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31 visitas a María Santísima [de San Alfonso María de Ligorio]

El siguiente es un compendio de 31 pensamientos oraciones y peticiones a la Santísima virgen María.

Que fueron escritos por San Alfonso María de Ligorio.

San Alfonso fue el fundador de los padres redentoristas la Congregación del Santísimo Redentor.

Su advocación Mariana es Nuestra Señora del Perpetuo Socorro cuya historia puede leerse en el enlace.

San Alfonso nació en Nápoles en 1696.

Primero ejerció como abogado destacándose en la profesión.

Y a los 30 años se ordenó sacerdote llegando a ser Obispo.

Su apostolado lo hizo en los barrios periféricos de Nápoles.

Fue un importante teólogo y escribió obras sobre teología moral, ascética y espiritualidad.

Fue nombrado doctor de la iglesia y es considerado el patrono de los confesores y de los profesores de teología moral.

Estas son 31 visitas a la Santísima Virgen para orar durante un mes diariamente.

En cada día hay un pensamiento, una petición, una jaculatoria y además hay una oración final que es común a todos los días.

Una versión más larga puede leerse aquí.

 

ORACIÓN PARA FINALIZAR CADA VISITA DIARIA

¡Inmaculada Virgen y Madre mía santísima!. A ti, que eres la «Madre de mi Señor», la Reina del mundo, la abogada, la esperanza y el refugio de los pecadores, acudo en este día yo, que soy el más necesitado de todos.

Te alabo, Madre de Dios y te agradezco todas las gracias que hasta ahora me has hecho, especialmente la de haberme librado del infierno que tantas veces he merecido. Te amo, Señora y Madre mía, y por el amor que te tengo te prometo servirte siempre y hacer todo lo posible para que seas también amada de los demás. En ti pongo mi esperanza y mi eterna salvación.

Madre de misericordia, acéptame por tu hijo y acógeme bajo tu manto, y ya que eres tan poderosa ante Dios, líbrame de las tentaciones y dame fuerza para vencerlas hasta la muerte.

Te pido el verdadero amor a Jesucristo. De ti espero la gracia de una buena muerte. Madre mía, por el amor que tienes a Dios, te ruego que siempre me ayudes, pero mucho más en el último momento de mi vida. No me desampares mientras no me veas a tu lado en el cielo, bendiciéndote y cantando tus misericordias por toda la eternidad. Así sea.

 

Visita 1

Otra fuente para nosotros muy preciosa es nuestra Madre María, tan rica de bienes y gracias, dice san Bernardo, que no hay hombre en el mundo que no participe de su abundancia. Dios llenó de gracia a María Santísima, como se lo reveló el Ángel diciéndole: «Dios te salve llena de gracia». Pero no fue sólo para ella, sino también para nosotros, a fin de que según advierte san Pedro Crisólogo, de aquel tesoro de gracias hiciese participes a todos sus devotos.
Jaculatoria: Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.
Oración final

 

Visita 2

Lleguémonos al trono de la gracia para encontrar misericordia en el momento oportuno. María es, en sentir de san Antonino, ese trono, desde el cual dispensa Dios todas las gracias. Reina amabilísima, ya que tanto deseas ayudar a los pecadores, ve aquí a un gran pecador que a ti recurre. Ayúdame con tu poder y ayúdame pronto.
Jaculatoria: ¡Refugio único de los pecadores, apiádate de mi!
Oración final

 

Visita 3

«Sus lazos son ligadura de salud». Nos dice el devoto Pelbarto que la devoción a María es señal de predestinación. Supliquemos, pues, a nuestra Madre bendita que con amorosos lazos nos asegure siempre y cada vez más apretadamente en la confianza de su protección.
Jaculatoria: ¡Piadosa y dulce Virgen María, ruega por nosotros!
Oración final

 

Visita 4

«Yo soy la madre del amor hermoso», dice María, es decir, del amor que hermosea las almas. Vio santa María Magdalena de Pazzi que iba María santísima distribuyendo un licor dulcísimo que no era sino el amor divino. Don éste que sólo María dispensa; pidámoslo, pues,a María.
Jaculatoria: Madre mía, Esperanza mía, hazme todo de Jesús.
Oración final

 

Visita 5

Virgen María, san Bernardo te llama «robadora de los corazones». Dice que con tu belleza y con tu bondad andas robando los corazones. Roba, te lo pido, este corazón mío y toda mi voluntad. Yo te la entrego. Unida a la tuya, dásela a Dios.
Jaculatoria: Madre amabilísima, ruega por mí.
Oración final

 

Visita 6

«Como olivo hermoso en los campos». Yo soy, dice María, el hermoso olivo del que se extrae siempre aceite de misericordia, y estoy en campo abierto a fin de que todos me vean y puedan acudir a mí.
«Recordad diremos con san Bernardo, piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que haya sido de ti desamparado ninguno de cuántos se han acogido a tu socorro». No sea yo el primer desventurado que, acudiendo a ti, Madre, quede sin amparo.
Jaculatoria: María, concédeme la gracia de recurrir siempre a ti.
Oración final

 

Visita 7

Señora mía amabilísima, la Iglesia toda te proclama y saluda: Esperanza nuestra.
Ya que eres la esperanza de todos, sé también mi esperanza. San Bernardo te llamaba toda la razón de su esperanza, y añadía: «En ti espere el que desespera».
Esto es lo que yo quiero decirte: Madre mía, tú salvas hasta a los desesperados. En ti pongo toda mi esperanza.
Jaculatoria: Madre de Dios, ruega a Jesús por mí.
Oración final

 

Visita 8

«Quien sea pequeñuelo venga a mí”. María llama a todos los pequeñuelos que no tienen madre, con el fin de que acudan a ella, como a la más cariñosa de todas las madres.
Dice el padre Nieremberg que el amor de todas las madres es sombra y nada en comparación con el amor que María nos tiene a cada uno de nosotros.
Madre de mi alma, que tanto amas y deseas mi salvación más que nadie, después de Dios, muestra que eres mi madre.
Jaculatoria: Haz, Madre mía, que siempre me acuerde de ti.
Oración final

 

Visita 9

Toda semejante a Jesús es su Madre María, que, siendo Madre de misericordia, goza socorriendo y consolando a los miserables.
Y es tanto lo que desea está Madre dispensar sus gracias a todos, que, según san Bernardino de Busto, más desea ella hacerte bien y concederte gracias que tú deseas recibirlas.
Jaculatoria: Dios te salve, vida y esperanza nuestra.
Oración final

 

Visita 10

Nos dice la Reina de los cielos: «En mi mano están las riquezas para enriquecer a los que me aman».
Amemos a María si queremos ser ricos. Raimundo Jordán la llama «tesorera de las gracias». Bienaventurado el que con amor y confianza invoca a María. Madre mía, esperanza mía, tú puedes hacerme santo: de ti espero está gracia.
Jaculatoria: Madre de amor, ruega por mí.
Oración final

 

Visita 11

«Bienaventurado el que vela a mis puertas todos los días y aguarda a los umbrales de mi casa». Dichoso el que, como los pobres que están a la puerta de los ricos, pide solícito limosna a las puertas de la misericordia de María. Y más feliz aún el que cuida de imitar las virtudes que ve en María, pero en especial su pureza y su humildad.
Jaculatoria: Ayúdame, Esperanza mía.
Oración final

 

Visita 12

«Los que se guían por mi no pecarán. El que trata de obsequiarme dice María alcanzará la perseverancia. Los que me glorifican tendrán la vida eterna». Y los que trabajan en hacer que los demás me conozcan y amen serán predestinados». Promete, pues, hablar siempre que puedas, pública o privadamente de las glorias y de la devoción de María.
Jaculatoria: Quiero alabarte en todo momento, Virgen María.
Oración final

 

Visita 13

Nos exhorta san Bernardo a que busquemos la gracia y la busquemos por medio de María.
Ella, dice san Pedro Damiano, es la tesorera de las divinas misericordias: puede y quiere enriquecernos, que por eso nos invita y llama diciendo: «Quien sea pequeñuelo venga a mí».
Señora amabilísima, noble y amable, mira a este pobre pecador que a ti se encomienda y que confía enteramente en ti.
Jaculatoria: Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios.
Oración final

 

Visita 14

«Nadie se salva dice san Germán, hablando con María santísima, sino por ti, nadie se libra de sus males sino por ti, a nadie se concede gracia alguna sino por tu intercesión».
De suerte, Señora y esperanza mía, que si no me ayudas estoy perdido y no podré llegar a bendecirte en el paraíso. Pero sé muy bien lo que dicen los santos, que no desamparas a quien recurre a ti y que sólo se pierde quien no te invoca. Yo, pobrecito, acudo a ti y en ti pongo toda mi esperanza.
Jaculatoria: “Esta es toda mi confianza, ésta es la razón de mi esperanza» (san Bernardo).
Oración final

 

Visita 15

Déjame, dulcísima Virgen María, que te llame, con tu siervo san Bernardo, «toda la razón de mi esperanza». Y que te diga con san Juan Damasceno: «En ti he puesto toda mi confianza».
Tú me has de alcanzar el perdón de mis pecados, la perseverancia hasta la muerte y verme libre del purgatorio.
Por ti logran la salvación los que se salvan. Tú, Madre mía, me has de salvar. «Quien tú quieras se salvará, dice san Bernardo. Quiero salvarme, y me salvaré. Y como das la salvación a cuántos te invocan, te invocaré diciendo:
Jaculatoria: «Salvación de los que te invocan, sálvame» (san Buenaventura).
Oración final

 

Visita 16

Dijiste. Virgen Santa, a santa Brígida: “Por mucho que haya pecado el hombre, si verdaderamente arrepentido se vuelve a mí, yo estoy pronta a acogerlo. No miro la muchedumbre de sus culpas, sino la disposición con que a mí viene. Ni me desdeño de poner bálsamo en sus llagas y curarselas; porque me llaman, y soy en verdad, Madre de misericordia».
Ya que puedes y deseas curarme, a ti acudo, Médica celestial, para que cures las innumerables llagas de mi alma. Con solo una palabra que digas a tu Hijo quedaré curado.
Jaculatoria: María, Madre mía, ten piedad de mí.
Oración final

 

Visita 17

Reina mía dulcísimo, cuánto me agrada este hermoso nombre con que os invocan vuestros devotos: «Madre amable».
Si, Señora mía, te encuentro, a la verdad, toda amable. Tu belleza enamoró a tu mismo Señor. «El Rey deseó tu belleza».
Dice san Buenaventura que es tan amable vuestro nombre para los que os aman, que sólo al pronunciarlo o al oírlo pronunciar sienten que se inflama y acrecienta el deseo de amaros. Dulce, compasiva, amabilísima María, no es posible nombrarte sin que se encienda y recree el afecto de quien te ama. Justo es, pues, Madre del todo amable, que yo te ame. Mas no me contento solo con amarte, sino que deseo ahora en la tierra y después en el cielo ser, después de Dios, el que más te ame. Y si tal deseo es atrevido en demasía, cúlpese a tu amabilidad y al especial amor que me has demostrado. Si fueses menos amable, menos desearía yo amaros.
Acepta, Virgen bendita, este mi deseo, y en prueba de que me lo has aceptado, consígueme de tu Jesús este amor que te pido, ya que tanto agrada a Dios el amor que te tenemos.
Jaculatoria: Madre mía, te amo con toda mi alma.
Oración final

 

Visita 18

Así como los enfermos pobres, que por su miseria se ven desamparados de todos, hallan su único refugio en los hospitales públicos, así los pecadores más desamparados, aunque de todos sean despedidos, no se ven desamparados de la misericordia de María, a quien Dios puso en el mundo con el fin de que fuese el refugio y hospital público de los pecadores, como dice san Basilio. Y por esto san Efrén la lla¬ma «asilo de los pecadores».
Por eso, si acudo a ti, Reina mía, no puedes desecharme por mis pecados; antes bien, cuanto más desamparado me encuentro, más motivo tengo para ser acogido bajo el manto de tu protección, ya que Dios quiso crearte para que fueras el socorro de los desgraciados. A ti recurro, María, y me pongo bajo tu manto. Tú, que eres el refugio de los pecadores, sé mi refugio y la esperanza de mi salvación. Si tú me desechas, ¿a dónde acudiré?
Jaculatoria: María, refugio mío, sálvame.
Oración final

 

Visita 19

Dice el devoto Bernardino de Busto: «Pecador, quienquiera que seas, no desconfíes. Recurre a la Virgen con la certidumbre de ser socorrido, y la hallarás con las manos colmadas de misericordia y de gracias». Y «sabe añade , que más desea esta piadosísima Reina hacerte bien que tú el ser socorrido por ella».
De contínuo doy gracias a Dios, Virgen Santa, porque hizo que yo te conociera. Pobre de mí si no te hubiera conocido o si me olvidase de ti: gran riesgo correría mi salvación. Pero. yo, Madre mía, te bendigo, te amo y confío tanto en ti, que en tus manos pongo mi alma.
Jaculatoria: María, dichoso quien te conoce y en ti confía.
Oración final

 

Visita 20

Me infunde una grata esperanza san Bernardo cuando acudo a ti, mi dulce Reina. Me dice que no os detenéis en examinar los méritos de los que recurren a tu misericordia, sino que te ofreces a auxiliar a cuántos te invocan. De suerte que si te pido alguna gracia, tú me escuchas benignamente. Esto es lo que te pido: soy un pobre pecador que merece mil infiernos; pero quiero mudar de vida, quiero amar a mi Dios, a quien tanto he ofendido.
A ti me ofrezco por esclavo; a ti me entrego, indigente como soy. Salva, te diré, a quien es tuyo y ya no se pertenece. Virgen mía, ¿me has oído?. Espero que me escuches y atiendas favorablemente.
Jaculatoria: María, Madre mía, tuyo soy. ¡Sálvame!
Oración final

 

Visita 21

Llama Dioniso Cartujano a la Santísima Virgen «abogada de todos los pecadores que a ella acuden».
Madre de Dios, ya que es oficio tuyo defender las causas de los reos más delincuentes que a ti recurren, aquí estoy a tus pies. A ti recurro diciéndote con santo Tomás de Villanueva: «Abogada nuestra, cumple tu oficio». Sí, cúmplelo encargándote de mi causa. Es cierto que he sido reo de gravísimos delitos a los ojos del Señor y que le he ofendido grandemente a pesar de tantas gracias y beneficios como me ha concedido; pero el mal está ya hecho y tú me puedes salvar. Basta que le digas a Dios que tú me defiendes, y El me perdonará y me salvará.
Jaculatoria: Madre mía amantísima, tú me tienes que salvar.
Oración final

 

Visita 22

Dulcísimo Señora y Madre mía, yo soy un vil rebelde a tu excelso Hijo; pero acudo arrepentido a tu clemencia para que me consigas el perdón. No me digas que no puedes, pues san Bernardo te llama «la dispensadora del perdón».
A ti, Madre, corresponde ayudar a los que están en peligro, que por eso te denomina san Efrén «auxilio de los que peligran». Y ¿quién, Reina mía, peligra más que yo?.
Perdí a mi Dios y he estado ciertamente condenado al infierno; no sé todavía si Dios me habrá perdonado, y puedo perderle de nuevo. De ti, que puedes alcanzarlo todo espero todo bien: el perdón, la perseverancia, la gloria. Espero ser en el reino de los bienaventurados uno de los que más ensalcen tu misericordia, Virgen Madre, salvándome por tu intercesión.
Jaculatoria: Las misericordias de María cantaré eternamente, eternamente las cantaré.
Oración final

 

Visita 23

Virgen querida, san Buenaventura os llama «Madre de los huérfanos, y san Efrén, «Refugio de los huérfanos».
Estos pobres huérfanos son los desventurados pecadores que han perdido a su Dios. Por tanto, a ti acudo, Virgen santísima, aquí me tienes: perdí al Señor, mi Padre. Pero tú, que eres mi Madre, haz que vuelva a encontrarlo. En está inmensa desgracia te llamo en mi ayuda. ¿Quedaré sin consuelo?. No, que Inocencio III me dice de ti: «¿Quién la invocó y no fue por ella socorrido?». Y ¿quién ha orado ante ti sin que le hayas escuchado y favorecido?. ¿Quién se ha perdido que a ti haya recurrido?. Sólo se pierde el que no acude a ti. Por ello, Madre mía, si quieres que me salve, haz que siempre te invoque y en ti ponga mi confianza.
Jaculatoria: María, Madre mía, haz que en ti ponga toda mi confianza.
Oración final

 

Visita 24

Virgen poderosa, cuando me asalta algún temor acerca de mi eterna salvación,¡cuánta confianza siento con solo recurrir a ti y considerar, de una parte, que tú, Madre mía, eres tan rica en gracias, que san Damasceno te llama «el mar de gracia»; san Buenaventura, «la fuente de donde brotan todas las gracias»; san Efrén, «el manantial de la gracia y de todo consuelo»; san Bernardo, «la plenitud de todo bien». Y ver, por otra parte, que eres tan inclinada a dispensar mercedes, que te crees ofendida, como dice san Buenaventura, de quien no te pide gracias.
Clementísima Reina, ya sé que tú, conoces mejor que yo las necesidades de mi alma y que me amas más de lo que yo puedo amarte.
¿Sabes, pues, qué gracia te pido?. Otórgame aquella que creas más conveniente para mi alma. Pídesela a Dios por mí, y así quedaré plenamente satisfecho.
Jaculatoria: Jesús mío, concédeme la gracia que María te pida para mí.
Oración final

 

Visita 25

Dice san Bernardo que María es el arca celestial en la que ciertamente nos libraremos del naufragio de la eterna condenación, si en ella nos refugiamos a tiempo.
Figura fue de María el arca en que Noé se salvó del universal naufragio de la tierra. Pero nota Esiquio que María es un arca más fuerte y más poderosa. Pocos fueron los hombres y animales que aquella amparó y salvó, pero esta nuestra arca salvadora recibe a cuántos se acogen bajo su manto y a todos seguramente los salva. Pobres de nosotros si no tuviésemos a María. Con todo, Reina mía, ¡cuántos se pierden!. ¿Y por qué?. Porque no recurren a ti, pues ¿quién se perdería si a ti acudiese?.
Jaculatoria: Virgen Santa, haz que todos te invoquemos.
Oración final

 

Visita 26

En ti, Madre nuestra, hallamos remedio a todos nuestros males; en ti, dice san Germán, tenemos el sostén de nuestra flaqueza; en ti exclama san Buenaventura, la puerta para salir de la esclavitud; en ti nuestra segura paz; en ti, como decía san Lorenzo Justiniano, encontramos el auxilio en las miserias de la vida; en ti, finalmente, la gracia divina y el mismo Dios, porque por ello san Buenaventura os llama «trono de la gracia de Dios», y Proclo, «puente felicísimo» por donde Dios, a quien nuestras culpas alejaron, pasa a habitar con su gracia en nuestras almas.
Jaculatoria: María, tú eres mi fortaleza, mi libertad, mi paz y mi salvación.
Oración final

 

Visita 27

Es María aquella torre de David de la cual dice el Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares que está edificada con baluartes y tiene mil defensas y armas para socorro de los que a ella acuden.
Tú eres, Virgen María, la defensa fortísima de cuántos se hallan en el combate.
¡Qué asaltos me dan continuamente mis enemigos para privarse de la gracia de Dios y de tu protección, Madre mía amabilísima!. Pero tú eres mi fortaleza y no te desdeñas, según decía san Efrén, de combatir por los que en ti confían. Defiéndeme y lucha por mí, que en ti deposito toda mi confianza.
Jaculatoria: María, vuestro hermoso nombre es la defensa mía.
Oración final

 

Visita 28

Cuanto alivio siento en mis miserias y cuanto consuelo en mis tribulaciones y qué esfuerzo recibo en la tentación no bien pienso en ti e imploro tu socorro, dulcísima Madre María.
Razón tenéis, santos del cielo, en llamar a la Virgen «puerto de atribulados», como san Efrén; «alivio de nuestras miserias y consuelo de los desgraciados», como san Buenaventura; «remedio de nuestro llanto», como san Germán.
Consuélame, Madre mía, pues me veo lleno de pecados, cercado de enemigos, tibio en el amor de Dios. Consuélame, pero que la consolación que me des sea el hacerme empezar una vida nueva que verdaderamente agrade a tu Hijo y a ti.
Jaculatoria: Conviérteme, transfórmame, Madre mía, que tú puedes hacerlo.
Oración final

 

Visita 29

San Bernardo llama a María «camino real para hallar al Salvador y la salvación». Si es cierto, Reina mía, que eres, como el mismo dice, quien conduce nuestras almas a Dios, no esperes que yo vaya a Dios si no me llevas en tus brazos. Llévame, si; y si resisto, llévame a la fuerza.
Con los dulces atractivos de tu amor fuerza cuanto puedas a mi alma, a mi rebelde voluntad, para que deje a las criaturas y busque sólo a Dios y su voluntad santísima. Muestra a los cielos cuán poderosa eres; muestra, entre tantos prodigios, esta otra maravilla de tu misericordia uniendo enteramente con Dios a quien tan lejos de El está.
Jaculatoria: María, puedes hacerme santo; de ti lo espero.
Oración final

 

Visita 30

La caridad de María para con nosotros, según nos lo afirma san Bernardo, no puede ser ni mayor ni más poderosa de lo que es. Por lo cual se compadece siempre generosamente de nosotros con su cariño y nos socorre con su poder.
Siendo, por tanto, purísima Reina mía, rica en poder y rica en misericordia, puedes y deseas salvamos a todos. Te diré, pues, hoy y siempre, con el devoto Blosio: «María santísima, en esta gran batalla que con el infierno tengo empeñada ayúdame siempre, y cuando veas que me hallo vacilante y próximo a caer, tiéndeme entonces, Señora mía, más pronto tu mano y sostenme con más fuerza».
¡Dios!, ¡cuántas tentaciones tendré que vencer hasta la hora de mi muerte! María, esperanza, refugio y fortaleza mía, no permitas que pierda la gracia de Dios, pues propongo acudir siempre a ti en todas las tentaciones, diciendo:
Jaculatoria: Ayúdame, María; María, ayúdame.
Oración final

 

Visita 31

Dice el beato Amadeo que la bienaventurada Reina María está continuamente ejercitando en la presencia de Dios el oficio de abogada nuestra e intercediendo con sus oraciones, que son para con Dios poderosísimas. Porque como ve nuestras miserias y peligros, la clementísima Señora se compadece de nosotros y nos socorre con amor de Madre.
De suerte que ahora mismo, Madre y Abogada mía, ves las miserias de mi alma y los peligros que me rodean y estás rezando por mí. Ruega y ruega y no dejes nunca de hacerlo hasta que me veas salvo y dándote humildes gracias en el cielo.
Dice el devoto Blosio que tú, dulcísima María, eres, después de Jesús, la salvación segura de vuestros siervos fieles. Yo te pido hoy esta gracia: concédeme la dicha de ser tu siervo hasta la muerte, para que después de esta vida vaya a bendecirte en el cielo, seguro ya de que jamás habré de apartarme de tus pies mientras Dios sea Dios.
Jaculatoria: María, Madre mía, haz que sea yo siempre tuyo.
Oración final

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A San José DEVOCIONES Y ORACIONES

Un Pensamiento Diario para San José en el Mes dedicado a Él

Día 1:
Padre adoptivo de Jesús. Escogido por el Eterno Padre con amor previsor y gratuito, para ser custodio y defensor de Jesús, tú, oh San José, entras plenamente en el proyecto de la Salvación, según las promesas hechas por Dios al pueblo hebreo. Ayúdame, San José, a leer hoy, con amor, el Evangelio que describe la genealogía de Jesús.

Día 2:
Custodio de Jesús. Durante la vida terrena de Jesús, tú, oh San José, no te has preocupado de hacer cosas grandes sino de hacer bien la voluntad de Dios, también en las cosas más sencillas y humildes, con mucho empeño y amor. Enséñame San José la prontitud en buscar y realizar la voluntad de Dios.

Día 3:
Esposo de la Madre de Dios. Después de la perturbación inicial, oh San José, tu «sí» a la voluntad de Dios fue claro y preciso, aceptando a María como Esposa. Entonces, por ti, Jesús entró en la genealogía de David con pleno derecho delante de la ley y de la sociedad. Te confiamos, oh San José, a todos los padres para que siguiendo tu ejemplo acepten en el seno materno el don inestimable de la vida humana.

Día 4:
El hombre del silencio. Te acostumbraste al silencio, oh San José, estando con Jesús y María. La casa de Nazaret era un templo y ¡en el templo, sobre todo, se reza!.Enséñame, oh San José, a dominar mi locuacidad y a cultivar el espíritu de recogimiento.

Día 5:
El hombre de fe. Más que Abraham, a ti, oh San José, te tocó creer en lo que es humanamente impensable: la maternidad de una virgen, la encarnación del hijo de Dios. Fortalece, oh San José, a quien se desanima y abre los corazones para confiar en la Providencia de Dios.

Día 6:
El hombre de la esperanza. En la persona de Jesús, oh San José, tuviste la garantía del cielo y, por lo tanto, siempre estuviste lleno de profunda paz interior. Aumenta, oh San José, mis motivos para tener coraje, alimenta el aceite para mis lámparas.

Día 7:
El hombre del amor a Dios. Oh San José, tú distepruebas de amor a Dios cuidando amorosamente a Jeús en vida escondida y en profunda sintonía con la voluntad de Dios. Enséñame oh San José, a amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.

Día 8:
El hombre de la acogida. Oh San José, diste ejemplo de espíritu de acogida en la afectuosa ternura con tu esposa, en los servicios prestados a la gente, buena o mala, y estando siempre al lado de Jesús, el salvador de las almas. Oh San José, ¡Que yo descubra aquellos gestos que me hacen imagen viva de Dios amor, los gestos de acogida y de paz, los gestos de disponibilidad y de dedicación incondicional !.

Día 9:
El hombre del discernimiento. Con los ojos del alma, oh San José, ordenaste tu vida de piedad, tu trabajo, tu alimento, tu reposo, tus pensamientos más profundos, tus afectos, tus juicios, tus intenciones en el obrar. Ayúdame oh San José, a avanzar en las virtudes por la acción del Espíritu Santo que renueva la vida de las personas y de las comunidades.

Día 10:
El hombre de la docilidad. Santo Tomás define la docilidad como atención constante y deferente a las enseñanzas de los sabios. Tú, oh José, fuiste siempre muy dócil a las enseñanzas de Jesús y de María, su Madre. Aleja de nosotros oh San José, la presunción, la tonta estima de mis opiniones, la obstinación de seguir mis ideas.

Día 11:
El hombre de la entrega. Tú oh San José, no perdías tiempo en cosas vanas e inútiles y no obrabas con disgusto o mala gana. Ayúdame oh San José, en la oración, a no permitir que mi alma, se quede dormida y alcánzame una habitual disposición y fervor en mi vida.

Día 12:
El hombre de la simplicidad. Esta virtud oh San José, hacía parte de tu carácter y cada día más se perfeccionaba por el desapego de las criaturas. Ayúdame oh San José, a desear y gustar solamente a Dios y a despegarme de todo lo que no sirve para mi vida espiritual.

Día 13:
El hombre de la confianza. Tu seguridad oh San José, estaba en adherir a la voluntad de Dios como se manifestaba día tras día. Haz oh San José, que nosotros tengamos la seguridad de quien confía en Dios y que en cualquier situación, aunque adversa, estemos en sus manos.

Día 14:
El hombre de la paz. Tú, oh San José, fuiste el custodio de aquel que trajo la paz al mundo, que predicó el amor, la fraternidad y la unidad y proclamó » felices los que trabajan por la paz». Oh San José, ayúdame a promover la paz en el ambiente donde yo vivo y trabajo.

Día 15:
Ejemplo de humildad. ¡ Como te sentías pequeño a tus ojos, oh San José!, ¡Como amabas tu pequeñez!. No hiciste milagros y mantuviste tu vida tan escondida que casi nada sabemos de ella. Ayúdame, oh San José, a huir de las alabanzas y de la gloria humana. Haz que encuentre gusto en vivir escondido y en relativizar mis intereses personales.

Día 16:
Ejemplo de fortaleza. Sin duda, oh San José, tu fortaleza alcanzó un grado de perfección muy elevado. Ella se manifestó especialmente en el soportar con serenidad el exilio en Egipto y la dureza del trabajo de cada día. Ayúdame oh San José, a no desfallecer frente a las tentaciones, fatigas y sufrimientos.

Día 17:
Ejemplo de obediencia. Tu obediencia, oh San José, fue admirable, especialmente cuando tuviste que huir a Egipto, luego de una orden delante de la cual habías tenido tantas razones para no realizar. Aleja de mí, oh San José, todas las excusas que mi egoísmo plantea para no cumplir la voluntad de Dios.

Día 18:
Ejemplo de justicia. Viviendo alejado de las cosas del mundo, oh San José, practicaste siempre la virtud de la justicia especialmente a través de tu trabajo de carpintero. Y ¡qué respeto tuviste para con el Rey y la Reina del Cielo! Alcánzame, oh San José total pureza de intenciones y de corazón y plena adhesión a Dios y a su voluntad.

Día 19:
Ejemplo de prudencia. Tu prudencia, oh San José, se manifestó en el desapego del mundo, en la castidad, en la pobreza, en tu espíritu de pobre y en la dedicación al trabajo de cada día. Haz, oh San José, que yo no haga nada sin antes confirmarme: «que sirve esto para la eternidad».

Día 20:
Ejemplo de pobreza. Tú, oh San José, viviste la pobreza voluntaria, sufriste las privaciones y las incomodidades de la pobreza, pero no quisiste cambiar tu condición por ningún tesoro de este mundo. Obténme, oh San José, la gracia del desapegarme de las riquezas y de desear únicamente los bienes eternos.

Día 21:
Ejemplo de gratitud. Nadie después de tu Esposa, oh San José, recibió tanto como tú, de la bondad de Dios. En tu justicia dabas gracias a Dios continuamente. Veías solo a Dios, pensabas sólo en Dios ; no obrabas sino por ÉL. Haz, oh San José, que yo tenga verguenza de mis ingratitudes y que tenga valentía de humillarme delante de Dios.

Día 22:
Ejemplo a los obreros. Como cada uno de nosotros, también tú, oh San José, probaste la fatiga, y el cansancio del trabajo de cada día. Ayúdame, oh San José, a redescubrir la dignidad de mi trabajo, sea cual sea, y de desarrollarlo con entusiasmo para el bien de todos.

Día 23:
Ejemplo de la misión. Oh, San José, ¡Que gran amor tuvistes por las almas! ¡Cuantas oraciones hiciste para su salvación! ¡Y todo eso inspirado por Cristo que habría de morir por la salvación del mundo!. Haz, oh San José, que yo pueda con la palabra y con la vida, ayudar al hombre de hoy a encontrar a Jesús, la Palabra que da respuesta definitiva a todas las preguntas esenciales del hombre.

Día 24:
Custodio de la virginidad. La Voz del Espíritu Santo encontró en tí, oh San José total acogida, porque tu vida fue llena únicamente de Dios y tu fuerza fue sólo el amor que tuviste para Él. Haz, oh San José, que yo deje mis caminos y siga sólo a Dios que me llama a participar de su vida, y que tenga fuerza de hacer fructificar sus dones.

Día 25:
Consuelo de los que sufren. Oh San José, toda tu vida estuvo marcada por el sufrimiento: exilio, trabajo, pobreza. Pero tu corazón era feliz y tu alma siempre serena. Ayúdame oh San José, a darme cuenta de que la vida eterna y no el dolor, es la verdadera vocación del hombre. Presérvame ahora y siempre del llanto de los que no tienen esperanza.

Día 26:
Esperanza de los enfermos. En tu vida, oh San José, no todo fue claro y fácil de comprender. Sin embargo supiste encontrar tu misión única e irrepetible en la historia. Te ruego, oh San José, consolar hoy a todos los que están afligidos por la enfermedad. Llena sus días de personas amigas y desinteresadas.

Día 27:
Patrono de los moribundos. Tú, oh San José, tuviste la suerte de morir asistido por Jesús y tu esposa María. Tuviste siempre presente en tu vida la meta final o sea el cielo, con la certeza de alcanzarla; siempre atento a tu interioridad y dedicado a la contemplación. Ayúdame, oh San José, a pensar a menudo en el cielo donde todos somos invitados al banquete eterno.

Día 28:
Amparo de las familias. Oh, San José, la Escritura afirma que a tu lado y de María, Jesús «crecía en edad, sabiduría y gracia». Te ruego, oh San José, que los niños encuentren en la familia el ambiente ideal para desarrollar el amor y asumir los verdaderos valores.

Día 29:
Modelo de vida doméstica. Oh, San José, en la Familia de Nazaret asumiste plenamente tu responsabilidad con espíritu de colaboración y de humildad evangélica. Haz, oh San José, que los padres sepan unir todas las potencialidades del amor humano a las de una sana y adecuada espiritualidad.

Día 30:
Terror de los demonios. Oh, San José, fortificado por la presencia y el recuerdo de Jesús has podido vencer siempre cualquier ataque a tu fe por parte del demonio. Limpia, oh San José, mi corazón y mi mente de toda maldad para que sea un cristiano lleno de vida redimido por la sangre de Cristo.

Día 31:
Patrono de la Iglesia Universal. Oh, San José, por la misión que te fue confiada a la iglesia de Cristo haciendo que camine siempre en la verdad y el amor para ser luz del mundo. Guía oh, San José, a la Iglesia de Cristo en el camino de la santidad para que sea siempre más eficaz y alegre anunciadora del Evangelio.

Autor: P. Orides Ballardín. Prov.

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