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San Rafael es uno de los tres arcángeles conocidos por nombre dentro de la tradición cristiana, judía y musulmana junto con Miguel y Gabriel.

El nombre proviene del hebreo Rafa-El, que significa ‘el Dios El ha sanado’ o ‘¡sana, El!’ o ‘medicina de El’  (refiriéndose al dios de ugarítico El). Actualmente la palabra hebrea equivalente a médico es rofe, conectado con la misma raíz de Rafa-El. En árabe es llamado  Israfil.

El Libro de Enoc (s. II a. C.) menciona a Rafael como el santo ángel de los espíritus de los humanos, y el encargado de las enfermedades y de todas las heridas de los hijos de los hombres.

San Rafael es invocado para alejar enfermedades y lograr terminar felizmente los viajes. El Islam lo considera el ángel responsable de anunciar la fecha del Juicio Final mediante el sonido de un corno. En ocasiones se le representa con atuendo de peregrino y portando un gran pescado en su mano.

 

SAN GABRIEL Y TOBÍAS

El Arcángel San Rafael, uno de los espíritus celestiales que, gozando de la beatífica y eternal presencia de Dios, se nos han manifestado nominalmente, fue enviado por divina dignación para destacar dos hechos importantes de tal protección: la curación de Sara de la opresión del demonio y la curación de la ceguera de Tobías, juntamente con la protección viandante al joven Tobías.

Es por ello que la Iglesia, particularmente en España, celebra su fiesta con especial veneración; siendo muchas las instituciones puestas bajo su especial patronazgo, entre ellas, las fuerzas municipales de la Guardia Urbana y la Orden de San Juan de Dios en sus hospitales.

Es San Rafael uno de les tres santos mílites de la corte celestial que nominalmente venera la Madre Iglesia y destaca como dignos de veneración particular. Su historia está referida en el Libro de Tobías del Antiguo Testamento. Se cuenta en dicho Libro que el santo Patriarca Tobías de la Ley mosaica destacaba por su virtud y temor de Dios, practicando todas las obras de misericordia y caridad. Permitió el Señor, no obstante, que sufriera tribulaciones y trabajos: fue cautivo en Nínive de Salmanasar, perdió sus bienes y hacienda y hasta fue condenado a muerte por el rey Senaquerib, librándose de ella mediante la fuga. Al regreso a su casa, dedicóse nuevamente a obras de misericordia.

Fatigado un día del trabajo de enterrar a los muertos, israelitas como él y víctimas de las iras del rey, quiso descansar junto a una pared, cayéndole entonces en los ojos, mientras dormía, inmundicias de un nido de golondrinas y quedando por ello ciego. Sobrellevó con admirable paciencia y resignación esta prueba del Señor, soportando hasta agravios y ofensas de su mujer y amigos, que se burlaban y hacían mofa del poco provecho que sus penitencias y virtudes le habían traído. “Todo ello le causaba profunda pena, por lo que rogaba fervientemente al Señor auxilio y consuelo. Al mismo tiempo que Tobías insistía en tales fervientes súplicas, una doncella llamada Sara, hija de Raguel, vecina de Rages, ciudad de los medos, rogaba también a Dios la librara de la desgracia que la afligía, con la muerte de sus varios esposos, apenas contraía matrimonio. Oyó el Señor las oraciones de Tobías y de Sara y envió a su Arcángel Rafael para aliviarlos.

Creyendo el anciano Tobías próxima su muerte, llama a su hijo para bendecirle, darle sus últimos consejos, que detalla prolijamente el Libro santo, y enviarle a cobrar a Gabelo, un pariente suyo, residente en Rages, una deuda de diez talentos, que otrora le prestara; a cuyo efecto vaya luego en busca de acompañante que le guíe y dirija a Rages.

Obedece el joven Tobías y, al salir de casa, encuéntrase con un apuesto joven que se le ofrece para tal viaje. Preparado todo lo conveniente, emprenden luego ambos el camino. Tras la primera jornada de viaje, aposentáronse a descansar en las orillas del Tigris, circunstancia que aprovecha Tobías para lavarse los pies.

De repente un pez monstruoso sale del río y ataca a Tobías; a las voces del joven, acude el Arcángel Rafael, que no otro era el acompañante de Tobías, y le ordena que, abrazándose al pez, lo saque del agua; y así, muerto el mismo, le dice que abra sus entrañas y le saque el corazón, la hiel y el hígado, para servirse de ellos en su tiempo; preparando el resto para alimentarse durante el camino cuando de ello tengan necesidad.

Pasando por casa de Raguel y prendado Tobías de la joven Sara, le dice el Arcángel la pida por esposa, pues no le ocurrirá como a los demás maridos habidos por ella, ya que su corazón era puro y no cautivo de la lujuria. Raguel aceptó a Tobías con grande gozo y le dio su hija única, enterado por Rafael de que sería ahuyentado el demonio, causante de los anteriores males, al cumplir el joven Tobías las instrucciones que él le diera.

Entonces saca el muchacho un pedazo del corazón del pez y lo pone sobre unas brasas encendidas en su aposento; mientras, el demonio culpable, atado por el arcángel, era conducido por el mismo a un desierto del alto Egipto, para que no perturbase más la paz de Sara, que persuadida por Tobías, y siguiendo las instrucciones de Rafael, se pasa la noche en oración para vencer así al enemigo.

Ana, esposa de Raguel, temerosa de que ocurriera como las veces anteriores, envió una de sus criadas al aposento de Sara, regresando ella con la feliz nueva de que los esposos dormían plácidamente. Celebrado al día siguiente un gran banquete de bodas, Raguel hace a Tobías cesión de la mitad de su hacienda, como dote de su hija, transmitiéndole el dominio de la otra mitad para después de su muerte.

Permanece Tobías en casa de Raguel por espacio de dos semanas, mientras Rafael realiza el encargo del anciano Patriarca, tan satisfactoriamente, que hace que el mismo Gabelo vaya a casa de Raguel a pagar a Tobías la deuda y participar en el general regocijo.

Sin embargo, en casa del Patriarca, la tristeza era grande; Ana, madre de Tobías, lloraba su tardanza; y aunque el anciano la consolaba con buenas razones, ella ascendía todos los días a una cumbre para divisar el regreso de su hijo, llorando inconsolable. Al fin, Tobías y su esposa Sara, aconsejados por Rafael, emprenden el camino de regreso al hogar de aquél, con grande acompañamiento de criados y después de haber recibido la mitad de la hacienda ofrecida, en dinero, alhajas y ganados. Avanzado el camino, Rafael insta a Tobías para que se adelante con él, anticipando el regreso, diciéndole: «Lleva contigo algún tanto de la hiel del pez, porque será necesario dentro de poco».

La madre, que observaba desde lo alto, al divisarlos, llena de alegría, avisa de ello a su esposo y entonces el perro, compañero fiel del joven Tobías que se ha acercado hasta ellos, confirma en el más grande gozo y alegría el corazón de los ancianos padres, ante la inminente llegada del hijo ausente, que les abraza seguidamente, con lágrimas de gozo y satisfacción.

Dadas gracias a Dios y ofrecidos al Señor sacrificios de adoración, toma el joven Tobías de la hiel del pez, según su acompañante Rafael le previniera, y unta a su padre en los ojos, recobrando éste entonces la vista, tan sana y perfecta desde aquel momento, como si nunca hubiera padecido ceguera.

Bendijo nuevamente al Señor el anciano y todos los suyos con gran alegría, que subió
al límite cuando a los siete días entraba Sara con sus criados y riquezas. Hubo grandes fiestas y convites; y conociendo el anciano Tobías que todos aquellos bienes procedían de la mediación y bondad del guía, cuya personalidad ignoraban, dijo a su hijo: «¿Cómo podremos agradecer, hijo mío, los bienes que nos ha prodigado este joven que ha sido tu guía?».

«Padre, yo no sé, respondió el hijo, qué recompensa sea digna de él; que me llevó y trajo sano y salvo; cobró la deuda de Gabelo; hizo que Sara fuese mi esposa, ahuyentando el demonio que la atormentaba y llenando de gozo la casa de sus padres; me libertó del pez y curó a vos, padre, la ceguera, para que vierais nuevamente la luz del Cielo. Suplicadle, padre mío, se digne recibir siquiera la mitad de todo cuanto hemos traído».

Creyólo muy prudente el santo varón; y llamando a Rafael, le rogaron con encarecimiento se dignase aceptar la mitad de los bienes recibidos.

Entonces San Rafael, desvelando su secreto, les habló así «Bendecid a Dios del cielo y dadle gracias ante todo, porque ha usado con vosotros de su misericordia. Yo soy el Arcángel Rafael, uno de los siete que estamos delante del Señor».

Al oír esto, los dos Tobías se turbaron y, llenos de temor, cayeron en tierra.

San Rafael les dice entonces dulcemente: «No temáis, porque cuando yo estaba con vosotros, estaba por voluntad de Dios. Bendecidle y cantad sus alabanzas. Ya es tiempo de que vuelva al que me envió. Vosotros bendecid siempre al Señor y contad sus maravillas».

Dicho esto desapareció y no volvieron a verle.

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