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Este título se le reconoce en documentos oficiales de la Iglesia.

Y ha sido acogido en la liturgia, introduciéndose en 1921 una fiesta dedicada a María Mediadora de Todas las Gracias.

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María, asunta a los cielos, no ha dejado su misión salvadora.
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Sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna.

Leer también : María, la Ecónoma de Dios retratada por Santos y Papas

Hay muchos ilusos que pretenden alcanzar la unión con Dios, sin recurrir constantemente a Nuestro Señor que es el camino, la verdad y la vida.

Pero otro error sería querer llegar a Nuestro Señor sin pasar, por María a quien la iglesia llama, en una fiesta especial, Mediadora de todas las gracias.

Los protestantes cayeron en este error. Sin llegar a esta desviación, hay católicos que no comprenden la necesidad de recurrir a María para conseguir la intimidad con el Salvador.

San Luis María Grignion de Montfort habla también de «Doctores que no conocen a la Madre de Dios, sino de una manera especulativa, árida, estéril e indiferente.
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Que temen abusar de la devoción a la Santísima Virgen, hacer injuria a Nuestro Señor honrando demasiado a su santísima Madre.
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Si hablan de la devoción a María, no es tanto para recomendarla como para reprobar las exageraciones».
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Dan la impresión de creer que María es un impedimento para conseguir la unión con Dios.

Hay, dice el Beato, una gran falta de humildad, en menospreciar a los mediadores que Dios nos brinda, teniendo en cuenta nuestra debilidad.

La intimidad con Nuestro Señor nos es grandemente facilitada mediante una verdadera y profunda devoción a María.

  

LA FIESTA DE MARÍA MEDIADORA

La mediación universal de la Santísima Virgen María es una doctrina que parece deducirse cada día más claramente de la enseñanza tradicional de la Iglesia.

Hasta tal punto está ligada la solicitud maternal de María por todo el género humano a la misión redentora de su Hijo, que forma un todo con ella, y se extiende a todas las gracias que nos ha adquirido Cristo.

La fiesta de María Mediadora de Todas las Gracias la instituyó el papa Benedicto XV en 1921.
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Y en ella se nos invita a recurrir siempre con confianza a esta mediación incesante de la Madre del Salvador.

El Concilio Vaticano II ha escrito sobre esta condición de mediadora de la Santísima Virgen:

«María, asunta a los cielos, no ha dejado su misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna.

Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada.

Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.

«Lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada nada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador» (LG 62).

Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres.
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Pero Él, no por necesidad sino por benevolencia, ha querido asociarse otros mediadores.
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Entre ellos, María.

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La mediación de María fluye de un doble hecho: primero, su maternidad espiritual.
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Ésta exige no sólo la transmisión de la vida sobrenatural, sino también su conservación.
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Y segundo: su corredención maternal, que requiere la aplicación de la redención a cada uno de los redimidos.

Finalmente, como concluye el Concilio,

«la Iglesia no duda en confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la recomienda a la piedad de los fieles, para que, apoyados en esta protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador» (LG 62).

La Virgen es el medio para profundizar en el misterio de Cristo, de progresar en la fe, la esperanza y la caridad.

 

MARÍA NOS OBTIENE Y NOS DISTRIBUYE TODAS LAS GRACIAS

Es ésta una doctrina cierta, según lo que acabamos de decir de la Madre de todos los hombres; como Madre, se interesa por su salvación, ruega por ellos y les consigue las gracias que reciben.

En el Ave, maris Stella se canta:

Solve vincla reis, Prof er lumen coecis, mala nostra pelle,bona cuneta poste. Rompe al reo sus cadenas, Concede a los ciegos ver; Aleja el mal de nosotros, Alcánzanos todo bien.

León XIII, en una Encíclica sobre el Rosario, dice:

«Por expresa voluntad de Dios, ningún bien nos es concedido si no es por María; y como nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, así generalmente nadie puede llegar a Jesús sino por María».

La Iglesia, de hecho, se dirige a María para conseguir gracias de toda suerte, tanto temporales como espirituales.
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Y entre estas últimas, desde la gracia de la conversión hasta la de la perseverancia final.
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Sin exceptuar las necesarias a las vírgenes para guardar su virginidad, a los apóstoles para ejercer su apostolado, a los mártires para permanecer invictos en la fe.

Por eso, en las Letanías Lauretanas, universalmente rezadas en la Iglesia desde hace mucho tiempo, María es llamada: «salud de los enfermos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, auxilio de los cristianos, reina de los apóstoles, de los mártires, de los confesores y de las vírgenes.

Su mano es la dispensadora de toda suerte de gracias, y aun, en cierto sentido, de la gracia de los sacramentos.
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Porque ella nos los ha merecido en unión con Nuestro Señor en el Calvario, y nos dispone además con su oración a acercarnos a esos sacramentos y a recibirlos convenientemente.
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A veces hasta nos envía el sacerdote sin el cual esa ayuda sacramental no nos sería otorgada.

En fin, no sólo cada especie de gracia nos es distribuida por mano de María, sino cada gracia en particular.

No es otra cosa lo que la fe de la Iglesia declara en estas palabras del Ave María:

«Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte; amén.»

Ese «ahora» es repetido cada minuto, en la iglesia, por millares de fieles que piden de esta manera la gracia del momento presente.

Y ésta es la más particular de todas las gracias, varía con cada uno de nosotros y para cada uno en cada minuto.

Aunque estemos distraídos al pronunciar esas palabras, María, que no lo está, y conoce nuestras necesidades espirituales de cada momento, ruega por nosotros y nos consigue las gracias que recibimos.

Tal enseñanza, contenida en la fe de la Iglesia, y expresada por la oración colectiva (lex orarsdi, lex credendi), está fundada en la Escritura y en la Tradición. En efecto, ya en su vida sobre la tierra, aparece María en la Escritura como distribuidora de gracias.

Por ella santifica Jesús al Precursor, cuando visita a su prima Santa Isabel y entona el Magnificat.

Por ella confirma Jesús la fe de los discípulos de Caná, concediendo el milagro que pedía.

Por ella fortaleció la fe de Juan en el Calvario, diciéndole: «Hijo, ésa es tu madre.»

Por ella, en fin, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, ya que María oraba con ellos en el Cenáculo el día de Pentecostés, cuando el divino Espíritu, descendió en forma de lenguas de fuego (Act., r, 14).

Con mayor razón, después de la Asunción, desde su entrada en la gloria, es María distribuidora de todas las gracias.

Como una madre bienaventurada conoce en el cielo las necesidades espirituales de los hombres todos.

Y como es muy tierna madre, ruega por sus hijos; y como ejerce poder omnímodo sobre el corazón de su Hijo, nos obtiene todas las gracias que a nuestras almas llegan y las que se dan a los que no se obstinan en el mal.

Es María como el acueducto de las gracias y, en el cuerpo místico, a modo de cuello que junta la cabeza con los miembros.

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OTROS TÍTULOS ASOCIADOS 

 

Cooperación de María a la obra de la Redención

«Asociada por un vínculo estrecho e indisoluble a los misterios de la Encarnación y de la Redención … ;.

Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos». (Credo de Pablo VI, n. 15)

Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres porque Él solo, con su muerte, logró la reconciliación perfecta con Dios, pero dice Santo Tomás que «también a otros podemos llamarlos mediadores por cuanto cooperan a la unión de los hombres con Dios».

A María se la llama Medianera o Mediadora desde muy antiguo.
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Este título se le reconoce en documentos oficiales de la Iglesia y ha sido acogido en la liturgia, introduciéndose en 1921 una fiesta dedicada a María Medianera de todas las gracias.

«María, que en vísperas de Pentecostés intercedió para que el Espíritu Santo descendiera sobre la Iglesia naciente, interceda también ahora.

Para que ese mismo Espíritu produzca un profundo rejuvenecimiento cristiano en España. Para que ésta sepa recoger los grandes valores de su herencia católica y afrontar valientemente los retos del futuro» (Juan Pablo II en España).

 

María es Corredentora

Trajo al mundo al Redentor, fuente de todas las gracias. María dio su consentimiento libre para que viniese el Salvador al mundo: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc. 1, 38).

Dice Santo Tomás que representaba a toda la naturaleza humana.

Se le suele contraponer a Eva y así como ésta fue causa de la perdición, María por su obediencia lo es de la salvación.

Y si aquélla era «madre de los vivientes», la «Nueva Eva» es madre de los que viven por la fe y la gracia.

Desde el siglo XV se llama a la Virgen CORREDENTORA y la Iglesia lo usa en algunos documentos oficiales.
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No debe entenderse como una equiparación con Cristo, único Redentor, ya que ella también fue redimida.

La suya es una cooperación indirecta por cuanto puso voluntariamente toda su vida al servicio del Redentor, padeciendo y ofreciéndose con Él al pie de la Cruz, pero sin corresponderle el título de Sacerdote, exclusivo de Cristo (cfr. Vat. li, LG, 60).

 

Madre de los hombres

Compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor.

Concibiendo a Cristo, engendrándole, alimentándolo, presentándolo al Padre en el Templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la Cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas.

Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia. (LG, 61)

Esta doctrina se apoya en la tradición antiquísima de considerar a María como madre espiritual de todos los cristianos. P

arece natural que la que cooperó por la Encarnación a darnos a Cristo, fuente de todas las gracias, y la que estuvo presente junto a la Cruz, interceda sin cesar y cuide de sus hijos, como madre espiritual.

 

María es Madre de la Iglesia

«María es la Madre de la Iglesia, es decir, madre de todo el Pueblo de Dios, una madre de todos los que creyeron en su Hijo.

Ha colaborado y sigue colaborando en la obra de la Salvación y se preocupa constantemente de los hermanos de su Hijo que están aún peregrinando por el mundo» (C.v.e., P. 460)

 

Prototipo de la Iglesia

También hay que recordar que María es «prototipo de la Iglesia» y que toda la gracia se comunica por medio de la Iglesia.

Pues en el misterio, de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la Virgen como de la Madre. (LG, 63)

La Virgen es para la Iglesia medio de profundizar en el misterio de Cristo, de progresar en la fe, la esperanza y la caridad.
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La Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección.

El amor maternal de María es también el modelo con que en la Iglesia han de actuar todos aquellos que tienen la responsabilidad de llevar a Dios a los hombres (cfr. LG, 65).


Equipo de Colaboradores de Foros de la Virgen María

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