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Aquí hay historias de vida, casos cotidianos y milagrosos que han sucedido a personas notorias y por eso se difunden más, pero le sucede a todos los que piden con fe. Dios actúa con amor, cuando se lo pedimos con fe. Dios es el Señor de la historia y del universo. Nada ocurre sin su consentimiento; pero, para que actúe a nuestro favor, debemos pedirlo, porque no quiere obrar en contra de nuestra voluntad.

Realmente, Dios es maravilloso y amoroso con sus queridos hijos. Por eso, desea que le pidamos lo que necesitamos con toda confianza: Pedid y se os dará (Mt 7,7). Si vosotros, siendo malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pide! (Mt 7,11). Dios quiere que le pidamos, pero también quiere que compartamos lo que tenemos para poder darnos el ciento por uno. Cada uno dé según se ha propuesto en su corazón, no de mala gana ni obligado, que Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para acrecentar en vosotros toda clase de gracias, para que, teniendo siempre y en todo lo bastante, abundéis en toda obra buena (2 Co 9,7-8).  

Ciertamente, en algunos casos, Dios actúa de modo extraordinario en nuestra vida por medio de milagros o de sucesos fuera de lo común. Pero lo normal es que actúe de modo sencillo. Por lo cual, no debemos esperar cosas milagrosas en nuestra vida. Dios nos las puede dar, si es lo más conveniente para nosotros, pero no debemos desearlas ni pedirlas, sino en la medida en que sean la voluntad de Dios para nosotros.

En una estación del metro de Milán, alguien escribió: Dios es la respuesta. Después de algunos días, alguien volvió a escribir: ¿cuál es la pregunta? La pregunta para saber que Dios es la respuesta es: ¿cuál es el sentido de tu vida? Pero todavía muchos jóvenes y no tan jóvenes no han encontrado la respuesta al sentido de su vida y viven errantes por un mundo, que los ciega con su afán de placer y los aparta de Dios.

Por eso, es importante descubrir el amor de Dios en las pequeñas cosas de la vida: en una flor, en una puesta de sol, en el murmullo de las hojas de los árboles, en la sonrisa de un niño, en un paisaje hermoso, en un pájaro… ¡Hay tantas cosas a través de las cuales uno puede descubrir a Dios! A veces, el amor desinteresado de otras personas, especialmente familiares, nos puede ayudar a descubrir que Dios nos ama. Para él, no somos un número más en la lista de los millones de seres humanos, que habitan el planeta. Para él cada uno, es un ser único e irrepetible y tiene una plan maravilloso para cada uno.

Dios nos ama con un amor personalizado. Por eso, quiere que nosotros lo amemos personalmente y le hablemos y le pidamos lo que necesitamos. Es decir, quiere que oremos, pues, como un Padre bueno, no quiere regalarnos a la fuerza sus dones. Quiere que los deseemos y los pidamos: Pedid y recibiréis.

 

LO QUE LE DICE EL PADRE A SANTA CATALINA DE SIENA

Santa Catalina de Siena, en su obra El diálogo, nos habla de lo que le dice el Padre Dios sobre la providencia divina:

Manifesté mi providencia, de modo general, por medio de la ley de Moisés y por muchos otros santos profetas del Antiguo Testamento… Después de ellos, mi providencia envió al Verbo, que fue vuestro mediador entre mí, Dios eterno, y vosotros. Le siguieron los apóstoles, mártires, doctores y confesores, como te he dicho en otro lugar. Todo esto lo hizo mi providencia y te repito que, del mismo modo, proveerá hasta el fin… Todo lo doy a través de mi providencia: la vida y la muerte, la sed, la pérdida de posición social, la desnudez, el frío, el calor, las injurias, los escarnios y las villanías. Todas estas cosas permito que las hagan los hombres. No que yo sea el autor del mal o de la mala voluntad de los que hacen el mal… Parecerá alguna vez al hombre que el granizo, la tempestad, el rayo que yo envío sobre una criatura, es una crueldad, juzgando que no he mirado por su salud; y lo he hecho para librarle de la muerte eterna, aunque piense lo contrario… Todo lo que hago lo llevo a cabo con providencia, buscando siempre únicamente la salvación del hombre…  

Yo soy la providencia suprema que nunca falta ni en el alma ni en el cuerpo a los que confían en mí. ¿Cómo puede sospechar el hombre que me ve alimentar al gusano en el interior de un madero seco, apacentar a los animales, dar de comer a los peces del mar, a todos los animales de la tierra y a los pájaros del aire, que envío el sol sobre las plantas y el rocío que empapa la tierra, ¿cómo cree que no le voy a dar el alimento a él que es mi criatura, formada a mi imagen y semejanza? Todo lo ha creado mi bondad para su servicio. Por eso, a cualquier parte que mire, espiritual o temporalmente, no encontrará otra cosa que el fuego y la grandeza de mi amor con la mayor y más perfecta providencia… Infinitas son las maneras de la providencia que empleo con el alma pecadora para sacarla de la culpa del pecado mortal… Y, si vuelves la vista al purgatorio, encontrarás en él mi dulce e inestimable providencia en aquellas pobres almas, que perdieron el tiempo por ignorancia… Te voy a explicar ahora algo sobre los modos que tengo de socorrer a mis servidores que confían en mí… A veces, los purifico con muchas tribulaciones para que den mejor y más suave fruto (espiritual). ¡Oh, cuán suave y dulce es este fruto y de cuánta utilidad para el alma que sufre sin culpa! Si ella lo entendiese, no habría nada que con celo y alegría no lo intentase sufrir.  

¿Te acuerdas de aquella alma que, llegando a la iglesia con grandes deseos de comulgar y acercándose al ministro que estaba en el altar, él respondió que no le daría la comunión? Creció en ella el llanto y el deseo, y en el ministro, cuando llegó el ofertorio del cáliz, el remordimiento de conciencia. Y como yo trabajaba dentro de aquel corazón, el ministro lo manifestó, diciendo al monaguillo: “Pregúntale, si quiere comulgar, que le daré la comunión”. Yo lo había permitido para hacerla crecer en fidelidad y esperanza… Recuerda a tu glorioso Padre Domingo, cuando hallándose los hermanos en necesidad, habiendo llegado la hora y no teniendo qué comer, mi amado servidor Domingo, confiando en mi providencia, dijo: Hijos, poneos a la mesa. Obedeciendo los hermanos a su mandato, se pusieron a las mesa. Entonces, yo que socorro a quien confía en Mí, envié dos ángeles con pan blanquísimo, en tanta abundancia, que tuvieron para muchos días…  

Algunas veces, proveo multiplicando una pequeña cantidad, que no alcanzaría para ellos, como sabes de la dulce virgen santa Inés (de Montepulciano)… Ella fundó un monasterio y en él reunió, al principio, a dieciocho doncellas sin nada, sólo con mi providencia. Una vez, entre otras, permití que durante tres días estuvieran sin pan, únicamente con verduras. Si me preguntas: ¿Por qué las tuviste de ese modo, cuando acabas de decirme que jamás faltas a tus siervos que esperan en ti y sufren necesidad?, te respondería que lo hice y permití para embriagarlas de mi providencia, a fin de que por el milagro que después siguió, tuviesen materia para poner su principio y fundamento en la luz de la fe. A quien ocurriese algo semejante o distinto, sepa que en aquella verdura o en otra cosa, ponía, daba y doy una disposición para el cuerpo humano de modo que se sentirá mejor con ella y, algunas veces, sin nada en absoluto, que lo que estaba antes con pan o con otras cosas que se dan para la vida del hombre.  

Estando Inés volviendo los ojos de su espíritu hacia mí con la luz de la fe, dijo: “Padre y Señor mío, esposo eterno, ¿me has hecho sacar a estas hijas de las casas de sus padres para que mueran de hambre? Provee, Señor, a su necesidad”. Yo mismo era quien la hacía que pidiera. Me alegraba, comprobando su fe y su humilde oración, que me era grata. Extendí mi providencia a lo que me pedía y, por inspiración, hice que una persona le llevase cinco panecillos. Se lo manifesté al espíritu de Inés y ella dijo, volviéndose a las hermanas: “Id, hijas mías, contestad al torno y tomad el pan”. Le di tanto poder al partir el pan que todas se saciaron y recogieron tanto del que había en la mesa, que tuvieron cumplidamente para satisfacer con abundancia la necesidad del cuerpo… Enamórate, hija, de mi providencia.

 

CASOS EXTRAORDINARIOS

Dios puede intervenir en los acontecimientos del mundo, de modo que puede inclinar la balanza al lado de los que le piden ayuda y protección. Un ejemplo concreto es el caso de santa Clara de Asís. Una mañana de setiembre de 1240, llegaron los sarracenos y entraron hasta el claustro del convento. Dice Celano que Clara sin temor, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos (LC 1,21). Una de las religiosas, testigo del acontecimiento, dijo en el Proceso de su canonización que una vez que entraron los sarracenos al claustro del monasterio, madonna Clara se hizo conducir hasta la puerta del refectorio y mandó que trajesen ante ella un cofrecito, donde se guardaba el Santísimo sacramento del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y, postrándose en tierra en oración, rogó con lágrimas diciendo: “Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no las puedo guardar”. Entonces, la testigo oyó una voz de maravillosa suavidad que decía: Yo te defenderé siempre… Entonces, la dicha madonna se volvió a las hermanas y les dijo: “No temáis, porque yo soy fiadora de que no sufriréis mal alguno ni ahora ni en el futuro, mientras obedezcáis los mandamientos de Dios”. Y los sarracenos se marcharon sin causar mal ni daño alguno (Proceso 9,2).

Todos los testigos expresan el rechazo milagroso de los sarracenos ante la oración de Clara ante el Santísimo sacramento. Por eso, la piedad popular la ha representado siempre con una custodia en la mano. Dios la salvó y salvó a su convento e, incluso, a la ciudad de Asís. Pero, al año siguiente, se volvió a repetir algo parecido.

Vital de Aversa amenazó de nuevo la ciudad de Asís y Clara movilizó a sus hermanas en oración y penitencia para obtener la protección de Dios. Dice una testigo que después de haberse echado ceniza en la cabeza como señal de penitencia, mandó a todas a la capilla a hacer oración. Y, de tal modo lo cumplieron, que, al día siguiente, de mañana, huyó aquel ejército roto y a la desbandada (Proceso 9,3).

Como vemos, la oración hecha con fe es capaz de cambiar el curso normal de los acontecimientos por el poder de Dios, para bien de los que le aman.  

También en la vida de santa Rosa de Lima se cuenta algo parecido. El 21 de julio de 1615, una expedición de piratas holandeses al mando de Jorge Spilbergen, había derrotado a la armada virreinal frente a Cañete y se dirigía al puerto del Callao para apoderarse de Lima, que estaba con poca protección. Rosa de Lima oró con fervor y la población consiguió rechazar con éxito a los piratas, que tuvieron que huir a las naves sin hacer ningún daño a la ciudad.

Otro suceso, que he leído en diferentes libros y revistas, se refiere a la vida del santo Padre Pío de Pietrelcina. Durante la segunda guerra mundial, varias veces, quisieron los aliados bombardear san Giovanni Rotondo, el pueblo donde él vivía, pero no pudieron. Algunos aviadores contaban que, cuando estaban llegando al lugar, se les aparecía en las nubes el Padre Pío, y con mala cara les decía que se fueran. Alguno de ellos lo reconoció después de la guerra al verlo personalmente.

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Y ¡cuántas veces Dios detiene el curso normal de las enfermedades y sana milagrosamente a aquéllos por quienes se reza con fe! Por eso, podemos decir sin temor a equivocarnos: La oración hecha con fe realiza milagros. Dios hace milagros cuando se lo pedimos con fe y amor. Muchos se sanan por sus oraciones o las de sus familiares. Otros se mueren, porque no hay quien rece por ellos. Muchos lugares de la tierra se salvan de graves peligros de guerras o epidemias o catástrofes naturales por la oración de sus habitantes.  

Recordemos el éxito de la batalla de Lepanto contra los mahometanos, el 7 de octubre de 1571, por el rezo del rosario en toda la cristiandad por iniciativa del Papa san Pío V.

Otro suceso, entre miles que se podrían citar. El 25 de agosto de 1675, 6.000 polacos derrotaron a 300.000 turcos, que asediaban la ciudad de Lwow en Polonia. La victoria fue atribuida a la intercesión de María. Aquel día, todo el pueblo se había reunido en oración y vio cómo el cielo se nubló de improviso y un extraño temporal se avalanzó contra el ejército enemigo con granizo, rayos, truenos y relámpagos, que los hizo huir despavoridos.

En la guerra francoprusiana de 1871, en el pueblo de Pontmain, la Virgen se apareció a dos niños. En ese pueblo, toda la población oraba para ser protegida del avance alemán. El párroco había consagrado a la Virgen María a los 38 jóvenes que fueron a la guerra y que regresaron sanos y salvos. Los alemanes no entraron en el pueblo. En la guerra de 1914, igualmente, la Virgen protegió el pueblo. Y, en la segunda guerra mundial, todos sus soldados regresaron del frente con vida.

 

PROVIDENCIA Y MILAGROS

Nunca me olvidaré de lo que dijo una vez una madre de familia: Muchos niños mueren, porque sus padres no rezan. De la misma manera, podríamos decir que muchos milagros no ocurren y muchos enfermos no se sanan, porque no se reza. Orar es darle permiso a Dios para que intervenga en nuestra vida para nuestro bien. Y, entonces, muchas cosas buenas suceden que, de otro modo, podrían normalmente llevarnos a la muerte o a la invalidez o al desastre total.

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Ya hemos hablado de casos extraordinarios, milagrosos, obrados por Dios. Pero la intervención de Dios debería ser normal, aun en casos extremos, si tuviéramos fe y se lo pidiéramos con confianza de hijos.

La Madre Briege Mckenna ha escrito un libro Los milagros sí ocurren”, donde relata casos de curaciones extraordinarias, producidas por la fe. Dice que un día llevaron a un niño que sufría de quemaduras muy severas y de ampollas en todo su cuerpo. Recuerdo haber pensado: ¡Dios mío, no hay realmente nada que hacer! Está muy mal. No tenemos médicos ni medicinas aquí. Oramos por el pequeño y, después, el sacerdote le dijo a la anciana mujer que lo había llevado a la misa: “Déjalo ahí y comencemos la celebración de la misa”… Al terminar la misa, fui a ver cómo estaba el niño. Lo habían colocado debajo de la mesa, que sirvió de altar, pero ya no estaba ahí. Yo le pregunté a la mujer: ¿Dónde está? Ella me señaló un grupo de niños que jugaban ahí cerca. Vi al niño y se veía muy bien. No había nada malo en él. Y le pregunté: ¿Qué le pasó? Y la anciana me miró y me dijo: “¿Cómo que qué le pasó? ¿Acaso no vino Jesús?”.

Sí, Jesús Eucaristía es la mayor fuente de milagros en cualquier lugar del mundo y no sólo en los grandes santuarios marianos como Lourdes o Fátima.

Otro día le telefoneó un joven sacerdote para que orara por él, porque tenía cáncer en las cuerdas vocales y dentro de tres semanas debían operarlo para extirparle la laringe. Ella le dijo: Padre, cada día, cuando celebra la misa y consume la hostia consagrada, usted se encuentra con Jesús. Usted toca a Jesús y lo recibe en su cuerpo y no sólo como la mujer hemorroísa que le tocó el borde del manto. Pídale a Jesús Eucaristía que lo sane.  

Tres semanas después, ingresó al hospital para ser operado. Me llamó más tarde para decirme que la cirugía no se realizó. Los médicos descubrieron que el cáncer había desaparecido y sus cuerdas vocales estaban como nuevas.

He conocido sacerdotes extraordinarios como el padre Emiliano Tardif o el padre James Manjackal con un ministerio extraordinario de sanación de enfermos. Dios ha obrado maravillas a través de ellos. Y así otros más.

Y Dios sigue obrando maravillas en la medida de nuestra fe y de nuestra confianza en Él. Recuerdo al padre Feliciano Díez, agustino recoleto, que siempre contaba que, cuando era un niño, estaba gravemente enfermo con las piernas paralizadas. Su padre lo llevó al santuario de la Virgen del Pilar de Zaragoza a rezar por él. Al día siguiente al despertar, estaba completamente curado.

Un joven sacerdote de Lima me contaba que, cuando era un bebé, estuvo muy grave con una fuerte neumonía. Como sus padres vivían en la Sierra del Perú y no había médico ni posibilidades de llevarlo al hospital más cercano, su madre lo llevó a la iglesia y lo consagró a la Virgen, ofreciéndoselo para que, si se sanaba, fuera sacerdote. A los tres días, sin ninguna medicina, estaba totalmente curado. Siendo joven, no estaba muy dispuesto a ser sacerdote; pero, poco a poco, el Señor lo guió al Seminario y se ordenó de sacerdote con 29 años el 7 de marzo de 2004. Su nombre Iván Luna.

El padre Giovanni Salerno. Dice:

Durante mis años de misionero he visto muchos milagros. Hablo de milagros extraordinarios, no sólo de curaciones de una fuerte fiebre o cosas parecidas, sino incluso de enfermedades o traumas que necesitaban de una intervención quirúrgica. Jamás olvidaré el caso de Justo, quien cayendo del caballo se había roto la espina dorsal. El curandero lo curaba con orines sedimentados, mezclados con hojas de coca. Y esto, durante dos largos meses. ¡Es fácil imaginarse la infección que resultó!… En la espina dorsal de Justo hormigueaban los gusanos. Le faltaban al menos tres kilos de carne: sus muslos habían desaparecido completamente, consumidos por la enfermedad. En su lugar, había como una caverna… Preferí no tocarlo en absoluto. Dije: “No puedo hacer nada. Si tienes fe (le dije a su madre), Dios te ayudará”. Y ella me dijo: “¿Qué tengo que hacer para tener fe y conseguir este milagro? Ya no tengo nada: el curandero ya se ha llevado mis gallinas y mis cuyes”. Para conseguir el milagro, le dije, sólo debes pedírselo a Dios: no se necesita dinero ni animalitos, sino solamente rezar con fe. Reza tres Avemarías, pidiéndole a la Virgen Santísima que te haga el milagro…  

A los tres días, fui a visitarlo y ¡cuál no sería mi asombro, cuando constaté que Justo tenía abundante carne, donde antes sólo se veía una especie de caverna! Y era carne tierna y rosada como la de un recién nacido. Me quedé boquiabierto, preso de escalofrío. Al quinto día, Justo volvió a su condición de salud más que normal.  

Teodosia tenía un brazo roído por la uta, un tipo de lepra que despedía un olor pestilente. Yo había preparado el instrumental quirúrgico para amputárselo y me decía a mí mismo: ¿Qué hago? Amputándole el brazo la volveré aún más pobre. Entonces, con miras a ganar un poco de tiempo para decidir mejor cómo proceder, le dije: Mañana vienes para que te haga la operación de amputarte el brazo. Al despedirme, le dije: “¿Por qué no le pides a la Virgen María que te haga el milagro?”.  

Ella me preguntó: ¿Qué debo hacer? Le di un poco de agua santa de Lourdes, diciéndole: “Tómala y, durante la noche, pídele a la Virgen María que te haga este milagro”. Al día siguiente, la estuve esperando, decidido a amputarle el brazo… De pronto, escuché una algarabía creciente en las afueras del dispensario. Era Teodosia, que, inconteniblemente feliz, enseñaba su brazo a los demás enfermos que la rodeaban y les decía: “Miren mi brazo. Hasta ayer lo han visto cómo se caía a pedazos y apestaba. Ahora está sano”. Y sobre sus hombros cargaba un corderito como regalo.  

Basilio, un niño de nueve años, sufría de hidrocele. Esta infección se había extendido a todo su cuerpo, de forma que parecía una gran pelota inflada. En cualquier parte de su piel, donde se apoyara un dedo, éste se hundía. Le suministré cierto tipo de medicinas, pero inútilmente: el muchacho no se curaba, sino que, por el contrario, empeoraba cada vez más… Le dije a su madre, entregándole un poco de agua bendita: “Pídele este milagro a la Virgen María. Ninguna medicina puede curarlo”.  

Al día siguiente, vino su madre y me dice: “Basilio tiene hambre. Tienes que darme algo de comida”… Fui a la cabaña de Basilio. No podía creer lo que estaba viendo. Todo había vuelto a la normalidad. En el dispensario volví a examinarlo con mayor rigor y tuve que admitir que Basilio se había curado..  

Un día llegué a Coyllurqui al anochecer. Me trajeron a un cabo de la guardia civil tendido sobre una camilla improvisada. Los parientes que lo cargaban, me dijeron que, desde hacía ocho días, no comía y que echaba continuamente sangre por la boca. También en mi presencia siguió arrojando sangre hasta llenar una vasijita. Estaba realmente muy grave y yo no tenía medicinas ni siquiera para cortar la hemorragia…  

La mujer del enfermo me suplicaba que hiciera todo lo posible para salvarlo. Entonces, tuve que hablarle muy claro, diciéndole que se necesitaba un milagro de la Virgen María para poderlo curar. Debo decir que, curando a los enfermos, he recurrido siempre mucho a la medalla milagrosa y también en este caso les hablé al enfermo y a su mujer de las grandes gracias que la Virgen Santísima concede a los que con mucha fe llevan consigo su medalla milagrosa. Viendo la viva fe de los dos, puse la medalla milagrosa al cuello del enfermo y, junto con su esposa, recitamos tres Avemarías.  

Hacia la medianoche, un fuerte estruendo, proveniente de la verja del dispensario, me despertó sobresaltado, mientras un extraño calor inundaba mi habitación. Me levanté a toda prisa para comprobar qué había sucedido, pero pensé que lo que había provocado aquel estruendo podía haber sido uno de los hijos del enfermo al visitar a su padre.  

A la mañana siguiente, fue grande mi asombro, cuando lo encontré sentado sobre la cama. ¡Estaba comiendo un buen trozo de pollo! Con calma me contó que hacia medianoche, la Señora representada en la medalla milagrosa le había visitado y le había tocado la frente y él había sanado inmediatamente. Más adelante quiso que le diera una gran cantidad de aquellas medallas para dar a conocer a todos el poder misericordioso y materno de la Virgen María. ¡Cuántos kilos de medallas milagrosas hemos repartido entre los pobres! Podría narrar muchos otros prodigios obrados por la Virgen Santísima por medio de la medalla milagrosa, cuando ésta se lleva puesta con mucha fe.

La Madre Teresa de Calcuta contaba en una ocasión: Uno de nuestros doctores, oculista, trabaja mucho con nuestros pobres y es muy amable con ellos. Dedica dos horas diarias a ellos. Durante esas dos horas no atiende a nadie más que a los pobres, todo gratis: consulta, lentes, medicinas… Un día me dijo: “Madre, tengo un cáncer maligno y dentro de tres meses moriré”.  

Fue a USA y le dijeron lo mismo. Regresó a Calcuta y su familia lo llevó al hospital. Fui a visitarlo al hospital, llevé una medalla de la Virgen Milagrosa y le pedí que dijera: “María, Madre de Jesús, dame la salud”.  

Encargué a su familia que rezara también a Nuestra Señora. A pesar de ser una familia hindú, debieron rezar con mucha fe. Después de tres meses, tiempo al cabo del cual supuestamente tenía que morir, el oculista vino a mi casa y me dijo: “Madre, fui al doctor, me examinó con rayos X, me hizo análisis y no encontró ni rastro del cáncer”. Un auténtico milagro. Ahora lleva una cadenas al cuello con la medalla milagrosa.

Dios hace milagros con las cosas más sencillas, cuando hay fe. Santa Margarita María de Alacoque, a veces, escribía en un pequeño papel Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío y lo hacía tomar al enfermo para que sanara.

De san Juan Bosco se cuenta que desde que estaba en el Seminario, se valía de una estratagema para ayudar a los enfermos con la invocación de María. Consistía en repartir píldoras de miga de pan o bien sobrecitos con una mezcla de azúcar y harina, imponiendo a los que recurrían a su ciencia médica, la obligación de acercarse a los sacramentos, rezar un número determinado de Avemarías a la Virgen o la Salve. La prescripción de las medicinas y de las plegarias eran de tres días, a veces de nueve. Los enfermos, incluidos los más graves, se curaban.  

¡Cuántos prodigios sigue obrando nuestro buen Dios entre la gente que tiene fe! Dios ama a todos, porque para él, ricos o pobres, sabios o ignorantes, todos son sus hijos y a todos ama con amor infinito y a todos quiere bendecir con abundantes gracias y milagros.

 

MILAGROS COTIDIANOS

La providencia de Dios se manifiesta hasta en los más pequeños detalles de la vida. Veamos algunos ejemplos..

Un día, Chiara Lubich, la fundadora del movimiento de los focolares, se encontró por la calle con un pobre que le dice: ¿Puede darme un par de zapatos número 42? ¿Cómo encontrar en plena guerra (era el año 1943), cuando faltaba de todo, un par de zapatos? ¿Y además tan preciso?  

Chiara divisa una iglesia allí cerca y entra. Estaba vacía, pero la lucecita roja indica que allí esta Jesús. Y le pide de rodillas: Jesús, dame un par de zapatos de número 42 para ese pobre.  

A la salida, abre la puerta y ve una señora conocida, que le pone un paquete en las manos, diciéndole: Para tus pobres. Lo desenvuelve y era un par de zapatos del número 42.

Otro día Chiara estaba preparando la comida, cuando llaman a la puerta. Era una mujer pobre que pedía ayuda para su familia. Chiara fue y sacó de un cajón un sobre que contenía la cantidad necesaria para pagar el alquiler, el gas y la luz del mes, y se lo dio a la mujer. Luego le dijo a Jesús: Te dejo el sobre abierto, mira tú cómo llenarlo para que podamos pagar lo que debemos. Y siguió trabajando.

Al poco rato, llega Natalia, una de sus primeras compañeras, corriendo en bicicleta y le dice: Esta mañana me han subido el sueldo y se me ha ocurrido traerlo inmediatamente por si te hace falta. Era el doble de lo que Chiara había dado.

Una mañana Chiara comentó con nosotras: No tenemos ni un céntimo ni para desayunar. Pero Jesús es nuestro esposo. Él se ocupará… De vuelta a casa, nos encontramos la mesa puesta y, al lado de las tazas, una jarra de leche, un pan con pasas y un paquete de cacao. Más tarde, nos enteramos de que una señora mayor, vecina nuestra, nos había querido dar esta sorpresa. Y como la llave estaba colgada al lado de la puerta, había entrado.

Un día le llegó a Chiara Lubich la cuenta de la intervención quirúrgica de una focolarina y de su estancia en el hospital. Eran cien millones de liras. La verdad es que se llevó un susto. Pero, como siempre, confió esta preocupación a la providencia de Dios. Justo en esos días, una adherente al movimiento de los focolares recibió una herencia. A sus hijos les dio la casa y a Chiara el dinero contante: Exactamente, cien millones de liras.

Había llegado al focolar un par de zapatos de señora, nuevos, bonitos, de tacón alto, pero pequeñísimos, de número 33. ¿A quién le podrán hacer falta? me pregunté. Al poco rato, llaman a la puerta, es Vilma, una mujer joven, muy pobre, que viene a vernos de vez en cuando con su niña. Vilma es menuda, muy pequeña. Le miro instintivamente los pies, y le ofrezco los zapatos. Con gran alegría suya, le van que ni pintados.

Un sacerdote nos contó que deseaba ir a Italia a un encuentro para sacerdotes del movimiento de los focolares, pero no tenía dinero. Entonces, se encomendó a la providencia, pensando: Si es voluntad de Dios, Él me mandará el dinero.

Un día, al abrir el correo, sacó un sobre con un cheque: Era de la diócesis, que le comunicaba la muerte de un sacerdote anciano, que deseaba dejar una suma de dinero al sacerdote más pobre de la diócesis y el obispo había pensado en él. Contenía, exactamente, el dinero necesario para el viaje.

El cardenal Ersilio Tonini dice que un día lo llamó por teléfono el arzobispo de Gitega, en Burundi, para pedirle ayuda para construir una clínica de maternidad en Gitega, donde la mortalidad infantil era muy alta. Al día siguiente, llega una señora de Forlí, cuya hija se había suicidado y le da el dinero de la venta del piso de su hija. Con él pudo atender la petición del arzobispo de Gitega y, al año siguiente, fue construida la clínica de maternidad. Pareciera que el Señor hubiera dispuesto las cosas para que todo llegara a feliz término en el mínimo plazo posible. Dios se preocupaba también de aquellos niños burundeses, que tanto necesitaban, y lo hacía a través del cardenal Ersilio Tonini.

EJEMPLOS DE VIDA

CARLO CARRETTO

Carlo Carretto era un religioso que soñaba con fundar un convento en los Alpes y una inyección mal puesta lo dejó cojo para toda la vida. Y en vez de ir a los Alpes, se fue 10 años al desierto del Sahara, donde, en el silencio y la soledad, aprendió a amar más a Dios y escribió libros hermosos, que se leen en todo el mundo. Por eso, pudo escribir: Ahora le doy gracias a Dios por lo que ha hecho conmigo y por mi pierna coja que estoy arrastrando con un bastón desde hace treinta años.

Con toda seguridad, muchos santos no lo hubieran sido nunca, si Dios no hubiera permitido en su vida fracasos o enfermedades, que les hicieran acercarse más a Él. Muchos más se acercan a Dios a través de los sufrimientos que a través de la vida sana y placentera. Por eso, debemos agradecer a Dios muchas de sus intervenciones dolorosas en nuestra vida, porque nos ha hecho madurar y crecer espiritualmente mucho más en unos meses de enfermedad que en años de vida sana y normal.

Dice Carlo Carretto: Dios nunca está ausente de nuestra vida ni puede estarlo. En Él vivimos, nos movemos y existimos (Hech 17,28). Pero ¡cuántos actos de fe para aprender a navegar por el mar de Dios a ojos cerrados y con la convicción de que, si nos hundimos, nos hundimos en Él, en el divino y eterno Presente! Dichoso el que aprende a vivir esta navegación en Dios y sabe permanecer sereno, aun cuando arrecia la tempestad.

Sí, dichoso el hombre que sabe que Dios es el compañero de la vida, que nunca lo dejará solo, y que le sigue diciendo a todas horas y, especialmente, en los momentos más difíciles de la vida: Yo nunca te dejaré ni te abandonaré (Jos 1,5). Por eso, no tengas miedo ni te acobardes, porque Yahvé tu Dios estará contigo dondequiera que tú vayas (Jos 1,9).

 

NGUYEN VAN THUAN

Nguyen van Thuan, siendo ya obispo, estuvo en una cárcel vietnamita trece años, de los cuales nueve años en régimen de aislamiento total. El día que lo apresaron, el 15 de agosto de 1975, llevaba un rosario en el bolsillo. Dice: Durante el viaje a prisión, me di cuenta de que sólo me quedaba confiar en la providencia de Dios.

En la cárcel pasó mucha hambre y muchos momentos de enfermedad y de tristeza, de los que nunca pensó que pudiera salir vivo; pero la providencia de Dios velaba sobre él. Por eso, pudo decir después de liberado: En mi vida, que ha sido larga y accidentada, he hecho esta experiencia: si sigo fielmente, paso a paso, a Jesús, Él me conduce a la meta. Caminaréis por senderos imprevisibles, a veces, tortuosos, oscuros, dramáticos, pero tened confianza: ¡Estáis con Jesús! Arrojad sobre Él todas vuestras ansias y preocupaciones.

El año 2000 dio los ejercicios espirituales ante el Papa en el Vaticano. Y dice: Hace 24 años, cuando celebraba la misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi mano, no me habría esperado que el Santo Padre hoy me regalaría un cáliz dorado. Hace 24 años nunca habría pensado que hoy, fiesta de san José del 2000, mi sucesor consagraría, precisamente, en el lugar donde viví en arresto domiciliario, la iglesia más bella dedicada a san José en Vietnam. Hace 24 años no habría esperado nunca poder recibir hoy, de un cardenal, una suma consistente para los pobres de aquella parroquia.

El Papa Juan Pablo II lo nombró presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz y cardenal de la santa Iglesia. Evidentemente, los caminos de Dios son incomprensibles para nosotros, pero Dios escribe derecho con renglones torcidos. Cambia nuestros planes humanos con fracasos y sufrimientos de toda índole. Para cada uno tiene una misión concreta y específica. A cada uno, su providencia lo guía por caminos diferentes. Cada uno tiene su camino personal. Dios no hace fotocopias. ¿Cuál será tu camino? Cumple la voluntad de Dios en cada momento, porque, como diría Raissa Maritain: Bajo sus oscuras apariencias, los deberes de cada instante esconden la verdad de la voluntad divina; son como los sacramentos del momento presente.

 

MADRE ANGÉLICA

Nació en 1923 en Canton (Ohio), USA. Sus padres se divorciaron, cuando ella tenía 6 años. A partir de entonces, vivió sola con su madre, pasando hambre y frío y sobreviviendo con trabajos ocasionales. Aparte de eso, su madre tenía problemas de depresión, que, a veces, la llevaban a querer suicidarse. Por eso, desde muy pequeñita tuvo que ganarse la vida para poder sobrevivir y ayudar a su madre, lo que hizo que sus calificaciones escolares fueran muy deficientes. Ella dice:

No recuerdo haber tenido una verdadera amiga durante mi niñez. ¡No tenía ni arbolito de Navidad, ni muñecas ni amigas!. Recuerdo poner pedazos de cartón en la suela de los zapatos para que mi madre no se diera cuenta de que ya no servían. Pero el cartón no dura mucho y tenía que caminar más de tres millas en áreas nevadas para llegar al colegio.

A los veinte años ocurrió el acontecimiento decisivo de su ida. Una señora, Rhoda Wise, que había sido protestante, se convirtió a la fe católica, estando gravemente enferma en un hospital católico. Los médicos le dijeron que tenía un cáncer terminal y tuvo que irse a su casa; pero, a los pocos días, se le aparecieron Jesús y santa Teresita del niño Jesús, que la curaron milagrosamente. Lo que llamó la atención a Rita Rizzo (el verdadero nombre de Madre Angélica) fue el relato de que tenía los estigmas o heridas de Cristo, plenamente visibles en su cuerpo. Las marcas eran similares a las de san Francisco de Asís.

El día 8 de enero de 1943 su madre la llevó a visitar a esta señora para que rezara por ella, pues hacía mucho tiempo que tenía fuertes dolores en el estómago sin que los médicos pudieran hacer nada por ella. La señora Rhoda Wise le dio una oración para que la rezara, pidiendo la intercesión de santa Teresita. Y dice:

Rezamos la novena. Nueve días de oración y, al final, el domingo 27 de enero algo sucedió. A media noche, sufrí el peor dolor de estómago que he tenido en mi vida. Era como si me hubieran volteado por adentro hacia fuera. Esa mañana me levanté y me preparé para ir a misa de once y media. Luego mi corazón dio un salto. De repente, me di cuenta que no tenía ningún dolor de estómago. Como si nunca hubiera tenido problema alguno. Había sanado. No había duda. Desde ese día hasta la fecha no he tenido otro dolor de estómago. Dios había hecho un milagro. Sin lugar a dudas, ese fue el día en que encontré a Dios. Fue la primera vez que reconocí la participación activa de Dios en mi vida.

Sentir que Dios me había escogido y me había tratado de un modo preferencial, ocasionó un cambio dramático en mí… Me enamoré de Dios y empecé a tener una verdadera sed de Él. Mi vida cambió desde ese instante… Un día de 1944, mientras meditaba en la iglesia, un pensamiento cruzó mi mente. Era un hecho sencillo, como si tuviera la completa certeza de que sería monja… ¿Qué? ¿Monja? ¡No lo podía creer! No me gustaban las monjas… La convicción de que debería seguir esa vocación era muy fuerte.

El mayor obstáculo para ir al convento era su madre. Pero, después de pensarlo bien y hablar con las religiosas franciscanas de clausura de Cleveland, decidió irse de casa para seguir su vocación. En la carta que le escribió a su madre le decía:

Algo pasó en mí después de mi curación. ¿Qué fue exactamente?, no lo sé. Me enamoré completamente de Nuestro Señor. Vivir en el mundo estos últimos diecinueve meses ha sido muy difícil para mí… Recuerda que pertenecemos primero a Dios y luego a nuestros padres. Somos sus hijos. Te pido tu bendición para que pueda alcanzar las alturas que deseo. Te quiero mucho.

En el convento estuvo a punto de ser enviada a su casa por motivo de un defecto congénito que tenía en la columna, que le afectaba dolorosamente las vértebras. Este problema había empeorado a raíz de un resbalón que se dio en el piso mojado. Tuvieron que operarla, aun a riesgo de quedarse paralítica para toda la vida. Cuando salió del hospital, llegó con dos aparatos ortopédicos y unas muletas. Hasta ahora tiene un aparato ortopédico permanente en las piernas y camina con una muleta; pero, a pesar de sus limitaciones físicas y de sus dolores de columna, ella sigue trabajando y hace lo posible y lo imposible para llevar a Cristo hasta los últimos rincones del planeta. Ella, dicen las hermanas, oculta el dolor de forma admirable y se asombran de que no toma ninguna pastilla para el dolor. Todo se lo ofrece a Jesús con amor.

La manifestación del amor y de la providencia de Dios en su vida ha sido continua. Cuando empezó a construir el Monasterio, donde ahora vive en Birmingham, dedicado a la adoración perpetua, no tenía recursos, pero Joe Bruno, dueño de algunos supermercados, les enviaba diariamente los alimentos. Al principio, dijo que lo haría por el primer año, pero lo ha seguido haciendo durante muchos años. Ella dice: Eso fue un regalo muy directo de Dios. Fue una sorpresa caída del cielo. Y Dios bendijo a Joe Bruno. Al comienzo, tenía 13 supermercados. Ahora es dueño de 65 supermercados y 50 farmacias. Después de varios años, alguien le preguntó si continuaba alimentando a las monjas franciscanas y él contestó que no sería negocio dejar de hacerlo.

Pero las deudas comenzaron y las religiosas acudían a su dueño y Señor, a Jesús sacramentado, expuesto en la custodia día y noche. Con ayuda de bienhechores las deudas de la construcción las pagaron en 5 años.

Un día, un sacerdote carismático se presentó al Monasterio para orar por la Madre. Transcurrió una semana y no había notado ningún cambio como resultado de la oración de aquel sacerdote. A los pocos días, se enfermó de una fuerte gripe y se fue a la cama, sintiéndose enferma. Y dice ella: Me encontraba acurrucada en mi cama con mi Biblia. Por alguna razón había decidido leer el Evangelio de san Juan en voz alta y, de repente, me sentí llena del Espíritu Santo, era totalmente una nueva experiencia… Todos los síntomas de la gripe habían desaparecido. Había sentido la presencia total de Dios en la habitación. Era una sensación imposible de describir y que podría compararse con la historia de los primeros monjes franciscanos que también habían sido tocados por el Espíritu y cubiertos del poder de Dios. Era como si Dios estuviera diciendo: “Te estoy preparando para algo especial y único”. Sentía un poder increíble. Estaba renovada y lista para escuchar las indicaciones de Dios.

Una vez terminado el Monasterio, empezó a publicar pequeños folletos de doctrina católica para animar en su fe a los católicos, pero decidió tener su propia imprenta para abaratar los costos y todas las hermanas se dedicaron en su tiempo de trabajo a producir folletos religiosos. Lograban imprimir 25.000 libritos cada día y unos seis millones cada año. Las hermanas operaban impresoras, evaluadas en más de 120.000 dólares. Todo había sido conseguido con la ayuda de bienhechores. La providencia de Dios velaba sobre ellas.

La Madre Angélica dice por experiencia: Antes que nada, Dios siempre se encarga de pagar las deudas, cuando trabajamos para Él. Hasta ahora nunca nos ha fallado. Podemos hacer su trabajo y, a la vez, tener tiempo para rezar cinco horas cada día.

Los libritos de la Madre eran distribuidos en todo USA y en 37 países con traducciones en francés, español y vietnamita. El trabajo de las hermanas era fabuloso y Dios proveía a todos los gastos. Y el nombre de la Madre Angélica empezaba a sonar por todas partes, de modo que la llamaban para entrevistas en diferentes emisoras de radio y televisión. Y Dios le inspiró convertir el garaje del Monasterio en un estudio de televisión para grabar programas, que después enviaría a diferentes canales. Sabía que los gastos eran excesivos para sus posibilidades, pero confiaba en su esposo Jesús y, pidiendo préstamos comenzó a comprar los primeros equipos de lo que después sería la estación de televisión Eternal Word Television Network (cadena de televisión Palabra eterna, EWTN).

Dice: Yo pensé que tenía las manos llenas con la construcción del Monasterio y de la imprenta. Pero, cuando surgió lo de la televisión, me di cuenta de lo que realmente significa pasar tiempos difíciles. Pero Dios siguió aumentando nuestra fe, paso a paso. Lo veíamos a Él en cada esfuerzo y veíamos cómo su providencia hacía prodigios.

Tuve un miedo terrible, cuando hice el primer pedido de equipo de televisión. Cuando vi el precio y vi la imposibilidad de pagar esas sumas astronómicas, me sentí abrumada por la responsabilidad. No se pueden imaginar cuántas veces tomé el teléfono para cancelar la orden, pero cada vez pasaba algo y no lo hacía. Una vez, una compañía estuvo dispuesta a darme crédito sin necesidad de un fiador, sólo con mi firma… Una de mis definiciones de fe es tener un pie en el aire, otro en la tierra ¡y una sensación de malestar en el estómago! Yo tomo Maalox, un antiácido. Alguien, una vez, me desafió diciendo que, si realmente soy una persona de fe, no tendría por qué tomar Maalox. Yo le contesté que mi estómago no sabe que tengo fe.

El equipo de televisión, valorado en más de cien mil dólares, comenzó a llegar al Monasterio. Esa suma era aparentemente imposible de pagar. Luego, empezaron a pasar cosas inexplicables. La compañía contratada para iluminar el estudio, redujo su precio de 48.000 a 14.000 dólares. Las cámaras, valoradas en 24.000 dólares, se pagaron con un donativo adquirido durante un viaje. Así encontraba fuerzas para seguir adelante.

Para 1986 los costos de operación eran más de 360.000 dólares al mes. Pero la oración de la Madre y de las hermanas, con la colaboración de laicos comprometidos, hacía que los prodigios siguieran sucediendo sin interrupción. En ese año, la cadena EWTN llegaba a 300 sistemas de cable y distribuía la señal a más de nueve millones de hogares.

Otra de sus grandes obras ha sido la fundación de la mayor emisora de radio privada de onda corta con la ayuda financiera de los esposos Piet y Trude Derksen, que le aportaron, en un primer momento, para este proyecto dos millones de dólares. Y la Madre Angélica nos dice convencida:

Si no estamos dispuestos a hacer el ridículo, Dios no puede hacer milagros… Nuestro Señor, a través de su divina providencia, hizo posible a EWTN desde un garaje convertido en estudio con lo último de la tecnología moderna. A través de esta tecnología, hemos podido llegar a millones de personas y hogares. Y, ahora, personas que nunca han escuchado la Palabra de Dios pueden sintonizar EWTN, aun desde los lugares más remotos… La providencia de Dios nos sigue y nos protege desde el momento en que nos levantamos en la mañana hasta el momento en que vamos a la cama. Aprendí a confiar en los acontecimientos del momento presente, porque Dios frecuentemente hace milagros y cosas imposibles con pequeñas inspiraciones, que muy fácilmente podrían pasar desapercibidas o ignoradas por su insignificancia.

La vida de la Madre Angélica, con sus seis doctorados honoris causa y premios nacionales e internacionales es un monumento a la providencia de Dios. Dios hace milagros en la medida de nuestra confianza en Él. La Madre Angélica tuvo la audacia de creer hasta el punto de hacer el ridículo por Dios y Dios premió su confianza. La providencia de Dios la llevó de la mano desde su más tierna infancia a pesar de los sufrimientos que ha tenido que soportar.

Como hemos dicho, ha fundado el convento donde reside con la especial finalidad de adorar perpetuamente a Jesús sacramentado. Ha fundado la primera y principal cadena de televisión católica del mundo por cable, que emite las 24 horas del día programas católicos en distintas lenguas a 170 países. Ha establecido una editorial católica con su imprenta para promocionar toda clase de literatura católica en distintas lenguas, y también ha fundado la mayor emisora de radio privada de onda corta para que el mensaje católico pueda ser escuchado en cualquier parte del mundo. En todas sus obras brilla como una continua luz la divina providencia, que sigue diciéndonos como Jesús: El que cree en Mí hará las obras que yo hago y mayores que éstas (Jn 14,12).

 

PADRE GIOVANNI SALERNO

Es un gran misionero italiano, que va por los caminos de las altas cordilleras de los Andes del Sur del Perú, llevando consuelo a los enfermos como médico y el amor de Jesús como sacerdote. Era sacerdote agustino; pero, con permiso de sus superiores, dejó la Orden para fundar el Movimiento de los Siervos de los pobres del tercer mundo.

En su libro Misión andina con Dios cuenta cómo, cuando tenía diecisiete años, tres oculistas de Viterbo le dijeron unánimemente: ¡A los veinte años de edad estarás completamente ciego! El mismo superior le dijo que debía interrumpir sus estudios y casarse cuanto antes para tener así una esposa que pudiera ayudarlo en su ceguera. Pero oró al Señor y escribió al Monasterio de agustinas de Casia. La abadesa le contestó que una joven hermana se había ofrecido víctima por su salud. Los superiores aceptaron llevarlo, como último recurso, a Roma al célebre oftalmólogo Dr. Lazzantini, que le salvó la vista y le dijo: Debes retomar tus estudios. Y fue ordenado sacerdote un año antes que sus compañeros de curso.

Desde el principio, quería ser misionero en el Perú. Y allí lo enviaron sus superiores de la Orden agustiniana. Dios lo ha guiado con amorosa providencia en todos sus caminos por aquellas alturas. Él cuenta cómo el 2 de febrero de 1975 hizo un largo viaje a caballo desde Cotabambas a Tambobamba. Hacía un viento que parecía un huracán, cargado de lluvia. A mitad del viaje decidió con su acompañante detenerse. Dice así:

Me quedé solo y procuré que el caballo me abrigara del viento con su cuerpo y me calentara con su aliento, impidiendo que el frío helado de la noche me hiciera mal. Creía encontrarme sobre un terreno llano, pero cuando el hermano regresó con su linterna me percaté que estaba al borde de un precipicio de unos 300 metros sobre el río. El caballo había sido para mí como un ángel enviado del cielo: se llamaba Dorado.

En ese viaje me enfermé gravemente, tenía mucha fiebre y tiritaba de frío y escupía sangre. En el pueblo no había carretera de acceso ni había medicinas. Los nobles del lugar me odiaban, porque defendía a los pobres… Llegué a tal gravedad que no podía comer ni moverme. Algunos ya comentaban que en el pueblo no había madera para hacerme el ataúd. Después de muchos días de sufrimiento, llegó un camión, que aproveché para ser llevado al Cuzco… Mi estado empeoró y me administraron la unción de los enfermos. Al día siguiente, me llevaron en avión a Lima. Me esperaban en el aeropuerto con una ambulancia. Pero no la necesité; porque, al llegar el avión a poca altitud sobre el nivel del mar, había vuelto a sentirme bien y había mejorado rápida y sorprendentemente.

Un día estaba predicando un retiro espiritual en Babylon (USA), cuando una viejecita se acercó y me entregó un sobre diciéndome: “Dentro de dos días cumpliré 85 años y, en lugar de festejarlo con mis nietos, mis parientes y amigos, he decidido darle a usted mis ahorros”. Abrí el sobre, pensando en el óbolo de la viuda del Evangelio… Y, con gran sorpresa y emoción, encontré allí la respetable suma de 5.000 dólares. ¡Sea bendita eternamente la divina providencia.

Un señor de Ajofrín (Toledo) nos había regalado 14 hectáreas de terreno para construir el Seminario. Se colocó la primera piedra el 3 de diciembre de 1989. Pero, en aquel momento, no teníamos nada… Sentí un fuerte escalofrío de sólo pensar que nuestras arcas estaban vacías. Pero, afortunadamente, no nos faltaba una gran confianza en la divina providencia… Pocos meses después, nos informaron que unos bienhechores chinos de Macao habían enviado un cheque de 250 dólares como primera ofrenda, de otras que enviarían sucesivamente. Pero, en una segunda llamada telefónica, nos informaron que en realidad el cheque no era de 250, sino de 250.000 dólares… Con aquella suma cubrimos la mitad de los gastos de la construcción del Seminario y de la capilla. La otra mitad nos fue dada por una pareja de esposos.

En una oportunidad, estaba sumergido en enormes problemas. Tenía la urgente necesidad de una construcción más amplia y funcional para la futura Obra San Tarsicio. Santa Teresita del Niño Jesús, de manera providencial, nos hizo encontrar primero 83 hectáreas de terreno y, luego, al lado de ese mismo lote, otras 140. Serviría para escuela privada y gratuita para niños pobres, como casa para los huérfanos del internado, para una escuela de artes y oficios, para la comunidad destinada a la rehabilitación de los drogadictos, para el Monasterio de la rama contemplativa de Los Siervos de los pobres del tercer mundo, para producción agrícola, etc. En el centro de todo, estaba prevista la iglesia con adoración perpetua. Teníamos ya el terreno, pero faltaban los recursos para la construcción.

En febrero del 2000, recibí la grata visita de una pareja de esposos de México. Los acompañé a visitar el terreno… Aquella misma mañana había recibido amenazas de expulsión hasta el extremo de que se pretendía transmitir inmediatamente una respuesta telefónica en tal sentido de Cuzco a Roma (a la Congregación de Propaganda Fide). Ese día sufrí muchísimo, pero las gracias fueron mayores y más poderosas que las lágrimas causadas por quien, investido de autoridad, me invitaba a decisiones que me eran extrañas. Aquel mismo día en la tarde, los dos esposos, también devotos de santa Teresita, con voz marcada por la emoción… me ofrecieron un cheque por dos millones de dólares… El don fue una señal de predilección de la providencia hacia nuestro Movimiento, un verdadero milagro que nos llegó en silencio. Para nosotros, aquel dinero valía muchísimo, no tanto por su valor financiero, cuantioso por cierto, cuanto por el momento providencial en que nos fue donado… Por eso, sobre la colina del terreno del milagro pensamos levantar un monumento a santa Teresita del Niño Jesús.

Los patronos del Movimiento son, después de la Virgen Santísima, san Agustín y santa Teresa de Avila. Santa Teresa de Jesús oró y sufrió por los indios de la Cordillera ¡Tanto amó a los indios que tuvo de Dios el don de bilocación, que le permitió visitar la Cordillera de los Andes! En una carta (del 17-1-1570, nº 20) dirigida a su hermano Lorenzo, que vivía en Quito, nos hace sentir cuánto sangraba su corazón por los indígenas andinos. Dice: Y esos indios no me cuestan poco.

¡Cuán importante es confiar siempre en la divina providencia! ¿Qué sería de nosotros, si la providencia no encendiera cada día nuestro horno y no procurara los cien kilos de harina que necesitamos diariamente para elaborar el pan con el que alimentamos a más de 900 niños y muchachos que asistimos en nuestras casas? Cada día necesitamos 100 kilos de harina sin contar vestidos, libros, cuadernos, medicinas, operaciones quirúrgicas, pensiones escolares… Cada día, para llevar adelante esta gran familia esperamos el milagro de la divina providencia, por la intercesión de Santa María, Madre de los Pobres.

Para ayudar a tantos pobres y necesitados nos sostiene la divina providencia. El Señor sabe dónde estamos, sabe lo que hacemos y sabe cómo llegar hasta nosotros. Es algo conmovedor ver cómo nos llegan donativos, sobre todo, de jóvenes parejas de esposos de Bélgica y también de Italia, fruto de una curiosa iniciativa, adoptada por ellos desde hace algún tiempo. En las invitaciones para sus bodas consignan claramente este mensaje: “No traigan regalos. El dinero que ustedes quieran gastar, comprando un regalo para nosotros, tráiganlo para que podamos ofrecérselo a los niños de los Siervos de los pobres del tercer mundo”. Son también ofrendas de padres y madres de familia, que en los aniversarios de sus 50 o más años de vida, invitan a sus familiares y amigos a ofrecer dinero, a favor de nuestros niños abandonados, el regalo que hubiesen querido hacerles en esa ocasión. Son, finalmente, personas que antes de morir, les piden a sus parientes que no gasten el dinero comprando flores para poder así enviar todo lo ahorrado a los niños pobres del Perú.

Pero, no solamente es el dinero lo que vale para los misioneros, también vale y mucho más la oración. El padre Salerno dice que en la parroquia de Canicattí, Provincia de Agrigento, en Italia, donde trabajó como recién ordenado sacerdote, una joven, Ángela, le había dado todos sus ahorros para la Misión del Perú, a donde había sido ya destinado. Pero, además, un día saliendo de la adoración al Santísimo, me confió su secreto: Te he dado todo, pero es mejor que yo muera antes de que tú partas. Así te preparo el terreno. No sabes el idioma y no estás preparado para la Misión. Por eso, yo voy a prepararte el camino. En efecto, murió tres días después, en aquel mismo hospital donde yo había hecho mis prácticas como médico misionero. Se había ofrecido como víctima por la Misión.

Y Jesús personalmente bendecía su Misión. Un día en Antabamba, apenas llegué allí, al comienzo de la Misión, se presentó ante mí un pobre indio. Recuerdo muy bien aquel día: llovía y él estaba descalzo, roto, y con el cuerpo cubierto de llagas. Traté de curarlo lo mejor que pude. Apenas él se fue, el dispensario se inundó de un perfume extraordinario, un perfume de jazmín. Pero resulta que en Antabamba no crece ningún jazmín y menos aún en aquella fría temporada de lluvias, cuando allí no brota ninguna flor. Es éste el maravilloso recuerdo de un pobre que se acercó a mí y que el Señor quiso rodear de ese suave perfume para hacernos pensar en Él, presente sobre todo en los pobres.

El padre Salerno es un sacerdote enamorado de Jesús. Dice: Dios me ha hecho la gracia de no dejar jamás, ni un solo día la celebración de la santa misa, que constituye para mí la única fuente de energía y me hace sentir siempre joven. Y continuamente recuerda a sus hijos: Confíen siempre en la divina providencia y en la perenne juventud de Cristo. Y repite constantemente: Quien sirve a los pobres presta a Dios. El Señor me eligió como asno para cargarlo por los caminos estrechos de la alta cordillera de los Andes.

EL PADRE PIO, LA MADRE TERESA DE CALCUTA, DON BOSCO Y DON ORIONE

En la vida del SANTO PADRE PÍO DE PIETRELCINA se cuenta que, muchas veces, tenía problemas para pagar los gastos de los obreros y de las obras de gran complejo hospitalario de la Casa Sollievo della Sofferenza, que se estaba construyendo en San Giovanni Rotondo, al sur de Italia. Pero él siempre confiaba en la providencia divina y nunca fue defraudado. Guglielmo Sanguinetti o Carlo Kisvarday, que eran sus íntimos colaboradores, eran testigos de cómo, con frecuencia, en los últimos momentos venía una ayuda por correo o algún bienhechor se hacía presente. Nunca faltó lo esencial para solucionar los problemas más urgentes. Por eso, el confiar en la providencia divina es siempre un buen negocio, pues Dios nunca se va a dejar ganar en generosidad ni permitirá que seamos defraudados. A veces, puede tardar, para hacernos sentir más la necesidad de acudir a Él, pero, al final, siempre cumple su promesa y siempre acude en nuestro socorro en todas nuestras necesidades.

 

LA BEATA MADRE TERESA DE CALCUTA decía muchas veces: En lo que atañe a los bienes materiales, nosotras dependemos por completo de la providencia de Dios. Jamás nos hemos visto obligadas a rechazar a alguien por falta de medios. Siempre ha habido una cama más, un plato más. Porque Dios se ocupa de sus hijos pobres…

En Calcuta damos de comer cada día a 10.000 enfermos. Un día vino la hermana encargada de la comida y me dijo: Madre, no tenemos nada para dar de comer a tanta gente.

Yo me sentí muy sorprendida, porque era la primera vez que ocurría algo así. Pero, a las nueve de la mañana, llegó un camión abarrotado de pan. Todos los días el gobierno daba a los niños de las escuelas pobres un trozo de pan y un vaso de leche. No sé por qué razón, las escuelas de la ciudad, aquel día, permanecieron cerradas y todo el pan nos lo enviaron. Como ven, Dios había cerrado las escuelas, porque no podía permitir que nuestras gentes se quedasen sin comida. Y fue la primera vez que pudieron comer pan de buena calidad hasta saciarse por completo.

Un día no teníamos absolutamente nada para cenar. Y no nos faltaba apetito. Inesperadamente, se presentó una señora a la que ninguna de nosotras conocíamos. Nos dijo: “No sé por qué, pero me he sentido empujada a traerles estas bolsas de arroz. Espero que les sean útiles”. Al abrirlas, nos dimos cuenta de que contenían, exactamente, lo que necesitábamos para la cena.

Cuando abrimos nuestra primera casa en Nueva York, el cardenal Cooke parecía muy preocupado por el mantenimiento de las hermanas y decidió asignar una cantidad mensual a este fin. Yo no quería ofenderle, pero, al mismo tiempo, tenía que explicarle que nosotras dependemos de la divina providencia, que jamás nos ha faltado. Por eso, al término de la conversación, le dije, medio en broma: Eminencia, ¿acaso piensa que va a ser justamente en Nueva York, donde Dios tenga que declararse en quiebra?

En una oportunidad, buscábamos una casa en Londres para abrir nuestro noviciado europeo. Tropezamos con numerosas dificultades. Tras no pocas gestiones inútiles, se nos informó que una señora inglesa disponía de lo que nosotros necesitábamos. Ella nos dijo: “Ciertamente, tengo una casa a la venta, pero cuesta 6.500 libras esterlinas a pagar al contado”.

Durante varios días, dos hermanas dieron vueltas por la ciudad, haciendo visitas, dando conferencias, hablando por radio… Y empezaron a llegar donaciones. Una noche, las hermanas se decidieron a contar lo que había llegado: Eran exactamente 6.500 libras esterlinas. Y, a la mañana siguiente, compramos la casa .

Nuestra confianza en la providencia se resume en una firme y vigorosa fe en que Dios puede ayudarnos y nos ayudará. Que puede, es evidente, porque es omnipotente; que lo hará es cierto, porque lo prometió en muchos pasajes del Evangelio y Él es infinitamente fiel a sus promesas…

Un señor muy rico quería darnos mucho dinero, pero puso la condición de que la cuenta, que pondría en el banco, no debería ser tocada. Sería como un seguro para nuestro trabajo. Le contesté diciéndole que antes de ofender a Dios, prefería ofenderle a él, aunque estaba agradecida por su generosidad. No podía aceptar su dinero, porque todos estos años Dios ha cuidado de nosotras y el seguro de su dinero restaría vida a nuestro trabajo. Sería como desconfiar de la providencia. Por otra parte, no podría tener dinero en el banco, mientras hubiese gente que estuviera pasando necesidad.

Parece ser que la carta le impresionó, porque antes de morir, nos envió una suma muy importante de dinero. En resumidas cuentas, nos entregó toda su fortuna.

En México, con motivo de la campaña de Navidad, las hermanas preparaban las despensas o bolsas de alimentos para entregárselas a las familias pobres. La fábrica de Pan Bimbo se había comprometido a enviar todo el pan necesario para incluirlo en las bolsas. Apenas pasado el día de Navidad, se presentó el gerente de Pan Bimbo, totalmente avergonzado y confuso por no haber cumplido con su compromiso. Pedía mil disculpas por un olvido tan lamentable. La hermana que le atendió le contestó:

Señor, trajeron pan y en abundancia.

Imposible, de la fábrica no sale ni una miga de pan sin mi permiso.

Bueno, habrá otro gerente, que se cuida de que en la Navidad no les falte el pan a sus hijos más pobres.

Hace unos días, llegó un hombre a nuestra Casa madre y me dijo: “Madre, mi única hija se está muriendo. El doctor le ha recetado una medicina que no puede obtenerse en la India, sino en el extranjero. Madre, suplicaba, haga algo por mi hija antes de que muera”. Estábamos hablando, cuando se presentó otro señor con un cajón de medicinas en sus brazos. Y, justamente, en la parte superior de la caja, estaba la medicina que el papá necesitaba para su hijita. Si la medicina hubiera estado más abajo o el señor hubiera llegado antes o después, no la hubiéramos encontrado. Fue precisamente en ese momento, cuando todo tuvo que suceder. Esto me hizo pensar que entre los millones de niños que hay en el mundo, Dios tenía tiempo para cuidar de aquella pequeñita, perdida en los barrios de Calcuta. He ahí el amor tierno de nuestro Padre Dios, manifestado a una pobre criatura de Calcuta.

El Padre Pedro Arribas dice que un día hablaba con la Madre Teresa sobre un proyecto para niños abandonados en Caracas. Ante mis dudas por la dificultad de encontrar un terreno apropiado en una zona superpoblada, me cortó diciendo: Padre, no se preocupe, que si Dios lo quiere, el terreno lo encontrará. Tenga fe y comience a buscarlo. A la semana siguiente, inesperadamente, teníamos la donación de un terreno de seis hectáreas en el corazón de la zona deseada.

 

SAN JUAN BOSCO tiene una vida llena de anécdotas sobre la providencia. A principios de 1858, Don Bosco tenía que pagar una gruesa deuda para el 20 de enero y no poseía ni un céntimo. Estaban ya a 12 del mes y no se veía ninguna solución. En tales estrecheces, Don Bosco dijo a algunos jóvenes: “Hoy iré a Turín y vosotros, durante el tiempo que esté fuera, turnaos uno a uno delante del sagrario rezando”.

 Mientras Don Bosco caminaba por Turín, se le acercó un desconocido y tras el saludo le preguntó:

Don Bosco, ¿necesita Ud. dinero?

Ya lo creo.

Si es así, tome; y le ofreció un sobre con varios billetes de mil, alejándose con premura. Era un rasgo de la providencia y Don Bosco mandó inmediatamente que se pagara a su acreedor.

Un día de 1859, Don Bosco bajó al refectorio, no para comer, sino para salir. Les dijo: “Hoy no puedo comer a la hora acostumbrada. Necesito que, cuando salgáis del comedor, haya siempre uno de vosotros hasta las tres con algún chico escogido entre los mejores, rezando ante el Santísimo sacramento. Esta tarde, si obtengo la gracia que nos es necesaria, os explicaré la razón de mis plegarias”.

Don Bosco volvió al atardecer y dijo, respondiendo a las preguntas: “Hoy a las tres, vencía un compromiso serio con el librero Paravia de 10.000 liras. También urgían otras deudas, que alcanzaban también otras 10.000 liras. He salido en busca de la providencia sin saber a dónde iba. Al llegar a la Consolata, entré y rogué a la Virgen que me consolara. Al llegar a la iglesia de santo Tomás, se me acerca un señor muy bien vestido que me dice:

¿Usted es Don Bosco?

Sí, para servirle.

Mi patrón me ha encargado que le entregue este sobre. Hubo suficiente para que pagara todas las deudas urgentísimas”.

Un día de 1860, después de la misa, no había para dar a cada chico el panecillo para el desayuno. Ese día, no había pan en casa y el panadero ya no quería fiar más hasta que no le pagaran lo que le debían. Entonces, Don Bosco dijo a dos chicos:

Id a la despensa y juntad todo el pan que encontréis y todo lo que podáis hallar en los comedores.

Había muy poquitos panecillos y no alcanzaban para todos. Don Bosco, después de confesar, se dirigió a distribuir los panecillos. El cesto del pan tenía unos quince panecillos. Y Don Bosco se puso a distribuirlos a unos cuatrocientos jóvenes. Al terminar, quedaba la misma cantidad que al principio. Éste es el milagro de la multiplicación de los panes. En otra oportunidad, fue la multiplicación de las castañas o la multiplicación de las hostias consagradas hasta en 4 oportunidades. En todos estos milagros, Dios, con su providencia, premiaba la fe de Don Bosco y lo socorría en sus necesidades.

En julio de 1885, el cardenal Alimonda, que era su amigo, fue a visitarlo a Mathi y le preguntó:

¿Cómo andan sus finanzas?

Hoy mismo debo pagar 30.000 liras y no las tengo.

¿Cómo se las arreglará?

Espero en la providencia. Acaba de llegarme una carta certificada, veamos lo que hay dentro. Abierto el sobre, apareció un talón bancario de 30.000 liras. Al cardenal se le saltaron las lágrimas.

El 23 de febrero de 1887, el terremoto castigó a la casa de Vallecrosia. Un ingeniero hizo la evaluación de las reparaciones, que hacían falta, y presentó un presupuesto por 6.000 liras. Don Bosco confió en la providencia. Después de comer, entró el conde Maistre, antiguo bienhechor de Don Bosco, y le dijo:

Mi tía me ha encomendado darle para sus obras 6.000 liras.

Don Bosco, conmovido, presentó al conde el informe del ingeniero diciendo:

Vea cómo María Auxiliadora ha inspirado a su tía. Transmítale nuestra gratitud por la generosa providencia.

 

SAN LUIS ORIONE es otro gran santo de la divina providencia. Fundó la pequeña obra de la divina providencia para educar a la juventud y atender a los más necesitados. También fundó Congregaciones de religiosos y religiosas, para que continuaran su obra.

Un día, Don Orione estaba especialmente apretado por las deudas, ya no le querían fiar el pan ni otros alimentos para sus niños necesitados. Todos rezaron a san José con fervor. Y, durante la novena, se presenta un señor, que quería hablar con él. Era joven, con barba rubia. Le dijo: ¿Ud. es el superior? Aquí está una ofrenda para Ud.

Pero ¿hay que celebrar alguna misa o debo hacer algo por Ud.?

No, solamente continuar rezando.

Hizo una venia con la cabeza y se retiró. Todavía no salía de su asombro Don Orione, cuando algunos presentes dijeron que aquel hombre tenía un algo celestial. Y, entonces, apenas tres minutos después, salieron tras sus pasos, pero ya no lo vieron más. Algunos decían que era el mismo san José, a quien le estaban rezando. Lo cierto es que le dio la cantidad suficiente para pagar las deudas más grandes y más urgentes y le dejó con un alivio enorme en su corazón.

Un día de 1900, le regalaron un par de zapatos nuevos. Tuvo que acompañar a un médico, que no era creyente, en una visita a un enfermo. Mientras el médico visitaba al enfermo, se le acercó un mendigo y le pidió algo. Don Orione no lo pensó dos veces y le dio sus zapatos nuevos y se quedó sin zapatos. Cuando regresó el médico, le reprendió, pero se quedó admirado de aquella acción. Años después, en 1924, este mismo médico fue asaltado por un delincuente que le disparó y lo dejó entre la vida y la muerte. En el hospital, tanto el capellán como las religiosas, le insinuaban la idea de confesarse, pero él no quería. Finalmente, manifestó su deseo de confesarse con Don Orione. Don Orione llegó desde Roma, donde se encontraba, y lo confesó y le dio la comunión. Y decía: En la economía de la providencia, incluso un par de zapatos regalados pueden servir para la conquista de un alma.

El año 1922, quería Don Orione comprar una hermosa propiedad, que costaba 400.000 liras, pero no tenía ni un céntimo. Como siempre, empezó a rezar por esta intención y también buscó ayudas humanas. Fue en busca de una viejecita millonaria, que vivía sola y sin familia, a ver si le podía ayudar en aquella circunstancia; pero la señora, que era muy avara, no le dio más que 30 liras para una misa y lo despidió de mala manera.

Él no se desanimó y siguió orando. Al día siguiente, volvió donde la anciana para decirle que ya había celebrado misa. Pero ella lo despidió de peor manera y le dijo que no la volviera a molestar más. Entonces, empezó a acudir a todos los santos, sobre todo a la Virgen María, de quien era tan devoto. Una tarde se fue al cementerio a rezar rosarios a las almas benditas, para pedirles ayuda. A los tres días, vino la viejecita a su casa, gritándole: Ud quiere matarme, ¿cómo es posible que Ud, un sacerdote, se meta en mi habitación por las noches y me esté mirando con esos ojos como si yo fuera un demonio?

La señora llevaba tres días sin dormir, porque decía que, por las noches, Don Orione entraba en su habitación y, sin decirle nada, la miraba fijamente. Trató de asegurarle que no era él, que, además, no podría entrar, teniendo ella la puerta cerrada. Pero ella le dijo: Si Ud. me deja dormir tranquila y no viene más a mi habitación, le daré 150.000 liras. Aceptó y comprendió que quien se le aparecía era un alma del purgatorio.

El 9 de abril de 1929 le robaron sus documentos, mientras rezaba en una iglesia. Le habían robado el permiso para viajar gratis en tren y tuvo que acudir al Ministerio correspondiente para pedir un nuevo permiso. Después de algunas esperas y trámites, el jefe de la oficina se quedó tan admirado de su comportamiento y de sus palabras que le pidió confesión y, a continuación, lo hizo también otro segundo empleado. Y decía Don Orione: Dios permite el mal para sacar el bien. Dios permitió que me robasen para darme la ocasión de salvar dos almas. ¡Que se vaya el dinero y que vengan las almas!.

Un día en que tenía grandes deudas, fue a visitar a un millonario, que era conocido por su escandalosa vida. Don Orione le habló de sus obras y necesidades. Aquel hombre le dio 200.000 liras y él decía: La providencia también se sirve de pecadores, que quieren convertirse.

Fuente: en base al libro La Providencia de Dios, del Padre Ángel Peña O.A.R.

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