Su patria, Templo que se conserva sobre la casa del santo patriarca. -Su vida, Su casamiento con Ana. -Ana, sus padres, su patria. -Penas y dolor del santo por su esterilidad.- Anuncia el ángel a los esposos el nacimiento de una hija.
Aún cuando San Joaquín, el dichoso padre de María, fue un noble varón, santísimo y de una muy esclarecida estirpe, aun cuando pertenezca a los padres la gloria adquirida por los hijos bajo cualesquier concepto, puesto que en ellos se refleja la educación y nobles sentimientos comunicados por aquéllos, con todas estas condiciones y cualidades, son muy pocas las noticias y antecedentes que bajo el punto de vista de la autenticidad se conservan. De sus virtudes y de su clarísima vida en medio de su relativa oscuridad por vivir en esa feliz medianía de que tanto nos habla y ensalza Fray Luis de León, son escasas las referencias que de aquélla se conservan.
En las Santas Escrituras no se hace mención de él ni se le nombra, silencio que si fuéramos a examinar a la luz de la ciencia teológica, no dejaríamos de hallar grandes misterios y de una muy convincente razón, y esta es como dice Catesino en sus escritos, porque habiéndose celebrado en la Santísima Virgen el sagrado misterio de Madre de Dios, el nombre de sus padres no fue necesario consignarlo para que de esta suerte se entendiese, que la excelsitud y grandeza de María era por su Hijo, y no por la obra de los hombres, sino que lo fue por su concepción sin pecado original; pues aun cuando los padres de María fueron nobilísimos de estirpe y muy santos de condición, no por ello estuvieron exentos del pecado original como humanos, y aun cuando brillaron por sus condiciones de religiosidad y virtudes, quedaban incursos en la ley general del linaje humano; condición que no comunicaron a su purísima hija, nacida y concebida sin mancha como Madre que había de ser del Hijo de Dios.
Mas a pesar de este silencio, son muchos los autores y especialmente antiguos, los que se han ocupado de San Joaquín, y nos expresan, aun cuando muy lacónicamente y gran sobriedad en estilo y detalles, las grandes virtudes y méritos relevantes que tuvo este gran Patriarca y Santo dichoso como padre de la Inmaculada, y acerca de lo que aquéllos dicen escogeremos las más interesantes noticias referentes a la vida del Patriarca esposo de Santa Ana.
Así es que, aun cuando poco podamos extendernos en las vidas del padre y de la madre de María Santísima, todavía reduciremos estos apuntes a lo necesario para dar a conocer la familia de ambos esposos; costumbres y vida de aquel matrimonio de tan refulgente nombre y cuya memoria se había de perpetuar por la inefable dicha de ser los elegidos por el Señor para dar la humana existencia a la pura doncella que había de ser Madre de Jesús, y de la de ser visitados por la voluntad del Señor que escuchó sus oraciones, como escucha siempre al que con fe y esperanza pide su amparo y protección.
Joaquín era natural de Sephoris, hoy Seffurich, antigua ciudad situada a seis kilómetros de Nazareth, y en la cual tenía propiedades. Todavía hoy los pocos peregrinos en quienes no falta el valor para atreverse a llegar a esta miserable aldea, de la que nunca salen los viajeros sin ser insultados por los fanáticos musulmanes, visitan las ruinas de la iglesia que se levantó sobre la casa en que nació San Joaquín y vivió luego el matrimonio durante algunos años.
Este antiguo templo estaba orientado de Oeste a Este, constando de tres naves y cerrado por otros tantos ábsides, de los que permanecen dos todavía en pie. Por su construcción puede formarse idea de lo que fue el templo en grandiosidad y belleza. Las columnas que separaban las naves son monolíticas, de granito ceniciento, con capiteles corintios, estas columnas debieron pertenecer a la primitiva basílica, que fue reconstruida en la época latina.
El terreno es hoy propiedad de los padres de Tierra Santa y una vez al año celebran en él, el Santo Sacrificio. Del coro, del que aún hoy se conserva parte, hay necesidad para llegar a él de atravesar las ruinas y tabucos de paredones, de casucas árabes que han construido apoyadas entre columnas, convirtiendo en aduar inmundo el santo templo; éste es el único recuerdo que se conserva de la casa de los padres de María Santísima, del templo de Joaquín.
Fue de linaje real y el más ilustre de toda Judea, porque era de la tribu de Judá y descendía por línea recta del rey David. Su padre se llamó Mathat y su madre llevaba el de Esthat, la cual descendía igualmente de la sangre real del ya dicho monarca, de suerte que por línea paterna y materna era nobilísimo y descendiente por tanto de los dos hijos del rey David, Natham y Salomón, y de gran número de reyes e ilustres capitanes.
Dícese que desde niño se hizo notar por sus castísimas y santas costumbres, tanto que mucho antes de que naciese reveló Dios su nombre y nacimiento a los sabios de la ley, diciéndoles cómo se llamaría y cuándo nacería, y cuál sería el nombre de Joaquín padre de la que había de ser Madre del Mesías; así lo refiere el P. Canisio, de los antiguos rabinos.
El nombre de Joaquín encierra en sí un muy grande significado, para el que había de ser padre de María, que había de concebir y parir al Redentor del mundo; significa tanto como «Preparación del Señor»; y como expresa San Epifanio, por él se preparó el templo al Señor del mundo, que fue la Santísima Virgen María su hija.
Gozaba de una mediana posición, herencia de sus padres: ya hombre contrajo matrimonio con una doncella tan honesta como virtuosa joven, natural de Belén, de cuya noble ascendencia luego hablaremos. Sus caracteres eran muy bondadosos y semejantes en virtud y santidad, de suerte que esta igualdad de genio hacía de su vida tranquila y sosegada una verdadera morada de paz y bienandanza, en que sólo amargaba su existencia la falta de hijos, causa que era muy mal mirada entre los hebreos, que consideraban la esterilidad como un castigo o maldición del cielo. Esta carencia de hijos, era lo único que amargaba aquella existencia tranquila y sosegada, viviendo Joaquín entregado a las labores de sus heredades y cuidado de su hacienda, y Ana a los de la casa.
De las rentas y productos de aquéllas, dicen los historiadores que hacía tres partes, destinando una al culto del Templo, otra para limosnas y la tercera para el mantenimiento de su casa, cuyas necesidades en medio de su vida modesta y sin alardes, bastaba para cubrir cuanto pudiera necesitar tan corta y sobria familia.
Entregábase mucho a la oración el santo matrimonio y acompañábanse en las oraciones con ayunos, y actos de caridad que constituían las ocupaciones de la familia modelo de matrimonios santos y virtuosos.
De esta suerte vivieron muchos años llegando a la vejez sin haber tenido hijos, por más que Ana implorase esa gracia del Señor para librarse del oprobio e insultos de las demás mujeres que la denostaban por estéril. Esto constituía para la pobre Ana una grande humillación y a pecados de los padres el no tener descendencia y de aquí el que considerábase como maldito al que no dejaba descendencia, como hemos dicho.
Aquel santo matrimonio hizo muchas promesas y ofrecimientos al Señor a fin de que les concediera Dios fruto de bendición que les libertara de aquel oprobio. Entregáronse a actos de devoción y oraban derramando muchas lágrimas para que el Señor escuchase sus plegarias; aún más, ofrecieron al Señor en voto dedicar al Templo el fruto que les concediese si escuchaba y atendía sus plegarias y las recibía como justas en la demanda.
Acerca de la esterilidad de Ana dice San Juan Damasceno, que convenía aquélla, pues que lo que había de ser nuevo bajo el sol y el principal de todos los milagros, se dispusiese así el camino por lo milagroso del nacimiento. Sucedió que una de las veces en las festividades del Templo fue más notada la presencia del estéril matrimonio en la solemnidad de las Encenias a la que concurría mayor número del pueblo israelita, los insultos fueron mayores que otras veces, sufriéndolos con santa resignación Ana y el prudente marido.
Doloridos tornaron a suplicar al Señor con mayor fervor e instancia, y para conseguirlo, se separaron momentáneamente los esposos, retirándose. Joaquín a una montaña en que tenía su majada y Ana a un huerto de su propiedad.
No pidieron en vano al Señor, como escucha siempre a todo aquel que con fe y arrepentimiento de sus culpas le invoca, y oyendo la súplica y plegarias de Joaquín y de Ana y después de cuarenta días de preparación del espíritu, recibieron el consuelo del Señor por medio de un ángel que les profetizó que Ana concebiría una doncella santísima que escogida por el Señor, había de ser Madre suya y parir al Mesías, tan deseado y esperado por el pueblo. Al mismo tiempo que Joaquín, tuvo la santa esposa, la bienaventurada Ana, igual revelación.
Tornó Joaquín a su casa y confió a Ana su revelación, que confirmó aquélla por haber tenido por otro ángel igual promesa hecha por el Señor. Agradecidos ambos santos esposos, dieron gracias a Dios por la merced que les había prometido, lleno su ánimo de gozo y llenos de agradecimiento y consolados en su aflicción por las promesas del Señor que había escuchado sus ruegos, quedaron tranquilos y confiados.
No es fácil ni posible explicar lo que pasarla en el corazón de Joaquín y Ana con la promesa de ser padres de la que había de dar el ser al Mesías prometido.
Esto es cuanto a la vida del Santo Patriarca padre de María, sabemos; respecto de los demás actos de la vida del venerable Joaquín los iremos relatando juntamente con la vida de María por la unión íntima en que siguen los hechos de la vida de padres e hija.
San Juan Damasceno dice hablando de los que habían de ser los padres de María: «¡Oh, bienaventurada junta, Joaquín y Ana, a los cuales está obligada toda criatura, porque por vosotros ofreció el Criador aquel don que se aventaja a todos los demás del mundo, esto es, a su castísima Madre, la cual sólo fue digna de su Criador!», y añade más adelante: «¡Oh, bienaventurado par, Joaquín y Ana! Bien os dais a conocer que sois inmaculados por el fruto de vuestro vientre, porque como dijo una vez el Señor: De sus frutos los conoceréis: hicisteis una vida agradable a Dios, y como era digno hiciesen los padres de tal hija, como nació de vosotros. Cumplisteis vuestro oficio casta y santamente y produjisteis el tesoro de la virginidad».
Así el ilustre escritor expresa su sentir respecto de los padres de María Santísima y concluye más adelante con estas hermosas palabras:
«Aquel varón divino, Joaquín, y su mujer Ana, alcanzaron el fruto de la oración, porque por oraciones alcanzaron tener por hija a la Madre de Dios».
Nos hemos ocupado de la vida del Santo Patriarca, de su nacimiento, padres y de sus hechos hasta su matrimonio con Ana y de los sufrimientos de estos ejemplares esposos por la carencia de familia que perpetuara su nombre, causa de los ultrajes que recibían por aquella infecundidad tan mal mirada entre los judíos, y réstanos decir algunas palabras acerca de Ana, su esposa, que tuvo la dicha de ser madre de la más pura de las mujeres.
Belén fue la patria de Santa Ana, y tuvo por padres a Estolano y por otro nombre Gaziro, y su madre llamóse Emerencia. Descendía también de la casa real de David, contrajo matrimonio con Joaquín y la vida de esta santa señora corre unida con la de su esposo. De los hechos de su vida poco podríamos decir fuera de su gran virtud, de sus castísimas costumbres y espíritu de caridad que la animaba y cuyo deseo de bien y bondad para con los pobres tanto la secundaba su virtuoso esposo.
De las aflicciones e insultos que sufría el matrimonio por causa de su infecundidad no hemos de repetir lo dicho al hablar de su santo esposo, y no repetiremos lo consignado respecto de sus oraciones, plegarias y súplicas al Señor para que les concediese un hijo, si así era su voluntad, y que el Señor colmó a manos llenas sus virtudes, oraciones y confianza en la voluntad de Dios dándoles la dicha inefable, la gran recompensa de ser padres de la que había de ser Madre de Dios, pura y sin mancilla, Reina de los Ángeles y Madre y amparo de los afligidos.
Acerca de la santa abuela de Jesucristo, según la carne, escribieron San Epifanio, San Juan Damasceno y también había de ella San Jerónimo en su epístola 101, de la cual tomamos las notas del nacimiento de Nuestra Señora: también el Martirologio Romano hace mención de Santa Ana, y Gregorio XIII en 1584, doce de su pontificado, en 1.º de mayo dispuso que la Iglesia Católica celebrase la festividad de Santa Ana a los 26 de julio.
Por la oración constante, por su devoción de espíritu y confianza en las bondades y justicia de Dios, consiguieron la inapreciable dicha a que como fruto de su fe y oraciones los hizo acreedores ante la bondad de Dios, de la gran merced de ser padres de la que había de quebrantar la cabeza de la serpiente y ser la corredentora del mundo. Hízoles Dios la mayor y más grande de las mercedes, y la fe y constancia en aquel santo matrimonio removió los montes, como dice el Evangelio, concediéndoles el premio de sus virtudes, llenándoles de gracia, con la gracia de ser los padres de la que había de ser Madre de todas las gracias y perfecciones.
San Juan Damasceno, San Epifanio y San Gregorio Niseno, atribuyen y con razón, como fruto de las oraciones de Joaquín y Ana, el inapreciable tesoro con que Dios les colmó de dicha por el nacimiento de la pura e inmaculada María, libre del pecado original, perfección de todas las perfecciones y espejo de justicia.
Fueron Joaquín y Ana los casados más santos, dice el Padre Ribadeneyra, que hasta allí hubo en el mundo, y su matrimonio fue en el que más se había agradado a Dios, y así dijo un ángel a Santa Brígida: «Como Dios hubiese visto todos cuantos matrimonios consumados, santos y honestos ha habido desde la creación del mundo hasta el último que se hiciere al fin de él: ninguno vio semejante al de San Joaquín y Santa Ana, en tanta caridad divina y honestidad; y así plugo que se engendrase el cuerpo de su castísima Madre de este santo matrimonio». Concedióles el Señor por sus virtudes esta inapreciable dicha y por ellas vemos a cuánto alcanza el poder de la oración y honestas costumbres ante la mirada de Dios, y cómo recompensa a quienes con la fe y el ejemplo proclaman su grandeza y consiguen de Él cuanto nuestros deseos apoyados en la fe desean su apoyo y protección en nuestros dolores y quebrantos terrenales con los que se purifica nuestra alma para hacernos dignos de su grande misericordia. Consoladoras palabras con las que el P. Ribadeneyra estimula y fomenta la fe y la confianza en la oración para conseguir nuestros deseos, cuando con el sufrimiento y la purificación se aquilatan nuestros ruegos y se eleva nuestro espíritu.
Fuente: Vida de la Virgen María – Joaquin Casañ – Capítulo II