Esta es una Reflexión que Jesús hace a Catalina sobre el misterio de Su sufrimiento y el valor que tiene en la Redención. Tiene fecha en Cochabamba, Bolivia 1997, lo dividimos en tres posts para publicarlo.
De esta publicación vea:
La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 1 de 3, desde la preparación)
La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 2 de 3, desde la entrega por Judas)
La Pasión de Jesús visiones de Catalina Rivas (parte 3 de 3, desde el camino al calvario)
Como IMPRIMATUR (aprobación de la Iglesia) el libro dice los siguiente:
Hemos leído los libros de Catalina y estamos seguros de que su único objetivo es conducimos a todos, por el camino de una auténtica espiritualidad, cuya fuente es el Evangelio de Cristo. Subrayan también el especial lugar que corresponde a la Santísima Virgen María, modelo de amor y seguimiento a Jesucristo, a quien debemos depositar como hijos suyos, nuestra plena confianza y amor.
Al renovar el amor y entrega a la Santa Iglesia Católica, nos iluminan en las acciones que deberían distinguir al cristiano verdaderamente comprometido.
Por todo ello, autorizo su impresión y difusión, recomendándolos como textos de meditación y orientación espiritual con el fin de alcanzar muchos frutos para el Señor que nos llama a salvar almas, mostrándoles que es un Dios vivo lleno de amor y misericordia.
+ Mons. René Fernández Apaza, Arzobispo de Cochabamba, 2 de abril de 1998
JESUS A CATALINA
Hijita Mía, déjate abrazar por Mi más ardiente deseo de que todas las almas vengan a purificarse en el agua de la penitencia… Que se penetren de los sentimientos de confianza y no de temor, porque Soy Dios de Misericordia y siempre Estoy dispuesto a recibirlas en Mi corazón.
Así, día a día, iremos uniéndonos en nuestro secreto de amor. Una pequeña chispa y luego una gran llama… ¡Sólo el amor verdadero hoy no es amado!… ¡Haz amar al amor! Pero antes, ora hijita, reza mucho por las almas consagradas que han perdido el entusiasmo y la alegría en el servicio. Ora también por aquellos Sacerdotes que realizan el milagro de los milagros en el altar y cuya fe es lánguida. Piérdete en Mí como una gota de agua en el océano… Cuando te creé, besé tu frente signándote con la señal de Mi predilección… Busca almas, porque son pocas las que Me aman; busca almas e imprime en sus mentes la visión del dolor en el cual Me consumí. Los hombres, sin saberlo, están prontos a recibir grandes dones.
Yo estoy junto a ti, cuando haces lo que te pido; es como si Me quitaras la ardiente sed que Me secó hasta los labios en la Cruz. Me haré presente cada vez que invoquen Mi pasión con amor. Te concederé el vivir unida a Mí en el dolor que experimenté cuando en Getsemaní conocí los pecados de todos los hombres. Se consciente de ello, porque a pocas criaturas llamo a esta especie de pasión, pero ninguna de ellas comprende qué predilección He puesto en ellas al asociarlas a Mí en la hora más dolorosa de Mi vida terrena.
JESÚS SE PREPARA
Hay almas que consideran Mi Pasión, pero son muy pocas las que piensan en la preparación de Mi vida pública: ¡Mi soledad! Los cuarenta días que pasé en la ladera del monte, fueron los días más angustiosos de Mi vida, porque los pasé completamente solo, preparando Mi Espíritu para lo que vendría: sufrí hambre, sed, desaliento, amargura. Sabía que para ese pueblo, mi sacrificio sería inútil puesto que Me negaría. En esa soledad percibí que ni Mi nueva doctrina, ni Mis sacrificios y milagros podrían salvar al pueblo judío que se convertiría en deicida.
LA CENA PASCUAL
Ahora, vamos al relato de Mi Pasión… Relato que dará gloria al Padre y Santidad a otras almas elegidas… La noche antes a ser entregado, fue plena de gozo por la Cena Pascual, inauguración del eterno Banquete, en el que el ser humano debía sentarse para alimentarse de Mí. Si Yo preguntase a los cristianos, ¿qué piensan de esta Cena?, seguramente muchos dirían que es el lugar de sus delicias, pero pocos dirían que es la delicia Mía… Hay almas que no comulgan por el gusto que experimentan sino por el gusto que Yo siento. Son pocas, pues las demás sólo vienen a Mí para pedir dones y favores. Yo abrazo a todas las almas que vienen a Mí porque vine a la tierra a hacer crecer el amor en el que las abrazo. Y como el amor no crece sin penas, así Yo, poco a poco, voy retirando la dulzura para dejar a las almas en su aridez; y esto para que vayan ayunando de su propio gusto, para hacerles comprender que deben tener la luz puesta en otro deseo: el Mío. ¿Por qué hablan de aridez como si fuese señal de disminución de Mi amor? Han olvidado que si Yo no doy alegría, deben probar ustedes sus arideces y otras penas. Vengan a Mí, almas, pero no piensen sino en que Soy Yo quien todo lo dispone y quien los incita a buscarme. ¡Si supieran cuánto aprecio el amor desinteresado y cómo será reconocido en el cielo! ¡Cuánto gozará de él, el alma que lo posee! Aprendan de Mí, queridas almas, a amar únicamente para hacer gozar a quien los ama… Tendrán dulzuras y mucho más de lo que dejan; gozarán tanto de cuanto Yo los He hecho capaces. Yo Soy quien les preparó el Banquete. Yo Soy el alimento. ¿Cómo entonces puedo hacerlos sentar a Mi mesa y dejarlos en ayunas? Yo les prometí que quien se alimenta de Mí no tendrá más hambre… Yo Me sirvo de las cosas para descubrirles Mi amor. Sigan los llamados que les hacen Mis Sacerdotes, los cuales toman ocasión de esta fiesta pascual para conducirlos a Mí, pero no se detengan en lo humano, de lo contrario harán cesar el otro objetivo de esta fiesta.
Nadie puede decir que Mi Cena se haya hecho su alimento cuando experimentan sólo dulzura… El amor crece, para Mí, a medida que cada uno se deja a sí mismo. Muchos Sacerdotes lo son porque Yo quise hacerlos Mis Ministros, no porque Me sigan de verdad… ¡Oren por ellos! Deben ofrecer a Mi Padre la pena que Yo sentí cuando en el Templo eché por tierra los bancos de los mercaderes y reproché a los Ministros de entonces por haber hecho de la casa de Dios una reunión de logreros. Cuando ellos Me preguntaron con qué autoridad Yo hacía eso, sentí una pena aún mayor al comprobar que la peor negación de Mi Misión venía justamente de Mis Ministros.
Por ello, oren por los Sacerdotes que tratan Mi cuerpo con sentido de costumbre y por ello mismo con muy poco amor… Pronto sabrán que esto debía decirles, porque los amo y porque prometo, a quien ore por Mis Sacerdotes, la remisión de toda pena temporal debida. No habrá purgatorio para quien se aflige a causa de los Sacerdotes tibios, sino Paraíso inmediato después del último aliento.
Y ahora, vuelvan a hacerse abrazar por Mí, para recibir la vida que les participé con infinita alegría a todos ustedes. Aquella noche, con infinito amor, lavé los pies a Mis Apóstoles porque era el momento cúlmine de presentar a Mi Iglesia al mundo. Quería que Mis almas supieran que, aún cuando estén cargadas de los pecados más grandes, no están excluidas de las gracias. Que están junto a Mis almas más fieles; están en Mi corazón recibiendo las gracias que necesitan.
Qué congoja sentí en aquel momento, sabiendo que en Mi Apóstol Judas estaban representadas tantas almas que, reunidas a Mis pies y lavadas muchas veces con Mi Sangre, ¡habían de perderse! En aquel momento quise enseñar a los pecadores que no porque estén en pecado deben alejarse de Mí, pensando que ya no tienen remedio y que nunca serán amados como antes de pecar. ¡Pobres almas! No son estos los sentimientos de un Dios que ha derramado toda Su sangre por ustedes. Vengan todos a Mí y no teman, porque los amo; los lavaré con Mi sangre y quedarán tan blancos como la nieve; anegaré sus pecados en el agua de Mi Misericordia y nada será capaz de arrancar de Mi corazón el amor que les tengo.
Amada Mía, Yo no te He elegido en vano; responde con generosidad a Mi elección; se fiel y firme en la fe. Sé mansa y humilde para que los demás sepan cuan grande es Mi humildad.
JESÚS ORA EN EL HUERTO
Nadie cree en verdad que sudé sangre aquella noche en Getsemaní y pocos creen que sufrí mucho más en esas horas que en la crucifixión. Fue más dolorosa, porque Me fue manifestado claramente que los pecados de todos eran hechos Míos y Yo debía responder por cada uno. Así Yo, inocente, respondí al Padre como si fuese verdaderamente culpable de deshonestidad. Yo, puro, respondí al Padre como si estuviese manchado de todas las impurezas que han hecho ustedes, mis hermanos, deshonrando a Dios, que los creó para que sean instrumentos de la grandeza de la creación y no para desviar la naturaleza concedida a ustedes, con el fin de llevarla gradualmente a sostener la visión de la pureza en Mí, su Creador. Por lo tanto, fui hecho ladrón, asesino, adúltero, mentiroso, sacrílego, blasfemo, calumniador y rebelde al Padre, a quien He amado siempre. En esto, precisamente, consistió Mi sudor de sangre: en el contraste entre Mi amor por el Padre y Su Voluntad. Pero obedecí hasta el fin y, por amor a todos, Me cubrí de la mancha con tal de hacer el Querer de Mi Padre y salvarlos de la perdición eterna.
Considera cuántas agonías más que mortales tuve aquella noche y, créeme, nadie podía aliviarme en tales congojas, porque más bien veía cómo cada uno de ustedes se dedicó a hacerme cruel la muerte que se Me daba en cada instante por las ofensas cuyo rescate He pagado por entero. Quiero que se conozca una vez más cómo amé a todos los hombres en aquella hora de abandono y de tristeza sin nombre…
JESÚS INSTITUYE LA EUCARISTÍA
El deseo de que las almas estén limpias cuando Me reciben en el Sacramento del amor, Me llevó a lavar los pies a Mis Apóstoles. Lo hice también para representar el Sacramento de la penitencia, en el que las almas que han tenido la desgracia de caer en el pecado, puedan lavarse y recobrar su perdida blancura. Al lavarles los pies, quise enseñar a las almas que tienen trabajos apostólicos, a humillarse y a tratar con dulzura a los pecadores y a todas las almas que les están confiadas. Me envolví con un lienzo para enseñarles que, para obtener éxito con las almas, hay que ceñirse con la mortificación y la propia abnegación. Quise que aprendan la mutua caridad y cómo se deben lavar las faltas que se observan en el prójimo, disimulándolas y excusándolas siempre sin divulgar jamás los defectos ajenos. El agua que eché sobre los pies de Mis Apóstoles, era reflejo del celo que consumía Mi corazón en deseos de la salvación de los hombres.
En aquel momento era infinito el amor que sentía por los hombres y no quise dejarlos huérfanos… Para vivir con ustedes hasta la consumación de los siglos y demostrarles Mi amor, quise ser su aliento, su vida, su sostén, ¡su todo! Entonces vi a todas las almas que, en el transcurso de los siglos, habían de alimentarse de Mi Cuerpo y de Mi Sangre y todos los efectos divinos que este alimento produciría en muchísimas almas… En muchas almas, esa Sangre Inmaculada engendraría la pureza y la virginidad. En otras, encendería la llama del amor y el celo. ¡Muchos mártires de amor se agrupaban en aquella hora ante Mis ojos y en Mi Corazón! ¡Cuántas otras almas, después de haber cometido muchos y graves pecados, debilitadas por la fuerza de las pasiones, vendrían a Mí para renovar su vigor con el Pan de los fuertes! Cómo quisiera hacer conocer los sentimientos de Mi Corazón a todas las almas. Cuánto deseo que sepan el amor que sentía por ellas cuando, en el Cenáculo, instituí la Eucaristía. Nadie podría penetrar los sentimientos de Mi Corazón en aquellos momentos. Sentimientos de amor, de gozo, de ternura… Más, inmensa fue también la amargura que invadió Mi Corazón. ¿Eres acaso un buen terreno para la construcción de un magnífico edificio? Sí y no… Sí, por los dones que te He hecho desde tu nacimiento. No, por el uso que has hecho de ellos. ¿Piensas que tu terreno es el adecuado en proporción a la estructura del edificio que Yo levanto? ¡Oh, es mezquino! Entonces Mis cálculos, a pesar de todos los elementos contrarios que existen en ti, no fallarán, porque es Mi arte escoger lo que es pobre al intento que Me propongo. Yo jamás Me equivoco porque uso arte y amor. Construyo activamente sin que tú te percates. Tu mismo deseo de saber lo que estoy haciendo Me sirve para probarte que nada puedes y nada sabes sin que Yo lo quiera…Es tiempo de trabajar, no Me pidas nada porque hay alguien que piensa en ti.
Quiero decir a Mis almas la amargura, el tremendo dolor que llenaba Mi Corazón esa noche. Si bien era grande Mi alegría de hacerme compañero de los hombres hasta el fin de los siglos y Alimento divino de las almas, y veía cuántas Me rendirían homenaje de adoración, de amor, de reparación, no fue poca la tristeza que Me ocasionó el contemplar a todas aquellas almas que habrían de abandonarme en el Sagrario y cuántas dudarían de Mi presencia en la Eucaristía. ¡En cuántos corazones manchados, sucios y completamente desgarrados por el pecado tendría que entrar y cómo Mi carne y Mi Sangre, profanadas, se convertirían en motivo de condenación para muchas almas! Tú no puedes comprender la forma en la cual contemplé todos los sacrilegios, ultrajes y tremendas abominaciones que se cometerían contra Mí… Las muchísimas horas que iría a pasar sólo en los Sagrarios. ¡Cuántas noches largas! ¡Cuántos hombres rechazarían los amorosos llamados que les dirigiría! Por amor a las almas, permanezco prisionero en la Eucaristía, para que en sus dolores y pesares vayan a consolarse con el más tierno de los corazones, con el mejor de los padres, con el más fiel amigo. Pero ese amor, que se consume por el bien de los hombres, no va a ser correspondido. Moro en medio de los pecadores para ser su salvación y su vida, su médico y su medicina; y ellos, en cambio, pese a su naturaleza enferma se alejan de Mi, Me ultrajan y Me desprecian.
¡Hijos Míos, pobres pecadores! No se alejen de Mí, los espero noche y día en el Sagrario. No voy a reprochar sus crímenes. No voy a echarles en cara sus pecados. Lo que haré será lavarlos con la Sangre de Mis llagas. No teman, vengan a Mí. ¡No saben cuánto los amo!
Y ustedes, almas queridas, ¿por qué están frías e indiferentes a Mi amor? Sé que tienen que atender las necesidades de su familia, de su casa y del mundo que los solicita sin cesar. Pero, ¿no tendrán un momento para venir a darme prueba de su amor y de su gratitud? No se dejen llevar de tantas preocupaciones inútiles y reserven un momento para venir a visitar al Prisionero del amor. Si su cuerpo está enfermo, ¿no pueden encontrar unos minutos para buscar al Médico que debe curarlos? Vengan a quien puede devolverles las fuerzas y la salud del alma… Den una limosna de amor a este Mendigo divino que los llama, los desea y los espera.
Estas palabras producirán en las almas el efecto de una gran realidad. Penetrarán en las familias, en las escuelas, en las casas religiosas, en los hospitales, en las prisiones, y muchas almas se rendirán a Mi amor. Los más grandes dolores Me vienen de las almas sacerdotales y religiosas. En el instante de instituir la Eucaristía, vi a todas las almas privilegiadas que se alimentarían con Mi Cuerpo y con Mi Sangre, y los efectos producidos en ellas. Para algunas, Mi Cuerpo sería remedio a su debilidad; para otras, fuego que llegaría a consumir sus miserias, inflamándolas con amor. ¡Ah!… Esas almas reunidas ante Mi, serán un inmenso jardín en el cual cada planta produce diferente flor, pero todas me recrean con su perfume… Mi Cuerpo será el sol que las reanime. Me acercaré a unas para consolarme, a otras para ocultarme, en otras descansaré. ¡Si supieran, almas amadísimas, cuán fácil el consolar, ocultar y descansar a todo un Dios! Este Dios que los ama con amor infinito, después de librarlos de la esclavitud del pecado, ha sembrado en ustedes la gracia incomparable de la vocación religiosa, los ha traído de un modo misterioso al jardín de sus delicias. Este Dios, Redentor suyo, se ha hecho su Esposo. El mismo los alimenta con Su Cuerpo purísimo y con Su Sangre apaga su sed. En Mí encontrarán el descanso y la felicidad. ¡Ay, hijita! ¿Porqué tantas almas, después de haberlas colmado de bienes y de caricias, han de ser motivo de tristeza para Mi Corazón? ¿No Soy siempre el mismo? ¿Acaso He cambiado para ustedes?… ¡No! Yo no cambiaré jamás y, hasta el fin de los siglos, los amaré con predilección y con ternura. Sé que están llenos de miserias, pero esto no me hará apartar de ustedes Mis miradas más tiernas y con ansia los estoy esperando, no sólo para aliviar sus miserias, sino también para colmarlos de Mis beneficios. Si les pido amor, no Me lo nieguen; es muy fácil amar al que es el Amor mismo. Si les pido algo caro a su naturaleza, les doy juntamente la gracia y la fuerza necesaria para que sean Mi consuelo. Déjenme entrar en sus almas y, si no encuentran en ellas nada que sea digno de Mi, díganme con humildad y confianza: “Señor, ya ves los frutos que produce este árbol, ven y dime qué debo hacer para que, a partir de hoy, broten los frutos que Tu deseas”.
Si el alma Me dice ésto con verdadero deseo de probarme su amor, le responderé: Alma querida, deja que Yo mismo cultive tu amor… ¿Sabes los frutos que obtendrás? La victoria sobre tu carácter reparará ofensas, expiará faltas. Si no te turbas al recibir una corrección y la aceptas con gozo, obtendrás que las almas cegadas por el orgullo se humillen y pidan perdón. Esto es lo que haré en tu alma si Me dejas trabajar libremente. No florecerá en seguida el jardín, sino que darás gran consuelo a Mi Corazón… Todo ésto se Me pasó delante cuando instituí la Eucaristía y me encendí en ansias de alimentar a las almas. No iba a quedarme en la tierra para vivir con los seres perfectos sino para sostener a los débiles y alimentar a los niños… Yo los haría crecer y robustecería sus almas, descansaría en sus miserias y sus buenos deseos Me consolarían. Pero, entre Mis elegidos hay algunas almas que Me ocasionan pena. ¿Perseverarán todas?… Este el grito de dolor que se escapa de Mi Corazón; éste es el gemido que quiero que oigan las almas. El Amor eterno está buscando almas que digan nuevas cosas a cerca de las antiguas verdades ya conocidas. El Amor infinito quiere crear, en el seno de la humanidad, un tribunal, no de Justicia sino de pura Misericordia. Por eso se multiplican los mensajes en el mundo. Quien los comprende admira sus obras, se aprovecha de ellos y hace que los demás también se aprovechen. El que no entiende, sigue siendo esclavo del espíritu que muere y condena. A estos últimos dirijo Mi Palabra de condena, porque entorpecen la Obra Divina y se convierten en cómplices del maligno. ¿Que astucia produce presión en sus mentes de niños cuando condenan, encubren, reprimen lo que procede, no de míseras criaturas, sino del Creador? A los que he llamado pequeños revelo Mi sabiduría que, en cambio, oculto a los soberbios… Alma, deja que Me derrame en ti; has de válvula de Mi Corazón, porque no falta alguien que comprime Mi Amor…
JESÚS HACE LA VOLUNTAD DEL PADRE
De Mi Pasión quiero que consideres, sobre todo, la amargura que me causó el conocer los pecados que, oscureciendo la mente del hombre, lo llevan a las aberraciones. Estos pecados se admiten, la mayoría de las veces, como fruto de una natural conveniencia a la cual se dice, no puede oponerse la propia voluntad. Hoy, muchos viven con graves pecados culpando a otros o al destino, sin posibilidad de salir de ellos. Esto vi en Getsemaní y conocí el gran mal que absorbería Mi Alma. ¡Cuantos se pierden así y cómo sufrí por ellos! Así enseñé a Mis Apóstoles, con Mi ejemplo, a soportarse mutuamente, lavándoles los pies y haciéndome su Alimento. Se acercaba la hora para la que el Hijo de Dios se había hecho hombre y Redentor del género humano; iba a derramar Su Sangre y a dar Su Vida por el mundo.
En esa hora quise ponerme en oración y entregarme a la Voluntad de Mi Padre… Fue entonces que Mi Voluntad como hombre venció la natural resistencia al gran sufrimiento preparado para Mi por Nuestro Padre, tal ves más adolorido que Yo mismo. Entonces entregué, entre aquellas almas perdidas, Mi propia Alma para reparar lo que ya venía viciado. Mi Omnipotencia lo puede todo, pero quiere un mínimo sobre lo cual añadir de lo otro; y este mínimo Yo mismo lo ofrezco y con infinito amor.
Mi Pasión… ¡Qué abismo de amargura encerró en sí! ¡Qué equivocadamente lejos está aquel que cree conocerla, tan sólo por que piensa en los terribles sufrimientos de Mi Cuerpo!… Hija Mía, te He reservado otros cuadros de las tragedias íntimas que viví y deseo compartir contigo, porque eres de aquellos que el Padre Me concedió en el Huerto. ¡Almas queridas! Aprendan de su Modelo que la única cosa necesaria, aunque la naturaleza se rebele, es someterse con humildad y entregarse para cumplir la Voluntad de Dios. También quise enseñar a las almas que toda acción importante debe ir prevenida y vivificada por la oración, porque en ella se fortifica el alma para lo más difícil y Dios se comunica a ella y le aconseja e inspira, aún cuando el alma no lo sienta. Me retiré al Huerto con tres de Mis Discípulos, para enseñarles que las tres potencias del alma deben acompañarlos y ayudarlos en la oración.
Recuerden, con la memoria, los beneficios divinos, las perfecciones de Dios: Su Bondad, Su Poder, Su Misericordia, el Amor que les tiene. Busquen después, con el entendimiento, cómo podrán corresponder a las maravillas que Ha hecho por ustedes… Dejen que se mueva su voluntad a hacer por Dios, lo más y lo mejor, a consagrarse a la salvación de las almas, ya sea por medio de sus trabajos apostólicos, ya por su vida humilde y oculta, en su retiro y silencio por medio de la oración. Póstrense humildemente como criaturas en presencia de su Creador y adoren Sus designios sobre ustedes, sean cuales fueren, sometiendo su voluntad a la Divina. Así Me ofrecí Yo para realizar la obra de la Redención del mundo. ¡Ah! Qué momento aquel en el cual sentí venir sobre Mi todos los tormentos que había de sufrir en Mi Pasión: las calumnias, los insultos, los azotes, los puntapiés, la corona de espinas, la sed, la Cruz… Todo aquello pasó ante Mis Ojos al mismo tiempo que un dolor intenso lastimaba Mi Corazón; las ofensas, los pecados y las abominaciones que se cometerían en el transcurso de los siglos; y no solamente los vi, sino que Me sentí revestido de todos esos horrores y así me presenté a Mi Padre Celestial para implorar Misericordia. Hijita Mía, Me ofrecí como un lirio para calmar Su cólera y aplacar Su ira. Sin embargo, con tantos crímenes y tantos pecados, Mi naturaleza humana experimentó una agonía mortal, al punto de sudar sangre. ¿Será posible que esta a
ngustia y esta Sangre sean inútiles para tantas almas?… Mi Pasión fue origen de Mi amor. Si Yo no hubiese querido, ¿quién habría podido tocarme? Yo lo quise y, para hacer ésto, Me serví de los más crueles entre los hombres. Antes de sufrir, conocía en Mí mismo todo sufrimiento y podía evaluarlo enteramente. En cambio, cuando quise padecer, además de pleno conocimiento y valoración, tuve la sensación humana de todos los sufrimientos; Yo los tomé todos. Hablando de Mi Pasión, no puedo pormenorizar tanto. Otras veces lo He hecho y ustedes no pueden comprenderlo, debido a que su naturaleza humana no alcanzaría a comprender la desmesurada extensión de los dolores que He sufrido.
Sí, Yo los ilumino, pero Me quedo en un límite, más allá del cual no pueden avanzar. Sólo a Mi Madre le hice conocer todas Mis cosas; por eso las sufrió más que todos. Pero hoy el mundo deberá conocer más de lo que hasta ahora le He concedido, porque Mi Padre así lo quiere. Por ello, en Mi Iglesia florece un rayo de amor a todo el conjunto de las vicisitudes que, desde el huerto Me llevaron al Calvario. Más que a otro, manifiesto a los amados que tuve en el Huerto, Mi Pasión. Ellos pueden mencionar algo que se adapte a la mente de los actuales caminantes. Y si pueden, deben hacerlo. Por eso, escribe todo cuanto te digo, pequeña, para ti y para muchos otros, en alivio de las almas y para gloria de la Trinidad, que quiere que se sepan los sufrimientos Míos en Getsemaní.
Mi alma está triste hasta la muerte. Mientras la tristeza del mal físico podría llegar a ser causa de muerte, la del espíritu que quise experimentar, consistió en la ausencia completa del influjo de la
Divinidad y en la presencia desgarradora de las causas de Mi Pasión. En Mi Espíritu, que agonizaba, estaban realmente presentes todos los motivos que Me impulsaron a traerles el amor a la tierra. Primero, las ofensas hechas contra Mi Divinidad sufriente de hombre, con el conocimiento propio de Dios. No puedes encontrar semejanza a este género de sufrimiento, porque el hombre que peca comprende, con Mi luz, la parte que le corresponde y muchas veces, imperfectamente, no ve cómo es el pecado delante de Mí. Por eso es claro que solamente Dios puede conocer lo que es una ofensa hecha a El.
Sin embargo, la Humanidad debía poder ofrecer a la Divinidad un pleno conocimiento y el verdadero dolor y arrepentimiento; y puedo hacerlo todas las veces que quiera, ofreciendo precisamente Mi conocimiento que Ha obrado en Mí, Hombre, con la humanización de la ofensa de Dios.
Este fue Mi deseo: que el pecador arrepentido, por Mi medio, tuviese cómo presentar a su Dios el conocimiento de la ofensa cometida y que Yo, en Mi Divinidad, pudiese acoger del hombre también la comprensión plena de la que ha hecho contra Mí. Basta por hoy. No sabes cuánto Me consuelas cuando te entregas a Mí con entero abandono… No todos los días puedo hablar a las almas… ¡Déjame que para ellas te diga Mis secretos!… ¡Déjame que aproveche tus días y tus noches! Estaba triste hasta la muerte, porque veía en todo lado el cúmulo enorme de las ofensas cometidas y, si por uno experimentaba una muerte sin parangón, ¿qué habré experimentado por el conjunto de todas las culpas? “Triste está Mi alma hasta la muerte”… de una tristeza que Me produjo el abandono de toda fuerza; de una tristeza que tenía por centro la divinidad hacia la cual —en Mí— convergía la marea de las culpas y el hedor de las almas corroídas de todo tipo de vicios. Por eso, al mismo tiempo era blanco y flecha. Como Dios, blanco; como hombre, flecha; en cuanto había absorbido todo el pecado al punto de aparecer, delante de Mi Padre, como el único ofensor. Mayor tristeza que esta no podía haber y la quise recoger toda, por el amor del Padre, por la Misericordia a todos ustedes. En vano gira la mirada del hombre sobre el significado de estas palabras, que comprenden todo Mi ser de Dios y de Hombre, si no se fija en este punto. Mírenme, así, en esta gigantesca prisión de espíritu. ¿No merezco amor, si tanto luché y sufrí? ¿No merezco que la criatura se valga de Mí como de cosa propia, sabiendo que Me doy a ella enteramente, sin ninguna reserva? Tomen todos de Mí fuente inagotable de bien, ¡tomen! Yo les ofrezco Mi tristeza en el Huerto; dénme la tristeza suya, todas sus tristezas; quiero hacer de ellas un manojo de violetas, cuyo perfume sea constante orientación hacia Mi Divinidad.
“Padre, si es posible aleja de Mí este Cáliz. Pero no se haga Mi voluntad sino la Tuya.” Dije así en el colmo de la amargura, cuando el peso que gravitaba sobre Mí se había hecho tan sangriento que Mi alma se encontraba en la más inverosímil oscuridad. Se lo dije al Padre porque, al asumir toda culpa, Me presentaba delante Suyo como el único pecador, contra el cual se descargaba toda Su Divina Justicia. Y, sintiéndome privado de Mi Divinidad, sólo la humanidad aparecía delante de Mí.
Quítame, oh Padre esta amarguísimo Cáliz que Me presentas y que, al venir a este mundo, sin embargo, lo acepté por Tu amor. He llegado a un punto en que no Me reconozco ni a Mí mismo. Tú, oh Padre, Has hecho del pecado como una heredad Mía y esto hace insoportable Mi presencia delante de Ti, que Me amas. La ingratitud de los seres humanos Me es ya conocida pero, ¿cómo soportaré verme solo? ¡Dios Mío, ten piedad de la gran soledad en que Me encuentro! ¿Por qué hasta Tú quieres dejarme tan abandonado? ¿Qué ayuda encontraré entonces en tanta desolación? ¿Por qué también Tú Me golpeas así? Y sí Me privas de Ti, Yo siento que bajo a un abismo tal que no alcanzo a reconocer Tu mano en una situación tan trágica. La sangre que sale de todo Mi Cuerpo Te da testimonio de Mi aniquilamiento bajo Tu poderosa mano… Así lloré; así Me fui abajo. Pero luego proseguí: Es justo, Padre Santo, que Tú hagas de Mí todo lo que quieres. Mi vida no es Mía, Te pertenece toda. Quiero que no se haga Mi voluntad sino la Tuya. He aceptado una muerte de Cruz; acepto también la muerte aparente de Mi Divinidad.
Es justo. Todo esto debo darte y, antes de todo, debo ofrecerte el holocausto de la Divinidad que, sin embargo, Me une a Ti. Sí, Padre, confirmo, con la Sangre que ves, Mi donación; confirmo, con la Sangre, Mi aceptación: hágase Tu voluntad, no la Mía…
JESÚS BUSCA A SUS DISCÍPULOS, QUE ESTÁN DORMIDOS
Pese a todo, el enorme peso y el cansancio atroz, unidos al sudor de Sangre, Me habían golpeado de tal modo que, al ir a buscar a Mis Apóstoles, Me sentí tremendamente fatigado. ¡Pedro, Juan, Santiago! ¿Dónde están, que no los veo alertas? ¡Despierten, observen Mi rostro, vean cómo tiembla Mi cuerpo en esta turbación que experimento! ¿Por qué duermen? ¡Despierten y oren Conmigo, porque Yo He sudado Sangre por ustedes! Pedro, discípulo elegido, ¿no te importa Mi Pasión?… Santiago, a ti te He dado tanta preferencia: ¡Mírame y acuérdate de Mí! Y tú, Juan, ¿por qué te dejas sumir en el sueño con los otros? Tú puedes aguantar más que ellos… ¡No duermas, vela y ora Conmigo! He aquí lo que obtuve: buscando un consuelo, hallé un amargo desconsuelo. Ni siquiera ellos están Conmigo. ¿Dónde más iré?… Es verdad, Mi Padre Me da sólo lo que Yo supe pedirle, a fin de que el Juicio de toda la humanidad cayese sobre Mí. Padre Mío, ¡ayúdame! Tú lo puedes todo, ¡ayúdame! Volví a orar como un hombre al que se le han hundido todas las esperanzas y que busca de lo alto comprensión y consuelo. Pero, ¿qué podía hacer Mi Padre si Yo había elegido libremente pagar por todo? Mi elección no había cambiado. Sin embargo, la resistencia natural había llegado a un grado tan excesivo, que Mi humanidad estaba abrumada. De nuevo, Me desplomé con el rostro en tierra por la vergüenza de todos sus pecados; de nuevo pedí a Mí Padre que alejase de Mí aquel Cáliz. Pero El Me respondió que si Yo no lo bebía, sería como si no hubiese venido al mundo y que Me consolase porque muchas criaturas participarían de Mis agonías en el huerto. Respondí: Padre, no se haga Mi voluntad sino la Tuya. Este Angel Me ha asegurado de Tu amor y la breve alegría que Me Has enviado, ha hecho buena obra hasta en Mi resistencia natural. Dame Mis criaturas, las que He redimido. Tómalas Tú mismo porque por Ti Yo lo acepto.
Quiero verte contento, Te ofrezco todos Mis sufrimientos y Mi inmutable voluntad que, de veras, no está en desacuerdo con la Tuya, porque siempre Hemos sido una sola cosa… Padre, Estoy destrozado, pero así Nuestro amor será conocido. ¡Hágase Tu Voluntad, no la Mía! Volví a despertar a los Discípulos, pero los rayos de la Divina Justicia habían dejado en Mí surcos indelebles… Se llenaron de espanto al verme desquiciado y quien más sufrió fue Juan. Yo, mudo… ellos, aturdidos… Sólo Pedro tuvo el valor de hablar. ¡Pobre Pedro, si hubiera sabido que una parte de Mi agitación había sido desencadenada por él!…
Había llevado a Mis tres amigos para que Me ayudasen, compartiendo Mi angustia; para que hiciesen oración conmigo; para descansar en ellos, en su amor… ¿Cómo describir lo experimentado cuando los vi dormidos? Aún hoy, cuánto sufre Mi Corazón; y queriendo hallar alivio en Mis almas, Voy a ellas y las encuentro dormidas. Más de una vez, cuando quise despertarlas y sacarlas de sí mismas, de sus preocupaciones, Me contestan —si no con palabras, con obras: “ahora no puedo, estoy demasiado cansada, tengo mucho que hacer, ésto me perjudica la salud, necesito un poco de tiempo, quiero algo de paz.” Insisto y digo suavemente a esa alma: No temas; si dejas por Mí ese descanso, Yo te recompensaré. Ven a orar Conmigo, ¡tan sólo una hora! ¡Mira, que en este momento es cuando te necesito! ¿Si te detienes, ¿ya se te hará tarde? ¡Cuántas veces oigo la misma respuesta! Pobre alma, no has podido velar una hora Conmigo.
Dentro de poco vendré y no Me oirás, porque estás dormida… Querré darte la Gracia pero, como duermes, no podrás recibirla y, ¿quién te asegura que tendrás después fuerza para despertar?… Es fácil que, privada de alimento, se debilite tu alma y no puedas salir de ese letargo. A muchas almas las ha sorprendido la muerte en medio de un profundo sueño y, ¿dónde y cómo han despertado?
Almas queridas, deseo enseñarles también cuan inútil y vano es querer buscar alivio en las criaturas. ¡Cuántas veces están dormidas y, en vez de encontrar el alivio que voy a buscar en ellas, salgo con amargura porque no corresponden a Nuestros deseos ni a Nuestro amor. Cuando oré a Mi Padre y pedí ayuda, Mi alma triste y desamparada padecía angustias de muerte. Me sentí agobiado con el peso de las más negras ingratitudes.
La Sangre que brotaba de todos los poros de Mi Cuerpo y que dentro de poco saltaría de todas Mis heridas, sería inútil para el gran número de almas que se perderían. ¡Muchísimas Me ofenderían y muchas no Me conocerían! Después derramaría Mi Sangre por todos y Mis méritos serían aplicados a cada uno de ellos ¡Sangre Divina! ¡Méritos infinitos!… Y sin embargo, inútiles para tantas y tantas almas… Pero entonces ya iba al encuentro de otras cosas y Mi voluntad estaba inclinada al cumplimiento de Mi Pasión. Hombres: si Yo sufrí, no ha sido ciertamente sin fruto y tampoco sin motivo. El fruto que He obtenido ha sido la Gloria y el Amor. Toca ahora a ustedes, con Mi ayuda, demostrarme que aprecian Mi obra. ¡No Me canso jamás! ¡Vengan a Mí! Vengan a Quien vibra de amor por ustedes y que sólo sabe darles el verdadero amor, que reina en el cielo y que los transforma ya en la tierra. Almas que prueban Mi sed: beban en Mi Cáliz amargo y glorioso, porque les digo que algunas gotas de este Cáliz quiere el Padre reservar justamente para ustedes.
Piensen que estas pocas gotas Me fueron sustraídas y luego, si creen, díganme que no las quieren. Yo no He puesto límites y tampoco ustedes. Yo fui abatido sin piedad; ustedes deben, por amor, dejar que Yo abata su amor propio. Yo Soy Quien obra en ustedes, así como Mi Padre obró en Mí, en Getsemaní. Yo Soy El que hago sufrir para que un día tengan que alegrarse. Sean por un tiempo dóciles; sean dóciles a imitación Mía, porque ésto los ayuda mucho y Me complace mucho. No pierdan nada, antes bien, adquieran el amor. ¿Cómo podría en efecto permitir que Mis amados sufran pérdidas reales, mientras pretenden demostrarme amor? Yo los aguardo. Estoy siempre a la espera; no Me cansaré. Vengan a Mí; vengan así como son. Eso no tiene importancia, con tal que vengan.
Entonces verán que enjoyaré su frente con aquellas gotas de Sangre que derramé en Getsemaní, porque esas gotas son suyas, si las quieren. Ven, Alma, ven a Jesús que te llama. Yo dije: Padre Mío; no dije: Dios Mío; y es que Quiero enseñarles que, cuando su corazón sufre más, deben decir: Padre mío, y pedirle alivio. Expónganle sus sufrimientos, sus temores y, con gemidos, recuérdenle que son Sus hijos. ¡Díganle que su alma no puede más! Pidan con confianza de hijos y esperen, que su Padre los aliviará y les dará la fuerza necesaria para pasar esta tribulación suya y de las almas que les están confiadas. Este es el Cáliz que acepté y apuré hasta la última gota. Todo por enseñarles, hijos queridos, a no volver a creer que los sufrimientos son inútiles. Si no ven el resultado que siempre lograrán, sometan su juicio y dejen que la Voluntad Divina se cumpla en ustedes. Yo no retrocedí. Al contrario, sabiendo que era en el Huerto donde habrían de prenderme, permanecí allí, no quise huir de Mis enemigos… Hija Mía, deja que Mi Sangre riegue y fortalezca esta noche la raíz de tu pequeñez.