Conocemos del mundo angélico lo que conocería un topo del mundo humano al sentir las trepidaciones y ruidos de los humanos. Nos parece que lo material es variado y colorido, puede ser rugoso, suave, deslumbrante, húmedo o gelatinoso, frío como el acero o ardiente como la lava, lleno de olores y matices diversificados en un sinfín de sensaciones. En definitiva, el mundo material nos parece variado y cambiante. Sin embargo, el mundo angélico nos parece muy reducido, vaporoso y monocolor. Algo que roza el aburrimiento. Pero el mundo de los espíritus es variadísimo, a veces pueden luchar los espíritus entre ellos, algunos están encadenados, otros tienen como misión recorrer la tierra, fijémonos sólo en los misterios que se esconden en el versículo del libro de Daniel (Dan 7,10) en el que se nos da a entender que unos ángeles se dedican a servirle y a otros les ha dedicado a otras funciones. ¿Cuál es ese servicio?, ¿en qué consiste?) ¿Por qué aunque todos ven su faz, se da a entender que unos están ante la presencia de Dios y otros no? Y esto es solo un versículo.

Para vislumbrar algo del encanto y grandeza de ese mundo desconocido pero real, pensemos que los distintos nombres de los coros angélicos designan algo parecido a lo que las grandes especies de los animales. Imaginemos por un momento las diferencias que existen en el mundo material entre mamíferos, aves, peces e insectos. Pues la diferencia que existe dentro de un mismo coro angélico es mayor que la que pueda haber entre un delfín y una ballena, o entre una ardilla y un ciervo, pues las diferencias entre las esencias angélicas son mucho mayores que entre las esencias materiales.

Y sin embargo, a pesar de tener unas ideas tan pobres sobre el mundo angélico, qué interés suscita el tema demoníaco.
Ya el poeta Ovidio dijo: NITIMVR IN VETITVM SEMPER CUPIMVSQVE NEGATA (siempre nos esforzamos por lo prohibido y deseamos ardientemente las cosas negadas)

El hombre tiende a preferir conocer lo bello y bueno, pero por alguna razón también siente una innata inclinación por conocer lo deforme y lo sórdido. Esta inclinación no es mala, el conocimiento tiende a extenderse sobre todos los campos y materias. Cuanto más desconocido y fuera de lo normal es algo, más se apetece su conocimiento, porque de su aprehensión intelectual nace esa fugaz y espiritualmente placentera sensación que es la sorpresa.
Las catedrales góticas tratan de llevar a los hombres a Dios a través de la belleza. Pero es parte integrante de esa belleza el que en ese inmenso conjunto arquitectónico tenga su pequeña parte la representación del demonio. Sea en un pequeño capitel, sea en una gárgola, sea en la parte inferior del tímpano, allí se esconden las imágenes de una caterva de pequeños demonios. ¿Por qué?, pues porque el demonio también tiene una participación de la belleza. El demonio es feo, no me refiero a su cuerpo, que no posee, sino a su ser personal deformado. El demonio tiene un ser, y todo ser es una participación del bien y la belleza. El demonio conserva su naturaleza angélica y ella es hermosa, e incluso en lo que con su pecado ha deformado de su ser podemos encontrar una belleza especial e inferior, pero belleza.

Pongo un ejemplo: si atravesamos despreocupados y alegres un prado de flores y mariposas y de pronto nos topamos con el cadáver de un perro que es ya carroña maloliente, sin ningún género de dudas retrocederemos, nos taparemos las narices y pensaremos que es algo sencillamente vomitivo. Ese objeto no es bello, sin embargo, si pudiéramos prescindir del olor, si nos fuese posible introducirnos con una cámara de televisión por los tejidos putrefactos de ese cuerpo y observar científicamente con todo lujo de detalles la obra constante de los gusanos, su conducta, su reproducción, y a un nivel inferior la acción de los microbios, su metabolismo, sus distintos tipos y clases, y observar tantas especies y subespecies de organismos y microorganismos trabajando sobre una masa a su vez cambiante a lo largo de las semanas, entonces quedaríamos fascinados por ese mundo oculto y complejísimo de procesos químicos y biológicos que es un cadáver en putrefacción.
Ciertamente un cadáver no es algo bello, pero podemos encontrar no sólo algún aspecto bello sino, como hemos visto, un mundo fascinante. De todos los objetos que puede conocer el intelecto, el más deforme, el más sórdido es lo demoníaco. Todo lo demás, la visión de las escenas de campos de concentración nazis, el conocimiento de las crueldades de la guerra, los espantosos relatos de asesinatos y torturas, son los frutos maduros de la semilla demoníaca.

Hemos visto que incluso el demonio tiene su lugar en la catedral, como lo tiene en el cosmos el infierno. Cosmos en griego significa orden. El infierno, con hombres y demonios sufriendo por toda la eternidad, no es una pieza desencajada, no es un defecto en esa armonía universal. El mundo hubiera sido mejor sin condenados. Pero hubiera sido mejor no por lo que existe (el infierno), sino por lo que ha dejado de existir (una inmensa cantidad de bien que hubieran hecho los condenados si no se hubieran condenado, y por la gran cantidad de dolor que sufren). El infierno no afea la creación, de la misma manera que los apuntes personales de Leonardo da Vinci, en los que aparecen caras deformes y grotescas, no afean su obra pictórica. Al contrario, incluso en la existencia de esos cuadernos con caras grotescas, se nos revela la mano maestra de un genio en un modo totalmente distinto, que si no hubieran llegado hasta nosotros y no la hubiéramos conocido. Del mismo modo hasta en el infierno podemos encontrar una belleza, especialísima eso sí, una belleza sui generis, como la admiración que produce contemplar la complejidad de procesos que se producen en un cadáver en medio de un prado de gran belleza. Además, continuando el símil del prado, considerados los condenados en sí mismos, (¿sería más bella una naturaleza sin moscas, sin lombrices y sin sapos?).(¿Sería más bello el mundo animal si todo quedara reducido a ciervos, águilas, cisnes y seres de gran belleza?) (¿Sería más bello el mundo vegetal si dejarán de existir los cardos, las zarzas y las setas venenosas?

El mundo hubiera sido más bello sin infierno pues todos esos hombres reprobados y espíritus caídos hubieran sido cada uno de ellos un hermosísimo elemento más en el conjunto del Reino de los Cielos, y cada uno de ellos hubiera dejado para bien su huella en la creación. Pero el infierno añade más belleza al universo, nos da una visión distinta de Dios, la de su justicia terrible.

Nadie debe menospreciar la obra impresionante y formidable en que brilla la terrible justicia de Dios: los demonios. No es menos admirable la mano de Dios en esta parte de su creación que es el infierno de lo que lo es en el resto del Cosmos. Dios no creó condenado a ningún ángel, pero el ángel que merecidamente fue condenado, fue enviado no fuera de la Creación, sino a un lugar que es parte de la creación. El Creador tras el pecado de sus criaturas sentenció la medida, el modo y el lugar del castigo, pero dentro de su orden.

En cada demonio hay un fuego, el fuego de la ira del Creador. El demonio es una criatura de Dios, es la criatura rechazada de Dios. Si los hombres pecadores mientras están en el mundo pudieran ver un sólo demonio -su historia, sus pensamientos, su sufrimiento- quedarían no sólo trocados en su vida, sino admirados del poder, la justicia, el orden y la sabiduría de los designios del Señor. En cierto modo también el infierno también es una obra de arte de Dios, una obra de arte que El no hubiera nunca creado si no se hubiera visto obligado a hacerla. ¿No es acaso una obra de arte el tríptico de El Bosco el Jardín de las Delicias, en su parte dedicada al infierno? No es que El haya querido crear ese lugar, pero su permisión ha puesto la medida, profundidad y modo en que su Justicia debía llevarse a cabo.

El demonio es admirable en todo lo que no ha perdido de lo que recibió de Dios. Sigue siendo una naturaleza angélica, es admirable por su inteligencia, por su poder, incluso por su belleza, aunque deformada. Y así Yahveh en el capítulo 40 y 41del libro de Job, se deleita en elogiar el poder y ferocidad de la más temible de las criaturas infernales, Satán. Tal elogio lo hace designándolo bajo el nombre de Leviatán y Behemot.

La tradición patrística ha aplicado también a Satanás el oráculo del profeta Ezequiel contra el príncipe de Tiro (Ez 28, 12 y siguientes). Es indudable que el oráculo fue referido en su época al príncipe de Tiro, el mismo profeta dice siendo tú un hombre, no obstante hay algunas referencias como montaña santa de Dios y querubín protector indican que el texto está yendo más allá de aquel a quien se dirigía de modo primario.

Satán es el Príncipe de este mundo, cuanto hay bajo los todos los cielos mío es (Job 41,3) llega a decir en su soberbia. Tributo le aportan las montañas (Job 40,20), es decir recibe un tributo de pecado de los hombres más importantes que más descollan (por usar el término montaña en el sentido en que lo usa San Agustín en alguno de sus sermones). Es jefe de todas las huestes infernales, A Pues tributo le aportan (…) todas las bestias salvajes que allí retozan» (Job 40,20), es rey sobre todas las bestias feroces (Job 41,26). Es muy interesante el versículo que dice que es la obra maestra de Dios (Job 40,19). La tradición rabínica y patrística dirá que Satanás era el espíritu de mayor importancia delante del trono de Dios.

Puede parecer un contrasentido pero incluso el mal obrar de los demonios da gloria a Dios, porque su mal obrar es un elemento más de la historia de la creación. Así como una batalla entre las perfectamente alineadas legiones romanas y las entrenadas falanges griegas es un espectáculo bello en el aspecto estético. Mucho mejor que nunca se hubiera dado tal batalla, pues toda batalla es un hecho horroroso, pero al mismo tiempo que horroroso, estéticamente en algún aspecto puede ser bello. La acción de los demonios es objetivamente mala y despreciable, sin embargo, forma parte de la bellísima sinfonía que es la historia de la creación.

El inmenso conjunto de los ángeles se dice que está ordenado en coros porque su obrar es una formidable canción a la gloria de Dios. Las catervas demoníacas no pueden impedir que de ellas mismas emane una sinfonía poderosísima a la gloria de Dios. De los ángeles se dice que cantan porque glorifican a Dios con su voluntad. De los demonios no diríamos que cantan. Diríamos (y es sólo una comparación) que la música que de ellos emana es instrumental. Porque contra su propia voluntad emanan armonía dentro del conjunto de la Creación. Eso es algo que hiere profundamente a los demonios, saber que su mismo obrar malvado forma parte de ese inmenso orden que es el conjunto de las obras creadas por Dios, saber que todos sus esfuerzos en la Historia por hacer lo contrario de lo que Dios quiere son parte integrante de los planes de Dios. Y así el salmo104, 26 dice Leviatán que formaste para jugar con él.

Muchos han quedado un poco sorprendidos de que en la parábola del administrador infiel (Luc 16,1-8) Jesús dice que el amo (símbolo de Dios) elogió la astucia del administrador. Y eso que la obra era objetiva e intrínsecamente mala (robo con engaño). Del mismo modo, alguno puede quedar escandalizado del elogio que el Creador hace de Leviatán, pero eso se debe a desconocer qué es el mal, cual es la naturaleza metafísica de eso que denominamos como mal. Para conocer qué es el mal es necesario saber qué es el ser.

El mal no es propiamente una cosa, un ente, sino algo que tiene su razón de ser en el bien, al que se opone como privación. El mal es real, pero no es una cosa, sino algo que existe en un sujeto: es la ausencia, privación o corrupción del bien; para ser, el mal necesita radicar en un sujeto, tiene su fundamento en el bien y en el ser; no es cognoscible en sí. Ángel Luis González, Teología natural, cap. III, 1

Cabe un gran mal unido a un gran bien, un gran mal moral unido a una grandiosa naturaleza angélica. El Diablo puede ser reprobable en cuanto a su maldad, pero puede ser elogiado por su poder, por su inteligencia que radica en su naturaleza, e incluso por el poder e inteligencia que ha desplegado en sus malas obras. Admirar lo que él tiene recibido de Dios es admirar a Dios.

Pongo varios ejemplos: Admirar el inteligentísimo plan de un ladrón para llevar a cabo un robo, no es malo. Una cosa es la valoración moral del robo, y otra la inteligencia desplegada en el plan. De la misma manera una cosa es admirar la impresión de fuerza y orden de los desfiles nazis en la Alemania de Hitler, y otra cosa muy distinta es la maldad del nazismo.

Pero en fin, todo lo dicho no quita ni un ápice de la maldad de los demonios y de la valoración que tenemos de ellos. Cualquiera se quedaría sobrecogido si conociera hasta qué abismos de odio puede llegar la iniquidad de ellos. De la profundidad de la maldad de los demonios nos podemos hacer un esbozo de idea al conocer las tentaciones que ejercen. ¡Cuánta maldad pueden albergar para llegar a extremos tales como incitar a algunos hombres a que torturen a indefensos niños durante horas antes de matarlos! ¡Qué frialdad se puede tener para tentar con escrúpulos por meses a personas piadosas hundiéndolas en el límite de la desesperación!

Ellos tientan al odio, a la pelea que acabe en mutilación, ellos colaboraron (con la tentación) al auge del nazismo con todas sus consecuencias, desean para nosotros la muerte, la desesperanza, el terror, el sufrimiento. Lo desean con toda frialdad, no existe en ellos el atenuante de ser arrastrados por un momento de pasión. Es el mal con toda frialdad, con toda premeditación. Es el mal sin la más ligera sombra de arrepentimiento.

Si de todo el cosmos hubiera que elegir algo que mereciera el calificativo de odioso, no dudo que la gente -si los conociera- elegiría a los demonios. Más ni siquiera los demonios son odiosos. Sólo es odioso el pecado, los demonios sólo nos deben merecer pena y compasión. Es decir, pena por el pecado que cometieron, y compasión en el sentido de tratar de imaginar y hacernos idea del padecimiento que sufren, y ante la comprensión de ese abismo de padecimiento venerar sobrecogidos los justos designios de Dios.

Acabo con el oráculo del profeta Ezequiel que la tradición de los Santos Padres ha referido a Satanás:

Tu eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabada belleza;
en el Edén, jardín espléndido, habitabas;
toda suerte de piedras preciosas eran tu vestido (…)
Tú eras un querubín consagrado como protector,
Yo te había establecido tal;
estabas en la montaña santa de Dios
y te paseabas en medio de piedras de fuego,
hasta que se descubrió en ti la iniquidad. (…)
Se engrió tu corazón por tu belleza,
echaste a perder tu sabiduría por tu esplendor. (…)
He hecho brotar un fuego de en medio de ti, que te ha devorado

Ez 28, 12 y siguientes

Fuentes: padre Fortea en Posesión y Exorcismo

Entre su email para recibir nuestra Newsletter Semanal en modo seguro, es un servicio gratis: