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Las apariciones ocupan un espacio considerable en la biblia, desde Abrahán hasta Moisés y los profetas: teofanías, apariciones de ángeles y manifestaciones de un más allá sobrenatural.


En el NT las apariciones son relativamente raras: ángeles de los evangelios de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2), de la tentación en el desierto y de la agonía de Cristo.

En los Hechos de los apóstoles son muy numerosas: lenguas de fuego en pentecostés, luego visiones de Esteban (7,56), visión de Saulo (9,5), de Ananías (9,10), de Cornelio (10,3-6), de Pedro en Jafa (10,11-12) o en la prisión (12,7-11), etc.

Las apariciones continuaron en la iglesia hasta nuestros días, con modalidades muy diversas. Por lo que se refiere a la Virgen, se citan muchas de sus manifestaciones en la antigüedad: aparición a Gregorio taumaturgo (t 270); a Teófilo (narración que hará fortuna en la edad media); a María egipciaca; milagros de san Juan Damasceno (s. viii), a quien la Virgen habría devuelto la mano que le había cortado el emir de Damasco, etc.

En el mundo latino las apariciones se les atribuyen a diversos santos y místicos, especialmente a los fundadores de órdenes religiosas. Pero estas historias nos llegan a menudo de forma indirecta y poco clara. Resulta difícil distinguir lo que entra en el terreno de una experiencia excepcional o en el de su ulterior simbolización.

En la época moderna, la aparición de la Virgen de Guadalupe, en México, reviste una gran importancia como lugar de fundación de la iglesia latinoamericana. El hecho de que la Virgen escogiera a un vidente y una localidad indios, de que trasladara de esta forma lo sagrado a los autóctonos colonizados, de que uno de ellos fuera el enviado de la Virgen para transmitir sus órdenes al obispo, todo esto provocó una ósmosis, una superación del conflicto entre opresores y oprimidos, el nacimiento de un pueblo nuevo, de una nueva cultura en el nuevo continente.

La historicidad ha sido muy discutida, por falta de documentos durante los primeros decenios. Pero actualmente está en curso en América un esfuerzo histórico importante para conciliar en este punto la fe y la historia, mientras que los cristianos y los no cristianos intentan valorar la gran importancia del fenómeno.

Otra serie importante es la que se localiza en Europa a lo largo del s. XIX:

a) Las tres apariciones de la Rue du Bac a Catalina Labouré, de veintitrés años, natural de Borgoña, durante su noviciado entre las Hijas de la Caridad de París. Las dos últimas apariciones dan origen a la medalla milagrosa, la más difundida de las medallas de todos los tiempos: muchos millones por todo el mundo. Lo mismo que en Guadalupe, María es la mujer vestida de sol de la que nos habla Ap 12; sus manos irradian la gracia y la luz de Cristo, sol de justicia. Como la vidente se negó a dar testimonio, las apariciones no fueron nunca reconocidas oficialmente, pero fueron tácita y favorablemente aceptadas por las autoridades de la iglesia. Gregorio XVI y Pío IX usaron la medalla milagrosa.

b) La Salette: una sola aparición, el 19 de septiembre de 1846, a los dos pastores Maximino Giraud, de once años, y Melania Calvat, de catorce, de la Virgen, que lloraba e invitaba a la conversión. Fue reconocida oficialmente por el obispo mons. De Bruilard el 19 de septiembre de 1851 con estas palabras: «Afirmamos que la aparición de la santísima Virgen (…) tiene de suyo todos los signos de la verdad, y que los fieles tienen buenas razones para creer en ella sin dudas ni incertidumbres».

c) Lourdes: dieciocho apariciones a Bernadette Soubirous, desde el 11 de febrero hasta el 16 de julio de 1858. Estas apariciones fueron reconocidas por el obispo el 18 de enero de 1862 y puestas de relieve en la canonización de Bernadette, que interiorizó profunda, heroica y dolorosamente aquel mensaje evangélico el resto de su vida.

d) Pontmain: el 17 de enero de 1871 tiene lugar la única y silenciosa aparición de nuestra Señora en la Francia invadida por los prusianos. Una inscripción, que apareció en el cielo y descifrada letra por letra, invita a la esperanza: «Ánimo, hijos míos; rezad. Mi Hijo se deja conmover. Dentro de poco Dios os escuchará»

e) Fátima: después de algunas apariciones de un ángel (1916), reveladas en un segundo tiempo, hubo seis apariciones de la Virgen, el 13 de cada mes desde mayo hasta octubre, excepto el 13 de agosto. La última aparición se caracterizó por el milagro del sol, que impresionó a una multitud de 70.000 personas. La obra monumental de J. Alonso, fallecido en 1980, está todavía inédita.

f) Beauraing (Bélgica): del 29 de noviembre de 1932 al 3 de enero de 1933, cinco niños vieron treinta y tres veces a la Virgen sobre una nube blanca, por la tarde, cerca de la gruta de Lourdes.

g) Banneux: nueve apariciones, desde el 15 de enero hasta el 2 de marzo de 1933, a Mariette Beco, una niña pobre. La aparición se revela como la Virgen de los pobres. Mons. Kerkhofs, obispo de Lieja, reconoce estas apariciones el 22 de agosto de 1949 con estas palabras: «Creemos en conciencia que podemos y debemos reconocer sin reservas (…) la realidad de las ocho apariciones de la santísima Virgen a Mariette Beco».

Hay otras apariciones que no han sido reconocidas, sino que los obispos de esos lugares se contentaron con autorizar el culto popular establecido en el lugar de las apariciones. Tal fue el caso de Saint Bauzille de la Sylve (1873, donde la Comisión estaba dividida), de Pellevoisin (1876) y más recientemente de la isla Bouchard, en donde se permitió el culto, sofocado durante varios años, debido a la obediencia y a la devoción sin sombras de los videntes y de los peregrinos.
Por lo que se refiere a estos últimos cincuenta años, B. Billet ha hecho una lista de doscientas apariciones no reconocidas y a menudo juzgadas de forma desfavorable.

El discernimiento de estos fenómenos es tanto más difícil en cuanto muchas veces implican una ambigüedad y unos excesos deplorables.

En Lourdes hubo cincuenta visionarios que sucedieron a Bernadette cuando ella dejó de ver a la Virgen (11 abril-11 julio 1858). Y esto hubiera podido parecer un argumento irrefutable para reprimirlo todo; pero entonces se habría perdido mucho.

Podemos preguntarnos por qué la iglesia, tan tolerante en lo que se refiere a las curaciones (en donde no hubo nunca sanciones), se muestra tan severa en cuestión de apariciones; a qué se deben estas tensiones, que a menudo perjudican a la vida eclesial; cómo podrían manifestarse un discernimiento y una pastoral que se hagan cargo, sin complacencias ni confusiones deplorables, de esos fenómenos que desde la época de la biblia han ocupado siempre un lugar en la vida del pueblo de Dios.

Interrogantes fundamentales que forman parte de la función y del estatuto de las apariciones. Estos interrogantes nos harán llegar a unas cuantas reglas de discernimiento.

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