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El tema de la Parusía es el más trascendental e importante de toda la Sagrada Escritura. A través de toda la Revelación, Dios ha ido anunciando y preparando dos acontecimientos fundamentales para la historia de la salvación: la venida del Mesías y el advenimiento del Reino de Cristo en la tierra. Este es un trabajo de Luis Eduardo López Padilla.

En el Antiguo Testamento, las dos venidas del Mesías estaban profetizadas conjuntamente, de manera que por momentos no se distinguía la primera de la segunda.

Por su parte, en el Nuevo Testamento se anuncia repetidamente la vuelta del Mesías en Poder y Majestad, como Rey y Juez. A este acontecimiento se le conoce como Parusía, que en griego significa “presencia” o “manifestación”, y es el tema esencial del Apocalipsis.

Cuando se habla de la Parusía de ordinario se entiende sin más que nos estamos refiriendo a la Segunda Venida de Cristo, acontecimiento que es dogma de fe; pero aquí a la Parusía hay que darle una connotación mucho más amplia, puesto que no se reduce simplemente a un refulgente y único acontecimiento histórico en el que Jesucristo regresa en medio de las nubes para juzgar a los hombres y dar a cada quien lo suyo e iniciar la vida eterna en el cielo, sino que la Parusía abarca todo un largo tiempo en el que se inaugura a Plenitud el cumplimiento del Plan de Dios para con el género humano.

Primero en su etapa intrahistórica – dentro de la historia – con el Reino Milenario de Cristo en la tierra, que va a culminar cuando “Cristo entregue su reino al Padre, una vez habiendo sometido a sus pies a todos sus enemigos”, inaugurando entonces la etapa metahistórica – más allá de la historia – con la prolongación del Reino de Cristo en el cielo y que no tendrá fin.

Dicho en otras palabras, la Parusía expresa toda una larga época que comprende desde el inicio del llamado Día de la Ira de Yahvé, en la que se manifestará Su Justicia Divina en contra de las naciones en este mundo, hasta el establecimiento de la llamada Jerusalén Celestial, pasando por el castigo de la Gran Babilonia, el Milenio de Paz, en el que se establecerá el Reino de Dios plenamente en la tierra, dando lugar a lo que se conoce como la Nueva Jerusalén ya con la conversión total de los judíos, y también desde luego, la parte final del Milenio en la que habrá una declinación espiritual de tibieza por virtud de la suelta de Satanás hasta el día del Juicio Final.

En San Pablo encontramos la cita que nos anuncia claramente al momento de la Parusía. Dice así el Apóstol de los Gentiles: “Por lo que respecta a la venida de Nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con Él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras, o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera.” Ahora San Pablo va a explicar qué ha de suceder primero para que venga la Parusía. Dice: “Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de la perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamarse que él mismo es Dios…entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con el esplendor de su Parusía.” (2, 1 – 8)

El texto deja en claro que el reinado del Anticristo será derrotado por el soplo de su boca y el esplendor de su Parusía. Uno y otro acontecimiento – Anticristo y Parusía – están pues estrechamente unidos. Dicho en otras palabras: El mal acarreado por el Inicuo, será ahogado en la sobreabundancia del bien divino, que será la Parusía.

La Parusía pondrá fin al Misterio de la Iniquidad encabezado por el Anticristo, a través precisamente o por medio de la guerra que le va a hacer Jesucristo al Anticristo,  mediante la cual la tierra entera sufrirá lo que se conoce como el Día de la Cólera o Día de la Ira de Yahvé. Este castigo en el que el “Señor entrará en Juicio contra todas las Naciones” tendrá su principal cumplimiento con el castigo de la Gran Babilonia.

 

DÍA DE LA IRA DE YAHVÉ

Dice así el Apocalipsis en su capítulo 19 en el que empieza a describir la Parusía y seguidamente relata el exterminio de sus enemigos:

Y vi el cielo abierto:
en él un caballo blanco,
y el que lo monta se llama Fiel y Veraz,
y con justicia juzga y combate
sus ojos son como llama de fuego,
y en su cabeza hay muchas diademas;
lleva escrito un nombre
que nadie conoce sino él;
está vestido con un manto teñido de sangre,
y su nombre es “el Verbo de Dios…
de su boca sale una espada afilada
para herir con ella a las naciones;
él las pastoreará con cetro de hierro;
y él pisa el lagar del vino
que contiene el furor de la ira de Dios Omnipotente.
En el manto y en el muslo lleva escrito un nombre:
Rey de Reyes y Señor de Señores. ( 11 – 16)

Nótese que la Parusía inicia con la presencia de Cristo en la que va a “herir a las naciones con su espada afilada” y a pisar “el lagar del vino que contiene el furor de la ira de Dios Omnipotente”; es decir, antes de reinar como Rey de reyes y Señor de señores según confirma el texto, primero va a juzgar y a herir a las naciones.

Encontramos más adelante, en la misma visión, a la bestia  que está lista para hacerle la guerra a Dios Omnipotente:

Y vi a la bestia,
a los reyes y a sus ejércitos congregados
para hacer la guerra
contra el que iba montado en el caballo
y contra su ejército.
Pero la bestia fue apresada
y con ella el falso profeta
que en su presencia hacía prodigios,
con los que seducía a los que habían
recibido la marca de la bestia
y a los que habían adorado su imagen.
Los dos fueron arrojados vivos
al estanque del fuego que arde con azufre.
Los demás fueron muertos con la espada
que sale de la boca del que va montado en el caballo
y todas las aves se hartaron de sus carnes. (19, 19 – 21)

 

JUSTICIA Y MISERICORDIA

La Sagrada Escritura confirma que como consecuencia de la apostasía del hombre que llegará a su clímax con el reinado del Anticristo, Dios va a infligir un terrible castigo que está anunciado como el Gran Día de Yahvé. Aquí hará Juicio a las Naciones. Y ante este magno y terrible acontecimiento, muchos se cuestionan su realidad y aún legitimidad, preguntando cómo es posible que Dios siendo amor pueda castigar a tan gran escala.

El punto es que no se debe desconocer que la Justicia y la Misericordia de Dios son un mismo y solo atributo. Dios es infinitamente Justo por Su Misericordia y a su vez, es infinitamente Misericordioso por Su Justicia. No perdamos de vista que el pecado es la causa de todos los males que hay en el mundo; así, el sufrimiento, el dolor, la muerte, las desgracias de este mundo no son sino consecuencia de nuestros pecados. Dios no quiere castigarnos, pero Dios es Justo y juzga a cada quien según sus obras. Y de la misma manera que Dios no “perdonó” a su Hijo Jesucristo a morir en la cruz, siendo víctima inocente; igualmente Dios no perdonará a una humanidad que lejos de arrodillarse y pedir perdón con humildad, se ensoberbece y se empeña en rechazarlo. Aún así, la Justicia de Dios movida por Su Misericordia hará, por este castigo, que muchas almas se puedan salvar.

En suma, tengamos presente una vez más las palabras de Jesucristo camino a su crucifixión:“Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos, porque si esto han hecho con el leño verde ¿qué no harán con el seco?.” (Lucas 23, 28 – 31). Si Jesucristo era el Cordero sin mancha, que no había cometido pecado, y fue molido por nuestros pecados y víctima de una terrible pasión y muerte, ¿qué será de nosotros que sí somos los verdaderos culpables?

 

JUICIO DE NACIONES

El Antiguo y Nuevo Testamento se refieren con claridad al Juicio de las Naciones que Dios va a desatar en el Día de su Cólera. He aquí algunas citas:

“Tiemblen todos los habitantes de la tierra porque se acerca el Día de Yahvé. Día de tinieblas y oscuridad.” (Joel: 2, 2)

“Cerca está el Día grande del Señor; Día de Ira es aquel, día de angustia y aflicción, día de devastación y tinieblas.” (Sofonías 1, 14 – 16)

“Yahvé estará a tu diestra, quebrantando reyes el Día de Su Ira. Juzgará las Naciones, llenando la región de cadáveres; aplastará cabezas en vasto campo y tomará venganza de la gente y castigará a los pueblos…” (Salmo 109, 5 – 6; 149, 7 – 9)

“El Señor entra en Juicio con las Naciones para juzgar a todos, para entregar a los impíos a la espada, palabra del Señor… vosotros los conoceréis al fin de los tiempos.” (Jeremías 25, 30; 30, 23)

“En la última parte de los días Él juzgará a las gentes… pues el Señor está irritado contra todas las naciones, airado contra el ejército de ellas… porque es el Día de la venganza de Yahvé, el año de hacer justicia a Sión.” (Isaías 34)

 

BATALLA DEL HARMAGEDÓN

Dentro del Día de Yahvé encontramos “la batalla del  Harmagedón”. Esta Guerra está preanunciada en el segundo sello – caballo rojo – y desarrollada en la sexta trompeta y la sexta copa. De esta copa, dice el texto así:

El sexto vertió su copa
sobre el gran río Eufrates,
y se secaron sus aguas
de modo que quedó preparado el camino
para los reyes de oriente.
Entonces vi tres espíritus inmundos como ranas
que salían de la boca del dragón,
de la boca de la bestia,
y de la boca del falso profeta.
Son espíritus demoníacos que hacen prodigios,
y se dirigen a los reyes de todo el orbe,
a fin de reunirlos para la batalla
del gran día del Dios ominpotente…
Y los reunió en el lugar llamado en hebreo
Harmagedón. (16, 12-14 y 16)

En el Día de Yahvé se combinarán, por permisión de Dios, tres tipos de castigos con origen diverso:

a.- las fuerzas cósmicas de la naturaleza;

b.- la acción diabólica y,

c.- la mano del hombre, teniendo lugar aquí la batalla del Harmagedón, que será desencadenada como hemos explicado al hablar de la sexta trompeta, por el Anticristo. Harmagedón – hoy día el Valle de Meggido – era para los hebreos el lugar típico de las batallas definitivas.

No se designa un lugar geográficamente específico; es el lugar simbólico en que serán desechadas para siempre las fuerzas del mal. Será la guerra de Oriente contra Occidente.

 

CONMOCIÓN DE LAS FUERZAS CÓSMICAS

Existen otros textos innumerables respecto al Día de la Ira de Yahvé que da inicio a su Parusía. Pero ahora queremos significar algunas citas que hacen referencia a cómo las fuerzas del cielo y del cosmos serán sacudidas al inicio de la Parusía, tal y como lo dice con claridad el libro del Apocalipsis.

Dice el Señor a través de Juan lo siguiente:

Y vi cuando abrió el sexto sello,
y se produjo un gran terremoto,
y el sol se puso negro como un saco de crin,
y la luna entera se puso como sangre;
y las estrellas del cielo cayeron a la tierra,
como deja caer sus higos
la higuera sacudida por un fuerte viento.
Y el cielo fue retirado
como un libro que se enrolla,
y todos los montes y las islas
fueron removidos de sus asientos…;
porque ha llegado el gran día de su cólera
y ¿quién podrá sostenerse? (6,12-14 y 17)

El inicio de la Parusía viene acompañado con un sacudimiento de las fuerzas cósmicas, que encuentra paralelo con lo que Jesucristo anunció en su “discurso esjatológico” y que ocurrirá inmediatamente después de la Gran Tribulación desencadenada por el Anticristo. Dice así:

“Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas” (Mateo 24, 20)

Entonces Jesucristo dice que las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Este texto encuentra también mayor claridad en textos del Antiguo Testamento:

Estalla, estalla la tierra, se hace pedazos la tierra, sacudida se bambolea la tierra, vacila la tierra como un beodo, se balancea…” (Isaías 24, 18 – 20)

Otro texto paralelo dice:

“Y retiembla la tierra, y da vueltas, por haberse cumplido…  los planes de Yahvé, de convertir la tierra de Babel en desolación sin habitantes.” (Jeremías 51, 29)

El profeta Joel dice al respecto:

“¡Tiemblen todos los habitantes del país porque llega el Día de Yahvé… Ante él tiembla la tierra, se estremecen los cielos, el sol y la luna se oscurecen, y las estrellas retraen su fulgor” (2, 1 – 2; 2, 10)

Queda pues debidamente sustentado en la Escritura que el Día de la Cólera o de Yahvé es el acto que inicia la manifestación refulgente de Cristo en la que va a herir a las Naciones, estableciendo su perfecta Justicia. La batalla del Harmagedón tiene lugar aquí. Asimismo, este Juicio viene acompañado por una conmoción  de las fuerzas cósmicas, tal y como lo describe literalmente la Escritura.

 

CAÍDA DE BABILONIA

Finalmente también vendrá el castigo de Babilonia, tal y como lo reitera Juan:

Cayó, cayó la gran Babilonia,
aquella que dio a beber
el vino del furor de su fornicación
a todas las naciones. (14, 8)

La Sagrada Escritura menciona a tres grandes Babilonias. La primera es la anunciada por los profetas como enemiga y opresora secular del pueblo de Israel. Esta Babilonia no es a la que se refiere el libro del Apocalipsis. La segunda Babilonia, atendiendo al llamado tipo de la profecía, no es otra que la Ciudad de Roma, la Roma de los Césares. Y en cuanto a la Babilonia propia de la profecía a la que Juan se refiere aquí, llamada el antitipo, se refiere a una gran ciudad capitalista, puerto de mar, ya sea Roma o Londres o Nueva York, o todas ellas juntas, o las principales urbes de Europa y América y que son asiento y promotoras de iniquidad, corrupción e idolatría. Es pues la gran Babilonia el origen de una civilización que está podrida hasta la médula. Una civilización bestial. Una urbe prostituida que va a ser destruida sin más.

Dice el texto:

La gran Babilonia fue recordada ante Dios
para darle a beber la copa del vino del furor de su ira. (16, 19)
Después de esto vi otro ángel
que bajaba del cielo, con gran poder,
y la tierra quedó iluminada con su claridad.
Y gritó con fuerte voz, diciendo:
Cayó, cayó la gran Babilonia
y se convirtió en morada de demonios,
en guarida de todo espíritu impuro
y en refugio de toda bestia inmunda y odiosa,
porque todas las naciones bebieron
del vino del furor de su lujuria,
los reyes de la tierra han fornicado con ella,
y con su desenfrenado lujo se han enriquecido
los mercaderes de la tierra. (18, 1 – 3)

Más adelante dice el texto lo siguiente:

¡Ay, ay, la gran ciudad,
Babilonia, la ciudad fuerte:
En una sola hora ha llegado tu condena …
Ay, ay, la gran ciudad,
la que vestía de lino,
púrpura y escarlata,
adornada con oro, piedras preciosas y perlas:
en una sola hora
han sido arrastradas tantas riquezas …
Ay, ay, la gran ciudad,
con cuya opulencia se enriquecieron todos los armadores de barcos:
en una sola hora ha sido arrasada! (18,10;16;17 y 19)

El furor de la ira de Dios es implacable contra la gran Babilonia, que además es asiento de la Gran Ramera, la religión prostituida, el cristianismo adulterado vaciado de su contenido sobrenatural y rellenado de espíritu de soberbia que invita al hombre a ser como Dios. Así la religión adulterada se pone al servicio de la política, de la potencia secular que será el instrumento del Anticristo. Y todo ello simboliza a la gran Babilonia.

Así lo confirma el propio vidente de Patmos:

Ven, te mostraré el castigo de la gran ramera,
la  que se sienta sobre muchas aguas.
Con ella han fornicado los reyes de la tierra,
y se han embriagado los habitantes de la tierra
con el vino de su lujuria.
Me condujo en espíritu al desierto,
y vi una mujer sentada
sobre una bestia roja,
llena de nombres blasfemos,
que tenía siete cabezas y diez cuernos.
La mujer estaba revestida
de púrpura y escarlata,
adornada con oro,
piedras preciosas y perlas.
Tenía en la mano un vaso de oro lleno de abominaciones
y de las inmundicias de su fornicación,
y escrito en su frente un nombre, un misterio:
La gran Babilonia, madre de las lascivas
y abominaciones de la tierra.
Y vi a la mujer ebria de la sangre de los santos
y de la sangre de los mártires de Jesús.
Al verla me admiré con gran asombro. (17, 1-6)

La visión antecedente nos presenta a la mujer que “fornica con los reyes de la tierra y que hizo beber del vino de su fornicación a los moradores de la tierra”. Esta mujer es la cabeza y vehículo de una religión adulterada, idolátrica, de una falsa iglesia y que está al servicio de una civilización babilónica que se ha prostituido con los poderes de este mundo, pues los pueblos de la tierra se embriagaron de ese vino, y es así, porque la mujer primero se embriagó de la sangre de los mártires.

En conclusión de lo dicho, la Parusía significará el fin de la civilización actual, civilización que se ha vuelto capaz de corromper a todo y a todos pues está de raíz totalmente corrompida. Es necesario una transformación del estado actual del hombre consigo mismo, con los demás, con la creación entera, y desde luego, con respecto a Dios. Este proceso de cambio radical  y profundo será operado de manera esencial mediante la Parusía de Cristo.

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