La difusión de esta advocación se debe al beato Bartolo Longo (1841-1926) quién, tras una juventud marcada por el anticlericalismo de la época, en octubre de 1872 tuvo una experiencia religiosa extraordinaria nada más llegar a Pompeya. Durante un paseo solitario por los alrededores, recordó las palabras de su confesor «Si quieres salvarte, propaga el Rosario. Es promesa de María». Trasportado interiormente respondió a María: «Si es verdad que tú has prometido a Santo Domingo que quién propaga el rosario se salva, yo me salvaré, porque no saldré de esta tierra de Pompeya sin haber propagado aquí tu Rosario». La respuesta llegó con el sonido de una campana lejana llamando al Ángelus. Profundamente emocionado, Bartolo se arrodilló, oró y lloró.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
UNO
¡Oh augusta Reina de las Victorias, oh Virgen soberana del Paraíso!, cuyo nombre poderoso alegra los cielos y hace temblar de terror a los abismos. ¡Oh gloriosa Reina del Santísimo Rosario!, nosotros, los venturosos hijos vuestros, postrados a vuestras plantas -en este día sumamente solemne de la fiesta de vuestros triunfos sobre la tierra de los ídolos y de los demonios-, derramamos entre lágrimas los afectos de nuestro corazón, y con la confianza de hijos os manifestamos nuestras necesidades.
Desde ese trono de clemencia donde os sentáis como Reina, volved, ¡oh María!, vuestros ojos misericordiosos a nosotros; a nuestras familias, a nuestra nación, a la Iglesia Católica, al mundo todo, y apiadaos de las penas y amarguras que nos afligen. Mirad, ¡oh Madre!, cuántos peligros para el alma y cuerpo nos rodean; cuántas calamidades y aflicciones nos agobian. Detened el brazo de la justicia de vuestro Hijo ofendido, y con vuestra bondad subyugad el corazón de los pecadores, pues ellos son nuestros hermanos e hijos vuestros, que al dulce Jesús costaron sangre divina y a vuestro sensibilísimo Corazón indecibles dolores. Mostraos hoy para con todos Reina verdadera de paz y de perdón.
Dios te salve, Reina y Madre…
DOS
En verdad, en verdad, Señora, nosotros, aunque hijos vuestros, con las culpas cometidas hemos vuelto a crucificar en nuestro pecho a Jesús y traspasar vuestro tiernísimo Corazón. Si, lo confesamos, somos merecedores de los más grandes castigos; pero tened presente, oh Madre, que en la cumbre del Calvario recibisteis las últimas gotas de aquella sangre divina y el postrer testamento del Redentor moribundo; y que aquel testamento de un Dios, sellado con su propia sangre, os constituía en Madre nuestra, Madre de los pecadores. Vos, pues, como Madre nuestra, sois nuestra Abogada y nuestra Esperanza. Y por eso nosotros, llenos de confianza, entre gemidos, levantamos hacia Vos nuestras manos suplicantes y clamamos a grandes voces: ¡Misericordia, oh María, misericordia!
Tened, pues, piedad, ¡oh Madre bondadosa!, de nosotros, de nuestras familias, de nuestros parientes; de nuestros amigos, de nuestros difuntos, y, sobre todo, de nuestros enemigos y de tantos que se llaman cristianos y, sin embargo, desgarran el amable Corazón de vuestro Hijo. Piedad también, Señora, piedad, imploramos para las naciones extraviadas, para nuestra querida patria y para el mundo entero, a fin de que se convierta y vuelva arrepentido a vuestro maternal regazo. ¡Misericordia para todos, oh Madre de las misericordias!
Dios te salve, Reina y Madre…
TRES
¿Qué os cuesta, oh María, escucharnos, qué os cuesta salvarnos? ¿Acaso vuestro Hijo divino no puso en vuestras manos los tesoros todos de sus gracias y misericordias? Vos estáis sentada a su lado con corona de Reina, rodeada de gloria inmortal sobre todos los coros de los Angeles. Vuestro dominio es inmenso en los cielos, y la tierra con todas las criaturas os está sometida. Vuestro poder, ¡oh María!, llega hasta los abismos, puesto que Vos, ciertamente, podéis librarnos de las asechanzas del enemigo infernal. Vos, pues, que sois todopoderosa por gracia, podéis salvarnos; y si Vos no queréis socorrernos por ser hijos ingratos e indignos de vuestra protección, decidnos, a lo menos, a quién debemos acudir para vernos libres de tantos males. ¡Ah!, no: vuestro Corazón de Madre no permitirá que se pierdan vuestros hijos. Ese divino Niño, que descansa sobre vuestras rodillas, y el místico Rosario que lleváis en la mano nos infunden la confianza de ser escuchados, y con tal confianza nos postramos a vuestros pies, nos arrojamos como hijos débiles en los brazos de la más tierna de las madres, y ahora mismo, sí, ahora mismo, esperamos recibir las gracias que pedimos.
Dios te salve, Reina y Madre…
PIDAMOS A MARIA SU SANTA BENDICIÓN
Otra gracia más os pedimos, ¡oh poderosa Reina!, que no podéis negarnos en este día de tanta solemnidad. Concedednos a todos, además de un amor constante hacia Vos, vuestra maternal bendición. No, no nos retiraremos de vuestras plantas hasta que nos hayáis bendecido. Bendecid, ¡oh María!, en este instante al Sumo Pontífice. A los antiguos laureles e Innumerables triunfos alcanzados con vuestro Rosario, y que os han merecido el título de Reina de las Victorias, agregad este otro: el triunfo de la Religión y la paz de la trabajada humanidad. Bendecid también a nuestro Prelado, a los Sacerdotes y a todos los que celan el honor de vuestro Santuario. Bendecid a los asociados al Rosario Perpetuo y a todos los que practican y promueven la devoción de vuestro Santo Rosario.
PARA CASOS DIFICILES Y DE ACCIÓN DE GRACIAS.
En el mes de Julio de 1879, el abogado Bartolomé Longo, consumido por la enfermedad, acordó acceder a los numerosos pedidos de componer una fórmula de plegaria para Nuestra Señora de Pompeya, dictando como su último trabajo y testamento, una Novena para alcanzar de la Virgen las gracias en los casos más desesperados; y cuando la enfermedad se lo permitía, casi sin fuerzas, se arrastraba hasta llegar a la capilla provisional, y ante la imagen taumaturga iba corrigiendo su trabajo, bañándolo en lágrimas que brotan de sus ojos.
El 15 de agosto, día en que en nombre del Papa, fue colocada sobre la sagrada cabeza de la Virgen la riquísima corona de oro y piedras preciosas, el ilustre abogado se encontraba peor que nunca, postrado en el lecho. Perdidas las esperanzas de curación, suplicó que, como último remedio, llevaran la milagrosa imagen a su cuarto. Los que le rodeaban decían con befa que si sanaba, entonces creerían en los milagros de la Virgen. El se dirigió a Santa Catalina de Siena, diciendo con confianza: ¡Querida Santa! yo he escrito de Vos en los Quince Sábados, que os quejáis desde el Cielo por los pocos que acuden a Vos para recibir gracias como si en el Cielo hubiera disminuido el poder que acá en la tierra os concedió el Señor. Y. ¿cómo mis lectores darán fe a mis palabras, si yo que las escribí no soy el primero en recibir la gracia? Y ¿cómo creerán en los milagros de la Virgen de Pompeya si ella deja morir, a aquél que los publica y promueve la edificación de su templo?
Hacia la media noche abrió los ojos, habiendo desaparecido la fiebre juntamente con el dolor agudo de la nuca y espalda, y los primeros rayos del naciente día hirieron agradablemente sus pupilas, que desde mucho tiempo no podían soportar la luz. Y el historiador de las maravillas de Pompeya, el instrumento de los designios de María, vivió y vive sosteniendo el enorme peso de las obras de Pompeya, y de la publicación de dos periódicos.
La Santísima Virgen se dignó aceptar el humilde trabajo que en honor suyo hiciera el Abogado, y apareciéndose a la hija del Comendador Agrelli, después de curarla de una grave enfermedad, la dijo: Cada vez que desees alguna gracia hazme tres novenas rezando los quince misterios del Rosario y otras tres novenas en acción de gracias.
Miles y miles de personas, no solamente en Europa, sino en América, Africa y hasta en la China e Indias, consiguieron después por este medio innumerables dones y milagros, como así consta en documentos dignos de fe y certificados médicos, que pueden leerse en el periódico Il Rosario e la Nuova Pompei.
Desde 1879 hasta 1893, es decir, en los primeros catorce años, se publicaron dos millones y medio de ejemplares, llegando en el día a 344 las ediciones hechas. La rapidez de esta difusión ¿no es una prueba evidente de su eficacia?
El año 1889 escribió también el mismo Abogado la novena en acción de gracias, la que cuatro años después, o sea en 1893, ya había llegado a cuarenta ediciones de 10.000 ejemplares cada una.
¡He aquí por lo menos 40.000 gracias concedidas en cuatro años por la Stma.
NOVENA PARA CASOS DIFÍCILES
¡Oh Santa Catalina de Siena, mi protectora y maestra! Tú que proteges a tus devotos cuando rezan el Rosario de María, asísteme en este instante, y dígnate rezar conmigo la Novena en honor de la Reina del Rosario, que ha colocado el trono de sus favores en el Valle de Pompeya, para que por tu intercesión obtenga yo la gracia que deseo. Así sea.
Luego se dice:
V. Dios, venid en mi ayuda.
R. Señor apresuraos a socorrerme.
V. Gloria al Padre y al hijo y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre y por todos los siglos de los siglos. Así sea.
I. ¡Oh Virgen Inmaculada y Reina del Santo Rosario! en estos tiempos en que, apagada la fe en las almas, domina la impiedad, has querido levantar tu trono de Reina y Madre sobre la antigua Pompeya, morada de muertos paganos y desde aquel lugar, donde eran adorados los ídolos y demonios, Tú hoy, cual Madre de la divina gracia, derramas por doquiera los tesoros de las celestiales misericordias; ¡ah! desde aquel trono donde reinas vuelve, también a mí, oh María, esos tus ojos benignos, y ten piedad de mi, que tanto necesito de tu socorro. Muéstrate también conmigo cual te mostraste con tantos otros, verdadera Madre de misericordia, «Monstra te esse Matrem», mientras de todo corazón Te saludo e invoco por mi Soberana y por Reina del Santísimo Rosario.
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
II. Mi alma rendida al pie de tu trono, oh grande y gloriosa Señora, te venera entre los gemidos y angustias que sobremanera la oprimen. En medio de las penas y agitaciones en que me hallo, levanto confiado los ojos hacia Ti, que te dignaste elegir para tu morada las campiñas de pobres y desamparados labriegos; y que frente a la ciudad y anfiteatro de deleites paganos, en donde reinan el silencio y las ruinas, cual Señora de las Victorias elevaste tu poderosa voz llamando de todas partes de Italia y del mundo católico a tus devotos hijos para que te levantasen un templo. ¡Oh! apiádate finalmente de está alma que yace aletargada bajo el polvo y las sombras de la muerte! Ten piedad de mi, ¡oh! Señora; ten piedad de mí que me hallo abrumado de miserias y humillaciones. Tú que eres exterminio de los demonios defiéndeme de los enemigos que me asedian. Tú que eres el Auxilio de los cristianos, sácame de las tribulaciones en que me hallo sumido. Tú que eres nuestra vida, triunfa de la muerte que amenaza mi alma en los peligros a que se halla expuesta. Devuélveme la paz, la tranquilidad, el amor, la salud. Así sea.
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
III. ¡Ay!… el oír que tantos han sido colmados de favores sólo porque a Ti acudieron con fe, me infunde nuevo aliento y valor para llamarte en mi socorro. Tú prometiste a Santo Domingo que el que deseara gracias las obtendría con tu Rosario; y yo con el Rosario en la mano, te llamo, oh Madre, al cumplimiento de tus maternales promesas. Aún más: Tú misma, oh Madre, has obrado continuos prodigios para excitar a tus hijos a que te levantaran un templo en Pompeya. Tú, pues, quieres enjugar nuestras lágrimas y aliviar nuestros afanes; y yo con el corazón en los labios, con fe viva te llamo e invoco: ¡Madre mía! ¡Madre querida! ¡Madre bella!… ¡Madre dulcísima, ayúdame! Madre y Reina del Santo Rosario, no tardes más en tender hacía mí tu poderosa mano y salvarme; porque la tardanza, como ves, me llevaría a la ruina.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia…
IV. ¿Y a quién he de acudir yo sino a Ti, que eres el alivio de los miserables, el refugio de los desamparados, el consuelo de los afligidos? ¡Ah, si; lo confieso: abrumada miserablemente mi alma bajo el enorme peso de las culpas, no merece más que el infierno y es indigna de recibir tus favores! Mas, ¿no eres Tú la esperanza de quién desespera, la poderosa Medianera entre Dios y el hombre, la Abogada ante el trono del Altísimo, el Refugio de los pecadores? ¡Ah, basta que digas una sola palabra en mi favor a tu divino Hijo, para que El te escuche! Pídele, pues, oh Madre, la gracia que tanto necesito… (se pide la gracia que se desea). Sólo Tú puedes obtenérmela. Tú que eres mi única esperanza, mi consuelo, mi alegría, mi vida. Así lo espero, así sea.
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
V. ¡Oh Virgen y Reina del Santo Rosario! Tú que eres la Hija del Padre celestial, la Madre del Hijo divino, la Esposa del Espíritu Santo; Tú que todo lo puedes ante la Trinidad Santísima, debes obtenerme esta gracia para mi tan necesaria, a no ser que sea de obstáculo para mi eterna salvación… (aquí se especifica la gracia que se desea). Te la pido por la Concepción Inmaculada, por tu divina Maternidad, por tus gozos, por tus dolores, por tus triunfos. Te la pido por el Corazón de tu amoroso Jesús, por aquellos nueve meses que lo llevaste en tu seno, por los trabajos y sinsabores de su vida, por su acerba Pasión y Muerte de Cruz, por su santísimo Nombre y por su sangre preciosísima. Te la pido, finalmente, por tu dulcísimo Corazón, por tu glorioso Nombre, ¡oh María! que eres Estrella del mar, Señora poderosísima, Puerta del paraíso y Madre de todas las gracias. En Ti confío.., todo lo espero de Ti: Tú me has de salvar. Así sea.
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
V. Hazme digno de alabarte, oh Virgen Sagrada.
R. Dame fortaleza contra tus enemigos.
V. Ruega por nosotros, Reina del Santísimo Rosario.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
ORACIÓN. Oh Dios, cuyo Hijo Unigénito con su vida, muerte y resurrección nos adquirió el premio de la salvación eterna, concedenos, os suplicamos, que meditando estos misterios en el Santísimo Rosario de la bienaventurada Virgen María, imitemos las virtudes que contienen y alcancemos los bienes que prometen. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.
NOVENA DE ACCIÓN DE GRACIAS
El Beato Bartolo Longo con la Cruz del Santo Sepulcro
V. Oh Dios, venid en mi ayuda.
R. Señor, apresuraos a socorredme.
V. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
R. Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Así sea.
I. Heme aquí a tus plantas, ¡oh Madre Inmaculada de Jesús!, que gozas al ser llamada Reina del Rosario del Valle de Pompeya. Con regocijo de mi corazón, y con el ánimo henchido de la más viva gratitud, vuelvo a Ti, mi generosa Bienhechora, mi dulce Señora, Soberana de mi corazón, pues te has mostrado como verdadera Madre mía, Madre que inmensamente me ama. Yo te supliqué, con gemidos y lágrimas, y Tú me consolaste; yo me hallaba en duros aprietos, y Tú me devolviste la paz. Dolores y congojas mortales oprimían mi corazón, y Tú, oh Madre, desde tu trono de Pompeya con una piadosa mirada me tranquilizaste. ¡Ah! quién se dirigió a Ti con confianza y no fue escuchado ¡Oh, si todo el mundo conociera cuán buena y compasiva eres con quien sufre, todas las criaturas acudirían a Ti! Seas pues para siempre bendita, oh Virgen soberana de Pompeya; bendita para siempre de mí y de todos, de los hombres y de los ángeles, en la tierra y en el cielo. Así sea.
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
II. Doy gracias a Dios y a Ti, Madre mía, por los nuevos beneficios que por tu piedad y misericordia me han sido concedidos. ¿Qué hubiera sido de mi si Tú hubieras rechazado mis suspiros y lagrimas?. Por mí te tributen gracias los ángeles del Paraíso, y los coros de los apóstoles, de los mártires, de las vírgenes y de los confesores; por mí te den gracias también tantos pecadores por Ti salvados, que ahora gozan en el cielo de la visión de tu inmortal belleza. ¡Ojalá conmigo te amaran las criaturas todas, y el mundo entero se hiciera eco de mis agradecimientos! Por tantos favores recibidos, ¿qué podría yo devolverte, oh Reina, llena de piedad y magnificencia? La vida que me queda yo la consagro a Ti, para propagar por doquiera tu culto, oh Virgen del Rosario de Pompeya, por cuya merced el Señor me visitó con, su gracia. Promoveré la devoción de tu Rosario, narraré a todos la misericordia que me alcanzaste, predicaré siempre lo buena que fuiste conmigo para que los indignos y pecadores, como yo, acudan Ti con confianza.
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
III. ¿Con qué nombres te saludaré, candorosa paloma de paz? ¿Con qué título te invocaré, cuando los doctores te llamaron: «Señora de lo criado, Puerta de la vida, Templo de Dios, Alcázar de luz, Gloria de los cielos, Santa entre los santos, Paraíso del Altísimo?». Tú eres la tesorera de las gracias, la omnipotencia suplicante; diré más, la misericordia de Dios, que se derrama abundantemente sobre los desdichados. Pero sé también que es dulce a tu corazón el ser llamada Reina del Rosario del Valle de Pompeya; y llamándote así, siento la dulzura de tu místico nombre ¡oh Rosa del Paraíso, trasplantada al Valle de lágrimas para suavizar las penas de los tristes desterrados hijos de Eva!. Tú eres la rubicunda Rosa de caridad, más fragante que todos los aromas del Líbano, que en tu valle con perfume de celestial suavidad elevas los corazones de los pecadores a Dios. Tú la Rosa de eterna frescura que, regada por las aguas celestiales, echaste raíces en un terreno asolado por una lluvia de fuego. Tú la Rosa de inmaculada belleza que del sitio de desolación hiciste jardín ameno de las delicias del Señor. ¡Ensalzado sea Dios, que ha hecho tan admirable tu nombre! ¡Bendecid pueblos, el nombre de la Virgen da Pompeya, pues rebosa la tierra de su misericordia!
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
IV. Sumergido por la tempestad, desde el fondo del abismo levanté mis ojos a Ti ¡oh nueva estrella de esperanza, aparecida en nuestros días sobre el Valle de las ruinas! Desde la más intensa amargura, levanté mi voz a Ti, Reina del Rosario de Pompeya, y experimenté el poder de este título, de Ti tan querido. ¡Dios te salve, clamaré siempre, salve oh Madre de Piedad, mar inmenso de gracias, océano de bondad y compasión! Las nuevas glorias de tu Rosario, las recientes victorias de tu corona, ¿quién dignamente podrá cantarlas? Al mundo insensato que se arranca de los brazos de Jesús para entregarse en los de Luzbel, Tú le proporcionaste la salvación en aquel mismo Valle, donde Satanás devoraba a las almas. Tú hollaste triunfadora las ruinas de los templos paganos, y sobre sus escombros asentaste la grada de tu excelso trono. Tú, trocaste las playas de muerte en Valle de resurrección y de vida, y sobre la tierra que dominaba tu enemigo, edificaste la ciudadela de refugio, a donde se acogen los pueblos para hallar su amparo y salud. Allí tus hijos, dispersos por el mundo te levantaron un trono, como monumento de tus portentos y trofeo de tus misericordias. Desde aquel Trono me llamaste a mí también para admitirme entre los hijos de tu predilección; sobre mí, pobrecillo, se detuvo la mirada de tu clemencia. ¡Benditas sean por eternidad de eternidades tus obras oh Señora; y benditos para siempre todos los prodigios que obraste en el Valle del exterminio y de la desolación!
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
V. Todas las lenguas ensalcen tus glorias, ¡oh Señora!, y el tenue crepúsculo vespertino transmita a la clara aurora los dulces acordes de nuestras bendiciones. Todas las gentes Te llamen venturosa, y venturosa repitan las riberas del mar y la inmensidad de los cielos. Tres veces bienaventurada te llamaré con los Ángeles, Arcángeles y Principados; tres veces bienaventurada con las Potestades angelicales, con las Virtudes de los ciclos, con las Dominaciones soberanas. Dichosísima te pregonaré con los tronos, los Querubines y los Serafines. ¡Oh Soberana y Salvadora mía! No dejes de fijar tu mirada compasiva sobre mi familia, mi Patria y toda la Iglesia. Particularmente te suplico no me niegues la mayor de las gracias, esto es, la de que mi fragilidad no me aparte nunca jamás de Ti. Haz en fin, que todos los que cooperamos a la grandeza de tu Santuario de Pompeya, seamos del número de los escogidos.
¡Oh Santo Rosario de mi Madre, te estrecho contra mi pecho y con reverencia te beso! (aquí besa cada uno su rosario), Tú eres vía para llegar a todas las virtudes; tesoro de méritos para el paraíso; prenda de predestinación; inquebrantable cadena que sujeta al enemigo; manantial de paz para los que te honran en vida augurio de la victoria para los que te besan en la hora de la muerte! En aquella hora postrera yo te espero, oh Madre mía; tu presencia será la señal de mi salvación, y tu Rosario me franqueará las puertas del cielo. Así sea.
Dios Te salve, Reina, Madre de misericordia…
V. Ruega por nosotros, Reina del Santísimo Rosario.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
ORACIÓN. ¡Oh Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo! que nos habéis enseñado a acudir a Vos con confianza y llamaros Padre Nuestro que estás en los cielos; ¡ah! bondadoso Señor, de quien es propio el usar siempre de misericordia y perdonar, por la intercesión de la Virgen Inmaculada, oíd propicio a los que nos gloriamos del título de hijos del Rosario; mirad con agrado nuestro humilde tributo de acción de gracias por los dones recibidos; y el trono que levantasteis en el Santuario de Pompeya, volvedlo cada día más glorioso e imperecedero; por los merecimientos de de Nuestro Señor Jesucristo Así sea.