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Por qué la ola de Conversiones de Musulmanes está bajo el Manto de María

Los datos y los testimonios son claros sobre lo que sucede en el mundo musulmán.

Hay una ola de conversiones de musulmanes hacia el cristianismo.

Esto no es políticamente correcto mencionarlo dentro de los católicos.

Y además conlleva el riesgo de represalias de parte de los fundamentalistas musulmanes.

Básicamente se está produciendo en África y en las fronteras del mundo musulmán con el resto del mundo.
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Esto sucede en el mismo momento que el mundo cristiano también está haciendo puesto patas para arriba.

Pew Research Center dice que en el año 2060 el 42% de los cristianos de todo el mundo vivirán en África.

Esto significa que África liderará demográficamente al mundo cristiano

Mientras que el cristianismo en occidente, especialmente en Europa, será cada vez más minoría y se irá extinguiendo.

Obviamente no hay un censo oficial de musulmanes convertidos al cristianismo. Y los musulmanes obviamente niegan esto.

Pero hay una serie de informaciones que muestran la tendencia de conversiones – y especialmente testimonios – que son de fuentes confiables.

Esta corriente de conversión puede explicar la furibunda represión de los cristianos de parte de los musulmanes.

Quienes son condenados a muerte cuándo se convierten.

¿Cómo es que se están produciendo estás conversiones en medio de regímenes opresivos, donde la sharía condena con pena de muerte la conversión?

Esto lo veremos en este artículo

Padre Mitch Pacwa

  

EL TESTIMONIO DEL PADRE PACWA

El padre Mitch Pacwa dice que “Dios está haciendo un gran trabajo entre los musulmanes”.

El padre Pacwa es un jesuita anfitrión de programas en EWTN que lidera frecuentes peregrinaciones a Tierra Santa.

Habla con fluidez 13 idiomas y es experto en medio oriente. Y es un sacerdote bi-ritual, lo que significa que puede celebrar misa con el rito romano y el maronita.

Su historia le ha permitido recopilar directamente en el terreno, y de los medios locales, testimonios que van más allá de las estadísticas.

Este sacerdote dice que “estamos en un momento de las primeras conversiones masivas de musulmanes”.

Confiesa que comenzó a oír hablar de las conversiones en el entorno del año 2005 al ver el canal árabe Al Jazeera.

El padre Pacwa dice que en ese momento Al Jazeera estaba informando sobre las conversiones masivas de entre 6 y 8 millones de musulmanes en el África subsahariana, y repetían lo mismo todos los años.

Fue así que el padre Pacwa empezó a investigar y lo confirmo con diversas fuentes de africanos, que le han contado sobre las conversiones en Nigeria, Uganda, Mali y otros países de la zona.

Y es por esto explica que el grupo terrorista Boko Haram se haya vuelto tan agresivo.

Su temor los lleva a aterrorizar a la gente para que no se conviertan.

Lo que a su vez es un boomerang qué aleja a la gente del Islam.

Alguno de los testimonios Pacwa los obtiene del padre Zakaria Botros, que es un egipcio copto que tiene una transmisión de televisión que es vista por 60 millones de árabes.

Y que es fuertemente custodiado porque se ha transformado en el enemigo número 1 para los islamistas.

En ese programa se dan informaciones y catequesis cristianas, e incluso se llevan a cabo debates en línea que duran hasta 6 horas.

Lo que dice el padre Pacwa es refrendado por diversas investigaciones.

Por ejemplo Revista de Investigación sobre Religión dice que las conversiones en el mundo islámico están creciendo desde el año 1960

Y en los últimos 10 años están creciendo a un nivel de 10 millones por año.

Esto confirma lo que la cadena Al Jazeera está informando desde el año 2005.

Toda esta revolución sucede en África, que es el continente en que el cristianismo está creciendo más rápidamente.

Toda una revolución que pondrá patas arriba al cristianismo mundial, porque el cristianismo africano es diferente al cristianismo occidental.

Por ejemplo el cristianismo africano cree en lo sobrenatural, en el demonio, en los Ángeles, en la vida después de la muerte.

Qué son cosas que los cristianos occidentales han dejado de creer.

Y que incluso los propios sacerdotes han dejado de predicar; quizás en parte porque no quieren confrontar con sus fieles y quizás en parte porque también ellos hayan dejado de creer en esto.

Las conversiones suceden a pesar de las represalias de los musulmanes. Y obviamente los musulmanes saben esto pero lo niegan.

El padre Pacwa tiene la teoría que “el islam está en el comienzo de un colapso”.

Él compara el aumento mundial del terrorismo con la etapa de supernova de las estrellas.

Las estrellas que están por extinguirse se tornan más brillantes justo antes de que perezcan.

Esto no es fácil de comprender por los occidentales, porque no tenemos real conciencia de la represión que los musulmanes realizan contra los cristianos en el mundo musulmán.

Si un occidental es atrapado practicando el cristianismo en algún país musulmán puede ser expulsado.

Pero sí un nativo es atrapado practicando el cristianismo es condenado a muerte.

Los días viernes después de las oraciones del mediodía es el momento fatídico.

Es el momento en que le cortan las manos a los ladrones, lapidan a las adúlteras y les cortan la cabeza a los blasfemos, que son los que se convierten al cristianismo.

El padre Pacwa relata dos casos que él conoce bien.

El de un niño que era esclavo y que se escapó para orar el viernes santo y fue crucificado por ello.

Y el de dos sirvientas Filipinas que fueron atrapadas llevando un Nuevo Testamento y condenadas a la decapitación.

Refrendando lo que dice el padre Pacwa tratamos en un artículo anterior un tema del que no se habla mucho, que es la decadencia cultural de la civilización musulmana.

Y concluimos que esto los hace más agresivos porque la única respuesta que tienen es “morir con las botas puestas” ante el peligro que su cultura desaparezca, porque no han generado otras opciones.

Pero a pesar de estos riesgos están ocurriendo las conversiones masivas, aún en los países más fundamentalistas.

Esto lleva a que hoy África se está volviendo predominantemente cristiana, a pesar del terrorismo que practican los musulmanes.

La avanzada de las conversiones se produce especialmente en los bordes del mundo musulmán con occidente, y en el sur de África, o sea lo que llamamos África negra o África subsahariana.

Pero también se informa que Irán tiene tres millones de cristianos y que en Indonesia – el país musulmán más poblado – se convierten 2 millones por año al cristianismo.

Hay muchos testimonios de conversiones de familias musulmanas al cristianismo.

Por ejemplo este video muestra a una familia musulmana de Indonesia convertida que ahora le rezan a Alá como Dios padre, a su hijo Jesucristo (Isa para los musulmanes) y al Espíritu Santo.

También en Mongolia el presidente abrió el país a los cristianos y ya hay un obispo e incluso una escuela católica.

Es más, la educación occidental católica es lo que impulsó al presidente de Mongolia a abrir el país.

Y hoy en Mongolia y alrededor de 1000 católicos y 3 Iglesias, cuando en el año 1991 no existía el cristianismo.

Hoy se ha ordenado el primer sacerdote mongol nativo y hay tres seminaristas mongoles.

También el padre Pacwa da un testimonio personal qué ocurrió en Estados Unidos.

“Iba a celebrar misa en una iglesia maronita de San Diego y saludé a un hombre con el nombre de Ahmed,
que vino a verme
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Le pregunté si era cristiano y él respondió que sí que era cristiano bautizado recientemente. Dijo que venía de Marruecos.

Los cristianos no tienen un nombre como Ahmed porque es una forma contraída de decir Mahoma”.

  

¿CÓMO SE PRODUCEN LAS CONVERSIONES?

Las conversiones que se producen en países opresivos, donde el proselitismo conlleva la pena de muerte, parecen ser distintas a las que se producen en Occidente.

Hay numerosas historias en línea que testimonian qué los musulmanes reciben visiones de Jesús y la Santísima Virgen María llevándonos a la conversión.

Este es un caso de un hombre musulmán llamado Hamid, que tuvo un primer contacto con Jesús a través del testimonio de un hermano.

Hamid aceptó a Jesús creyó en el evangelio pero con su mente y no con su corazón.

Él no había experimentado un encuentro real con Jesús.

Cuidadosamente guardaba su fe porque no tenía ningún deseo de arriesgarse compartiendo la fe con otras personas.

Esto es una historia que relata Frontiers.

Así siguió con su hermano progresando intelectualmente en la fe y se reunieron con un trabajador de Frontiers llamado Denis, quién lo siguió instruyendo.

Denis desafío a cada uno de los hombres a pasar un momento de tranquilidad con el Señor y escuchar lo que Él podría decirles a través de la palabra.

Nunca habían aprendido algo como esto en el islam y se demoraron en entrar en el calor de la práctica espiritual.

Fue así que durante muchos meses Hamid y su hermano no sintieron que estaban escuchando a Dios, no le sentían hablar en su corazón.

Un día Hamid se sentó en un parque y empezó a leer la Biblia.

Vinieron oficiales de policía que lo reprendieron y lo llevaron a la cárcel.

La historia de Frontiers dice se sintió miserable mientras yacía temblando en el piso frío y desnudo de la celda durante toda la noche, durmiendo de a ratos.

En estas circunstancias fue que le sucedió algo extraordinario.

Soñó que Jesús venía en medio de la noche, lo abrazaba y le colocaba una manta.

Hamid despertó por la mañana con una extraña sensación de paz en su alma, como si fuera otra persona.

Sentía que lo había tocado el amor de Dios personalmente, pero no sabía cómo había sido.

Sin embargo se sobresaltó cuando despertó del todo y encontró algo que desafiaba toda lógica racional.

Estaba cubierto por una manta, la misma que Jesús le había puesto en el sueño.

Y no había mantas en la celda antes de que él se durmiera.

Tal fue la potencia del hecho sobrenatural que cuando los guardias encontraron la manta se asustaron y liberaron a Hamid.

Pero esto no quedó ahí. A la noche siguiente Hamid tuvo otro sueño.

Jesús se le apareció y le pidió que compartiera el evangelio con dos personas que viera en el trabajo al día siguiente.

Frontiers dice que en el pasado esto habría llenado de miedo a Hamid; nunca antes había compartido el mensaje de Jesús con nadie.

Pero esa mañana se despertó con la confianza de poder hacerlo, sabía que no tenía nada que perder.

Su noche en prisión le había mostrado que Cristo siempre estaba con él y que su amor perfecto arroja el temor.

Incluso si el compartir el evangelio con nuevas personas causaba más persecución, Hamid sintió que la presencia personal de Jesús sería suficiente para poder sostenerlo.

Fue así que compartió el evangelio y la historia de las apariciones con dos compañeros en el trabajo, quienes creyeron en lo que éste le dijo.

A partir de ahí Hamid comenzó a estudiar la Biblia con estos nuevos conversos e incluso les enseñó a como ser discípulo de Jesús.

Esta experiencia de Hamid envalentonó a los nuevos conversos a comenzar a compartir el evangelio entre más gente y con más decisión.

Y Frontier dice que desde entonces Hamid comenzó 7 nuevos grupos de estudio de la Biblia, y casi 40 hombres y mujeres se han convertido en seguidores de Cristo el año pasado a través de la visión que tuvo Hamid.

Historias como estas son comunes en el mundo musulmán y muestran una forma de operar del Señor, haciéndose presente personalmente en la vida de cada persona y tocándole el corazón.

Lo habitual de estas noticias nos permite descartar que esto sea un invento propagandístico de misioneros.

Y nos hace pensar qué el cristianismo practicado fuera de Occidente es capaz de creer en estas cosas sobrenaturales, y por eso Jesucristo se hace presente físicamente.

Si esto pasará algún occidental tal vez no estaría dispuesto a creer en estos sucesos sobrenaturales. Y quizás por eso las conversiones en occidente no tengan esta metodología.

Este secreto a voces de la conversión de musulmanes al cristianismo lo hemos tratado en otro artículo.

Donde incluso exponemos datos de un estudio que versa sobre cuáles son las cosas que atraen a los musulmanes al cristianismo.

E incluso proponemos formas en que los cristianos pueden ayudar a esa conversión.

festejos_en_giza

  

LA VIRGEN MARÍA ES UN GRAN NEXO CON LOS MUSULMANES

Hemos dicho más de una vez que María es el puente del cristianismo con los musulmanes.

Debido a la devoción que los musulmanes “de a pie” le tienen.

La cual viene del tratamiento especial que hace el Corán de su figura, de los milagros que ha realizado y de sus apariciones.

Fatima, Harissa, Damasco, Samalut, Assiut, Zeitun y muchos otros lugares donde se apareció la Virgen son el destino de peregrinaciones incesantes desde el Líbano, Siria, Egipto, Irán… 

Lo mismo que no se necesita ser católico para ser guadalupano en México, pasa un poco lo mismo en medio oriente con María.

Muchos musulmanes comunes ven algo especial en la Virgen María y por eso la reconocen, la veneran e incluso peregrinan a sus santuarios.

Por esa razón sus apariciones y manifestaciones no son para sólo para los cristianos, sino concebidas como un símbolo de unidad.
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No está diseñadas para darle ánimo a los cristianos perseguidos por los musulmanes, sino para hallar un lugar común entre musulmanes de a pie y cristianos de a pie, a través de Ella.

Apariciones de la Virgen María en Zeitun

  

LAS PEREGRINACIONES A LUGARES DE CULTO DE MARÍA EN EL MUNDO MUSULMÁN

Los peregrinos van en busca de la curación física, pero también espiritual, oración espontánea y mística, y no de los versos esquemáticos y formales del Islam oficial.

Los salafistas iconoclastas destruyen lugares de peregrinación cada año.

Pero la devoción a María es cada vez mayor, también impulsada por las historias del Corán.

El diálogo espiritual entre cristianos y musulmanes de a pie es mucho más prometedor que el diálogo cultural, teológico o político.

Cada año, millones de musulmanes van en peregrinación a los santuarios católicos marianos.

No sólo a los grandes santuarios como Fátima en Portugal o Harissa en Líbano, sino también a Egipto, Siria, Irán.

Los musulmanes – especialmente las mujeres musulmanas – van a dar gracias a la Virgen o los grandes santos cristianos, como San Charbel y San Jorge.

A los ojos de muchos occidentales estos gestos parecen ridículos o falsos: se habla de apariciones, de oraciones, pero luego hay masacres, asesinatos, violencia en nombre de la religión.

Nos guste o no, el fenómeno religioso está vivo en América Latina, en África, en Asia.

Cuando se ve a millones de hindúes bañarse en el agua sucia del río sagrado, puede parecer algo ridículo.

Sin embargo, para aquellos que lo hacen es un acto de purificación, de oración.

El Occidente es tolerante y benevolente hacia otras religiones, pero su actitud hacia los cristianos es cada vez más hipercrítica.

El Occidente no es post-hindú, post-Islam. Es sólo post cristiano.

El punto es que en Occidente, lo sobrenatural se considera obsoleto, es la marca de la mitología, de la ilusión.

Pero en el resto del mundo, la dimensión espiritual está viva y bien.
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En Oriente, el sentimiento religioso está muy vivo entre los musulmanes, los cristianos y de otras religiones.
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Pero en la mayor parte de Occidente – sobre todo por parte de los intelectuales – el sentimiento religioso es visto como una cosa del pasado, irracional, ingenuo.
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Debemos afirmar claramente: esta interpretación es errónea.

mujer musulmana rezando a maria

  

LA DEVOCIÓN MARIANA DE LOS MUSULMANES 

En Egipto, hay por lo menos una docena de lugares de peregrinación dedicados a la Virgen, que conmemoran el viaje de la Sagrada Familia a Egipto.
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La tradición es muy rica en los textos apócrifos de los siglos cuarto y quinto.

Cada año en agosto, en la Fiesta de la Asunción (Asunción de María) por lo menos un millón de peregrinos acuden en peregrinaciones a diversos santuarios de Nuestra Señora.

Los más famosos son en el Alto Egipto (en el sur), en Jabal al-Tair, cerca de Samalut, a unos 200 kilómetros de El Cairo.

El festival tiene una duración de 15 días, la gente reza, bautiza a los niños (el párroco también ha construido una especie de pila bautismal, para los musulmanes, dada la demanda de bautismos de ellos también) y celebra.

Más al sur, unos 380 kilómetros de El Cairo y a 7 km de Assiut, hay otro lugar similar de peregrinación en Deir Dronka donde la tradición sostiene que la Sagrada Familia se quedó y la Virgen se quedó en una cueva.

pared de nuestra señora de soufanieh fondo

  

NO POCAS APARICIONES SE HAN REPORTADO EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

El 22 de enero 1980, la Virgen se apareció a un diácono.

El 10 de enero 1988, apareció en la torre de la iglesia a un turista australiano, y Jesús se apareció con una paloma a los trabajadores del monasterio.

El 7 de agosto de 1990, la Virgen se apareció a los monjes, rodeada de luz, en una cueva del convento.

Una peregrinación anual se realiza durante el “ayuno de la Virgen” (del 7 al 21 de agosto, la fiesta de la Dormición es el 22 en el rito copto).

Más de medio millón de peregrinos, entre ellos decenas de miles de musulmanes.

Uno de los monjes es “especializado”, por así decirlo, en los bautismos, ya que se las arregla para hacer los 36 signos litúrgicos de la cruz sobre el cuerpo del niño en un minuto.

Incluso allí, los musulmanes constituyen un gran número de participantes, se dice que son por lo menos una cuarta parte del número total de peregrinos.

Varios sociólogos han llamado al fenómeno una especie de compensación afectiva, consuelo psíquico por la dureza de la vida.
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Pero la gente iba allí, musulmanes y cristianos, porque veían una forma blanca en la cúpula de la Iglesia de Zeitun, que ellos interpretaron como Sittina Mariam, la Virgen María.
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El hecho es difícil de explicar, pero fue visto por miles de personas y también hay fotos.

En 1968, cuando Egipto  estaba experimentando una crisis política, social y económica, la imagen de la Virgen María fue vista por encima de la cúpula de una iglesia copta cristiana en el suburbio  de El Cairo, en ZeitunVer aquí.

La imagen de María fue vista por primera vez en abril de 1968, un mes después que los trabajadores se declararon en huelga sin precedentes en otro suburbio de El Cairo, por dos musulmanas en un garaje al otro lado de la calle de la iglesia.

Las apariciones se repitieron durante cinco meses, durante horas y horas, y más de un millón y medio de personas afirman haber visto a María durante este tiempo.

No hubo ningún mensaje verbal, pero muchos egipcios interpretaron las apariciones como un mensaje de unidad y de paz egipcio, y como testimonio del poder del reino espiritual.

El viernes 12 de julio de 2002  tras la medianoche, mientras un grupo de gente se reunía  en la iglesia Santa María y St.Maurice, Omrania, Giza,  para un viaje a los monasterios en el Alto Egipto, vieron a tres figuras de la luz.

Reconocieron a Santa María acompañada por un sacerdote y un soldado, quienes han sido identificados como el fallecido Papa copto ortodoxo Kyrillos VI (El sacerdote) y San Mauricio, un santo copto egipcio martirizado en Suiza.

Esto fue el comienzo que duró hasta agosto.  Ver aquí.

Apariciones de la Virgen María en Giza

Una vez más, en diciembre de 2009, un vecino musulmán de una iglesia copta en  Giza, tercera ciudad más grande de Egipto, afirmó haber visto una luz sobre la Iglesia desde el punto de la cafetería de la carretera.

Durante los siguientes días, 200.000 personas, cristianos y musulmanes, comparten su observación y lo tomaron como una señal de los tiempos difíciles por venir, cuando la unidad sería un desafío para el pueblo egipcio.  Ver aquí.

Resultó ser una oportuna advertencia, poco después, en la Navidad copta,  varios cristianos fueron asesinados en frente de una iglesia.

Otra aparición de la Virgen se celebra en Imbaba, un barrio populoso.

Desde 1982 hasta hoy, los informes de apariciones de la Virgen en el barrio de Damasco de Soufanieh, que continúan.

El aceite fluye desde el icono de la Virgen, y las manos de una chica normal, bien equilibrada, de 18 años, Myrna Nazzour, también es aceite su sudor.

El párroco de la época, muy en contra de ella en un primer momento, se ha convertido en uno de los mayores entusiastas de los iconos.

Allí también, los musulmanes y los cristianos acuden en gran número. Ver aquí.

Cerca de Damasco, también hay un santuario para visitar el mausoleo de Settena Zainab, la hija de Ali y Fátima, el fundador del chiísmo.

Se trata de una peregrinación a las raíces.  Pero cuando se va a los lugares de aparición de la Virgen, las razones son mucho más profundas.

Hace años que aviones cargados de mujeres musulmanas de Irán aterrizan en Fátima, Portugal.

Ellos vienen a rezar ante la Virgen que se apareció a tres pastorcillos.

La razón es que la Virgen lleva el nombre de la hija de Mahoma y esposa de Ali Ibn Abi Talib.

En Harissa, Líbano, las mujeres iraníes constantemente vienen a rezar a la Virgen, hasta el punto de que el rector del santuario cuenta con una capilla preparada especialmente para ellos, con iconos, signos y oraciones a la Virgen en persa, para facilitar su devoción.

mujer musulmana con vela y jesus

  

LO QUE DICE EL ARZOBISPO FULTON SHEEN SOBRE MARÍA EN EL CORÁN

El Corán, que es la Biblia de los Musulmanes, contiene muchos pasajes concernientes a La Santísima Virgen.
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Primero, el Corán cree en Su Inmaculada Concepción, también en su parto virginal. 

El Tercer capítulo del Corán coloca la historia de la familia de María en una genealogía que se remonta a Abraham, Noé y Adán.

Cuando se comparan los relatos del Corán y del evangelio apócrifo sobre el nacimiento de María, somos tentados a creer que Mahoma dependía mucho de este último.

Los dos libros describen la avanzada edad y esterilidad de la madre de María.  Cuando, a pesar de todo, concibe, la madre de María proclama, según el Corán:

“Oh Señor, te ofrezco y consagro a ti lo que ya está en mi. Acéptalo de mí”.

Cuando nace María su madre exclama:

“¡y yo te la consagro con toda su descendencia bajo tu protección, Oh Dios, contra Satanás!”.

El Corán pasa por alto a José en la vida de María, pero la tradición musulmana conoce su nombre y tiene algo de familiaridad con él.

En esta tradición José habla con María, quien es virgen.

Al preguntarle cómo fue que ella concibió a Jesús sin padre, María le contesta:

“¿No sabes tú que Dios, cuando creó el trigo no necesitó semilla, y que Dios, por Su poder, hizo crecer los árboles sin ayuda de la lluvia? 

Todo lo que Dios hizo fue decir  ‘Hágase’, y se hizo”.

El Corán también contiene versos sobre La Anunciación, la Visitación y el Nacimiento.
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Contiene pinturas de Ángeles acompañando a La Santa Madre y diciendo:
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“Oh María, Dios te escogió y purificó, y te eligió sobre todas las mujeres de la tierra”.

En el décimo-noveno capítulo del Corán, existen 41 versos sobre Jesús y María.

Hay tal defensa a la virginidad de María aquí, que el Corán, en su cuarto libro, atribuye la condenación de los judíos a la monstruosa calumnia de ellos contra la Virgen María.

¿Qué debemos hacer con esta devoción mariana?
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Apoyarla, porque es quizás el único puente real de diálogo cultural real que tengan los cristianos con los musulmanes comunes.
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Por más que haya tensiones entre cristianos y musulmanes, en María estas desaparecen.
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Ella es el puente y puede ser incluso motor de una conversión.

Fuentes:


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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Historia de la Devoción a la Santísima Virgen María

Este es un texto de la Enciclopedia Católica que desarrolla en forma erudita como se fueron forjando las devociones a la Santísima Virgen en la Historia.
Analiza las devociones antes del Concilio de Nicea, en la edad de los Padres de la Iglesia, en la temprana y alta Edad Media y hace una breve mención de las devociones en los Tiempos Modernos.

HASTA EL CONCILIO DE NICEA

La devoción a Nuestra Santísima Señora debe ser considerada en su último análisis como una aplicación práctica de la Comunión de los Santos. Notando que esta doctrina no está contenida, al menos explícitamente en las formas tempranas del Credo de los Apóstoles, tal vez sea por esto que no sea una sorpresa el no encontrar claros trazos del cultus de la Santísima Virgen en los primeros siglos del cristianismo.

Los más tempranos e inequívocos ejemplos de la «adoración»—usamos el término en sentido relativo por supuesto—de los santos está conectada con la veneración mostrada a los mártires que entregaron sus vidas por la Fe. A partir del siglo primero , el martirio fue considerado como signo seguro de la elección. Los mártires, se consideraba, pasaban inmediatamente ante la presencia de Dios.

Sobre sus tumbas el Santo Sacrificio era ofrecido (una práctica que muy posiblemente es aludida en Apocalipsis 6:9) mientras que en la narrativa contemporánea del martirio de San Policarpio (c.151) hacemos mención del «cumpleaños», v.g. la conmemoración anual, que los cristianos se supone deben de mantener en su honor.

Esta actitud mental se vuelve más explícita en Tertuliano y San Cipriano, y el énfasis sobre el sentido «satisfactorio» del carácter de sufrimiento de los mártires, enfatizando la opinión que por su muerte ellos podían obtener gracias y bendiciones para otros, naturalmente e inmediatamente al invocarles en forma directa.

Un refuerzo adicional, de la misma idea, se derivó del culto a los ángeles, que, siendo pre-cristiano en su origen, fue entusiasmadamente aceptado por los fieles de la era sub-Apostólica. Al parecer como una secuela de tal desarrollo, los hombres voltearon para implorar la intercesión de la Santísima Virgen. Esta es cuando menos la opinión común entre los estudiosos, aunque tal vez fuese peligroso hablar de más a favor de ella.

Evidencia relacionada la práctica popular de los primeros siglos es casi totalmente ausente, y mientras por una parte la fé de los cristianos sin duda se modeló desde arriba hacia abajo (v.g. los Apóstoles y maestros de la Iglesia entregaban un mensaje que la feligresía aceptaba de ellos dócilmente) existen indicaciones que en asuntos de sentimiento y devoción el proceso inverso algunas veces ocurría.

Por tanto, no es imposible que la práctica de invocar la asistencia de la Madre de Cristo resultara mas familiar a los más simples devotos algunas veces con anterioridad al descubrimiento de claras expresiones de ello en las escrituras de los Padres.

Algunas de estas hipótesis podrían explicar el hecho de la evidencia obtenida de las catacumbas y de la literatura apócrifa el los primeros siglos aparenta adelantarse cronológicamente a la que se preserva por escritos contemporáneos de aquellos que fueron los autorizados portavoces de la tradición Cristiana.

Sea como halla sido, el firme cimiento teológico, sobre el cual posteriormente se levantó el edificio de la devoción Mariana, empezó a ser montado en el primer siglo de nuestra era. No deja de tener importancia el que se nos diga por los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, que » todos los cuales, animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración con las mujeres piadosas, y con María madre de Jesús, y con los hermanos, o parientes de éste Señor» (Hechos 1:14).

También se ha llamado justamente la atención al hecho de que San Marcos, que aunque no nos menciona nada de la infancia de Cristo, no deja de describirlo como «el hijo de María» (Marcos 6:3), una circunstancia que, en vista de ciertas peculiaridades conocidas del Segundo Evangelista, grandemente enfatizan su creencia en su nacimiento Virginal.

El mismo misterio es referido por San Ignacio de Antioquia, quien, después de describir a Jesús como «Hijo de María e Hijo de Dios», continúa para decir en Efesios (7, 18, y 19) que » Nuestro Dios, Jesucristo, fue concebido en el vientre de María de acuerdo a la dispensa de la semilla de David pero también del Espíritu Santo,» y agrega: «Ocultas del príncipe de este mundo estaba la virginidad de María y su gestación y asimismo la muerte del Señor—tres misterios que se deben de proclamar».

Arístides y San Justino también utilizaron lenguaje explícito al referirse al Nacimiento Virginal, pero es San Irineo mas especialmente quien ha sido merecidamente llamado el primer teólogo de la Virgen Madre. Es así que el ha marcado el paralelo entre Eva y María, enfatizando que, » la primera fue desviada por el discurso de un ángel para separarse de Dios después de violentar Su Palabra, de tal modo que la última por medio de un discurso de un ángel recibió el Evangelio en su persona para que pudiera concebir a Dios, obedeciendo Su Palabra. Y aunque la primera desobedeció a Dios, la otra fue persuadida para obedecerlo: que la Virgen María pudiera convertirse en abogada de la virgen Eva. Y como la humanidad fue atada a la muerte por intermedio de una virgen, es salvada por medio de otra; por la obediencia de una virgen, la desobediencia de una virgen es compensada» (Irineo,V,19).

Nadie nuevamente disputa que la cláusula «nacido de la Virgen María» formara parte de la primitiva redacción del Credo, y el lenguaje de Tertuliano, Hipólito, Origen, etc., está en directa conformidad con la de Irineo; más aún, aunque escritores como Tertuliano, Hevidio, y posiblemente Hegésipo disputaron la virginidad perpetua de María, sus más ortodoxos contemporáneos la afirmaron.

Resulta entonces natural que en esta atmósfera podemos encontrar un continuo desarrollo de la veneración de la santidad y exaltados privilegios de María. En las pinturas de las catacumbas en particular, podemos apreciar la excepcional posición que ella empezó a ocupar, desde un temprano período, en las mentes de los devotos. Algunos de estos frescos, representando la profecía de Isaías, se cree que datan de la primera mitad del siglo segundo.

Otras tres que representan la adoración de los Magos son de un siglo posterior. Existe también un notable aunque muy mutilado bajorrelieve, encontrado en Cartago, que probablemente se asigna a tiempo de Constantino.

Mas impactante es la evidencia de ciertos escritos apócrifos, notablemente aquel llamado Evangelio de Santiago, o «Protoevangelio.» Cuya primera parte, evidencía profunda veneración por la pureza y santidad de la Santísima Virgen, y que afirma su virginidad in partu et post partum, es considerado en forma general ser una obra del siglo segundo. Similarmente, ciertos pasajes interpolados encontrados en los Oráculos Sibilinos, pasajes que probablemente datan del tercer siglo, muestran un preocupación similar con el papel dominante desempeñado por la Santísima Virgen en la obra de redención (ver especialmente II,311-12, y VIII, 357-479).

El primero de estos pasajes aparentemente atribuye a la intercesión » de la Santa Virgen» obtener el bono de siete días de eternidad para que los hombres puedan tener tiempo para arrepentimiento ( ver el Cuarto Libro de Esdras, vii, 28-33). Mas aún, es muy posible que la mención de la Santísima Virgen en las intercesiones de los dípticos de la liturgia proviene desde los días anteriores al Concilio de Nicea, pero de esto no tenemos evidencia definitiva puntualmente, y lo mismo debe de ser dicho de cualquier forma de invocación directa, incluso para los propósitos de devoción privada.

LA EDAD DE LOS PADRES

La existencia de la oscura secta de los Coliridianos, a los cuales San Epifanio (dc.403) denuncia por sus ofrendas de pasteles a María, puede ser mostrada como prueba de que aun antes del Concilio de Éfeso existía una veneración popular de la Virgen Madre que amenazaba con expanderse en forma escandalosa. Por lo cual Epifanio estableció la regla: «Sea María honrada. Sean Padre, Hijo, y Espíritu Santo adorados, pero que ninguno adore a María» (ten Marian medeis prosknueito). Sin embargo el mismo Epifanio abunda en alabanzas a la Virgen Madre, y el creía que había una misteriosa dispensa con respecto a su muerte implicada en las palabras de Apocalipsis 12:14: » A la mujer, empero, se le dieron dos alas de águila muy grande, para volar al desierto a su sitio destinado.»

Ciertamente, en cualquier caso, es que Padres como San Ambrosio y San Jerónimo, en parte inspirados por la admiración de los ideales ascéticos de una vida de virginidad y en parte aferrados a un camino de más clara comprensión en todo lo involucrado en le misterio de la Encarnación, empezaron a hablar de la Santísima Virgen como el modelo de todas las virtudes y el ideal de la ausencia del pecado. Algunos notables pasajes de este tipo se han recopilado.

«En el cielo, nos dice San Ambrosio, «ella dirige los coros de almas vírgenes; con ella las vírgenes consagradas alguún día serán contadas.»

San Jerónimo (Ep. xxxix, Migne, P. L., XXII, 472) deja entrever la concepción de María como madre de la raza humana, concepto que animaría poderosamente la devoción de épocas posteriores.

San Agustín en un famoso pasaje (De nat. et gratis, 36) proclama el privilegio único de María de ausencia del pecado.

En el sermón de San Gregorio Nazianzeno acerca del mártir San Cipriano (P.G., XXXV, 1181) tenemos un relato de la doncella Justina, que invocó a la Santísima Virgen para preservar su virginidad.

Pero en esto, como en otros aspectos devocionales de las primeras creencias Cristianas, el lenguaje más florido parece provenir de Oriente, y en particular en los escritos Siríacos de San Efrén. Es verdad que no podemos confiar completamente en la autenticidad de muchos de los poemas atribuidos a él, sin embargo, en algunos de los incuestionablemente suyos es todavía muy notable.

Así en los himnos de la Natividad leemos: «Bendita sea María, la que sin votos y sin oraciones por su virginidad concibió y tuvo al Señor de todos los hijos de sus iguales, quién haya sido o sea, casto o justo, sacerdotes y reyes. Quien más arrullo a un hijo en su pecho como María ? Que se haya atrevido llamara a su hijo, Hijo del Creador, Hijo del Hacedor, Hijo del Altísimo?»

Similarmente en los Himnos 11 y 12 de la misma serie, Efrén representa a María en este soliloquio: «El bebé que llevo me lleva, y Él ha bajado Sus alas tomándome y colocándome entre Sus garras y levantado el vuelo, y una promesa se me ha dado que mi altura y profundidad serán las de mi Hijo». Etc.

Este último pasaje parece sugerir una creencia, como la de San Epifanio ya mencionado, que las santos restos de la Madre Virgen fueron en alguna forma milagrosa trasladados desde la tierra. La muy desarrollada narrativa apócrifa de «El sueño de María» probablemente pertenezca a un período ligeramente posterior, pero al parecer en esta forma anticipa los escritos de Padres Orientales de reconocida autoridad. Qué tan lejos la creencia en la «Asunción» que se volvió prevalente en el curso de unos cuantos siglos, era independiente de o influenciada por el apócrifo «Transitus Mariae» , que es incluido por el Papa Gelasio en su lista de apócrifos condenados, es una difícil pregunta. Es factible que algún germen de tradición popular precediera la invención de detalles extravagantes de la propia narrativa.

En cualesquier caso, la evidencia de la los manuscritos Siríacos prueba más allá de ninguna duda que en Oriente antes del final del siglo sexto, y probablemente más temprano aún, la devoción a la Santísima Virgen había asumido aquellos desarrollos con los que se le asocia con la posterior Edad Media. En algunos manuscritos del «Transitus Mariae» – -fechados en la parte alta del siglo quinto—encontramos mención de tres celebraciones anuales de la Santísima Virgen:

Una dos días después de la fiesta de Natividad, otra en el día 15to. de Iyar, correspondiente más o menos a Mayo, y una tercera en el 13er. (o 15to.) día de Ab (aprox. Agosto), que probablemente da origen a nuestra actual celebración de la Asunción.

Mas aún, la misma relación apócrifa contiene una colección de los milagros de la Santísima Virgen, supuestamente enviada por los Cristianos de Roma, y que cercanamente recuerda el «Marienlegenden» de la Edad Media. Por ejemplo podemos leer:
Frecuentemente aquí en Roma se aparece a la gente que la confiesa en sus oraciones, porque ella se ha aparecido aquí o en la mar cuando había peligro de que el barco fuese destruido en el que iban navegando. Y los marinos invocaron el nombre de nuestra Señora diciendo: » O Doña María, Madre de Dios, apiádate de nosotros,» y tal cual ella apareció frente a ellos como un sol salvando al barco, con noventa y dos de ellos, rescatándolos de la destrucción, sin perecer ninguno de ellos.

Y nuevamente escuchamos :
Ella apareció de día en la montaña donde bandidos habían caído sobre algunas gentes buscando matarles. Y estas gentes clamaron : » Oh Santa María Madre de Dios, ten misericordia de nosotros». Y se apareció ante ellos como en un relámpago de luz, cegando los ojos de los bandidos que no les pudieron ver (ib., 49).

Por supuesto que la extravagancia de esta literatur apócrifa no puede ser cuestionada. Es totalmente inventada y una comparación entre los diversos textos del «Transitus» muestra que este tratado en particular fue constantemente modificado y agregado en sus varias traducciones, de tal suerte que no podemos estar del todo seguros que el «Liber qui appellatur transitus, id est Assumptio, Sanctae Mariae apochryphus,» condenado por el Papa Gelasio en 494, fuera idéntico con la versión Siríaca justamente referida. Pero es altamente probable que esta misma versión Siríaca estuviese entonces en existencia, y apócrifo como fuese el texto, indudablemente testifica el estado mental de los entonces poco instruídos Cristianos de ese período.

Tampoco es factible que las celebraciones fuesen mencionadas y ascritas a las instituciones de los mismos Apóstoles si tales celebraciones no hubiesen existido en las localidades en que esta ficticia narrativa era ampliamente popular. De hecho, los estudiosos dan buenas razones para creer que la celebración mencionada como mneme tes hagias Oeotokou kai aeikarthenou Marias fue celebrada en Antioquia tan temprano como el año de 370, mientras que de las circunstancias de estar conectada con la Epifanía podemos indentificarla con la primera de las celebraciones referidas en el Siríaco Transitus.

Existe también evidencia confirmatoria de que tal celebración es encontrada en los himnos de Balai, un escritor Siríaco del comienzo del siglo quinto, ya que no solo emplea el más florido lenguaje acerca de Nuestra Señora, pero también se refiere a ella en términos como estos: » Alabado sea El Señor en la fiesta memorial de Su Madre» (Poema 4, p. 14, y Poema 6, p. 15).

Otro claro testimonio es el de San Proclo, que murió como Patriarca de Constantinopla, y que en 429 predicó un sermón en esa ciudad, en el que estuvo presente Nestorio, comenzando con las palabras «El festival de la Virgen (parthenike panegyris) incita nuestra lengua hoy para anunciar su alabanza.» En esto, podemos notar, como describe a María como Doncella y Madre, Virgen y cielo, el único Puente de Dios a los hombres, hilo misterioso de la Encarnación, por el que en forma desconocida el ropaje de esa unión fue tejido, del cual el tejedor es el Espíritu Santo; y la rueca el poder del altísimo; la lana el antiguo vellón de Adán; el vellón la carne pura de la virgen, el tejedor borda la inmensa gracia de El que lo realizó; el artífice el Verbo desplazándose por la palabra» (P.G., LXV, 681).

Este discurso ilustra en grado notable como las controversias que fructificaron en los cánones de Éfeso y el título theotokos condujeron a una profunda comprensión del papel de la Santísima Virgen en la obra de la Redención.

Volviendo a otra tierra Oriental, encontramos un notable monumento a la devoción Mariana entre el Cóptico Ostraca (p. 3) fechado alrededor de D.C. 600. Este fragmento lleva en griego las palabras: «Salve María llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, porque tu concebiste a Cristo, el Hijo de Dios, el Redentor de nuestras almas». Esta variante Oriental del Ave María aparentemente se intentó su uso en la liturgia, tanto como la forma mas temprana del Ave María en Occidente tomó forma de una antífona empleada en Misa y el Oficio de la Santísima Virgen.

Relativamente tarde como este fragmento pudiera parecer, es de lo más valioso por la mención directa de la Santísima Virgen en nuestra temprana forma de liturgia lo que constituye una rara ocurrencia. Nada de esto, por ejemplo, se encuentra en el libro de oraciones de Serapión, o en la liturgia de las Constituciones Apostólicas, o en los fragementos del Cánon de la Misa preservados en el tratado Ambrosiano «De Sacramentis». Ciertos himnos Siríacos por Cirilón en (c. 400) y especialmente por Rabnlas de Edessa (d.435) hablan de María en términos de cálida devoción; pero como en el caso de San Efrén existe cierto grado de incertidumbre acerca de la autoría de estas composiciones.

Por otra parte la dedicación de muchas iglesias tempranas permiten sin duda un indicio del autorizado reconocimiento que en este período se brindaba al cultus de la Santísima Virgen. De hecho al principio del siglo quinto San Cirilo escribió: » Salve María, Madre de Dios, a la que en pueblos y villas y en islas se han fundado iglesias de verdaderos creyentes» (P.G., LXXVII, 1034). La Iglesia de Éfeso, la que en 431 reunió el Concilio Ecuménico, fue el mismo dedicado a la Santísima Virgen. Tres iglesias fueron fundadas en su honor en o cerca de Constantinopla por la Emperatriz Pulqueria en el curso del siglo quinto, mientras que en Roma la Iglesia de Santa María Antiqua y la de Santa María en Trastevere son ciertamente más antiguas que el año 500. No menos notable es la creciente preeminencia dada a la Santísima Virgen durante los siglos cuarto y quinto en el arte cristiano.

En las pinturas de las catacumbas, en las esculturas de los sarcófagos, en los mosaicos, y en tales objetos menores como el viales de aceite de Monsa, la figura de María aparece con mayor frecuencia, mientras que la veneración que se le dedica es indicada por varias formas indirectas, por ejemplo por la gran nubosidad, que se puede observar en las imágenes de la Crucifixión en el manuscrito de Rabulas de 586 D.C.(reproducido en La Enciclopedia Católica VIII). Tempranamente como 540 encontramos un mosaico en el que ella aparece entronizada como Reina del Cielo en el centro del ápice de la catedral de Parenzo en Austria, construida en esa fecha por el Obispo Eufrasio.

LA TEMPRANA EDAD MEDIA

Con los desarrollos Merovingio y Carolingio de la Cristiandad en Occidente arribó una aceptación autorizada de la devoción Mariana como aprte integral de la vida de la Iglesia. Es difícil dar fechas precisas para la introducción de diversos festivales, pero ya ha sido mencionado en el artículo CALENDARIO que las celebraciones de la Asunción, Anunciación, Natividad y Purificación de Nuestra Señora pueden con certeza ser trazadas a este período. Tres de estas celebraciones aparecen en el Calendario de San Wilibrodo del final del siglo séptimo, la Asunción siendo asignada tanto al 18 de Enero, siguiendo la práctica de la Iglesia Gálica, y a Agosto ( que se aproxima a la actual fecha Romana), mientras que la ausencia de la Anunciación se deba probablemente a una situación accidental.

Nuevamente podemos afirmar confiadamente que la posición de la Santísima Virgen en la fórmula litúrgica de la Iglesia estaba para esta época firmemente establecida. Aunque ignoraramos el Cánon de la Misa Romana que para entonces ya tenía la forma que actualmente retiene antes del cierre del siglo sexto, el «parefatio» para el festival en Enero de la Asunción en el rito Gálico, así como otras oraciones que pueden ser asignadas con seguridad a un momento no posterior al siglo séptimo, dan prueba de un ferviente cultus a la Santísima Virgen.

En lenguaje poético María es declarada no solamente maravillosa por la ofrenda de concebir a través de la fé pero gloriosa en la translación de su partida ( (P. L., LXII, 244-46), la creencia en su Asunción que ha sido clara y repetidamente tomada en cuenta, como lo fue un siglo más temprano por Gregorio de Tours.

Ella es también descrita en la liturgia como «la hermosa cámara de donde proviene la valiosa esposa, la luz de los gentiles, la esperanza de los fieles, la deshacedora de demonios, la confusión de los Judíos, vaso de vida, tabernáculo de gloria, templo celestial, cuyos méritos, tierna doncella como era, son mas claramente demostrados cuando se ponen en contraste con el ejemplo de la antigua Eva» (ib., 245).

En el mismo período un sinnúmero de iglesias eran construidas bajo la dedicación a María, muchas de estas están entre las más importantes de la Cristiandad. Las catedrales de Reims, Chartres, Rouen, Amiens, Nîmes, Evreux, Paris, Bayeux, Séez, Toulon etc., aunque construidas en épocas diferentes, todas fueron consagradas en su honor. Es verdad que el origen de muchos de estos santuarios franceses de Nuestra Señora esta impenetrablemente cubierto en la niebla de las leyendas. Por ejemplo, nadie en la actualidad cree con seriedad que San Trófimo en Arles dedicó una capilla a la Santísima Virgen mientras ella todavía vivía, pero existe evidencia concluyente que muchos de estos sitios de peregrinación eran venerados desde fechas muy tempranas.

Sabemos por Gregorio de Tours (Hist. Fr.,IX,42) que San Radegundo había construido una capilla en su honor en Poitiers, y habla de otras en Lyon, Tolouse, y Tours. También contamos con la tableta dedicatoria de una iglesia levantada por el Obispo Frodomundo en 677 «in honore almae Mariae, Genetricis Domini», y que el día nombrado es el medio del mes de Agosto (mense Augusto medio), debe de haber poca duda en que la consagración ocurrió durante el festival de la Asunción, que para entonces empezaba a suplantar el festival de Enero.

En Alemania los santuarios de Altötting y Lorch profesan ser capaces de trazar su origen como sitios de peregrinaje a la remota antiguedad y, aunque sería brusco pronunciarse con tanta seguridad, probablemente nos sentamos seguros en asignarlos al menos al período Carolingio. En Inglaterra e Irlanda, la evidencia que sugiere que desde el más temprano período la Cristianda
d estaba fuertemente fermentada de devoción Mariana es muy fuerte.

Beda nos cuenta de la iglesia consagrada en honor de Nuestra Señora en Canterbury por San Melitón, el sucesor inmediato de Agustín; también sabemos por la misma fuente de muchas otras iglesias Marianas, v.g. Weremouth y Hexam ( esta última dedicación debida a la milagrosa curación de San Wilfrido después de invocar a la Madre de Dios), y Lastingham cerca de Whitby, mientras que San Aldelmo, antes de finalizar el siglo séptimo, nos informa como la Princesa Bugga, hija del Rey Edwin, dedicó una iglesia a la Santísima Virgen durante la celebración de su Natividad.
Istam nempe diem, qua templi festa coruscant, Nativitate sua sacravit Virgo Maria.
Y el altar de Nuestra Señora estaba en el ápside :
Absidem consecrat Virginis ara.

Probablemente la poesía vernácula más temprana en Occidente en celebrar la alabanza de María fue la Anglo-Sajona; ya que Cynewulf, poco antes del tiempo de Alcuin y de Carlomagno, compuso los más brillantes en este tema; por ejemplo nos referimos a la traducción de Gollancz de » el Cristo» (ii,214-80):
Salve, tu Gloria de este medio mundo!
La mas pura mujer a traves de toda la tierra.
De todos aquellos que fueron desde tiempo immemorial
Cuan justamente eres llamada por todos los dotados
Con dones de habla ! Todos los mortales de la tierra
Declaran de todo corazón que tu eres la novia
De Aquel que gobierna la esfera celestial.

Para detallar todo lo que encontramos en los escritos de Aldelmo, Beda, y Alcui sería imposible; empero es de hacer notar el testimonio de un escritor Anglicano en relación a la totalidad del período anterior a la conquista Normanda. «El Santo,» nos dice, «más persistentemente y frecuentemente invocado, y a quien los más apasionados nombres fueron aplicados, invadiendo terreno de prerrogativas divinas, era la Santísima Virgen.

La Mariolatría no es un desarrollo moderno del Romanismo»; indicándonos como ejemplos de un manuscrito inglés del siglo décimo ubicado en Salisbury, invocaciones tales como » Sancta Redemptrix Mundi, Sancta Salvatrix Mundi, ora pro nobis»; El mismo escritor después de referirse a oraciones y prácticas de devoción conocidas en tiempos Anglo-Sajones, por ejemplo la Misa especial ya asignada a la Santísima Virgen los sábados en el misal Leofrico, comenta acerca de la extraña delusión, como él la llama, de muchos Anglicanos, que pueden ver a una Iglesia que tolero tales abusos tan primitivos y ortodoxos.

No resultan menos notables los desarrollos de devoción a la Madre de Dios en Irlanda. El calendario de Aengus al principio del siglo noveno es particularmente notorio por el ardor del lenguaje utilizado cada vez que el nombre de la Santísima Virgen era introducido, mientras que Cristo era continuamente referido como » Jesús Mac Mary » ( v.g Hijo de María ).

También existen aparte de ciertos himnos Latinos, una letanía Irlandesa muy llamativa en honor de la Santísima Virgen, que en lo que se refiere a lo folclórico de los nombres aplicados a ella, estos no desmeritan en nada con la presente Letanía de Loreto. María es llamada «Señora de los Cielos, Madre de la Celestial y terrestre Iglesia, Recreación de la Vida, Señora de las Tribus, Madre de los Huérfanos, Seno de los Infantes, Reina de la Vida, Escalera del Cielo.» Esta composición puede ser tan antigua como la mitad del siglo octavo.

LA PARTE ALTA DE LA EDAD MEDIA

Fue característico de este período, que para nuestros propósitos actuales podemos considerar que inicia con el año 1000, que el profundo amor y confianza en la Santísima Virgen, que desde antes se había expresado en forma vaga y de acuerdo con las iniciativas piadosas de individuos, empezó a tomar forma organizada en vasta multitud de prácticas devocionales. Mucho antes de esta fecha era probable encontrar altares de Nuestra Señora en la totalidad de las más importantes iglesias.

El poema de San Aldelmo en el altar nos lleva poco atrás del año 700 y muchos registros atestiguan que tales altares, pinturas, mosaicos, y finalmente esculturas representando la figura de Nuestra Señora para deleite de la mirada de sus devotos. La famosa figura sentada de la Señora con el Divino Infante en Ely data de antes de 1016. La estatua de la Santísima Virgen en Coventry, de cuyo cuello se colgó el rosario de Lady Godiva, pertenece al mismo período. Incluso en tiempos de Aldelmo Nuestra Señora era solicitada para escuchar las oraciones de aquellos hincados ante su santuario.
Audi clementer populorum vota precantum
Qui . . . genibus tundunt curvato poplite terram.

Fue especialmente para tales salutaciones que el Salve María, que probablemente en un comienzo se familiarizó como antífona utilizada en el Pequeño Oficio de la Santísima Virgen, ganó favor popular entre todas las clases. Acompañándose cada vez con una genuflexión, tal como la tradición relata que el mismo Arcángel Gabriel realizó, los devotos de María repetían esta fórmula una y otra vez. Como en un principio carecía de la petición final, el Salve se sentía como una verdadera forma de salutación, y en el siglo duodécimo se volvió de uso universal. De la misma época pertenece el ampliamente popularizado Salve Regina, que también al parecer procede del siglo undécimo. A pesar de que originalmente iniciaba con las palabras «Salve Regina Misericordia» desprovisto del «Mater», no podemos dudar que algo de la moda del himno se debía a la inmensa difusión de la colección de relatos Marianos (Marien-legenden) que se multiplicaron excesivamente en este tiempo ( del siglo doce al catorce), y en el que el motivo Mater Misericordia era continuamente recurrente.

Esta colección de relatos debió haber producido un efecto notable en popularizar variedad de otras prácticas devocionales además de repeticiones del Salve y el uso del Salve Regina, por ejemplo la repetición de las cinco salutaciones comenzando con el «Gaude María Virgo», la recitación de los cinco salmos, cuyas iniciales componen el nombre de María, la dedicación del Sábado de ciertas prácticas especiales a la Santísima Virgen, el uso de oraciones asignadas, tal como la secuencia «Missus Gabriel», el «O Intemerata», el himno «Ave Maris Stella», etc., y la celebración de fiestas particulares, como la Concepción de la Santísima Virgen y su Natividad.

Los cinco Gaudes recién mencionados originalmente conmemoraban las cinco alegrías de Nuestra Señora y para cotejar esos gozos espirituales se conmemoraban los cinco dolores correspondientes. No es sino hasta finales del siglo decimocuarto que siete dolores empiezan a ser mencionados, e incluso por excepción.

En todo esto el primer impulso parece provenir en gran parte de los monasterios, en los que los relatos Marianos fueron mayormente compuestos y copiados. Fue en los monasterios que el Pequeño Oficio de la Santísima Virgen empezó a ser recitado como un agregado devocional al Divino Oficio, y que el Salve Regina y otros himnos de Nuestra Señora fueron agregados a Compline y otras horas.

Entre otras ordenes los Cistisercianos, particularmente en le siglo doce, ejercieron una influencia inmensa en el desarrollo de la devoción Mariana. Ellos reclamaban una especial conexión con la Santísima Señora, a la que consideraban estar presidiendo invisible la recitación del Oficio. A ella dedicaron sus iglesias, y eran especiales en decir sus horas, dando preeminencia especial en el Confitero y frecuentemente repitiendo el Salve Regina. Este ejemplo de especial consagración a María fue seguido por ordenes posteriores, notablemente la de los Dominicos, los Carmelitas, y los Servites. De hecho, casi la totalidad de tales instituciones desde este tiempo en adelante adoptaron alguna forma especial de devoción para destacar su lealtad particular a la Madre de Dios.

Santuarios se multiplicaron naturalmente, aunque algunos, ya mencionados, se originan en fechas posteriores al siglo undécimo, es en este período que famosos sitios de peregrinación surgen como Roc Amadour, Laon, Mariabrunn cerca de Klosterneuburg, Einsiedeln etc. y en Inglaterra, Walsingham, Nuestra Señora de Undercroft en Canterbury, Evesham, y muchos más.

Estos santuarios, que ha medida del paso del tiempo se multiplicaron más allá de lo esperado en cada parte de Europa, casi siempre debían su fama a los favores temporales y espirituales que se creía la Santísima Virgen otorgaba a aquellos que la invocaban en estos sitios favorecidos. La gratitud de los peregrinos incluso los enriquecían con los más costosos regalos; coronas de oro y gemas preciosas, vestimentas de lujo, y ricos ornamentos nos encuentran a cada paso en el registro de tales santuarios.

Debemos mencionar, como muestra, aquel de Halle, en Bélgica, que era excepcionalmente rico en tales tesoros. Tal vez la forma más común de ofrendas votivas era la repesentación en plata un oro de la persona o miembro que había sido curado. Por ejemplo el Duque Felipe de Borgoña envió a Halle dos estatuas de plata, una representando un caballero montado, el otro a un soldado de infantería en gratitud por la cura de dos de sus guardaespaldas. Con frecuencia la moda especial de un santuario se debía a una manifestación milagrosa que se cría había ocurrido en ese sitio. Sangre se decía haber fluido de ciertas estatuas y pinturas de Nuestra Señora que habían sido desacralizadas. Otras habían llorado o exhudado humedad. En otros casos, la cabeza se había inclinado o la mano levantado para impartir bendición.

Sin negar la posibilidad de tales eventos, no puede dejar de dudarse que en muchas ocasiones la evidencia histórica de estas maravillas era insatisfactoria. Que la devoción popular a la Santísima Virgen era frecuentemente mostrada con extravagancia y abuso, es imposible de negar. Sin embargo, podemos pensar que la fé simple y devoción de la gente fue con frecuencia recompensada en proporción a la honesta intención de su muestra de respeto a la Madre de Dios.

Y no hay razón para pensar que estas formas de devoción tuvieran un efecto de engaño, y que hallan ahijado nada mas que formas de superstición. La pureza, devoción, e imagen maternal de María siempre fueron el motivo dominante, incluso el «Milagro» de Max Reinhardt, la obra muda que en 1912 arrasó la taquilla de Londres, persuadió a muchos acerca de lo verdadero que el sentimiento religioso debió de resaltar incluso las mas extravagantes concepciones de la Edad Media.

El más reconocido de los santuarios Ingleses de Nuestra Señora, el de Walsingham en Norfolk, fue en cierta forma una anticipación del todavía más famoso Loreto. Walsingham profesaba el conservar, no el Santo Hogar por si mismo, pero si un modelo de su construcción sobre las medidas traídas de Nazareth en el siglo undécimo. Las dimensiones de la Santa Casa de Walsingham fueron tomadas por William de Worcester, y estas no coinciden con las de Loreto. La de Walsingham mide 7.15 por 3.9 metros ; la de Loreto es más grande con 9.5 por 4.0 metros.

En cualesquier caso el homenaje rendido a Nuestra Señora durante la parte alta de la Edad Media era universal. Incluso un escritor nada ortodoxo como John Wyclif, en uno de sus primeros sermones, dice: «Pareciera imposible el poder obtener la recompensa del Cielo sin la ayuda de María. No hay sexo o edad, ni rango o posición, de nadie de la raza humana, que no tenga la necesidad de clamar por ayuda a la Santísima Virgen». Así que nuevamente el intenso sentimiento evocado del siglo doce al dieciséis sobre la doctrina de la Inmaculada Concepción es solo un tributo adicional a la importancia que todo el tema de la Mariología poseía a los ojos de los mas estudiosos cuerpos de la Cristiandad.

El dar incluso una pequeña muestra de las diferentes prácticas de devoción Mariana en la Edad Media sería imposible de realizar en este espacio. La mayoría de ellos—por ejemplo el Rosario, el Ángelus, el Salve Regina, etc. y los más importantes se discuten en encabezados separados. Es suficiente el hacer notar la prevalencia de portar rosarios de todas las modas y largos, algunos de quince décadas, algunos de diez, algunos de seis, cinco, tres, o uno, como artículos de adorno en cada ropaje; la mera repetición de Salve Marías a ser contados con la ayuda de tales Pater Nosters, o cuentas, era común en el siglo doce, antes del tiempo de Santo Domingo; el tema de meditación en «misterios» asignados no llegó a estar en uso sino hasta 300 años después. Además, hemos de notar la casi universal costumbre de dar donaciones para tenera una Misa Mariana, o Misa de Nuestra Señora, celebrada diariamente en un altar particular, así como el mantener encendidas luminarias frente a una estatua o santuario específicos.

Aún más interesantes fueron las fundaciones dejadas por testamento para que el Salve Regina u otros himnos de Nuestra Señora fueran cantados después del Compline en el altar de la Señora, mientras que luminarias ardían frente a su estatua . El «salut» común en Francia en los siglos diecisiete y dieciocho se formaron solo como desarrollo posterior de esta práctica, y de estos últimos hemos derivado casi con toda certeza nuestra comparativamente moderna devoción de Benedicción del Sagrado Sacramento.

TIEMPOS MODERNOS

Tan solo unos cuantos puntos aislados pueden ser tocados en el desarrollo de la devoción Mariana desde la Reforma.

Destaca entre estos la introducción general a la Letanía de Loreto, la que, como hemos visto, tuvo precursores en otras tierras tan remotas como Irlanda en el siglo noveno, sin dejar de mencionar de formas aisladas en la alta Edad Media, la que por sí sola solo llegó a ser de uso común hasta el cierre del siglo decimosexto.

Lo mismo puede mencionarse de la adopción generalizada de la segunda parte del Salve María.Otra manifestación de gran importancia, que al igual que la anterior siguió poco después del Concilio de Trento, fue la institución de ordenes de la Virgen Santísima, particularmente en casas de educación, un movimiento principalmente promovido por la influencia y ejemplo de la Sociedad de Jesús, cuyos miembros hicieron mucho, por la consagración de estudios y otros instrumentos similares, para colocar la labor de la educación bajo el patronazgo de María, la Reina de la Pureza.A este período también se debe, con algunas excepciones, la multiplicación en el calendario de fiestas menores de la Santísima Virgen, tales como el del Santo Nombre de María, el festum B.V.M. ad Nives, de Mercedes, del Rosario, de Bono Consilio, Auxilium Christianorum, y otras mas. También en la parte alta (siglo diecisiete como más temprano) es la adopción de la costumbre de consagrar el mes de Mayo a Nuestra Señora por mandatos especiales, aunque la práctica de recitar el Rosario cada día durante el mes de Octubre apenas se pueda mencionar sea mayor que las Encíclicas del Rosario de Leo XIII.

No se mantuvo mucha controversia acerca de la Inmaculada Concepción después del pronunciamiento indirecto del Concilio de Trento, pero el dogma fue solo definido por Pío IX en 1854. Indudablemente, sin embargo, el gran ímpetu a la devoción Mariana en tiempos recientes lo ha proporcionado las apariciones de la Santísima Virgen en 1858 en Lourdes, y por medio de numerosos favores sobrenaturales otorgados a los peregrinos, tanto ahí como en otros santuarios, que derivan de este.

La «medalla milagrosa» conectada con la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias-Notre Dame des Victoires en Paris merece también mención, gen
erando gran impulso a esta forma de devoción en la primera mitad del siglo decimonoveno. Siendo relevante mencionar las apariciones marianas ocurridas en el cerro del Tepeyac en México, a los diez años de finalizar la conquista española, en 1531 testimoniadas por el beato Juan Diego-Cuautlatoatzin. Mismas que dieron origen al establecimiento de su actual santuario y basílica de Santa María de Guadalupe, en la villa de Guadalupe Hidalgo, actualmente parte de la metrópolis de la Ciudad de México. Y en plena edad moderna , a principios del siglo XX en plana Primera Guerra Mundial, no se pueden dejar de mencionar las apariciones de Fátima en Portugal ocurridas en 1917 a los tres niños pastores, que dan origen al muy visitado e importante Santuario de Nuestra Señora de Fátima.

Fuente: HERBERT THURSTON para ENCICLOPEDIA CATOLICA

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La Devoción a la Santísima Virgen

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Aspectos sobre el Culto que debe darse a la Virgen María

¿DEBEMOS DAR CULTO A LA VIRGEN?
Sí, porque es la Madre de Dios y Madre espiritual de todos los cristianos.

¿RENDIMOS EL MISMO CULTO A DIOS QUE A LA VIRGEN?
No. A Dios, por ser el Supremo Señor de todo lo creado, le rendimos culto de adoración, llamado LATRIA. A la Virgen, en cambio, por su grandeza la veneramos con un culto especial, llamado de HIPERDULIA…

…VIDEOS…

¿POR QUÉ LLAMAMOS MEDIANERA A LA VIRGEN?
Aunque Jesucristo es el único mediador entre Dios y el hombre, no se excluye por eso la existencia de otra mediación secundaria y subordinada la de la Virgen María. La Virgen es medianera de todas las gracias, porque intercede por nosotros delante de su Hijo Divino, y porque nos lleva de la mano a la Patria Celestial.

¿ES NECESARIA LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN?
La devoción a la Virgen es necesaria para salvarnos, pero con necesidad moral, que se apoya en el querer de Dios que nos la dió como Madre.

¿QUÉ CARACTERÍSTICAS HA DE TENER NUESTRA DEVOCIÓN A LA VIRGEN?
Como buenos hijos suyos, hemos de venerarla, invocarla, imitarla y amarla.

¿CÓMO PODEMOS IMITARLA?
Imitamos a la Virgen a través de todas las virtudes, pues todas las vivió en el mayor grado posible.

¿DE QUÉ MANERA PODEMOS DIRIGIRNOS A LA SANTISIMA VIRGEN?
Además de las oraciones que la piedad de cada uno pueda componer, la Iglesia recomienda decir las siguientes: EL AVEMARIA, EL ANGELUS, EL REGINA COELI, LA SALVE, EL ACORDAOS, EL MAGNIFICAT, BENDITA SEA TU PUREZA, JACULATORIAS, y de manera especial porque Ella lo ha pedido, el rezo del Santo Rosario.

¿QUÉ ES EL SANTO ROSARIO?
El Santo Rosario es un conjunto de Avemarías y Padrenuestros en honor de la Virgen, estas oraciones suelen ir acompañadas de piadosas meditaciones acerca de los principales misterios de nuestra fe.

¿POR QUÉ SE LLAMA ROSARIO A ESTAS ORACIONES?
Se llama Rosario porque las oraciones que se enlazan con las meditaciones de los misterios (gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos) forman una corona de rosas que se ofrece a María Santísima.

¿CUÁL ES EL MES DEDICADO A LA VIRGEN DE UN MODO ESPECIAL?
El mes dedicado a la Virgen es el mes de mayo. Así lo ha dispuesto la Iglesia.

¿CUÁL ES EL DÍA DE LA SEMANA TRADICIONALMENTE DEDICADO A LA VIRGEN?
El día dedicado a la Virgen, por una tradición antiquísima, es el sábado. En este día podemos poner presente a Nuestra Madre de forma especial, ofreciéndole algún pequeño sacrificio y dirigiendo una oración en su honor, por ejemplo la Salve.

¿HEMOS DE PROPAGAR LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN?
Si, porque los buenos hijos hablan de su Madre, y porque la aman propagando su culto.

¿QUÉ DICE EL CONCILIO VATICANO II ACERCA DE LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN?
Advierte a todos los fieles de la Iglesia lo siguiente:
«QUE TENGAN MUY EN CONSIDERACION LAS PRÁCTICAS Y LOS EJERCICIOS HACIA ELLA RECOMENDADOS POR EL MAGISTERIO A LO LARGO DE LOS SIGLOS» (Const. Dogmática LUMEN GENTIUM n. 67).


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1ª Parte. VIRGEN MARIA. MARIA, MATER MUNDI.

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La devoción Mariana en la Iglesia Primitiva

Como han puesto en evidencia los estudios mariológicos recientes, la Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo.

En las pinturas marianas de las catacumbas de Priscilase muestra a la Virgen con el Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado. (Ver imagen que encabeza este texto)

Esto le lleva a decir a San Josemaría Escrivá que:
«los primeros cristianos, a los que hemos de acudir siempre como modelo, dieron un culto amoroso a la Virgen. En las pinturas de los tres primeros siglos del cristianismo, que se conservan en las catacumbas romanas, se la contempla representada con el niño Dios en brazos. ¡Nunca les imitaremos bastante en esta devoción a la Santísima Virgen!»

Sobre la devoción a Santa María en los siete primeros siglos de la vida de Iglesia existe una documentación espléndida, amplísima y solvente.

 

VISIÓN GENERAL DE LOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS

Ya en los Evangelios la figura de la Virgen, discretamente presente, está rodeada de veneración. En estos pasajes, sobre todo en los relatos lucanos de la infancia del Señor y en la narración joánica de la presencia de Santa María al pie de la Cruz, se manifiesta una gran veneración hacia la Madre de Jesús y se encuentra descrita ya y como en germen, la veneración que le profesará el pueblo cristiano a lo largo de los siglos.

LOS PRIMEROS TESTIMONIOS PATRÍSTICOS

Los testimonios patrísticos sobre la Virgen comienzan ya en el mismo San Ignacio de Antioquía (+ ca. 110). Ignacio considera a Santa María en su carácter de Madre de Jesús y en el papel que su maternidad juega en la historia de la salvación. Esta maternidad es realzada, sobre todo, en la realidad de su facticidad frente a los gnósticos. Son conmovedores los textos en que Ignacio insiste en que Jesús ha nacido de (ex) Dios y de María(3).

Desde un primer momento la Virgen aparece cercana no sólo por su maternidad sobre el Señor, sino también por su intervención en la historia de la salvación. Buen testimonio de ellos es San Justino (+ 165). San Justino es el primero en dar testimonio del paralelismo Eva-María, de forma que la maternidad de Santa María sobre los creyentes comienza a abrirse camino en forma explícita en la conciencia de los cristianos(4). Ireneo de Lyón otorga forma extensa a este paralelismo, insistiendo en que Santa María es causa de salvación para sí misma y para todo el género humano(5).

Ireneo llama también a María abogada de Eva(6). Los mariólogos advierten con razón que estos textos ireneanos son de gran importancia(7). Tienen importancia desde el punto de la doctrina mariológica, y son de suma relevancia en el tema que estamos tratando. Estos textos y muchos otros del mismo tenor se encuentran en la base de la piedad cristiana hacia Santa María a la que comienza a acudir con confianza, precisamente por su característica de abogada e intercesora.

En este itinerario del apoyo teológico a la piedad popular hacia Santa María destaca Orígenes con rasgos propios (+ 253); su teología rodea de cariño y devoción a Santa María y ha atraído la atención de grandes mariólogos(8). Orígenes otorga gran importancia a la virginidad de Santa María y la presenta a las vírgenes como modelo a seguir. Ella recibió al Verbo en su seno; nosotros debemos recibir al Verbo en nuestra alma. Precisamente al presentar al evangelista San Juan como ejemplo de penetración espiritual de la Escritura, Orígenes afirma que sólo puede captar el sentido espiritual de la Escritura aquél que, como Juan, ha reposado su cabeza sobre el pecho de Jesús, aquél que, como Juan, ha recibido a María como Madre(9). Orígenes entiende que Juan recibe a María como Madre, por su parecido con Jesús; de ahí que entienda también que todo hombre que se asemeja a Cristo se convierte en hijo de María.

Se trata de expresiones mariológicas que merecen una gran atención a la hora de pensar en la devoción a María en los primeros siglos. Laa imagen que llega de Ella a los primeros cristianos a través de los Padres es la de una mujer sencilla y santa, Madre de Jesús, fuertemente implicada en la historia de la salvación, abogada incluso de Eva, ejemplo para las vírgenes, Madre de Cristo y de quienes se asimilan a él. Todo esto insinúa que ya a mediados del siglo III, al menos en Alejandría, se encontraba extendida la devoción a Santa María y la costumbre de invocarla con el título de Theotokos.

El testimonio más impresionante se encuentra en la oración Sub tuum praesidium, que consideraremos inmediatamente. El historiador Sócrates ofrece un dato verdaderamente interesante en torno a Orígenes. Según Sócrates, Orígenes habría explicado el significado del título Theotokos en su primer tomo de comentarios a la Carta de San Pablo a los Romanos(10). Se trata de un título mariano bien preciso y que será como una bandera discutida en los aledaños de Éfeso. Parece ser que Orígenes se habría sentido en la necesidad de explicar bien este título, por la gran difusión que había adquirido entre el pueblo cristiano la costumbre de invocar a Santa María como Madre de Dios.

Los escritos apócrifos recogen un amplio panorama de creencias populares y, sobre todo, constituyen un testimonio de la piedad popular de grandes sectores cristianos. Son notables las descripciones de la virginidad de Santa María en la Ascensión de Isaías (siglo I), Las Odas de Salomón (siglo II) y Los oráculos sibilinos (siglos II-III). Todos ellos destacan la virginidad de Santa María. El Protoevangelio de Santiago habla ya de la vida de oración y de la santidad de la Virgen. La Asunción de María es largamente tratada en el Transitus Mariae (siglos III-IV)(11). Recientemente se ha mostrado cómo el influjo de este apócrifo llega hasta la escinificación del misterio de Elche(12).

 

LA EDAD DE ORO DE LA PATRÍSTICA

A partir del siglo IV se comienzan a encontrar ya testimonios de panegíricos que exaltan, sobre todo, la maternidad de Santa María. Por esta fechas, como veremos inmediatamente, comienzan los testimonios en torno a las festividades marianas en los diversos ritos.

Comienzan también los testimonios de la invocación a Santa María. San Gregorio de Nacianzo cuenta que una virgen invoca a Santa María en el trance de perder su virginidad, y es auxiliada(13). San Gregorio de Nisa habla con naturalidad de una aparición de la Virgen a San Gregorio Taumaturgo (+ 270)(14).

Dos son los títulos marianos que se destacan en este claro movimiento espiritual: Virgen y Madre. El título de Madre invita a refugiarse en su misericordia inagotable, como se expresa en el Sub tuum praesidium. Juliano el Apóstata reprocha a los cristianos el que estén constantemente invocando a María como Theotokos(15). El título de Virgen invita a las vírgenes a tomarla como modelo. La piedad mariana recibe un fortísimo impulso con el florecimiento espiritual del siglo IV y, especialmente, con la vida monacal. San Atanasio pone en boca de su predecesor Alejandro de Alejandría (+ 328) esta exhortación a las vírgenes: «Tenéis, además, el estilo de vida de María, que es modelo e imagen de la vida propia de los cielos»(16).

Tras Nicea (a. 325) con su definición de la consustancialidad del Verbo con el Padre, se destaca aún más la dignidad de la Maternidad de Santa María. El pueblo cristiano la invoca como intercesora y como Theotokos llena de misericordia. El misterio de Cristo aparece cada vez más relacionado indisolublemente con el misterio de Santa María. La unidad de Cristo se refleja en la firmeza con que se confiesa la Theotokos. Esto explica la honda conmoción que sienten los ambientes monacales alejandrinos cuando llega la noticia de que Nestorio niega que Santa María sea Madre de Dios(17).

Entre los Padres orientales destaca por su influencia San Efrén (+ 473) y sus hermosos himnos dedicados a la Santa Madre de Dios. Se trata, quizás, del teólogo que más ha llegado a amplios sectores populares precisamente por influencia de sus himnos en la liturgia. Todo el Oriente vibra en este siglo con la devoción a Santa María. La mariología alcanza un gran esplendor. Baste recordar a los tres grandes Capadocios, a Cirilo de Jerusalén (+ 38) o a Epifanio de Salamina (+ 403).

Menos generosos en elogios y en alabanzas a Santa María se muestran los antioquenos. Destaca entre ellos San Juan Cristóstomo (+ 407) en el que encontramos expuesto con fuerza el paralelismo Eva-María y la maternidad virginal, aunque nunca utilice el término theotokos.

Entre los latinos destacan fundamentalmente San Ambrosio (+ 397), San Jerónimo (+ 419) y San Agustín (+ 430). También aquí se encuentra un gran desarrollo de la doctrina mariana en todos sus temas claves y de una forma simétrica al Oriente. Ambrosio subraya como Atanasio la importancia de la virginidad de Santa María para la espiritualidad cristiana y, en especial, para la espiritualidad monacal; San Jerónimo la presenta como ejemplo de virtud y llama madre especialmente de las vírgenes(18); San Agustín destaca la santidad personal de María y su relación con la Iglesia. Puede decirse que desde Nicea hasta Éfeso la devoción a Santa María se encuentra en aumento y extensión constante. La reacción del pueblo cristiano ante la negación nestoriana de la maternidad divina es buena prueba de la sensibilidad ya existente en torno a las cosas que miran a la veneración de la Santa Madre de Dios.

TRAS EL CONCILIO DE ÉFESO

El escándalo que conduce a Éfeso es bien conocido, así como los acontecimientos traumáticos que le acompañan. El escándalo comienza en Constantinopla el a. 428 con ocasión de un Sermón de Proclo en honor de Santa María en el que la aclama como Theotokos y con la reacción de Nestorio rechazando este título mariano. Con respecto a la devoción mariana son bien elocuentes tanto la correspondencia que se cruza entre los principales actores, como los sermones. Basta repasar las actas del Concilio de Éfeso y los Sermones allí pronunciados para palpar cómo el pueblo estaba implicado en estas disputas teológicas y cómo sentía que con la negación de la Theotokos se estaba lesionando la principal razón de su devoción a Santa María.

La cuestión central de Efeso no era mariológica, sino cristológica: la unidad de Cristo. En el terreno mariológico, el Concilio de Éfeso no ha añadido nada a lo que ya se creía universalmente por el pueblo cristiano: que santa María es Madre de Dios. Sin embargo, la solemne afirmación de la maternidad de Santa María hecha por Éfeso no sólo reafirmaba la unidad de Cristo, sino que abría una nueva etapa en la piedad mariana y en los perfiles más característicos de la vida cristiana. En efecto, desde la conciencia refleja de la dignidad maternal de Santa María, el pueblo cristiano –incluidos los obispos– captaron mejor no sólo el honor que se debe a María, sino su papel único en la historia de la salvación y su excelso poder de intercesión. Como observa Toniolo citando las homilías de Proclo y de Basilio de Seleucia, se llegó así a formular con conciencia refleja el carácter de un culto de hiperdulía a la Virgen, tras comprender su dignidad y su singular poder como Madre de Dios(19).

Los cristianos de Constantinopla, Alejandría y Éfeso vivieron estos acontecimientos con un gran fervor, como se desprende de los sermones y de la correspondencia epistolar que se cruza entre los principales actores. Es posible que ya al final de estos sucesos, hombres de Iglesia como Proclo, Pablo de Emesa o Cirilo tuviesen algún atisbo de la importancia que su lucha teológica iba a tener en el desarrollo ulterior de la Iglesia y en la piedad popular mariana. Se comprende su alegría exultante al final del Concilio. Su espíritu sigue estando presente aún entre nosotros que nos encontramos al final ya al comienzo del tercer milenio.

Tras Éfeso, la devoción a Santa María crece por la liturgia que comienza a llenarse de fiestas marianas, las iglesias dedicadas a Santa María y a su maternidad y las homilías marianas. En cada uno de estos campos la abundancia de datos es enorme. Tras Éfeso, el entusiasmo de los oradores de Constantinopla no tiene límites. Ellos exaltan la maternidad divina. También exaltan la virginidad de Santa María, su poder de intercesión, su realeza, su mediación. Es la época del surgimiento del himno Akathistos –a finales del s. V o principios del VI– y de las grandes homilías marianas como las de Germán de Constantinopla (+ 733). Con San Juan Damasceno (+749) en Oriente e Ildefonso de Toledo (+ 667) en Occidente la devoción a Santa María se manifiesta ya incluso como consagración a Santa María. También en Occidente se vive con fervor la devoción a Santa María. Citemos como nombres gloriosos y cercanos a San Leandro de Sevilla (+ 599) que insiste en Santa María como cumbre y modelo de la virginidad, o a San Isidoro de Sevilla y su influencia en la liturgia mozárabe(20), o San Ildefonso de Toledo y su doctrina en torno al «servicio» a Santa María, es decir, el esbozo de 1as grandes líneas de la esclavitud mariana(21).

 

LA ORACIÓN «SUB TUUM PRAESIDIUM» Y EL HIMNO «AKATHISTOS»

La oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, quizás el más antiguo y el más importante en torno a la devoción a Santa María. Me refiero a la oración «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios …». Se trata de un tropario (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud. Es quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos a la Virgen, e indiscutiblemente es la primera vez que este término aparece en un contexto oracional e invocativo.

G. Giamberardini en un documentado estudio ha mostrado la presencia del tropario en los más diversos ritos y las diversas variantes que encuentra, incluso en la liturgia latina(22). La universalidad de esta antífona hace pensar que ya a mediados del siglo III era usual invocar a Santa María como Theotokos, y que los teólogos, como Orígenes, comenzaron a prestarle atención, precisamente por la importancia que iba adquiriendo en la piedad popular. Simultáneamente esta invocación habría sido introducida en la liturgia.

En el rito romano, su presencia está ya testimoniada en el Liber Responsalis, atribuido a San Gregorio Magno y es copiado en el siglo IX en la siguiente forma: «Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix». Algunos manuscritos de los siglos X y XI, presentan unas deliciosas variantes de esta oración, manteniendo intacta la expresión Santa Dei Genitrix, en estricta fidelidad a la Theotokos del texto griego. Helas aquí:
«Sub tuis visceribus confugimus, Dei Genitrix, semper Virgo Maria» ; » Sub tuis visceribus confugio, Sancta Dei Genitrix»; «Sub tuis visceribus confugimus, Sancta Dei Genitrix»»(23).
Y en el rito ambrosiano: «»Sub tuam misericordiam confugimus, Dei Genitrix»»(24).

Se trata de traducciones fidelísimas del texto griego, tal y como aparece en el rito bizantino, en el que se utiliza la palabra griega eysplagknían, para referirse a las entrañas misericordiosas de la Madre de Dios(25). La consideración de la inmensa capacidad de las entrañas maternales de la Madre de Dios está en la base de la piedad popular que tanta importancia dio al título Theotokos para designar a la Madre de Jesús. Y quizás como lo más importante sea el hecho de que el testimonio del Sub tuum praesidium levanta en el mariólogo la sospecha de que el título Theotokos se origina a mediados del siglo III en la piedad popular como invocación a las entrañas maternales de Aquella que llevó en su seno a Dios y que, por esta razón, debe estar dotada de unas entrañas maternalmente inagotables. Esta vez, quizás, la piedad popular fue por delante de la Teología. Al menos, es muy verosímil que así fuese.

Esa piedad popular alcanza una de sus manifestaciones más hermosas en el himno Akathistos. Como su propio nombre indica es el himno que se canta de pie. Con este nombre de repertorio que sustituyó al título original la iglesia de oriente quiso hacer suyo este himno considerándolo como expresión privilegiada de su piedad mariana y cantándolo entero de pie en señal externa de atención reverente (26). Es un himno de acción de gracias, que en el rito bizantino tiene su fiesta propia.

He aquí cómo describe el Sinaxario esta fiesta de acción de gracias: «Celebramos esta fiesta en recuerdo de las prodigiosas intervenciones de la inmaculada madre de Dios. Este himno fue llamado Akáthistos como privado de espacio para sentarse, ya que todo el pueblo estuvo toda la noche entera cantando en pie este himno a la madre de Dios; y mientras que en todas las demás estrofas se acostumbra a estar sentados, en ésta de la madre divina todos nos ponemos de pie para escucharla»(27).

El himno está dividido en dos partes. La primera, estancias 1-12, está dedicada al misterio de Cristo; la segunda, estancias 13-24 propone la teología antigua en torno a Santa María: las seis primeras estancias (13-18) de esta parte la contemplan sumergida en el misterio de Cristo, mientras que las seis últimas la celebran presente en el misterio de la Iglesia. He aquí algún ejemplo del estilo y fervor del canto, tomada de la parte final:
«Ensalzando tu parto, el universo te canta como templo viviente, oh Theotokos. Ave, oh tienda del Verbo de Dios. Ave, tú, arca dorada por el Espíritu. Ave tú, noble honor de los sacerdotes. Ave, tú eres para la Iglesia como torre esbelta. Ave, por ti levantamos trofeos; ave, por ti caen vencidos los enemigos. Ave tú, medicina de mis miembros; ave, salvación de mi alma. Ave esposa inviolada. Oh Madre que debe ser alabada con toda clase de alabanzas, que diste a luz al Verbo más santo que todos los santos, al recibir ahora esta ofrenda, líbranos a todos de toda calamidad, y redime del suplicio futuro a los que te aclaman. Aleluia»(28).

El Akáthistos es calificado con justicia como el himno más hermoso de toda la Antigüedad y como la primera síntesis de la doctrina mariana. En él piedad popular y doctrina teológica encuentran una magnífica armonía.

 

LAS PRIMERAS FIESTAS MARIANAS: LOS PRIMEROS SERMONES MARIANOS

De entre estos sermones que alimentan la piedad popular he elegido algunos significativos. En ellos se refleja cómo era la piedad popular; se refleja, sobre todo, en qué forma se dirigían los pastores a sus fieles para ser entendidos por ellos. He elegido un sermón típico de finales del siglo IV o principios del siglo V, y tres sermones pronunciados durante el concilio de Éfeso.

EL «SERMO DE ANNUNTIATIONE DOMINI»

Este Sermón está colocado en la edición de Migne entre los que se atribuyen a san Juan Crisóstomo. René Laurentin opina que puede atribuirse a Gregorio de Nisa(29). La misma crítica interna muestra convincentemente su coincidencia con puntos personalísimos de la teología nisena. S. Alvarez Campos lo ofrece entre los ssermones nisenos, aunque advirtiendo que puede ser interpolado(30). El P. Aldama también lo atribuye al Niseno, y se da como probable fecha de la predicación los años 370-378, quizás un domingo anterior a la fiesta de Navidad(31). A nosotros nos interesa, sobre todo, su estilo literario, como exponente de los rasgos humanos de la piedad popular mariana de esos años.

La estructura del sermón es sencilla y bien fácil de seguir.
Todo el sermón no es más que parafrasear el relato lucano de la anunciación. He aquí unos ejemplos:
«En el mes sexto tras la concepción del Precursor es enviado Gabriel por el Verbo, «Sol de Justicia», a anunciar a Santa María el misterio de la Encarnación: «Ve –dice el Verbo a Gabriel– a la ciudad de Galilea, a Nazaret, a la virgen María, a la que está casa con el obrero José (téktoni), pues, que soy obrero (tekton) de toda criatura, me he desposado esta virgen para la salvación de los hombres. Anúnciale a Ella mi venida sin tumulto, no sea que se turbe, si no lo sabe por carecer de anuncio. Enséñale a Ella mi amor al hombre, por el cual quiero salir de Ella al mundo como hombre, para que, al conocer previamente el designio divino, no se turbe al observar su gravidez (…) Realiza ya tu misión, pues me encontrarás ya allí donde te envío; allí te precederé, permaneciendo aquí.

«Yo marcho hacia Ella ante ti y contigo. Lleva tú el anuncio de mi venida y yo, presente invisiblemente, sellaré tu anuncio con los hechos. Pues quiero renovar al género humano en el seno virginal; quiero en forma atemperada al hombre amasar de nuevo la imagen que modelé; quiero curar con una nueva modelación la vieja imagen hecha pedazos. Modelé de tierra virgen al primer hombre a quien el diablo, agarrándolo, lo arrastró y lo hundió como enemigo y pateó mi imagen caída. Quiero ahora hacerme para mí de tierra virgen un nuevo Adán para que la naturaleza se defienda a sí misma en forma congruente, y sea coronada con justicia por aquel que la abatió, y el enemigo sea avergonzado razonablemente»(32).

El texto citado, a pesar de su aparente ingenuidad, entraña un gran pensamiento teológico enraizado en la gran tradición mariológica. Resuena en estos párrafos la teología ireneana del nuevo Adán, hecho de tierra virgen –el seno de Santa María–, como el primer Adán fue modelado de la tierra virgen. Resuenan la imagen de Dios deteriorada por la instigación del diablo y restaurada por la misma humanidad de la que ya forma parte el Verbo en cuanto hombre.

El Sermón, delicioso, es una buena muestra de cómo se explicaba al pueblo la mariología en forma narrativa. Me refiero a que esta teología se le hacía llegar llanamente, parafraseando los textos de la Escritura en una exégesis, ingenua en apariencia, pero conocedora de la tradición en el fondo. Todo el sermón es así. Merece la pena meditarlo. Sólo citaré un trozo más: la forma en que se comenta el saludo del ángel a Santa María:
«Llega, pues, a la Virgen María el ángel, y entrando a Ella, le dice: Dios te salve llena de gracia (Lc 1,28). Llamó señora a la que era consierva suya, como quien era ya Madre del Señor. Dios te salve, llena de gracia. Tu primera madre, Eva, por haber transgredido el mandato, recibió el castigo de dar a luz con dolor; a ti te corresponde, en cambio, el saludo de la alegría. Ella engendró a Caín habiendo engendrado la envidia y el homicidio; tú engendrarás un hijo, que dará la vida y la incorrupción a todos (…) Alégrate, y pisa la cabeza de la serpiente (cf. Gn 3,15). Dios te salve, llena de gracia…»(33).

HOMILÍA DE PROCLO DE CÍZICO O DE CONSTANTINOPLA

Proclo fue el segundo sucesor de Nestorio en la sede de Constantinopla en el año 434. En el 426 había sido consagrado obispo de Cízico, pero no pudo tomar posesión de su sede. La homilía que nos ocupa fue pronunciada ante Nestorio en la Gran Iglesia de Constantinopla entre los años 428-429(34). Es una homilía sobria y de una magnífica construcción teológica. El orden lógico y la visión de conjunto de la unidad entre la mariología y la cristología la convierten en la homilía más perfecta de las implicadas en estos acontecimientos que llevan al Concilio de Éfeso, incluso más perfecta que las que se pronuncian en el mismo Concilio(35).

No es extraño. Proclo es ya por estas fechas predicador afamado de Constantinopla, y Constantinopla está acostumbrada a una tradición de grandes oradores sagrados, entre ellos nada menos que San Gregorio de Nisa y San Juan Crisóstomo, que le han precedido. Los párrafos de Proclo son floridos y cadenciosos; la construcción de la homilía, sin embargo, es lineal y sencilla en una síntesis perfecta de mariología, cristología y soteriología. Las metáforas y las comparaciones que utiliza son ya conocidas en su mayor parte, pues vienen siendo usadas desde los siglos anteriores. He aquí algunos párrafos significativos:

Introducción: Celebramos la fiesta de la virginidad maternal. Esta maternidad es glorificación del género femenino. La gracia de Dios es más grande que el pecado. Esta gracia consiste en que el Verbo se ha hecho verdaderamente hombre:
«La fiesta virginal nos invita a cantar alabanzas. Y hay razón para ello: el tema de esta fiesta es la castidad. Se realiza una glorificación de las mujeres y una gloria del sexo por el hecho de que María es, al mismo tiempo, virgen y madre. Esta unión de maternidad y virginidad es digna de ser amada (…) Que se levante la naturaleza y sean honradas las mujeres; que dance la humanidad y sean glorificadas las vírgenes, pues allí donde se multiplicó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5, 20). Hemos sido convocados por Santa María, tesoro sin mancilla de la virginidad, paraíso espiritual del segundo Adán, taller de la unidad de las dos naturalezas, pregón de la reconciliación salvadora, cámara nupcial donde el Verbo se ha desposarlo con la naturaleza humana, zarza viva de la naturaleza que el fuego del alumbramiento no ha consumido, nube verdaderamente clara que ha llevado sobre su cuerpo a Aquél que se asienta sobre los querubines, vellocino purísimo humedecido por el rocío celestial con el que el pastor ha revestido al rebaño, aquella que es esclava y madre, virgen y cielo, el único puente entre Dios y los hombres, el bastidor admirable de la economía sobre el cual fue tejida inefablemente la túnica de la unión, túnica cuyo tejedor fue el Espíritu Santo, cuya hilandera fue el poder que la cubrió con su sombra desde las alturas, cuya lana fue el antiguo vellón de Adán, cuyo cañamazo fue la carne impoluta surgida de la Virgen, cuya lanzadera fue la gracia inmensa de Aquél que lleva nuestra humanidad, cuyo hacedor es el Verbo que está en la Virgen por medio del oído (…) Aquél a quien no contienen 1os cielos, no ha desdeñado la estrechez de un vientre»(36).

El lenguaje y el estilo de esta homilía recuerdan, como es natural, las homilías marianas de Gregorio de Nisa o de San Juan Crisóstomo. El pueblo de Constantinopla está acostumbrado a esta oratoria florida, pero de nervio arquitectónico claro, en las que las imágenes y comparaciones están al servicio de las ideas que se desarrollan. Nótese, p.e., la precisión con que se describe el misterio de la encarnación en el seno de María: la unión de las dos naturalezas de Cristo es descrita como un tejido cuyo tejedor es el Espíritu, cuya lana procede del antiguo vellón de Adán, cuyo cañamazo fue la carne de la Virgen, cuya lanzadera fue la gracia, cuyo artífice es el mismo Verbo.

Naturaleza de la maternidad virginal: Viene ahora la afirmación de la unidad de Cristo expresada también en diversas imágenes, que llevan como de la mano al paralelismo Cristo-Adán y a mostrar las razones que existen para que esta maternidad sea virginal:
«El ha sido engendrado de mujer ni como simplemente Dios, ni como simplemente hombre. Aquél que ha sido engendrado, ha mostrado como puerta de la salvación a aquella que en otro tiempo fue la puerta del pecado. Donde la serpiente había infundido su veneno mediante la desobediencia, el Verbo, habiendo entrado en su templo mediante la obediencia, le ha dado la vida. Allí donde emergió Caín el primer discípulo de la falta, allí, sin semilla, ha germinado Cristo, redentor de nuestra raza. El Dios amante del hombre no se ha ruborizado de nacer de una mujer (…) El no se manchó por habitar en las entrañas que El mismo había fabricado sin ignominia»(37).

La argumentación para defender una auténtica generación sexual de Dios es la misma que ya utilizó Gregorio de Nisa: el sexo está diseñado por Dios y, por tanto, no es indigno de recibir a Dios. La generación de Jesús es sexual, pero virginal.

Dignidad de la generación humana: Proclo sigue utilizando imágenes cada vez más expresivas de la fuerza con que es necesario afirmar que Dios ha sido engendrado y ha sido dado a luz. Esta generación forma parte del camino elegido por Dios para la salvación y muestra, a su vez, la dignidad de 1a generación humana:
«Si Cristo no hubiese sido engendrado por una mujer, no habría muerto. Si no hubiese muerto, no habría reducido a la impotencia por su muerte a aquél que tiene el poder de la muerte, es decir, al diablo (Hebr 2, 14). No hay ningún desdoro para un arquitecto en habitar la casa que él ha construido (…); no hay mancilla en el sin mancilla, si surge del vientre de una virgen: El mismo había formado este vientre sin mancilla, y El ha pasado a través de él, sin contraer mancilla alguna»(38).

Proclo vuelve sobre el tema en esos cadenciosos párrafos que harían las delicias de su auditorio de Constantinopla:
«¡Oh vientre en el cual se ha compuesto el registro de la común libertad! ¡Oh matriz en la cual se ha forjado el arma contra la muerte! ¡Oh surco en el que el agricultor de la naturaleza, Cristo, ha crecido sin semilla, como una espiga de trigo! ¡Oh templo en el que Dios ha llegado a ser gran sacerdote, no porque haya cambiado su naturaleza, sino porque se ha revestido, por misericordia, de aquél que es gran sacerdote según el orden de Melquisedeq (Hebr 6, 20)!»(39).

He aquí unidas maternidad divina, cristología y soteriología (doctrina de la salvación). Las ideas son sencillas y las imágenes floridas. Dios se ha hecho hombre; su generación y alumbramiento son verdadera generación y verdadero alumbramiento. Poco más se puede decir. El resto es intentar que el alma profundice en este abismo de misericordia mediante imágenes y metáforas que ayuden a saborear la verdad que nos trasciende. Y para ello nada mejor que utilizar la paradoja, porque el hecho de la encarnación es en sí paradójico.

La Theotokos: Proclo entra en la peroración de su sermón con una sola idea: mostrar que sólo pudo salvarnos alguien que fuera al mismo tiempo Dios y hombre. O Cristo es uno, o no pudo salvarnos. Es la misma argumentación que ya utilizó San Atanasio para defender la fe de Nicea: Lo que no fue tomado, no fue curado. Si el Verbo no hubiese tomado sobre sí a la naturaleza humana con toda radicalidad, no habría salvado al género humano. Y por esta razón, Santa María es Madre de Dios. He aquí algunas de sus frases:
«Un simple hombre no podía salvar; un simple Dios no podría sufrir (…) Siendo Dios se hizo hombre; por aquello que El era nos ha salvado; por aquello que ha llegado a ser, ha sufrido (…) El ha destruido la sentencia que nos condenaba a las espinas, porque ha sido coronado de espinas. Es el mismo Cristo el que ha estado en el seno del Padre y en el vientre de la Virgen, el que ha estado en los brazos de su madre y en las alas de los vientos, el que es adorado por los ángeles y el que come con los publicanos. Los serafines no osan mirarle cara a cara, y Pilato lo somete a interrogatorio»(40).

LOS SERMONES DE TEODOTO DE ANCIRA Y ACACIO DE MELITENE

En la misma línea de Proclo, aunque quizás con menos perfección literaria, encontramos los tres sermones de Teodoto de Ancira(41); el primero pronunciado en Éfeso en la Iglesia de San Juan Evangelista, y los otros dos leídos en el Concilio(42). El primero está centrado en la unidad de Cristo como fundamento imprescindible de la soteriología cristiana; el segundo alude con insistencia a la maternidad virginal utilizando las imágenes y la argumentación que eran ya tradicionales, como la zarza que arde sin consumirse, o la consideración de que el Autor de la inmortalidad no sólo no corrompió a su Madre, sino que le regaló la incorrupción; el tercero, pronunciado un día de Navidad, es el más florido de todos. He aquí una muestra:
En el exordio:
«Ilustre y prodigiosa es la ocasión de esta fiesta: ilustre, porque ella ha traído la salvación a los hombres; prodigiosa, porque ha vencido las leyes de la naturaleza. Pues, la naturaleza no conoce una virgen después de dar a luz, pero la gracia muestra a una madre, que ha permanecido virgen;1a gracia ha convertido a una mujer en madre y, sin embargo, no ha dañado su virginidad. La gracia ha conservado la virginidad. ¡Oh tierra que; sin semilla, hace brotar el fruto de la salvación! ¡Oh virgen que sobrepasa al mismo paraíso del Edén! Este paraíso ha producido toda clase de plantas, que surgían de la tierra virgen, pero esta Virgen es superior a esa tierra. Pues ella no ha hecho brotar árboles frutales, sino la vara de Jesé que trae a los hombres un fruto salvador. Esa tierra era virgen y María también es virgen, pero Dios encomendó a esa tierra el dar árboles, mientras que el mismo Creador se convirtió en fruto de esta Virgen según la carne. Ni la tierra ha recibido vástagos antes de producir los árboles, ni la Virgen ha perdido su virginidad por el hecho del alumbramiento. La Virgen es más ilustre que el paraíso, pues éste ha sido un campo cultivado por Dios, mientras que Ella ha producido a Dios según la carne, cuanto El eligió unirse a la naturaleza humana»(43).

El tema de Adán hecho de tierra virgen y el nuevo Adán hecho también de tierra virgen tiene una gran importancia en la teología ireneana(44). Son imágenes y argumentaciones que se han venido repitiendo desde entonces. Aquí radica una de las causas de la grandeza de la patrística griega, especialmente en los sermones: no se intenta un gran originalidad. Se intenta ante todo llegar al pueblo, hablándole de lo que ya le es familiar. El tiempo y la piedad van adensando ideas e imágenes, como sólo puede hacerlo una decantación de siglos. Un buen ejemplo es la forma en que Teodoto utiliza el argumento tan habitual de que el incorruptible no iba a corromper a su Madre:
«El ha sido concebido como hombre, y como Dios-Verbo ha conservado la virginidad. Pues si nuestro verbo, una vez concebido no corrompe el pensamiento, tampoco el Verbo esencial y sustancial de Dios, una vez concebido, ha corrompido la virginidad»(45).

El sermón de Acacio(46) pronunciado en Éfeso es mucho más breve, pero no menos enjundioso. He aquí este argumento magníficamente elegido para conmover al pueblo de Efeso:
«Yo no privo a la Virgen Madre de Dios del honor con que la ha adornado su servicio a la economía de la salvación. Sería absurdo que se glorificase a la cruz ignominiosa que lleva a Cristo, y a los altares de Cristo; que la cruz brillase en el frontispicio de los templos y, en cambio, que se privase de la dignidad de Madre de Dios a aquella que acogió a la divinidad para un beneficio tan grande. La Santa Virgen es, pues, Madre de Dios; pues el que ha nacido de ella es Dios. El no ha comenzado a existir a partir de su concepción; ha comenzado a ser hombre a partir de la concepción»(47).

EL SERMÓN DE SAN CIRILO

De los sermones pronunciados en Efeso, ninguno tan hermoso como el breve sermón de San Cirilo que consta en las Actas como el documento 80. Es el mismo que se lee en el oficio de lecturas de la festa de la Virgen de las Nieves. Está editado en PG 77, 991-996. El sermón tiene lugar en la iglesia de Santa María. Nos centraremos en este sermón analizando su argumentación y citando sus expresiones más hermosas, que, dada su claridad, necesitan de poca explicación. También Cirilo sabe utilizar un espléndido lenguaje y una construcción teológica, sencilla y coherente, envuelta en el rico lenguaje oriental. Y sabe llegar al corazón de sus oyentes:
«Tengo ante mis ojos una brillante asamblea: todos los santos se han reunido aquí con fervor, llamados por Santa María Madre de Dios, siempre virgen. Yo estaba lleno de pena, pero la presencia de los santos Padres ha cambiado esta tristeza en gozo. Se cumple ahora en nosotros esta dulce palabra del salmista David: ¡Cuán bueno y cuán gozoso el que los hermanos convivan unidos! (Sal 132,1).
»Te saludamos, santa y misteriosa Trinidad, que nos has convocado a la Iglesia de María Madre de Dios. Te saludamos, María, Madre de Dios, augusto tesoro de toda la tierra habitada, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la ortodoxia, templo indestructible, receptáculo de Aquél que no puede ser contenido, madre y virgen (…)
»Dios te salve a Ti, que has contenido en tu santa matriz virginal a Aquél a quien nada puede abarcarle; a Ti por quien la santa Trinidad es glorificada y adorada en toda la tierra; a Ti por quien se alegran los cielos; por quien exultan los ángeles y los arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo tentador ha caído del cielo; por quien la creación caída es elevada al cielo; por quien ha llegado al conocimiento de la verdad toda la creación esclavizada a los ídolos; por quien se ha dado el santo bautismo a 1os creyentes (…) por quien el Hijo único de Dios ha brillado como una luz para aquellos que vivían en las tinieblas y en las sombras de la muerte (Lc 1,79)»(48).

LOS SERMONES DE PABLO DE EMESA EN ALEJANDRÍA

Entre los textos postconciliares merecen atención dos sermones de Pablo de Emesa, breves, pero que describen cuál es el ambiente popular de aquellos años(49). El primero fue pronunciado el día 25 de diciembre del año 432, ante el mismo Cirilo. Se respira un ambiente de triunfo y de fervor popular:
«Es oportuno exhortar hoy vuestra Reverencia, dice dirigiéndose a Cirilo, a formar un coro sagrado con nosotros y a cantar con los santos ángeles: Gloria a Dios en cl cielo y paz sobre la tierra, bendición divina a los hombres (cfr Lc 2,14). Pues nos ha nacido un niño en el que tiene su esperanza toda la creación visible e invisible. Hoy se cumple el embarazo prodigioso y tienen fin las molestias del embarazo de la Virgen que no ha conocido esposo. ¡Oh maravilla! La Virgen da a luz y permanece virgen. Ella se convierte en madre, pero no le sucede exactamente lo mismo que a las otras madres. La Virgen ha dado a luz como es lo natural en las madres, pero permaneciendo virgen, como no sucede en quienes dan a luz. El profeta Isaías ya había visto de antemano el milagro cuando exclama: He aquí que la virgen está en cinta y va a dar a luz un hijo y se le dará por nombre Emmanuel (Is 7,14). El evangelista interpreta este nombre al decir que se traduce Dios con nosotros (Mt 1, 23).
»El pueblo grita: !Esta es nuestra fe! !Don de Dios, ortodoxo Cirilo! !Esto es lo que queríamos oír! ¡anatema a quien nos hable así!
»El obispo Pablo prosigue: ¡Anatema fuera de la Iglesia a quien no dice esto, a quien no piensa esto, a quien no tiene estos sentimientos! «María, Madre de Dios, ha, pues, dado a luz al Enmanuel. El Enmanuel, es decir, el Dios encarnado. Pues Dios Verbo, engendrado por el Padre antes de todos los siglos de modo inefable y por encima de todo conocimiento, ha sido engendrado en estos últimos días por una mujer. En efecto, habiendo asumido completamente nuestra naturaleza, habiéndose apropiado desde el comienzo de la concepción las cualidades humanas, y habiéndose fabricado nuestro cuerpo como templo, ha salido de la Madre de Dios, como Dios perfecto y al mismo tiempo hombre perfecto. El concurso de las dos naturalezas, es decir de la deidad y de la humanidad, ha constituido para nosotros un solo Hijo, un solo Cristo, un solo Señor.
»El pueblo grita: ¡Bienvenido, obispo ortodoxo! Digno entre los dignos. Los cristianos dicen: Don de Dios, ortodoxo Cirilo.
»El obispo Pablo dice: Yo también sabía, amados míos, que había venido a visitar a un padre, a un ortodoxo»(50).

El ambiente está perfectamente reflejado. Idéntico ambiente festivo encontramos en el segundo sermón de Pablo de Emesa, pronutciado el 6 Tibi (1 de enero) del 433. Es una descripción sucinta y clara de la doctrina ciriliana sobre la encarnación. Al final, exclama Pablo:
«Os hemos presentado una doctrina que es vuestra doctrina. Es la doctrina de vuestro padre. Es vuestro tesoro ancestral, la enseñanza del bienaventurado Atanasio, la enseñanza del gran Teófilo, esas columnas de la ortodoxia. Pero ya que habéis soportado mis balbuceos con paciencia, oid ahora la sabiduría de vuestro padre. Habéis oído la flauta del campesino; oíd también la trompeta con toda su fuerza.
»El pueblo grita: ¡Hijo de Teófilo y de Atanasio, escuchamos la sabiduría de Cirilo!»(51).

El ciclo de sermones en torno a Éfeso se cierra en un claro ambiente de euforia. La afirmación de la maternidad de Santa María no sólo reafirmaba la unidad de Cristo, sino que abría una nueva etapa en la piedad mariana y en los perfiles más característicos de la vida cristiana. En efecto, desde la conciencia refleja de la dignidad maternal de Santa María, el pueblo cristiano –incluidos los obispos– captaron mejor no sólo el honor que se debe a María, sino su papel único en la historia de la salvación y su excelso poder de intercesión. Como observa Toniolo citando las homilía de Proclo y de Basilio de Seleucia, se llegó así a expresar un culto de hiperdulía a la Virgen, tras comprender su dignidad y su singular poder intercesor como Madre de Dios(52).

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Notas
1. Pontificia Academia Mariana Internationalis, De primordis cultus mariarni: Acta Congressus Mariologici-mariani Internationalis in Lusitania anno 1967, Roma 1970 (6 vols.); De cultu mariano saeculis VI-XI: Acta Congressus Mariologici-mariani Internationalis in Croatia anno 1971 celebrato, Roma 1972 (4 vols.).
2. Cfr p.e., D. Fernández, La spiritualité Mariale chez les Pères de l´Église, en «Dictionnaire de Spiritualité», 423-440; L. Gambero, Culto, en «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988, 534-554.
3. Cfr p.e., San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, 7,2; 18,2;19,1; Carta a los Esmirniotas, 1,1.
4. Cfr San Justino, Diálogo con Trifón, 87,2; 100,4-6.
5. San Ireneo, Adversus haereses, III, 22, 4.
6. San Ireneo, Adversus haereses, V,19, 1.
7. Cfr p.e., M. Jourjon, Marie avocate d’Eva selon saint Irénée, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2, 143- 148; D. Fernández, La spiriturilité Mariale chez Pères de l’Église, cit., 424.
8. Cfr p.e., C. Vaggagini, Maria nelle opere di Origene, Roma 1942; H. Crouzel, La mariologia di Origene, Milán 1968.
9. Orígenes, In Joannem 1, 4, GCS 4, p. 8.
10. Esta noticia de Sócrates sugiere a G. Giamberardini que el título Theotokos era ya corriente en Egipto en la época de Orígenes; y que éste se vio en la necesidad de precisar en qué sentido se llama a Santa María Theotokos. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuum praesidium» e il titolo Theotokos nella tradizione egiziana, en «Marianum» 31 (1969) 350-351; A.M. Malo, La plus ancienne prière à notre Dame, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2, 475-485.
11. Cfr Bagatti, Transitus Mariae, en «Marianum» 32 (1970) 279-287.
12. Cfr G. Aranda.
13. Cfr San Gregorio de Nacianzo, Oratio 24,10-11; PG 35,1180-1181.
14. Cfr San Gregorio de Nisa, De vita beati Gregorii, PG 46, 912.
15. Cfr San Cirilo de Alejandría, Contra Julianum, 8, PG 76, 901.
16. San Atanasio, Carta a las vírgenes, CSCO 151, 72 y 76.
17. He estudiado este asunto en La Maternidad divina de María. La lección de Éfeso, en «Estudios Marianos» y en el título de «Madre de Dios» en los autores preefesinos, ponencia presentada en la Semana de Estudios Marianos celebrada en Huelva (Septiembre de 2001).
18. San Jerónimo, Epístola 22, 8; Adversus Jovinianum,1,31.
19. Cfr E. Toniolo, Padres de la Iglesia, en S. de Fìores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988,1541.
20. Cfr I. Bengoechea, Doctrina y culto mariano en San Isidoro de Sevilla, en De cultu mariano saeculis VI-Xl, cit., t. 3, 161-195; G. Gironés, La Virgen en la liturgia mozárabe, en «Anales del Seminario de Valencia», 4, 1964.
21. Cfr J.M. Cascante, Doctrina mariana de San Ildefonso de Toledo, Barcelona 1958; La devoción y el culto a María en los escritos de san Ildefonso, en De cultu mariano saeculis VI-XI, cit., t. 3, 223-248.
22. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuúm praesidium» e il titolo «Theotokos» nella tradizione egiziana, en «Marianum» 31 (1969), 350-358.
23. Ms. Reising, Ms. Nonantola, Ms. Marturi. Cfr G. Giamberardini, Il «Sub tuum praesidium» e il titolo «Theotokos» nella tradizione egiziana, cit., 333-335
24. Ibid, 336.
25. Ibid, 337.
26. Cfr E. Toniolo, Akáthistos, en S. de Fiores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», cit., 64-74. Cfr también Id., L’Inno acatisto, monumento di teologia e di culto mariano nella chiesa bizantina, en De cultu mariani saeculis VI-XI, cit., t. 4, 1-39; I. Ortiz de Urbina, En los albores de la devoción mariana: Akáthistos, en «Estudios Marianos» 35 (1970) 920; J. Castellano, Akáthistos. Canto litúrgico mariano, Roma 1979; A. Molina, María, Madre de la Reconciliación, en el himno Akáthistos, en «Estudios Marianos» 50 (1985) 111-138.
27. Cfr J.M. Quercii, In hymnum Acathistum, PG 92,1354.
28. G. Pisidas, Hymnus Acathistus, PG 2,1346.
29. Cfr R. Laurentin, Table rectifìcative des pièces authentiques ou discutiès contenues dans les deux Patrologies de Migne, en Court Traité de Théologie Mariale, París 1953,163.
30. Cfr S. Alvarez Campos, Corpus Marianum Patristicum II, Burgos 1970, nn. 923-933. He estudiado este Sermón en La mariología de san Gregorio de Nisa, en Scr Th 10 (1978) 409-46. El texto de este Sermón aún no ha aparecido en la Edición de W. Jaeger, Gregorii Nisseni Opera.
31. J.A. De Aldama, Repertorium pseudochrisostomicum, París 1965, 77-78.
32. Sermo de Annuntiatione, PG 62, 762.
33. Ibid, 766.
34. Proclo no tomó parte activa en el Concilio de Éfeso, pero ayudó a que su doctrina fuese recibida en Constantinopla. Es el Patriarca que mandó traer a Constantinopla los restos de San Juan Crisóstomo en el año 438. Muere en el 446 (Cfr J. Quasten, Patrología II, 1962, 545).
35. Cfr PG 65, 679-692; J.D. Mansi, 4, 577-588. Existen también traducciones siríaca, armenia y etiópica (cfr J. Quasten, Patrología II, cit., 546). Sobre su autenticidad, cfr R. Laurentin, Court traité de théologie mariale, París 1953, 161-163.
36. Homilía de Proclo de Cízico, nº 1. Cfr A.J. Festugière, Ephèse et Chalcédoine. Actes de Conciles, Beauchesne, París 1982, 154. Cfr E. Schwartz, Acta Conciliorum Oecumenicorum. Concilium Ephesinum, I, Berlín 1927, I, 1, 103. La imagen que utiliza Proclo es muy rica: El Verbo está en el seno de 1a Virgen, porque Ella atendió al mensaje del ángel, es decir, porque le engendró al recibirle por la fe.
37. Homilía de Proclo de Cízico, n. 2. Cfr J. Festugière, o. c.,155. Cfr E. Schwartz, o.c., I, l,104.
38. Ibidem, nº 3.
39. Ibid, nº 3.
40. Ibidem, nº 9.
41. Teodoto de Ancira fue primero amigo de Nestorio, y después su decidido adversario en Éfeso. Murió antes del 446. Cfr A. de Nicola, Dizionario Patristi e di Antichità Cristiane II, Roma 1984, 3399.
42. Cfr A.J. Festugière, o. c., 267-294;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2, 71-90.
43. Tercer.sermón de Teodoto de Ancira, n.1. Cfr A. . Festugière, o. c., 281;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2, 80.
44. Cfr p.e., San Ireneo, Adversus Haereses, 3, 21, 10-22; 1. Cfr A. Orb
e, Antropología de San Ireneo, Madrid 1969, 84-89.
45. Ibid, nº 2.
46. Acacio fue elegido obispo de Melitene antes del 430. Fue un apasionado adversario de Nestorio. Murió en torno al 438. Cfr D. Stiernon, Acacio de Melitene, en Dizionario Patristico e di Antichità Cristiane I, Roma 1983, 23.
47. Sermón de Acacio de Melitene. Cfr A.J. Festugière, o.c., 297; Cfr E. Schwartz, o.c., l, 2, 91.
48. Cirilo contra Nestorio cuando los siete se reunieron en Santa María, Cfr A.J. Festugière, o. c., 311-312;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2,102.
49. Pablo fue obispo de Emesa después del 410. Tuvo parte muy activa en Éfeso y en los acontecimientos que le siguieron. Murió entre el 43 y el 455.
50. Primer.sermón de Pahlo de Emesa en Alejandría. Cfr A.J. Feshzgière, o. c., 477-479;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 4,9-11.
51. Segundo sermón de Pablo de Emesa en Alejandría, Cfr A.J. Festugière, o. c., 483;. E. Schwartz, o.c., I, 4,14.
52. Cfr E. Toniolo, Padres de la Iglesia, en S. de Fiores y S. Meo (eds.), «Nuevo Diccionario de Mariología», Madrid 1988,1541.

Fuente: Lucas F. Mateo-Seco

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Devociones REFLEXIONES Y DOCTRINA Usos, Costumbres, Historia

Por los caminos medievales: la edad de oro de la devoción mariana

Durante la Edad Media, el nacimiento de muchas órdenes religiosas y la construcción de santuarios son los signos principales de la devoción a la Madre de Dios. Pero también la literatura y la iconografía reflejan este sentimiento popular

La Edad Media es la Edad de oro de la devoción mariana en occidente. La teología, la iconografía y el culto marianos profundamente arraigados en la cristiandad oriental pasan con una fuerza creciente también a occidente renovados con el encuentro entre los nuevos pueblos, latinos, germanos, celtas y eslavos, convertidos al cristianismo.

Estos pueblos cristianizados aportan, según su propia sensibilidad, nuevos elementos en las expresiones cultuales relacionadas con la Madre de Dios. Los escritores eclesiásticos medievales desarrollan cada vez más la reflexión teológica sobre la posición única de María en el plano de la Redención, llegando a establecer que a ella se le debe un culto más elevado que a los demás santos y ángeles, un culto que se llamará de hiperdulía.

Refiriéndose a la Virgen, San Buenaventura afirma: «El hecho de que María sea preferida a las demás criaturas proviene de lo que la Madre de Dios es, y por eso tiene que ser honrada y venerada más que las demás. Los maestros teólogos llaman a este honor hiperdulía» (In III Sent., dist.9, a.1, q.3).

El sentido de la fe del pueblo cristiano lo ha percibido siempre de una forma sublime dedicando a la Virgen innumerables expresiones de afecto y devoción que impregnaban toda la vida religiosa y profana de la sociedad medieval. Los fieles quedaban atraídos y fascinados por la grandeza de María, como se expresa en toda la literatura popular y erudita medieval.

 

LA LITERATURA MARIANA

La piedad mariana se pone de manifiesto en las predicaciones, en los códices y en los libros de oración litúrgica como misales, libros de las horas y cantoneras miniadas de los monasterios y catedrales. Se difunden numerosas leyendas marianas donde se resalta la confianza en María y sus continuos milagros en favor de sus hijos devotos.

Los más renombrados monjes, escritores, oradores y misioneros medievales de occidente –como el inglés san Beda el Venerable (673-735) (de su pluma nacieron algunas de las más bellas poesías a la Virgen); el ravenés, gran reformador de la Iglesia, san Pedro Damián (1007-1072); san Anselmo de Aosta (1034-1109); san Bernardo; el dominico san Vicente Ferrer (1350-1419); el franciscano san Bernardino de Siena y muchos otros– dedican a la predicación mariana gran parte de sus energías y componen homilías, himnos y tratados de gran profundidad teológica y literaria en honor de María. Todo el Medievo está sembrado de una multitud de escritores, poetas y teólogos de María. Nos vemos en el compromiso de tener que elegir algunos nombres y textos.

 

MARÍA TIENE UN LUGAR DE HONOR EN LA PINTURA Y EN LA ESCULTURA

Desde la Alta Edad Media, se difunden por todas partes imágenes y esculturas de la Virgen que enseguida pasan a formar parte de los grandes mosaicos de las basílicas, de los murales románicos y de las portadas de las iglesias, casi siempre integradas en el ciclo de la historia salvífica cuyo centro es Cristo.

 

IGLESIAS, SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES

Durante el Medievo grandes multitudes se trasladan de una región a otra. Como observa Raymond Oursel (Peregrinos del Medievo. Los hombres, los caminos, los santuarios), en un clima de gran precariedad política y social, la gente que no siente un fuerte vínculo por su tierra se mueve buscando referencias seguras para la vida.

Los cristianos concebían la batalla por la salvación como un drama que recorre la vida y que implica a la Iglesia militante en la tierra junto con la Iglesia purgante (Purgatorio) y la triunfante (Paraíso). Por encima de todos está Dios, después, descendiendo, la Madre de Dios, María, los Ángeles y los santos (Vitor Turner -Edith Turner, Image and Pilgrimage in Christian Culture).

Este es el sentido de las peregrinaciones, de las iglesias dedicadas a los Misterios de Cristo, a la Virgen y a los santos. Los caminos que unen los países europeos están plagados de iglesias dedicadas a ellos. Algunas de estas iglesias se convierten en punto de referencia especial gracias también a los milagros y a eventos históricos vinculados a la protección de la Virgen como la liberación de una guerra, de una peste, la reconciliación entre facciones en guerra o simplemente a una aparición que presenta diferentes formas, desde el descubrimiento de un icono mariano, a una verdadera y propia aparición sobrenatural en momentos especialmente calamitosos.

Desde el siglo IX las iglesias dedicadas a la Virgen se multiplican. La primacía la tienen las consagradas al Misterio de la Asunción. Cuando aparece en las iglesias la costumbre de construir más capillas y altares laterales, no hay iglesia que no tenga una dedicada a la Virgen. A ella se dedican oratorios y pequeñas capillas, templetes marianos en los caminos del campo y en los cruces; a ella se dedican las campanas de las iglesias; los cristianos empiezan a bautizar tomando su nombre; surgen los primeros grandes santuarios marianos que pueblan la geografía europea y que son la meta de peregrinación de las más diversas regiones europeas como Puy-en-Velay en Francia; en España: Covadonga en Asturias, donde comienza la “Reconquista española” bajo la mirada de la Virgen; Montserrat en Cataluña; el Pilar de Zaragoza; Guadalupe en Extremadura.

En Inglaterra, conocida entonces como la “tierra de María” surge Walsingham (hacia el 1061). Este santuario mariano se considera la cuna del cristianismo en Inglaterra y tal vez sea la primera iglesia mariana de la isla, donde más tarde –hacia 1184– los normandos erigen una bellísima iglesia que será saqueada en 1530 en la época del cisma de Enrique VIII.

En Italia (desde el siglo XV), la Santa Casa de Loreto, construida sobre la casa de María de Nazaret. Pero todo el mapa europeo está sembrado de estos santuarios que muestran la mirada misericordiosa de María sobre el pueblo cristiano. Surgen confraternidades marianas que agrupan a artesanos y trabajadores, que dan solemnidad a las fiestas de María y erigen iglesias, oratorios y altares en su honor.

 

ÓRDENES RELIGIOSAS

Hacia el siglo XII asistimos a movimientos de intensa reforma eclesial; el caso más significativo es, sin duda, el de la orden cisterciense, guiado por la gran personalidad de san Bernardo.

Europa vive un contexto de profunda inquietud y de continuas peregrinaciones con una movilidad humana que hoy causa un profundo estupor. Nace el movimiento eclesial de los caballeros, cruzados y peregrinos. Ligados a estos fenómenos encontramos nuevas órdenes monásticas que nacen a partir de la experiencia benedictina, como los Cistercienses y el fenómeno de los Canónigos regulares, que cuidan con delicada atención la oración y el culto divino en colegiatas e iglesias, como los premostratenses. Todos ellos otorgan un puesto especial a María en su experiencia cristiana.

El fenómeno de esta movilidad cristiana a través de los caminos europeos y también hacia Tierra Santa, tanto para visitar los lugares santos como con motivo de las cruzadas, produce una doble consecuencia: los cristianos entran en contacto directo y físico con los lugares vinculados a la historia bíblica; especialmente, vuelven a descubrir los lugares de la vida de Jesús y de María. Además, traen reliquias y recuerdos de Tierra Santa vinculados a esos lugares. Construyen capillas e iglesias para custodiarlos y para poder “verlos” y “tocarlos”, se instituyen fiestas y sagrarios para poder “celebrarlos”; debido a que todos quieren una “reliquia”, muchas veces las dividen físicamente; papas, reyes, obispos, abades y nobles las donan a personas, iglesias y lugares como signo de amistad y de alianza.

En el mundo medieval en el que los matrimonios entre las grandes familias nobles, incluso geográficamente lejanas, están a la orden del día –desde Inglaterra y Dinamarca hasta España y Sicilia–, príncipes y mujeres nobles llevan consigo devociones, iconos y “reliquias” marianas, como parte de su misma dote o como signos de benevolencia hacia las nuevas “patrias”. Por otra parte, los peregrinos difunden las devociones marianas por doquier.

En este período nace y crece el movimiento de las ordenes hospitalarias y militares, como los Templarios y los seguidores de san Juan Crisóstomo o Caballeros de Malta, y otras congregaciones mixtas de sacerdotes y laicos, que tienen como punto de referencia comunidades monacales y de canónigos regulares. Todas estas congregaciones tienen como punto de partida, como corazón de su carisma, la presencia de María, que hace el Misterio de Cristo cercano, carnal y humano. Miran a María, es más sencillo para ellos seguir de cerca las “huellas” humanas de Cristo, que todos tratan incluso de tocar visitando los lugares de su vida mortal o, por lo menos, los lugares donde estos misterios son representados.

Nos adentramos, por tanto, en una nueva época iniciada a partir del siglo XIII, el “otoño del Medievo” y preámbulo de la modernidad. La época arrastra como herencia numerosos conflictos, pestes, guerras y duros contrastes con el Islam. Prisioneros, esclavos y enfermos están a la orden del día. Dios concede a su Iglesia carismas que responden a estas necesidades: las ordenes hospitalarias y las de la redención de los esclavos, como los Trinitarios y los Mercedarios, estos últimos nacidos en Barcelona bajo la protección de la Virgen de la Merced.

 

LAS ÓRDENES MENDICANTES

En este momento de cambio de época, nacen en el seno de la Iglesia movimientos a veces heterodoxos y neognósticos que enseguida se sitúan al margen de la Iglesia y la combaten; pero especialmente nacen otros que se mueven entre la búsqueda de una autenticidad evangélica y la fascinación por la renovación de la vida cristiana en la fidelidad a la Iglesia: son las órdenes mendicantes.

Estas nuevas órdenes sitúan en el corazón de su experiencia el Misterio de la humanidad de Cristo encarnado y, por tanto, la presencia de María. Ha sido siempre el signo de su eclesialidad y ortodoxia. Entre ellos recordamos algunos como los dominicos, los franciscanos, los carmelitas y los siervos de María que se ponen bajo la protección de la Virgen. Esta última orden tuvo su origen en la experiencia de gracia de siete comerciantes florentinos, que abandonaron sus actividades para buscar en la contemplación del Misterio de la Virgen, especialmente en sus sufrimientos, una unión más completa con Cristo.

A los diferentes fundadores se asocian numerosas devociones marianas que se harán muy populares hasta nuestros días como el Rosario (muy vinculado a los dominicos), el Misterio de la Navidad (es suficiente recordar “los nacimientos” iniciados con San Francisco en Greccio), la veneración de los sufrimientos de la Virgen, etcétera.

 

LA ORACIÓN

Este inmenso movimiento de devoción mariana tendrá una gran influencia en la liturgia de la Iglesia y en la institución de numerosas fiestas litúrgicas en honor de los diferentes misterios de la Virgen. Seguramente mucho antes del siglo IX, ya se consideraba el sábado como un día dedicado a Santa María.

Desde el siglo X encontramos monjes, clérigos y muchos laicos que empiezan a rezar una especie de pequeño oficio (Officium parvum) o Liturgia de las Horas en honor de la Virgen, antes circunscrita al sábado y extendida después a todos los días de la semana por obra de los monjes cistercienses, camaldulenses y canónigos regulares que lo añaden a su canto del rezo de las horas en sus iglesias. Además, el Papa Urbano II ordena que se rece después del Oficio solemne todos los sábados. Esto se convertirá en la forma más popular de oración a la Virgen en el Medievo que se conserva hasta nuestros días.

Sin embargo, son dos las invocaciones marianas que destacan en este período: el rezo del Avemaría y de la Salve Regina. La primera, añadiendo sólo la palabra “Jesús”, se convierte en la oración cristiana más recitada y universal junto con el Padrenuestro, a partir del siglo XII; a ella se añaden otras invocaciones tomando la forma actual con el “Santa María” a partir del siglo XIII. Muchos cristianos en la Edad Media empiezan a rezar 150 Ave Marías como imitación de la oración y de las invocaciones de los 150 salmos; el uso se extiende también como forma sencilla sustituyendo al rezo y canto del breviario de los monasterios. A veces se dividían en decenas; se introducían otras invocaciones; se recordaban los Misterios de la vida de Jesucristo. Así nació el Rosario y otras formas de oración del Avemaría a modo de salmodia. El Rosario se convirtió en una de las formas de oración más sencilla y más común del pueblo cristiano.

También la Salve Regina es otra invocación a la Virgen muy antigua, conocida ya antes de san Bernardo (siglo XII) y muy extendida entre el pueblo. En esa época siguieron difundiéndose los himnos, las secuencias como el Stabat Mater dolorosa y las composiciones rítmicas en honor de María, los laudes y las representaciones sagradas. El Angelus se extiende a partir del siglo XIII.

 

FIESTAS MARIANAS

Hay otras muchas fiestas de la Virgen que fueron instituidas en diferentes lugares durante el Medievo y que después se extendieron a toda la Iglesia. Es el caso de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Beata Virgen María que se celebraba en Inglaterra y en Normandía en el siglo XI. El Misterio fue sacado a la luz teológicamente por san Anselmo: la preservación de la Virgen del pecado original.

La fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima santa Isabel (que hoy se celebra el 31 de mayo) tiene su origen en el siglo XIII; el papa Bonifacio IX (1389-1404) la extendió a toda la Iglesia y en 1608 Clemente VIII compuso los textos litúrgicos.

La devoción y la fiesta de la Virgen del Carmen tienen su origen en algunos caballeros cristianos que en el siglo XII se retiraron al monte Carmelo, en Palestina, donde el profeta Elías había defendido la fe de Israel en el Dios vivo. Se dedicarán a la contemplación del Misterio bajo el patrocinio de la Santa Madre de Dios, María. Así nació la orden de los Carmelitas. El primer general de la orden, el inglés san Simón Stock recibió de la Virgen el “escapulario”, como prenda y promesa de vida eterna y extendió su devoción y su fiesta (16 de julio).

Otra fiesta de origen medieval es la del Rosario, aunque se instituyó más tarde en honor de Santa María de la Victoria (así se llamaba al principio) para celebrar la liberación de los cristianos de los ataques de los turcos, en la victoria naval del 7 de octubre de 1571 en Lepanto (Grecia). Pero mucho antes, en el Medievo, los vasallos solían ofrecer a sus soberanos coronas de flores como signo de honor y sumisión. Los cristianos adoptaron esta costumbre en honor de María, ofreciéndole la triple “corona de rosas” que recuerda su alegría (Misterios gozosos), sus sufrimientos (Misterios dolorosos) y su gloria (Misterios gloriosos) al participar en los Misterios de la vida de su Hijo Jesús: este es el sentido del rosario. 

Fuente: Fidel González en huellas-cl.com

 

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Catequesis sobre María Magisterio, Catecismo, Biblia REFLEXIONES Y DOCTRINA

Catequesis de Juan Pablo II sobre el culto a María en 1997

En 1997 SS Juan Pablo II realizó una serie de catequesis sobre el culto a la Virgen María dentro de la Iglesa. Trató temas como el origen del culto, su naturaleza, las devociones y el culto a las imágenes, la oración a María y el siginificado de la Virgen María para la Iglesia.
Y desarrolla especialmente la doctrina mariana surgida del Concilio Vaticano II, y trata de encajar su devoción en el escenario actual y en relación a las personas de la Divina Trinidad…

 

 

 

EL CULTO A LA VIRGEN MARÍA
Catequesis de Juan Pablo II (15-X-97)

1. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Ga 4,4). El culto mariano se funda en la admirable decisión divina de vincular para siempre, como recuerda el apóstol Pablo, la identidad humana del Hijo de Dios a una mujer, María de Nazaret.

El misterio de la maternidad divina y de la cooperación de María a la obra redentora suscita en los creyentes de todos los tiempos una actitud de alabanza tanto hacia el Salvador como hacia la mujer que lo engendró en el tiempo, cooperando así a la redención.

Otro motivo de amor y gratitud a la santísima Virgen es su maternidad universal. Al elegirla como Madre de la humanidad entera, el Padre celestial quiso revelar la dimensión -por decir así- materna de su divina ternura y de su solicitud por los hombres de todas las épocas.

En el Calvario, Jesús, con las palabras: «Ahí tienes a tu hijo» y «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27), daba ya anticipadamente a María a todos los que recibirían la buena nueva de la salvación, y ponía así las premisas de su afecto filial hacia ella. Siguiendo a san Juan, los cristianos prolongarían con el culto el amor de Cristo a su madre, acogiéndola en su propia vida.

2. Los textos evangélicos atestiguan la presencia del culto mariano ya desde los inicios de la Iglesia.
Los dos primeros capítulos del evangelio de san Lucas parecen recoger la atención particular que tenían hacia la Madre de Jesús los judeocristianos, que manifestaban su aprecio por ella y conservaban celosamente sus recuerdos.

En los relatos de la infancia, además, podemos captar las expresiones iniciales y las motivaciones del culto mariano, sintetizadas en las exclamaciones de santa Isabel: «Bendita tú entre las mujeres (…). ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,42.45).

Huellas de una veneración ya difundida en la primera comunidad cristiana se hallan presentes en el cántico del Magníficat: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48). Al poner en labios de María esa expresión, los cristianos le reconocían una grandeza única, que sería proclamada hasta el fin del mundo.

Además, los testimonios evangélicos (cf. Lc 1,34-35; Mt 1,23 y Jn 1,13), las primeras fórmulas de fe y un pasaje de san Ignacio de Antioquía (cf. Smirn. 1, 2: SC 10, 155) atestiguan la particular admiración de las primeras comunidades por la virginidad de María, íntimamente vinculada al misterio de la Encarnación.

El evangelio de san Juan, señalando la presencia de María al inicio y al final de la vida pública de su Hijo, da a entender que los primeros cristianos tenían clara conciencia del papel que desempeña María en la obra de la Redención con plena dependencia de amor de Cristo.

3. El concilio Vaticano II, al subrayar el carácter particular del culto mariano, afirma: «María, exaltada por la gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y hombres, como la santa Madre de Dios, que participó en los misterios de Cristo, es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial» (Lumen gentium, 66).

Luego, aludiendo a la oración mariana del siglo III «Sub tuum praesidium» -«Bajo tu amparo»-, añade que esa peculiaridad aparece desde el inicio: «En efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades» (ib.).

4. Esta afirmación es confirmada por la iconografía y la doctrina de los Padres de la Iglesia, ya desde el siglo II.

En Roma, en las catacumbas de santa Priscila, se puede admirar la primera representación de la Virgen con el Niño, mientras, al mismo tiempo, san Justino y san Ireneo hablan de María como la nueva Eva que con su fe y obediencia repara la incredulidad y la desobediencia de la primera mujer. Según el Obispo de Lyon, no bastaba que Adán fuera rescatado en Cristo, sino que «era justo y necesario que Eva fuera restaurada en María» (Dem., 33). De este modo subraya la importancia de la mujer en la obra de salvación y pone un fundamento a la inseparabilidad del culto mariano del tributado a Jesús, que continuará a lo largo de los siglos cristianos.

5. El culto mariano se manifestó al principio con la invocación de María como «Theotókos» [Madre de Dios], título que fue confirmado de forma autorizada, después de la crisis nestoriana, por el concilio de Éfeso, que se celebró en el año 431.

La misma reacción popular frente a la posición ambigua y titubeante de Nestorio, que llegó a negar la maternidad divina de María, y la posterior acogida gozosa de las decisiones del concilio de Efeso testimonian el arraigo del culto a la Virgen entre los cristianos. Sin embargo, «sobre todo desde el concilio de Efeso, el culto del pueblo de Dios hacia María ha crecido admirablemente en veneración y amor, en oración e imitación» (Lumen gentium, 66). Se expresó especialmente en las fiestas litúrgicas, entre las que, desde principios del siglo V, asumió particular relieve «el día de María Theotókos», celebrado el 15 de agosto en Jerusalén y que sucesivamente se convirtió en la fiesta de la Dormición o la Asunción.

Además, bajo el influjo del «Protoevangelio de Santiago», se instituyeron las fiestas de la Natividad, la Concepción y la Presentación, que contribuyeron notablemente a destacar algunos aspectos importantes del misterio de María.

6. Podemos decir que el culto mariano se ha desarrollado hasta nuestros días con admirable continuidad, alternando períodos florecientes con períodos críticos, los cuales, sin embargo, han tenido con frecuencia el mérito de promover aún más su renovación.

Después del concilio Vaticano II, el culto mariano parece destinado a desarrollarse en armonía con la profundización del misterio de la Iglesia y en diálogo con las culturas contemporáneas, para arraigarse cada vez más en la fe y en la vida del pueblo de Dios peregrino en la tierra.

 

NATURALEZA DEL CULTO MARIANO
Catequesis de Juan Pablo II (22-X-97)

1. El concilio Vaticano II afirma que el culto a la santísima Virgen «tal como ha existido siempre en la Iglesia, aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración, que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente» (Lumen gentium, 66).

Con estas palabras la constitución Lumen gentium reafirma las características del culto mariano. La veneración de los fieles a María, aun siendo superior al culto dirigido a los demás santos, es inferior al culto de adoración que se da a Dios, y es esencialmente diferente de éste.

Con el término «adoración» se indica la forma de culto que el hombre rinde a Dios, reconociéndolo Creador y Señor del universo. El cristiano, iluminado por la revelación divina, adora al Padre «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Al igual que al Padre, adora a Cristo, Verbo encarnado, exclamando con el apóstol Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Por último, en el mismo acto de adoración incluye al Espíritu Santo, que «con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria» (DS, 150), como recuerda el símbolo niceno-constantinopolitano.

Ahora bien, los fieles, cuando invocan a María como «Madre de Dios» y contemplan en ella la más elevada dignidad concedida a una criatura, no le rinden un culto igual al de las Personas divinas. Hay una distancia infinita entre el culto mariano y el que se da a la Trinidad y al Verbo encarnado.

Por consiguiente, incluso el lenguaje con el que la comunidad cristiana se dirige a la Virgen, aunque a veces utiliza términos tomados del culto a Dios, asume un significado y un valor totalmente diferentes. Así, el amor que los creyentes sienten hacia María difiere del que deben a Dios: mientras al Señor se le ha de amar sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (cf. Mt 22,37), el sentimiento que tienen los cristianos hacia la Virgen es, en un plano espiritual, el afecto que tienen los hijos hacia su madre.

2. Entre el culto mariano y el que se rinde a Dios existe, con todo, una continuidad, pues el honor tributado a María está ordenado y lleva a adorar a la santísima Trinidad.

El Concilio recuerda que la veneración de los cristianos a la Virgen «favorece muy poderosamente» el culto que se rinde al Verbo encarnado, al Padre y al Espíritu Santo. Asimismo, añade, en una perspectiva cristológica, que «las diversas formas de piedad mariana que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, según las circunstancias de tiempo y lugar, y según el carácter y temperamento de los fieles, no sólo honran a la Madre. Hacen también que el Hijo, Creador de todo (cf. Col 1,15-16), en quien «quiso el Padre eterno que residiera toda la plenitud» (Col 1,19), sea debidamente conocido, amado, glorificado, y que se cumplan sus mandamientos» (Lumen gentium, 66).

Ya desde los inicios de la Iglesia, el culto mariano está destinado a favorecer la adhesión fiel a Cristo. Venerar a la Madre de Dios significa afirmar la divinidad de Cristo, pues los padres del concilio de Éfeso, al proclamar a María Theotókos, «Madre de Dios», querían confirmar la fe en Cristo, verdadero Dios.

La misma conclusión del relato del primer milagro de Jesús, obtenido en Caná por intercesión de María, pone de manifiesto que su acción tiene como finalidad la glorificación de su Hijo. En efecto, dice el evangelista: «Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11).

3. El culto mariano, además, favorece, en quien lo practica según el espíritu de la Iglesia, la adoración al Padre y al Espíritu Santo. Efectivamente, al reconocer el valor de la maternidad de María, los creyentes descubren en ella una manifestación especial de la ternura de Dios Padre.

El misterio de la Virgen Madre pone de relieve la acción del Espíritu Santo, que realizó en su seno la concepción del niño y guió continuamente su vida.

Los títulos: Consuelo, Abogada, Auxiliadora, atribuidos a María por la piedad del pueblo cristiano, no oscurecen, sino que exaltan la acción del Espíritu Consolador y preparan a los creyentes a recibir sus dones.

4. Por último, el Concilio recuerda que el culto mariano es «del todo singular» y subraya su diferencia con respecto a la adoración tributada a Dios y con respecto a la veneración a los santos.

Posee una peculiaridad irrepetible, porque se refiere a una persona única por su perfección personal y por su misión.
En efecto, son excepcionales los dones que el amor divino otorgó a María, como la santidad inmaculada, la maternidad divina, la asociación a la obra redentora y, sobre todo, al sacrificio de la cruz.

El culto mariano expresa la alabanza y el reconocimiento de la Iglesia por esos dones extraordinarios. A ella, convertida en Madre de la Iglesia y Madre de la humanidad, recurre el pueblo cristiano, animado por una confianza filial, a fin de pedir su maternal intercesión y obtener los bienes necesarios para la vida terrena con vistas a la bienaventuranza eterna.

 

DEVOCIÓN MARIANA Y CULTO A LAS IMÁGENES
Catequesis de Juan Pablo II (29-X-97)

1. Después de justificar doctrinalmente el culto a la santísima Virgen, el concilio Vaticano II exhorta a todos los fieles a fomentarlo: «El santo Concilio enseña expresamente esta doctrina católica. Al mismo tiempo, anima a todos los hijos de la Iglesia a que fomenten con generosidad el culto a la santísima Virgen, sobre todo el litúrgico. Han de sentir gran aprecio por las prácticas y ejercicios de piedad mariana recomendados por el Magisterio a lo largo de los siglos» (Lumen gentium, 67).

Con esta última afirmación, los padres conciliares, sin entrar en detalles, querían reafirmar la validez de algunas oraciones como el Rosario y el Ángelus, practicadas tradicionalmente por el pueblo cristiano y recomendadas a menudo por los Sumos Pontífices como medios eficaces para alimentar la vida de fe y la devoción a la Virgen.

2. El texto conciliar prosigue invitando a los creyentes a «observar religiosamente los decretos del pasado acerca del culto a las imágenes de Cristo, de la santísima Virgen y de los santos» (ib.)

Así vuelve a proponer las decisiones del segundo concilio de Nicea, celebrado en el año 787, que confirmó la legitimidad del culto a las imágenes sagradas, contra los iconoclastas, que las consideraban inadecuadas para representar a la divinidad (cf. Redemptoris Mater, 33).

«Definimos con toda exactitud y cuidado -declaran los padres de ese concilio- que de modo semejante a la imagen de la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los sagrados vasos y ornamentos, en las paredes y cuadros, en las casas y caminos, las de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, de la Inmaculada Señora nuestra la santa Madre de Dios, de los preciosos ángeles y de todos los varones santos y venerables» (DS 600).

Recordando esa definición, la Lumen gentium quiso reafirmar la legitimidad y la validez de las imágenes sagradas frente a algunas tendencias orientadas a eliminarlas de las iglesias y santuarios, con el fin de concentrar toda su atención en Cristo.

3. El segundo concilio de Nicea no se limita a afirmar la legitimidad de las imágenes; también trata de explicar su utilidad para la piedad cristiana: «Porque cuanto con más frecuencia son contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que éstas miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor» (DS 601).

Se trata de indicaciones que valen de modo especial para el culto a la Virgen. Las imágenes, los iconos y las estatuas de la Virgen, que se hallan en casas, en lugares públicos y en innumerables iglesias y capillas, ayudan a los fieles a invocar su constante presencia y su misericordioso patrocinio en las diversas circunstancias de la vida. Haciendo concreta y casi visible la ternura maternal de la Virgen, invitan a dirigirse a ella, a invocarla con confianza y a imitarla en su ejemplo de aceptación generosa de la voluntad divina.

Ninguna de las imágenes conocidas reproduce el rostro auténtico de María, como ya lo reconocía san Agustín (De Trinitate 8, 7); con todo, nos ayudan a entablar relaciones más vivas con ella. Por consiguiente, es preciso impulsar la costumbre de exponer las imágenes de María en los lugares de culto y en los demás edificios, para sentir su ayuda en las dificultades y la invitación a una vida cada vez más santa y fiel a Dios.

4. Para promover el recto uso de las imágenes sagradas, el concilio de Nicea recuerda que «el honor de la imagen se dirige al original, y el que venera una imagen, venera a la persona en ella representada» (DS 601).

Así, adorando en la imagen de Cristo a la Persona del Verbo encarnado, los fieles realizan un genuino acto de culto, que no tiene nada que ver con la idolatría.

De forma análoga, al venerar las representaciones de María, el creyente realiza un acto destinado en definitiva a honrar a la persona de la Madre de Jesús.

5. El Vaticano II, sin embargo, exhorta a los teólogos y predicadores a evitar tanto las exageraciones cuanto las actitudes minimalistas al considerar la singular dignidad de la Madre de Dios. Y añade: «Dedicándose al estudio de la sagrada Escritura, de los Santos Padres y doctores de la Iglesia, así como de las liturgias bajo la guía del Magisterio, han de iluminar adecuadamente las funciones y los privilegios de la santísima Virgen, que hacen siempre referencia a Cristo, origen de toda la verdad, santidad y piedad» (Lumen gentium, 67).

La fidelidad a la Escritura y a la Tradición, así como a los textos litúrgicos y al Magisterio garantiza la auténtica doctrina mariana. Su característica imprescindible es la referencia a Cristo, pues todo en María deriva de Cristo y está orientado a él.

6. El Concilio ofrece, también, a los creyentes algunos criterios para vivir de manera auténtica su relación filial con María: «Los fieles, además, deben recordar que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimiento pasajero y sin frutos ni en una credulidad vacía. Al contrario, procede de la verdadera fe, que nos lleva a reconocer la grandeza de la Madre de Dios y nos anima a amar como hijos a nuestra Madre y a imitar sus virtudes» (ib.).

Con estas palabras los padres conciliares ponen en guardia contra la «credulidad vacía» y el predomino del sentimiento. Y sobre todo quieren reafirmar que la devoción mariana auténtica, al proceder de la fe y del amoroso reconocimiento de la dignidad de María, impulsa al afecto filial hacia ella y suscita el firme propósito de imitar sus virtudes.

 

LA ORACIÓN A MARÍA
Catequesis de Juan Pablo II (5-XI-97)

1. A lo largo de los siglos el culto mariano ha experimentado un desarrollo ininterrumpido. Además de las fiestas litúrgicas tradicionales dedicadas a la Madre del Señor, ha visto florecer innumerables expresiones de piedad, a menudo aprobadas y fomentadas por el Magisterio de la Iglesia.

Muchas devociones y plegarias marianas constituyen una prolongación de la misma liturgia y a veces han contribuido a enriquecerla, como en el caso del Oficio en honor de la Bienaventurada Virgen María y de otras composiciones que han entrado a formar parte del Breviario.

La primera invocación mariana que se conoce se remonta al siglo III y comienza con las palabras: «Bajo tu amparo (Sub tuum praesidium) nos acogemos, santa Madre de Dios…». Pero la oración a la Virgen más común entre los cristianos desde el siglo XIV es el «Ave María».

Repitiendo las primeras palabras que el ángel dirigió a María, introduce a los fieles en la contemplación del misterio de la Encarnación. La palabra latina «Ave», que corresponde al vocablo griego xaire, constituye una invitación a la alegría y se podría traducir como «Alégrate». El himno oriental «Akáthistos» repite con insistencia este «alégrate». En el Ave María llamamos a la Virgen «llena de gracia» y de este modo reconocemos la perfección y belleza de su alma.

La expresión «El Señor está contigo» revela la especial relación personal entre Dios y María, que se sitúa en el gran designio de la alianza de Dios con toda la humanidad. Además, la expresión «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús», afirma la realización del designio divino en el cuerpo virginal de la Hija de Sión.

Al invocar a «Santa María, Madre de Dios», los cristianos suplican a aquella que por singular privilegio es inmaculada Madre del Señor: «Ruega por nosotros pecadores», y se encomiendan a ella ahora y en la hora suprema de la muerte.

2. También la oración tradicional del Ángelus invita a meditar el misterio de la Encarnación, exhortando al cristiano a tomar a María como punto de referencia en los diversos momentos de su jornada para imitarla en su disponibilidad a realizar el plan divino de la salvación. Esta oración nos hace revivir el gran evento de la historia de la humanidad, la Encarnación, al que hace ya referencia cada «Ave María». He aquí el valor y el atractivo del Ángelus, que tantas veces han puesto de manifiesto no sólo teólogos y pastores, sino también poetas y pintores.

En la devoción mariana ha adquirido un puesto de relieve el Rosario, que a través de la repetición del «Ave María» lleva a contemplar los misterios de la fe. También esta plegaria sencilla, que alimenta el amor del pueblo cristiano a la Madre de Dios, orienta más claramente la plegaria mariana a su fin: la glorificación de Cristo.

El Papa Pablo VI, como sus predecesores, especialmente León XIII, Pío XII y Juan XXIII, tuvo en gran consideración el rezo del rosario y recomendó su difusión en las familias. Además, en la exhortación apostólica Marialis cultus, ilustró su doctrina, recordando que se trata de una «oración evangélica, centrada en el misterio de la Encarnación redentora», y reafirmando su «orientación claramente cristológica» (n. 46).

A menudo, la piedad popular une al rosario las letanías, entre las cuales las más conocidas son las que se rezan en el santuario de Loreto y por eso se llaman «lauretanas».

Con invocaciones muy sencillas, ayudan a concentrarse en la persona de María para captar la riqueza espiritual que el amor del Padre ha derramado en ella.

3. Como la liturgia y la piedad cristiana demuestran, la Iglesia ha tenido siempre en gran estima el culto a María, considerándolo indisolublemente vinculado a la fe en Cristo. En efecto, halla su fundamento en el designio del Padre, en la voluntad del Salvador y en la acción inspiradora del Paráclito.

La Virgen, habiendo recibido de Cristo la salvación y la gracia, está llamada a desempeñar un papel relevante en la redención de la humanidad. Con la devoción mariana los cristianos reconocen el valor de la presencia de María en el camino hacia la salvación, acudiendo a ella para obtener todo tipo de gracias. Sobre todo, saben que pueden contar con su maternal intercesión para recibir del Señor cuanto necesitan para el desarrollo de la vida divina y a fin de alcanzar la salvación eterna.

Como atestiguan los numerosos títulos atribuidos a la Virgen y las peregrinaciones ininterrumpidas a los santuarios marianos, la confianza de los fieles en la Madre de Jesús los impulsa a invocarla en sus necesidades diarias.

Están seguros de que su corazón materno no puede permanecer insensible ante las miserias materiales y espirituales de sus hijos.

Así, la devoción a la Madre de Dios, alentando la confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los fieles por el camino exigente
de las bienaventuranzas.

4. Finalmente, queremos recordar que la devoción a María, dando relieve a la dimensión humana de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de la humanidad, el «Dios con nosotros», que ella concibió como hombre en su seno purísimo, engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la resurrección.

 

MARÍA, MADRE DE LA UNIDAD Y DE LA ESPERANZA
Catequesis de Juan Pablo II (12-XI-97)

1. Después de haber ilustrado las relaciones entre María y la Iglesia, el concilio Vaticano II se alegra de constatar que la Virgen también es honrada por los cristianos que no pertenecen a la comunidad católica: «Este Concilio experimenta gran alegría y consuelo porque también entre los hermanos separados haya quienes dan el honor debido a la Madre del Señor y Salvador…» (Lumen gentium, 69; cf. Redemptoris Mater, 29-34).

Podemos decir, con razón, que la maternidad universal de María, aunque manifiesta de modo más doloroso aún las divisiones entre los cristianos, constituye un gran signo de esperanza para el camino ecuménico.

Muchas comunidades protestantes, a causa de una concepción particular de la gracia y de la eclesiología, se han opuesto a la doctrina y al culto mariano, considerando que la cooperación de María en la obra de la salvación perjudicaba la única mediación de Cristo. En esta perspectiva, el culto de la Madre competiría prácticamente con el honor debido a su Hijo.

2. Sin embargo, en tiempos recientes, la profundización del pensamiento de los primeros reformadores ha puesto de relieve posiciones más abiertas con respecto a la doctrina católica. Por ejemplo, los escritos de Lutero manifiestan amor y veneración por María, exaltada como modelo de todas las virtudes: sostiene la santidad excelsa de la Madre de Dios y afirma a veces el privilegio de la Inmaculada Concepción, compartiendo con otros reformadores la fe en la virginidad perpetua de María.

El estudio del pensamiento de Lutero y de Calvino, como también el análisis de algunos textos de cristianos evangélicos, han contribuido a despertar un nuevo interés en algunos protestantes y anglicanos por diversos temas de la doctrina mariológica. Algunos incluso han llegado a posiciones muy cercanas a las de los católicos por lo que atañe a los puntos fundamentales de la doctrina sobre María, como su maternidad divina, su virginidad, su santidad y su maternidad espiritual.

La preocupación por subrayar el valor de la presencia de la mujer en la Iglesia favorece el esfuerzo de reconocer el papel de María en la historia de la salvación.

Todos estos datos constituyen otros tantos motivos de esperanza para el camino ecuménico. El deseo profundo de los católicos sería poder compartir con todos sus hermanos en Cristo la alegría que brota de la presencia de María en la vida según el Espíritu.

3. Entre nuestros hermanos que «dan el honor debido a la Madre del Señor y Salvador», el Concilio recuerda especialmente a los orientales, «que concurren en el culto de la siempre Virgen Madre de Dios llenos de fervor y de devoción» (Lumen gentium, 69).

Como resulta de las numerosas manifestaciones de culto, la veneración por María representa un elemento significativo de comunión entre católicos y ortodoxos.

Sin embargo, subsisten aún algunas divergencias sobre los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción, aunque estas verdades fueron ilustradas al principio precisamente por algunos teólogos orientales: basta pensar en grandes escritores como Gregorio Palamas ( 1359), Nicolás Cabasilas ( después del 1396) y Jorge Scholarios ( después del 1472).

Pero esas divergencias, quizá más de formulación que de contenido, no deben hacernos olvidar nuestra fe común en la maternidad divina de María, en su perenne virginidad, en su perfecta santidad y en su intercesión materna ante su Hijo. Como ha recordado el concilio Vaticano II, el «fervor» y la «devoción» unen a ortodoxos y católicos en el culto a la Madre de Dios.

4. Al final de la Lumen gentium, el Concilio invita a confiar a María la unidad de los cristianos: «Todos los fieles han de ofrecer insistentes súplicas a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones, también ahora en el cielo, exaltada sobre todos los bienaventurados y ángeles, en comunión con todos los santos, interceda ante su Hijo» (ib.).

Así como en la primera comunidad la presencia de María promovía la unanimidad de los corazones, que la oración consolidaba y hacía visible (cf. Hch 1,14), así también la comunión más intensa con aquella a quien Agustín llama «madre de la unidad» (Sermo 192, 2; PL 38, 1.013), podrá llevar a los cristianos a gozar del don tan esperado de la unidad ecuménica.

A la Virgen santa se dirigen incesantemente nuestras súplicas para que, así como sostuvo en los comienzos el camino de la comunidad cristiana unida en la oración y el anuncio del Evangelio, del mismo modo obtenga hoy con su intercesión la reconciliación y la comunión plena entre los creyentes en Cristo.

Madre de los hombres, María conoce bien las necesidades y las aspiraciones de la humanidad. El Concilio le pide, de modo particular, que interceda para que «todos los pueblos, los que se honran con el nombre de cristianos, así como los que todavía no conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en paz y concordia en el único pueblo de Dios para gloria de la santísima e indivisible Trinidad» (Lumen gentium, 69).

La paz, la concordia y la unidad, objeto de la esperanza de la Iglesia y de la humanidad, están aún lejanas. Sin embargo, constituyen un don del Espíritu que hay que pedir incansablemente, siguiendo la escuela de María y confiando en su intercesión.

5. Con esta petición, los cristianos comparten la espera de aquella que, llena de la virtud de la esperanza, sostiene a la Iglesia en camino hacia el futuro de Dios.

La Virgen, habiendo alcanzado personalmente la bienaventuranza por haber «creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1,45), acompaña a los creyentes -y a toda la Iglesia- para que, en medio de las alegrías y tribulaciones de la vida presente, sean en el mundo los verdaderos profetas de la esperanza que no defrauda.


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