Cómo la Inmaculada expulsa demonios en exorcismos.
Estamos acostumbrados a oír que el Manual de Exorcismo de la Iglesia, o sea las oraciones e imprecaciones que deben recitar los exorcistas para expulsar a los demonios de los poseídos, se basa en apelar al poder de Jesucristo.
Pero hay veces en que santos y ángeles toman preponderancia haciéndose presentes durante las sesiones, para colaborar, como han dicho el padre Gabriele Amorth y otros exorcistas.
Y hay casos en que es la propia Virgen María quien toma las riendas del exorcismo y sólo cuando Ella se hace presente el demonio puede ser expulsado.
Aquí hablaremos de uno de los más célebres exorcismos de la Iglesia, donde los demonios fueron expulsados recién cuando los exorcistas invocaron a la Virgen María.
En Illfurth una ciudad de Alsacia entre Francia y Alemania, pero que hoy está bajo jurisdicción francesa, hay una gran imagen de la Inmaculada sobre un pedestal de 10 metros, cerca de la plaza principal.
Se dedicó como acción de gracias a la liberación de dos niños poseídos por demonios, y ha quedado en la memoria de la zona por dos hechos especiales.
Por la cantidad de hechos sobrenaturales que sucedieron y porque se vio claramente que la expulsión de los demonios se produjo por la intercesión de María Santísima.
Para 1864 vivían en la ciudad unas 1200 personas.
Y en una casa frente a donde está emplazada hoy la estatua, vivía la familia Burner con 5 hijos, cuyo jefe de familia era vendedor ambulante de cerillas y yesca.
Para el otoño de 1864, Teobaldo y su hermano José, que no llegaban a los 10 años, cayeron enfermos de una dolencia misteriosa.
Enflaquecieron tanto que parecían espectros.
Mientras los distintos médicos consultados no pudieron dar un diagnóstico.
Y un año después comenzaron los hechos anormales.
Los niños se ponían de espaldas y giraban como un trompo con rapidez vertiginosa.
Golpeaban los muebles con fuerza sorprendente.
El bajo vientre se les hinchaba de modo desmesurado y parecía que tenían un animal vivo que se movía de arriba a abajo.
Entrelazaban las piernas y nadie podía separárselas.
Conversaban entre ellos en lenguas extranjeras a pesar de no saber todavía leer ni escribir.
Durante horas los dos niños permanecían tranquilos pero súbitamente cambiaban de actitud, gesticulaban y gritaban sin parar con un voz de hombre, ronca.
Que provenía de ellos, aunque sus bocas estaban cerradas.
A veces, estando sentados, y una fuerza invisible los arrojaba contra las paredes.
Y cuando se despertaban del estado de trance, devoraban cantidades desproporcionadas de comida.
El fenómeno comenzó a tomar estado público y crecía el número de visitantes que llegaban de todas partes
Y surgió la explicación de que una vieja pobre, mal conceptuada, que por su mala vida había sido expulsada de su aldea natal, les había dado una manzana y ahí se produjo el comienzo de la enfermedad misteriosa.
Cada vez quedó más claro el miedo que los niños sentían en presencia de objetos benditos, su violenta oposición a la Iglesia, a la oración, a los sacerdotes.
Proferían blasfemias abominables y groseras sin haberlas oído jamás.
Ya no rezaban.
Los nombres de Jesús, María, el Espíritu Santo, cuando eran pronunciados por los presentes, les hacían estremecer y temblar.
El párroco, Karl Brey, un sacerdote conocido por su santidad de vida, intentó hacer todo lo posible con objetos benditos, medallas, cruces, agua bendita, pero cada vez que lo hacía se apoderaba de ellos una violenta furia.
Comprendió que se hallaba en presencia de un caso de real posesión.
Dio conocimiento a la autoridad episcopal, que designó a una comisión de tres eclesiásticos para trabajar en el caso.
Ellos concluyeron que se trataba de una posesión demoníaca.
Porque incluso eran capaces de distinguir cuando en sus alimentos se les mezclaba unas gotitas de agua bendita.
Una vez le pusieron ante los ojos de Teobaldo una pequeña reliquia de San Gerardo Majella.
El niño rechinó violentamente los dientes y con verdadera desesperación gritó «¡Vete de aquí, italiano!».
Y especialmente tenía furor frente a las medallas de San Benito, por lo que todo el pueblo trató de llevar una siempre consigo.
Los demonios que poseían a Teobaldo a veces se referían a que había llegado su amo, que llegaba con otros demonios satélites.
Y a Teobaldo se le apareció unas treinta veces.
Tenía cabeza de pato, uñas de gato, pies de caballo y el cuerpo de un plumaje sucio.
En cada aparición volaba por encima de la cama y amenazaba ahogarlo.
Mientras Teobaldo se arrojaba hacía él y le arrancaba puñados de plumas.
Las plumas despedían olor fétido y, cuando eran quemadas no dejaban cenizas.
Y en 1868, el obispo, informado por el clero y el alcalde, ordenó un exorcismo.
Y convocó para llevarlo a cabo a un grupo de benedictinos de la célebre abadía suiza de Einsiedeln.
Los niños fueron separados y asignados a dos monjas, a las que, si bien no habían visto antes, llamaron por sus nombres religiosos y les preguntaron por sus parientes, diciendo sus nombres.
Los demonios mostraban verdadero horror por la sotana o el hábito religioso, y no podían soportar que tocasen a los niños con alguna de aquellas prendas.
En cambio, se mostraban contentos cuando un seglar les cubría con su capa o con cualquier otra prenda.
Un crucifijo de metal que pusieron en el cuello de José se torció en el acto y tomó la forma de X sin que nadie lo hubiera tocado.
Los exorcistas preguntaron a cada niño cuál era el demonio que los poseía, como pide el manual.
Teobaldo tenía a Ypes, que era un demonio sordo que se autodenominaba conde del infierno con 71 legiones a su mando, y que cuando él se manifestaba dejaba al niño con sordera
Y el otro demonio era Oribas.
Y José era poseído por Solaletiel, que hablaba en un inglés impecable y otro demonio que nunca quiso revelar su nombre.
Durante los exorcismos los demonios hablaron sobre el infierno, sobre el Arcángel Miguel.
También dijeron que habían asistido a la tentación de nuestros primeros padres y a la destrucción de Sodoma y Gomorra.
Relataron la pasión de Jesucristo, contando cómo Jesús quedó bañado en sudor cuando vio los pecados de los hombres.
Y cómo ellos excitaron a los judíos y a los romanos para condenar y flagelar al Señor.
Incluso hablaron de Lutero.
Dijeron que no lo querían en su casa por miedo a que revolucionase todo.
Y le construyeron un barracón a la entrada del Infierno
Durante los exorcismos, que se realizaron por separado a cada uno de los niños, los demonios ultrajaban y se burlaban de las cosas más santas, sin exceptuar al mismo Dios.
Pero jamás se atrevieron a insultar a la Santísima Virgen María.
Y preguntados el por qué, respondieron,
«No me está permitido; el crucificado me lo prohibió»
Y reaccionaban con espanto ante cualquier medalla o estatua de la Virgen María presente en el lugar del exorcismo.
Incluso llegaron a detectar una estatua de la Piedad de Miguel Ángel, con Jesucristo muerto en la falda de María, que estaba guardada en un armario.
El primer exorcizado fue Teobaldo y los exorcistas repitieron una y otra vez las oraciones del Manual de Exorcismos, para gran sufrimiento de los demonios, pero seguían repitiendo que aún no había llegado su hora de irse.
Hasta que por último, el exorcista tomó una imagen de Nuestra Señora y dijo:
«Mira a la Bienaventurada Virgen María. Otra vez te aplastará la cabeza.
Ella te obliga a marcharte de aquí, espíritu Inmundo, de la vista de la Inmaculada Concepción. Ella te manda que huyas».
Y durante ese tiempo, los presentes recitaban el Acordaos.
Entonces, el demonio profirió un profundo grito más formidable que nunca.
Y se retorciéndose como una serpiente, el niño cayó al suelo y se desmayó.
Los demonios se habían ido.
Posteriormente y en otro lugar sucedió el exorcismo solemne a José.
El exorcista repitió varias veces las oraciones y las imprecaciones y los demonios se resistían.
Hasta que dirigiéndose al endemoniado el exorcista dijo:
«¡En nombre de la Virgen María, te conjuro a que salgas de este niño!
Y el demonio simplemente dijo «ahora sí tendré que irme».
El niño experimentó su última convulsión y se terminó.
Ambos niños no recordaron lo que les había sucedido, no reconocían a los exorcistas ni donde estaban.
Y en honor a liberación, el pueblo erigió la estatua de la Inmaculada con la siguiente inscripción,
«En perpetua memoria de la liberación de los dos endemoniados Teobaldo y José Burner debido a la intercesión de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada. En el año del Señor 1869».
En resumen, este episodio de la historia, que es conocido como el exorcismo de los endemoniados de Illfurth, es la prueba más clara del poder de la intercesión de la Santísima Virgen para expulsar demonios que poseen a personas.
Hubo cientos de testimonios de lo que sucedió allí.
Pero si bien para economizar palabras se dice que la Inmaculada Virgen María expulsó a los demonios, en realidad lo hizo con el poder dado por Su Hijo.
Ella intercedió y Él accedió.
Y si ella tiene ese poder de intercesión en la expulsión de demonios en personas poseídas, debemos concluir que es el mismo poder que tiene para auxiliarnos en el resto de los temas y ante nuestras súplicas.
Bueno hasta aquí lo que queríamos hablar sobre la formidable intercesión de la Inmaculada para expulsar los demonios de los endemoniados de Illfurth.
Y me gustaría preguntarte si has experimentado en tu vida el poder de la Santísima Virgen ayudándote y consolándote.
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