El desafío de permanecer en oración continua.
Hay tres razones centrales por las que no debiéramos dejar de orar constantemente:
– porque la oración nos da paz en un mundo amenazante;
– porque nos permite obtener las gracias de Dios;
– y porque nos posibilita agradecer nuestra vida a quien nos ha creado y permite que sigamos viviendo.
Para permanecer en un estado de oración, no es necesario estar siempre recitando oraciones activamente.
Basta transformar cada acto nuestro en una oración.
¿Cómo? Ya lo veremos abajo.
En la práctica, ¿que se requiere de alguien que desea orar siempre?
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Que cada acción se levante hasta el trono de Dios como un acto de homenaje.
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Una elevación de todo nuestro ser a su majestad suprema.
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Un reconocimiento – que, aunque no siempre explícito, sea sin embargo real – de Su soberanía.
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El acto filial de la criatura que ofrece todo a su Creador y su Padre.
Orar permanentemente con nuestra vida es dar a cada una de nuestras intenciones el máximo de la perfección sobrenatural que sea humanamente posible.
Y esto se facilita mucho si tratamos de realizar las acciones diarias con la máxima profesionalidad de la que seamos humanamente capaces.
En otras palabras, purificar los motivos subyacentes de todas las acciones, y hacer lo mejor en todas las circunstancias.
UNA INTENCIÓN PURA
Nosotros no pensamos lo suficiente en la bondad de Dios.
Cuando reflexionamos sobre la mezquindad de nuestras acciones habituales y el resultado que producen, quedamos alarmados.
¿Cómo pasamos las veinticuatro horas del día?
En acciones extraordinariamente trilladas. Ocho horas o más en la cama, una o dos en la alimentación.
¿Y qué pasa con el resto del tiempo?
Incluso en el caso de las personas cuyo trabajo es de un carácter más exaltado – el artista, el escritor, el poeta – ¿cuál es el valor de sus obras a los ojos de Dios, y cuanto de su tiempo se gasta en tareas que no son artísticas y en el trabajo creativo?
¿Cómo es posible acumular mérito eterno con nimiedades tales como el barrido de una habitación, o la cocina, o la explicación de un libro escolar a un hijo?
Si una intención sobrenatural se introduce en las acciones, grandes o pequeñas, de la vida cotidiana, es como si se añadiera levadura.
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Para de inmediato comenzar a tener vida y elevarse hacia el cielo.
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Una fermentación oculta está trabajando en ellas.
Ellas han cambiado desde un detalle insignificante en elocuentes ofrendas de alabanza a Dios todopoderoso.
Lo que era un átomo sin vida es ahora un poema viviente.
De ahí en adelante nada es vulgar o vil.
El verso del poeta, la salsa para el almuerzo, la limpieza de la casa, la teorización especulativa en la Universidad de la Sorbona, o trabajar vendiendo hot dogs en un puesto en una esquina.
Todo esto pueden ser supernaturalizado.
¿Y CÓMO SE LLEVA A CABO ESTE MILAGRO? POR LA INTENCIÓN
De hecho seríamos desafortunados si Dios fuera a juzgar nuestros actos por sus propios méritos.
Sólo a unos pocos privilegiados se les permite hacer grandes cosas.
Seremos juzgados por el motivo de nuestras acciones.
Y lo que es un pensamiento consolador es saber que una existencia sin importancia, inspirada por altos motivos, es incomparablemente mayor que lo que el mundo llama una vida noble, pero que sólo está pavimentada con pequeños motivos.
La totalidad del hombre está en la voluntad que hay detrás de los pensamientos y afectos, y no en la escoba, el cepillo, o la pluma.
Feliz es la vida más allá del velo, donde el verdadero valor será la sencillez.
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Allí se manifestará a todos los hombres que esos personajes que realizaron hazañas sorprendentes en el mundo no son otra cosa que pompas de jabón.
No es suficiente admirar la belleza de una buena intención; debemos darnos cuenta de las dificultades en el camino.
EL MAYOR NÚMERO DE NUESTROS MOTIVOS ESTÁN «MEZCLADOS»
El caso del malhechor, que trata de hacer el mal, puede ser puesto a un lado.
Aquí estamos hablando del buen cristiano, del alma ferviente.
No hay duda de que él está en la búsqueda de Dios, pero no sólo de Dios.
Es Dios con la adición de un capricho, una cierta satisfacción de amor propio, o el deseo de bienestar o la vanidad.
El autor de Imitación de Cristo (Tomas Kempis) recomienda que tengamos un «ojo simple que tiene como objetivo nada más que a Dios».
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Es decir, un objetivo exclusivamente sobrenatural, que la multiplicidad de motivos humanos no pueda alterar o perturbar.
San Ignacio propone el mismo ideal a sus hijos: «Que en todas las cosas, se pueda buscar a Dios, y sólo a Dios»
Tenemos aquí un consejo dado por todos los maestros de la vida espiritual, y que debemos recordarnos a nosotros mismos continuamente.
El Hombre está hecho de espíritu y materia, y esta doble característica se hace visible en todo lo que toca.
Debemos mantener una vigilancia sobre este hábito y con frecuencia examinar los motivos de nuestras acciones y la pureza de intención.
Una persona puede preocuparse permanente de lo que otros están pensando de él, lo que le van a decir, o tal vez de lo que debiera decir.
¡Pero si tan sólo pudiéramos darnos cuenta de lo poco, que como regla general, los demás piensan en nosotros, y aún más, cuan carentes de interés son sus opiniones, y cuan poco se merecen influir en nosotros!
El mayor número de seres humanos está guiado por las sombras. Echemos una luz fuerte sobre ellos.
¿PARA QUIÉN Y CON QUÉ OBJETO ESTOY HACIENDO ESTO?
¿Para ganar una sonrisa de aprobación de Graciela o juan, para la aprobación de la señora Fulano de Tal, que a menudo no les importará?
¡Acabemos de una vez!
En ciertos casos, es prudente, antes de una acción, hacer un esfuerzo decidido para deshacerse de esta complejidad, si es que existe.
De modo que poco a poco tengamos éxito en su supresión con toda naturalidad.
Pero es mejor aún, entrar en el hábito de actuar de partir de la más alta motivación.
Hay un trabajo que tenemos que hacer.
Puede ser hecho porque es mi deber y la voluntad de Dios; y esto es un motivo perfecto.
O se puede hacer porque es un medio para asegurar mi posición y me permite ofrecer sustento adecuado para mi familia, lo que también es un excelente motivo, pero de un orden natural y muy inferior al anterior, que era totalmente sobrenatural.
O, en tercer lugar, se puede hacer porque hace para que la gente piense bien de mí y me de la oportunidad de brillar al ojo público, y esto es un motivo mucho menos honorable.
Es evidente que, si se trata de un caso de una manifiestamente mala intención que se traga la antigua buena intención con el fin de destruirla por completo (debemos señalar estas dos condiciones), el resultado será una mala acción, y la gravedad de esto debe ser comprobado de acuerdo con las leyes morales ordinarios que afectan el pecado.
Pero más a menudo, la antigua intención sigue estando.
Doy limosna por compasión y caridad; pero la segunda intención que se desliza es que otros puedan verme, por ejemplo.
Pero esto no la destruye totalmente, aunque se altera un poco por la adición de un elemento puramente humano a un acto que de primera era del todo sobrenatural.
La acción sigue siendo buena, pero el mérito está algo disminuido por la intrusión de un motivo menos noble.
El método más sencillo de hacer frente a este intruso molesto es en las palabras de San Bernardo:
«No empiece esto para usted, y no tenga ninguna intención de terminarlo para usted.»
HAZ TU MEJOR ESFUERZO EN TODO
Nos gustaría que nuestra vida pudiera ser diferente.
Nos gustaría que estuviera llena de otros eventos y tener una carrera variada, que nuestros deberes caseros fueran menos monótonos y de un carácter más sorprendente.
No es ningún secreto que nadie está contento con su suerte. A todo el mundo le gustaría cambiar de lugar con su vecino.
Ahora, Dios no nos pide hacer algo diferente, sino hacer lo que se tiene que hacer de manera diferente.
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No cambiar nuestras acciones diarias, sino la manera en que las llevamos a cabo.
Cada uno de nosotros, si examina cuidadosamente su conciencia, descubrirá que en muchas ocasiones hay perturbación o incluso desaliento.
Los santos no se comportan de esta manera.
Lo que tenía que ser hecho lo hicieron, y aquí está la más elemental, así como la más profunda marca de santidad.
Algunos de ellos logrado grandes cosas, pero no se convierten en santos por esa razón.
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Se les permitió hacer grandes obras sólo como una recompensa por la fidelidad en las cosas pequeñas.
Hay muchos entre los bienaventurados, como San Juan Berchmans, que son honrados, precisamente porque, en una corta vida, se dieron cuenta de la perfección en sus acciones ordinarias.
A uno que se le pidió su opinión del Padre Chevrier, el evangelista de Marsella, respondió: «No sé nada de él, excepto que siempre mantiene su puerta cerrada.»
La respuesta fue hecha medio en broma, pero era expresiva, lo que implicaba completo autocontrol y fidelidad en las cosas pequeñas.
Viviendo una vida de oración ininterrumpida que embellezca la monotonía gris de nuestros deberes diarios ¿quién es el que no podría llegar a ser santo de esta manera?
El gran secreto de una vida ferviente es tomar como nuestro ideal la máxima:
«Actuar en todas las ocasiones como nuestro Señor hubiera actuado si hubiera estado en nuestro lugar».
Y es de señalar que esta no es una situación imaginaria, más o menos ficticia, sino una realidad.
Cada uno de nosotros en un estado de gracia es un miembro vivo de Cristo, y por lo tanto los actos que realizamos a partir de un motivo sobrenatural, que es Cristo, nos lleva a él.
¿Cómo Cristo puede cumplir este humilde detalle de mi vida? Tengo que hacerlo de la misma manera.
Si adoptamos este consejo como la guía práctica para nuestra vida, no tendremos que buscar en otro lado el camino a la santidad; no existe un método más rápido o eficaz.
Por todo esto que logramos con las acciones diarias lo debemos agradecer.
CÓMO AGRADECER
Si somos cristianos deberíamos estar agradecidos por lo que Dios hizo, hace y hará por nosotros.
¿Y por qué no transformar ese agradecimiento en oración?
Cuando oramos a Dios con agradecimiento puro, lo estamos reconociendo como Creador y, en ese sentido, lo estamos adorando.
¿Cómo puedo practicar la gratitud con la oración de cada día?
Comienza con lo pequeño, recuerda que Dios está en todas las cosas.
Un lugar sencillo para empezar es, «Dios, estoy agradecido por mi trabajo y mi familia.»
Antes de continuar, quédate con ese sentimiento de agradecimiento por unos momentos.
Considera cada miembro individual de la familia; piensa profundamente cómo cada momento de tu día es un regalo de Dios.
Eventualmente puedes pasar a algo más personal, reconociendo los dones que Dios te ha dado en un sentido no-material.
¿Alguna vez ha dado las gracias a Dios por tus dones?
«Dios, gracias por el don de…».
Por ejemplo hacer amigos, ser bueno en determinada cosa, poder trabajar duro, etc.
Cada pequeña cosa hace que estés feliz por el regalo de Dios.
Naturalmente él sabe esto mejor que tú. Él sabe partes de ti que ni siquiera conoces.
Pero quiere que se lo reconozcas.
Sólo tienes que orar diciendo «Gracias».
Y también Gracias, Dios, por estar en todas las cosas, por la creación de este mundo, y por la colocación de mí en él, aquí y ahora.
Es sorprendente la rapidez como nuestras bendiciones, grandes y pequeñas, se suman.
Y notarás cosas que nunca antes habías notado, o que jamás te llamaron la atención.
Esto se debe a que cuando comiences a practicar la gratitud por más cosas en tu vida, inevitablemente, no puedes dejar de llenarte de admiración por todo lo que Dios ha creado.
Más que eso, se obtiene un sentido de conciencia de la presencia de Dios en todo lo que está a tu alrededor, y cómo todo está conectado.
Algunos días, lo mejor que podemos hacer es salir de la cama y pensar, «Gracias, Dios, por dejarme ver otro día».
Es un paso pequeño, pero importante reconocer a Dios su presencia en tu vida, y pedir un poco más cercanía a Él.
Nuestro agradecimiento es suficiente para Dios, y abre las puertas a una vida interior rica.
EN DEFINITIVA SE TRATA DEL AMOR
Se trata de amar. Orar, para nosotros es amar.
Hemos sido creados, con exquisito amor, por el Amor y para el Amor.
Dios, en Su infinita magnificencia, no nos necesita para ser absolutamente feliz.
Su felicidad y Su gozo eterno son inmutables.
No nos necesita, pero quiere necesitarnos: eligió hacerlo y nos dio la vida.
Y llegado el momento, en la plenitud de los tiempos, no vaciló en tomar la naturaleza humana, «anonadándose a sí mismo» como dice San Pablo en su carta a los Filipenses.
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados…”nos dice San Juan. (1 Juan 4:10)
Nos amó primero, y a partir de ese momento Su Paternidad nos aguarda con amor interminable.
El segundo mandamiento es amar al prójimo como a uno mismo.
Pero, podríamos preguntar: ¿Jesús lo cumplió?
La respuesta es no.
Jesús no nos amó como a Si mismo.
¡Él, que era, es y será Dios, nos amó más que a Si mismo!
Su amor era tan infinito que nos amó hasta entregarse a los verdugos que lo condujeron a la peor de las muertes: la muerte en la Cruz.
Ese es el Dios que nos llama a Sí.
Que no nos necesita pero por amor nos anhela.
Ese es el Dios al que olvidamos, al que dejamos de lado en nuestra vida creyéndonos autosuficientes.
Hemos dejado enfriar nuestro corazón.
Lo alejamos del incendio de Amor que nuestro Dios nos regala.
Preferimos la pobreza del espíritu por seguir las luces fatuas del mundo.
El frío, el desamor, la pobreza del mundo, que se nos presenta envuelta en brillos falsos que nos deslumbran, pero nos dejan vacíos.
Triste y estúpidamente, hemos cambiado oro verdadero por vidrios de colores.
“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti”, nos dice San Agustín.
Y entonces, volvemos a lo del principio.
Se trata de amar.
El amante quiere saber todo del objeto de su amor.
Lo posee una fiebre que se quema en sí misma y no se calma sino con la presencia del amado.
Los poetas lo han expresado bien.
Pero no alcanza para el febril deseo del amante la sola presencia del ser amado.
Es necesaria, imprescindible la aceptación voluntaria del amor ofrecido.
Solo así se calma esa sed. “Tengo sed”, gritó Jesús agonizante en la Cruz.
Porque así nos ama Dios.
Y así espera de nosotros esa entrega voluntaria, confiada, generosa.
Los Santos han sentido esa llamada y la han respondido generosamente. Y han recibido ciento por uno.
Porque ellos recibieron, aceptaron y gustaron el amor de Dios.
Se sabían presos, como nosotros, en la cárcel de esta vida peregrina y efímera.
Y comprendieron, desde su corazón, que el único contacto con el Amado es la oración.
La oración era, para ellos, y lo es para nosotros, la única carta de amor que podía servir de respuesta a la Palabra que nos dejó y a Sus interminables pruebas de amor.
Y hoy, elevados a los altares, nos recuerdan sus testimonios de vida y sus ejemplos admirables.
No demoremos, pues, en imitarlos y enviemos nuestras propias cartas de amor a quien las espera anhelante.
Nos sorprenderá la plenitud que recibiremos en respuesta.
Porque nos responderá el Amor Eterno.
María de los Ángeles Pizzorno de Uruguay, Escritora, Catequista, Ex Secretaria retirada
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