El cristianismo está por encima de las culturas.
Uno de los temas que ha pasado relativamente desapercibido de la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium de Francisco, es el relacionado con el anclaje que tiene el cristianismo con una cultura en general, lo cual de hecho lo aleja de reivindicar la asociación entre occidente y el cristianismo, coincidiendo así con el laicismo occidental en este punto.
El papa Francisco ha insistido mucho en cuanto al encuentro entre el cristianismo y las culturas, en los parágrafos 115-118 de la «Evangelii gaudium», sobre la tesis que «el cristianismo no tiene un único modelo cultural», sino que desde sus orígenes «se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia».
En otras palabras:
«La gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe».
Con este corolario:
«Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural».
Al sostener esto, el papa Bergoglio parece ir al encuentro de quien sostiene que el anuncio del Evangelio tiene su pureza originaria respecto a cualquier contaminación cultural. Una pureza que se le debería restituir, liberándolo precisamente de sus revestimientos «occidentales» de ayer y de hoy, para permitirle siempre «inculturarse» en nuevas síntesis con otras culturas.
Pero planteado en estos términos, este vínculo entre el cristianismo y las culturas olvida ese nexo inescindible entre la fe y la razón, entre la revelación bíblica y la cultura griega, entre Jerusalén y Atenas, nexo al que Juan Pablo II le ha dedicado la encíclica «Fides et ratio» y sobre el que Benedicto XVI ha focalizado su memorable discurso en Ratisbona del 12 de setiembre de 2006.
Para el papa Ratzinger, el vínculo entre la fe bíblica y el filosofar griego es «una necesidad intrínseca» que se manifiesta no sólo en el fulgurante prólogo del Evangelio según san Juan – «En el principio era el Logos» -, sino ya en el Antiguo Testamento, en el misterioso «Yo soy» de Dios en la zarza ardiente: «una contraposición al mito que tiene una estrecha analogía con el intento de Sócrates de batir y superar al mito mismo».
Este encuentro «entre el espíritu griego y el espíritu cristiano» – sostenía Benedicto XVI – «se ha realizado de un modo que tuvo un significado decisivo para el nacimiento y difusión del cristianismo».
Y es una síntesis – argumentaba también el papa Benedicto – que se defiende de todos los ataques que en el transcurso de los siglos, hasta nuestros días, han intentado romperla, en nombre de la «des-helenización del cristianismo».
En nuestros días – hacía notar Ratzinger en Ratisbona – este ataque se produce «en consideración del encuentro con la multiplicidad de las culturas»:
«Se suele decir hoy que la síntesis con el helenismo en la Iglesia antigua fue una primera inculturación, que no debería ser vinculante para las demás culturas. Éstas deberían tener derecho a volver atrás, hasta el momento previo a dicha inculturación, para descubrir el mensaje puro del Nuevo Testamento e inculturarlo de nuevo en sus ambientes respectivos. Esta tesis no es simplemente falsa, sino también rudimentaria e imprecisa. […] Ciertamente, en el proceso de formación de la Iglesia antigua hay elementos que no deben integrarse en todas las culturas. Sin embargo, las opciones fundamentales que atañen precisamente a la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman parte de la fe misma, y son un desarrollo acorde con su propia naturaleza».
Sobre este tema capital, la «Evangelii gaudium» no necesariamente contradice el magisterio de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, pero seguramente se distancia de él.
También aquí, con una evidente simpatía por una pluralidad de formas de Iglesia, modeladas sobre las respectivas culturas locales.
Fuentes: Sandro Magister, Signos de estos Tiempos