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La revolución que estalló en El Cairo el 25 de enero de 2011 fue una primavera en el verdadero sentido de la palabra. ¿Quién hubiera dicho que los manifestantes iban a limpiar la plaza Tahrir, volviendo a pintar las aceras, que una chica cristiana iba a llevar agua a un hermano musulmán para la ritual ablución, que una mujer velada iba a levantar la cruz junto con la medialuna o que los musulmanes iban a crear un escudo humano alrededor de una iglesia en el intento de protegerla durante las celebraciones de la Pascua?

O que uno de ellos iba a escribir en dialecto egipcio en una pancarta dirigida al ex presidente, antes de la dimisión de este: «Qué Dios te maldiga, deja que nos amemos los unos a los otros». Los manifestantes pacíficos recuerdan que fueron protegidos por los Hermanos Musulmanes de los que quisieron dispersarles con la fuerza, disponiéndose como un ejército en tres líneas: la primera armada de palos, la segunda de ladrillos para arrojar y la tercera compuesta por ancianos que abastecían las dos primeras.

Fueron los jóvenes musulmanes quienes convencieron a los Hermanos Musulmanes de la importancia de esta coalición nacional para el éxito de la revolución. En la misma plaza de Tahrir, los jóvenes musulmanes rodearon a un grupo de cristianos para defenderles de algunos extremistas. Resumiendo, desde el martes 25 de enero hasta el viernes 11 de febrero de 2011, día en el que el ex presidente dimitió, no se verificó ninguna ruptura de la unidad nacional entre musulmanes y cristianos.

En cuanto se percibieron los primeros signos del éxito de la revolución, los Hermanos Musulmanes aprovecharon la situación, hasta el 18 de febrero. Después de la oración del viernes en la plaza de Tahrir, guiada por el imam Yusuf al-Qaradawi, que por razones políticas llevaba muchísimo tiempo sin pisar Egipto, a unos de los líderes de la revolución, Wael Ghonim, se le prohibió hablar a la muchedumbre congregada en la plaza. Este, una vez retenida la rabia, se envolvió la cara en la bandera de Egipto y se escondió, furioso, entre las filas.

Los Hermanos Musulmanes eran y siguen siendo el único grupo organizado (por lo que concierne la doctrina, la economía y la política interna y externa) en una sociedad cuyas bases están sacudidas por una impetuosa anarquía que ha penetrado profundamente en todos los ámbitos de la vida, como todos pudieron ver a través de las retransmisiones televisivas en directo. El grupo de jóvenes de la revolución, que no se ha dado cuenta de su rápido éxito, no es uniforme ni siquiera por lo que concierne sus representantes, ni es organizado y las caras de sus héroes son desconocidas. Así que los Hermanos Musulmanes han recogido los frutos de lo que desde el principio persiguieron con todas sus fuerzas.

Pero el verdadero peligro empezó cuando la policía se retiró de las calles y miles de presos (criminales y extremistas) huyeron de las cárceles. Se demolieron a la vez, con buldóceres, los muros de diferentes cárceles, en las cuales entraron personas con listas con los nombres de los prisioneros islamistas, culpables de varios crímenes (como los asesinos de Anwar Sadat), y les ayudaron a huir en automóviles. Los fugitivos enseguida perpetraron su venganza: asaltaron las estaciones de policía, agredieron a oficiales y soldados, prendieron fuego a las sedes del aparato de seguridad del Estado, donde se conservaban sus expedientes, e incendiaron los archivos de varios tribunales civiles.

Este vacío de poder, que todavía permanece, permitió sorprendentemente a muchos extremistas islámicos ir libremente por las calles de Egipto. Aprovechando la ausencia de cualquier factor disuasivo, empezaron a imponerse sobre los demás: primero destruyeron los mausoleos de santos venerados por el Islam, lo que levantó las iras de las corrientes sufíes. Después concentraron sus ataques contra las iglesias, y las incendiaron, usando como pretexto cuestiones secundarias, que todavía incitan a los que consideran la jihad una orden divina. Una de estas cuestiones tiene que ver con la entrega de algunas mujeres, la mayoría, mujeres de sacerdotes coptos ortodoxos: según las autoridades religiosas islámicas se habrían convertido al Islam de manera espontánea, y el Papa Shenouda III, Patriarca de los Coptos Ortodoxos, ya antes de que empezara la revolución, había pedido la «restitución» de las mismas a la policía.

Casos similares se repiten muy a menudo cada vez que nacen controversias matrimoniales, que desembocan después en la conversión de las mujeres al Islam, como liberación del vínculo conyugal. Es a partir de hechos como este que, también en el pasado, se han incendiado iglesias, se han saqueado tiendas, se ha prendido fuego a las casas de los cristianos, por no hablar del número de muertos y heridos. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas no intervino a tiempo, y tampoco tomó ninguna contramedida, dando la impresión de querer permanecer fiel al principio de no alineación. La policía oscila entre la vergüenza y la indiferencia, o mejor, entre la mala fe y la ineficacia. Incluso en algunos casos se pone de la parte de islamistas extremistas llegando a darse el caso de jóvenes inexpertos que gozan del apoyo de altos oficiales.

La frecuencia de los acosos a los coptos lleva aumentando varias décadas, no solo a causa de la tensión sectaria que se generó en la época de Sadat en los años setenta, sino también por el crecimiento de la tasa de analfabetismo que acecha la conciencia nacional y que se expresa en la participación en (la liberación de una mujer cristiana, que se ha convertido al Islam o no, prisionera en el interior de una iglesia, como cuentan los ignorantes, a los cuales dan crédito los más ingenuos) en las agresiones (la destrucción de las tiendas y de las casas de los cristianos y el incendiar sus iglesias) y hasta la amputación de la oreja de un hombre copto para infligirle la pena islámica. No todos saben que Egipto fue unos de los primero países en subscribir, en 1948, la declaración universal de los derechos humanos. Sin embargo, durante la era de Hosni Mubarak, el documento fue enmendado con una frase cuyo contenido detallaba: «con la condición de que [estos derechos] no sean incompatibles con la sharî‘a».

Al-Azhar, durante un periodo limitado de tiempo, interrumpió el dialogo con el Vaticano porque el Papa Benedicto XVI, después de la masacre en la catedral de Bagdad y de las explosiones en la iglesia de Alejandría, pidió la «protección de los cristianos de Oriente Medio», lo cual se consideró una injerencia en la política interna. En esta misma circunstancia, el presidente francés Nicolas Sarkozy se atrevió a decir que «en Oriente Medio se está llevando a cabo una limpieza religiosa», y por motivos políticos, ningún funcionario egipcio comentó su opinión. Mientras tanto, después del asesinato de Marwa al-Sherbini en Alemania, en Egipto se desató la hecatombe. Las reacciones no se han limitado a definir a la chica «mártir del velo» y a gritar su nombre por las calles; abogados y juristas se han levantado y han expresado su disponibilidad para ir a Alemania para llevar el juicio del asesino. ¿Por qué la sangre de los cristianos se derramó en su misma patria? En Egipto, los derechos del hombre, ¿se aplican de verdad también a los que no son musulmanes?

En un informe de los servicios secretos británicos, publicado en internet, emergió que el ex ministro del Interior de Egipto, Habib Al-Adli, fue el que concibió muchos asesinatos de cristianos y explosiones en las iglesias, como la de la iglesia de los Santos de Alejandría, que ocurrió en la noche del 31 de diciembre de 2010. ¿Cuándo terminará la complicidad entre los extremistas y algunos gobernantes? ¿Cuándo empezará la fase de los derechos del hombre, de cada hombre? ¿Cuándo se colmará el vacío entre la realidad y las expectativas? ¿Cuándo se excavará el cementerio del extremismo y del analfabetismo? ¿Cuándo terminará la violencia perpetrada en nombre de Dios y el asesinato motivado por la religión? ¿Cuándo los responsables sacarán sus cabezas de debajo de la arena? ¿Cuándo el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas ejercerá sus derechos y sus deberes en el mantenimiento de la seguridad de los ciudadanos, de todos los ciudadanos? El Consejo de los Ministros, en realidad actualmente inexistente, intervino, e intervino en el momento en el que intervino con ligereza, cuando lo que haría falta sería una terapia de choque. ¿Dónde está la civilización de siete mil años, si quienquiera que sea, para resolver los problemas emergidos con anterioridad, recurre a porras y bastones, cadenas, espadas, martillos, hachas, botellas de gasolina y cócteles molotov para lanzarlos contras las iglesias?

Es verdad que lo que están haciendo los salafistas «es una mortificación para el Islam antes de ser una mortificación para Egipto», como escribió el doctor Saad al-Din Ibrahim sobre Al-Sharq al-Awsat. Pero ¿cuándo se moverá la mayoría de los musulmanes para alejar de su religión la huella de la minoría extremista? Parece que en Egipto la primavera de la revolución haya terminado rápidamente y que se ha encendido el fuego del disenso confesional. ¿Quizás haya alguien que entienda la diferencia?

Fuente: Milad Sidky-Zakhary, publicado en Oasis


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