Cuenta la tradición que la Virgen María oraba a menudo a Jesús desde el Monte de los Olivos, el lugar de la ascensión de su hijo al cielo. El Arcángel Gabriel apareció una vez allí y le dio una rama de palma del paraíso. Él le dijo que sería llevada durante su procesión fúnebre, en tres días más.

Ella oró pidiendo ver una vez más a los santos apóstoles, y así fue. De dondequiera que ellos estaban, los apóstoles fueron alzados en las nubes o llevados por los ángeles al lado de la Virgen que estaba viviendo en la casa del Apóstol Juan en Jerusalén. El icono de la Dormición captura la escena cuando su alma partió sin dolor de su cuerpo.

Se piensa que ella tenía alrededor de sesenta años de edad en esos momentos. Ella fue llevada a una tumba al pie del Jardín de Getsemaní. Cincuenta pasos bajo la superficie de la tierra están las tumbas de sus padres, Joaquín y Ana, y a la derecha de ellos está la de José, su novio. A cincuenta pasos de allí la tumba de la Virgen dónde ella descansó durante sólo tres días, acompañada del canto Angélico.

Al final de este tiempo, el Apóstol Tomás llegó y anheló para ver a la Virgen una última vez. Cuando ellos abrieron la tumba, encontraron sólo la ropa del entierro. Sin embargo, ella apareció a todos los apóstoles y los confortó diciendo que ella siempre estaría con ellos.

Como su hijo, al tercer día de su muerte ascendió a los cielos.

 

VARIOS NOMBRES DE UNA MISMA FIESTA

El icono de la Asunción de la Virgen María a los cielos no tiene un texto bíblico que refleje en la palabra lo que muestra la imagen. El texto que podría servirnos para orientar nuestra meditación es el cántico de la Virgen, el Magnificat, o algunos de los textos del Cantar de los Cantares, fuente de inspiración del primitivo oficio romano de la Asunción de María.

Sin embargo, la fe de la Iglesia ha expresado desde antiguo esta iconografía como un resumen de las antiguas narraciones del «Tránsito» de la Virgen Maria.

El Papa Nicolás I en el año 858 menciona el ayuno de la vigilia de la dormición y registra que ese día se oyó a los ángeles cerca de la ciudad de Soissons, cantando este himno: «Felix namque es, sacra Virgo Maria, et omni laude dignissima, quia ex te ortus est Sol jnstitia, Christus Deus noster.»

En occidente llamamos a esta fiesta la Asunción, y tiene este nombre una asonancia con el otro nombre: la ascensión del Señor; encontramos una simetría ideal entre el misterio de Cristo que sube a los cielos y el misterio de la virgen que es subida a los cielos. Cristo con su propio poder. La Virgen por la gracia divina. Otros la llaman «Transito de la Virgen». En obtiene el título tradicional es el de «Koimesis» que significa «Dormición».

La Asunción de la Virgen es la Pascua de Nuestra Señora, su «Tránsito glorioso», a semejanza de su Hijo Jesucristo. Y en esta palabra «Pascua», ponemos todo el contenido mistérico que nos inspira la participación de María en la Pascua de Jesús, el hecho de que ella es la primicia pascual con Cristo de la nueva humanidad, que su cuerpo, como el de su Hijo, está resucitado y glorioso como promesa de lo que nosotros seremos.

 

EN BUSCA DE LA IMAGEN PRIMITIVA

El Icono primitivo de la Dormición de la Virgen es el que ha prevalecido en Oriente, desde los primitivos iconos y mosaicos de esa área, hasta los iconos rusos de los siglos XIV y XV. En occidente aparece en pinturas medievales, en frescos y mosaicos, bajorrelieves y tablas de la mejor imaginería española, hasta que prevalece el tipo Asunción a los cielos casi en una Ascensión de la Virgen, semejante a la Cristo Jesús.

La piedad popular de España e Hispanoamérica ha conservado algo de la iconografía oriental en esas vírgenes dormidas que se llevan en procesión el día de la Asunción, fiesta clásica, si las hay, entre las de la Virgen María, con profundo arraigo popular.

La Asunción de la Virgen María es la gran fiesta mariana de Oriente. Se prepara con una pequeña Cuaresma de la Madre de Dios. Se reza a la Virgen el oficio de la «Paráclisis» con devotas invocaciones. La fiesta cierra simbólicamente el ciclo anual de las fiestas. Por eso la Dormición es el «último de los misterios» y con frecuencia se encuentra entre los ciclos iconográficos del templo como un icono grande que resume la esperanza de los cristianos.

 

LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN EN TRES TIEMPOS

La primera escena común a todos los iconos es la de la Virgen en su Dormición, revestida de su manto púrpura y con las tres estrellas de su triple virginidad, la Virgen descansa sobre un catafalco cuidadosamente adornado. A su alrededor, un mundo de personajes: ángeles que llevan luces e incienso, los apóstoles reunidos junto al féretro, con la mirada dirigida hacia la Virgen, con una expresión velada de melancolía y de esperanza. Ya al lado de los ángeles y de los apóstoles, una representación de padres y obispos de la Iglesia oriental.

Analizando el icono, algunos descubren las figuras de Pedro, Pablo, Juan y Tomás. Y entre los obispos parecen identificarse por sus nombres personajes legendarios como Dionisio el Areopagita, Hieroteo y Timoteo.

En la misma escena otro elemento nos introduce ya en el misterio. En el centro aparece el icono de Cristo resucitado y glorioso. Junto a la línea horizontal, representada por el cuerpo de Nuestra Señora, la toda Santa, por su vestido purpúreo, aparece la verticalidad solemne y majestuosa de Cristo, el Señor; en sus brazos lleva una criatura vestida de blanco. Es una niña envuelta en pañales. Jesús, el Señor, el Hijo de María, acoge el alma de la Virgen; alma de niña, revestida del color blanco de la divinidad.

Merece la pena que nos detengamos a contemplar este detalle, ya que se constata que la imagen de Cristo que lleva a la Virgen en sus brazos como una niña, es exactamente el revés de la imagen de la Virgen Madre de Dios en el que María lleva en sus brazos al Hijo de Dios como un niño.

La Virgen Madre que lleva a Cristo en sus brazos como un niño, la Theotókos, es la tierra que acoge el cielo, la Madre que da su carne y su sangre al Hijo de Dios, la humanidad que recibe en la tierra la divinidad.

Pero Cristo, que en el icono de la Dormición acoge en sus brazos a la Virgen como una niña, es el cielo que acoge a la tierra, el Hijo que hace a la Madre partícipe de su gloria, la divinidad que recibe en el cielo la humanidad.

Se ha cumplido el misterio. Dios se hace hombre para que el hombre sea Dios. El cielo ha bajado a la tierra para que ésta suba al cielo. La Encarnación es el principio de la Salvación. La Ascensión de Jesús y su lógica continuación en la Asunción de la Virgen es el cumplimiento de las promesas, la profecía de la salvación realizada.

Hay todavía iconos que se complacen en alargar la escena de la Dormición de la Virgen y de su acogida en el abrazo del Hijo, con lo que podríamos llamar el triunfo y glorificación de nuestra Señora.

En medio de grupos de ángeles, como en coros, se ve a la Virgen elevada al cielo en un círculo de gloria. El círculo es en todo semejante al de la Ascensión del Señor. Se ve a María llevada por los ángeles en volandas. El vestido de la Virgen es blanco, como aparece también en algunos iconos el vestido de Jesús. con esta escena se traza un paralelismo entre la Ascensión y la Asunción, entre la gloria del Hijo y la Gloria de la Madre, designados a veces con el mismo nombre griego «analepsis».

A estos tres tiempos, que se pueden contemplar en los iconos más complejos de la tradición eslava, se puede añadir ese episodio que es característico de la iconografía occidental en mosaicos de las basílicas romanas medievales. En el ábside de Santa María la Mayor y en el de la basílica de Santa María in Trastevere, con otras variantes en diversas iconografías de la Asunción, encontramos la apoteosis final de la coronación de la Virgen María.

Cristo junto a la Virgen, el Rey y la Reina juntos, aparecen en un círculo de gloria. Los dos cuerpos glorificados. Los dos rostros que se miran y nos miran. El Hijo pone delicadamente sobre la cabeza de la Madre la corona de gloria. Es como la imitación de lo que el Padre ha hecho con el Hijo al hacerlo Señor y Rey. Ahora, imitando el gesto, el Hijo corona a la Madre como Reina en una participación total en la gloria de Cristo.

 

EN OCCIDENTE

En Occidente se sigue el ejemplo bizantino, pero luego se modifica y se representa la Asunción como hecho independiente. El primer ejemplo que tenemos es del siglo IV y forma parte de la decoración de un sarcófago paleocristiano, en la iglesia de Santa Engracia, de Zaragoza, donde la mano de Dios desciende desde lo alto para hacer subir a María, que está rodeada de los discípulos.

En el arte occidental se representan los sentimientos de los apóstoles, y destaca la figura de san Juan, quien se inclina sobre María de la misma manera que lo hizo en la Santa Cena sobre Cristo. San Pedro, por su parte, se sitúa siempre a la cabecera de la cama de la Virgen, mientras que san Pablo se encuentra a los pies.

También podemos encontrar a María en su lecho de muerte, con los discípulos de su Hijo, mientras su alma en forma de niña es transportada al cielo por dos ángeles mediante un lienzo. Otras veces es el mismo Jesús quien lleva en brazos a una niña cubierta con una túnica. Ésta es una forma habitual de representar el alma en el mundo cristiano. Esta idea dará lugar a la representación independiente en la parte superior de las composiciones: la subida de María al cielo en cuerpo y alma ayudada por los ángeles, es decir, su gloriosa Asunción a los cielos.

A partir del siglo XVI surge una nueva variante del tema, en la que los ángeles están presentes pero ya no forman parte activa de la representación, porque la Virgen sube por sí misma al cielo. Esta fórmula es la que utilizan Tiziano y Rubens.

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