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El término consagración con relación a María, se ha generalizado en los últimos siglos y en nuestro tiempo ha sido revivido incluso por los Papas, tres de los cuales han renovado la consagración del mundo por medio del Inmaculado Corazón de María, según la petición de Lucía, la vidente de Fátima.

Esto evidencia que la Virgen María tiene un rol en el plan de salvación, como lo revela toda la tradición católica. ¿Dónde se originan entonces los problemas? Un experto mariólogo, responde a algunas de las objeciones más frecuentes y aclara conceptos.

 

I. ALGUNAS OBJECIONES TEOLÓGICAS

Se habla mucho y de modo inapropiado de “consagración a María”. Se dice: ella nos consagra, y se añade: a ella nos consagramos. Los teólogos oponen a este lenguaje las siguientes serias objeciones:

Primera objeción. – Dios solo consagra, o sea, se hace presente en nosotros, diviniza nuestra existencia, nuestra vida.

Esto es cierto y no debemos olvidarlo: toda consagración es un don gratuito de Dios, que inicia por obra suya y por obra suya se concluye, porque sólo él puede vencer la inercia de nuestra naturaleza humana y elevarnos a su vida divina. Juan Pablo II no ha ignorado esta objeción, pero la ha tomado y resuelto en el sentido que Jesús le ha dado en la Última Cena: “Yo me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados” (Jn 17, 19).

El versículo nos recuerda que, a rigor de términos, no hay más que una consagración: la de Jesucristo. Al nacer entre los hombres él ha consagrado su humanidad mediante la unción de su misma divinidad, y tal consagración realizada en el interior del mundo creado, es un principio de consagración para el mundo entero: radicalmente consagrado mediante Él y llamado a entrar en su consagración.

Segunda objeción. – La segunda objeción afirma que para el hombre existe una sola consagración: el Bautismo. A través de este sacramento Dios nos consagra a Él imprimiendo en nosotros un carácter indeleble.

Esta consagración, ¿no resultaría ofuscada al hablar de otras consagraciones, decayendo así en el particularismo, como una más?. No, porque las consagraciones votivas tienen una función precisa en la Tradición de la Iglesia, en particular la consagración religiosa de los tres votos. Dado que el término consagración es análogo, la “consagración religiosa” es relativa. Esta no tiene más objetivo que el de realizar más perfectamente la consagración del Bautismo. Dígase lo mismo de la consagración a María o mediante María.

La predicación cristiana y el mismo Grignion de Montfort no han cesado de subrayarlo con la máxima claridad: consagrarse es abrirse activa y generosamente a la consagración de Dios.

Una ayuda pastoral para despertar la respuesta del cristiano. – Tales actualizaciones o consagraciones votivas no dejan de ser importantes, pues el drama de la Iglesia es que muchos bautismos hacen de los bautizados muertos-nacidos: Dios ha realizado su obra de consagración, pero sin respuesta por parte del bautizado; y la consagración fundamental no ha pasado a sus vidas.

El gran problema de nuestro destino y de la misma Iglesia, consiste en que la consagración gratuitamente dada por Dios se haga recíproca. Que pase de inerte a viviente; de votiva a efectiva: que penetre toda nuestra vida. Ese es también, según la teología, el sentido de la consagración religiosa mediante los votos de pobreza, castidad y obediencia. Tiene la función de actualizar, de realizar la consagración del Bautismo.

Esa es también la función de las consagraciones mediante María. Digo “de las” consagraciones, porque pueden asumir varias formas: la de Montfort, a Jesús a través de María; la que fue pedida a los videntes de Fátima, a través del Corazón Inmaculado de María, etc.

Por tanto, hablar de consagraciones implica necesariamente hablar de Dios, hablar del Espíritu Santo.

 

II. LA LIBRE COOPERACIÓN DEL HOMBRE

Tercera objeción. – ¿Por qué se habla de consagrarse, dado que sólo Dios consagra? El hecho es que Dios no hace nada en nosotros sin nosotros.

Nos consagra sólo si se lo pedimos, con nuestro consentimiento y nuestra cooperación. Dios ha hecho todo (como Causa primera, creadora), pero nos llama a hacer todo con él, a nuestro nivel, como causa segunda, libre y necesaria. La obra de nuestra consagración, donada enteramente por él, es enteramente desarrollada por nosotros, por nuestra libertad.

Con todo, la verdad es que el vocablo “consagrar” no tiene el mismo significado cuando se dice que Dios nos consagra (o sea, nos transforma) que cuando hablamos de consagrarnos (acoger libremente y vivir ardientemente esta gracia de Dios). Esta cooperación libre es decisiva e indispensable. Es la mayor libertad.

Cuarta objeción. – ¿Es posible consagrar a otros, sin su libre adhesión?. Consagrar a Rusia (u otra nación) según la petición de Fátima, ¿no es tal vez una pretensión mágica y una prepotencia frente a la libertad de otros hombres, o incluso una violación de los derechos humanos? Es evidente que un don no puede darse sin la libre acogida de los interesados, que es decisiva. Tales “consagraciones” tienen como intención y objetivo ayudar a aquellos que en esos países son ya consagrados en medio de todas las pruebas y persecuciones que soportan, a fin de que la luz y el don que ellos viven se extiendan a sus compatriotas “sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte”. Son pues una oración, una intercesión, una apelación al don generoso de Cristo que se ha consagrado para consagrar consigo a todos los hombres.

Quinta objeción. – ¿Por qué se habla de consagración a María, si sólo existe la posibilidad de consagrarse a Dios?

La objeción es válida. De hecho “consagración” significa pertenencia total, y una de las fórmulas de consagración acentúa, tal vez paradójicamente, la radicalidad de ese don de sí al decir: “Me consagro como esclavo de amor”.

La fórmula es desconcertante, porque la esclavitud es un mal. Hacerse esclavos de una criatura sería una alineación, un servilismo: un desprecio a los derechos del hombre y a la autonomía humana.

El sentido verdadero de la “esclavitud mariana”. – Pero la objeción se desvanece si a la consagración se le da el sentido que le daba el apóstol Pablo, quien con tanta insistencia se llamaba “esclavo de Cristo” (Rm 11, 1; y también en el prólogo de muchas de sus cartas). La objeción está superada porque siendo Dios Creador, consagrarse a Él no significa alienarse, sino reconocer la verdad: nuestra condición de criaturas, pues a Dios se lo debemos todo, incluida la existencia y la misma libertad, que él crea justamente como libertad capaz de unirse a Él y decidirse por el bien, o alejarse de Él y del bien. Admitir tal verdad significa descubrir al mismo tiempo el Principio y el Término divino de nuestra existencia. Significa descubrir la verdad más profunda y la fuente misma de nuestra libertad, tan a menudo dominada por las ilusiones terrenas. Significa encontrar el camino de la única felicidad que vale la pena en este mundo y que conduce a la eternidad feliz. Es compartir la misma libertad de Dios…

Con relación a estas verdades fundamentales es posible situar la función de María en las consagraciones.

Y aunque tal función está referida esencialmente a Dios, es importante porque Dios mismo ha dado a la Virgen María un lugar inigualable en el plan de la redención.

Fuente: Giuseppe Daminelli, en revista Madre di Dio, Nº 5, Milán, San Paolo, mayo de 2002.
 
 

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