La Virgen de Covadonga, conocida popularmente como la Santina, es una imagen de la Virgen María que se encuentra en una cueva en Covadonga, concejo de Cangas de Onís, Principado de Asturias. Es la Patrona de Asturias. Data del s. VIII.
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La famosa victoria de Covadonga marcó la iniciación de aquella grandiosa epopeya que se conoce como la Reconquista de España y que culminó con la toma de Granada, el último baluarte de los moros, por los reyes católicos Fernando e Isabel. Después de la batalla, a Pelayo se le coronó rey y a la Madre de Dios se la proclamó reina y señora, patrocinadora de las armas cristianas y patrona de aquel lugar…
A la palabra Covadonga se le ha dado varias versiones. Covadonga significa etimológicamente «Cueva de la Señora». Procede este vocablo de la palabra latina Cova domínica, compuesta por un nombre sustantivo cova y un adjetivo domínica que lo determina.
Esta expresión ha pasado del latín, la lengua madre, al romance por diversas fases o transformaciones: covadomínica-covadominca-covadomnca-covadonca-Covadonga. No se debe confundir la Cueva de la Señora con el túnel que da acceso a ésta.
El nombre Covadonga no puede referirse a otra «señora» que a la Virgen María. En los orígenes del culto en Covadonga y según los cronistas, siempre se hace referencia a la Virgen en la Santa Cueva. Ya desde el siglo VIII hasta nuestros días puede definirse a Covadonga como el templo de la gratitud de España a la Santísima Virgen, a cuya intercesión se ha atribuido siempre la victoria de las armas cristianas contra el Islam, allí derrotó Pelayo en el año 718 a un ejército moro que pretendía erradicar el cristianismo y dio con ello el comienzo de la Reconquista.
En el altísimo muro de rocas que muere sobre la impetuosa corriente del río Deva, en el fondo de la agreste y estrecha garganta que forma el valle de Covadonga, en la región española de Oviedo, provincia de Asturias, materialmente incrustado dentro de la espaciosa cueva donde un puñado de cristianos venció a un ejército de moros en memorable batalla, se encuentra La Virgen de Covadonga, conocida popularmente como la Santina, es una imagen de la Virgen María que se encuentra en una cueva en Covadonga, concejo de Cangas de Onís, Principado de Asturias. Es la Patrona de Asturias.
LA BATALLA CONTRA LOS MUSULMANES
Por aquellos tiempos, la cristiana España gemía avasallada por la dominación de los musulmanes, y al territorio de Asturias, gobernado por el emir Ayub, llegaron las avanzadas de un gigantesco ejército morisco con miras a imponer por la fuerza la tiránica opresión. Ante el temor de tenerse que sujetar el yugo de los infieles, los cristianos de Asturias se refugiaron en las agrestes montañas y, una vez ahí decidieron aprestarse a la defensa y nombraron caudillo a Don Pelayo, noble caballero visigodo, descendiente del rey Rodrigo.
Frente a la actitud rebelde de los cristianos, el gobernador de aquella región montañosa quiso darles un escarmiento y puso al mando del general Alkamah a cientos de miles de soldados moros, con órdenes de perseguir a los astures y exterminarlos. En cuanto Don Pelayo tuvo noticias de que se acercaba el enemigo, tomó la prudente medida de retirarse con los suyos hacia lo más recóndito de las sierras, donde distribuyó sus fuerzas sobre las alturas que dominan el estrecho valle del río Deva y él mismo, con un puñado de cristianos y la imagen de la Virgen María que le acompañaba en todas sus empresas, se refugió en la espaciosa cueva de Covadonga, sobre el mismo valle y esperó.
El general Alkamah cobró ánimos ante la retirada de los cristianos y se precipitó por la angosta cañada, seguro de obtener la victoria, dado el número de sus tropas y la escasez de las huestes contrarias. Entraron, pues, los moros como encajonados en la cañada donde Pelayo los aguardaba con serenidad, contando más con la protección del cielo que con sus fuerzas, ya que por recomendación especial suya, se había puesto la empresa de la defensa bajo la protección de la Virgen María, y continuamente se arrodillaban los cristianos ante la imagen en la cueva para implorar su poderosa mediación.
Al encontrarse las contrarias huestes se trabó una recia batalla cuya celebridad durará tanto como dure la memoria de los hombres. Las flechas que lanzaban los moros rebotaban en la roca y herían a los propios infieles, mezcladas con las que desde la gruta arrojaban los cristianos. Al mismo tiempo, los que se hallaban apostados en las laderas, hacían rodar a lo hondo del valle enormes peñascos y troncos de árboles que aplastaban a los enemigos.
No tardó en apoderarse de los musulmanes el desaliento, al tiempo que crecía el ánimo de los cristianos, alentados por la fe de que Dios y la Virgen peleaban por ellos. Así debía ser, en efecto, puesto que cuando Alkamah ordenó la retirada, se produjo una caótica confusión entre sus hombres que, atrapados en aquellas angosturas, chocaban y se estorbaban unos a otros y, en aquellos momentos se levantó una furiosa tempestad que aumentó el espanto de los que trataban de huir vencidos.
El desastre fue espantoso: el retumbar de los truenos entre montes y riscos, la lluvia que caía a torrentes, las rocas y los árboles que se desgajaban de todos lados sobre los moros que, entre alaridos de terror, corrían por todas partes, se atacaban entre sí, desesperados, y se metían al río crecido, cuya impetuosa corriente los arrastraba.
Las crónicas antiguas hacen subir al ejército de infieles que combatió en Covadonga a cifras asombrosas y asientan muy formalmente que en la batalla perecieron ciento ochenta y siete mil hombres, sin quedar uno que lo contara. Por otra parte, inmediatamente después del suceso, comenzó a cantarse un romancillo popular que exageraba más la nota y decía así:
El valeroso Pelayo
cercado está en Covadonga
por cuatrocientos mil moros
que en el zancarrón adoran.
Sólo cuarenta cristianos
tiene, y aún veinte le sobran.
Cuatrocientas mil cabezas
de los perros de Mahoma
los valerosos cristianos
siegan, hienden y destrozan,
concediendo así la Virgen
al gran Pelayo victoria.
No hay duda de que el memorable triunfo de Covadonga, aunque se explique como hemos visto, por sus causas naturales, fue un conjunto de circunstancias extraordinarias y aun hubo algo que parece exceder los límites de lo natural y lo humano. En pocas ocasiones ha podido ser para los cristianos tan manifiesta la protección del cielo y, por lo mismo, no es de extrañar que los propios actores del drama y los cronistas posteriores lo achacaran todo al milagro y a la mediación de la Virgen María, cuya imagen había llevado consigo Pelayo a la cueva.
Por otra parte, la victoria de Covadonga marcó la iniciación de aquella grandiosa epopeya que se conoce como la Reconquista de España y que culminó con la toma de Granada, el último baluarte de los moros, por los reyes católicos Fernando e Isabel. Después de la batalla, a Pelayo se le coronó rey y a la Madre de Dios se la proclamó reina y señora, patrocinadora de las armas cristianas y patrona de aquel lugar.
LA IMAGEN DE LA SANTINA
La tradición indica que ya antes de la invasión árabe, se rendía culto a la Virgen en esta gruta, que se abre en una elevada roca. A la izquierda de este torrente se encuentra una fuente, llamada de los 7 caños, que según reza la leyenda popular, otorga matrimonio en un año a la persona que beba de todos sus caños (algunas personas afirman que se asegura el resultado si se hace sin respirar hasta haber terminado de beber de todos los caños).
La primera imagen de la Santina se perdió por culpa de un incendio que destruyó la iglesia que la albergaba dentro de la Cueva. Dicha imagen, de estilo románico, formaba parte de una estructura de madera que colgaba en el aire, rodeada por la cascada del río Deva. Justo un año después y dada la importancia religiosa y también política del santuario, la catedral de Oviedo donó la imagen de la Virgen actual.6
Esta imagen que se bautizó por su pasado histórico como la «Virgen de las Batallas», es una talla policromada cubierta con ropaje y manto. Sin embargo fue concebida para mostrarse sin el ropaje y este manto al que hacemos referencia está pintado sobre la madera en un azul verdoso, que se adorna con flores rojas alineadas verticalmente.
La capa, que por su escueto tamaño apenas se aprecia si se mira a la talla de frente, es de color rojizo con los bordes rematados en dorado. El cinturón y los bajos del faldón tallados sobre la escultura son del mismo color rojizo.
La Virgen sujeta al Niño en su mano izquierda y sostiene una flor dorada en la derecha. En el rostro de la figura, adornado por una larga melena, se dibujan rasgos sencillos y muy poco expresivos. La cara del Niño, desnudo, resulta también inexpresiva. Ambos tienen la boca pequeña, una nariz fina y a alargada, y la mirada perdida bajo unas cejas extremadamente finas y simétricamente perfectas.
Sobre la cabeza de la Virgen está adornada con una enorme corona dorada con perlas en cada una de sus aristas y adornada con brillantes incrustados. Del arco que describe la parte superior de la corona pende un águila rodeada por un círculo también de brillantes. En ocasiones, cuando la imagen va a ser expuesta, se sustituye esta corona, así como la del Niño, por otras de menor valor.
En un pequeño santuario burgalés situado a orillas del Ebro, se halla la talla de la Virgen de Cillaperlata, cuya imagen es gemela de la primera Virgen de Covadonga, que desapareció en el incendio en 1777.
Existe una tercera imagen de la Santina, donada en el año 1957 por la Institución Teresiana y que es la que se exhibe en la peregrinación que realiza la imagen por tierras asturianas al coincidir con el año mariano. Para hacerla más resistente al frío, al agua y a las humedades, propias se realizó, a diferencia de las otras réplicas, en material plástico.
La popular imagen de la Santina -talla del siglo XVIII- preside la Santa Cueva, a la que se accede por una escalera que tiene más de cien peldaños o a través de un túnel excavado en la roca, en cuyo extremo se hallan las tumbas de Pelayo y de Alfonso I. Muchos peregrinos suben las escaleras de rodillas, en cumplimiento de alguna promesa mariana.
La imagen de la Santina es de madera policromada y su tamaño, más reducido que en otras imágenes marianas, la hacen ser conocida por este sobrenombre cariñoso. Su belleza y esta característica le son cantadas en la conocida copla que sigue:
La Virgen de Covadonga
es pequeñina y galana.
Ni que bajara del cielo
el pintor que la pintara.
Frente a la Basílica se encuentra el Museo de la Virgen, con numerosas joyas y coronas que los fieles regalaban a la Virgen, en señal de admiración, respeto y agradecimiento. Entre todas las obras destacan las coronas del Niño y de la Santina, así como sus mantos.
EL SANTUARIO DE COVADONGA
La iglesia actual, basílica insigne, data de mediados del siglo XIX, pero desde el momento mismo de la milagrosa batalla que tuvo lugar en el año de 718, se ha mantenido intacta la acendrada veneración del pueblo español por la bendita imagen de la Madre de Dios, artífice de la victoria.
Desde entonces, Covadonga fue el centro de peregrinaciones de los devotos de la Virgen María. Ya a mediados del siglo VIII, durante el reinado de Alfonso I, se edificó una capilla en la misma cueva y, poco tiempo después, se estableció cerca un monasterio de los monjes de San Benito, que dos siglos más tarde quedó bajo el gobierno de los canónigos regulares. Durante el siglo III, los reyes Fernando III y Alfonso X concedieron grandes privilegios al santuario. En el siglo XVI, éste le hizo regios donativos y, en 1635, el rey Felipe IV amplió y reconstruyó el santuario y mandó edificar ahí viviendas y hospederías.
En 1777, la iglesia se incendió por haber caído en ella un rayo. Inmediatamente se encargaron los trabajos de reconstrucción de un enorme santuario a un famoso arquitecto. Debido a las dificultades para el transporte de material, la escasez de mano de obra y lo escabroso del terreno, pasaron cerca de cincuenta años antes de que la obra estuviese terminada. En el año de 1884 se le dio el título de colegiata a aquella iglesia. Esta se encuentra dentro de la caverna y, a la entrada, en la pared rocosa, están las tumbas de Pelayo y el rey Alfonso I.
Las peregrinaciones a Covadonga son constantes, pero las mayores se efectúan principalmente en verano, sobre todo durante los días 7 y 8 de septiembre, víspera y festividad de la Virgen, cuando la asistencia es muy numerosa.
La «Escalera de la promesa» es digna de ser contemplada con 101 peldaños que se extienden hacía el pavimento de la Santa Cueva. La escalera se ve rodeada de cálidas demostraciones de aquellos devotos que han sido favorecidos o que aún tienen el anhelo de una respuesta milagrosa.
S. S. El Papa León XIII erigió la iglesia de San Fernando en Basílica. Además el Cardenal Roncalli, Patriarca de Venecia, que se convertiría más tarde en Papa con el nombre de Juan XIII, visitó el Santuario de Covadonga en el año1954 y el Papa Juan Pablo II lo hizo en el año 1982 y 1989.
El 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, ha sido declarado como el Día de Asturias, fiesta oficial de la comunidad asturiana. Nueve días antes comienza la novena en su santuario. Covadonga se convierte en estas fechas especialmente en uno de los santuarios españoles más visitados, al que acuden los fieles para pedir o dar gracias a la Santina. La belleza del entorno de Covadonga es inigualable y se ha convertido en uno de los lugares turísticos asturianos más conocidos y visitados.
Consagración a la Virgen de Covadonga
basilica de covadonga
Basílica de Santa María de Covadonga.
La Santa Cueva de Covadonga
DON PELAYO