Coloquios de la Beata Alexandrina Da Costa

Las conversaciones que llenan las páginas de los “Sentimientos del alma”  ocurrían principalmente  los viernes, pero también los había con regularidad en los primeros sábados de mes. Teniendo en cuenta el día en que se verificaban, se decía “conversaciones o coloquios de los viernes” y “coloquios de los primeros sábados de mes”, dichas conversaciones tenían características propias.

En la segunda mitad de 1953, existieron los “coloquios cantados”. En esos éxtasis públicos, la Beata Alexandrina, de improviso cantaba en los diálogos entre Jesús y ella.

En 1954 y en 1955, existieron unas “conversaciones de fe”, llamadas así por ser entonces puesta a prueba la fe de la Beata, que era atormentada por las dudas más angustiantes.

Los coloquios que se transcriben en este documento fueron seleccionados al azar, teniendo el cuidado de que la selección ejemplificase cada uno de los grupos mencionados.

Los textos fueron dactilografiados por el Padre Ettore Calovi SDB.

Se optó por dar un título a cada uno de los coloquios, retirando las frases dirigidas por Jesús o Nuestra Señora a Alexandrina.

Para entender mucho de lo que exponemos, se debe tener en cuenta sobre todo la importancia que es preciso atribuir al alma víctima, por eso la Beata repetidamente declara: “Soy vuestra víctima”. Nótese como el Padre Pinho tituló la primera obra que le dedicó como “la Víctima de la Eucaristía”, estando también la idea de víctima en el título de su segundo libro, “En el Calvario de Balasar”.

 

COLOQUIOS DE LOS VIERNES

8 DE DICIEMBRE DE 1944, VIERNES (VIERNES DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN)

Hija mía, vengo junto con mi divino Hijo, a hacerte entrega de la humanidad y encerrarla en tu corazón.

Aún lejos de rayar el día –día trascendental para mí- comencé a rezar mis oraciones y a prepararme para la visita de Jesús. No podía rezar, estaba llena de pavor, sobrecargada de vergüenza, de dolor y de humillaciones. Mi honra era llevada de casa en casa, de calle a calle, sufría en lo más íntimo de mi alma, lloraba para dentro, para dentro suspiraba. Me abrumaba el peso de mis humillaciones.

¡Dios mío, que dolor tan íntimo y tan profundo! Era como un dolor infinito. Yo no era capaz de ver hasta cuándo podría parar.

¿Jesús, como podría soportar tan grande martirio? Si Tú me faltaras, no resisto, muero inmediatamente.

Con este dolor no puedo tener un momento de alegría, ni puedo recordar el día que es, el día de la Madrecita, día tan predilecto, día de la Inmaculada Concepción.

Jesús, pobre de mí, ¡no puedo estar así!

Vino Jesús, me olvidé de todo con el calor de su amor divino, me acarició y me dice:

— Hija mía, tu dolor es dolor de salvación. Ese mar inmenso de sangre que continuamente derramas en tu corazón es donde son  inmersos los pecadores. Es en la sangre de tu dolor que ellos son purificados, es la sangre de la nueva redención.

Tú eres la segunda arca de Noé, en ti guardo a los pecadores, en ti, como en esa arca, guardo todo para la vida del mundo nuevo.

Tu dolor, tu inmolación es dolor y humillación de tu vida, más para las almas que para los cuerpos. Valor, hijita, nada temas.

La lluvia que cae sobre la nueva arca no es de condenación, es de salvación: es lluvia de humillaciones, desprecios y sacrificios. El arca no está en peligro, navega en las alturas. Una vez que bajen las aguas de la persecución, verá el mundo la riqueza que contiene que es de salvación.

Hijita, amada querida, Yo no estoy solo, está conmigo mi Madre bendita, escucha lo que ella te dice.

Jesús a la izquierda, la Madrecita a la derecha, me tomó en su regazo, me apretó fuertemente en su sacratísimo Corazón, me cubrió de caricias y me dijo:

— Hija mía, vengo con mi divino Hijo a hacerte entrega de la humanidad y a encerrarla en tu corazón, quedan las llaves con tu Jesús y tu querida Madrecita.

Te di mi santísimo manto y mi corona de reina: fuiste coronada por mí, eres reina de los pecadores, eres reina del mundo, escogida por Jesús y por María.

Hoy, día de mi Inmaculada Concepción, te hacemos entrega de tu reinado. Empieza el tuyo desde hoy, guíalo, gobiérnalo y guárdalo. Guárdalo en la tierra, así como lo guardarás y gobernarás después en los cielos.

Escogí este día que es guardado en mi honra, para que en unión conmigo sea festejado el día en que te entregué el reinado de la humanidad.

Conmigo serás alabada por el mundo cuando se tenga conocimiento de esto.

Sentí como si me abrieran el pecho y dentro del corazón. Fue abierto por Jesús y por la Madrecita. Después depositaron algo y cerraron el pecho, lo cerraron con llave, primero la Madrecita y después Jesús. Soplaron blandamente y dulcemente lo calentaron. Después quedé entre Jesús y la Madrecita, como en medio de una prensa, de tanto que me estrechaban entre sus Corazones divinos, me parecía que no podía resistir a tanto amor, e iba a morir en aquellas dos llamas divinas.  Una vez la Madrecita y otra vez Jesús, unieron sus labios a los míos, soplaron y me dieron su vida divina. Y la Madrecita continuó: 

— Hijita amada, querida de mi Jesús, recibe la vida de quien vives, recibe la vida del Cielo, recíbela y dala a las almas.

Y continuó Jesús:

— Mi palomita bella, blanco lirio, azucena pura, estrella cintilante que cintilarás noche y día para ser la luz y la guía de los pecadores.  Para ser luz y guía de cuantos me quieran seguir y amar con el amor más puro y fuerte: valor, hijita, no temas a la guerra del mundo, te espera el Cielo para abrazarte, te espera el Cielo para guardar en él el mayor tesoro que tengo en la tierra. Eres de Jesús, eres de la Madrecita, te espera toda la corte celestial.

¡Oh, Concepción pura, Madre de Jesús,

Guarda mi cuerpo clavado en la cruz?

Clavado en la cruz, a la cruz abrazado,

Guárdalo, Madrecita,

Oh, Concepción pura, Madre de mi Esposo amado!

Recibí nuevas caricias de Jesús y de la Madrecita, les hice la entrega de mí misma y de todos los que me son queridos y por fin del mundo entero, incluyendo también a los que me hacen sufrir.

Madrecita, te hago entrega de la humanidad, guárdala, que es tuya, sálvala, sólo tú puedes.

Me avergüenza que me hayas entregado el mundo, ¿Qué puede esta miseria sin tu protección?

Jesús, Madrecita, me entrego a ustedes como el soldado que quiere combatir y defender vuestro reinado. Quiero luchar, quiero obedecer: manden, yo con vuestra gracia todo cumpliré, seré fuerte. Con la gracia y fuerza de lo Alto será salvado el mundo.

Me costó mucho desprenderme de Jesús y de la Madrecita. Unida a ellos, vencía al mundo, nada temía, ahora todo temo, nada puedo.

¡Ay, qué nostalgia tengo del Cielo! ¿Cuándo iré para allá?

 

18 DE MAYO DE 1945, VIERNES

Todo será conocido, mi doctora de las ciencias divinas, todo será conocido en el libro de tu vida.

Bendeciré al Señor.

Recibí de Jesús en este bendito mes de la querida Madrecita, además de un cariñito que vino a abrirme la sepultura y me dio más espinas que vinieron a clavarse en la llaga de mi corazón siempre sangrante, y así no lo deja nunca cicatrizar, de vez en cuando es avivado fuertemente.

Bendeciré siempre a Jesús y a la Madrecita, pero confieso: si no fueran las gracias del Cielo, habría desesperado y me habría muerto.

¡Qué grande el amor de Jesús! ¿Cuánto te debo, mi amor! ¡Contigo vencí y venceré siempre! No puedo tener palabras de quejumbre, más merezco por mi miseria, estoy como la palomita con el pico abierto, a batir las alas listas a perderse, sin tener donde llegar. Tengo sed de luz, de consuelo.

Ya que en la tierra se me obstruyen todos los caminos, déjame, Jesús, déjame, Madrecita, déjenme entrar en vuestros corazones amantísimos, aunque nada sienta, déjenme al menos la certeza de que vivo en ellos.

Desde allí, estoy libre de odios y persecuciones, desde allí estoy cierta de que te amo y no te ofendo. Si mi cuerpo pudiera esconderse en las tinieblas para no ser nunca más ni visto ni recordado, así como en las tinieblas fue escondida mi alma, así moriría, no hablarían de mí, como son los deseos de mi Prelado. Es con todo el amor que acepto y obedezco sus órdenes. No nace dentro de mí la más pequeña sombra de odio contra él y contra sus compañeros. Por el contrario decía:

Jesús mío, compadécete de ellos, no comprenden, no conocen los sufrimientos de mi alma.

Jesús mío, si pudiese postrarme delante de ti y con las manos levantadas supiera agradecerte los cariñitos que me das.

Con el corazón sangrante de dolor, no pude rezar con los labios el «Magnificat», pero lo hice con el pensamiento.

Jesús, dame fuerzas para sufrir y no me condenes, porque la sentencia de los hombres nada vale a no ser para mi mayor martirio.

Fueron los hombres los que me prepararon el sufrimiento de hoy, pero con esto me parezco más a Jesús para acompañarlo en el camino del Calvario.

Y allá voy, presa con unas cuerdas, pero con amor abrazada a la cruz. Soy víctima de las opiniones de los hombres, soy víctima de las lágrimas de los míos. ¡Si pudiera sufrir sola!

Bendeciré al Señor, no quiero perder un momento. Mi mirada continúa sin ser mía. Se quedan llenos de ternura los dos corazones y más se dejan compenetrar de estas miradas tan llenas de dulzura y amor. Las miradas no van para todos sin igual, los corazones con su correspondencia son los que hacen merecer todo cuanto encierran estas miradas.

¡Tendría tanto que decir sobre esto! Son tantos a los que quisiera atraer y abrazar.

Pero, ¿qué es esto, mi Jesús? Es siempre la misma cruz. En este conjunto de sufrimientos, mi calvario junto con el de Jesús, mi corazón oprimido con el peso abrumador del dolor, se abrasaba, no resistía.

Jesús, ¿podré vencer? ¿resistiré tanto? Sólo lo podré hacer contigo, váleme. Tengo miedo.

Sentía tanto mi abandono y el de Jesús, mi cuerpo sangraba, daba sus últimas gotas de sangre.

Y Él vino.

Te amo tanto, hija mía. Se hice como yo y tu calvario es el mío. Ten valor. Las espinas que te hieren fueron mías. Las varas que te azotan fueron las mías y la cruz también fue mía.

Fue el amor la causa de las espinas, de los azotes, de la cruz, del Calvario, de la muerte. Me prendió el amor a la cruz, los sacrificios, hasta el fin de los siglos y tú, mi palomita bella, fuiste también presa a mi imagen, te prendió el amor a mi Divino Corazón, te prendió el amor a las almas. ¡Déjate herir, amada mía, cada espina que te hiere sale de mi sagrada cabeza y de mi Divino Corazón. ¡Tengo tantas!

Jesús me presentó su sagrada cabeza y su Corazón Divino. Un grande seto agudísimo lo hería, me enternecí tanto por Jesús y le dije:

— Acepto todo lo que sea dolor, quiero quitarte todas estas espinas y no dejar ninguna señal de las heridas. Empecé a quitarle espinas a Jesús, todas las que tenía a mi disposición y en pocos instantes desaparecieron todas y ni la sagrada cabeza ni el Corazón Divino quedaron llagados, ni una señal de sangre. Todo desapareció.

— Mira esposa querida, como tu nuevo sufrimiento cicatrizó todas las heridas que yo tenía. Valor. Anímate. Yo no te falto. Dudar de Mí es ofenderme.

Aunque te dijese que lo que te prometí ya iba a llegar, no te engañaba, no te engañaba aunque esto se llevase años, pues los años, en comparación con la eternidad, representar un suspiro. Pero no demoro, confía.

Hija mía, voy a dejarte un poco más liberada del demonio, para que puedas resistir es preciso operar milagros. Si supieses que con los combates del demonio, arrancaste tantas almas de los abismos y las condujiste hacia Mí.

Para resistir tu penoso calvario, vendré hasta ti muchas veces, pero la mayoría de ellas de forma silenciosa, son éxtasis de amor, en ellas recibirás siempre toda la abundancia de mis gracias, de mi ternura y amor.

¡Eres rica de Mí, eres rica de mis virtudes. Es por eso que tus miradas atraen, tienen cariño, tienen dulzura, tienen prisiones, tienen amor. Es por eso que tu sonrisa tiene dulzuras, tiene todo lo que es del Cielo. No vives, vivo Yo. Son medios de salvación y llamados a las almas.

¿No es por acaso verdad, hija mía, que Yo, en mi Calvario poseía dos vidas, humana y divina? Hasta en eso te pareces a Mí, en tu calvario tienes también la vida divina, es Cristo que está en ti, no temas.

Viene el Jardinero divino a su jardín a ver las maravillas que operó en él y es el fruto de tanto cansancio. Viene el Rey al palacio de su esposa, el Redentor divino a su redentora, a la nueva salvadora de la humanidad.

Mis maravillas en ti no quedan ocultas, no consiento en que estén escondidas, han de brillar. Son mi gloria, son la salvación de las almas. Todo será conocido, mi doctora de las ciencias divinas, todo será conocido en el libro de tu vida.

Tú eres la heroína del amor, la heroína del dolor, la heroína de la reparación, la heroína de los combates, la reina de los heroísmos.

Hijita, recibe consuelo, recibe mi amor divino, cuando vengo a ti en mis coloquios. Me uno a ti con este amor, vengo a dar vida y consuelo a tu corazón, a ayudarte en tus tinieblas. Eres mía siempre y Yo siempre habito en ti.

 

COLOQUIOS CANTADOS

16 DE OCTUBRE DE 1953, VIERNES

Os doy la paz, hijos míos. Os doy mi amor, todo el amor de mi divino Corazón

No me muevo, no doy un paso en mi eternidad. Ella fue y será siempre la misma, está siempre en su principio. ¡Cuánto dolor, cuantos misterios en esta eternidad! Si supiera hablar de ella…

Yo sé, yo siento que en ella está el poder y la grandeza de Dios. Toda la eternidad es de Dios, toda está basada en Dios. Como Él, no tiene principio ni tendrá fin. ¡Cómo es esto grande, Dios mío, como todo esto es grande!

Si mi ignorancia me dejase hablar, si mi ceguera me dejase ver, si mi inutilidad no me robase todo, yo podría hablar y guiar, ser útil al servicio del Señor.

Nada soy, nada poseo, nada valgo, veo en mí el pecado con toda su maldad, soy un mundo de vicios, soy un infierno de odio y rebelión contra el Señor.

Dios mío, no me faltes, ay de mí sin tu fuerza, en este estado de alma en que me encuentro. Sufro el dolor de vuestra pérdida, pero no resisto de mi rebelión y odio contra Ti. Váleme, mi Jesús, váleme, Madrecita. Sólo con la fuerza y el amor de vuestros corazones sostiene mi cruz.

Siento que estoy abandonada del Cielo y de la tierra. Las espinas me hieren, el peso de las humillaciones me aplasta, me hace desaparecer. Tengo que esconder tantas cosas, tanto dolor, sufriendo en silencio, sólo con los ojos puestos en Ti y me abandono en Ti.

No puede ser más sabio aquel que sabe comprender el dolor. No pude usar de mayor caridad aquel que se compadece. Señor, Señor, Padre mío, aun sin ningún sentimiento de esperanza, confío y espero en Ti. Soy vuestra víctima.

Vendí mi Huerto y mi Calvario. Estos fueron los sentimientos de ayer, cuando estaba postrada en el suelo del Huerto. Vendí los méritos y la Sangre de Cristo, vendí mi salvación y fui hacia la perdición.

Sudé sangre y regué la tierra. Más tarde rasgué mis vestidos y con este gesto, le rasgué el corazón a alguien que estaba dentro de mí.

Hoy, en el viaje hacia el Calvario, procedí igual, huyendo de Cristo y vendiendo cuanto era de Cristo. Su dolor era infinito, y de lejos, muy de lejos, lo arrastré por tierra y le partí el corazón.

Llegué al final de la montaña, o mejor, hasta allá llegó mi maldad para crucificarlo. Continué con mi traición y crueldad. No hizo otra cosa sino golpearlo y ofenderlo. Hasta que Él expiró, dio la vida por mí. En todo ese tiempo el amor de su divino Corazón abundó en toda la humanidad.

Quedé también como muerta, como si mi espíritu se separase de mí. No fue por mucho tiempo, Jesús se apresuró a darme la vida y me habló así:

— Vine a traer la paz al mundo. Hijos míos, les doy la paz, les doy mi amor, todo el amor de mi divino Corazón. Descendí del Cielo, entré en este corazón puro, es puro, porque posee la gracia y las delicias, porque me deleito en él.

Estén atentos, bien atentos. Descendí del Cielo, entré en este corazón, no para este corazón, sino para vuestros corazones.

Es por este canal que me comunico, es por esta víctima que me doy a vosotros. Descendí para las almas y no para ti, esposa querida.

Tu coloquio es de dolor, la vida que te doy es vida de perdón y de amor.

En breve voy a terminar este prodigio maravilloso, esta riqueza divina. ¡Las almas, las almas! Felices aquellas que aprovechas las gracias concedidas en este calvario.

¡Las almas, las almas! Felices las almas que por esta luz se guían y se dejan iluminar. Si mis coloquios fueran nada más para ti, sólo a ti te hablaba como hice en los primero años de vida íntima, de unión contigo. ¡Adelante, adelante, heroína, adelante, loquita de las almas, loca del sagrario, loquita de la cruz!

Valor, el Señor está contigo, aun que no lo sientas, aunque estés persuadida de que huyó de ti.

Tu vida en la tierra es para que aureoles tu cruz en el Cielo. Será cruz resplandeciente, cruz triunfadora, cruz de salvación.

Valor, hija mía, el final de tu vida en la tierra es para que salves muchas almas. Tu tormento indecible, tu tormento incomprensible es el bálsamo y la salvación de millones, de millones de almas, bálsamo para tus llagas, salvación para sus almas.

— Oh Jesús, no sé como he de vivir, no permitas que pierda la confianza en ti, no me dejes desfallecer.

Te consuelo con la salvación de tan gran número de almas que me diste. Soy tu víctima, no me faltes, Señor. Soy tu víctima, confío en ti.

— Confía, heroína fuerte, confía, farol del mundo, confía, apoyo de mi Padre.

Has de perseverar hasta el fin. Te prometí la perseverancia, hoy mismo renuevo la promesa. Has de perseverar, has de perseverar hasta el fin.

Me escondí en medio de tus faltas, porque fuiste siempre fiel a mis gracias, correspondiste a mi amor.

Te crié para las almas y tu noble misión va a continuar en el Cielo. El fuego de mi amor por ti, será dado al mundo, aún en el paraíso.

Ven a recibir la gota de mi divina Sangre. Hubo el choque, el grande choque de nuestros corazones. Como de costumbre se unieron, el de Jesús al de su esposa y víctima. La gota de sangre pasó. Pasó el alimento divino que te hace vivir.

Qué haya luz, haya luz, hágase la luz, oye y atiende el mandato de…

(Con una voz dulce y fuerte, cantó estas frases con un tono hermoso:)

Al tiempo que yo toco

Al corazón del hijo que hirió

Y rasgó mi Corazón.

Ven a Mí, hijo,

Ven a Mí, hijo mío,

Ven a Mí, hijo mío,

Ven al Corazón, ven al Corazón del Señor,

Del Señor que es tuyo, que es tuyo…

Jesús. Qué nostalgia siento, ¿quieres dejarme, amor mío, quieres dejarme de esta forma? ¡Bendito, bendito seas!

— Valor, hija mía, es una luz, y te será dada al terminar mis coloquios. Valor y quédate en la cruz, es una prueba de mi amor. ¡Valor!.

Es una invitación para los hombres, es una luz, para que se haga la luz.

Habla al mundo, habla a las almas, habla a las almas.

Habla al mundo para el que fuiste creada, habla a las almas, porque eres la portavoz de Jesús.

Habla al mundo e invítalo a la penitencia, a la oración y a la enmienda de sus vidas. Habla al mundo y diles que Jesús quiere reparación.

— Jesús mío, perdón mi amor, perdón para el mundo, perdón para el mundo. Perdón para el mundo y no te olvides de mis peticiones y de todas mis intenciones. Perdón, perdón.

Gracias, Jesús, gracias, mi Amor.

 

23 DE OCTUBRE DE 1953, VIERNES

Grita siempre. Tu grito es el grito de Jesús

Mi grito no sube, se dispersa en los abismos. El Cielo no me escucha, Jesús y la Madrecita parece que no quieren socorrerme, pero la justicia de Dios me aplasta, viene a castigarme, no tengo donde esconderme, no puedo huir.

Dios mío, escucha mi grito angustioso, oye los gemidos de mi agonía mortal. ¡Qué pavor, Señor, qué pavor el de mi alma!

Yo quería huir y no puedo, por todas partes me cercan negras murallas que llegan desde la tierra hasta el cielo. Me rodean leones y fieras que intentan devorarme. Estoy en las tinieblas más negras, en la eternidad más asustadora, eternidad que no permite que pase ni un momento, tengo que entregarme, estoy vencida, el Cielo no viene para darme socorro y ese socorro no existe en la tierra.

¡Dios mío, cómo soy vicio, cómo soy pecado! Jesús, todo mi ser se deshace en la lepra más purulenta. Qué vergüenza, no puedo verme, soy un mundo de podredumbre, y nada existe en este mundo. Fueron los vicios los que me redujeron a este estado. No tendré cura, no hay remedio para mí.

Qué dolor, Señor, que dolor infinito, pero este dolor es tuyo, no puedo soportarlo, eres Tú el que sufre. Y yo, en mi inutilidad, no tengo reparación, no puedo apagar y hacer desaparecer los crímenes de mi vida.

Señor Jesús, así quiero amarte. Y he de amarte, aun con los sentimientos de los tormentos desesperadores del infierno y sin sentimiento de que te amo, de que confío y espero en Ti, de que creo en Ti.

Todo cae sobre mí. No sé lo que me espera, mi sufrimiento es indecible, pero quiero ser siempre la víctima de Jesús.

Tuve junto a mí el santo sacerdote, que durante algunos años fue luz y guía de mi alma (Padre Humberto, cuyo nombre ella evita mencionar en los «Sentimentos da Alma», «Sentimientos del Alma», a pedido del mismo sacerdote). Era motivo de alegría, pero esa alegría era sólo aparente.

¡Cuánto me hizo sufrir ese encuentro! ¡Tristes recuerdos! Pero sólo mi Padrecito (Padre Mariano Pinho), el primero que el Señor puso en mi camino, ese no viene.

Los hombres me prendieron con cadenas muy duras, y sólo la fuerza divina puede quebrarlas.

Este santo sacerdote celebró la santa Misa. Parecía más un ángel que un ministro del Señor. Nada de esto me consolaba, todo servía para más y más hacerme desaparecer en el abismo de mi miseria, de mi nada.

Mi pecho ayer sirvió de suelo del Huerto. Dentro de mí sentí el palpitar afligido del Corazón divino de Jesús que Le hacía levantar las costillas y rasgarle las venas. ¡Qué fuerte sudor de sangre!

Para mí todo esto fue inútil, para mí no valió de nada el Huerto y de nada me sirvió el Calvario.

No sólo fue doloroso, fue dolorosísimo, pero, ah, yo no sé si decir lo que fue este viaje. Mi ignorancia es tal que no descubre un pequeño hilo del velo.

El Calvario no fue para mí, porque yo lo desprecié, no quise aprovecharme de sus méritos.

Señor, qué desesperación, qué eternidad desesperante. Quise vengarme siempre de Ti, siempre blasfemé contra Ti, aún al verte crucificado.

Tú en la cruz, dando la vida por mí y yo sentía mi lengua maldita y blasfemadora como la de los condenados al infierno. Tú en la cima del Calvario y yo alejada de Ti, más de lo que se puede imaginar.

¡Oh dolor, oh dolor infinito! En este alejamiento continúe mientras Jesús sufría en la cruz su agonía. No fue por mucho tiempo. Con la resurrección de Jesús tuve mi resurrección. Su voz divina le habló así a mi corazón:

— Sí, Calvario, Calvario, hija mía no basta el nombre de Calvario. El Calvario fue para Mí de muerte y de vida y continúa a serlo para ti a semejanza de tu Dios y Señor. Morí y di la vida al mundo. Tú mueres y das vida a las almas. Mi Calvario es tu calvario, pero calvario de vida, de toda la vida.

Habla, hija mía, habla en tu calvario, grita, grita siempre. Tu grito es el grito de Jesús.

¡Quiero almas, quiero almas, quiero almas! Las veo huir y mi dolor es infinito.

Habla a las almas, habla a las almas, habla al mundo.

Los previne de los castigos, de la justicia del Señor.

Lo que el mundo tiene que sufrir. ¡Oh, como va a ser rigurosamente castigado por la justicia divina! Tanto invité, tanto avisé, tanto lo llamé…

Mi invitación, mi llamado, mi aviso no fue escuchado. ¡Ah, si hiciera penitencia, si se convirtiera!

— Oh Jesús, mi dulce amor, no te olvides que eres Padre. Oh Jesús, mi dulce amor, llama más, invita, invita siempre con tu invitación amorosa.

Oh, no sé lo que presiento, Jesús. Yo no sé que cae sobre mí. Venga lo que viniere, sea lo que fuere. Yo soy y siempre seré vuestra víctima, pero te pido, mi Jesús, con toda mi alma, con todo mi corazón, perdona, perdona, perdona.

Ay, haz que el mundo se convierta. Si no proteges los cuerpos de la justicia de vuestro Divino Padre, protege al menos a las almas de las penas del infierno. De lo que vendrá, Jesús mío, estoy aterrorizada.

— Valor, adelante, esposa mía. Es tu misión que debes desempeñar, tu misión de víctima, tu cruz que debes soportar.

Hija mía, hija mía, las almas son tuyas. Sólo a costa de dolor y de sangre, sólo a costa de la propia vida las puedes salvar.

Haya luz, hágase la luz.

Hija mía, querida esposa, flor eucarística, ten valor. Todavía no es hoy cuando te voy a dejar de hablar, finjo que voy a dejarte.

— Jesús, siento como si fuese hoy la despedida. ¡Tengo mucha pena, tengo mucha pena! Fue por el tiempo que parecía que te aborrecía.

— El mundo, el mundo necesita de este martirio doloroso, de ti, es penosísimo, penosísimo, hija mía, pero es de gran mérito, el mayor mérito.

Yo vendré siempre a darte la gota de mi divina Sangre, pero te prevengo, vengo a darte consuelo, sin que tu sientas ni el más mínimo.

Tu coloquio conmigo va a ser un coloquio de fe. Cree, cree sin alegría. Cree, cree sin consuelo. Cree, cree, que yo estoy contigo.

— Sea hecho, Señor, sea hecho, Jesús, sea hecho, mi amor en toda vuestra divina voluntad. Sed mi fuerza, sedlo.

— Ven a recibir la gota de mi divina Sangre.

Hubo la unión de nuestros corazones, los dos en un solo corazón. La gota de sangre pasó.

(Después de esto cantó:)

— Ven, hijo mío,

Toma tu cruz.

Ven, hijo mío,

Sigue mis pasos.

Toma tu cruz,

Ven a pedir perdón,

Ven a pedir perdón

A tu Jesús, a tu Jesús, a tu Jesús.

— ¡Cuantas veces te ofendí, Señor!

— ¡Cuantas veces te ofendí, Señor!

Aquí estoy a tus pies,

Aquí estoy a tus pies,

Contrito y humillado, Jesús.

¡Perdón, perdón, perdón, Señor!

¡Perdón, perdón, Padre mío, Padre mío

y mi Creador!

— Ve en paz, hija mía. Quédate en tu cruz. Invita, invita a las almas. No te canses, hija mía. Tu fin está cerca. ¡Valor, valor!

— Gracias, gracias mi Jesús. No te olvides de todo lo que te he pedido. Perdona, perdona al mundo entero.

 

COLOQUIOS DE FE

8 DE OCTUBRE DE 1954, VIERNES

Habla a las almas, háblales de la Eucaristía, háblales del rosario

La voluntad de Dios y el sacrificio.

Quiero hacer en todo la voluntad de Dios, manifestada por quien tiene el derecho de mandarme, pero me cuesta tanto, tanto… es un sacrificio inaudito. Las fuerzas no me lo permiten. Mi alma siente necesidad de abrirse, pero mi pobre naturaleza, aterrorizada intenta sublevarse y no obedecer.

Jesús, todo lo hago por tu amor. Todo el sacrificio es poco y las almas valen mucho más que todo cuanto sufro y pueda sufrir.

¡El amor de Jesús, el amor de Jesús, las almas, las almas! ¡Qué locura, qué locura!

No soy capaz de mostrar mi dolor. Digo mucho y no digo nada. Mi dolor, el dolor que no es mío, el dolor que pasa por mí. Si yo miro para atrás, todos los caminos están copados. Nada llega al Cielo. Parece hasta que no tengo la visión ni el sentimiento de que vivo.

Nació el dolor y la maldad, el dolor no sé para quien fue, la maldad se quedó en mí. Pasé el domingo, día 3, el décimo-sexto aniversario de mi crucifixión. Todo lo volví a vivir, todo lo recordé, todo sentí, pero de tal forma, derramando muchas lágrimas.

Con los ojos puestos en la tierra, esta sería para mí uno de los días más tristes de mi vida. Pero puestos en el Cielo, todas las lágrimas las envié al sagrario, como actos de amor, y toda la visión de tan doloroso martirio, todas las espinas que nacieron se las ofrecí al Cielo.

Las almas, las almas, Oh Jesús, son tuyas. Por tu amor no te quiero negar nada para que las almas se salven.

Mi inutilidad, como siempre, habituada a robarme todo, procedió de la misma manera. Después de tanta angustia y de tan larga visión del sufrimiento, quedé empobrecida, sin nada, a vivir la misma eternidad, eternidad sin Dios, eternidad que no camina, pero es la eternidad que me lleva a cansarme de los trabajos de excavación que me dan sudores del cuerpo y del alma.

En medio de altos castillos y negras murallas, entre grandes tentaciones contra la fe, con la pérdida de Jesús y de la Madrecita, sintiendo como si no existieran, no existe nada sobre la tierra, veo mi tumba y el prado verde y florido que la rodea.

Cuando más digo, más necesidad tengo de decirlo, pero el libro de mi corazón se cierra para ser solamente leído a la luz de la eternidad.

¡Qué ignorancia, Dios mío, qué ignorancia la mía! No dejo de sentir la necesidad infinita de que hubiera alguien que me consuele. No dejo de sentir el dolor infinito con la visión de los crímenes de la humanidad. A pesar de todo, la quiero, la quiero con todo mi corazón.

Tuve ayer un cariñito de Jesús, lo acepté como venido del Cielo, una carta de mi Padrecito espiritual. Él comprende muy bien el estado de mi alma y a todo me da respuestas reconfortantes y llenas de sabiduría. Fue un consuelo para mi alma atribulada de tanto sufrir. Fue un consuelo para mi huerto y para mi calvario.

Sin vivir para él, sin esperar nada de él, caminé con más fortaleza. En medio de mi viaje, más adelante caí en el desfallecimiento. Quería, yo intentaba agarrarme del Cielo, pero no había nada de lo que pudiera asegurarme. Repetí mi «creo» con mucho esfuerzo. Decía a Jesús mi «creo», «espero» y «confío», pero parecía una constante mentira. Mi alma desfallecía. La sangre había chupado todo y sus fibras servían de prisión para muchas cosas, para todos los que de allí se prendían. Sin querer y sin confiar, o mejor, sin sentir esos buenos sentimientos vino Jesús y me llamó:

— Hija mía, ven, ven esposa mía, repite tu «creo», espera y confía. Jesús está contigo, está Dios, está el Señor, está Jesús con su esposa amada. Tu «creo» sin sentimiento es para los que en realidad no creen. Tu muerte es para dar vida, tus tinieblas son para dar luz con la cual muchas almas resucitan a la gracia.

Hija mía, hija mía, el mundo, el mundo, los pecadores, los pecadores no se convierten, no me escucha, no me atienden.

En este momento mis oídos oyeron una tremenda trompeta aterradora, la tierra estaba con convulsiones entre las tinieblas más espantosas.

— Oh Jesús, Oh Jesús, ¿qué es esto, mi Amor?

— Es la trompeta de la voz de Dios, son las convulsiones de su justicia, son las tinieblas del pecado.

Habla a las almas, hija mía, habla a las almas.

Madre mía, mi querida Madre, ven, ven, no te demores, ven a hablar con nuestra hijita.

Veo a la Madrecita, vestía de azul y blanco, traía en sus manos el rosario con una gran cruz dorada al final. Se sentó, me colocó en su regazo, enredó en mis manos el rosario y colocó la cruz sobre mi corazón. Jesús había desaparecido. Ella lo llamó con dulzura:

— Hijo mío, hijo mío, ven, ven aquí junto a nosotras.

Jesús vino y se sentó al lado de la Madrecita y esta continuó:

— Hija mía, ven conmigo, vamos a salvar al mundo, vamos a convertir a los pecadores. Sobre tu corazón coloco esta cruz, para hacerte sentir que es la cruz de la salvación. Dolor y cruz, abraza, abrázala.

En tus manos coloco el rosario, habla de él, habla de él. Si supieras cuanto nos consuela.

Habla a las almas, háblales de la Eucaristía, háblales del rosario. Que ellas se alimenten de la carne, del Cuerpo de Cristo y del alimento de la oración, de mi rosario cotidiano.

— Habla, Hijo mío, habla.

— Madre mía, Madre mía, el mundo no me atiende, no se convierte.

Fue tal el dolor con que Jesús dijo esas palabras que las lágrimas salieron de sus divinos ojos, en los ojos de la Madrecita y en los míos. Yo limpié las lágrimas de Jesús y de la Madrecita y la Madrecita limpió las mías.

— Intentemos, Hijo mío, intentemos con la Eucaristía, con el rosario y con la inmolación de nuestra víctima.

Desapareció la Madrecita. Quedó Jesús y unió su corazón al mío e hizo pasar la gota de su Sangre.

— Recibe, hija mía, tu vida, recibe lentamente la gota de mi Sangre divina.

Valor, toda tu vida ya está escrita en el Cielo. Valor, un poco más de tu misión, en la corta vida que te queda. Vida que jamás quedará marcada otra igual en la historia de la Iglesia. Quédate en tu cruz.

Insiste, hija mía, en la oración y en la penitencia, en una vida pura para Mí.

Acude a las almas, para que ellas al menos no caigan en las penas eternas.

Se fue Jesús y me dejó en la mayor angustia y en la tristeza mortal, a repetirle mi «creo», a hacerle todos mis pedidos y rogarle por el mundo.

 

24 DE DICIEMBRE DE 1954, VIERNES

Tú eres la portavoz, tú llevas al mundo entero los deseos de Jesús y de María, lo que ellos les piden para que se salven

¡Luto con mis tinieblas, con la noche tenebrosa, luto, luto!

Toda mi vida es luchar, ay de mí si el Cielo no me asiste.

Mi vida es una vida de incertidumbres, sin fe, sin confianza y sin amor.

No puedo ver la luz del día, tengo que estar en la oscuridad. Mi cuerpo se asemeja a mi alma, no tiene vida, no tiene luz.

¡Qué soplo soy yo! Un soplo venenoso y matador. Tengo en el alma las garras chupadoras de mi sangre. Para mayor tormento, una serpiente grande se enrolla en un pequeñito trono y entonces, afirmada en la extremidad de su cola, se estira con la lengua y la boca abierta, se estira de un lado para el otro, intenta devorar las garras puestas en las fibras de mi alma. Ellas, aterrorizadas, más se agarran y más tormento me causan. Seas bendito por todo, Señor.

No puedo hablar, tengo que sufrir todo en silencio. No tengo huerto ni calvario. Paseo en el segundo piso superior a la tierra, que me lleva a las nubes negras, donde quedo sumergida.

Repetí muchas veces mi «creo» y decía: Oh Jesús, en la incertidumbre de que existas, quiero amarte, nunca dejar de amarte.

En la certeza de ir para el infierno a condenarme eternamente, no quiero dejar de sufrir y amarte en la tierra, para suplir aquello que en el infierno no pueda hacer, ni sufrir, ni amar. Yo creo, Jesús, ayúdame, Madrecita. Váleme, mi Amor.

Vino Jesús a mi encuentro. Batió palmas alegremente, como para despertarme:

— Hija mía, valor. Alerta. Tú no perdiste a tu Jesús, no perdiste a tu Madrecita. Por el contrario, más y más nos poseíste. Tú no dejas de amarnos. Tu vida es de amor, de consolación, de alegría y reparación para nuestros divinos Corazones. Tu vida es vida de la mayor reparación para la Majestad Divina. Sufre ese indecible martirio. Las almas, los pecadores de quien tú eres la reina así lo exigen. El mundo criminal, sumergido en sus vicios te pertenece, es tuyo: sálvalo.

La fecha, el aniversario qué conmemoras mañana, marca tu vida. No nos perdiste. Ese día de tanto dolor para ti, fue el de mayor consuelo para nosotros.

Yo vendré de prisa, de prisa a buscarte para el Paraíso, pero antes vendrá un éxtasis donde has de cantar los últimos cánticos en la tierra. Dile a tus superiores que estoy a la espera, a la espera de ese día.

Era el Corazón Divino de Jesús, mientras Él me hablaba, estaba a mi lado el Corazón Inmaculado de María, que me cubría de caricias. De los dos tiernísimos Corazones, coronados de espinas, salían rayos luminosos que iban al encuentro de otros rayos, con chispas que parecían nubes que chocan. Por en medio salía el rosario y parecía pasar por el centro de los Corazones.

Mi corazón compartió todo esto.

Madrecita. ¿qué quiere decir el rosario entre vuestros Corazones?

La Madrecita me habló, besándome y cogiendo mi mano:

— Habla del rosario, hija mía. Jesús te lo pide y yo también. Te pedimos el rosario, te pedimos la Eucaristía, amores de nuestros Corazones.

La Eucaristía y el rosario, tus sufrimientos con los de las otras víctimas, son los medios indicados por nosotros para la salvación de la humanidad perdida.

Tú eres la portavoz, tú llevas al mundo entero los deseos de Jesús y de María, lo que ellos piden para salvarse.

El Sagrario, el rosario, el dolor sin igual de la gran víctima de este calvario, vida nueva, vida pura, vida santa.

¡Valor, valor, gran heroína! Pronto te conduzco al Paraíso. En el lugar de las espinas que tenemos en nuestros Corazones, coloca tu dolor, tu sangre, las flores de tus virtudes, tu martirio.

— Oh Madrecita, pasa para mi corazón todas esas espinas, para que yo sufra todo y coloca todo lo que me acabas de decir.

¿Estás triste, Jesús, estás triste, Madrecita, porque yo no tengo fe, porque yo nos os amo, porque me impaciento por tan pequeñas cosas?

Me dice Jesús, mientras la Madrecita me abrazaba, después de haberme dado todas las espinas:

— Hija mía, mi esposa querida, ¿Quién como Yo conoce tu debilidad? Confía… el Cielo te asiste. No vacilarás hasta el punto de ofenderme.

Me quedé sin mis dos amores, los perdí al mismo tiempo.

Creo, Dios mío, creo, Dios mío. Espero en ti.

De repente vino Jesús.

— Valor, hija mía, tu «creo» de tanto dolor alegra al Cielo. Recibe la gota de mi divina Sangre. Vive la vida que le doy a tu alma y a tu cuerpo. Vives de Mí.

¡Valor, valor!

Jesús se fue pero quedé más confortada. Le hice mis pedidos. Le pedí poder encubrir mis gemidos durante la cena, para la tranquilidad de los míos. Así sucedió. Quedé confortada por algunas horas.

¡Oh, qué bueno es Jesús!

 

COLOQUIOS DE LOS PRIMEROS SÁBADOS

7 DE MAYO DE 1949, PRIMER SÁBADO

Yo sólo basto para llenarte y satisfacerte en tus ansias

Es de tal forma el hambre que siento de pureza y de amor, que me obliga a repetir muchas veces: no me dejes morir con esta hambre que me consume, Jesús mío.

Así hambrienta fue que esta mañana me preparé para recibirlo. Y luego que mi Jesús bajó a mi corazón, me pareció que Él me lo robó y en lugar del corazón me dejó un vacío tan grande que no lo podía soportar, nada había que me llenase. Quedé anhelante. Entonces es que me moría de hambre. El tiempo fue pasando sin que yo poseyera aquello que tanto ansiaba. Oí su voz, la voz de mi Deseado, que me decía:

— Hija mía, eres toda mía, es mío tu corazón, lo fundí en Mí, los dos son uno solo.

Sólo Yo basto para llenarte y satisfacer tus ansias. El vacío que Yo hice en ti es para llenarte de mis riquezas, darte la pureza, la dulzura, el amor que tanto ansías.

Me consoló tanto verte buscarme en esas ansias dolorosas. Te lleno, porque todo esto es la fuerza de tu dolor, todo esto quiero que le des a las almas, estoy loco por ellas.

Soy mal correspondido. Sufro al verlas seguir el camino de la perdición. Sufro al ver mi divina Sangre pisoteada, desperdiciada. Sufro al ver caer sobre la tierra culpable la justicia de mi Padre Eterno.

No puedo ver más tantos crímenes contra Mí. Qué locura mi amor: amo y no soy amado.

El Corazón divino de mi Jesús era una llama de fuego. Oí sus suspiros y veía por su sagrada Faz rodar copiosas lágrimas.

— Oh Jesús mío, Oh mi amor, no llores, seca tus lágrimas y no ceses de amarnos. Tienes mi cuerpo para que sea tu víctima. Es poco, es nada. Vuelve meritorios todos mis sufrimientos en vuestra santa Pasión para poder reparar tantos crímenes.

Las lágrimas cesaron y el fuego de amor de Jesús continuó.

— Eres mi encanto, la loquita de Jesús y la loquita de las almas. Me obligas a perdonar y a olvidar por más tiempo tantas iniquidades.

Hija mía, dile a tu Padrecito que le tengo reservado el Cielo, junto al trono divino, entre los santos, lugar de honor y de gloria. Haré que él suba en la tierra a la honra de los altares. Es el premio de su confianza, de su perseverancia y fidelidad a mi gracia y todo su sufrimiento que pasó en silencio.

Él consoló mucho mi Corazón divino. Dale mi amor en abundancia, para que se lo dé a las almas y para que desempeñe la misión que le escogí.

Dile a tu médico que estoy con él, y siempre le asisto en sus aflicciones y cuidados. Siempre acudo con mi bendita Madre a todos los que me invocan y confían en nosotros, mucho más vamos en socorro de aquella que cuida mi divina causa y ampara a mi esposa y víctima más amada.

Qué nada tema, Yo no lo dejo vivir sin espinas y lo estrujo de esta forma para unirlo más a Mí y cuidar a sus seres queridos. Cómo es grande para todos mi amor, Yo recompenso a quien bien me sirve.

— Ven, mi bendita Madre, ven junto a nuestra hijita.

Vino la Madrecita de los Dolores, con un manto rojo bordado en oro, con setas en su Corazón, triste, muy triste, me tomó en su regazo, me estrechó junto a Ella, me acarició y me dice:

— Hija mía, te quiero en mis brazos como en el Calvario tuve a mi Jesús. A Él lo tuve muerto por la humanidad, a ti te tengo para consolarte, para que puedas seguir siendo la gran víctima de la misma humanidad.

No niegues tu dolor a Jesús. Son tantos y tan graves los crímenes. El mundo está en inminente peligro. El corazón de tu y mi Jesús ya no puede sufrir más, junto con mi corazón. Sufre por las almas, no consientas que la Sangre de Jesús se pierda.

En ese momento, la querida Madrecita rompe en lágrimas. No quise seguir descansando en sus brazos, me lancé a su cuello y le dije:

— No, no, Madrecita, no quiero que llores. No tengo con que enjugar tus lágrimas, ten a vuestro Jesús. Lancé mis manos a la túnica de Jesús y con eso las enjugué.

Sólo Jesús, querida Madrecita, sólo Él puede suavizar tu llanto, no llores más. Lo amo a Él con tu amor. Te amo a Ti con el amor de Él. Nada os niego, yo quiero ser siempre víctima por vuestros dolores.

La madrecita con aire más sonriente, me cubrió de besos y caricias. Jesús continuó hablándome:

— Hija mía, en ese mes consagrado a mi querida Madre, te pido que le pidas a las almas amantes de nuestros Corazones que redoblen su amor y en su honor hagan cuanto puedan para que sea suavizado su dolor. Ella sufre al verme sufrir. Sufre con nosotros, haz que muchas almas te imiten. Pide a nuestros Corazones cuanto quieras, nada te será negado.

— Oh Jesús, toma en cuenta mis intenciones, acuérdate de quien me acuerdo en estos momentos.

— Tranquila, nada hay que temer, confía en Mí. Ve en paz a tu cruz, vive en ella como en el Tabor. Lleva a todos los que amas, te protege y ampara toda la ternura, todo el amor de Jesús y de María.

— Gracias, Jesús, gracias, Madrecita.

 

5 DE MARZO DE 1949, PRIMER SÁBADO

Tú eres madre, no de algunos hijos, sino de millones y millones de pecadores, madre de la humanidad

Al final del día de ayer y durante la noche, era tal el desfallecimiento y el dolor que sentía en el corazón que hacia llorar mi alma incesantemente. Todo mi ser estaba traspasado de espinas, saetas y espadas. Sonreía y lloraba al mismo tiempo, sonreía para esconder mi dolor.

Fue así, fue en este estado que Jesús bajo a mi corazón esta mañana. Mi corazón estaba ansioso, sediento de recibirlo. Jesús entró y pronto se transformó, lo iluminó, hizo desaparecer el dolor y lo colocó en el mar inmenso de su divino amor, mi corazón nadaba lleno de suavidad y dulzura.

— Hija mía, el padre ama con dulzura a sus hijos, el esposo tierno y fiel no cesa, emplea todos los medios para suavizar el dolor de los que le pertenecen, de los que ama.

Yo soy ese Padre y ese Esposo, vengo a suavizar tu dolor, a darte mi paz y mi consuelo y deleitarme en este jardín hermoso, en este paraíso encantado que es tu corazón.

La madre que da a luz es siempre sometida a grandes dolores. Tú eres madre, no de algunos hijos, sino de millones y millones de pecadores, madre de la humanidad, no de unas vidas, sino de millones y millones de vidas. Es la razón de tanto dolor, de tanto doloroso martirio.

Dame dolor, dame dolor, hija mía, dame tu cruz. Dile a tu Padrecito que Jesús está en él y siempre habita dentro de él. Dile que, donde quiere que esté, donde quiera que camine, lo sigue mi bendita Madre, cubriéndole con su manto. Y sobre su cabeza, en forma de paloma, reposa el Espíritu Santo, para irradiar e iluminarlo con su luz, para que, sin peligro de equivocarse encamine las almas hasta Mí y desempeñe la ardua misión que le escogí.

Quien siempre me amó con amor puro y desinteresado no puede dejar de amarme. Quien siempre y encima de todo procuró hacer mi divina voluntad, no puede jamás dejar de cumplir. Dale todo mi amor.

Dile a tu médico que sobre su hogar, hogar tan querido y bendecido por Mí, cada noche y cada día cae una lluvia de bendiciones y gracias celestes.

Dile que después de mantenerse firme por mucho tiempo, pero como si estuviese ajeno a mi divina causa, le diga a quien debe decirle, que ya es tiempo de que se cumpla mi divina voluntad, haciendo aquello que le falta hacer a los hombres para honor y gloria mía y triunfo de la grande causa. Mi causa, mi causa, tan querida causa.

Dale el amor de Jesús y de María en la mayor abundancia.

Ven, mi Madre bendita, ven a darle consuelo y a hablarle a vuestra hijita.

Vino la Madrecita, me dejó en sus santísimos brazos, me besó, me acarició y me dice:

— Atiende bien, hija mía, a lo que te va a decir Jesús, es un pedido suyo y mío.

Jesús agregó:

— Hija mía, dile a mi querido Cardenal, a mi tan amado Manuel Cerejeira que, con discreción, le diga a los portugueses que hagan oración, mucha oración, mucha penitencia y gran reparación.

La justicia divina amenaza caer con todo su rigor en toda la humanidad, pero más en Portugal, por los muchos beneficios que ha recibido del Cielo.

Dile que le pida, a quiénes pueden poner término, a tanta deshonestidad, a tanta lujuria, que se haga justicia, que estos males dejan grandes prisioneros, para que, en vez de la justicia divina, caiga sobre Portugal una lluvia de paz, la lluvia del amor de Dios.

Díselo sin recelo, es el Cardenal de la dulzura, es el Cardenal de la gracia, es el Cardenal de la verdad, es el Cardenal escogido por Mí, que te va a escuchar, será mucho, será todo.

Continuó la Madrecita:

— Obedecer, hijita, obedece prontamente. Diles que es Jesús y María que hablan por tus labios, diles que es Jesús y María quienes les mandan toda la ternura, todo el amor de sus divinos Corazones.

Diles que todo este pedido es una oferta que queremos presentar al Padre Eterno, para aplacar su justicia.

Es la reparación que exigen estos Corazones amantes, tan heridos, tan ofendidos, tan tristes por la pérdida de sus hijos.

Ve, hija mía, ve, esposa querida de Jesús, danos tu sufrimiento, danos tu cruz.

Lleva nuestro amor, nuestra protección y cariño para todos los que te rodean, aman y amparan. Lleva nuestro consuelo, danos siempre para sonreír a tu sufrimiento.

Valor, valor, Jesús y María están contigo.

— Gracias, mi Jesús y gracias, querida Madrecita. Consuélame, dame tu gracia y tu fuerza, con ella todo puedo sufrir por tu amor.

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