La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, visiones de Sor Josefa Menéndez (desde el lavatorio de pies al sueño de los Apóstoles)

En la Cuaresma de 1923, Nuestro Señor reveló a sor Josefa Menéndez los sentimientos de su corazón durante su Sagrada Pasión.

Sor Josefa recibía de rodillas las confidencias de su Maestro y mientras El hablaba, las escribía.
Estas páginas contienen, en parte, esas divinas confidencias.

Josefa, Esposa y víctima de mi Corazón, voy a hablarte de mi Pasión, para que sea el objeto constante de tu pensamiento y de mis confidencias
con las almas.

 

LAVATORIO DE LOS PIES
22 de febrero de 1923

Voy a empezar por descubrirte los sentimientos que embargaban mi Corazón cuando lavé los pies a mis apóstoles.

Fíjate bien que reuní a los doce. No quise excluir a ninguno. Allí se encontraban Juan, el discípulo Amado, y Judas, el que dentro de poco había de entregarme a mis enemigos.

Te diré por qué quise reunirlos a todos, y por qué empecé por lavarles los pies.

Los reuní a todos, porque era el momento en que mi Iglesia iba a presentarse en el mundo, y pronto no habría más que un sólo Pastor para todas las ovejas.

Quería también enseñar a las almas, que aún cuando estén cargadas de los pecados más atroces, no las excluyo de las gracias, ni las separo de mis almas más amadas; es decir, que a unas y a otras las reúno en mi Corazón y les doy las gracias que necesitan.

¡Qué congoja sentí en aquel momento, sabiendo que en el infortunado Judas estaban representadas tantas almas que reunidas a mis pies y lavadas muchas veces con mi Sangre habían de perderse!…

Sí, en aquel momento quise enseñar a los pecadores, que no porque estén en pecado deben alejarse de Mí, pensando que ya no tienen remedio y que nunca serán amados como antes de pecar. No, ¡pobres almas! ¡No son estos los sentimientos de un Dios, que ha derramado toda su Sangre por vosotras!…
¡Venid a Mí todos!, y no temáis porque os amo; os lavaré con mi Sangre y quedaréis tan blancos como la nieve. Anegaré vuestros pecados en el agua de mi misericordia y nada será capaz de arrancar de mi Corazón el amor que os tengo…

Josefa, déjate penetrar del más ardiente deseo de que todas las almas y sobre todo los pecadores vengan a purificarse en el agua de la penitencia…, que se penetren de sentimientos de confianza y no de temor, porque soy Dios de misericordia y siempre estoy dispuesto a recibirlas en mi Corazón.

 

EL CENÁCULO
25 de febrero

Vamos a proseguir nuestros secretos de amor.
Hoy te diré una de las razones que me indujeron a lavar los pies a mis apóstoles antes de la cena.

Fue, primeramente, para mostrar a las almas cuánto deseo que estén limpias y blancas cuando me reciben en el Sacramento de mi Amor.

Fue también para representar el Sacramento de la Penitencia, en el que las almas que han tenido la desdicha de caer en el pecado, pueden lavarse y recobrar su perdida blancura.

Quise lavarles Yo mismo los pies, para enseñar a las almas que se dedican a los trabajos apostólicos, a humillarse y tratar con dulzura a los pecadores y a todas las almas que les están confiadas.

Quiero ceñirme con un lienzo para indicarles que para obtener buen éxito con las almas, hay que ceñirse con la mortificación y la propia abnegación. También quise enseñarles la mutua caridad y cómo se deben lavar las faltas que se observan en el prójimo, disimulándolas y excusándolas siempre, sin divulgar jamás los defectos ajenos.

En fin, el agua que derramé sobre los pies de mis apóstoles, era imagen del celo que consumía mi Corazón, en deseos de la salvación de los hombres.

En aquel momento, próxima ya la Redención del género humano, mi Corazón no podía contener sus ardores, y como era infinito el Amor que sentía por los hombres, no quise dejarlos huérfanos.

Para vivir con ellos hasta la consumación de los siglos y demostrarles mi Amor, quise ser su aliento, su sostén, su vida, su todo…

¡Ah! ¡Cómo quisiera hacer conocer los sentimientos de mi Corazón a todas las almas! ¡Cuánto deseo que se penetren del amor que sentía por ellas, cuando en el Cenáculo instituí la Eucaristía!

En aquel momento vi a todas las almas, que en el transcurso de los siglos habían de alimentarse de mi Cuerpo y de mi Sangre y los efectos divinos producidos en muchísimas…

¡En cuántas almas esa Sangre inmaculada engendraría la pureza y la virginidad! ¡En cuántas encendería la llama del amor y del celo! ¡Cuántos mártires de amor se agrupaban en aquella hora ante mis ojos y en mi Corazón!.. ¡Cuántas otras almas, después de haber cometido muchos y graves pecados, debilitadas por la fuerza de la pasión vendrían a Mí para renovar su vigor con el Pan de los fuertes!

¡Ahí ¡Quién podrá penetrar los sentimientos de mi Corazón en aquellos momentos! Sentimientos de Amor, de gozo, de ternura… Mas…, ¡cuánta fue también la amargura que embargó mi Corazón!

Continuaré, Josefa. Vete en paz. Consuélame y no temas; porque mi Sangre no se ha agotado, y ella purifica tu alma…

 

LA EUCARISTÍA Y LOS PECADORES
2 de marzo

Quiero manifestar a mis almas la amargura de que estaba poseído mi Corazón durante la última Cena. Pues si era grande mi alegría de hacerme compañero de los hombres hasta el fin de los siglos, y alimento divino de las almas y veía cuántas me rendirían homenaje de adoración, de reparación y de amor…, no fue menor la tristeza que me causó el ver cuántas habían de abandonarme en el
Sagrario, y cuántas no creerían en la presencia real.

¡En cuántos corazones manchados por el pecado tendría que entrar y cómo mi Carne y mi Sangre, así profanadas, habían de convertirse en causa de condenación para muchas almas!…

¡Ah! ¡Cómo vi en aquel momento todos los sacrilegios y ultrajes y las tremendas abominaciones que habían de cometerse contra Mí. ¡Cuántas horas habría de pasar solo en el Sagrario!… ¡Cuántas noches!… ¡Cuántas almas rechazarían los llamamientos amorosos que desde esa morada les dirigiría!…

Por amor a las almas, me quedo prisionero en la Eucaristía para que en todas sus penas y aflicciones puedan venir a consolarse con el más tierno de los corazones, con el mejor de los padres, con el amigo más fiel. Más. ¡Ese Amor que se deshace y se consume por el bien de las almas, no ha de ser correspondido!…

Habito en medio de los pecadores para ser su salvación y su vida, su médico y su medicina en todas las enfermedades de su naturaleza corrompida, y ellos, en cambio, se alejan de Mí, me ultrajan y me desprecian…

¡Pobres pecadores! No os alejéis de Mí… Os espero día y noche en el Sagrario… No os reprenderé vuestros crímenes…, no os echaré en cara vuestros pecados… Lo que haré será lavaros con la Sangre de mis Llagas; no temáis… Venid a Mí… ¡No sabéis cuánto os amo!..
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Y vosotras, almas queridas…, ¿por qué estáis frías e indiferentes a mi Amor? Sé que tenéis que atender a las necesidades de vuestra familia, de vuestra casa, y que el mundo os solicita sin censar…; pero, ¿no tendréis un momento para venir a darme una prueba de amor y de agradecimiento?… No os dejéis llevar de tantas preocupaciones inútiles, y reservad un momento al Prisionero de Amor.

Si vuestro cuerpo está débil y enfermo, ¿no procuráis hallar un momento para ir a buscar al médico que debe curaros? Venid al que puede haceros recobrar las fuerzas y la salud del alma… Dad una limosna de amor a este Mendigo Divino que os espera, os llama, y os desea.

 

LA EUCARISTÍA Y LAS ALMAS CONSAGRADAS
6 de marzo.

Josefa, voy a hablarte del mayor Misterio de Amor hacia mis almas escogidas y consagradas.

En el momento de instituir la Eucaristía vi presentes a todas las almas privilegiadas que habían de alimentarse con mi Cuerpo y con mi Sangre y los diferentes efectos producidos en ellas. Para unas, sería remedio a su debilidad; para otras, fuego que consumiría sus miserias y las inflamaría en amor.

¡Ah!… Esas almas reunidas ante Mí serán como un inmenso jardín en el que cada planta produce diferente flor; pero todas me recrean con su perfume. Mi Sagrado Cuerpo será el sol que las reanime. Me acercaré a unas para consolarme, a otras para ocultarme, en otras descansaré. Si supierais, almas amadísimas, cuán fácil es consolar, ocultar y descansar a todo un Dios!

Este Dios que os ama con amor infinito, después de libraros de la esclavitud del pecado, ha sembrado en vosotros la gracia incomparable de la vocación religiosa, os ha traído de un modo misterioso al jardín de sus delicias. Este Dios Redentor vuestro se ha hecho vuestro Esposo.

El mismo os alimenta con su Cuerpo purísimo, y con su Sangre apaga vuestra sed. En El encontraréis el descanso y la felicidad.

Qué amargura sentí en mi Corazón cuando vi a tantas almas que, después de haberlas colmado de bienes y de caricias, habían de ser motivo de tristeza para mi Corazón. ¿No soy siempre el mismo?… ¿Acaso he cambiado para vosotras?… No, Yo no cambiaré jamás, y hasta el fin de los siglos os amaré con predilección y con ternura.

Sé que estáis llenas de miserias, pero esto no me hará apartar de vosotras mis miradas más tiernas, y con ansia os estoy esperando, no sólo para aliviar vuestras miserias, sino también para colmaros de nuevos beneficios.

Si os pido amor, no me lo neguéis; es muy fácil amar al que es el Amor mismo.
Si os pido algo costoso a vuestra naturaleza, os doy juntamente la gracia y la fuerza necesaria para venceros.

Os he escogido para que seáis mi consuelo. Dejadme entrar en vuestra alma, y si no encontráis en ella nada que sea digno de Mí, decidme con humildad y confianza: Señor, ya veis los frutos y las flores que produce mi jardín. Venid y decidme qué debo hacer para que desde hoy empiece a brotar la flor que deseáis.

Si el alma me dice esto con verdadero deseo de probarme su amor le responderé: Alma querida, para que tu jardín produzca hermosas flores, deja que Yo mismo las cultive; deja que Yo labre la tierra; empezaré por arrancar hoy esta raíz que me estorba y que tus fuerzas no alcanzan a quitar. No te turbes si te pido el sacrificio de tus gustos, de tu carácter…, tal acto de caridad, de paciencia, de abnegación…, de celo, de mortificación, de obediencia. Este es el abono que mejorará la tierra y la hará producir flores y frutos. La victoria sobre tu carácter, en tal ocasión, obtendrá luz para un pecador; con esta contrariedad soportada con alegría, cicatrizarás las heridas que me hizo con su pecado, repararás la ofensa y expiarás su falta… Si no te turbas al recibir esta advertencia y la aceptas con cierto gozo alcanzarás que las almas a quienes ciega la soberbia abran los ojos a la luz y pidan humildemente perdón.

Esto haré Yo en tu alma si me dejas trabajar libremente: en ella no sólo brotarán flores en seguida, sino que darás gran consuelo a mi Corazón…

Señor, ya veis que estaba dispuesta a dejaros hacer de mí lo que quisierais y no sé cómo he caído y os he disgustado. ¿Me perdonaréis? ¡Soy tan miserable!… ¡No sirvo para nada!…

Sí, alma querida, sirves para consolarme. No te desanimes, porque si no hubieses caído tal vez no hubieras hecho este acto de humildad y de amor que la falta te obliga a hacer y que tanto me consuela. Animo y adelante. Déjame trabajar en ti.

Todo esto se me puso delante al instituir la Eucaristía: El Amor me encendía en deseos de ser el alimento de las almas. No me quedaba entre los hombres para vivir solamente con los perfectos, sino para sostener a los débiles y alimentar a los pequeños. Yo los haré crecer y robusteceré sus almas. Descansaré en sus miserias y sus buenos deseos me consolarán.

«Pero, ¡ay, Josefa! Entre las almas escogidas, ¿no habrá algunas que me causen pena?… ¿Perseverarán todas?… Este es el grito de dolor que se escapa de mi Corazón. Este es el gemido que quiero oigan las almas.»

«Basta por hoy. Adiós. No sabes cuánto me consuelas cuando te entregas a Mí con entero abandono… No todos los días puedo hablar a las almas. Deja que paré ellas, te diga mis secretos… Déjame aprovechar los días de tu vida»…

 

LA EUCARISTÍA, MARAVILLA DEL AMOR DESCONOCIDO
7 de marzo.

«Escribe lo que sufrió mi Corazón en aquella hora, cuando no pudiendo contener el fuego que me consume, inventé esta maravilla de amor: la Eucaristía.

Al contemplar entonces a todas las almas que habían de alimentarse de este Pan Divino, vi también las ingratitudes y frialdades de muchas de ellas en particular de tantas almas escogidas…, de tantas almas consagradas…, de tantos sacerdotes…

¡Cuánto sufrió mi Corazón! Vi cómo se irían enfriando, entrando la rutina, el cansancio, el disgusto, caerían poco a poco en la tibieza.

¡Y estoy en el Sagrario por ellas! ¡Y espero! Deseo que esa alma venga a recibirme, que me hable con confianza de esposa, que me cuente sus penas…, que me pida consejo y solicite mis gracias…

Ven, le digo…, dímelo todo con entera confianza… Pregúntame por los pecadores…. Ofrécete para reparar… Prométeme que hoy no me dejarás solo… Mira si mi Corazón desea algo de ti que le pueda consolar…

Esto esperaba Yo de aquella alma, ¡y de tantas! Mas cuando se acerca a recibirme apenas me dice una palabra, porque está distraída, cansada o contrariada. Su salud la tiene intranquila, sus ocupaciones la desazonan y la familia le preocupa… — «No sé qué decir…, estoy fría…, me aburro —y pasa el rato deseando salir de la capilla— ¡No se me ocurre nada!…» — ¿Y así vas a recibirme, alma a quien escogí y a quien he esperado con impaciencia toda la noche?…

Sí, la esperaba para descansar en ella, le tenía preparado alivio para todas sus inquietudes; la aguardaba con nuevas gracias, pero…, como no me las pide…, no me pide consejo ni fuerza…, tan sólo se queja y apenas se dirige a Mí. Parece que ha venido por cumplimiento…, porque es costumbre y porque no tiene pecado mortal que se lo impida. Pero no por amor, no por verdadero deseo de unirse íntimamente a Mí. ¡Qué lejos está esa alma de aquellas delicadezas de amor que Yo esperaba de ella!…

¿Y aquel sacerdote?… ¿Cómo diré todo lo que espera mi Corazón de mis sacerdotes?… Los he revestido de mi poder para absolver los pecados. Obedezco a una palabra de sus labios y bajo del Cielo a le tierra; y estoy a su disposición y me dejo llevar de sus manos; ya para colocarme en el Sagrario, ya para darme a las almas en la Comunión…

He confiado a cada uno de ellos cierto número de almas para que con su predicación, sus consejos y, sobre todo, su ejemplo, las guíen y las encaminen por el camino de la virtud y del bien.

¿Cómo responden a este llamamiento?… ¿Cómo cumplen esta misión de amor?… Hoy, al celebrar el santo sacrificio, al recibirme en su corazón, ¿me confiará aquel sacerdote las almas que tiene a su cargo?… ¿Reparará las ofensas que sabe que recibo de tal pecador?… ¿Me pedirá fuerza para desempeñar su ministerio, celo para trabajar en la salvación de las almas?… ¿Recibiré el amor que de él espero?… ¿Podré descansar en él como en un discípulo amado?…

¡Ahí ¡Qué dolor tan agudo siente mi Corazón!… ¡Los mundanos hieren mis manos y mis pies, manchan mi rostro, pero las almas escogidas, mis esposas, mis ministros, desgarran y destrozan mi Corazón.

Este fue el más terrible dolor que sentí en la Cena cuando vi entre los doce al primer Apóstol infiel, representando a tantos otros que en el transcurso de los siglos habían de seguir su ejemplo.

La Eucaristía es invención del Amor, es vida y fuerza de las almas, remedio para todas las enfermedades, viático pera el paso del tiempo a la eternidad.

Los pecadores encuentran en ella la vida del alma; las almas tibias, el verdadero calor; las almas puras, suave y dulcísimo néctar; las fervorosas, su descanso y el remedio para calmar todas sus ansias; las perfectas almas, para elevarse a mayor perfección.

En fin, las almas religiosas hallan en ella su nido, su amor, y, por último, la imagen de los benditos y sagrados votos que las unen íntima e inseparablemente al Esposo Divino.

 

GETSEMANÍ
12 de marzo

Josefa, ven Conmigo, vamos a Getsemaní… Deja que tu alma se penetre de los mismos sentimientos de tristeza y amargura que inundaron la mía en aquella hora.

Después de haber predicado a las turbas, curado los enfermos, dado vista a los ciegos, resucitado a los muertos… después de haber vivido tres años en medio de mis Apóstoles para instruirlos y confiarles mi doctrina… les había enseñado, con mi ejemplo, a amarse, a soportarse mutuamente, a practicar la caridad lavándoles los pies y haciéndome su alimento.

Se acercaba la hora para la que el Hijo de Dios se había hecho hombre… Redentor del género humano, iba a derramar su Sangre y dar su vida por el mundo…

En esa hora quise ponerme en oración y entregarme a la Voluntad de mi Padre.
¡Almas queridas! Aprended de vuestro modelo que la única cosa necesaria, aunque la naturaleza se rebele, es someterse con humildad y entregarse a la voluntad de Dios.

También quise enseñar a las almas que toda acción importante debe ir prevenida y vivificada por la oración, porque en la oración se fortifica el alma para lo más difícil y Dios se comunica a ella, y la aconseja e inspira, aun cuando el alma no lo sienta.

Me retiré al huerto con tres de mis discípulos para enseñaros, almas amadas de mi Corazón, que las tres potencias de vuestra alma deben acompañaros y ayudaros en la oración.

Recordad con la memoria los beneficios divinos, las perfecciones de Dios; su bondad, su poder, su misericordia, el amor que os tiene. Buscad después con el entendimiento cómo podréis corresponder a las maravillas que ha hecho por vosotras…

Dejad que se mueva vuestra voluntad, a hacer por Dios lo más y lo mejor, a consagraros a la salvación de las almas, ya por medio de vuestros trabajos apostólicos, ya por vuestra vida humilde y oculta, o en el retiro o silencio por medio de la oración. Postraros humildemente, como criaturas en presencia de su creador, y adorad sus designios sobre vosotras, sean cuales fueren, sometiendo vuestra voluntad a la divina.

Así me ofrecí Yo para realizar la obra de la Redención del mundo.
¡Ahí ¡Qué momento aquel en que sentí venir sobre Mí todos los tormentos que había de sufrir en mi Pasión: las calumnias, los insultos, los azotes, la corona de espinas, la sed, la Cruz!… Todo se agolpó ante mis ojos y dentro de mi Corazón.

Al mismo tiempo vi las ofensas; los pecados y las abominaciones que se cometerían en el transcurso de los siglos, y no solamente los vi, sino que me sentí revestido de todos esos horrores y así me presenté a mi Padre Celestial para implorar misericordia.
Me ofrecía como fiador para calmar su cólera y aplacar su ira.

Pero viendo tanto pecado y tantos crímenes, mi naturaleza humana experimentó terrible angustia y mortal agonía, hasta tal punto, que sudé sangre.
¡Oh! Almas que me hacéis sufrir de esta manera, ¿será esta sangre salud y vida para vosotras?… ¿Será posible que esta angustia, esta agonía y esta sangre sean inútiles para tantas y tantas almas?…

Aquí nos quedaremos hoy, Josefa. Permanece a mi lado en Getsemaní y deja que mi Sangre riegue y fortifique la raíz de tu pequeñez.

 

SUEÑO DE LOS APÓSTOLES
13 de marzo

Josefa, vamos a continuar nuestra oración en Getsemaní. Colócate a mi lado, y cuando me veas sumergido en un mar de tristeza, ven conmigo a buscar a los tres discípulos que se han quedado a cierta distancia.

Los había traído para que me ayudasen, compartiendo mi angustia… para que hiciesen oración conmigo… para descansar en ellos… pero ¿cómo expresar lo que experimentó mi Corazón cuando fui a buscarlos y los encontré dormidos?… ¡Cuán triste es verse solo sin poder confiarse a los suyos!…

¡Cuántas veces sufre mi Corazón la misma angustia… y queriendo hallar alivio en mis almas las encuentro dormidas!…

Más de una vez quiero despertarlas y sacarlas de sí mismas, de sus vanos e inútiles entretenimientos; contestan, sino con palabras con obras: Ahora no puedo, estoy demasiado cansada, tengo mucho que hacer… Esto perjudica a mi salud; necesito un poco de paz…

Insisto y digo suavísimamente a esa alma: No temas: Si dejas por Mí ese descanso, Yo te recompensaré. Ven a orar Conmigo tan sólo una hora. Mira que en este momento es cuando te necesito. ¡Si te detienes ya será tarde!… Y ¡cuántas veces oigo la misma respuesta!

¡Pobre alma! ¡No has podido velar una hora Conmigo! Dentro de poco vendré y no me oirás, porque estarás dormida… Desearé concederte una gracia y no podrás recibirla… Y ¡quién sabe si después tendrás fuerzas para despertar!… Mira que si vas perdiendo alimento, se debilitará tu alma y no podrás salir de este letargo…

A muchas almas las ha sorprendido la muerte en medio de un profundo sueño y, ¿dónde y cómo se han despertado?

¡Almas queridas!, quise enseñaros aquí cuán inútil y vano es buscar alivio en las criaturas. ¡Cuántas veces están dormidas y en vez de hallar el descanso que buscáis se llena vuestro corazón de amargura, porque no corresponden a nuestros deseos, ni a nuestro cariño!

Volviendo en seguida a la oración me prosterné de nuevo, adoré al Padre y le pedí ayuda, diciéndole: «Padre Mio.» Pedidle alivio, exponedle vuestros sufrimientos, vuestros temores y con gemidos recordadle que sois sus hijos; que vuestro corazón se ve tan oprimido, que parece a punto de perder la vida… Que vuestro cuerpo sufre tanto que ya no tiene fuerza para más… Pedid con confianza de hijas y esperad, que vuestro Padre os aliviará y os dará la fuerza necesaria para pasar esta tribulación vuestra o de las almas que os están confiadas.

¡Mi alma triste y desamparada padecía angustias de muerte! Me sentí agobiado con el peso de las más negras ingratitudes.

La sangre que brotaba de todos los poros de mi Cuerpo, y que dentro de poco saldría de todas mis heridas, sería inútil para gran número de almas. ¡Muchas se perderían… Muchísimas me ofenderían y otras no me conocerían siquiera…!

Derramaría mi Sangre por todas y mis méritos serían aplicados a cada una de ellas… ¡Sangre Divina!… ¡Méritos infinitos…I Y, sin embargo, ¡inútiles para tantas y tantas almas…!
¡Acepté el cáliz para apurarlo hasta las heces…!

Todo para enseñaros, almas queridas, a no volver atrás a la vista de los sufrimientos y a no creerlos inútiles aun cuando no veáis el resultado. Someted vuestro juicio y dejad que la Voluntad Divina se cumpla en vosotras.
Yo no retrocedí, antes al contrario, sabiendo que era en el huerto donde habían de prenderme, permanecí allí… No quise huir de mis enemigos…

Lo dejaremos para mañana… Hoy quédate a mi disposición para que te encuentre despierta si te necesito.
 

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