En la escuela me enseñaron que los niños sin uso de razón que morían sin recibir el bautismo iban al limbo, un lugar en el que, sin sufrir tormentos, estarían eternamente privados de la visión de Dios. Si bien no se insistía demasiado en este aspecto de la doctrina, se lo presentaba como una verdad incuestionable, no como una hipótesis. Sin embargo, si uno reflexionaba sobre ella, la doctrina sobre el limbo podía suscitar serias dificultades:
Dado que la esencia del infierno consiste en la separación eterna de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1035) y puesto que el limbo implica esa separación, en realidad el limbo sería parte del infierno.
Es cierto que el Magisterio de la Iglesia ha definido que quien muere con sólo el pecado original no puede alcanzar la salvación (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 403). No obstante, en el orden salvífico concreto establecido por Dios, ¿se da realmente esta posibilidad? La Iglesia católica ha enseñado siempre que fuera de ella no hay salvación y que para entrar en ella es necesario recibir el bautismo; pero tradicionalmente la teología católica ha reconocido que, además del bautismo sacramental, existen otras formas de bautismo (bautismo de sangre y bautismo de deseo) que también producen la incorporación a la Iglesia. Las personas no cristianas de buena voluntad pueden alcanzar la salvación por medio de una fe implícita, que implica un voto bautismal implícito (una forma del bautismo de deseo). Por eso, sin desmerecer la importancia fundamental del sacramento del bautismo, cabe preguntarse también acerca de la posibilidad de salvación de los niños sin uso de razón que mueren sin haber recibido dicho sacramento.
El pecado original es propio de cada uno, pero no es una falta personal (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 405). Considerando la infinita justicia y la voluntad salvífica universal de Dios, no es fácil comprender por qué no habrían de tener ninguna posibilidad de salvarse de ser condenados al infierno los niños muertos sin ningún pecado personal mortal (e incluso sin ningún pecado personal ni tan siquiera venial).
La Iglesia católica ha enseñado siempre que fuera de ella no hay salvación y que para entrar en ella es necesario recibir el bautismo; pero tradicionalmente la teología católica ha reconocido que, además del bautismo sacramental, existen otras formas de bautismo (bautismo de sangre y bautismo de deseo) que también producen la incorporación a la Iglesia. Las personas no cristianas de buena voluntad pueden alcanzar la salvación por medio de una fe implícita, que implica un voto bautismal implícito (una forma del bautismo de deseo). Por eso, sin desmerecer la importancia fundamental del sacramento del bautismo, cabe preguntarse también acerca de la posibilidad de salvación de los niños sin uso de razón que mueren sin haber recibido dicho sacramento.
Después de mi infancia, prácticamente no volví a oír hablar del limbo por muchos años, excepto al leer «La Divina Comedia» (de paso observo que Dante Alighieri comprendió bien la relación entre limbo e infierno, dado que ubicó al limbo como primer círculo del infierno).
¿Qué dice hoy la Iglesia acerca del limbo? Intentaré mostrar que en este punto ha habido un importante desarrollo doctrinal.
Es un hecho muy significativo que el Catecismo de la Iglesia Católica, un compendio muy completo y extenso de la doctrina católica, aun cuando reafirma la doctrina católica tradicional acerca del infierno, el Purgatorio y el Cielo, no diga ni una sola palabra sobre el limbo. En cambio afirma lo siguiente: «En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis» (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo bautismo» (n. 1261). «En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la Liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación» (n. 1283).
¿Qué implica esta enseñanza del Catecismo en relación con la doctrina tradicional acerca del limbo? Para resolver esta cuestión, me parece adecuado recordar una declaración muy esclarecedora del Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (que asiste al Papa en cuestiones doctrinales), quien fue también el principal responsable de la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica. Pues bien, en 1984, durante una entrevista con el periodista Vittorio Messori, el Cardenal Ratzinger dijo lo siguiente:
«El limbo nunca fue una verdad de fe definida. Personalmente, hablando más que nunca como teólogo, y no como Prefecto de la Congregación, yo abandonaría esta que siempre fue apenas una hipótesis teológica. Se trata de una tesis secundaria, al servicio de una verdad que es absolutamente primaria para la fe: la importancia del bautismo. Para decirlo con las palabras mismas de Jesús a Nicodemo: «En verdad, en verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3,5). Abandónese, pues, el concepto de «limbo», si fuera necesario (además, los propios teólogos que lo defendían afirmaban, al mismo tiempo, que los padres podrían evitarlo para el hijo por el deseo del bautismo de él y por la oración); mas no se abandone la preocupación que lo sustentaba. El bautismo jamás fue y no será jamás algo accesorio para la fe«. (J. Ratzinger – V. Messori, A fé em crise? O Cardeal Ratzinger se interroga, Editora Pedagógica Universitaria Ltda., Sao Paulo, 1985; p. 113; traducción nuestra).
¿Ha cambiado entonces la fe de la Iglesia? El limbo nunca fue un dogma, sino una mera hipótesis teológica; por eso la Iglesia puede ahora dejarlo de lado, como lo está haciendo. La doctrina de la fe siempre se desarrolla a lo largo de la historia. Sin apartarse nunca del depósito de la fe recibido de Cristo, la Iglesia, con el auxilio del Espíritu Santo, va profundizando su comprensión de la Palabra revelada por Dios y explicitando aspectos nuevos que ella contiene implícitamente. Así el Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la verdad completa.
Fuente: Daniel Iglesias Grèzes para Fe y Razón