Desde el principio de los tiempos, la Santa Madre del Creador ha sido amada y venerada al modo que Cristo deseó para Ella. A lo largo de su historia, la Esposa del Señor buscó formas de honrarla y servirla adecuadamente.
Desde el s. IX comienza en la liturgia de Occidente un fenómeno nuevo: La dedicación del sábado a la Virgen. El benedictino irlandés Alcuino (735-804) impuso el rito romano en la población franco-germana, reunió tres series de formularios de Misas votivas para los días de la semana, para no tener que repetir cada día la Misa del domingo, y hay que observar que la «memoria de Santa María en sábado» es la única que se repite en dos series.
El sábado se afirmó luego sólidamente como día de la Virgen, comenzando una tradición que no se ha interrumpido hasta nuestros días.
A partir de entonces es un hecho histórico el nacimiento del sábado mariano, pero lo que es más problemático es determinar el motivo histórico espiritual que dio origen para que el sábado se escogiese como día dedicado a María.
Mas adelante, el Papa Beato Urbano Segundo, habiendo huido a Francia por causa del emperador Enrique Tercero, que le perseguía, celebró Concilio en Claramonte, y ordenando diversas cosas para la gobernación del clero, mandó que se rezase cada día el Oficio de Nuestra Señora, y los sábados, si no hubiese Doble o Semidoble, fuese rezado el de Ella. Fue el primer Pontífice que concedió Cruzada contra infieles. Lo dice San Antonio de Florencia en su Segunda Parte Historial.
¿POR QUÉ SE DIO EL DÍA DEL SÁBADO A LA VIRGEN?
Hay algunas razones y congruencias. Una es porque el día que padeció algún santo suele celebrarse su fiesta, y la Virgen, si padeció martirio, fue el viernes y el Sábado Santo. El viernes fue dedicado al martirio del Hijo, y vino bien que el sábado siguiente se dedicase al martirio de la Madre.
Es otra razón que, así como en el día del sábado cesó Dios las obras de la Creación y descansó, en ninguna alma descansó así el Espíritu Santo, como en la de Cristo y en la de su Soberana Madre. En las otras almas hubo alguna repugnancia, a lo menos de Pecado Original, y algún venial, mas en la de Cristo y en la de la Virgen no hubo tal repugnancia, pues ni hubo pecado venial ni Original.
Es la tercera razón que Dios bendijo el día del sábado; así la bienaventurada Virgen María fue bendita por las tres Personas: el Padre la bendijo escogiéndola por Hija, el Hijo la bendijo escogiéndola por madre y el Espíritu Santo la bendijo escogiéndola por esposa. El ángel la bendijo cuando la saludó, y todo el mundo la bendice, porque la reverencia y loa.
Otra razón es porque el Sábado es medio entre el día del gozo, que es el Domingo, y el día penoso, que es el Viernes; así la Virgen es medianera entre Dios y los hombres.
No todos los autores están de acuerdo en determinar la motivación del significado mariano del sábado, veamos algunos:
Hay quien dice que como el sábado prepara para el domingo, así la fiesta de la madre debe preceder a la del Hijo.
Según otros autores, el sábado que precede a la resurrección, María vivió el misterio del dolor que le fue profetizado por Simeón «Una espada traspasará tu alma» (Lc. 2, 35). El sábado podía ser la conmemoración de sus dolores como el viernes lo era de los dolores de su Hijo. Con este aspecto se puede enlazar la relación de María con el misterio pascual.
Actualmente la razón que con más frecuencia se propone y que se presenta como la más válida es que en el sábado se conmemora la hora de fe de María.
El sábado, entre el viernes de la pasión y muerte, y el domingo de la resurrección – escribe Mariano Magrassi, Obispo de Bari – está lleno de la fe de María. Es como si toda la fe de la Iglesia se recogiese en Ella, mientras la fe se oscurecía en todos, Ella conservó, por encima de todo, su fe firme e intacta, fue la primera fiel, la única que mantuvo encendida la llama, inmóvil en la oscuridad de la fe, fuerte en el tiempo de duda.
Era justo que la Iglesia le consagrara aquel día, que más que ningún otro recuerda la singular grandeza de su fe, la heroicidad de su esperanza y su amor indefectible por el Hijo.
Fuente: Padre Tomás Rodríguez Carbajo y otros