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Muchos vaticinios de tiempos remotos parecen condensarse en nuestra generación como si las descripciones fueran a medida de nuestra época. Continuamente se han vaticinado detalles referidos a nuestros días como aquella mítica frase de san Vicente Ferrer de que las cosas ocurrirán cuando los hombres vistan como mujeres y las mujeres como hombres.

Pero hay una profecía de Fray Bartolomeo de Saluzzo (?-1617) que merece ser considerada en este momento, porque dice en un verso “morirá el papa B… (Y entonces) lo verás claro y distinto, que mentira yo no he dicho”.

La caída de la monarquía francesa y el asesinato de Luis XVI no fueron más que el inicio de los dolores que hubo de soportar y padecer Pío VI hasta su conclusión en ese vergonzoso secuestro por parte de las tropas francesas, en las que anciano y paralítico, sería arrastrado en calidad de “prisionero de Estado”, hasta acabar sus días en Valence. Bien advertía el Pontífice lo difícil de los tiempos que le tocaron vivir.

La rapidez con que la revolución francesa había puesto fin al orden preestablecido constató que los cantos de dolor de tantas profecías de místicos y santos adquirían un realismo insospechado.

Por ello el año de 1793, guillotinado el rey de Francia, será retirado del convento romano de san Francisco a Ripa, por orden del Pontífice Pío VI, un códice que contenía los vaticinios del venerable padre Fray Bartolommeo Cambi, más conocido como Fray Bartolomeo de Saluzzo y que moriría en esos mismos muros en torno al año 1617.

El códice le será entregado a Su santidad Pío VI, que tras leerlo detenidamente, mandará colocarlo reverentemente en una urna de plata. El círculo que debió conocer el contenido quizá no fuera grande, pero en 1820 un ejemplar de la profecía le sería entregada por un cardenal a un piadoso prohombre. El tiempo y las amistades harían el resto hasta su inclusión en una edición ya olvidada del año 1860.

El vaticinio es una larga poesía, directa, ágil y clara en sus contenidos que muestra dos predicciones. La primera la entendió Pío VI claramente. La segunda es de creer que la dejara para tiempos mejores.

Pero aquel primer vaticinio del venerable Bartolomeo de Saluzzo lo vivió en sus propias carnes. Que ya antes de que la nueva Francia trastocara todo el orden europeo pudo leer aquellos duros y claros versos de fray Bartolomeo: “vendrá la dura Francia y de tales males llorarán pastores y prelados”, o aquel otro que los años posteriores le harían recordar con dolor “¿Que es el Gallo ya venido? ¿Y, tú, Anciano Jefe, que harás? Que vendrá el Gallo cantando fuerte ¡y a cuantos de los tuyos dará muerte!”.

Pero el segundo vaticinio era evidente que hablaba de otros tiempos, de inciertos tiempos futuros.

La segunda predicción quedaba ahogada en la indeterminación del mañana. “Después de un curso de tiempo otro será el que venga: preparado de cepos y cadenas”. Pero las cadenas que habrían de preocupar al Pontífice serían las de Francia.

Pero lo que el siglo XVIII no dejó intuir quedará marcado a fuego el año 2005. Quizá el segundo canto del venerable Bartolomeo de Saluzzo desconcertó a Pío VI, pero más a nosotros. La presión revolucionaria francesa sería suficiente para no buscar más allá de cuanto ocurría. Y quizá la segunda predicción no tendría a los ojos de la Iglesia del siglo XVIII más que un valor confirmatorio. Pero lo que a finales del siglo XVIII era un enigma sobre tiempos futuros, a la luz de nuestros días el venerable Bartolomeo de Saluzzo parece haber grabado a fuego el pontificado actual.

Estamos en su canto segundo (predicción segunda, dice el manuscrito) y de modo sorpresivo el que se ha mostrado elocuente y claro, desconcertantemente se torna misterioso. Es un simple nombre que se vela, unos puntos suspensivos enigmáticos. Pero llaman profundamente la atención.

“Tu que de Pedro portas
la gran mitra y la gran llave,
sin espada ni armas,
morirá el papa B…
(Y entonces) lo verás claro y distinto,
que mentira yo no he dicho.”

Bartolomeo, que se ha mostrado siempre expreso, claro y nítido, vela un nombre. Y tal silenciamiento es fundamental por cuanto todo el canto segundo, toda la profecía segunda, se quiere enmarcar en torno a esa enigmática muerte tras la cual se hará evidente cuanto se ha profetizado.

Pero tan llamativo como ese nombre velado son las pinceladas que describen el entorno en que se producirán las cosas: los pecados de los hijos de la Iglesia (“ah, monjes, sacerdotes y frailes, si no cambiáis de vida, también vosotros seréis hechos trizas”); la riqueza precedente y abruptamente finalizada (“mas decidme, ciudades ricas y ornamentadas, que habéis devenido en pocilgas… Que ni les han de valer las torres ni sus fuertes muros”). O cuando predice la división de España, o la violencia que anegará Europa -e Italia en concreto-. O la vuelta de un islam violento («vendrá el Turco Moro gimiendo como un toro, haciendo estragos con brasas de hierro y goma…”).

Cierto, no dejan de ser descripciones aplicables a muchas épocas, a muchos tiempos, pero ese enigmático “papa B” enmarcará todo en una dimensión históricamente concretable.

¿Qué puede ser ese enigmático papa B? ¿Quién puede ser? Y si en todo se mostró fray Bartolomé expreso aquí quiso jugar con el misterio. Misterio y juego, cierto, por cuanto tratándose de estrofas uno acaba buscando la rima posible. Y juego por cuanto Bartolomeo usó una métrica y una rima irregular que permiten muchas terminaciones, pero por ello resulta bien posible asignar a esa enigmática “B” una terminación previsible a la luz de lo dicho: la terminación en “eo” (el original está en italiano). Y por eso quedó marcado el año 2005 cuando al Papa reinante le dio por llamarse, en italiano, Benedetto.

Pero no es más que un vaticinio. Uno más entre tantos otros. Y así lo dejo, como curiosidad para estos tiempos oscuros porque, junto con males y dolores, el venerable Bartolomeo nos dejó esperanzadores cantos a una renovación de la Iglesia:

“la Iglesia en oriente,
¡oh, afortunada gente
que la veréis plantada y renovada.
Vedla tan bella como al principio,
tú, luciente estrella,
que darás inicio
a tan bello edificio.
¡Oh, que recompensa!
¡Oh, feliz suerte!”.

Fuentes: Cesar Uribarri para Religión en Libertad, Signos de estos Tiempos

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