¿Estas listo para la vuelta de Jesús?
Desde hace 2000 años la humanidad vive esperando la promesa de Jesucristo de que volverá por segunda vez y vivirá con nosotros, lo que significa que a partir de ahí se manifestará plenamente el Reino de Dios, donde todo será puro y no existirá el mal.
Esto nos demanda una preparación exigente, porque Dios dejará entrar en Su Reino sólo a los puros.
Esta preparación es una tarea de toda la vida.
Pero a veces nos cansamos, nos olvidamos de perseverar, caemos, y por eso nos lo tienen que recordar, para que retomemos el trabajo con pasión.
Aquí hablaremos sobre cuál es el incentivo externo más importante que tenemos para prepararnos para la segunda venida del Señor y cómo los cristianos deben hacer esfuerzos para purificarse en ese momento.
Jesucristo, Dios encarnado como hombre, prometió venir una segunda vez en la carne, visiblemente.
Ahí reinará para siempre y será el fin de la historia.
Pero mientras tanto Él está viniendo siempre a visitar a cada persona, de manera invisible aunque concreta.
A veces Él mismo se manifiesta mediante locuciones y mociones, otras veces a través de ángeles que nos asisten, y otras a través de la guía de los susurros del Espíritu Santo.
Y hay un período del año en que recordamos especialmente que Él vendrá de nuevo cómo nos prometió, y además recordamos la primera vez que Él vino y cambió la historia para siempre.
El último mes del año nos preparamos para la Navidad y festejamos su nacimiento.
Esa preparación es el Adviento, que son las 4 semanas anteriores a Navidad, y allí nos preparamos espiritualmente para recibir de nuevo la llegada del Señor como Dios encarnado.
El Adviento comienza el domingo siguiente a la celebración de Cristo Rey y termina el 24 de diciembre, antes de la oración de la noche de Navidad, o sea momentos antes de festejar el cumpleaños de Jesús.
¿Y cómo interpretar espiritualmente este período?
El gran grito de Adviento es «Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas», Mateo 1: 2, como gritaba Juan el Bautista.
Esto significa que si alguien está en tinieblas y en sombras de muerte, si alguien perdió la amistad con Dios, si alguien se salió del camino de la salvación, ahora es el tiempo de volver a Dios, preparando un lugar bien dispuesto y ordenado dentro de sí, para recibir al Señor.
Por eso recordamos especialmente a tres figuras de la historia de la salvación que nos ayudan a perseverar, y nos rodeamos de símbolos que nos llevan a sentir más profundamente la preparación de ese camino.
Los tres personajes son el profeta Isaías del Antiguo Testamento, San Juan Bautista que es la bisagra entre el Antiguo y Nuevo Testamento, y fundamentalmente la Virgen María, que hizo posible la encarnación del hijo de Dios.
Isaías anunció 700 años antes al pueblo de Israel, que iba a venir el mesías, a través de impresionantes profecías que se cumplieron .
En Isaías capítulo 9 profetizó que el pueblo judío no siempre estaría siempre en dificultades y prometió que Dios les enviaría luz y gozo mediante el nacimiento de un niño que quebraría «su pesado yugo» y que se llamaría “Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz».
Luego San Juan Bautista fue el encargado de señalar quién es el Mesías.
Juan el Bautista anunció a Cristo no sólo con palabras, como otros profetas, sino especialmente con una vida análoga a la del Salvador.
Él mismo preparó el camino al Señor, predicando un bautismo de conversión, anunciando la presencia de uno que sería más que él, y que bautizaría con el Espíritu Santo.
Y además fue el brazo ejecutor de Dios para bautizar al propio Jesús en las aguas del Jordán, donde Dios lo anunció como Su Hijo muy amado.
Pero lo más significativo de este tiempo, está relacionado con el nacimiento de Jesús, a través de Su madre María, lo que da comienzo a los últimos tiempos de la historia humana.
María, la toda pura y sin mancha, cuyo nacimiento inmaculado festejamos el 8 de diciembre, hace posible que la preparación de Dios a su pueblo alcance su culmen.
Ella fue preservada por el Señor de manera única y extraordinaria del pecado original, heredado de nuestros primeros padres Adán y Eva.
El papel de la Virgen en la historia de la Salvación es muy esencial, no accidental como dicen los protestantes.
María es el testigo silencioso del cumplimiento de las promesas de Dios.
En los libros del Antiguo Testamento aparece ya proféticamente bosquejada la promesa de victoria sobre la serpiente hecha a los primeros padres.
En las primeras páginas del libro del Génesis, el capítulo 3 nos narra la historia del pecado original, que hizo caer la amistad de la humanidad con Dios.
Pero una vez que Adán y Eva hubieron pecado, Dios no nos abandonó a nuestra propia suerte, sino que nos prometió que habría una Mujer, madre del Mesías, que aplastaría al responsable de la caída.
En Génesis 3:15 Dios dice, «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: Ella te pisará la cabeza mientras tú acecharás su talón».
Esa mujer es la Virgen María, que concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Enmanuel.
Es el arca y tabernáculo de la Nueva Alianza.
Es la Nueva Eva, la mujer vestida de Sol que dirige la batalla en la Tierra en el Final de los Tiempos, como lo muestra el libro del Apocalipsis 12.
Y el último mes del año, con el Adviento, vivimos todo esto con el misterio de la Encarnación.
Y recordamos que Dios interviene en la historia de la humanidad a través de los seres humanos, porque es a través de Ella que viene el Redentor al mundo.
Es Ella quien lo trae y presenta al mundo, y así seguirá ejerciendo este rol de medianera aún en nuestros días.
San Bernardo de Claraval dijo: «Nunca la historia del hombre dependió tanto, como entonces, del consentimiento de la criatura humana».
¿Y qué cosas nos lleva a valorar la Virgen María en Adviento?
Primeramente la fe.
Porque nos muestra la fe heroica que se necesitó para decir sí en la Anunciación.
Solo la fe le permitió a María aceptar lo que el ángel le dijo que estaba en el plan de Dios.
Y también fe para creer que su Hijo sería llamado Hijo del Altísimo.
En segundo lugar María nos lleva a valorar la esperanza.
Que queda demostrada en su esperanza, de que con la gracia de Dios, podría ser esposa Virgen y que su esposo José lo aceptaría.
Es el reconocimiento de lo que puede la fe y la esperanza, porque recordamos la gran noche del alumbramiento, la noche de Navidad, cuando sucedió algo humanamente imposible.
El hijo de Dios y de un ser humano como María, nace en un establo de Belén en medio de vicisitudes, negaciones, rechazo y pobreza.
¿Y cómo lo recordamos y celebramos?
Primero espiritualmente en la reflexión sobre nuestra vida, comparándola con la de la Santísima Virgen.
Y en segundo lugar con signos externos que nos hacen profundizar en esa reflexión y además celebrar el nacimiento de Jesús.
Uno de esos signos es el Pesebre o Nacimiento.
Es costumbre cristiana representar el nacimiento de Cristo con la finalidad de catequesis y, sobre todo, para contemplar el gran misterio del amor de Dios que se encarnó para nuestra salvación.
Antes de la navidad de 1223, San Francisco de Asis pidió al Papa Honorio III la posibilidad de hacer un pesebre en vivo en la ciudad de Greccio, con heno, un asno y un buey, y los personajes humanos que acompañaron al niño Jesús.
Los lugareños con antorchas acudieron de todas partes.
Francisco proclamó el evangelio y luego predicó al pueblo sobre el gran misterio de la encarnación.
¡Fue una noche inolvidable!
Hoy los cristianos suelen armar su pesebre el 8 de diciembre, la Fiesta de la Inmaculada Concepción, para meditar sobre el nacimiento de Jesús.
Otro signo universal es el Árbol de Navidad, tradición que parece haberse iniciado con el monje Benedictino San Bonifacio en el siglo VIII.
San Bonifacio fue a predicar a tribus germánicas que hacían sacrificios humanos.
Les hizo saber que él personalmente impediría el próximo sacrificio humano.
Los germanos hacían el ritual en un árbol de roble que consideraban sagrado.
Y cuando llegó el día del sacrificio, Bonifacio apareció con un hacha, cortó el roble sagrado y liberó a quien iba a ser sacrificado.
Los germanos estaban seguros que San Bonifacio sería castigado por sus dioses, pero no pasó nada de eso.
En cambio, entre las raíces del roble cortado emergió un retoño de abeto, que nunca pierde sus hojas y está lleno de vida, incluso en pleno invierno, y comenzó a ser utilizado como signo de la Navidad.
Luego se añadió la estrella de Belén que guió a los tres Reyes Magos al recién nacido Jesús.
También las luces que evocan a Cristo, porque irradia Su luz para todos los hombres.
Y se acostumbró colocar regalos en las ramas del árbol, o a sus pies, representando los dones, frutos y gracias de salvación que nos trae el redentor.
El árbol de Navidad evoca adicionalmente el árbol de la cruz donde se consumó nuestra salvación.
También hace alusión al árbol de la vida del jardín del Edén.
Pero además hay muchas otras devociones.
Una de ellas es la Corona de Adviento, que tiene velas que se van prendiendo cada semana de Adviento.
Bueno hasta aquí lo que queríamos contar sobre la forma en que el último mes del año nos recuerda que debemos prepararnos para la segunda venida del Señor, a través de contemplar el plan de Dios funcionando en la historia de la salvación, y lo que nos dejó en su primera venida.
Y me gustaría preguntarte cómo te preparas para la Navidad.
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