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La falta de humildad es la madre de todos los pecados.

Y debe combatirse sin tregua porque persistir en el orgullo y la soberbia nos pierde.

Mira aquí cómo nuestra vida de orgullo y soberbia se va construyendo paso a paso llevándonos a una vida esclavizante.

peasndo una pluma y una piedra

En este artículo vamos a tratar los 12 escalones para perfeccionar nuestra humildad.
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Que nos llevan por el camino de la santidad, según San Bernardo de Claraval.

Observando estas actitudes tu humildad se fortalecerá cada vez más.

San Juan de la Cruz, dice que un alma que espera superar las tentaciones del diablo será incapaz de hacerlo sin la oración.

Pero para entender sus engaños el alma necesita humildad porque el diablo es el enemigo jurado de la humildad.

Y señala que el cebo del diablo es el orgullo, sobre todo el orgullo que surge de la presunción espiritual.

 

1 – El temor de Dios

El temor del Señor es admirar siempre a Dios.

Esto significa estar siempre maravillados de Dios y de todo lo que Él ha creado, y de quien es Él.

No se trata de temor servil y rastrero.

Más bien del temor arraigado en el amor y profunda reverencia hacia Dios, que es lo que comienza a traernos de regreso de la montaña del orgullo.

Es una mirada a Dios que nos aleja de nosotros y nuestras tendencias egocéntricas, lo que comienza a quebrantar nuestro orgullo.

La Escritura dice: El temor al Señor es el principio de la Sabiduría (Proverbios 9:10).

Temer al Señor es volverse al Señor, en busca de respuestas, en busca de sentido, darse cuenta que en Dios están la Sabiduría y el Conocimiento.

Temer al Señor es tener hambre y sed de Su verdad y de Su Justicia.

Temer al Señor es mirar hacia afuera y hacia arriba de mí, hacia Dios.

Aquí comienza nuestro viaje hacia abajo en la montaña del orgullo, una simple y amorosa mirada a Dios, el Único que Puede librarnos de la esclavitud que el orgullo y el pecado crearon para nosotros.

 

2  – Abandono de nuestra propia voluntad

En el jardín, Jesús dijo a Su padre: ‘Padre, que no sea como Yo Quiero, sino como Quieres Tú’ (Lc 22:42).

Y esto es lo que significa el abandono a la voluntad de Dios. Es estar dispuesto a entregar mi voluntad a la Voluntad de Dios, de someter mis decisiones a las Suyas.

El orgullo exige que se haga lo que a éste le place. Pero en esta etapa de la humildad, estoy dispuesto a mirar hacia Dios.

Los santos dicen: «Si Dios Quiere, lo quiero. Si Dios no lo Quiere, no lo quiero».

La persona orgullosa dice en cambio: «¿Por qué no puedo tenerlo? ¡No es tan malo! ¡Todo el mundo lo está haciendo!»

Pero en nuestro esfuerzo por alejar de nosotros el orgullo, y habiendo llegado a un santo temor del Señor, ahora estamos más gozosamente dispuestos a escuchar a Dios, y a someternos a Su Santísima Voluntad para nosotros.

lavado de pies

 

3 – La obediencia

Después de haber obtenido una más humilde disposición de corazón, somos más capaces y ¡dispuestos a obedecer!

La obediencia viene de oír y la obediencia a la palabra de Dios, de la santa voluntad de Dios, y de estar dispuestos a renunciar a nuestra voluntad obstinada.

Ya estamos listos, por la gracia de Dios, para obedecer y poner en acción la Voluntad de Dios.

Y así, poco a poco, el descenso de la montaña del orgullo nos lleva hacia la libertad de los hijos de Dios.

 

4  – La paciencia

Al embarcarse en este viaje descendente de la montaña del orgullo y esforzarse por entender la Voluntad de Dios y obedecerlo, sin duda uno puede esperar obstáculos tanto interna como externamente.

Nuestra carne, es decir, nuestra naturaleza de pecado, no se limita simplemente a rendirse de todo corazón, sino que continúa luchando.

Nuestra carne se resiste a la oración, se resiste a ser sometida. Y así, internamente, sufrimos resistencia por parte de nuestra naturaleza pecaminosa.

Pero poco a poco vamos ganando una mayor auto-disciplina y autoridad sobre nuestras pasiones desordenadas.
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Esto es realmente una lucha que requiere de paciencia, un espíritu pertinaz, y voluntad.

Externamente también, a menudo encontramos resistencia conforme tratamos de bajar de la montaña del orgullo.

Quizás viejos amigos traten de atraernos de nuevo a los viejos vicios.

Tal vez también las estructuras de nuestro orgullo permanezcan de pie; estructuras como la obstinación, la autosuficiencia, puestos de poder, etc.

Que siguen alejándonos de nuestras intenciones de abandonar la montaña del orgullo y abrazar más humildemente nuestra sumisión a Dios.

Tal vez el mundo siga exigiendo que pensemos y actuemos según viejas estructuras que no son de Dios, y aún sigan atándonos en cierta medida.

Perseverar en la paciencia es a menudo necesario para alejar todas estas cosas.

Sí, a menudo toma años de paciencia y perseverancia, incluso décadas, para que el mundo, dominado por estructuras de pecado y rebelión, pierda control sobre nosotros.

hombre y la inmensidad

 

5 – Revelación del corazón

Quizás el más humilde viaje, cuando bajamos de la montaña del orgullo, es el viaje a nuestros corazones heridos.

La Escritura dice: más tortuoso que todo lo demás es el corazón del hombre; sin remedio; ¿quién lo entiende? Sólo Yo, el Señor, exploro la mente y pruebo al corazón’. (Jer 17:10)

Para hacer este viaje, hay necesidad de mucha humildad según vemos en nuestros impulsos pecaminosos, y en las muchas prioridades equivocadas.

A menudo debemos descubrir recuerdos desagradables, e incluso traumas del pasado, que hemos vivido o hemos infligido a otros.

Y en ese lugar de nuestro corazón se nos pide arrepentimiento y misericordia, o aceptar que debemos ser perdonados y que se nos muestre misericordia.

Se nos puede hacer ver que no siempre hemos estado en lo correcto, y que algunas veces hemos actuado injusta y pecaminosamente hacia otros, que algunas veces hemos sido insensibles.

Éste es un viaje muy humillante, pero necesario conforme continuamos bajando de la montaña del orgullo.

 

6 – Satisfacción con lo que se es

La satisfacción es una forma de aceptación y es un gran regalo que nos permite buscar y recibir. Podemos distinguir entre la satisfacción externa y la interna.

La aceptación externa se basa en la capacidad de vivir serenamente en el mundo tal como es, y de darse cuenta que Dios permite muchas cosas que no nos gustan por una razón.

La aceptación no significa la aprobación de todo. De hecho, hay muchas cosas en el mundo que no debemos aprobar.

Pero la aceptación es la voluntad de vivir y trabajar con humildad en un mundo que no es ni perfecto ni totalmente acorde con nuestras preferencias.

Hay algunas cosas que estamos llamados a cambiar, y otras a soportar.

E incluso en esas cosas que estamos llamados a cambiar, es posible que tengamos que aceptar que no podemos cambiarlas rápidamente o en absoluto en este momento.

Jesús contó una parábola sobre el trigo y la cizaña y advirtió que no actuáramos precipitadamente para quitar la cizaña, no fuera que perjudicáramos el trigo.

Es un hecho misterioso que Dios deja muchas cosas sin resolver y parte de nuestro recorrido hacia la humildad es discernir lo que estamos facultados para cambiar y lo que tenemos que llegar a aceptar tal como es, como algo que está más allá de nuestra capacidad.

La satisfacción interna es gratitud por lo que tenemos y estar libres de resentimiento por lo que no tenemos.

En el orgullo exigimos que nuestra agenda sea totalmente obedecida.
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En nuestro camino hacia la humildad llegamos a estar más conformes para aceptar con gratitud lo que Dios nos ofrece y decir:
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‘¡Señor, es suficiente, estoy muy agradecido!’

cena humilde

 

7 – La autoconciencia

En el orgullo, a menudo estamos llenos de engaños sobre nosotros mismos, y por lo general nos tenemos en un concepto más alto del que deberíamos.

A menudo no somos conscientes de lo difícil que puede ser vivir o trabajar con nosotros.

Pero a medida que bajamos la montaña del orgullo hacia el santo temor del Señor, sometiendo dócil y obedientemente nuestra voluntad a la Suya, siendo más honestos en los rincones más profundos de nuestro corazón, así, nuestros impulsos desordenados y agendas poco realistas nos predispone a abrazar la verdadera humildad.

La humildad es reverencia por la verdad sobre nosotros.
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Es una lúcida conciencia de uno mismo que aprecia nuestros dones, y recuerda que son regalos.
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Y es también conciencia de nuestras luchas y de nuestra continua necesidad de arrepentimiento y gracia de Dios.

Con autoconciencia lúcida, estoy siempre aprendiendo a conocerme más, como Dios me conoce (1 Cor 13:12).

Esto se debe a que, como venimos bajando la montaña del orgullo hacia la humildad más profunda, Dios Permite que nos veamos como realmente somos.

Nos volvemos cada vez más el hombre o la mujer que Dios

Quiere de nosotros, y nuestros engaños y demandas poco realistas del mundo comienzan a desaparecer.

La oscuridad de estas ilusiones es reemplazada por una lucidez de conciencia de uno mismo, donde podemos ver y entender nuestro ser de una manera menos egocéntrica.

Somos conscientes de lo que estamos haciendo, y pensando, y cómo nos relacionamos con Dios y los demás.

Pero lo hacemos de tal manera que deja ver la presencia y la gracia de Dios.

Llegamos a la autoconciencia en el contexto de vivir en contacto consciente con Dios durante todo el día.

 

8 – Sumisión a la regla común

La persona egocéntrica y soberbia se resiste a que se le diga qué hacer y es en gran medida insensible a las necesidades de los demás y el bien común.

El hombre orgulloso cree que es más sabio que los demás.

Pero a medida que nuestro viaje por la montaña del orgullo continúa, hacia una humildad más profunda, nos volvemos más conscientes del efecto que tenemos sobre los demás.

Y cómo tenemos que aprender a interactuar y cooperar con los demás para obtener metas más grandes que las que obtendríamos por nuestra cuenta.

La humildad nos enseña que el mundo simplemente no gira a nuestro alrededor y a lo que queremos.
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Y que a veces las necesidades de los demás son más importantes que las propias.

La humildad nos ayuda a aceptar que las leyes a menudo existen para proteger el bien común .

Y que, mientras que los derechos individuales también son importantes para proteger, la humildad me hace más dispuesto a olvidar mis necesidades personales para dar prioridad a las necesidades y la sabiduría de la comunidad en general.

prendiendole fuego a la palabra ego

 

9 – Silencio

El silencio es una admisión respetuosa de que otras personas tienen sabiduría y cosas importantes qué compartir.
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La persona orgullosa interrumpe con frecuencia y, pensando con rapidez, ya sabe que lo que la otra persona está diciendo, o que lo que él tiene que decir es más importante.

Pero a medida que crece la humildad, nos convertimos en mejores oyentes, apreciando que otros pueden ser capaces de ofrecernos conocimiento o sabiduría que en realidad nos faltan.

 

10 – Sobriedad emocional

Muchos de nuestros excesos emocionales tienen su origen en el orgullo y el egocentrismo.

Cuando somos orgullosos nos sentimos fácilmente ofendidos, y amenazados. El miedo engendra ira.

Y como vimos en el artículo anterior, las etapas iniciales del orgullo a menudo se basan en una curiosidad desmedida, ligereza mental y vértigo.

Todas estas cosas son causa para que nuestra vida emocional sea excesiva y desordenada.

Pero como estamos creciendo en humildad, somos menos egocéntricos, y, por lo tanto, menos temerosos y no nos sentimos ofendidos fácilmente.

Teniendo nuestra vida mental más enfocada en cosas menos frívolas, esto añade estabilidad a nuestra vida mental.

No nos dejamos llevar por chismes, intrigas, rumores ni nada de eso. Estamos menos expuestos a las maquinaciones.

Somos más reflexivos y menos inclinados a adelantar juicios que a menudo nos perturban.

La persona humilde confía más en Dios y, por lo tanto, no la perturban fácilmente todas estas maquinaciones mentales.

Así como nuestro pensar se vuelve más medido, y nuestras conclusiones más humildes y cuidadosas, nuestras emociones son menos volátiles y nos atenemos a la sobriedad y serenidad emocionales.

Esto es un regalo muy grande que tenemos que buscar y cultivar por la gracia de Dios.

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11 – Parquedad en el hablar

Como somos emocionalmente más estables, menos ansiosos y agitados, nuestro discurso y conducta reflejan nuestra serenidad.

Somos menos proclives a interrumpir, a hablar con ira o ser cortantes y rudos sin necesidad.

No necesitamos «ganar» todos los debates, pues estamos contentos quizás en permanecer en la conversación o en sembrar semillas y dejar la cosecha para más tarde o para los demás.

Nuestra serenidad tiende a bajar nuestro volumen y velocidad al hablar y somos más capaces y felices de hablar sobre la verdad en amor, con claridad, y también con caridad.

 

12 – Congruencia entre nuestro interior con nuestro exterior

Vimos sobre en el artículo sobre el orgullo el problema de la hipocresía. La palabra griega «hypocritas» se refiere a actuación.

Los hipócritas son actores que interpretan un papel que no es realmente ellos.

El orgulloso y el miedoso siempre están posando y alineándose con lo que lleva a la popularidad y a la ganancia.

Pero a medida que la humildad alcanza su meta, la integridad, la honestidad y la sinceridad acaban por florecer.

Esto se debe a que, por el don de la humildad, nos abrimos para ser formados totalmente por Dios.

Habiendo vuelto nuestra mirada a Dios, y hecho el viaje hacia nuestro corazón, descubrimos al hombre o la mujer que Dios ha querido que seamos, y comenzamos a vivir, a partir de esa experiencia, de una manera auténtica y sin pretensiones.

Dado que, por la humildad estamos más centrados en Dios, somos menos nerviosos y más auto -conscientes.

Por el don de la auto-conciencia lúcida descrito anteriormente, estamos cómodos en nuestra piel.

No necesitamos posar, dominar, comparar o competir. Más bien, nuestra vida espiritual interior y enfoque en Dios ahora conforman a todo nuestro ser.

La humildad ahora ha alcanzado su meta, porque la humildad es reverencia por la verdad sobre nosotros mismos.
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Somos pecadores amados por Dios.
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Y a medida que hacemos el viaje para descubrir nuestro verdadero yo ante Dios, nos volvemos más agradecidos y serenos que nunca, y vivimos la vida interior con Dios, que nos posibilita caminar humildemente con nuestro Dios (Miqueas 6: 8).

¡Demos gracias a Dios por estas listas interesantes de San Bernardo de Claraval!
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Quiera Dios que todos seamos capaces de hacer el viaje de la montaña del orgullo hacia una humildad más profunda.

Fuentes:

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