La Virgen de la Popa de Trinidad, en Cuba, es un imagen milagrosa protectora de los marinos. Son cientos los ex votos y leyendas que relatan las paredes de su ermita.
Se historia que la Virgen apareció en el “Cerro de la Popa” sobre dos piedras de imán, surgiendo de las profundidades de una caverna que pasa por donde, actualmente, se encuentra el Altar Mayor de la Ermita.
Antiguamente era frecuente ver penitentes subir de rodillas en empinado camino a la ermita de la Popa, pero esta advocación ha perdido su relumbre de antaño…La «Isla Verde», situada a 145 Km. (90 millas) al sur de la península de Florida, con sus 105.007 kilómetros cuadrados, se trata de la mayor de las islas del Caribe. Junto con la Isla de la Juventud y otros muchos islotes y cayos, constituye la República de Cuba. La isla es conocida en todo el mundo por su clima, sus playas, su música, su ron, su tabaco, su café, etc.
La población es una mezcla de los descendientes de los antiguos españoles y de los esclavos traídos de África, junto con algunos hindúes y chinos llegados a finales del siglo XIX y principios de siglo XX. En su conjunto, se trata de una población multicolor.
TRINIDAD DE CUBA
El Municipio de Trinidad es uno de los treinta y dos municipios en la provincia de Las Villas. Situado este municipio al sur de la provincia, limita por el este, con el de Sancti Spíritus; al norte, con el de Fomento; y al oeste, con el de Cienfuegos; y al sur, sus costas son bañadas por el Mar Caribe. Su territorio cubre una superficie de 1,467 kilómetros cuadrados.
Ubicada en la central provincia de Sancti Spiritus, la antaño conocida como “Villa de la Santísima Trinidad” tuvo su origen hacia el 1514, para colocarse entre las siete primeras villas fundadas por los españoles en el archipiélago cubano.
También llamada la “Ciudad Museo” de Cuba, tiene el privilegio de ser una de las localidades coloniales del país y califica además entre los conjuntos arquitectónicos más completos y conservados del continente americano.,
Declarada “Patrimonio de la Humanidad” por la UNESCO en 1988 y ruta obligada hacia la conquista de nuevos territorios, se asentó junto a las márgenes del río Guaurabo, donde los españoles encontraron una población aborigen utilizada como mano de obra, tierras fértiles y excelentes puertos para la preparación de expediciones.
Verdadero tesoro de las más diversas riquezas, la villa extendió sus límites en el siglo XVI apoyada en la incipiente industria azucarera, para crecer como un núcleo urbano entre rejas de singulares formas, llamativas edificaciones y calles empedradas.
Cuenta la historia que el sitio escogido por el Adelantado Diego Velásquez para la fundación está donde se localiza actualmente el Parque Martí, con la primera misa a la sombra de un jigüe y a cargo del padre Fray Bartolomé de las Casas.
Casonas coloniales, amplias, cómodas y ventiladas, palacios donde el lujo y el derroche hicieron de las suyas para integrarse al arte colonial cubano, convierten a Trinidad en una indiscutible joya urbanística y arquitectónica de antaño. El signo decorativo característico de las viviendas de la ciudad tiene su base en la ornamentación neoclásica, reflejada en murales, molduras, marcos de madera y en las caprichosas formas que los forjadores del hierro lograron imprimirle, para que se convirtiera en uno de los mayores encantos de la ciudad.
LA POPA
Pueblo donde se encuentra la “Ermita de Nuestra Señora de la Candelaria de la Popa”. Fue localidad de un antiguo hospital militar español. Se encuentra al norte de Trinidad.
Todos pueden contemplar, desde la cuesta de “La Popa», un panorama magnífico de la ciudad que se extiende, hacia un lado, por las cordilleras que corona el Potrerillo, y, por otro, termina en la cinta de purísimo azul del mar antillano. Pero, pocos se detienen a conocer, a escudriñar en los anales de las interesantes tradiciones trinitarias los acontecimientos sobrenaturales que forman de “la Popa» algo como una “Gruta de Lourdes” o “Santuario de la Caridad del Cobre”, la virgencita amada del pueblo cubano.
Muy vieja es la construcción primitiva de la Ermita; puede decirse que se remonta al primer cuarto del siglo XVIII. El dato más antiguo que puede citarse es una disposición testamentaria de Don Joseph Carvaxal, del 28 de enero de 1740, ante el Escribano Don Tomás de Herrera, Archivo Notarial del Dr. Francisco Fernández Quevedo. En enero de 1740, ya estaba abierta al culto la iglesia de “Nuestra Señora de la Popa”, nombrada “Ermita de la Caridad”, como puede comprobarse por documentos oficiales relativos a la, fundación del Hospital de Caridad, que se llamó de San Juan de Dios
ALGUNOS MILAGROS DE LA VIRGEN
Nativos de la ciudad y forasteros visitan, ansiosos de alguna nueva emoción, la “Ermita de la Popa”. Admiran las cosas antiguas, con más o menos interés, según la cultura que se posee; tal vez, pasen de largo por ante un cuadrito que encierra una historia, brillante página del pasado que, de manera tan emotiva, se va desentrañando.
En el ángulo superior aparece la imagen de la Virgen entre nubes tempestuosas; y en el cuadrito, no obra de arte, pero si de devoción admirable, se destaca un barquichuelo o falucho que parece irse a pique, mientras luchan con las frágiles velas, azorados, en actitud de angustia, tres pobres tripulantes.
Al pie del cuadro, en caracteres de letra estilo español de la época, se lee «El dia 28 de diciembre de 1766, abiendo salido del Vallamo el patrón Lorenzo Vazarra, con una carga de tabaco de su Majestad, para el Vatabanó, enfrente del Río Hondo le abrieron los Ratones al Varco dos abujeros, y, biendo que seiban apique, acudimos al helugio de la Virgen de la popa i permitió qe. se taparan de polsi los abujeros y salinos sin perder arvarmamento».
Así, textualmente, cumplieron con la “Virgen de la Popa”, la milagrosa Virgen del mar, los marineros salvados. Esto sucedió en 1766, época en que la “Ermita de Nuestra Señora de la Popa” se llamaba “de la Caridad”, y a ella acudían a cumplir ofrendas, a orar ante la imagen bendita, los marinos que arribaban a esos puertos. Entre la gente de mar, la fama de la “Virgen de la Popa” corría de boca en boca. La imagen, en aquella época, era muy parecida a la de la “Caridad del Cobre”; de pequeño tamaño.
Hubo hechos prodigiosos acaecidos en «la Popa» entre ellos, la incorruptibilidad del agua de los floreros de “San Blas” y sus virtudes curativas.
Una versión tradicional relata que, un piloto malagueño, nombrado Juan de España, en mares lejanos, naufragó yendo en una embarcación nombrada “La Popa” y que, teniendo, a bordo, una imagen de la “Virgen de la Candelaria”, a ella se encomendó, y, salvado milagrosamente, acudió con ofrendas ante la “Virgen de La Popa» rendirle el homenaje de su gratitud.
Las primitivas noticias tradicionales aseguran que la Virgen apareció, allí, en el “Cerro de la Popa” sobre dos piedras de imán, surgiendo de las profundidades de una caverna que pasa por donde, actualmente, se encuentra el Altar Mayor de la Ermita. Vecinos piadosos erigieron, en la forma rústica primitiva, dicha ermita, con noticias, ya, de la aparición ocurrida en la bahía de Nipe.
Desde el mar costeño se divisaba la ermita y a ella dirigían sus ojos los marinos o viajeros en trances de naufragios, muchos de ellos ocurridos en estas costas (como lo refieren los primitivos historiadores de Indias) pues los barquichuelos eran frágiles y los pilotos improvisados la mayoría de las veces y, el paso de nuestras costas en ciertos lugares, muy tormentoso. No es difícil comprender el culto que la gente de mar profesó a la “Virgen de la Popa” y las ofrendas que se le rendían.
Seguramente, el eco de los toques de las campanitas llegara hasta los marineros en peligro, y fuera como una voz salvadora de aliento y esperanza; y, al retornar de los mares borrascosos, subirían la cuesta y doblarían la rodilla, ante la “Virgen del Mar”.
Así, entre infinidad de casos, sucedió por el año 1785, a cuatro jóvenes trinitarios de los que más visitaban los puertos de Nueva Granada, traficando con objetos de arte y piedras preciosas. En esa época era puerto habilitado el del Guaurabo y se hacían los viajes, muy arriesgados y largos, en los frágiles barcos llamados de Frasquito.
Esos jóvenes, hijos de la tradición, que iban en aire de aventuras, alejándose de las costas de Cuba e internándose en el Golfo de Darién, eran parientes. Se llamaban Marcos Nicado de Figueroa, Felipe Ramírez Naranjo y Salvador Pacheco de León que, en época en que a menudo eran arrasadas las embarcaciones por las furias de las tormentas, se vieron en una noche borrascosa, y con la visión dantesca del naufragio, al regresar, llenos de entusiasmo y cargados de valiosas mercaderías y, notando que sus esfuerzos eran inútiles, que el poder irresistible del mar airado los vencía y que todas sus ansias de gloria y riqueza iban a tener por tumba las olas embravecidas, no lejos de la costa, en la desembocadura del Río Hondo, en el litoral, al Este de Trinidad. Ya sobre los restos de la embarcación, clamaron por la “Virgen de la Popa”, volvieron el pensamiento y los ojos hacia la milagrosa imagen venerada en el pueblo donde habían dejado las comodidades del hogar y los seres más queridos, e hicieron votos, promesas firmes en aquellos horribles instantes, de visitarla ante todo, cuando un zarpazo del mar los arrojó sobre los arrecifes del río. ¡La Virgen los había salvado, (gritaron ellos) y cumplieron su promesa contraída de no visitar a su propia familia, sin cumplir los votos hechos.
Y ante el espectáculo de los asombrados vecinos de la Villa, los jóvenes Nicado de Figueroa, Ramírez y Naranjo y León, raídos los trajes, con aspecto de náufragos salvados, hicieron su aparición por las empedradas calles, cruzaron por delante de sus propias casas situadas en las de Gloria y Desengaño sin dirigirles una mirada, sin articular palabra y, así, subieron la cuesta de “la Popa” y se prosternaron ante la “Santísima Virgen” a quien debían la vida.
También se cuenta que, establecido ya el primitivo “Hospital de Caridad”, cierta noche, un soldado que estaba de centinela en la garita de la puerta, tuvo la mala idea de abandonar el servicio, incitado por la atracción maléfica de una mujer de la calle, lo que, en aquellos tiempos, era juzgado con pena capital; y, al cruzar frente a la ermita, retrocedió, estupefacto, ante una nube blanca entre la que fulguraba la imagen de la Virgen milagrosa. Retrocedió el soldado, haciéndose cruces, ocupando su puesto en momentos en que llegaba el retén de las milicias encargadas de la vigilancia. Y este hecho fue repetido por boca de los vecinos y se acrecentó la importancia y efectos milagrosos por la sucesión de hechos extraordinarios relacionados con el lugar.
Se cuenta, además, que, en la época ya citada de la tormenta de 1812 que dejó, casi en ruinas la ermita, mientras se procedía a la reedificación, fueron las imágenes trasladadas en depósito a otros lugares; pero, ante el asombro de los presentes, al llegar los primeros trabajadores a la ermita, allí estaba la “Virgen de la Popa”, aparecida, de nuevo entre la admiración y el fervor de los fieles creyentes que acudían, presurosos, al enterarse del milagroso hecho.
LA ERMITA-SANTUARIO
Después fue construida la ermita que se puso bajo la advocación de “Nuestra señora de la Candelaria”, construyéndose de veinte varas de largo, por diez de ancho y cinco de alto, levantada, a sus expensas por el presbítero Don Jacinto de Villalobos, en el primer cuarto del siglo XVIII, con sacristía y una torrecilla o espadaña donde fueron colocadas las tres campanas. Coadyuvaron a esta obra el Alguacil Mayor, Capitán Don Carlos Polo, y el presbítero Don Julián Castellanos que fue su primer capellán. En 1768 aparece que el Ayuntamiento pagó siete pesos por consumo de cera en las fiestas de “la Candelaria”.
Empezaron a tener resonancia las “Ferias de la Popa” y a ser más visitado el lugar, y tan famoso era el sitio que el Barón de Humboldt escribió que, «al extremo boreal, se halla la iglesia “NUESTRA SEÑORA DE LA POPA”, sitio célebre de romería».
La ermita quedó, casi en ruinas, a consecuencia de la tormenta de 1812; pero, prontamente, su entonces Capellán, José M. Silverio, con la ayuda del pueblo, la reedificó y mejoró notablemente, colocando allí el “Santísimo Sacramento” por intercesión del Gobernador de esta ciudad, a la sazón Don Nicolás Pablos Vélez Padrón, nieto del ilustre patricio del mismo nombre y apellido que adquirió el venerado “Señor de la Veracruz” como principal contribuyente, y la obra de reconstrucción fue dirigida por Don Juan Cadalso Piedra.
Para subir a la ermita se construyó la calzada, que aún existe, en tiempos del Gobernador Brigadier Don Juan Herrera Dávila, (20 de abril de 1847 a marzo 17 de 1851), por suscripción popular que él inició.
LAS FESTIVIDADES
En aquella época alcanzó su mayor esplendor «La Popa» con las “Ferias” que se celebraban el día de “Nuestra Señora de la Candelaria” (2 de febrero, festividad de la “Purificación de Nuestra Señora”, y el 3 del mismo mes, festividad de “San Blas”). Acudía a la ermita y a sus alrededores, una gran muchedumbre y había una extraordinaria romería, fuegos artificiales, puestos para ventas de golosinas y agua de Loja. Se repartía a los fieles velas benditas el “Día de la Candelaria” y en el de “San Blas”, cordones para la garganta, de cuyos males preserva la devoción del Santo que aparece cubierto de innumerables milagros.
Todo el barrio, llamado de Jibabuco, andaba de fiesta; se adornaban las casas con palmas y ramajes, se decoraba la calzada con faroles y, por las noches, se quemaban barriles llenos de paja a manera de luminarias, permaneciendo mucha gente en vela.
En la calle de San Patricio había buena tienda de pulpería; en la calle del Desengaño, frente al “Hospital de Caridad”, se hallaban de venta en la tienda «La Balandra» (nombre marino) tarros de ginebra superior, a tres reales sevillanos. («Correo de Trinidad», año de 1845).
Hay más leyendas, otros datos y tradiciones que se repiten de generación en generación sobre “la Popa”, en sus distintos aspectos, pues, sabido es que, además del panorama espléndido y de la santidad del sitio, aquellos alrededores están adornados de grutas preciosísimas que tienen sus distintas historias.
Así corrieron los años, amenguándose la tradición a medida que han venido nuevas generaciones. Las “Ferias de la Popa” vinieron a menos, y, actualmente, sólo se celebran modestas fiestas religiosas a “Nuestra Señora de la Candelaria” y a “San Blas”, cuidándose con verdadero celo y piadosa constancia de la Ermita, de las imágenes y objetos antiguos que aún se conservan.
Ahora no recibe tantas ofrendas, como antaño, la “Virgen de la Popa”. De vez en vez, sube algún penitente de rodillas la empinada cuesta y va mayor público los primeros días de febrero para no olvidar la tradición; pero, ya, en el silencio de la noche, no alumbran las fogatas la “Loma de la Popa”.
TESTIMONIO DE LA BENDICIÓN DEL SANTUARIO
Tomado del Semanario «La Mariposa», del día 26 de noviembre de 1899:
«En la Popa, el sábado por la mañana, según dijimos a nuestras lindas lectoras, fue bendecido el santuario de «La Popa» por el Presbítero Santiago Garrote Amigo, Cura Vicario de esta Ciudad, celebrando después una misa rezada. A las doce, las alegres campanas de aquel poético santuario anunciaban al pueblo que, por la tarde, se celebraría un acto religioso. Efectivamente, a las cinco salieron de la iglesia Santísima Trinidad en procesión las imágenes de aquella ermita en el orden siguiente (…) Primero: Cruz parroquial; seguidamente, las imágenes de San Cayetano, Jesús de Nazareth, Santa Rosa de Lima, San Blas y “Nuestra Señora de la Candelaria”, seguidas de los sacerdotes señores Garrote, Quintana Vega y Powers, cerrando la marcha la orquesta que daba al aire hermosas tocatas apropiadas al acto (…) Terminada la procesión, la lomita de la Popa ofrecía un aspecto encantador, pues allí lucían sus galas nuestras bellas que convirtieron aquel lugar en un jardín deliciosísimo(…) El domingo, por la mañana, se celebró una misa solemne, la cual también quedó sumamente concurrida, siendo el pequeño templo insuficiente para contener a los fieles (…) Nosotros, para quienes el santuario de la Popa es así como una hermosísima reliquia, enviamos a la Srta. Josefa Urquiola y González, iniciadora de aquellas fiestas religiosas nuestro aplauso por su decidido empeño en que la ermita de la Popa recobre el esplendor que siempre tuvo.”