La cátedra de San Pedro es la Santa Sede, lo que normalmente conocemos como el Vaticano.
Y dentro de él está la iglesia de San Pedro, cuyo altar (llamado de la confesión) se sitúa justo encima de la tumba del pescador.
Y encima del altar el famoso baldaquino de Bernini, con el magnífico vitral del Espíritu Santo detrás.
La zona del Vaticano separada por el Tíber del resto de la ciudad estaba compuesta de dos partes diferentes:
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Una parte de colinas cuyo conjunto era llamado Mons Vaticanum (Monte Vaticano) -al norte de las colinas del Janiculum junto a la orilla derecha del río.
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Y otra parte llana llamada Ager Vaticanum (Campo Vaticano).
El área en un principio estaba poco poblada, ya que el lugar se inundaba frecuentemente de agua malsana.
Las colinas tenían cultivos de viñas de pésima calidad.
Pero al estar consagrado a la diosa Cibeles y a su amante Attis tenía cierta importancia para los romanos ya que allí se celebraba el rito de la primavera.
Agripina (14 a.C. – 33 d.C.) tal vez buscando el favor de los dioses de la primavera, comenzó el saneado de la llanura para erigir allí su propia “villa”.
Su hijo Gayo (o Cayo) Julio César Germánico, llamado Calígula (12 – 41 d.C.), construyó en la extremidad de la villa un gran circo privado que se extendía a lo largo de la Vía Cornelia partiendo de la Villa y encajándose en las Colinas Vaticanas.
Nerón Lucio Domizio (37 – 68 d.C.) amplió y enriqueció el circo haciendo una obra grandiosa, sólo superada por el Circo Máximo.
Entre otras cosas construyó una nave de más de 100 metros con el fin de transportar de Alejandría (en Egipto) a Roma el obelisco esculpido en honor de Augusto.
También construyó un grandioso puente sobre el Tíber para unir directamente los jardines de Agripina con la ciudad.
A lo largo de la Vía Cornelia se estaban construyendo sepulcros (en forma de templetes o pirámides), altares y monumentos funerarios, como sucedía en todas las avenidas fuera del radio urbano.
La necrópolis guardaba un gran tesoro.
En el año 64 d.C. fue martirizado San Pedro en el Circo de Nerón y a poca distancia –cruzando la vía Cornelia- se le dio sepultura.
Sobre la pobre tumba de tierra se superpusieron después, con el correr de los siglos, varios monumentos.
El primero, llamado Trofeo de Gayo, fue levantado hacia la mitad del siglo II.
Recibe ese nombre del presbítero que lo mencionara por primera vez en el año 200 aproximadamente.
El Trofeo surgía en una pequeña explanada de siete por cuatro metros en la zona noroeste de la necrópolis y estaba rodeado por mausoleos y áreas sepulcrales.
Al oeste estaba delimitado por un muro cubierto de revoque rojo (denominado por los científicos muro g).
El monumento, con forma de tabernáculo, fue construido contemporáneamente al muro rojo y constaba de dos nichos sobrepuestos excavados en el muro mismo.
Un tercer nicho –no visible por encontrarse bajo el nivel del suelo- comunicaba con la tumba del Apóstol.
El nicho inferior se conserva en la actual hornacina de los palios en la Basílica de San Pedro.
En el siglo III, al norte y al sur fueron agregados dos pequeños muros.
El del norte conserva grafitos con invocaciones a Jesús, a María y a San Pedro.
Fueron descifrados por Margherita Guarducci, quien dice que encierran un riquísimo testimonio de espiritualidad.
Una de las inscripciones decía en griego: “Petrós ení” (“Pedro [está] aquí”).
Constantino el Grande y el Papa San Silvestre, para custodiar la tumba del Príncipe de los Apóstoles, edificaron la Basílica llamada Constantiniana entre los años 320 a 329, y así favorecer el culto del pueblo.
Para hacer la plataforma los arquitectos se vieron obligados a enterrar la necrópolis y a remover parcialmente la colina, en dirección al norte.
Un gran atrio rectangular precedía la Basílica; en el centro del patio había una fuente con una piña de bronce –que hoy se encuentra en el Patio de la Piña en los Palacios vaticanos-.
En el interior, cinco naves, separadas por 22 columnas de varios colores trabadas con arcos las de la nave central y unidas por arcadas las de los laterales, conducían al transepto y al ábside en cuyo centro sobresalía el monumento fúnebre a San Pedro.
El conjunto era mayor que la Basílica de San Juan.
Los trabajos de excavación que se ejecutaron entre 1940 y 1949 sacaron a la luz muchas de estas obras.
Actualmente se pueden recorrer parcialmente los distintos niveles de las excavaciones.
Se puede descender a la altura del pavimento de la Basílica y llegar a la necrópolis antigua.
Una de las sorpresas de las excavaciones fue la de encontrar vacío el lugar donde debían encontrarse las reliquias del Apóstol (bajo el altar papal).
El lóculo que se encontraba en la pared roja fue descubierto y vaciado por un operario de los “Uffici Scavi” y guardado en una caja depositada provisionalmente dos metros más arriba en las mismas Grutas Vaticanas.
Los científicos ignoraban esto y pensaron que tal vez el lugar de la tumba hubiera sido abierto en el medioevo, llevándose las reliquias.
Margherita Guarducci da con la caja de madera en 1953.
Contenía, además de los huesos, tierra, fragmentos de revoque rojo, pequeños restos de paño precioso, dos fragmentos de mármoles y un billete escrito por el operario que lo transportó señalando la procedencia: del muro g (muro rojo).
Los elementos son testigos de la historia del lugar.
La tierra incrustada en los huesos señalaba la primer sepultura de San Pedro, además, correspondía a esta zona precisa de las excavaciones; los fragmentos de mármol procedían del revestimiento de Constantino; el paño de púrpura con hilos de oro entretejido indicaba la dignidad del difunto; el examen antropológico de los huesos dio como resultado la pertenencia de todos los restos a un solo individuo de sexo masculino, complexión robusta y edad entre 60 y 70 años.
Todo esto permitió proclamar al Papa Pablo VI: “hemos hallado los huesos de Pedro”, la reliquia más importante de la necrópolis.
Así se ve que la tradición ha sido constante al situar el lugar donde estaba enterrado el pescador, el príncipe de los apóstoles, y para preservar la memoria del lugar que mantuvieron los cristianos se edificó la basílica paleocristiana y 1.200 años después la actual que conocemos hoy.
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