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buon pastore

No es casual que entre las imágenes más representadas en las catacumbas romanas  encontremos la figura del Buen Pastor. ¿Por qué esta continua presencia?  Recordemos que es justamente en este ámbito  donde se encuentra el primer arte cristiano conocido[1]. Estos cementerios cristianos, la mayoría de ellos enterrados durante siglos y recuperados paulatinamente desde el siglo XVI en adelante, han conservado para nosotros un testimonio fiel de la fe cristiana en los primeros siglos de nuestra fe. Siento a la vez el gusto y diría la obligación de compartir este tesoro, nuevo para mí pero ciertamente presente desde siempre en la bimilenaria historia de la Iglesia. Siendo un tema un poco largo, lo desarrollaré en dos artículos.

En este primer artículo explicaré de forma sintética algunos elementos fundamentales que están presentes en la tradición de la Iglesia en relación con la figura del Buen Pastor a la luz de la Sagrada Escritura. Sólo con estos elementos podremos entender por qué esta figura tuvo tanta suerte entre las imágenes representadas por los cristianos de los primeros siglos.

Empecemos por una sencilla aproximación a las Sagradas Escrituras a la luz de los Padres de la Iglesia. El uso de imágenes tomadas de la vida cotidiana ha sido desde siempre un medio común para expresar la propia fe. Ya desde el Antiguo Testamento las imágenes pastoriles son un recurso usual. Recordemos que Abraham mismo fue un pastor. El pueblo de Israel, en su experiencia de fe, se percibe a sí mismo como un rebaño guiado por el Señor. «Él es nuestro Dios y nosotros el pueblo de su pasto, el rebaño de su mano» , afirma el salmista (95,7). Israel, además, sabe que sus propios líderes deben tener la misma actitud del Divino Pastor: «Él reprende, adoctrina y enseña, y hace volver, como un pastor, a su rebaño» ( Eclo 18,13).  Este fue el caso de Moisés y especialmente el de David: «Yo te he tomado del pastizal, de detrás del rebaño, para que seas caudillo de mi pueblo Israel» (2Sam 7,8).

La figura del Pastor es, además, una imagen profética. Dios mismo, por medio de los profetas, anuncia que Israel tendrá jefes malos que serán como un pastor «que no hará caso de la oveja perdida, ni buscará la extraviada, ni curará a la herida» (Zac 11,16) . Sin embargo, los profetas no solo denuncian los pecados del pueblo y de sus líderes. Jeremías, anuncia que vendrá  Dios  mismo y reunirá a su rebaño, al pueblo de Israel, y hará surgir un hijo de David, que será rey justo y prudente, un auténtico Buen Pastor (Cf Jer 23,3-5).

No pretendo aquí profundizar en las innumerables citas del Antiguo Testamento que usan esta figura, sino sólo recordar cuán  elocuente era para Israel la imagen del pastor y del rebaño así como la relación entre cada oveja y su pastor. Es a la luz de la historia del pueblo de Israel, de la autorevelación de Dios y de sus promesas, que podremos entender con mayor hondura el sentido de la figura del pastor presente en el Nuevo Testamento.

Dios mismo es el Divino Pastor de su pueblo y ha prometido que enviará a un descendiente de David, modelo de gobernante y de pastor, y que será el Buen Pastor, el Mesías esperado. Por eso Jesús es presentado como el Pastor que viene hacia «las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10,6).  En efecto, cuando Jesús dice «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10, 14), no sólo está usando una metáfora entre otras posibles para expresar las cualidades de una guía segura, de un líder confiable, que ama a sus discípulos al punto de dar su propia vida por ellos (Cf Jn 10,11)  y al cual vale la pena seguir. Es eso pero es más que eso. Está diciendo  “yo soy el Mesías esperado”, el Supremo Pastor que anunciaron los profetas.

Dicho esto, aún no hemos expuesto otros interesantes aspectos de la rica imagen del Buen Pastor. Recordemos que estamos describiendo una imagen presente y recurrente en las catacumbas, es decir, en cementerios cristianos de los primeros siglos. ¿Por qué se repite tanto? ¿Por qué en cementerios? Resulta que la imagen del Buen Pastor es una imagen sumamente ligada a la fe cristiana en la resurrección y en la vida eterna, elementos centrales de nuestra fe. Para ahondar en este aspecto tomaremos aquí una parábola fundamental del Nuevo Testamento que puede iluminar la comprensión de las palabras ya citadas de Jesús en el Evangelio de Juan.

La parábola de la oveja perdida la encontramos en dos citas paralelas: Mt 18, 12ss y Lc 15, 3ss. Al comparar ambas citas saltan a la vista dos diferencias interesantes: mientras que Lucas ubica la escena en el desierto, Mateo lo hace en un monte (un lugar alto). Y sólo Lucas afirma que el pastor, al encontrar la oveja perdida, la pone sobre sus hombros.  La «memoria creyente» ha fundido espontáneamente ambas narraciones, por lo cual encontramos a menudo representaciones y escritos que hacen referencia a la narración de Mateo (en un monte), pero con la imagen del Buen Pastor que carga la oveja. En los comentarios de los Padres de la Iglesia, en general la imagen de Mateo ha eclipsado a la de Lucas, probablemente por el valor simbólico atribuido a la montaña.  Ésta representa el mundo superior, de donde ha bajado el Hijo del hombre para vivir entre los hombres. Así, autores como San Ireneo o San Ambrosio, describen a Adán y la situación del hombre después del pecado original como la oveja perdida que Cristo viene a rescatar. Oveja que, como dice San Jerónimo, andaba errante en los lugares inferiores [2]. Vemos que el descenso del pastor representa en algunos Padres la encarnación del Hijo de Dios para la salvación de los hombres.

El “descenso” y el “ascenso”  son metáforas familiares al Evangelio de Juan que recuerdan la encarnación y la resurrección [3]. Orígenes explica la encarnación como un “extraordinario descenso”, a causa de un exceso de amor por los hombres, para reconducir a las ovejas pérdidas de la casa de Israel, que bajaron del monte [4]. Baja el buen pastor en el valle, nuestro valle de lágrimas, busca la oveja perdida, la encuentra y la pone sobre sus hombros [5]. Gregorio de Nisa dice que al cargar la oveja, el pastor se ha convertido en una con ella; la oveja cargada sobre la espalda del pastor, es decir la divinidad del Señor, se convierte en una sola con él porque la ha cargado sobre sí mismo.[6]

Este descenso del Buen Pastor es entendido por los Padres de la Iglesia no sólo como imagen de su encarnación, sino que el descenso se prolonga en su propia muerte, con la cual llega hasta lo más hondo del drama del pecado para rescatar a la oveja perdida.  En este sentido la Carta a los hebreos afirma que Dios «suscitó (levantó, hizo subir) de entre los muertos a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de la ovejas» (Hb 13, 20).

Si bien la parábola de la oveja perdida no habla explícitamente del retorno del pastor al rebaño dejado en el monte, esta subida-regreso a lo alto viene afirmada por muchos autores eclesiásticos, para los cuales el Pastor que lleva a la oveja sobre la espalda representa ciertamente a Cristo que asciende al Padre luego de haber cumplido el misterio de la reconciliación del ser humano. San Ambrosio, por ejemplo, comentando las parábolas de la misericordia presentes en el Evangelio de Lucas comenta en un hermoso pasaje: «Alegrémonos pues, porque la oveja que se había perdido en Adán es elevada en Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la cruz; aquí he clavado mis pecados, aquí, en el abrazo de este patíbulo he descansado»[7].

«Todos errábamos como ovejas; por esto, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Y, del mismo modo que el pastor, cuando ve a sus ovejas dispersas, toma a una de ellas y la conduce donde quiere, arrastrando así a las demás en pos de ella, así también la Palabra de Dios, viendo al género humano descarriado, tomó la naturaleza de esclavo, uniéndose a ella, y, de esta manera, hizo que volviesen a él todos los hombres y condujo a los pastos divinos a los que andaban por lugares peligrosos, expuestos a la rapacidad de los lobos.  Por esto, nuestro Salvador asumió la naturaleza humana; por esto, Cristo, el Señor, aceptó la pasión salvadora, se entregó a la muerte y fue sepultado; para sacarnos de aquella antigua tiranía y darnos la promesa de la incorrupción, a nosotros, que estábamos sujetos a la corrupción. En efecto, al restaurar, por su resurrección, el templo destruido de su cuerpo, manifestó a los muertos y a los que esperaban su resurrección la veracidad y firmeza de sus promesas»[8].

Como vemos, en esta Parábola la tradición de la Iglesia, desde los primeros siglos, encontró una hermosa figura que “explica” el entero misterio Pascual de la encarnación, muerte y resurrección del Señor, por la que venció al pecado y reconcilió al hombre con Dios, abriéndole de nuevo las puertas del cielo, de la comunión eterna con Él.

He aquí el sentido de encontrarnos tantas veces esta querida imagen del Buen Pastor en los cementerios cristianos. Qué lugar más adapto para expresar, a través de una simple representación, riquísima de elementos, la fe del cristiano en la resurrección y en el comunión eterna con Dios amor, quien es más fuerte que la muerte.

Quisiera resaltar un último elemento. El Buen Pastor lo encontramos representado no sólo en las catacumbas, lugar donde se recuerda la muerte de los seres queridos y se expresa con una particular fuerza la esperanza del creyente de que la vida no acaba en este mundo. Imágenes pastoriles se encuentran también en diversos baptisterios paleocristianos , lugar donde “empieza” la vida en Cristo [9]. En efecto, «la «inmersión» en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como «nueva criatura» (2 Co 5,17; Ga 6,15)» [10]. Es claro el paralelo entre este sentido de la acción bautismal y la imagen del Buen Pastor que baja a buscar la oveja perdida, la toma sobre sus hombros y sube nuevamente a lo alto del monte. Por el bautismo, participamos de los frutos de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, y nacemos así a una vida nueva.

Como hemos podido ver, esta imagen del Buen Pastor ofrece una síntesis de la presencia del Señor, quien acompaña toda la vida del creyente en este mundo, desde el comienzo hasta su fin, como camino hacia el encuentro definitivo con Dios, como reza confiadamente san Agustín en sus Confesiones: «erré como oveja perdida, mas espero ser transportado a ti en los hombros de mi pastor»[11].

Referencias

[1] Los expertos suelen atribuir las partes más antiguas de las catacumbas de San Calixto a la segunda mitad del siglo II
[2] Cf Contra Juan de Jerusalén, 34.
[3] Cf Jn 6,38; 6,51;13,3; 11,55; 20,17.
[4] Cf Contra Celso 4,17.
[5] Cf homilía sobre los números, 19,4.5.
[6] Cf Contra Apollinar 16.
[7] Sobre el Evangelio de Lucas 7, 208-209. «Gaudeamus igitur quoniam ovis illa, quae perierat in Adam, levatur in Christo»
[8] Teodoreto de Ciro, Tratado sobre la encarnación, 28.
[9] Baste citar el ejemplo de la representación del Buen Pastor en el baptisterio de la domus ecclesiae  en Dura Europos (actual Siria). Este baptisterio es el más antiguo que se conoce (de la mitad del siglo III).
[10] Catecismo de la Iglesia Católica, 1214.
[11] Confesiones 12,15,21.

Fuentes: Centro de Estudios Católicos 

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