La devoción por la «Virgen de la Candelaria» en Tlacotalpan fue traida por los primeros frailes de la Orden de San Juan de Dios de España.
Los festejos de la patrona de los tlacotalpeños datan desde finales del siglo XIX. La «Virgen de La Candelaria» era paseada por el río, con la finalidad de que los pescadores (quienes la adoptaron como su patrona) tuvieran abundante pesca durante el año; costumbre ancestral que se conserva hasta la fecha.
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Tlacotalpan es la cabecera del municipio del mismo nombre y pertenece al estado de Veracruz. Está ubicado en la margen izquierda del río Papaloapan. Dista unos 100 kilómetros del puerto de Veracruz.
Tlacotalpan es una bella ciudad que cuenta con una interesante y larga historia, ligada estrechamente al desarrollo de la región sur de Veracruz.
Hacia los inicios del siglo XVI, la zona donde se ubica dicha población, fue denominada como Sotavento, término que era muy común utilizar en aquel entonces, para aludir al sentido direccional y climático del lugar, con respecto a la costa.
Su existencia prehispánica se encuentra relacionada con un cacicazgo indígena. Los nativos del lugar le dieron el nombre que hasta hoy conserva y cuyo significado en náhuatl es «en mitad de la tierra» aludiendo al vasto terreno dividido por el agua del «Río de las Mariposas» o «Papaloapan».
LA DEVOCIÓN
La devoción por la «Virgen de la Candelaria» es, en Tlacotalpan, muy antigua y, según las versiones más autorizadas, fue traída por la orden de los juaninos a principios del siglo XVII.
Esta imagen, que llegara con los primeros frailes de la Orden de San Juan de Dios de España, es venerada y festejada el día 2 de febrero.
La imagen es introducida con la intención de convertir a los antiguos habitantes de la región al cristianismo, sustituyendo a la deidad prehispánica de la fertilidad que, coincidentemente, era venerada en las mismas fechas y a la que le rendían tributo para obtener beneficios de la tierra, como eran: buenas cosechas, abundancia de peces y buena temporada en general.
Los habitantes estaban acostumbrados a las tormentas que azotaban la entonces isla de Tlacotalpan, por los fuertes vientos septentrionales, llamados «nortes» por los veracruzanos. Del 31 de enero hasta el 2 de febrero, la población se transforma, se adueñan del lugar la risa y la diversión, los sones y las coplas, el fandango, el zapateado.
LA CANDELARIA
Animado por la perspectiva y, para cumplir con el apartado sexto de las Leyes de Indias, el cual mandaba edificar iglesias en las cabeceras de las poblaciones indígenas a costa de ellos y de los encomenderos, a fin de instruirlos en la religión católica, concedió a los indígenas el uso gratuito de los terrenos de Tlacotalpan a condición de que se levantara una capilla donde se venerara a «Nuestra Señora de la Candelaria» la que, provisionalmente, quedaría dependiente del curato de Alvarado en tanto no se estableciera una parroquia en el lugar.
Es, desde esta época, que la ciudad quedaría unida a la celebración de la «Virgen de la Candelaria».
En virtud de tal acontecimiento, se instalaron en Tlacotalpan, grupos indígenas procedentes de Amatlán y de otros pueblos, con lo cual se llegó a formar un asentamiento importante, además de que con ello se lograba, para Tlacotalpan, el título de «Pueblo». Este acontecimiento señalaba, también, el inicio de las primeras edificaciones procedentes de la época virreinal y realizada básicamente de madera.
LA FIESTA
Los festejos de «la Candelaria» datan del siglo XIX. En el bello puerto de Tlacotalpan se celebra cada año, en el mes de febrero, a esta advocación.
La fiesta de «la Candelaria» es el resultado de un proceso de aculturación. La festividad en sí, es una celebración a la luz. Por un lado, el pueblo Totonaca dominado por los Aztecas, celebrando las fiestas a Tonatiuh (Sol = luz); por otro lado, la celebración de la Iglesia Católica de la «Presentación del Niño Jesús» (la Luz del Mundo, la Luz Salvadora) en el templo de Dios. Sustituida por la segunda y/o semifusionadas, dieron origen a la fiesta de «la Candelaria» o candela (candela = luz).
La fiestas de «la Candelaria» se llevan a cabo durante el mes de febrero (del 1 al 5). Además de las raíces religiosas de donde viene su origen, también se celebra la feria tradicional donde se designa a una joven del municipio como la representante de la feria, la reina de la Candelaria; del mismo modo, simultáneamente, se celebra la exposición agrícola-ganadera, donde se muestra la riqueza de la producción agropecuaria del municipio.
LA FESTIVIDAD – Mezcla de lo profano y lo religioso
Los festejos de la patrona de los tlacotalpeños datan desde finales del siglo XIX. La «Virgen de La Candelaria» era paseada por el río, con la finalidad de que los pescadores (quienes la adoptaron como su patrona) tuvieran abundante pesca durante el año; costumbre ancestral que se conserva hasta la fecha.
La feria comienza el día 31 de enero, con una fastuosa cabalgata, en donde participan más de 600 personas, a cuyo frente se encuentra una capitana, una teniente y la coronela. A ellas se unen bonitas chicas de la localidad y apuestos mozos, niños y adultos, todos ataviados con regios trajes jarochos. En estas fiestas, salen a relucir las hermosas joyas de la familia: collares y pendientes de brillantes, esmeraldas, abanicos y peinetas de carey.
El recorrido comprende las calles principales de la ciudad; anteriormente, los acompañaba una banda de música, con instrumentos de viento; actualmente es la banda de la Escuela Naval «Antón Lizardo» quien escolta la comitiva.
El 1ro de febrero es el día dedicado a los toros, iniciado con el embalse: los toros atraviesan el río, acompañados por miles de personas que viajan en canoas, piraguas y cayucos. Ya en tierra los sueltan, realizando una especie de pamplonada («San Fermín» – España).
Los festejos del día 2 se inician con “las mañanitas” a la patrona del lugar; aquí se reúne gente de la localidad, con pueblos aledaños.
Desde las primeras horas de la tarde repican las campanas para que, en punto de las 3 de la tarde, se inicie el paseo de la Virgen en un chalán por el «Río de las Mariposas» (o «Papaloapan»). A esta procesión la preside el señor arzobispo del puerto de Veracruz, además de asociaciones y cofradías, entre otras, quienes le van entonando hermosos temas.
Hay que destacar el ambiente festivo de la gente de Sotavento el cual queda de manifiesto en el encuentro de jaraneros, que se inicia el día 31, teniendo como marco la «Plazuela de doña Martha» (un parque estilo morisco), además de las mojigangas y el fandango, en el que participan todas las personas que lo desean, durante el gran ambiente que se dá durante toda la noche.
En Tlacotalpan la gente se viste de rojo, se sube en lanchas y «toma por los cuernos al toro» para cruzarlo a nado mientras, en la otra orilla del río, los hombres se montan a caballo y aguardan impacientes su llegada.
En las celebraciones patronales del «Día de la Candelaria», la religión preside a la fiesta porque, en Tlacotalpan, primero está la diversión y el trago y después, lo espiritual y el recogimiento.
«Que ahí viene el toro», «que me suelten al torito que aquí lo espero» y «Ajá» dicen las playeras fajadas en ajustados pantalones de mezclilla. También hay blusas ombligueras, pero rojas; amplios escotes, pero rojos; camisas vaqueras pero rojas; y mujeres de carnosos labios, pero rojos…
De Jalapa, Alvarado, Cosamaloapan, Córdoba y el Puerto; de Puebla la Perla del Golfo, Tierra Blanca y hasta chilangos, todos los visitantes se encuentran en Tlacotalpan un espacio perfecto para tomar un «torito» y reír entre amigos a carcajadas. Desde el mediodía en esta ciudad los hombres ya tienen las manos llenas: en la izquierda, la caguama y, en la derecha, una mujer…
Aquí, la música tropical en una bocina; más allá, los grupos norteños en la puerta de un restaurante, y los niños subidos en las improvisadas cercas que protegen del toro a los locales y los valientes que ya lo esperan.
Y las bellas que con un «usted nomás, no se me suelte, mi reina» se sienten protegidas, y los latidos de emoción de toda la concurrencia porque ya no tarda el toro. El animal, casi ahogado, llegando a la orilla.
Son seis los toros a los que el agua les ha quitado lo bravo en la pamplonada tlacotalpeña… El animal se ha vuelto manso, mientras el hombre se convierte en bestia… Si el toro no corre con una cuerda atada al cuello, lo jalan; si no se de vueltas a mirarte, basta con vaciarse una cerveza…
En Tlacotalpan importa poco si el toro quiere andar suelto por el adoquín; para sus seguidores es más divertido verlo caer, una y otra vez, en la Plaza Zaragoza y corear su carrera entre mares de gritos y gente.
Con tres horas de carrera, el valiente lo es más… no importa que le quiten al toro si el «torito» le dura para no acabar la fiesta. ¡Qué más da, si de regreso al toro se llevan!… En Tlacotalpan las manos se vuelven a llenar porque el cuerpo aguanta mucho y, montado a caballo, más. Después de todo, la noche es larga y aún falta un disparo para terminar…
Las tiendas y puestos ambulantes se disputan el espacio en la calle principal; se improvisan tablados en la Plaza Hidalgo, en la Plaza de Doña Martha, en la de San Miguel y Nicolás Bravo.
En la festividad religiosa, los juegos pirotécnicos también son fundamentales, sobre todo el 2 de febrero, cuando se encamina la Virgen hacia el muelle. Durante el paseo, Ella habrá de bendecir el puerto y amainar la bravura del Papaloapan para que, en el futuro, no cause inundaciones.
Esta fiesta ha cobrado tal celebridad que, año con año, asiste una multitud cada vez mayor. Las hileras de carros se estacionan a muchos kilómetros de la ciudad y los hoteles son insuficientes, por lo que la gente prácticamente no duerme durante varios días.