hallaron presentes a la transfiguración de Cristo nuestro Señor los dos profetas Moisés y Elías, hablando con Jesús de su pasión. Y estando transfigurado vino una voz del cielo en nombre del eterno Padre, que dijo: Este es mi Hijo muy amado, en quien yo me agrado; a él debéis oír 6.

1100. No dicen los evangelistas que se hallase María santísima a la maravilla de la transfiguración, ni tampoco lo niegan, porque esto no pertenecía a su intento, ni convenía en los evangelios manifestar el oculto milagro con que se hizo; pero la inteligencia que se me ha dado para escribir esta Historia es que la divina Señora, al mismo tiempo que algunos ángeles fueron a traer el alma de Moisés y a Elías de donde estaban, fue llevada por mano de sus santos ángeles al monte Tabor, para que viese transfigurado a su Hijo santísimo, como sin duda le vio; y aunque no fue necesario confortar en la fe a la Madre santísima como a los apóstoles, porque en ella estaba confirmada e invencible, pero tuvo el Señor muchos fines en esta maravilla de la transfiguración, y en su Madre santísima había otras razones particulares para no celebrar Cristo nuestro Redentor tan gran misterio sin su presencia. Y lo que en los apóstoles era gracia, en la Reina y Madre era como debido, por compañera y coadjutora de las obras de la redención, y lo había de ser hasta la cruz; y convenía confortarla con este favor para los tormentos que su alma santísima había de padecer, y que habiendo de quedar por Maestra de la Iglesia santa fuese testigo de este misterio y no le ocultase su Hijo santísimo lo que tan fácilmente le podía manifestar, pues le hacía patentes todas las operaciones de su alma santísima. Y no era el amor del Hijo para la divina Madre de condición que le negase este favor, cuando ninguno dejó de hacer con ella de los que manifestaban amarla con ternísimo afecto, y para la gran Reina era de excelencia y dignidad. Y por estas razones, y otras muchas que no es necesario referir ahora, se me ha dado a entender que María santísima asistió a la transfiguración de su Hijo santísimo y Redentor nuestro.

1101. Y no sólo vio transfigurada y gloriosa la humanidad de Cristo nuestro Señor, pero el tiempo que dura este misterio vio María santísima la divinidad intuitivamente y con claridad, porque el beneficio con ella no había de ser como con los apóstoles, sino con mayor abundancia y plenitud. Y en la misma visión de la gloria del cuerpo, que a todos fue manifiesta, hubo gran diferencia entre la divina Señora y los apóstoles; no sólo porque ellos al principio, cuando se retiró Cristo nuestro Señor a orar, estuvieron dormidos y somnolientos, como dice san Lucas7 , sino también porque con la voz del cielo fueron oprimidos de gran temor y cayeron los apóstoles sobre sus caras en tierra, hasta que el mismo Señor les habló y levantó, como lo cuenta san Mateo8 ; pero la divina Madre estuvo a todo inmóvil, porque, a más de estar acostumbrada a tantos y tan grandes beneficios, estaba entonces llena de nuevas cualidades, iluminación y fortaleza para ver la divinidad, y así pudo mirar de hito en hito la gloria del cuerpo transfigurado, sin padecer el temor y defecto que los apóstoles en la parte sensitiva. Otras veces había visto la beatísima Madre al cuerpo de su Hijo santísimo transfigurado, como arriba se ha dicho9 ; pero en esta ocasión con nuevas circunstancias y de mayor admiración y con inteligencias y favores más particulares, y así lo fueron también los efectos que causó en su alma purísima esta visión, de que salió toda renovada, inflamada y deificada. Y mientras vivió en carne mortal, nunca perdió las especies de esta visión, que tocaba a la humanidad gloriosa de Cristo nuestro Señor; y aunque le sirvió de gran consuelo en la ausencia de su Hijo, mientras no se le renovó su imagen gloriosa con otros beneficios que en la tercera parte veremos, pero también fue causa de que sintiese más las afrentas de su pasión, habiéndole visto Señor de la gloria, como se le representaba.

1102. Los efectos que causó en su alma santísima esta visión de todo Cristo glorioso no se pueden explicar con ninguna ponderación humana; y no sólo ver con tanta refulgencia aquella sustancia que había tomado el Verbo de su misma sangre y traído en su virginal vientre y alimentado a sus pechos, pero el oír la voz del Padre que le reconocía por Hijo, al que también lo era suyo y natural, y que le daba por Maestro a los hombres; todos estos misterios penetraba y ponderaba agradecida y alababa dignamente la prudentísima Madre al Todopoderoso, e hizo nuevos cánticos con sus ángeles, celebrando aquel día tan festivo para su alma y para la humanidad de su Hijo santísimo. No me detengo en declarar otras cosas de este misterio y en qué consistió la transfiguración del cuerpo sagrado de Jesús; basta saber que su cara resplandeció como el sol y sus vestiduras estuvieron más blancas que la nieve10 , y esta gloria resultó en el cuerpo de la que siempre tenía el Salvador en su alma divinizada y gloriosa; porque el milagro que se hizo en la encarnación, suspendiendo los efectos gloriosos que de ella habían de resultar en el cuerpo permanentemente, cesó ahora de paso en la transfiguración y participó el cuerpo purísimo de aquella gloria del alma, y éste fue el resplandor y claridad que vieron los que asistían a ella, y luego se volvió a continuar el mismo milagro, suspendiéndose los efectos del alma gloriosa; y como ella estaba siempre beatificada, fue también maravilla que el cuerpo recibiese de paso lo que por arden común había de ser perpetuo en él como en el alma.

1103. Celebrada la transfiguración, fue restituida la beatísima Madre a su casa de Nazaret, y su Hijo santísimo bajó del monte y luego vino a donde ella estaba, para despedirse de su patria y tomar el camino para Jerusalén, donde había de padecer en la primera Pascua, que sería para Su Majestad la última. Y pasados no muchos días, salió de Nazaret acompañado de su Madre santísima, de los apóstoles y discípulos que tenía y otras santas mujeres, discurriendo y caminando por medio de Galilea y Samaria, hasta llegar a Judea y Jerusalén. Y escribe esta jornada el evangelista san Lucas, diciendo que el Señor afirmó su cara para ir a Jerusalén11 , porque esta partida fue con alegre semblante y fervoroso deseo de llegar a padecer y con voluntad propia y eficaz de ofrecerse por el linaje humano, porque él mismo lo quería, y así no había de volver más a Galilea, donde tantas maravillas había obrado. Con esta determinación al salir de Nazaret confesó al eterno Padre y le dio gracias en cuanto hombre, porque en aquella casa y lugar había recibido la forma y ser humano, que por el remedio de los hombres ofrecía a la pasión y muerte que iba a recibir. Y entre otras razones que dijo Cristo Redentor nuestro en aquella oración, que yo no puedo explicar con las mías, fueron éstas:

1104. Eterno Padre mío, por cumplir vuestra obediencia voy con alegría y buena voluntad a satisfacer vuestra justicia y padecer hasta morir y reconciliar con vos a todos los hijos de Adán, pagando la deuda de sus pecados y abriéndoles las puertas del cielo que con ellos están cerradas. Voy a buscar los que se perdieron aborreciéndome y se han de reparar con la fuerza de mi amor. Voy a buscar y congregar los derramados de la casa de Jacob, a levantar los caídos, enriquecer a los pobres y refrigerar los sedientos, derribar los soberbios y ensalzar a los humildes. Quiero vencer al infierno y engrandecer el triunfo de vuestra gloria contra Lucifer y los vicios que sembró en el mundo. Quiero enarbolar el estandarte de la cruz, debajo del cual han de militar todas las virtudes y cuantos la siguieren. Quiero saciar mi corazón sediento de los oprobios y afrentas que son en vuestros ojos tan estimables. Quiero humillarme hasta recibir la muerte por mano de mis enemigos, para que nuestros amigos y escogidos sean honrados y consolados en sus tribulaciones y sean ensalzados con eminentes y copiosos premios cuando a ejemplo mío se humillaren a padecerlas. Oh cruz deseada, ¿cuándo me recibirás en tus brazos? Oh dulces oprobios y afrentas dolorosas, ¿cuándo me llevaréis a la muerte para dejarla vencida en mi carne que en todo fue inculpable? Dolores, afrentas e ignominias, azotes, espinas, pasión, muerte, venid, venid a mí que os busco; dejad hallaros luego de quien os ama y conoce vuestro valor. Si el mundo os aborreció, yo os codicio. Si él con ignorancia os desprecia, yo, que soy la verdad y sabiduría, os procuro porque os amo. Venid, pues, a mí, que si como hombre os recibiere, como Dios verdadero os daré la honra que os quitó el pecado y quien le hizo. Venid a mí, y no frustréis mis deseos, que si soy todopoderoso y por eso no llegáis, licencia os doy para que en mi humanidad empleéis todas vuestras fuerzas. No seréis de mí arrojados ni aborrecidos, como lo sois de los mortales. Destiérrese ya el engaño y fascinación mentirosa de los hijos de Adán, que sirven a la vanidad y mentira, juzgando por infelices a los pobres afligidos y afrentados del mundo; que si vieren al que es su verdadero Dios, su Criador y Maestro y Padre, padecer oprobios afrentosos, azotes, ignominias, tormentos y muerte de cruz y desnudez, ya cesará el error y tendrán por honra seguir a su mismo Dios crucificado.

1105. Estas son algunas razones de las que se me ha dado inteligencia formaba en su corazón el Maestro de la vida nuestro Salvador, y el efecto y obras manifestaron lo que no alcanzan mis palabras para acreditar los trabajos de la pasión, muerte y cruz, con los afectos de amor que las buscó y padeció. Pero todavía los hijos de la tierra somos de corazón pesado y no dejamos la vanidad. Estando pendiente a nuestros ojos la misma vida y verdad, siempre nos arrastra la soberbia, nos ofende la humildad y arrebata lo deleitable y juzgamos aborrecible lo penoso. ¡Oh error lamentable! ¡Trabajar mucho por no trabajar un poco, fatigarse demasiado por no admitir una pequeña molestia, resolverse estultamente a padecer una ignominia y confusión eterna por no sufrir una muy leve, y aun por no carecer de una honra vana y aparente! ¿Quién dirá, si tiene sano juicio, que esto es amarse a sí mismo? Pues ¿no le puede ofender más su mortal enemigo, con lo que le aborrece, que él con lo que obra en desagrado de Dios? Por enemigo tenemos al que nos lisonjea y regala, si debajo de esto nos arma la traición, y loco sería el que sabiéndolo se entregase en ella por aquel breve regalo y deleite. Si esta es verdad, como lo es, ¿qué diremos del juicio de los mortales seguidores del mundo? ¿Quién se le ha bebido?, ¿quién les embaraza el uso de la razón? ¡Oh cuán grande es el número de los necios!

1106. Sola María santísima, como imagen viva de su Unigénito entre los hijos de Adán, se ajustó con su voluntad y vida, sin disonar un ápice de todas sus obras v doctrina. Ella fue la prudentísima, la científica y llena de sabiduría, que pudo recompensar las menguas de nuestra ignorancia o estulticia y granjearnos la luz de la verdad en medio de nuestras pesadas tinieblas. Sucedió en la ocasión de que voy hablando, que la divina Señora en el espejo del alma santísima de su Hijo vio todos los actos y afectos interiores que obraba, y como aquel era el magisterio de sus acciones, conformándose con él hizo juntamente oración al eterno Padre y en su interior decía: Dios altísimo y Padre de las misericordias, confieso tu ser infinito e inmutable; te alabo y glorifico eternamente, porque en este lugar, después de haberme criado, tu dignación engrandeció el poder de tu brazo, levantándome a ser Madre de tu Unigénito con la plenitud de tu espíritu y antiguas misericordias, que conmigo, tu humilde esclava, magnificaste, y porque después, sin merecerlo yo, tu Unigénito, y mío en la humanidad que recibió de mi sustancia, se dignó de tenerme en su compañía tan deseable por treinta y tres años, que la he gozado con las influencias de su gracia y magisterio de su doctrina, que ha iluminado el corazón de tu sierva. Hoy, Señor y Padre eterno, desamparo mi patria y acompaño a mi Hijo y mi Maestro por tu divino beneplácito, para asistirle al sacrificio que de su vida y ser humano se ha de ofrecer por el linaje humano. No hay dolor que se iguale a mi dolor12 , pues he de ver al Cordero que quita los pecados del mundo entregado a los sangrientos lobos, al que es imagen viva y figura de tu sustancia, al que es engendrado ab aeterno en igualdad con ella y lo será por todas las eternidades, al que yo di el ser humano en mis entrañas, entregado a los oprobios y muerte de cruz y borrada con la fealdad de los tormentos la hermosura de su rostro, que es la lumbre de mis ojos y alegría de los ángeles. ¡Oh si fuera posible que recibiera yo las penas y dolores que le esperan y me entregara a la muerte para guardar su vida! Recibe, Padre altísimo, el sacrificio que con mi Amado te ofrece mi doloroso afecto, para que se haga tu santísima voluntad y beneplácito. ¡Oh qué apresurados corren las días y las horas para que llegue la noche de mi dolor y amargura! Día será dichoso para el linaje humano, pero noche de aflicción para mi corazón tan contristado con la ausencia del sol que le ilustraba. ¡Oh hijos de Adán, engañados y olvidados de vosotros mismos! Despertad ya de tan pesado sueño y conoced el peso de vuestras culpas, en el efecto que hicieron en vuestro mismo Dios y Criador. Miradle en mi deliquio, dolor y amargura. Acabad ya de ponderar los daños de la culpa.

1107. No puedo yo manifestar dignamente todas las obras y conceptos que la gran Señora del mundo hizo en esta despedida última de Nazaret, las peticiones y oraciones al eterno Padre, los coloquios dulcísimos y dolorosos que tuvo con su Hijo santísimo, la grandeza de su amargura y los méritos incomparables que adquirió; porque entre el amor santo y natural de madre verdadera, con que deseaba la vida de Jesús y excusarle los tormentos que había de padecer, y en la conformidad que tenía con la voluntad suya y del eterno Padre, era traspasado su corazón de dolor y del cuchillo penetrante que le profetizó Simeón13 .Y con esta aflicción decía a su Hijo razones prudentísimas y llenas de sabiduría, pero muy dulces y dolorosas, porque no le podía excusar de la pasión, ni morir en ella acompañándole. Y en estas penas excedió sin comparación a todos los Mártires que han sido y serán hasta el fin del mundo. Con esta disposición y afectos ocultos a los hombres prosiguieron los Reyes del cielo y tierra esta jornada desde Nazaret para Jerusalén por Galilea, a donde no volvió más en su vida el Salvador del mundo. Y según que se le acababa ya el tiempo de trabajar por la salud de los hombres, fueron mayores las maravillas que hizo en estos últimos meses antes de su pasión y muerte, como las cuentan los sagrados evangelistas14 , y desde esta partida de Galilea hasta el día que entró triunfando en Jerusalén, como adelante diré15 . Y hasta entonces, después de celebrada la fiesta o pascua de los tabernáculos, discurrió el Salvador y se ocupó en Judea aguardando la hora y tiempo determinado en que se había de ofrecer al sacrificio, cuando y como él mismo quería.

1108. Acompañóle en esta jornada continuamente su Madre santísima, salvo algunos ratos que se apartaron por acudir los dos a diferentes obras y beneficios de las almas. Y en este ínterin quedaba san Juan asistiéndola y sirviéndola, y desde entonces observó el sagrado evangelista grandes misterios y secretos de la purísima Virgen y Madre y fue ilustrado en altísima luz para entenderlos. Entre las maravillas que obraba la prudentísima y poderosa Reina, eran las más señaladas y con mayores realces de caridad cuando encaminaba sus afectos y peticiones a la justificación de las almas, porque también ella, como su Hijo santísimo, hizo mayores beneficios a los hombres, reduciendo muchos al camino de la vida, curando enfermos, visitando a los pobres y afligidos, a los necesitados y desvalidos, ayudándoles en la muerte, sirviéndoles por su misma persona, y más a los más desamparados, llagados y doloridos. Y de todo era testigo el amado Discípulo, que ya tenía por su cuenta el servirla. Pero como la fuerza del amor había crecido tanto en María purísima con su Hijo y Dios eterno y le miraba en la despedida de su presencia para volverse al Padre, padecía la beatísima Madre tan continuos vuelos del corazón y deseos de verle, que llegaba a sentir unos deliquios amorosos en ausentarse de su presencia, cuando se dilataba mucho rato el volver a ella. Y el Señor, como Dios e Hijo miraba lo que sucedía en su amantísima Madre, se obligaba y la correspondía con recíproca fidelidad, respondiéndola en su secreto aquellas palabras que aquí se verificaron a la letra: Vulneraste mi corazón, hermana mía, herístele con uno de tus ojos16 . Porque como herido y vencido de su amor le traía luego a su presencia. Y según lo que en esto se me ha dado a entender, no podía Cristo nuestro Señor, en cuanto hombre, estar lejos de la presencia de su Madre, si daba lugar a la fuerza del afecto que como a Madre, y que tanto le amaba, la tenía, y naturalmente le aliviaba y consolaba con su vista y presencia; y la hermosura de aquella alma purísima de su Madre le recreaba y hacía suaves los trabajos y penalidades, porque la miraba como fruto suyo único y singular de todos, y la dulcísima vista de su persona era de gran alivio para las penas sensibles de Su Majestad.

1109. Continuaba nuestro Salvador sus maravillas en Judea, donde estos días entre otras sucedió la resurrección de Lázaro en Betania17 , a donde vino llamado de las dos hermanas Marta y María. Y porque estaba muy cerca de Jerusalén se divulgó luego en ella el milagro, y los pontífices y fariseos irritados con esta maravilla hicieron el concilio18 donde decretaron la muerte del Salvador y que si alguno tuviese noticia de él le manifestase; porque después de la resurrección de Lázaro se retiró Su Divina Majestad a una ciudad de Efrén, hasta que llegase la fiesta de la Pascua, que no estaba lejos. Y cuando fue tiempo de volver a celebrarla con su muerte, se declaró más con los doce discípulos, que eran los apóstoles, y les dijo a ellos solos que advirtiesen subían a Jerusalén19, donde el Hijo del Hombre, que era él, sería entregado a los príncipes de los fariseos y sería prendido, azotado y afrentado hasta morir crucificado. Y en el ínterin los sacerdotes estaban cuidadosos espiándole si subía a celebrar la Pascua. Y seis días antes llegó otra vez a Betania, donde había resucitado a Lázaro, y donde fue hospedado de las dos hermanas, y le hicieron una cena muy abundante para Su Majestad y María santísima su Madre y todos los que los acompañaban para la festividad de la Pascua; y entre los que cenaron uno fue Lázaro, a quien pocos días antes había resucitado.

1110. Estando recostado el Salvador del mundo en este convite, conforme a la costumbre de los judíos, entró María Magdalena llena de divina luz y altos y nobilísimos pensamientos, y con ardentísimo amor, que a Cristo su divino Maestro tenía, le ungió los pies y derramó sobre ellos y su cabeza un vaso o pomo de alabastro lleno de licor fragantísimo y precioso, de confección de nardos y otras cosas aromáticas; y los pies limpió con sus cabellos, al modo que otra vez lo había hecho en su conversión y en casa del fariseo, que cuenta san Lucas20. Y aunque esta segunda unción de la Magdalena la cuentan los otros tres evangelistas21 con alguna diferencia, pero no he entendido que fuesen dos unciones, ni dos mujeres, sino una sola la Magdalena, movida del divino Espíritu y del encendido amor que tenía a Cristo nuestro Salvador. De la fragancia de estos ungüentos se llenó toda la casa, porque fueron en cantidad y muy preciosos, y la liberal enamorada quebró el vaso para derramarlos sin escasez y en obsequio de su Maestro. Y el avariento apóstol Judas, que deseaba se le hubiesen entregado para venderlos y coger el precio, comenzó a murmurar de esta unción misteriosa y a mover a algunos de los otros apóstoles con pretexto de pobreza y caridad con los pobres, a quienes –decía– se les defraudaba la limosna, gastando sin provecho y con prodigalidad cosa de tanto valor, siendo así que todo eso era con disposición divina, y él hipócrita, avariento y desmesurado.

1111. El Maestro de la verdad y vida disculpó a la Magdalena, a quien Judas reprendía de pródiga y poco advertida, y el Señor le dijo a él y a los demás que no la molestasen, porque aquella acción no era ociosa y sin justa causa, y a los pobres no por esto se les perdía la limosna que quisiesen hacerles cada día, y con su persona no siempre se podía hacer aquel obsequio, que era para su sepultura, la que prevenía aquella generosa enamorada con espíritu del cielo, testificando en la misteriosa unción que ya el Señor iba a padecer por el linaje humano, y que su muerte y sepultura estaban muy vecinas; pero nada de esto entendía el pérfido discípulo, antes se indignó furiosamente contra su Maestro, porque justificó la obra de la Magdalena. Y viendo Lucifer la disposición de aquel depravado corazón, le arrojó en él nuevas flechas de codicia, indignación y mortal odio contra el autor de la vida. Y desde entonces propuso de maquinarle la muerte y en llegando a Jerusalén dar cuenta a los fariseos y desacreditarle con ellos con audacia como en efecto lo cumplió. Porque ocultamente se fue a ellos y les dijo que su Maestro enseñaba nuevas leyes contrarias a la de Moisés y de los emperadores, que era amigo de convites, de gente perdida y profana, y a muchos de mala vida admitía, a hombres y mujeres, y los traía en su compañía; que tratasen de remediarlo, porque no les sucediese alguna ruina que después no pudiesen recuperar. Y como los fariseos estaban ya del mismo acuerdo, gobernándolos a ellos y a Judas el príncipe de las tinieblas, admitieron el aviso, y de él salió el concierto de la venta de Cristo nuestro Salvador.

1112. Todos los pensamientos de Judas eran patentes, no sólo al divino Maestro, sino también a su Madre santísima. Y el Señor no habló palabras a Judas, ni cesó de hablarle como padre amoroso y enviarle inspiraciones santas a su obstinado corazón. Pero la Madre de clemencia añadió a ellas nuevas exhortaciones y diligencias para detener al precipitado discípulo; y aquella noche del convite, que fue sábado antes del domingo de Ramos, le llamó y habló a solas, y con dulcísimas y eficaces palabras y copiosas lágrimas le propuso su formidable peligro y le pidió mudase de intento, y si tenía enojo con su Maestro, tomase contra ella la venganza, que sería menor mal porque era pura criatura y él su Maestro y verdadero Dios; y para saciar la codicia de aquel avariento corazón le ofreció algunas cosas que para este intento la divina Madre había recibido de mano de la Magdalena. Pero ninguna de estas diligencias fueron poderosas con el ánimo endurecido de Judas, ni tan vivas y dulces razones hicieron mella en su corazón más duro que diamante. Antes por el contrario, como no hallaba qué responder y le hacían fuerza las palabras de la prudentísima Reina, se enfureció más y calló mostrándose ofendido. Pero no por eso tuvo vergüenza de tomar lo que le dio, porque era igualmente codicioso y pérfido. Con esto le dejó María santísima y se fue a su Hijo y Maestro, y llena de amargura y lágrimas se arrojó a sus pies, y le habló con razones prudentísimas, pero muy dolorosas, de compasión o de algún sensible consuelo para su amado Hijo, que miraba en su humanidad santísima, que padecía algunas tristezas por las mismas razones que después dijo a los discípulos que estaba triste su alma hasta la muerte. Y todas estas penas eran por los pecados de los hombres, que habían de malograr su pasión y muerte, como adelante diré.

Doctrina de la Reina del cielo María Santísima.

1113. Hija mía, pues en el discurso de mi vida que escribes, cada día vas entendiendo más y declarando el amor ardentísimo con que mi Señor y tu Esposo, y yo con él, abrazamos el camino de la cruz y del padecer y que sólo éste elegimos en la vida mortal, razón será que como recibes esta ciencia, y yo te repito su doctrina, camines tú en imitarla. Esta deuda crece en ti desde el día que te eligió por esposa, y siempre va aumentándose, y no te puedes desempeñar si no abrazas los trabajos y los amas con tal afecto que para ti sea la mayor pena el no padecerlos. Renueva cada día este deseo en tu corazón, que te quiero muy sabia en esta ciencia que ignora y aborrece el mundo; pero advierte asimismo que no quiere Dios afligir a la criatura sólo por afligirla, sino por hacerla capaz y digna de los beneficios y tesoros que por este medio le tiene preparados sobre todo humano pensamiento. Y en fe de esta verdad y como en prendas de esta promesa se quiso transfigurar en el Tabor en presencia mía y de algunos discípulos; y en la oración que allí hizo al Padre, que yo sola conocí y entendí, habiéndose humillado su humanidad santísima, confesándole por verdadero Dios, infinito en perfecciones y atributos, como lo hacía siempre que quería hacer alguna petición, le suplicó que todos los cuerpos mortales que por su amor se afligiesen y trabajasen en su imitación en la nueva ley de gracia participasen después de la gloria de su mismo cuerpo, y para gozar de ella en el grado que a cada uno le correspondiese, resucitasen en el mismo cuerpo el último día del juicio final unidos a sus propias almas. Y porque el eterno Padre concedió esta petición, quiso que se confirmase como contrato entre Dios y los hombres, con la gloria que recibió el cuerpo de su Maestro y Salvador, dándole en rehenes la posesión de lo que pedía para todos sus seguidores. Tanto peso como éste tiene el momentáneo trabajo que toman los mortales en privarse de las viles delectaciones terrenas y mortificar su carne y padecer por Cristo mi Hijo y Señor.

1114. Y por los merecimientos infinitos que él interpuso en esta petición, es corona de justicia para la criatura esta gloria que le toca, como miembro de la cabeza Cristo que se la mereció; pero esta unión ha de ser por la gracia e imitación en el padecer, a que corresponde el premio. Y si padecer cualquiera de los trabajos corporales tiene su corona, mucho mayor será padecer, sufrir y perdonar las injurias y dar por ellas beneficios, como lo hicimos nosotros con Judas; pues no sólo no lo despidió el Señor del apostolado, ni se mostró indignado con él, sino que le aguardó hasta el fin, que por su malicia se acabó de imposibilitar para el bien, con entregarse al demonio. En la vida mortal camina el Señor con pasos muy lentos a la venganza, pero después recompensará la tardanza con la gravedad del castigo. Y si Dios sufre y espera tanto, ¿cuánto debe sufrir un vil gusano a otro que es de su misma naturaleza y condición? Con esta verdad, y con el celo de la caridad de tu Señor y Esposo, has de regular tu paciencia, tu sufrimiento y el cuidado de la salvación de las almas. Y no te digo en esto que has de sufrir lo que fuere contra la honra de Dios, que eso no fuera ser verdadera celadora del bien de tus prójimos, pero que ames a la hechura del Señor y aborrezcas el pecado, que sufras y disimules lo que a ti te toca y trabajes porque todos se salven en cuanto fuere posible. Y no desconfíes luego cuando no veas el fruto, antes presentes al eterno Padre los méritos de mi Hijo santísimo y mi intercesión y la de los ángeles y santos, que coma Dios es caridad v están en Su Majestad los bienaventurados la ejercitan con los viandantes.

Libro VI – Capítulo 6 en Mística Ciudad de Dios

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Foros de la Virgen María María Valtorta: Italia MENSAJES Y VISIONES

La Transfiguración de Jesús, visión de María Valtorta

LA TRANSFIGURACIÓN Y EL EPILÉPTICO CURADO

¿Qué hombre hay que no haya visto, por lo menos una vez en su vida, un amanecer sereno de marzo? y si lo hubiere, es muy infeliz, porque no conoce una de las bellezas más grandes de la naturaleza a la que la primavera ha despertado, la hecho cual una doncella, como debía haberlo sido en el primer día.

En medio de esta belleza, que es límpida en todos aspectos y cosas desde las hierbas nuevas y llenas de rocío, hasta las florecitas que se abren, como niños que acabaran de nacer, desde la primera sonrisa que la luz dibuja en el día, hasta los pajarillos que se despiertan con un batir de alas y lanzan su primer «pío» interrogativo, preludio de todos sus canoros discursos que lanzarán durante el día, hasta el aroma mismo del aire que ha perdido en la noche, con el baño del rocío y la ausencia del hombre, toda mota de polvo, humo, olor de cuerpo humano, van caminando Jesús, los apóstoles y discípulos. Con ellos viene también Simón de Alfeo. Van en dirección del sudeste, pasando las colinas que coronan Nazaret, atraviesan un arroyo, una llanura encogida entre las colinas nazaretanas y un grupo de montes en dirección hacia el este. El cono semitrunco del Tabor precede a estos montes. El cono semitrunco me recuerda, no sé por qué, en su cima a la lámpara de nuestra ronda vista de perfil.

Llegan al Tabor. Jesús se detiene y dice: «Pedro, Juan y Santiago de Zebedeo, venid conmigo arriba al monte. Los demás desparramaos por las faldas, yendo por los caminos que lo rodean, y predicad al Señor. Quiero estar de regreso en Nazaret al atardecer. No os alejéis, pues, mucho. La paz esté con vosotros.» Y volviéndose a los tres, dice: «Vamos», y empieza a subir sin volver su mirada atrás y con un paso tan rápido que Pedro que le sigue, apenas si puede.

En un momento en que se detienen, Pedro colorado y sudado, le pregunta jadeando: «¿A dónde vamos? No hay casas en el monte. En la cima está aquella vieja fortaleza. ¿Quieres ir a predicar allá?»

«Hubiera tomado el otro camino. Estás viendo que le he volteado las espaldas. No iremos a la fortaleza, y quien estuviere en ella ni siquiera nos verá. Voy a unirme con mi Padre, y os he querido conmigo porque os amo. ¡Ea, ligeros!»

«Oh, Señor mío, ¿no podríamos ir un poco más despacio, y así hablar de lo que oímos y vimos ayer, que nos dio para pasar halando toda la noche?»

«A las citas con Dios hay que ir rápidos. ¡Fuerzas, Simón Pedro! ¡Allá arriba descansaréis!» Y continúa subiendo…

Estoy con mi Jesús sobre un monte alto. Con Jesús están Pedro, Santiago y Juan. Siguen subiendo. La mirada alcanza los horizontes. es un sereno día que hace que aun las cosas lejanas se distingan bien.

El monte no forma parte de algún sistema montañoso como el de Judea. Se yergue solitario. Teniendo en cuenta el lugar donde se encuentra, tiene ante sí el oriente, el norte a la izquierda, a la derecha el sur y a sus espaldas el oeste y la cima que se yergue todavía a unos cuantos centenares de pasos.

Es muy elevado. Uno puede ver hasta muy lejos. El lago de Genesaret parece un trozo de cielo caído para engastarse entre el verdor de la tierra, una turquesa oval encerrada entre esmeraldas de diversa claridad, un espejo que tiembla, que se encrespa un poco al contacto de un ligero viento por el que se resbalan con agilidad de gaviotas, las barcas con sus velas desplegadas, un tantín encorvadas hacia las azulejas ondas, con esa gracia con que el halcón hiende los aires, cuando va de picada en pos de su presa. De esa vasta turquesa sale una vena, de un azul más pálido, allá donde el arenal es más ancho, y más oscuro allá donde las riberas se estrechan, el agua es más profunda y cobriza por la sombra que proyectan los árboles que robustos crecen cerca del río, que se alimentan de sus aguas. El Jordán parece una pincelada casi rectilínea en la verde llanura. Hay poblados sembrados acá y allá del río. Algunos no son más que un puñado de casa, otros más grandes, casi como ciudades. Los caminos principales no son más que líneas amarillentas entre el verdor. Aquí, dada la situación del monte, la llanura está más cultivada y es más fértil, muy bella. Se distinguen los diversos cultivos con sus diversos colores que ríen al sol que desciende de un firmamento muy azul.

Debe ser primavera, tal vez marzo, si calculo bien la latitud de Palestina, porque veo que el trigo está ya crecido, todavía verde, que ondea como un mar, veo los penacho de los árboles más precoces con sus frutos en sus extremidades como nubecillas blancas y rosadas en este pequeño mar vegetal, luego prados todos en flor debido al heno por donde las ovejas van comiendo su cotidiano alimento.

Junto al monte, en las colinas que le sirven como de base, colinas bajas, cortas, hay dos ciudades, una al sur, y otra al norte.

Después de un breve reposo bajo el fresco de un grupo de árboles, por compasión a Pedro a quien las subidas cuestan mucho, se prosigue la marcha. Llegan casi hasta la cresta, donde hay una llanura de hierba en que hay un semicírculo de árboles hacia la orilla.

«¡Descansad, amigos! Voy allí a orar.» Y señala con la mano una gran roca, que sobresale del monte y que se encuentra no hacia la orilla, sino hacia el interior, hacia la cresta.

Jesús se arrodilla sobre la tierra cubierta de hierba y apoya las manos y la cabeza sobre la roca, en la misma posición que tendrá en el Getsemaní. No le llega el sol porque lo impide la cresta, pero lo demás está bañado de él, hasta la sombra que proyectan los árboles donde se han sentado los apóstoles.

Pedro se quita las sandalias, les quita el polvo y piedrecillas, y se queda así, descalzo, con los pies entre la hierba fresca, como estirado, con la cabeza sobre un montón de hierba que le sirve de almohada.

Lo imita Santiago, pero para estar más cómodo busca un tronco de árbol sobre el que pone su manto y sobre él la cabeza.

Juan se queda sentado mirando al Maestro, pero la tranquilidad del lugar, el suave viento, el silencio, el cansancio lo vencen. Baja la cabeza sobre el pecho, cierra sus ojos. Ninguno de los tres duerme profundamente. Se ha apoderado de ellos esa somnolencia de verano que atonta solamente.

De pronto los sacude una luminosidad tan viva que anula la del sol, que se esparce, que penetra hasta bajo lo verde de los matorrales y árboles, donde están

Abren los ojos sorprendidos y ven a Jesús transfigurado. Es ahora tal y cual como lo veo en las visiones del paraíso. Naturalmente sin las llagas o sin la señal de la cruz, pero la majestad de su rostro, de su cuerpo es igual, igual por la luminosidad, igual por el vestido que de un color rojo oscuro se ha cambiado en un tejido de diamantes, de perlas, en vestido inmaterial, cual lo tiene en el cielo. Su rostro es un sol expendidísimo, en que resplanden sus ojos de zafiro. Parece todavía más alto, como si su glorificación hubiese cambiado su estatura. No sabría decir si la luminosidad, que hace hasta fosforescente la llanura, provenga toda de El o si sobre la suya propia está mezclada la luz que hay en el universo y en los cielos. Sólo sé que es una cosa indescriptible.

Jesús está de pie, más bien, como si estuviera levantado sobre la tierra, porque entre El y el verdor del prado hay como un río de luz, un espacio que produce una luz sobre la que El esté parado. Pero es tan fuerte que puedo casi decir que el verdor desaparece bajo las plantas de Jesús. Es de un color blanco, incandescente. Jesús está con su rostro levantado al cielo y sonría a lo que tiene ante Sí.

Los apóstoles se sienten presa de miedo. lo llaman, porque les parece que no es más su Maestro. «¡Maestro, Maestro!» lo llaman con ansia.

El no oye.

«Está en éxtasis» dice Pedro tembloroso. «¿Qué estará viendo?»

Los tres se han puesto de pie, quieren acercarse a Jesús, pero no se atreven.

La luz aumenta mucho más por dos llamas que bajan del cielo y se ponen al lado de Jesús. Cuando están ya sobre el verdor, se descorre su velo y aparecen dos majestuosos y luminosos personajes. Uno es más anciano, de mirada penetrante, severa, de larga partida en dos. De su frente salen cuernos de luz, que me lo señalan como a Moisés. El otro es más joven, delgado, barbudo y velloso, algo así como el Bautista, al que se parece por su estatura, delgadez, formación corporal y severidad. Mientras la luz de Moisés es blanca como la de Jesús, sobre todo en los rayos que brotan de la frente, la que emana de Elías, es solar, de llama viva.

Los dos profetas asumen una actitud de reverencia ante su Dios encarnado y si les habla con familiaridad, ellos no pierden su actitud reverente. No comprendo ni una de las palabras que dicen.

Los tres apóstoles caen de rodillas, con la cara entre las manos. Quieren ver, pero tienen miedo. Finalmente Pedro habla: «¡Maestro! ¡Maestro, óyeme!» Jesús vuelve su mirada con una sonrisa. Pedro toma ánimos y dice: «¡Es bello estar aquí contigo, con Moisés y Elías! Si quieres haremos tres tiendas, para Ti, para Moisés y para Elías, ¡nos quedaremos aquí a servirte!…»

Jesús lo mira una vez más y sonríe vivamente. Mira también a Juan y a Santiago, una mirada que los envuelve amorosamente. También Moisés y Elías miran fijamente a los tres. Sus ojos brillan, deben ser como rayos que atraviesan los corazones.

Los apóstoles no se atreven a añadir una palabra más. Atemorizados, callan. Parece como si estuvieran un poco ebrios, pero cuando un velo que no es neblina, que no es nube, que no es rayo, envuelve y separa a los tres gloriosos detrás de un resplandor mucho más vivo, los esconde a la mirada de los tres, una voz poderosa,  armoniosa vibra, llena el espacio. Los tres caen con la cara sobre la hierba.

«Este es mi Hijo amado, en quien encuentro mis complacencias. ¡Escuchadlo!»

Pedro cuando se ha echado por tierra exclama: «¡Misericordia de mí que soy un pecador! Es la gloria de Dios que desciende.» Santiago no dice nada. Juan murmura algo, como si estuviese próximo a desvanecerse: «¡El Señor ha hablado!»

Nadie se atreve a levantar la cabeza aun cuando el silencio es absoluto. No ven por esto que la luz solar ha vuelto a su estado, que Jesús está solo y que ha tornado a ser el Jesús con su vestido rojo oscuro. Se dirige a ellos sonriente. Los toca, los mueve, los llama por su nombre.

«Levantaos. Soy Yo. No tengáis miedo» dice, porque los tres no se han atrevido a levantar su cara e invocan misericordia sobre sus pecados, temiendo que sea el ángel de Dios que quiere presentarlos ante el Altísimo.

«¡Levantaos, pues! ¡Os lo ordeno!» repite Jesús con imperio. Levantan la cara y ven a Jesús que sonríe.

«¡Oh, Maestro! ¡Dios mío!» exclama Pedro. «¿Cómo vamos a hacer para tenerte a nuestro lado, ahora que hemos visto tu gloria? ¿Cómo haremos para vivir entre los hombres, nosotros, hombres pecadores, que hemos oído la voz de Dios?»

«Debéis vivir a mi lado, ver mi gloria hasta el fin. Haceos dignos porque el tiempo está cercano. Obedeced al Padre mío y vuestro. Volvamos ahora entre los hombres porque he venido para estar entre ellos y para llevarlos a Dios. Vamos. Sed santos, fuertes, fieles por recuerdo de esta hora. Tendréis parte en mi completa gloria, pero no habléis nada de esto, a nadie, ni a los compañeros. Cuando el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos y vuelto a la gloria del Padre, entonces hablaréis, porque entonces será necesario creer para tener parte en mi reino.»

¿No debe acaso venir Elías a preparar tu reino?

«Elías ya vino y ha preparado los camino del Señor. Todo sucede como se ha revelado, pero lo que enseña la revelación no la conocen y no la comprenden. No ven y no reconocen las señales de los tiempos, y a los que Dios ha enviado. Elías ha vuelto una vez. La segunda será cuando lleguen los últimos tiempos para preparar los hombres a Dios. Ahora ha venido a preparar los primeros al Mesías, y los hombres no lo han querido reconocer y lo han atormentado y matado. Lo mismo harán con el Hijo del hombre, porque los hombres no quieren reconocer lo que es su bien.»

Los tres bajan pensativos y tristes la cabeza. Descienden por el camino que los trajo a la cima.

… A mitad del camino, Pedro en voz baja dice: «¡Ah, Señor» Repito lo que dijo ayer tu Madre: «¿Por qué nos has hecho esto?» Tus últimas palabras borraron la alegría de la gloriosa vista que tenían ante sí nuestros corazones. Es un día que no se olvidará. Primero nos llenó de miedo la gran luz que nos despertó, más fuerte que si el monte estuviera en llamas, o que si la luna hubiera bajado sobre el prado, bajo nuestro ojos. Luego tu mirada, tu aspecto, tu elevación sobre el suelo, como si estuvieses pronto a volar. Tuve miedo de que, disgustado de la maldad de Israel, regresases al cielo, tal vez por orden del Altísimo. Luego tuve miedo de ver aparecer a Moisés, a quien sus contemporáneos no podían ver sin velo, por que brillaba sobre su cara el reflejo de Dios, y no era más que hombre, mientras ahora es un espíritu bienaventurado, y Elías… ¡Misericordia divina! Creí que había llegado mi último momento. Todos los pecados de mi vida, desde cuando me robaba la fruta, allá cuando era pequeñín, hasta el último de haberte mal aconsejado hace algunos días, vinieron a mi memoria. ¡Con qué temor me arrepentí! Luego me pareció que me amaban los dos justos… y porque no merezco el amor de semejantes espíritus. Y ¡luego»… ¡luego» ¡El miedo de los miedos! ¡La voz de Dios!… ¡Yeové habló! ¡A nosotros! Ordenó: «¡Escuchadlo!» Te proclamó «su hijo amado en quien encuentra sus complacencias» ¡Qué miedo! ¡Yeové! ¡A nosotros!… ¡No cabe duda que tu fuerza nos ha mantenido la vida!… Cuando nos tocaste, y tus dedos ardían como puntas de fuego, sufrí el último miedo. Creí que había llegado la hora de ser juzgado y que el ángel me tocaba para tomar mi alma y llevarla ante el Altísimo… ¿Pero cómo hizo tu Madre para ver… para oír… para vivir, en una palabra, esos momentos de los que ayer hablaste, sin morir, Ella que estaba sola, que era una jovencilla, y sin Ti?»

«María, que no tiene culpa, no podía temer a Dios. Eva tampoco lo temió mientras fue inocente y Yo estaba. Yo, el Padre y el Espíritu. Nosotros que estamos en el cielo, en la tierra y en todo lugar, que teníamos y tenemos nuestro tabernáculo en el corazón de María.» explica dulcemente Jesús.

«¡Qué cosas!… ¡Qué cosas! Pero luego hablaste de muerte… Y toda nuestra alegría se acabó… Pero ¿por qué a nosotros tres? ¿No hubiera sido mejor que todos hubiesen visto tu gloria?»

«Exactamente porque muerto de miedo como estáis al oír hablar de la muerte, y muerte por suplicio del Hijo del Hombre, del Hombre-Dios, El ha querido fortificaros para aquella hora y para siempre con un conocimiento anterior de lo que seré después de la muerte. Acordaos de ello, para que lo digáis a su tiempo ¿Comprendido?»

«Sí, Señor. No es posible olvidarlo. Sería inútil contarlo. Dirían que estábamos «ebrios».»

Vuelven en dirección del valle. En un determinado punto Jesús toma por un áspero atajo en dirección de Endor, esto es, por el lado opuesto en que dejó a los discípulos.

«No los encontraremos» dice Santiago. «El sol empieza a declinar. Estarán juntándose para esperarte donde los dejamos.»

«Ven y no te formes pensamientos necios.»

De hecho al salir del bosque y entrar en un llano que levemente baja hasta encontrarse con el camino principal, ven al grupo de discípulos, a los que se han agregado viajeros curiosos, escribas que han llegado de no sé dónde, y que dan señales de excitación.

«¡Ay de mí! ¡Escribas!… ¡Y ya están disputando!» exclama Pedro señalándolos. Y baja los últimos metro de mala gana.

Los que están abajo, los han visto y los señalan, luego a la carrera vienen a Jesús, gritando: «¿Como es posible, Maestro, que hayas venido por esta parte? Estábamos a punto de irnos al lugar indicado. Pero los escribas nos han entretenido con sus disputas, y las súplicas de un padre adolorido.»

«¿De qué disputabais entre vosotros?»

«A causa de un endemoniado. Los escribas se han burlado de nosotros, porque no hemos podido curarlo. Judas de Keriot se ha puesto al frente, pero ha sido inútil. Entonces dijimos: «Hacedlo vosotros». Contestaron: «No somos exorcistas». Por casualidad han pasado algunos que venían de Caslot-Tabor, entre los que había dos exorcistas, pero tampoco ellos pudieron hacerlo algo. Aquí está el padre que ha venido a suplicártelo. ¡Escúchalo!»

Se adelanta en actitud suplicante, se arrodilla ante Jesús que no ha bajado del suave declive, de modo que está más alto, unos tres metros, y todos lo pueden ver.

«¡Maestro!» dice, «iba a Cafarnaum a llevarte a mi hijo. Te lo llevaba para que lo librases, Tú que arrojas a demonios y curas cualquier enfermedad. Es presa de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él no emite más que gritos roncos, como una bestia a la que se degüella. El espíritu lo echa por tierra. El se revuelca rechinando los dientes, espumando como un caballo que moridera el freno, se hiere, y se expone a morir ahogado o quemado, o bien, hecho pedazos, porque el espíritu más de una vez lo ha arrojado al agua, al fuego, o de las escaleras abajo. Tus discípulos hicieron la prueba, pero no lo lograron. ¡Oh, Señor bueno, piedad de mí y de mi hijo!»

El rostro de Jesús relampaguea. Grita: «¡Oh generación perversa! ¡oh turba satánica! ¡legión rebelde! ¡pueblo del infierno incrédulo y cruel! ¿hasta cuándo deberé estar en contacto contigo? ¿Hasta cuándo deberé soportarte?» Tan imponente es que invade un silencio absoluto y cesan las indirectas de los escribas.

Jesús dice al padre: «Levántate y tráeme aquí a tu hijo.»

Va y regresa con otros, en cuyo centro viene un muchacho como de doce a catorce años. Un buen mozo pero de mirada un poco tonta. En su frente se ve una larga herida, y más abajo una antigua cicatriz. Apenas ve a Jesús, que lo mira con sus ojos magnéticos, emite un grito ronco, contuerce todo el cuerpo, se echa por tierra espumando y girando los ojos, de modo que se ve el bulbo blanco. Es la característica de la convulsión epiléptica.

Jesús da unos cuantos pasos. Se acerca, dice: «¿Desde cuándo le sucede esto? Habla fuerte, para que todos oigan.»

El hombre habla en voz alta, mientras el círculo de la gente se estrecha, y los escribas suben más arriba de Jesús para dominar la escena. Dice: «Desde pequeño. Ya te lo he dicho. Frecuentemente cae en el fuego, en el agua, o de las escaleras, de los árboles, porque el espíritu lo asalta de improviso y le hace el mal posible para matarlo. Está lleno de cicatrices y quemaduras. Es mucho que el fuego no lo haya cegado.  Ningún médico, ni exorcista, ni siquiera tus discípulos pudieron curarlo. Pero Tú, si como creo firmemente, puedes algo, ten piedad de nosotros y socórrenos.»

«Si puedes creer de este modo, todo me es posible, porque todo se concede a quien cree.»

«¡Oh, Señor, sí creo! Pero si no fuere suficiente, auméntame la fe, para que sea perfecta y obtenga el milagro» dice el hombre, de rodillas, entre lágrimas, cerca de su hijo presa más que nunca de las convulsiones.

Jesús se yergue, retrocede unos pasos, mientras la multitud cierra más el círculo. En voz alta dice: «¡Espíritu maldito que haces sordo y mudo al niño y lo atormentas, Yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar!»

El niño, aunque echado por tierra, da tremendos brincos que no son de un ser humano. Después del último brinco, en que se revuelca pegando la frente y al boca contra una piedra saliente de la hierba, que se tiñe de sangre, se queda inmóvil.

«¡Ha muerto!» gritan muchos.

«¡Pobre muchacho!» «¡Pobre padre!» compadecen otros.

Los escribas guiñando el ojo: «¡Que si te ha ayudado el nazareno!» o bien: «Maestro ¿qué pasa? ¡Esta vez Belzebú te ha hecho pasar un mal rato!…» y se ríen venenosamente.

Jesús no responde a nadie, ni siquiera al padre que ha volteado a su hijo y le seca la sangre de la frente y de los labios, gimiendo, invocando a Jesús, el cual se inclina y toma de la mano al jovenzuelo. Este abre los ojos con un largo suspiro, como si despertase de un sueño, se sienta, sonríe. Jesús lo tira hacia Sí, lo pone en pie, lo entrega a su padre, mientras que la gente grita de entusiasmo, y los escribas huyen, perseguidos por las risotadas y burlas de ella.

«Vámonos» dice Jesús a sus discípulos. Despedido que hubo a la multitud, da vuelta al monte y toma el camino por el que había venido en la mañana.

 

LECCIÓN A LOS DISCÍPULOS DESPUÉS DE LA TRANSFIGURACIÓN

Nuevamente están en la casa de Nazaret. O para ser más precisos, están entre los olivos, esperando la hora de descansar. Han prendido una pequeña antorcha para ver, porque es noche, y la luna sale tarde. No hace frío. Más bien el tiempo es «demasiado» tibio, dicen los expertos pescadores, previendo próximas lluvias. ¡Qué hermoso es estar aquí todos reunidos! Las mujeres en el huerto con María, los hombres aquí, sobre el lomo de esa subida con Jesús, el cual responde a las preguntas de todos. La voz del lunático curado al pie del monte ha corrido entre todos y todos hacen comentarios.

«¡Eras Tú el que hacías falta!» exclama su primo Simón.

«¡Pero ni siquiera viendo que sus mismos exorcistas no podrían nada, y eso que empleaban las fórmulas más duras, se persuadieron aquellos tercos!» comenta, moviendo la cabeza, Salomón el barquero

«¡Ni aun cuando se diga a los escribas sus conclusiones, se persuadirán!»

«¿Bueno! Me parecía que hablaban bien ¿no es verdad?» pregunta uno a quien no conozco.

«Muy bien. Han descartado toda clase de sortilegio diabólico del poder de Jesús al decir que se sintieron invadidos de una paz profunda cuando el Maestro obró el milagro, mientras, afirmaban, cuando sale de un poder malo, lo sienten como algo que les turba» responde Hermas.

«Pero ¿eh? ¡qué espíritu tan terco! ¡No se quería ir! ¡Pero cómo! ¿no lo tenía siempre consigo? ¿Era un espíritu arrojado, perdido, o bien el niño era tan santo que por sí mismo lo arrojaba?» pregunta un discípulo cuyo nombre tampoco sé.

Jesús responde espontáneamente: «Muchas veces he explicado que cualquier enfermedad, que es una molestia y un desorden, puede ocultar a Satanás y este emplearla, crearla para atormentar y hacer blasfemar contra Dios. El niño estaba enfermo, no era un poseído. Un alma pura. Por esto con gusto la libré del astutísimo demonio que quería dominarla para hacerla impura.»

«¿Y por qué si era una sencilla enfermedad, no pudimos nosotros nada?» pregunta Judas de Keriot.

«¡Cierto! ¡Se comprende que los exorcistas no pudiesen nada, tratándose de una enfermedad! ¡Pero nosotros…!» observa Tomás.

Y Judas de Keriot, quien probó muchas veces, y no obtuvo más que el jovenzuelo repitiese sus locuras y hasta convulsiones, agrega: «Hasta parece que nosotros le causábamos mayor mal. ¿Recuerdas, Felipe? Tú que me ayudabas, oíste y viste los gestos burlones que me hacía. Hasta me gritó: «¡Lárgate, lárgate! ¡Entre mí y ti tú eres más demonio!» Lo que hizo reír a los escribas a mis espaldas.

«¿Te desagradó?» pregunta Jesús como si nada fuera.

«¡Claro! A nadie le gusta que se burlen de uno. Y no es bueno cuando se trata de tus apóstoles. Se pierde la autoridad.»

«Cuando se tiene a Dios consigo, tiene uno autoridad, aun cuando el mundo se burle, Judas de Simón.»

«¡Está bien! Pero aumenta, al menos en tus apóstoles, el poder. para que no nos sucedan más ciertas cosas.»

«Que aumente el poder no es justo, ni útil. Lo debéis hacer por vosotros mismos. Se debió a vuestra insuficiencia que no pudisteis, y también por haber disminuido con elementos no santos, cuanto os había dado, esperando de este modo conseguir triunfos mayores.»

«¿Lo dices por mí, Señor?» pregunta Iscariote.

«Tú lo sabrás. Hablo a todos.»

 

LA ORACIÓN Y EL AYUNO

Bartolomé pregunta: «¿Entonces qué cosa es necesaria para vencer a esta clase de demonios?»

«La oración y el ayuno. No más. Orad y ayunad. No sólo con el cuerpo. Es útil que vuestro orgullo ayune de satisfacciones. El orgullo satisfecho hace apática la inteligencia y el corazón y la oración se hace tibia, inerte, así como cuando se ha comido demasiado el cuerpo se hace pesado, soñoliento. Vamos ahora a descansar lo justo. Mañana al amanecer todos, menos Mannaén y los discípulos pastores, estén en camino de Caná. Idos. La paz sea con vosotros.»

Después detiene a Isaac y a Mannaén y les da instrucciones especiales para el día siguiente, en que partirán las discípulas y María, que junto con Simón de Alfeo y Alfeo de Sara emprenden la peregrinación pascual.

«Pasaréis por Esdrelón para que Marziam vea a su abuelo. Daréis a los campesinos la bolsa que ordené a Judas de Keriot os entregara. En el viaje socorred a cuantos pobres encontraréis con la otra que os di. Llegados a Jerusalén id a Betania, y decid que me esperen para la nueva luna de Nisán. Podré llegar un poco tarde ese día. Os confío a la persona más amada, y a las discípulas. Estoy tranquilo porque nada les pasará. Idos. Nos volveremos a ver en Betania y estaremos juntos por un tiempo.»

Los bendice y mientras ellos se alejan en medio de la oscuridad, El salta, hacia el huerto, y entra en casa donde están las discípulas, María y Marziam que están amarrando las alforjas, y arreglan todo para el tiempo en que estarán ausentes.

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Icono de la Trasfiguración del Señor

Icono de Theofhanes de Creta. 1546. Monasterio Stavronikita del Monte Athos. Grecia

“Te has transfigurado en el monte, oh Cristo Dios,
mostrando a tus discípulos tu gloria, según sus capacidades.
Has resplandecer sobre nosotros también tu luz;
por las plegarias de la Madre de Dios,
oh dador de luz, gloria a ti”

Textos bíblicos: Mateo 17, 1-9; o bien Marcos 9, 1-9; Lucas 9, 28b-36

Para las iglesias de tradición bizantina, la fiesta de la «Transfiguración (Metamòrfosis) de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» expresa en el modo más completo la teología de la divinización del hombre. En uno de los himnos de la fiesta se canta en efecto: «En este día en el Tabor, Cristo transformó la naturaleza oscurecida por Adán. Habiéndola cubierto de su esplendor la ha divinizado.»

La solemnidad tiene su origen en la memoria litúrgica de la dedicación de las basílicas del Monte Tabor. Es posterior a la fiesta de la Exaltación de la Cruz, de la que, no obstante, depende su fecha. Según una antigua tradición, la Transfiguración de Jesús habría tenido lugar cuarenta días antes de su crucifixión. La solemnidad, por tanto se fijaría el 6 de Agosto, o sea, cuarenta días antes de la Exaltación de la Cruz, que caía el 14 de septiembre.

El nexo entre las dos fiestas se comprueba también por el hecho que desde el 6 de agosto se empiezan a cantar los himnos de la Cruz.

La fiesta entró en uso a finales del siglo V, y ya en el siglo VI encontramos insignes representaciones musivas, que recubren la bóveda del ábside central en la basílicas de Parenzo, San Apolinar en Classe en Rávena, y del Monasterio de Santa Catalina del Sinaí.

 

EL ICONÓGRAFO Y LA FIESTA

Todo iconógrafo, después de haber recibido una consagración de sus manos para ejercitar en la Iglesia este sublime misterio de ser pintor de la belleza y mensajero de la luz que revela la imagen, empieza su servicio pintando precisamente el icono de la Transfiguración del Señor. Entre otras, porque toda imagen es cono un reflejo del rostro luminoso y glorioso del Cristo, como aparece en el Tabor; porque el iconógrafo tiene que plasmar en colores y símbolo la imagen interior contemplada por él en su propia oración, y porque tiene que comunicar a los demás con su arte algo de los rayos divinos que iluminaron a los apóstoles en el monte de la oración.

En un antiguo manual de arte iconográfico se puede leer: » Quien quiera aprender el arte pictórico, antes se instruya en él y se ejercite por un tiempo dibujando solo y sin cánones, hasta que se haga experto, luego haga invocación al Señor Jesucristo y una oración ante el icono de la Madre de Dios Odigítria.»

La oración y la invocación eran presenciadas por un sacerdote, que recitaba el himno de la Transfiguración y tras esto bendecía al aprendiz de iconógrafo.

 

LA CONTEMPLACIÓN DE LA IMAGEN EVANGÉLICA

La imagen (Icono de Theofhanes de Creta. 1546. Monasterio Stavronikita del Monte Athos. Grecia) nos ofrece con fidelidad plástica la narración evangélica de la Transfiguración del Señor, concentrando nuestra atención en una visión total y dinámica. Algunos iconos de este episodio presentan a los lados del monte, a Jesús que sube con sus discípulos a la montaña, y a Jesús que baja ya del monte, diciendo a los suyos que no revelen nada de cuanto ha sucedido.

Pero generalmente todo se concentra en el episodio que este misterio desvela ante nuestros ojos, poniendo de relieve los protagonistas del encuentro y los dos espacios que parecen juntarse: el cielo y la tierra.

La fiesta como el icono, constituye para el pintor y para el simple fiel, «según la medida de fe que Dios» ha dado a cada uno, esa experiencia intelectiva y espiritual que permite embocar la vía para desarrollar dentro del corazón de uno mismo la belleza de la luz.

Dice Gregorio de Nisa (335-395), «La manifestación de Dios le es dada primero a Moisés en la Luz, luego él habló con Él en la nube; y finalmente, devenido más perfecto, Moisés contempla a Dios en la tiniebla».

Pero, ¿qué significa la entrada de Moisés en la tiniebla y la visión que en ésta tuvo de Dios? «El conocimiento religioso es al principio luz para el que lo recibe: pues lo que es contrario a la piedad es la oscuridad, y la tiniebla se disipa cuando aparece la luz. Pero el Espíritu, en su progresar, llega, tras un empeño siempre más grande y perfecto, a comprender lo que es el conocimiento de las realidades y se acerca a la contemplación cuanto más se da cuenta de que la naturaleza divina es invisible.

La tiniebla es el término accesible de la contemplación, visión límite, y por tanto «luminosa». La tiniebla simboliza así la oscuridad de la fe y la experiencia de la proximidad de Dios.

El icono de la Transfiguración, por tanto habla de la luz, revelada a los Apóstoles, manifestación del esplendor divino, gloria sin tiempo. Esta imagen más que cualquier otra refleja el principio por el que un icono no se mira sino que se contempla.

 

EL CRISTO

En el centro de las representaciones iconográficas de la fiesta, resplandeciente de luz, aparece el Cristo. Los iconógrafos a menudo han sabido reproducir con gran maestría el concepto: cualquier parte del icono que se observe, desde los rostros de los personajes a los vestidos, a las rocas del paisaje, todo está iluminado por la luz procedente del Cristo.

Sus ropas son las blancas, las de la resurrección: la explosión de la divinidad, de la vida, de esa vida que es «la luz de los hombre.»

Sus vestidos blancos quieren expresar que es la fuente de luz: «Dios de Dios Luz de Luz», como dice la confesión de nuestra fe. Es blancura esplendorosa de los vestidos que el evangelista Marcos describe con admiración.

Está situado en un círculo de luz que significa la gloria, la divinidad, el infinito. Es Dios. Es como un sol, con títulos bíblicos que se aplican desde la antigüedad a Jesucristo.

Él es el Salvador de los hombres, verdadero hombre, con mirada misericordiosa, que irradia un gran amor salvador hacia todos.

La luz percibida por los discípulos (la luz tabórica) es de tonos apagados -es reproducida, en efecto, con un gris- comparada con aquella tanto más esplendorosa que rodea al Cristo: ésta es sólo una sombra de la luz inaccesible en la que habita el Señor.

Cristo aparece en algunos iconos de la Transfiguración en medio de una figura geométrica que se llama «mandorla», «almendra». Es el signo pictórico que quiere reflejar la «nube» luminosa que lo cubre. Y la «nube» es el signo bíblico de la presencia de Yahvé, y por lo tanto es un símbolo del Espíritu Santo que está dentro de Jesús, que lo envuelve, que lo empuja, que impregna toda su humanidad de una manera velada, hasta que en la resurrección aparezca esta fuerza en todo su vigor.

En la revelación de Cristo se desvela y revela toda la Trinidad:
– el Padre que dice: «Este es mi Hijo muy amado: escuchadle».
– Cristo, el Hijo amado, revelado como Palabra y complacencia del Padre
– El Espíritu es la nube que indica la gloria y la presencia sobre el Hijo amado, como en la Encarnación, cuando cubre con su sombra, como una nube, a Maria.

 

MOISÉS Y ELÍAS

Jesús está acompañado por dos personajes. Uno viejo, que es Elías; otro más joven, que es Moisés, representado a veces con un libro, que significa la ley.
De Jesús dan testimonio la ley (Moisés) y los profetas (Elías). Podeos preguntaros por qué están presentes en este misterio precisamente estos dos personajes que son testigos centrales de la economía de la salvación.

Los dos son amigos de Dios, hombres de las montañas y de la oración, el hombre del Sinaí (Moisés), el hombre del Carmelo y del Horeb (Elías).

Los dos representan la totalidad de los hombres: Moisés a los muertos; Elías a los vivos, ya que el profeta fue arrebatado al cielo, según la tradición bíblica, y llevado por un carro de fuego, la merkabah. Jesús es el Señor de vivos y muertos.

Los dos buscaron el rostro de Dios, pero no lo vieron; ahora lo contemplan en el rostro de Cristo, que es imagen del Padre.

Entran en la misma gloria de Cristo, son como sus precusores y profetas, sus evangelistas. Representan la Antigua Alianza que está en continuidad con la Nueva.

Ante el Cristo de la Transfiguración la ley cede al que es la ley. La manifestación del Señor ya no es la brisa suave del monte Horeb que sorprende a Elías, sino la revelación plena de la palabra del Padre.

 

LOS APÓSTOLES

En la parte inferior del icono están los tres discípulos predilectos de Jesús: Pedro, Juan, Santiago. Es contraste de su postura es evidente. Jesús y sus dos testigos del Antiguo Testamento parecen reflejar ya la paz de una vida eterna.

Los discípulos aparecen aterrados por la gloria del Señor, echados por tierra, en postura de terror sagrado. Quizá el iconógrafo quiere decir que nadie puede ver a Dios sin quedar totalmente sacudido por la fuerza de la visión.

La luz y la voz del trueno los desconciertan. San testigos que han experimentado la fuerza arrebatadora de una revelación tan fuerte y tan extraña.

Pedro vuelto hacia Jesús, todavía tiene ánimo para decir algo: «hagamos tres tiendas…» Parece que quiere que este instante quede eternizado en un gozo sin fin.

Juan, el más joven, el testigo del Verbo, parece lanzado por una fuerza vigorosa; parece que quiere huir y tropieza. Se cubre el rostro ante el resplandor de una luz que parece cegar, más que la del mismo sol.

Santiago, también por tierra, se cubre el rostro, incapaz de contemplar la gloria de su Maestro cara a cara.

Los tres están llenos de gloria. Son testigos de la gloria y de la divinidad de Jesús, como serán testigos lejanos de la agonía de Jesús, de su verdadera humanidad, sujeta a los temores de la muerte.



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La Transfiguración del Señor, por Benedicto XVI

Ángelus del 6-VIII-06 y del 28-II-10

Queridos hermanos y hermanas:

El evangelista san Marcos refiere que Jesús se llevó a Pedro, Santiago y Juan a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, «como no puede dejarlos ningún batanero del mundo» (cf. Mc 9,2-10). La liturgia nos invita hoy a fijar nuestra mirada en este misterio de luz. En el rostro transfigurado de Jesús brilla un rayo de la luz divina que él tenía en su interior. Esta misma luz resplandecerá en el rostro de Cristo el día de la Resurrección. En este sentido, la Transfiguración es como una anticipación del misterio pascual.

La Transfiguración nos invita a abrir los ojos del corazón al misterio de la luz de Dios presente en toda la historia de la salvación. Ya al inicio de la creación el Todopoderoso dice: «Fiat lux», «Haya luz» (Gn 1,3), y la luz se separó de la oscuridad. Al igual que las demás criaturas, la luz es un signo que revela algo de Dios: es como el reflejo de su gloria, que acompaña sus manifestaciones. Cuando Dios se presenta, «su fulgor es como la luz, salen rayos de sus manos» (Ha 3,4). La luz -se dice en los Salmos– es el manto con que Dios se envuelve (cf. Sal 104,2). En el libro de la Sabiduría el simbolismo de la luz se utiliza para describir la esencia misma de Dios: la sabiduría, efusión de la gloria de Dios, es «un reflejo de la luz eterna», superior a toda luz creada (cf. Sb 7,27.29s). En el Nuevo Testamento es Cristo quien constituye la plena manifestación de la luz de Dios. Su resurrección ha derrotado para siempre el poder de las tinieblas del mal. Con Cristo resucitado triunfan la verdad y el amor sobre la mentira y el pecado. En él la luz de Dios ilumina ya definitivamente la vida de los hombres y el camino de la historia. «Yo soy la luz del mundo -afirma en el Evangelio-; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

San Lucas no habla de Transfiguración, pero describe todo lo que pasó a través de dos elementos: el rostro de Jesús que cambia y su vestido que se vuelve blanco y resplandeciente, en presencia de Moisés y Elías, símbolo de la Ley y los Profetas. A los tres discípulos que asisten a la escena les dominaba el sueño: es la actitud de quien, aun siendo espectador de los prodigios divinos, no comprende. Sólo la lucha contra el sopor que los asalta permite a Pedro, Santiago y Juan «ver» la gloria de Jesús. Entonces el ritmo se acelera: mientras Moisés y Elías se separan del Maestro, Pedro habla y, mientras está hablando, una nube lo cubre a él y a los otros discípulos con su sombra; es una nube, que, mientras cubre, revela la gloria de Dios, como sucedió para el pueblo que peregrinaba en el desierto. Los ojos ya no pueden ver, pero los oídos pueden oír la voz que sale de la nube: «Este es mi Hijo, el elegido; escuchadle» (Lc 9,35).

Los discípulos ya no están frente a un rostro transfigurado, ni ante un vestido blanco, ni ante una nube que revela la presencia divina. Ante sus ojos está «Jesús solo» (Lc 9,36). Jesús está solo ante su Padre, mientras reza, pero, al mismo tiempo, «Jesús solo» es todo lo que se les da a los discípulos y a la Iglesia de todos los tiempos: es lo que debe bastar en el camino. Él es la única voz que se debe escuchar, el único a quien es preciso seguir, él, que subiendo hacia Jerusalén, dará la vida y un día «transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3,21).

«Maestro, qué bien se está aquí» (Lc 9,33): es la expresión de éxtasis de Pedro, que a menudo se parece a nuestro deseo respecto de los consuelos del Señor. Pero la Transfiguración nos recuerda que las alegrías sembradas por Dios en la vida no son puntos de llegada, sino luces que él nos da en la peregrinación terrena, para que «Jesús solo» sea nuestra ley y su Palabra sea el criterio que guíe nuestra existencia.

Que la Virgen María nos ayude a vivir intensamente nuestros momentos de encuentro con el Señor para que podamos seguirlo cada día con alegría. A ella dirigimos nuestra mirada invocándola con la oración del Ángelus.

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