El Cenáculo es el centro de Sión cristiano, donde se iniciaron los gestos del Amor de Jesús antes de subir a la Cruz y donde nació la Iglesia. Allí tuvo lugar el lavatorio de pies de Jesús a sus discípulos, la última cena y la venida del Espíritu santo cuando los Apóstoles están reunidos con María luego de la muerte de Jesucristo.
La sala de la última cena y descendimiento del Espíritu Santo ha pasado por varias manos, construcciones y reconstrucciones, y hoy el edificio es propiedad del gobierno israelí, que usa el piso superior como atractivo turístico para los cristianos, pero no deja celebrar la liturgia allí.
EL MONTE SIÓN
Sión fue el nombre cananeo de la colina rocosa en que se asentaba la Jerusalén jebusea del sureste, que David conquistó y convirtió en capital; se llamó, desde entonces, “ciudad de David” (2 Sam 5,7; 1Cr 11,4-5; 1 Re 8,1; 2 Cr 5,2). El significado se generalizó para referirse a Jerusalén (2 Re 19,21; Sa148,12; 133,3; Is 1,8; 10,24; 60,14). Los deportados al exilio y los que logran regresar, sueñan todos con reconstruir Sión o Jerusalén (Sal 51,20; 126,1; 137,1.3).
Transferida el Arca al monte del Templo (Moria), se aplicará a éste el nombre de Sión, como morada de Yahvé (Is 8,18; Jer 31,12; 1Mc 7,32-33; Sal 74,2). Y tras el destierro, al no realizarse la esperanza histórica de la restauración política, Sión asumió el valor simbólico de pueblo de Dios; en ocasiones, significa también la institución religiosa de los judíos (Sal 126,1; Is 33,14; Mi 1,13: Za 2,14; So 3,14). Y por su relación con el Mesías, Sión es igualmente sinónimo de la Jerusalén celestial (Rm 11,26; Hb 12,22; Sal 110,2). Baste comprobar una cita: “Os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial” (Hb 12,22).
Finalmente, por haberse iniciado el cristianismo en torno al Cenáculo, de tantos recuerdos para la primitiva comunidad cristiana, el nombre de Sión es aplicado por los bizantinos a la montaña del suroeste, donde se celebró la Última Cena y adonde descendió el Espíritu Santo. La convicción de que la Iglesia era la continuación del “pueblo de Dios”, fue motivo para denominarse Santa Sión la primitiva basílica bizantina. Con ello la colina del Cenáculo suplantaba en el nombre a la de la primera ciudad de David. Nacía una Sión cristiana.
EL CENÁCULO
El monte Sión cristiano – entre los valles del Tyropeon y la Gehenna – se encuentra hoy fuera de las murallas de Jerusalén. Se accede a él normalmente por la llamada puerta de Sión o de David, abierta en 1540 por Solimán II el Magnífico, para comunicar esa parte alta (de unos 780m.) con la ciudad interior. En torno a la “sala alta” del Cenáculo, hay para el cristiano todo un cúmulo de recuerdos, de los que ofrecemos las citas del Evangelio:
–Preparación de la Pascua: Mc 14, 12-17.
–Lavatorio de los pies: Jn 13,4-17.
–Oración sacerdotal: Jn 14; 15; 16; 17.
–Mandamiento nuevo del amor: Jn 15.
–Eucaristía: Mc 14,22-25; Mt 26, 26-29; Lc 22,19-20; 1Cor 11,23-26.
–Aparición del Resucitado: Jn 20,19-23; Mc 10,14; Lc 24,36-45.
–Pentecostés: Hch 2,1-12.
HISTORIA DE LA SIÓN CRISTIANA ANTIGUA
Las fuentes literarias coinciden en localizar el Cenáculo en la colina del suroeste de la Ciudad Santa. También la arqueología parece estar de acuerdo. En 1951, se descubrieron restos evidentes de lo que pudo ser la primitiva construcción de los siglos I-II d.C., donde la naciente iglesia judeocristiana convirtió en iglesia sinagogal -dedicada al Señor o a los Apóstoles – la casa o sala de la Cena pascual, enriquecida con tantos acontecimientos. Reliquia de esta casa-sinagoga puede ser el muro absidal que aún sigue en pie, detrás del cenotafio llamado “tumba de David”. Su destino sería guardar los rollos o libros sagrados. A ello se añaden grafitos – hoy desaparecidos o cubiertos – y piedras de cimientos y angulares de algunas partes del primitivo edificio.
Esa casa-iglesia de los primeros siglos mantuvo las dos plantas, de las que “la alta” era propiamente el Cenáculo (Mc 14,15; Lc 22,12). No perderá nunca esa estructura a pesar de las transformaciones sucesivas.
El lugar o casa de oración comienza a tener importancia después de la Ascensión (Hch 2,1). Desde el año 58, será la primera sede episcopal de Jerusalén, regida por Santiago, el hermano del Señor, al frente de los judeocristianos. Afortunadamente, ni las legiones de Tito ni las de Adriano se percataron de aquel rincón venerado del extremo suroeste, que siguió como lugar de cita de la primitiva comunidad. Lo alcanzaron a ver testigos y peregrinos anteriores y posteriores a la gran basílica del siglo IV.
Son conocidos los problemas por los que atravesó esta iglesia “madre” de Sión, que nació con el signo del martirio. Santiago y Simeón y los 13 obispos siguientes – anteriores todos a la segunda rebelión judía del año 135 dC. – son el tributo martirial de los judeocristianos de Jerusalén. En los primeros años de la Aelia Capitolina de Adriano, se sentó en el “trono de Santiago” el obispo Marcos (133-135), del que afirma Eusebio (HE V, 12) que fue “el primer obispo tomado de entre los Gentiles para dirigirla”.
Luego vino la dispersión de los cristianos de Jerusalén por Jordania y Siria, a lo que hay que sumar los conflictos creados por la secta de los ebionitas. El concilio de Cesarea (l96 dC.) Fijó en domingo la celebración de la Pascua, lo que no gustó a la iglesia de Jerusalén, aferrada a la fecha del 14 de nisán por su condición de judeocristiana. La reacción del obispo Narciso le llevó a exiliarse voluntariamente por discrepancia de criterio. Le sucedió el apologeta y mártir Alejandro de Capadocia (202-211), que dejó constancia escrita de la iglesia del monte Sión. La problemática sigue aún, un siglo largo más tarde, cuando Macario (314-333) se ve en la obligación de recoger las tradiciones de la iglesia local para informar a los arquitectos de Constantino acerca de los “lugares santos”, sepultados por Adriano dos siglos antes.
Y aquí termina la época de independencia de la sede de Sión. Hasta el año 70 dC es decir, en vida de los obispos “parientes del Señor”, el Cenáculo era una casa de dos plantas – cedida a los cristianos- que conserva el aspecto originario. Al pasar a “sede” episcopal, el edificio – con las necesarias transformaciones – se identifica como una “pequeña iglesia de Dios”, mencionada por los escritores y testigos anteriores al año 335.
DOS SEDES EPISCOPALES
A la muerte de Macario, sin que cese la afluencia de peregrinos, el Cenáculo sufre la competencia de la sede del Santo Sepulcro, por lo que se identifica como la iglesia “superior” o de arriba. Los primeros obispos de abajo – de Jerusalén a secas – son Máximo (333-48) y San Cirilo de Jerusalén (348-386). Por las catequesis de Cirilo conocemos la dura realidad de la iglesia judeocristiana del monte Sión, que él llama “Iglesia superior de los Apóstoles”, con graves problemas de división. Los testimonios de otros testigos confirman la tensión o discrepancias, sobre todo en los casos de escritores cualificados, que no se limitan -como los simples peregrinos- a describir lo que ven.
Algunos ejemplos de unos y otros. El peregrino de Burdeos (333 dC.) -que pasó por Sión – sólo vio una de las “siete sinagogas que allí existieron”, pero no entra en las causas de esta merma. Egeria (384 dC.) parece hablar de dos iglesias en Sión. Si estaba en pie la de Juan, no la describe; se limita a decir que asistió a la procesión que iba del Martyrium a Sión y a la liturgia y predicación que allí se celebraba “en otra iglesia, donde la multitud de creyentes, después de la pasión del Señor, solía recogerse juntamente con los Apóstoles”. Pero San Gregorio de Nisa, que visitó por entonces Jerusalén (385 dC.), no logró entenderse en su diálogo con los judeocristianos, a los que deja mal en una de sus cartas polémicas. Epifanio de Salamina (392 dC.) es explícito al afirmar que la destrucción de Adriano (117- 138) no afectó a “la pequeña Iglesia de Dios, donde los discípulos habían subido a la sala superior… construida en aquella parte de Sión que se libró de la destrucción”. Y añade que de las siete sinagogas, una quedó en pie hasta tiempos de Constantino, “como cabaña en una viña”. El historiador Eusebio, que escribe a principios del siglo IV, testifica también que “el trono de Santiago… se ha conservado hasta hoy”. Y san Jerónimo, que sostuvo grandes discusiones con el patriarca Juan, no parece interesarse por su basílica, pero asegura que vio la columna de la Flagelación en la nave de la Iglesia y el lugar donde descendió el Espíritu Santo.
En efecto, a fines del siglo IV, como desafío a la mermada comunidad judeocristiana del Cenáculo, el obispo Juan II de Jerusalén (386-417) edificó, con ayuda bizantina, la gran basílica de Santa Sión (“Hagia Sión”), de grandes proporciones, en el flanco norte de la anterior. De su grandiosidad se hacen eco los elogios homiléticos de Esiquio de Jerusalén (c· 440 dC), el peregrino Teodosio (530 dC.) – que da su ubicación y la llama «madre de todas las iglesias» – y el Breviario de Jerusalén (también del año 530), que la designa como “basílica enormemente grande”.
La basílica de Juan debió de ser espléndida: 60m de larga, 40 de ancha y 80 columnas. Pero sólo duró incólume hasta los persas. Como indica el plano arqueológico de Bagatti – Alliata, abarcaba gran parte del entorno sacro actual: en la nave septentrional, se recordaba la dormición de la Virgen; desde la meridional se subía a la capilla superior que recordaba la Cena y los hechos de Pentecostés. De aquí se descendía a una capilla inferior, que conmemoraba el lavatorio de los pies y la aparición a los apóstoles.
ENTRE DESTRUCCIONES Y RECONSTRUCCIONES
Parece que, durante los siglos siguientes y hasta su destrucción (966 dC.), el Cenáculo deja de ser un santuario independiente e individuado; simplemente forma parte de la basílica. De hecho, los peregrinos o textos no la mencionan expresamente, mientras que no olvidan otros recuerdos menores. Entre éstos, en la Santa Sión eran veneradas las reliquias de San Esteban, la columna de la Flagelación, la conmemoración del santo rey David (25 de diciembre) y la de Santiago, primer obispo de Jerusalén.
La basílica fue incendiada por los persas de Corroes 614 dC.), pero el patriarca Modesto la reedificó tras la reconquista de Heraclio (629). A Modesto le sucede San Sofronio (634-638 dC.), que canta a Sión en sus Anacreónticas, pero que se vio en el trance – un año antes de su muerte – de entregar las llaves de Jerusalén al califa Omar (637).
Arculfo, en el año 670, vio la basílica, que le pareció grande y de estructura pétrea, pero en su dibujo sólo destacó los lugares y reliquias santas. Hay también una descripción armenia de la iglesia de Sión (s. VII dC.). Y en el Leccionario georgiano de la iglesia de Jerusalén (de los s. VII-VIII) se señalan los días de celebraciones propias de la basílica.
Si no de momento, sí a lo largo de la ocupación islámica fue destruida la Santa Sión (en 966 ó en 1009), excepto la sala de doble piso del Cenáculo, que es lo que los cruzados hallaron en ruinas, el 15 de julio de 1099. No tardaron en reconstruirla, reduciendo a tres las cinco naves y dedicándola a Santa María del Monte Sión. Individuaron, a uno y otro lado, los lugares sacros del Cenáculo y de la Dormición, respetando los dos planos del Cenáculo, de tal modo que los peregrinos posteriores vuelven a hablar del Cenáculo y a describirlo (Sewulfo, Daniel, J. de Wirzburg, Teodorico).
La obra de los cruzados -que necesariamente debió de ser de estilo románico- fue destruida por Saladino (1187 dC.).
No es fácil aclarar cómo Wilibrando, en 1212, halló “un cenobio grande y hermoso a la vista”. Lo servían los sirianos. Más radical debió de ser la destrucción del sultán de Damasco, el Malek el-Mohaddam, en 1219. Y entonces sí que se imponía una restauración a fondo de la sala superior del Cenáculo. ¿Quién la realizó?
LA ETAPA DE LOS FRANCISCANOS
A juzgar por el nuevo tipo de arquitectura – ahora gótica – han transcurrido bastantes años. No es seguro que la sala fuera rehecha de manera profunda en la breve tregua de Federico II (1229-39); pero sí es muy probable que allí se celebraron cultos mientras el local lo permitió. En el año 1244, la calma de la tregua – que era sólo de diez años – se interrumpió por el asalto de los feroces karismini. Sin que se pueda precisar la gravedad de los deterioros, las noticias nos trasladan al año 1335, en que Santiago de Verona habla claramente de un edificio de “bóvedas dobles” junto a las ruinas de la iglesia, que es sin duda la cruzada.
Esas bóvedas pertenecen ya a otra construcción. En 1333, Roberto de Nápoles y Sancha de Mallorca adquieren, por inmensa suma de dinero, los terrenos -una gran parte- del monte Sión para donarlos a los franciscanos. No es lógico que alzaran un convento para los frailes, un hospicio para peregrinos, y se cruzaran de brazos ante el Cenáculo. Parte al menos de la obra -la vivienda- estaba terminada para 1335. En 1342, la bula Gratias agimus de Clemente VI confirma la donación a los menores.
No es posible resolver la datación exacta de la sala gótica del Cenáculo, que quiere semejar un gran comedor con dos gruesas columnas centrales que se abren en palmera para sostener la nervatura ojival. Si se admite que la obra es de la tregua de Federico II (antes de 1244), su arquitectura es muy avanzada con respecto al arte occidental. Parece más obvio relacionarlo con las formas constructivas de la Nicosía del siglo XIV, lo que equivale, a afirmar que su recio estilo gótico corresponde a la etapa de pacífica posesión de los franciscanos, quizá ya en la segunda mitad del “trecento”. Si se piensa en fechas más posteriores, las líneas rebajadas de las ojivas podrían resultar ya arcaizantes. Ello no impide que las reconstrucciones y ampliaciones prosiguieran durante largos años.
La escalera del fondo conduce a la sala alta, donde los cruzados celebraban ya la venida del Espíritu Santo, así como la otra sala inferior -al ras de suelo- les servía para conmemorar el lavatorio y el recuerdo de David.
En todo caso, se han salvado – una vez más – las dos salas superpuestas, que en adelante tendrán historia independiente. En 1429, los religiosos fueron expulsados de la sala inferior, que volvieron a recuperar por dinero, para perderla definitivamente en 1452. Los judíos habían instigado a los musulmanes, haciéndoles conocer las infundadas noticias de Benjamín de Tudela, que tampoco ellos sabían hasta 1167. La pretendida “tumba de David”, era sólo el señuelo que desencadenó la ambición. Los despojos continuaron en 1524, pues un decreto de Solimán II arrebataba también la sala superior, tras dos siglos de posesión; y poco después, en 1551, los mismos otomanos expulsan de su convento de Sión a los franciscanos y convierten en mezquita -de Nebi Daud o Profeta David- la sala del Cenáculo, vedando además rigurosamente el acceso a todos los cristianos.
Aún así, los menores se resistieron a salir del lugar; se alojaron como pudieron en un local vecino – llamado «el horno» hasta que, en 1559, compraron a los georgianos el convento de San Salvador, sede desde entonces de la Custodia de Tierra Santa. Se iban, pero no aceptaban los hechos consumados. Por eso, el Custodio continúa llevando el título de “Guardián del convento del Santo Sión”. Bernardino Amico, a fines del siglo XVI, se ingenió para hacer un interesante diseño del lugar que habían abandonado los franciscanos.
SIGLOS POSTERIORES
La prohibición de entrar en Sión siguió en pie en los siglos siguientes, si bien consta de visitas aisladas, siempre por dinero. En el siglo XIX, se suavizó la situación y se toleró la entrada, pero nunca la celebración de misas. Para justificar la postura, añadieron el mihrab (1929) y ricas alfombras, como símbolos de mezquita oficial, y se instaló una verja (hoy retirada) para señalar el límite de la tolerancia. En 1936, los franciscanos fundaron al lado un nuevo convento destinado a las celebraciones de los peregrinos. Está precisamente en la “casa del horno”, pared por medio del Cenáculo auténtico. En 1948, tras la división de la ciudad, el Cenáculo caía en la parte nueva o israelí. La sala del Cenotafio se convirtió en sinagoga y el resto de los bajos en monumento nacional para conmemorar el “holocausto” de judíos en Europa.
Como consecuencia de la guerra de 1967, las familias musulmanas que residían en el Cenáculo abandonaron el local, que pasó a protección del ministerio de Cultos de Israel. Hoy, los israelíes permiten a los cristianos las visitas de la sala, pero no las funciones litúrgicas. Se basan para ello en una interpretación peculiar del “statu quo”.
La Custodia, que no ha renunciado a los derechos, reitera sus reclamaciones periódicas.
OTROS ATRACTIVOS PARA VISITAR EL MONTE SIÓN
Fuente: Félix del Buey, ofm para Revista Tierra Santa