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El espectador, pasada la primera sorpresa, se adentra en este libro cuyas páginas recuerdan, de repente, el retablo florentino que es la vida escrita en el siglo XIV, de la deliciosa y fuerte Catalina de Siena o de la sorprendente Gema, que encontramos en pleno siglo XIX. Esa claridad, esa sencillez, que manan de repente, como el brotar de una fuente.

 

pepita puges

 

La gente que rodea a Pepita Pugés es muy corriente. Nada la distingue de otra gente. O quizás sí: esta forma de ser corriente, al máximo.

Los escenarios de su vida son de una vulgaridad sorprendente; una calle, un mercado.

Ella misma es una mujer sencilla. Vendía verduras. Así como Santa Catalina de Siena, hija de un tintorero, se cría entre telas, en la casa paterna, vive y sufre las costumbres de su época y camina por las calles, como todo el mundo.

Así, esta mujer de mejillas aún tersas, de expresión de sutil sensibilidad, hace muy poco, casi ayer, vendía verduras, hablaba y reía entre nosotros. Sus amigas son tan corrientes como ella.

De repente pensamos en Pedro, en Juan, en Tadeo; esos hombres sencillos, corrientes, que estiraban la red, que comían sencillamente y que convivían muy cerca del Hijo de Dios; cosa que ni los reyes tuvieron el privilegio de hacer; o, quizás, sólo lo tuvieron como la graciosa Isabel de Turingia, que conmovida al ver a Nuestro Señor crucificado y ella enjoyada, escandaliza a todo el mundo quitándose su corona y poniéndola en el suelo de la iglesia. Es allí donde han de estar las coronas de los hombres.

Asomados a estos fioretti de increíble belleza pensamos, de repente, que Dios no está tan lejos, sino nosotros lejos de El.

La voz de la Virgen es cariñosa, dulce. Es muy joven. A veces se presenta radiante de belleza; otras, triste, llora.

¡Cuánta dulzura hay en la Inmaculada Concepción, delicadeza y encanto! Como esa vez que llama al cuarto de Pepita antes de entrar…

Nuestra Señora es una mujer de una dulzura sublime, que anda entre nosotros. Así lo entienden los enamorados de la Virgen: Teresa, Vianney. Todo es sencillo, claro, diáfano.

Somos los hombres los que complicamos las cosas.

Es con un extremado respeto como me asomo a esta vida. ¿Qué emana de ella? Misticismo. Hemos de pensar que la capilla en la que rezaba Pepita, era una capilla cualquiera. Hay centenares. Su hogar, como centenares de hogares. Su vida, como centenares de vidas. La diferencia, únicamente, está en el Amor. En relación de diálogo con Dios. Con Dios no es difícil dialogar, si uno es humilde y ama bastante. Además, El escoge. No es cómodo, pero sí, maravilloso, dejarse escoger.

Pepita Pugés, como Santa Teresa, ha escogido el diálogo del amor. Sólo que es una mujer de nuestro tiempo, no una doctora de la Iglesia, por gracia de Dios. No tiene el linaje de Teresa, no ha leído sus libros, no pertenece a Avila, sino a Horta.

No imita, no sigue en realidad a ningún Santo. Sólo hay similitud en la simplicidad. Se mueve, vive, habla, con sencillez. Se ignora.

Para ella las cosas del Cielo son normales, lógicas. Viven y se entrelazan en su vida común.

Quizás seamos nosotros los que somos limitados. Nosotros los que carecemos de algún órgano captativo.

La puerta del mercado de Horta es redonda: se entra, huele a verdura. Se compra, se regatea, se pasa. A veces se empuja un poco.

Ella vendía en uno de esos puestos. Subía al autobús, cogía el metro.

Una amiga habla de ella mientras pesa la compra, atiende a los clientes; sí, un momento; vuelve a hablar de su amiga muerta. Una clienta llama. Sí, un momento; pasa el rato.

¿Pensamos que los santos tienen aureolas y peanas de oro? No es así…

Tampoco la Virgen es así. Es, simplemente, una Mujer sublime, de una sencillez y una belleza sublimes.

Cuando aceptemos que todo es simple, los fioretti de San Francisco serán como ventanas abiertas. Y quizás entonces viviremos esta realidad.

FLORA DE SAGARRA

 

VIDA INTIMA DE PEPITA PUGES BALADAS

El 30 de agosto de 1978 entregó su alma a Dios Pepita Pugés. Puede ser muy provechoso para nuestro espíritu que recojamos aquí algunos datos biográficos, porque toda su vida fue como una pluma que escribe un libro, el libro de su vida, lleno de amor a Dios.

Efectivamente, en marzo de 1977 hice una petición a Pepita. Le pedí que en una libreta que yo le entregué, escribiera una relación de su vida espiritual. Cumplió puntualmente mi encargo. Ella tan obediente, me entregó la libreta, escrita de su puño y letra, cuatro meses después, el 8 de agosto de 1977. De esta fuente voy a sacar principalmente los datos de lo que referiré en este libro.

En aquel cuaderno refiere Pepita que cuando ella era joven, quiso ser religiosa; pero en su casa le negaron el permiso para entrar de religiosa. Entonces cayó enferma. Con esta ocasión, escribe lo que le sucedió:

“Estuve muy enferma. Yo pedía al Sagrado Corazón de Jesús que se me llevara pronto. Un día se me presentó el Sagrado Corazón de Jesús, lleno de rayos de todos colores. Me dijo:
-Hija mía, primero tienes que hacer un libro.
Vi una silla y encima un libro. Encima de la cubierta una gota de sangre. Lo dije a mi Director Espiritual y dijo que no sabía qué quería decir esto”.

El libro en blanco, que ella había de escribir, era su propia vida. Cada uno de nosotros, mientras vive, ha de escribir unas páginas imborrables, con las propias acciones: es el libro de la vida (Apoc 20,15). Hemos de querer que, en vida, escribamos páginas muy bellas, para después ir leyéndolas allí arriba por toda una eternidad. Aquel libro, pues, que vio Pepita, y la orden de que lo escribiera sin pensar en morir en seguida, era el libro de su vida, que había de llenar con el relato de sus buenas obras.

¿Y la gota de sangre que estaba encima de la cubierta del libro, qué simbolizaba? Bien claro estaba su significado. Que en su vida sufriría mucho, y esta gota de sangre, como título de todo el libro, sería lo que le daría su valor de eternidad. Efectivamente la vida de Pepita, ha sido esto, según creo.

 

Virgen-de-Can-Cerda

 

 

EL PRIMER ABRIRSE DEL ALMA A DIOS

Nació el 27 de setiembre de 1920, de padres “muy católicos”, -dice ella en su escrito- sobre todo su madre, que era muy ferviente. Se lo manifestaban con prácticas de piedad y devoción y además, ejercitaban el apostolado por medio de las asociaciones a que pertenecían. Por esto Pepita recibió desde muy pronto la mejor instrucción religiosa.

¿Cuándo empezó la apertura de su alma a Dios? Por lo que ella dice, su vida espiritual empezó a los cuatro años: “empecé cuando tenía cuatro años”. Es emocionante atisbar a través de lo que sabemos de ella, este primer abrirse al Señor, con naturalidad, con espontaneidad, con entrega. En realidad, los grandes favores sobrenaturales empezó a saborearlos a la edad de los quince años, aunque ya de pequeñita su espíritu se abrió al Señor.

Su madre, Josefa, tenía en casa una imagen del Sagrado Corazón, ante la que ardía una lámpara. Pepita tenía entonces cuatro años. Al ver a su madre arrodillada ante la imagen, le preguntó:

“-¿Qué hace mamá?
-Rezo a Jesús; reza tú también; ya sabes el Padrenuestro.
Yo también me arrodillé junto a ella. De pronto dije a mi madre:
-¿Tiene sangre en las manos, Jesús?
-Sí, hija mía, tiene sangre.
Y entonces mi madre me dijo:
-Hija mía, a Dios le pegaron mucho; llevaba en la cabeza una corona de espinas; lo clavaron en la cruz, de manos y de pies y con una lanza le traspasaron el corazón.
-¿Por qué le hicieron eso, madre, los judíos? ¿quiénes son los judíos?
-Somos todos los pecadores.
-¿Qué es un pecado?
Mi madre me dijo:
-Un pecado es hacer enfadar a los padres, no obedecerles, decir mentiras…
-Yo no quiero decir mentiras.
-Cada vez que se hacen pecados crucifican a Jesucristo, Nuestro Señor, pero si pides perdón te perdonará; y no hacerlo nunca más.
-¡Pobrecito Jesucristo! ¿Puedo rezar más?
-Sí, pero no tan alto, más bajito.
-Quiero besarlo.
-¡Bésalo, hija!
-¿Dónde está Dios?
-En todos los sitios; está a tu lado y también en el Santísimo Sacramento está esperándote.
-Vamos, mamá, a verlo.
-No, ahora no puedes ir al Cielo; si eres buena, sí, hija mía. Vete hija, no me dejas rezar.
Me quedó siempre presente en mi memoria.”

Así, con este relato tan sencillo, que tiene rasgos de sublime, empezó a los cuatro años la vida espiritual de Pepita; este abrirse a Dios, como una flor, cuando por la mañana viene el primer rayo de sol. Y poco después, contando todavía cuatro años, fue al Santuario de Montserrat y preguntó si aquel camarín en que estaba la Virgen y los ángeles era el Cielo.

De este modo prosiguió la vida espiritual de Pepita. Pero ¿cuándo empezó el Señor a comunicarse con ella por medio de gracias extraordinarias?

Si hemos de juzgar por su escrito, parece que fue en su Primera Comunión, cuando el Señor por primera vez le hizo recibir su voz con una de las llamadas “locuciones” internas, dentro del alma.

Dice así su relato:

“Había llegado el día de mi Primera Comunión. ¡Qué emoción tan grande recibir a Jesús en mi corazón! Yo decía:
-Jesús, ¿estás en mi corazón?
Me contestó:
-Sí. ¡Qué alegría estar en tu corazón! ¡Te quiero mucho!
-Yo también, Jesús mío.
-Ven siempre a verme en el Sagrario: ¿verdad que vendrás y me ofrecerás tu corazón?
-Sí, yo iré Jesús.
Cuando levanté mis ojos, vi a muchos ángeles blancos, ¡tan blancos, tan hermosos! Y cantaban con sus voces, tan celestiales. Nos decían a todas las niñas:
-Sois ángeles, sois portales de la gloria, sois espejos de Dios.
Vi unas cintas blancas y azules que bajaban del cielo, y todas nosotras estábamos envueltas en ellas. Yo decía:
-Jesús, quiero ir contigo al Cielo.
Me caían muchas lágrimas de felicidad, pero también estaba triste porque quería ir al Cielo”.

Tal es el relato que hace de su Primera Comunión.

Pero parece que estas gracias interiores no se ciñeron al día de su Primera Comunión, sino que prosiguieron en las comuniones siguientes, pues dice así, a continuación, sobre lo que le sucedía cuando iba a comulgar:

“Cuando entraba Jesucristo en mi corazón, oía la voz de Jesús:
-Hija, te quiero. Ofréceme tus cositas y oraciones por los pecadores.
-Señor –decía- que sea una niña como todas; diferente no, como todas. Ya sabéis, Jesús mío, que me ahogo siempre, no puedo correr como todas; se burlan las niñas de mí.
Jesús me decía:
-Yo te miro a ti solita y triste; no estés triste; estoy contigo, hija; tú eres una flor humilde, es la que quiero yo.
Entonces sentía ¡un consuelo tan grande!”.

Así, con esta vida de unión íntima y diálogo interior con Jesús, prosiguió Pepita hasta sus 19 años de edad. Cuando terminó la guerra de España, después de haber estado tres años sin poder comulgar –por la situación en que habían colocado a la Religión los que dominaban en el sector de la España republicana- por fin, en 1939, Pepita pudo volver a comulgar. Recojamos la explicación que ella nos hace de lo que sucedió en esta, que podría llamarse, segunda Primera Comunión. Dice así:

“Después, cuando entraron los nacionales, hacía tres años que no había oído la Santa Misa, ni recibido a Dios en mi corazón: todas las Iglesias estaban quemadas. Fuimos con una amiga mía a Sant Just i Pastor, Iglesia de Barcelona. Me confesé y después oímos la Santa Misa y en seguida fuimos a comulgar. En aquel momento oí la voz de Jesucristo, que me decía:
“-¡Oh, qué alegría tengo de entrar en tu corazón! ¡No sabes la alegría que tengo! ¡Alégrate, alma!
Entonces oí en mi corazón que me saltaba de alegría en el momento de recibir en mi corazón a Jesucristo. La Sagrada Hostia estaba toda iluminada con rayos de oro.
-Hija mía, me dijo, ¡te encontraba tanto en falta!”

¿Cómo había de florecer este diálogo íntimo, amoroso, con Jesús? Pertenecía, en efecto, a la Acción Católica; era Secretaria de las Hijas de María; cada mes, en domingos alternos, tenía Retiro espiritual, y en otros alternos, visitaba a enfermos tuberculosos del Hospital de Sant Pau i de la Santa Creu, como también a los leprosos, que entonces estaban en Horta. Cada domingo por la tarde enseñaba el catecismo y, finalmente, terminaba el domingo, tan denso, con el rezo del Trisagio ante el Santísimo expuesto.

El resultado de tal género de vida fue la vocación religiosa. Tenía ella 20 años de edad en 1940, cuando oyó el llamamiento de Jesús para que se hiciera religiosa. Las palabras con que ella lo narra, palabras en verdad preciosas, son éstas:

“Era un domingo de Retiro espiritual; había recibido a Jesús y me dijo:
-Alma, procura imprimir bien en tu interior: Yo soy amante de la pureza y soy el que da toda santidad. Yo busco un corazón puro y en tu corazón está el lugar de mi descanso; despréndete de todo lo que es del mundo, siéntate como pájaro solitario en el tejado, pues todo amante prepara a su amado el lugar mejor y más adornado; Yo soy el amo de tu ser; mío es todo lo tuyo. Entrégame todo menos el pecado.
-Sí, Jesús mío. Soy toda tuya.
Nació en aquel momento la Vocación de ser Esposa de Jesucristo; se había abierto en mi corazón un puro amor celestial de hacerme Esposa de Jesucristo, si El me quería. Lloré mucho, pero era de alegría; había despertado dentro de lo profundo de mi corazón, el amor divino y celestial. ¡Qué feliz era! Tenía 20 años…”

De un modo más explícito todavía, lo afirma pocas líneas después así:

“Un día me dijo Jesús:
-¿Quieres ser mi Esposa? Seré tu Esposo, alma mía; mira a mis Esposas, ¡qué hermosura!
Levanté mis ojos, vi a las Esposas vírgenes de Dios, todas blancas, con un velo finísimo que les cubría la cabeza; en sus manos llevaban lirios blancos, como no los hay en la tierra; llevaban una corona como de esmeraldas. Jesucristo me dijo:
-Estas son mis Esposas; serás una de ellas.
-¡Oh, gracias, Señor!
-El Rosario es un rosal para subir al cielo; sin embargo, hija mía, hay espinas y a veces muy dolorosas: tendrás que pasar entre espinas muy dolorosas. La Comunión fortalecerá tu espíritu, porque Yo seré el alimento de tu alma. Prepárate, hija mía, para ser mi Esposa”.

Cuando, finalmente, recibió el Señor en la Comunión, éste le dijo:

“No hay cosa tan hermosa en este valle de lágrimas como el alma que sirve puramente a Dios: ni la contemplación de la pradera esmaltada de hermosas flores, ni piedras preciosas y de gran valor, pueden parangonarse con la hermosura del alma. Soy Autor de toda paz y felicidad, reino en el centro del alma y desde allí, como rey desde su trono, dirijo potencias y sentidos. No es verdad, hija mía, que pueda darse en este mundo mayor dicha”.

 

aparicion de can cerda

 

 

NO LA DEJAN SER RELIGIOSA

Parece, que después de un llamamiento tan claro y alto, no habría de haber habido dificultad para llevar adelante una vocación religiosa por parte de una persona de tan intensa vida espiritual. Sin embargo, no fue así. Su padre, aunque era muy piadoso, temía perder a su hija, como sucede algunas veces; y no la dejó marchar.

Esta negativa fue un golpe muy duro para Pepita. Las palabras con que nos describe el cambio de rumbo impuesto a su vida, son éstas:

“No me dieron permiso para hacerme Religiosa. ¡Qué disgusto tan grande! Fui a la Iglesia llorando. Jesucristo me dijo:
-Hija mía, estás llorando, Yo estoy triste. Sé obediente, hija mía. Los ángeles están tristes, mi Madre Inmaculada que te quiere, está triste también. Sufrirás, hija mía. Tus sufrimientos los ofreces por los pecadores, los que blasfeman de nuestros Corazones; reza para desagraviarlos; por los que tienen abandonadas y arrinconadas nuestras lágrimas. Sí, hija mía, tienes que sufrir mucho. Yo no te dejaré nunca, hija mía. Mírame en la cruz y verás los tormentos que Yo sufrí por ti y por todos los pecadores”.

Aquí está claramente expuesto el cambio de orientación de la vida de Pepita. Quería ser Religiosa y así ofrecer el sacrificio de su entrega a El: no lo será por obedecerle, pero la cruz la acompañará igualmente, aunque de otro modo.

Fue tal el sufrimiento de Pepita por esta negativa, que estuvo muy enferma. Pidió entonces al Corazón de Jesús que se la llevara pronto al Cielo. La respuesta del Señor, fue la que ya conocemos: “Primero tienes que hacer un libro”, y con ello la visión de aquel gran libro blanco, encima de cuya cubierta había una gota de sangre, que era la tinta con la que habría de escribirlo.

Tal fue el designio del Señor.

 

interior de la capilla de can cerda

 

 

EN LOURDES EL MILAGRO DE SU CURACION

Efectivamente, Pepita casó con Francisco el 9 de junio de 1948. De palabra me había dicho ella, aunque no lo consigna en su memoria escrita, que antes de casarse le había dicho a su futuro esposo que supiera que ella veía a la Santísima Virgen. El mismo Jesucristo ratificó el nuevo rumbo de su vida. Lo narra con estas palabras:

“Yo obedecí a mis padres. Después me casé. El mismo día de la boda, Jesucristo me dijo:
-Te quería para Mí y tú también, hija mía; no llores, no tienes la culpa; cumple con el sacramento del matrimonio, aunque no lo sientas, hija mía. Tú cumplirás con el sacramento y, con los hijos que te daré, cumplirás también la ley de Dios”.

Al cabo de un año de casada, el 4 de marzo de 1949, Dios concedió a aquella familia el primer hijo, Jaime; y el 24 de junio de 1954, una hija, Montserrat. Pronto iba a cumplirse la predicción del Señor, de que sufriría mucho. Efectivamente, al cúmulo de enfermedades que había tenido, se añadió un accidente al caerse un día, que fue el 22 de junio de 1954. Las enfermedades habían sido muchas desde pequeña: operación de amígdalas (1927), tifus (1935), apendicitis (hacia 1941), anemia (hacia 1943); cuando su hijo tenía dos años y ella contaba 31 de edad, estuvo mal del corazón y tenía la arteria aorta dilatada (1951); cuando nació su hija y le hicieron una operación de parto, se ahogaba mucho por el mal estado del corazón y estaba toda hinchada (en 1954).

A todo ello se unió, ahora, otra cosa peor: uno de estos hechos que los hombres llamamos “accidentes”, pero que ante Dios no lo son, pues todos caen bajo su Providencia. Las palabras con que ella lo describe, son éstas:

“Habían pasado unos cinco años, ya tenía un hijo y una hija, cuando tuve un accidente: me quedó la pierna estropeada y torcida. Después de meses con yeso, y después de yeso de cola, la pierna estaba peor; me habían operado de mal de Pott y ya me tenían que operar de la pierna dentro de pocos meses. Entonces tuve un presentimiento: que me moriría y que si fuera a Lourdes, dentro de la piscina me curaría”.

Así empieza el relato de su maravillosa curación.

Tenemos una enferma con la columna vertebral inclinada, por el mal de Pott; los huesos de las piernas deformes; hasta me dijo varias veces, de palabra –aunque no lo consigna esto por escrito- que una de ellas, la enferma, había quedado varios centímetros más corta que la otra; exactamente ocho centímetros. Sentada como inválida, en un cochecito de paralíticos, entró en la piscina de Lourdes. Y esta enferma, de repente, pudo prescindir del cochecito: la espalda se le enderezó, la pierna se le alargó y curó, de modo que anduvo perfectamente desde entonces.

Pero oigamos el relato con sus mismas palabras.

“Fui a Lourdes con la peregrinación de Nuestra Señora de Lourdes. Tenía toda la fe en Ella y toda la confianza en la Virgen de Lourdes. Le decía:
-Virgen de Lourdes, tengo toda la fe y confianza en Ti, yo sé que me curarás.
Lo decía desde lo más profundo de mi corazón. Y cuando entré en la piscina de Lourdes, cuando estaba en medio de ella, sentí una mano que me cogía los huesos, muy fuertemente; en mi cuerpo oí un ruido, tan fuerte, que en aquellos momentos me parecía que me moría. Cuando, después de vestirme, fui al cochecito, me di cuenta de que la espalda que antes tenía torcida, entonces estaba recta. Dije:
-¡Estoy curada!
Pero no lo podía decir porque me ahogaba. Cuando salí, me esperaba la Hermana y me dijo:
-¿Qué le pasa?
Yo le dije:
-¡Oh, Hermana, estoy curada! La Virgen me ha curado.
Ella dijo:
-No lo digas hasta que estemos bien seguros; de momento muchos se curan y después vuelven a estar como antes.
Me llevaron a la explanada para la bendición de los enfermos. No podía rezar, aún me ahogaba”.

Hasta aquí la descripción de los hechos del 27 de noviembre de 1954. Ahora sigue comentándolos del siguiente modo:

“A la mañana siguiente me desperté. Había pasado toda la noche durmiendo. A mi lado estaba la Hermana, que tenía su cabeza en mi almohada, durmiendo. Yo la desperté:
-Hermana, he dormido toda la noche. Hacía 19 meses que no había dormido.
La Hermana me dijo:
-Ya lo sé.
-¿Por qué me velaba Vd.?
Ella contestó:
-Tenía muy mala cara y me encargaron vigilarla.
-Yo estoy curada, Hermana; iré sin cochecito.
Me dijo:
-No, hija mía, tú irás en el cochecito hasta que estemos bien seguros.
Entonces nos llevaron a los enfermos a la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes; allí oímos la Santa Misa. Y en el momento de recibir a Jesús, oí la voz cariñosa, dulce y triste, de la Virgen de Lourdes. Me dijo:
-Hija mía, estás curada; levántate, anda mucho, demuestra que yo te he curado, hija mía, anda mucho; el corazón no te lo he curado; tendrás operaciones, sufrirás mucho; ofrécelo a mi Corazón Inmaculado y al de mi Hijo Divino, por los pecadores, hasta que un día vendré a buscarte y vendrás al Cielo conmigo; hija mía, muchos años no vivirás”.

Después de esta descripción, interesante y maravillosa por su sencillez y realismo, todavía es más hermosa la descripción que a continuación nos da, en cinco líneas, del rostro de la Virgen. ¿Cómo es la Santísima Virgen? O si queremos decirlo así, ¿cómo veía Pepita a la Santísima Virgen?

Sus palabras son éstas:
“La Virgen María Santísima es morena clara, muy fina; los ojos grandes, misericordiosos; negros y dulces, pero tristes. La cara no es ni larga, ni redonda, pero es hermosísima; nada hay en la tierra como Ella, de hermosura; llena de dulzura, de bondad, de celestial pureza inmaculada, de virginal amor”.
Es tal el encanto que ejercía sobre ella la Santísima Virgen, que poco después, hablando de la sonrisa de la Virgen María, dice:
“Si pudiera ir al Cielo, en un rincón, y ver la sonrisa de la Santísima Virgen, sería feliz eternamente”.

 

Pepita Puges i Baladas

 

 

DESPUÉS DE LOURDES

Tan bien quedó Pepita de aquellas graves lesiones y enfermedades de huesos, que le curó la Virgen de Lourdes, que después de todo ello tuvo todavía un tercer hijo, que fue niña, a la cual puso el nombre de María de Lourdes.

Antes de tenerla, siendo en 1958 el centenario de las apariciones de Lourdes, la Virgen le encargó que fuera a hablar con el Sr. Obispo para hacerle una petición:

“que tenía que rezar las tres partes del Santo Rosario con devoción, y ofrecerlas por las almas frías que no quieren conocer el amor divino de mi Hijo Jesucristo; venerar su Santa Imagen con una procesión; tres días rezar mucho por los pecadores. Que tenía que ver al Señor Obispo para darle este mensaje”.

Su Director Espiritual le contestó: espera que la Virgen te lo diga tres veces, antes de hacerlo. Cuando se cumplieron los tres encargos, sucesivamente dados por la Virgen, su Director Espiritual la enderezó al Obispado, para que hablase con el Secretario:

“Me recibió muy bien; mi Director Espiritual le habló de mí y él me escuchó con atención; y quedé descansada, porque sufro mucho cuando ella [la Virgen] quiere que diga algo: se sufre hasta que lo dices; entonces quedas en paz”.

Fijémonos en este rasgo: no va ella a que precisamente se cumpla lo que dice el Mensaje; va a decirlo para cumplir ella lo que la Virgen le encargó; y una vez ejecutada su orden, queda en paz, hágase o no lo que allí se contenía, porque ella ya ha cumplido. Es interesante este rasgo para discernimiento de espíritus.

Poco tiempo después, tuvo Pepita su tercero y último hijo, según decíamos antes, que fue niña, a la que impuso el nombre de María de Lourdes. Ella lo describe así:

“Después tuve una niña. Me costó muchísimo tenerla –estuve a punto de morir y 3 meses y medio en clínica- pero la niña estaba sana, se llamaba María Lourdes”.

Ahora vino el gran sacrificio que le pidió la Virgen. Un día, mientras ella ofrecía a la Virgen unas flores, la Sma. Virgen le dijo que la flor que quería era, precisamente, que le ofreciese su hijita, aceptando su prematura muerte. Lo refiere así:

“-La flor que me puedes ofrecer es tu hija María Lourdes; ésta no se marchitará nunca.
Me lo pidió tres veces. Entonces me fui al comedor. Mi madre me preguntó:
-¿Qué te pasa?
-Madre, la Virgen Santísima me está pidiendo la niña María Lourdes.
Ella me contestó:
-Te lo parece.”

Es decir: te imaginas que Ella te lo pide, pero es sólo imaginación.

No era imaginación sino verdad, como se ve por el relato siguiente:

“Habrían pasado ocho días justos, cuando la niña empezó con cuarenta de fiebre y a mover mucho la cabeza hacia un lado y otro, y llorando. Tenía pus en la nariz y se le ponía en las orejas. La niña no mejoraba. Me miraba yo la Santísima Virgen con miedo, porque sabía que quería que la ofreciera y que sería doloroso para mí. Un día la niña estaba con sufrimiento; no se curaba. Estuve tres veces en la Residencia y en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Un día mi madre, que era una santa…
-Interrumpo aquí la transcripción para observar el aprecio que Pepita tenía por su madre: “era una santa”; y prosigo copiando las palabras de ella sobre su madre.
…me llamó y me dijo:
-¿Por qué no ofreces la niña a la Virgen? Ella te lo pidió. Los hijos son de Dios y no tuyos.
-¡Oh, madre! Es lo que Ella quiere, madre, que le ofrezca, como una flor que nunca se marchitará. He sido una madre egoísta, que quería la hija para mí. Que Dios me perdone.
A la mañana siguiente perdí perdón por ser egoísta y la ofrecí como la flor que nunca se marchitará. Era el domingo y el martes la Virgen se la llevó al Cielo”.

Este es el relato, emocionante en verdad, y lleno de delicada y alta espiritualidad.

 

capilla de can cerda

 

 

EL MEOLLO DE SU VIDA ESPIRITUAL

Al describir a continuación los rasgos más típicos de lo que le pedía la Virgen, habla de oración, reparación, mortificación y penitencia, para salvar a las almas:

“Un día estaba rezando en la Iglesia y al momento de recibir a Jesús, la oí. Me dijo:
-Reza el Santo Rosario, ofrece tus sufrimientos por los que viven apartados de Dios, que no quieren escuchar la palabra de Dios, de mi Hijo amado; y después, cada Rosario será un peldaño de gloria en la cruz que en él todos llevamos: ésta es la llave de la gloria; sin ella no se puede entrar en el Cielo. Llevarla con resignación y con alegría por la felicidad eterna, hija mía.”

Le encarga que diga a su Director Espiritual que se hagan las XL Horas de Adoración ante el Santísimo por la paz de las naciones, cuyo egoísmo pone en peligro la paz, ofendiendo la paz, ofendiendo “Nuestros Corazones Santísimos”. Hago notar la fuerza que para el teólogo tendrá la frase en plural “Nuestros Sagrados Corazones”, que son ofendidos a la vez uno y otro, por el pecado.

De un modo especial encarga la Virgen oraciones y mortificaciones por la juventud que “no da importancia al pecado”; y así le pide también por todos “para que se salve el mundo”, a lo cual añade la Virgen una frase conmovedora: “¡para que Dios, mi Hijo amado, no sufra tanto como está sufriendo conmigo!”

Prorrumpe entonces Pepita en una doxología que parece una poesía de veneración, amor y alabanza a María, llena de belleza celestial. Es imposible no transcribirla aquí. Lo único que añado es separar por la puntuación en diversas líneas el sentido de las mismas palabras.
Dice así de la Santísima Virgen:

“Porque Ella es una estrella, la más bella, la más divina. Porque es una guirnalda del Cielo, florecida. Porque es celestial perfume de candor. Porque es la Reina y Emperatriz de Cielo y Tierra, y Madre de Dios y Madre nuestra, llena de amor por los pecadores. Sus celestiales manos acarician los mortales y suavizan todo mal”.

 

VESTIGIOS DE LA PASION

Pepita consigna en sus memorias una fecha bien precisa, cosa rara en ella. Lo cual indica que le quedó bien grabado el hecho. Lleva la fecha del 9 de diciembre de 1970.

Con esta fecha refiere que Jesucristo le dijo una vez que “cuando estaba coronado de espinas y azotado, no podía dar un paso, porque su divina cara era una cortina de sangre y no veía nada; entonces le lavaron la cara”, de tanta sangre, y cayó en una pila de bronce o lebrillo, donde quedaron en el fondo unas manchas oscuras de su sangre. Esta pila dice “está en Jerusalén, donde hay muchos judíos muy pobres. La utilizaban y ahora, no hace mucho, la querían romper. Como un milagro no se ha roto, porque yo no he querido”. Y le da indicaciones sobre una posible manera de ir a buscarla, pero haciendo antes cada mes la devoción de las XL Horas de su Adoración, oración y penitencia y rezando el rosario.

Después de consignar este rasgo de la pila utilizada en la pasión del Señor, da múltiples relaciones de otras comunicaciones divinas, sabrosísimas, como aquella en que el Señor le dice sobre el Sagrario, adonde hemos de acudir:

“Quiero que me expliquen sus cosas a Mí, como a su verdadero amigo; si quieren consuelo, Yo les daré; si quieren compañía, tendrán siempre a su lado a mi Corazón divino; quiero que me adoren, que me quieran, que recen con verdadera devoción y mediten cómo está su alma; que me lo ofrezcan todo a mi Sagrado Corazón y al de mi Madre Inmaculada, que sufre mucho, ¡oh, hija mía!”.

En este contexto encarga a los Sacerdotes, que antes de predicar, mediten lo que tienen que decir:

“Sacerdotes, sed castos, humildes de corazón; Obispos, sed Pastores humildes; entregaos por el bien de las almas; dad fruto al mundo, que lo necesita. Dios os iluminará.”

 

ESTA UN TIEMPO EN EL CIELO

Con fecha de 21 de octubre –que por el contexto parece se refiere al año 1971, aunque bien pudiera ser el 1972 u otro posterior-, refiere una gracia que la Sma. Virgen le deparó, para prepararla bien, ante todo el sufrimiento que le esperaba. Fue durante una peregrinación a Lourdes.

Quizá porque se acercaba ya la fecha en que iban a empezar los dolorosos hechos de Can Cerdà, de Cerdanyola, en los cuales ella habría de sufrir tanto. Tal vez por esto la Virgen ya la preparó, disponiendo su espíritu. Sea por ello o no, el hecho es que durante una peregrinación que hizo a Lourdes, le sucedió lo que describe con estas palabras:

“Fui de peregrinación a Lourdes. A la mañana siguiente vi a la Santísima Virgen, de repente, y me dijo:
-“¿Quieres ver el Cielo un poquito?”
Yo dije que sí. Vi una corona tan grande, pero preciosa, toda llena de diamantes y esmeraldas de todos los colores; una luz, tan divina, que resplandecía como un espejo; había preciosas piedras de rubíes… no puedo explicar, su hermosura tan grande. ¡La Virgen resplandecía tanto de hermosura! Yo le dije:
-¿Dónde está mi madre?
-Está allí –me contestó.
Estaba al lado suyo. La vi y me abrazó. ¡Se veía tan joven y tan hermosa!
-¿Y mi hijita?
-¿Ves –me dijo- este angelito que viene? Es tu hijita.
Toda de luz hermosísima. La besé y ella sonreía también. Al momento desapareció la visión; pero la Virgen, que estaba a mi lado, me dijo:
-Tendrás que sufrir más, hija mía, en tu vida, pues hija mía, estás en una cárcel, en la que no te dejan hacer nada de lo que Dios quiere. Has ofrecido, hija mía, a mi Hijo Divino y a mi Corazón Inmaculado, tus sufrimientos, tus oraciones y tribulaciones. Mi Hijo Santísimo está enamorado de ti, desde que eras pequeña. Yo, hija mía, velo por ti. Tú ofreces tu propia vida para la salvación de los hombres y por los que dudan de mi Corazón Inmaculado, de mi Inmaculada Concepción y de mi Virginidad. Quiero que mis hijos no se avergüencen de decir que son católicos, porque de ese modo se quedarían con la vergüenza del qué dirán cuando les llegue la hora; entonces no podrán entrar en el Cielo. Muchos se pierden por la vergüenza. Que mis hijos sean valientes, y digan a todo el mundo: sí, soy cristiano, soldado de Jesucristo, hijo de María Inmaculada; con la voz muy alta, que lo oigan en todo el mundo. Sed valientes, con fe y amor a Dios, camino seguro del Cielo”.

Esta maravillosa descripción de su breve estancia en el Cielo, culminaba, como se ha visto, en una exhortación a la valentía, a la vista del premio que nos espera. Pero también otras veces la llevó el Señor en espíritu al Cielo, para otros fines.

Por ejemplo, según una narración que no está en estos apuntes que ahora transcribo, sino en una nota que me dio como a Padre Espiritual el 28 de julio de 1976, describe la subida al Cielo y algo de lo que vio en él, unos días antes, el 24 de julio. Es interesante esta descripción, como doctrina que podríamos llamar, del Tratado de la Gracia, es decir, que con sucesivas oraciones así, impetramos la perseverancia final. La descripción, traducida del catalán, dice así:

“Ayer, día 24, vi a la Virgen que me llamaba desde arriba de un monte. Yo subía entre piedras y pinchos y zarzas. Después del trecho de unos pocos pasos, me detenía por la fatiga de la subida. ¡Qué mal me encontraba! La Virgen me decía:
-Un Avemaría y volverás a subir.
Así lo hacía. Llegó el momento en que la subida era más pronunciada y entonces quedaba sin fuerzas. La Virgen decía:
-Reza. Ya verás qué fuerzas tendrás, hija mía.
Hasta que así llegué al Cielo.
Era una maravilla: La Virgen de Lourdes, toda resplandeciente, sonreía. ¡Qué belleza, Dios mío! Los ángeles con voces, tan divinas, cantaban una armonía celestial. Las Tres Personas de la Santísima Trinidad: el Padre Eterno en su Majestad, y el Hijo, Jesucristo, en toda gloria, y el Espíritu Santo, resplandeciente como el oro. Después vi a Jesucristo, sentado en un trono. A dos ángeles de gran belleza y al arcángel San Miguel. ¡Era tan hermoso! A cuatro ángeles más, con túnicas blancas como la nieve; las alas de perlas de cielo, desde abajo de las alas; y a otros ángeles hermosos.
También Jesucristo me dio su Santísimo Corazón. Ya lo he tenido dos veces. El Corazón estaba como en una llama. Jesucristo me dijo:
-Hija mía, la llama es de tanto amor que tiene mi Corazón. Después vi a Santa Teresa de Jesús y me dijo:
-Mira a las Esposas de Jesucristo.
Eran preciosas.
-Yo también voy de blanco, sí, hija, -me dijo Santa Teresa.
Y me dio una palma bastante grande. En ella había sangre. Santa Teresa me dijo que era mía, de los sufrimientos que he tenido y de los que tendré.
Después, el Cielo, estaba lleno de Gloria: Angeles, ¡cuántos había! y Santos. Era una hermosura celestial; tan bella como era. Armonía y gloria infinita. Las vírgenes consagradas a Dios, todas coronadas de gloria.
-Hija mía, -me dijo la Virgen- ahora hace su entrada en el Cielo un pecador, de los mayores pecadores convertidos.
Entra un alma resplandeciente. Jesucristo la abraza con gran amor. El no hacía más que decir:
-Tened piedad, Jesucristo, Señor.
Lo besó y le dijo:
-Tu alma está purificada en mi purísima sangre.
-¡Hijo!- le dijo la Virgen María.
De sus ojos de estrellas de Cielo, saltaron dos lágrimas, como dos perlas divinas. Eran de gozo y alegría. La armonía era grande, porque había entrado en el Cielo un gran pecador arrepentido. ¡Había entrado triunfalmente en la Gloria!
Ya habían pasado los minutos. La Virgen me llama:
-Hija mía, has de volver a tu cuerpo.
Yo lloraba. La Virgen me acariciaba. Y, de pronto, me encuentro en la cama, bien despierta y con mucha alegría: ¡mi alma había estado otra vez en el Cielo!
¡Qué hermoso es el Cielo! Siento añoranza de él porque tengo ansias de volver, para quedarme allí; pero lo hemos de ganar en la Tierra, con la oración, mortificación y penitencia; ayudarnos unos a otros; ser humildes de corazón y perdonar siempre; ni un día dejar solo el Sagrario; hacer mucha compañía a Jesucristo; oír la Santa Misa y recibir con verdadera devoción el Santísimo Cuerpo de Jesucristo, como alimento de nuestra alma; amarlo como El nos ama, hasta entregar su propia vida por nosotros, para salvarnos. Y el Santo Rosario, es la escalera para llegar a la Gloria. Palabras de la Virgen María.”

 

EL ANILLO NUPCIAL

En una de estas subidas al Cielo tuvo lugar algo maravilloso. Ella me lo contaba un día como algo que la sorprendía y maravillaba, pero sin darle importancia. Para mí, tenía mucha importancia, porque se trataba de algo que es bien conocido como el ápice de la vida mística, el llamado “desposorio espiritual”; cuando el Señor entrega un anillo de esposa a un alma, como hizo por ejemplo con Santa Teresa de Jesús.

Me dijo Pepita que Jesús, un día, le dio un anillo. Recuerdo que muy sorprendida me preguntó: ¿por qué me lo colocó en el dedo medio de la mano y no en el anular? Le dije: porque en el anular ya tiene Vd. el anillo de Francisco, su esposo.

El hecho es que el Señor le dio el anillo, que ella, cuando tenía uno de estos éxtasis de Cielo, lo veía en su mano; pero no lo veía cuando volvía a la tierra. En la vida futura lo habría de ver siempre.

Como este hecho no solamente me lo dijo de palabra –y también lo oyó la Sra. María Poch, su amiga y confidente, que estaba cuando lo dijo- sino que además lo relata en su escrito; mejor será que copiemos sus palabras.
Dicen así:

“Una mañana, después de mis oraciones, vi a la Santísima Virgen y me dijo:
-¿Quieres venir cinco minutos al Cielo?
Yo le dije que sí. De repente no pesaba nada; estaba ligera como una pluma; ¡me encontraba tan bien! Llevaba una túnica blanca, y entonces me encontré en el Cielo. No se puede explicar lo que vi: centenares de ángeles, preciosos. Vi un trono de gloria: A Jesucristo sentado; era una maravilla. Yo me arrodillé delante de Jesucristo y El se quitó su Corazón y me lo dio a mí. El Santísimo Corazón estaba caliente, estaba lleno de sangre purísima. Cuando Jesucristo me lo cogió, tenía en mis manos, sangre.
Jesucristo me dijo:
-Dame la mano.
Me cogió la mano, me puso una sortija. Era preciosa, toda resplandeciente. Y me dijo:
-Querías ser mi Esposa, has sido obediente; cuando llegue tu hora, vendré a buscarte junto con mi Madre Inmaculada: entonces celebraremos los desposorios.
Yo le dije:
-Señor, estoy casada, he tenido hijos, soy ya mayor, vieja.
-No –me dijo- tu alma es como si tú tuvieras veinte años. Tú me querías mucho como a Esposo; Yo también: serás mi Esposa cuando hayas dejado este valle de lágrimas. La sortija es invisible para la Tierra.
Me bendijo y la Santísima Virgen me dijo:
-Ya han pasado los minutos.
Yo no quería irme. De pronto me encontré en casa.”

¿Cuándo sucedió este hecho? Pepita no fija en su escrito la fecha. Sólo dice que “he tenido hijos” y también “soy mayor, vieja”; por tanto el hecho parece posterior al año 1958. Por otra parte en un escrito suyo, que me entregó el 27 de noviembre de 1976, en el cual refiere un éxtasis de la víspera, día 26, dice que Jesucristo le preguntó: “¿Y la sortija?”. Después de lo cual añade: “Me miró la mano: Llevaba el anillo”. Por tanto este hecho parece deber situarse entre las dos fechas límite de 1958 a 1976, y dentro de estos 18 años, más bien parece que hacia el fin del plazo, puesto que se declara ya “vieja”. Fue realmente el período de sus grandes sufrimientos y amores por la causa del Señor, las almas.

 

COMO EN LA VOCACION RELIGIOSA

Para terminar el relato con las palabras mismas de Pepita, citaré los dos últimos párrafos de su memoria: en uno de ellos se refiere a los religiosos y a su voto de obediencia; en el otro, a la intención recta, que por el amor, despega el corazón del mundo –en cuanto fuera tomado como fin “en sí”- y lo eleva al amor de Dios.

En el primero refiere que, un día, después de comulgar, se encontró con que tenía toda la boca llena de sangre, y una noche el Señor le anunció que a su muerte daría consuelos de gracia a almas. Después de lo cual añade estas palabras:

“El Señor me dijo cuál es el camino por donde se dirigen las almas al cielo. Vi una lámina estrecha y erguida, llena de asperezas y difícil de escalar. Los que querían subir por ella tenían que servirse de las dos manos y apretar firmemente la lámina por los dos lados.
Jesucristo me dijo:
-Significa que es necesario ayudar a las almas con nuestras buenas obras.
Los religiosos que habían vivido bajo la obediencia, hallaban a lo largo de esta plancha, un saliente al cual podían asirse para no caer; pero cuando los Superiores, negligentes, no habían hecho caminar a sus súbditos por la senda de la obediencia, parecía faltar apoyo y eran de temer las caídas.
Jesucristo me dijo:
-Las almas que se han sometido con gusto a la obediencia, caminan con seguridad, asiéndose al sostén, y los ángeles vienen en su ayuda para apartarlas de todos los obstáculos del camino”.

El último párrafo de la relación de Pepita sobre su vida espiritual, se refiere, como he dicho antes, al Amor. Vale la pena transcribirlo, aquí, íntegramente. Dice así:

“Jesucristo me dijo:
-El amor es una flecha de oro y el hombre es dueño, en cierto sentido, de todo cuanto alcanza con esta flecha. Es por lo tanto una locura apegar el corazón a las cosas de la tierra y abandonar las del cielo.
Y me dijo:
-Hija mía, hace muchos años que estas palabras las dije a una santa muy amada mía.
Y me dijo Jesucristo:
-Voy a herir a todas las almas consagradas a mi Corazón Santísimo; el primer dardo traspasará tu alma y todas las almas que mueren por Mí de amor; el segundo dardo traspasará el alma, la convertirá en una especie de enfermo calenturiento; el alma se abrasará afectivamente en un deseo tan ardiente de unirse con Dios que se le hará imposible respirar y vivir sin Mí; el tercer dardo, [hiere] al alma y la empuja hacia bienes tan inestimables, que no puede decirse otra cosa sino que el alma está como separada del cuerpo y bebe a grandes tragos en los embriagadores torrentes de la Divinidad. Hija mía, yo te bendigo”.

A ello sólo añade su firma: “Pepita Pugés”, que es la rúbrica de un alma entregada al amor del Señor.

Un día se me presentó el Sagrado Corazón de Jesús, lleno de rayos de todos colores. Me dijo: -Hija mía, primero –antes de morir- tienes que escribir un libro. Vi una silla y encima un libro. Sobre la cubierta, una gota de sangre.

“-No hay cosa tan hermosa en este valle de lágrimas, como el alma que sirve puramente a Dios: ni la contemplación de la pradera esmaltada de hermosas flores, ni las piedras preciosas y de gran valor, pueden parangonarse con la hermosura del alma”.

El Señor me dijo cual es el camino por donde se dirigen las almas al Cielo. Vi una lámina estrecha y erguida, llena de asperezas y difícil de escalar.

“El tercer dardo hiere al alma y la empuja hacia bienes tan inestimables, que no puede decirse otra cosa sino que el alma está como separada del cuerpo, y bebe a grandes tragos, en los embriagadores torrentes de la Divinidad”.
“Yo soy amante de la pureza y soy el que da toda santidad. Yo busco un corazón puro y en tu corazón está el lugar de mi descanso; despréndete de todo lo que es del mundo…”

Pepita Pugés Baladas
Material cedido gentilmente por Lluis Bulle Oliva

 

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