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En la plaza principal de la ciudad de Rimini se levanta una capilla que es meta de numerosas peregrinaciones. Sus habitantes están orgullosos de poseerla. Su origen se remonta a la época de San Antonio de Padua, o sea a la primera mitad del siglo XIII.

 

mula

 

Este santo obró tantos milagros que mereció el nombre de Taumaturgo; ejercía su ministerio por toda Italia y en cierta ocasión llegó a Rimini para predicar. En sus pláticas insistía mucho en la devoción a Jesús Sacramentado y en la Presencia real del Señor en la Hostia Consagrada.

Un vecino de esa ciudad, de nombre Boncillo, conocido como hereje, se mofaba de las enseñanzas del santo. Es más, ostentaba públicamente su incredulidad.

San Antonio, afligido por esta actitud, quiso acercarse a él para tratar de convencerlo. Boncillo le respondió diciendo:

-“Yo no creeré nunca en estas tonterías. ¡Creeré solamente si veo un milagro!”

No se puede pretender que Dios haga un milagro a pedido. Sin embargo, el Señor, para glorificar también a su fiel siervo Antonio, determinó hacer uno e iluminó la mente del santo, que respondió a Boncillo:

-“¿Pides un milagro? Pues se hará. Pero tu tienes que elegirlo”.

-“Yo tengo una mula — repuso el hereje – comenzaré desde hoy a dejarla sin comer. Al cabo de tres días la llevaré a la plaza principal, donde le ofreceré el forraje. Usted pasará por la misma plaza con la Hostia Consagrada. Veremos qué prefiere la mula, la cebada o la adoración del Sacramento”.

El santo consintió de buen grado, y para disponerse mejor al suceso ayunó rigurosamente durante los tres días.

En ese tiempo la voz corrió por toda la ciudad, y a la hora convenida la plaza estaba llena de gente, curiosos y también herejes.

San Antonio celebró la Misa y antes de la Comunión salió con la Custodia, llevando a Jesús Sacramentado.

En la plaza esperaba ya Boncillo junto a su mula hambrienta y la comida lista. Cuando el santo estuvo cerca, exclamó:

-“Ven mula, adora a tu Dios y confunde de este modo la perfidia de los herejes, a fin de que todos confíen en la verdad de este Sacramento”.

El hereje presentó al momento la comida a la bestia, obligándola casi a comer mientras la forzaba con la rienda. Sin embargo la mula desinteresándose del alimento se dirigió hacia la Hostia Consagrada, dobló manos y se quedó sin moverse con la cabeza inclinada hacia el suelo.

Boncillo en el primer instante quedó lívido de cólera y vergüenza, pero cuando vió que todo el pueblo caía de rodillas también él se arrodilló profundamente conmovido.

San Antonio exclamó entonces a viva voz:

-“¡Cristo vence; Cristo reina; Cristo impera!
¡Viva Jesús en el Santísimo Sacramento!”

El número de conversiones fue innumerable.
Para recordar el prodigio, los habitantes de Rimini construyeron en el lugar del milagro una capilla votiva.

Maestros de la pintura han transmitido el hecho a través de sus obras, que representan al Santo de Padua ante la mula postrada de rodillas en adoración del Santísimo.

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