BARRABÁS PREFERIDO A JESÚS
23 de marzo
Vamos a seguir hablando de estas pobres almas que se dejan engañar por el orgullo y la soberbia.
Coronado de espinas y cubierto con un manto de púrpura, los soldados me presentaron de nuevo a Pilatos.
No encontrando en Mí delito para castigarme, Pilatos me hizo varias preguntas, diciéndome que por qué no le contestaba siendo así que él tenía todo poder sobre Mí…
Entonces, rompiendo mi silencio, le dije: No tendrías ese poder si no se te hubiese dado de arriba; pero es preciso que se cumplan las Escrituras.
Y cerrando de nuevo los labios me entregué…
Pilatos, perturbado por el aviso de su mujer y perplejo entre los remordimientos de su conciencia y el temor de que el pueblo se amotinase contra él, buscaba medios para libertarme…, y me expuso a la vista del populacho en el lastimoso estado en que me hallaba, proponiéndoles darme la libertad y condenar en mi lugar a Barrabás, que era un ladrón y criminal famoso… A una voz, contestó el pueblo:
— ¡Que muera y que Barrabás sea puesto en libertad!
Almas que me amáis, ved cómo me han comparado a un criminal y ved cómo me han rebajado más que al más perverso de los hombres… ¡Oíd qué furiosos gritos lanzan contra Mí!… ¡Ved con qué rabia piden mi muerte! ¿Rehusé, acaso, pasar por tan penosa afrenta? No, antes al contrario, me abracé con ella por amor a las almas y para mostraros que este amor no me llevó tan sólo a la muerte, sino al desprecio, a la ignominia, al odio de los mismos por quienes iba a derramar mi Sangre con tanta profusión.
No creáis, sin embargo, que mi naturaleza humana no sintió repugnancia ni dolor…; antes, al contrario, quise sentir todas vuestras repugnancias y estar sujeto a vuestra misma condición, dejándoos un ejemplo que os fortalezca en todas las circunstancias de la vida.
Ahora quiero volver a tratar de las almas de quienes hablaba ayer. De esas almas a quienes llamo al estado perfecto, pero vacilan, diciendo entre sí: «No puedo resignarme a esta vida de oscuridad…, no estoy acostumbrada a estos quehaceres tan bajos…; ¿qué dirán mi familia, mis amistades? Y se persuaden de que con la capacidad que tienen o creen tener, serán más útiles en otro lugar.
Voy a responder a estas almas: «Dime, ¿rehusé Yo o vacilé siquiera cuando me vi nacer de familia pobre y humilde…, en un establo, lejos de mi casa y de mi patria…, de noche…, en la más cruda estación del año?…
Después viví treinta años de trabajo oscuro y rudo en un taller de carpintero; pasé humillaciones y desprecios de parte de los que encargaban trabajo a mi Padre San José…, no me desdeñé de ayudar a mi Madre en las faenas de la casa…, y, sin embargo, ¿no tenía más talento que el que se requiere para ejercer el tosco oficio de carpintero, Yo que a la edad de doce años enseñé a los Doctores en el Templo?
Pero era la Voluntad de mi Padre Celestial y así le glorificaba. Cuando dejé Nazaret y empecé mi vida pública, habría podido darme a conocer por Mesías e Hijo de Dios, para que los hombres escuchasen mis enseñanzas con veneración; pero no lo hice porque mi único deseo era cumplir la voluntad de mi Padre…
Y cuando llegó la hora de mi Pasión, a través de la crueldad de los unos y de las afrentas de los otros, del abandono de los míos y de la ingratitud de las turbas…, a través del indecible martirio de mi Cuerpo y de las vivísimas repugnancias de mi naturaleza humana, mi alma, con mayor amor aún, se abrazaba con la Voluntad de mi Padre Celestial… Cuando, después de haber pasado por encima de las repugnancias y sutilezas de amor propio, que os sugiere vuestra naturaleza…, abracéis con generosidad la Voluntad Divina, sólo entonces llegaréis a gozar de las más inefables dulzuras, en una íntima unión de voluntades, entra el Divino Esposo y vuestra alma.
Esto que he dicho a las almas que sienten honor a la vida humilde y oscura, lo repito a las que, por el contrario, son llamadas a trabajar en continuo contacto con el mundo, cuando su atractivo sería la completa soledad y los trabajos humildes y ocultos…
¡Almas escogidas! Vuestra felicidad y vuestra perfección no consiste en ser conocidas o desconocidas de las criaturas, ni en emplear u ocultar el talento que poseéis… Lo único que os procurará felicidad cumplida es hacer la voluntad dé Dios, abrazarla con amor y por amor unirse y conformarse con entera sumisión a todo lo que por su gloria y vuestra santificación os pida.
Basta por hoy, Josefa; mañana continuaré. Ama y abraza mi Voluntad alegremente: ya sabes que está en todo trazada por el amor.
JESÚS CONDENADO A MUERTE
24 de marzo
Medita por un momento el indecible martirio de mi Corazón, tan tierno y delicado al verse pospuesto a Barrabás…
¡Cómo recordaba entonces las ternuras de mi Madre, cuando me estrechaba sobre su Corazón! ¡Cuán presente tenía los desvelos y fatigas que para mostrarme su amor sufrió mi Padre adoptivo! ¡Cuán vivamente se presentaban a mi memoria los beneficios que con tanta liberalidad derramé sobre aquel pueblo ingrato!… ¡Dando vista a los ciegos, devolviendo la salud a los enfermos, el uso de sus miembros a los que lo habían perdido!… ¡Dando de comer a las turbas y resucitando a los muertos! Y ahora, ¡vedme reducido al estado más despreciable!
¡Soy el más odiado de los hombres y se me condena a muerte como a un ladrón infame!… ¡Pilatos ha pronunciado la sentencia! ¡Almas queridas! ¡Considerad atentamente cuánto sufrió mi Corazón!
DESESPERACIÓN DE JUDAS
El mismo día
Desde que Judas me entregó en el Huerto de los Olivos, anduvo errante y fugitivo, sin poder acallar los gritos de su conciencia, que le acusaba del más horrible sacrilegio. Cuando llegó a sus oídos la sentencia de muerte pronunciada contra Mí, se entregó a la más terrible desesperación y se ahorcó.
¿Quién podrá comprender el dolor intenso de mi Corazón cuando vi lanzarse a la perdición eterna esa alma que había pasado tres años en la escuela de mi amor, aprendiendo mi doctrina, recibiendo mis enseñanzas, oyendo tantas veces cómo perdonaban mis labios a los más grandes pecadores?
¡Ah! ¡Judas! ¿Por qué no vienes a arrojarte a mis pies para que te perdone? Si no te atreves a acercarte a Mí por temor a los que me rodean, maltratándome con tanto furor, mírame al menos, ¡verás cuán pronto se fijan en ti mis ojos!…
«Almas que estáis enredadas en los mayores pecados… si por más o menos tiempo habéis vivido errantes y fugitivas a causa de vuestros delitos, si los pecados de que sois culpables os han cegado y endurecido el corazón, si por seguir alguna pasión habéis caído en los mayores desórdenes, ¡ah!, no dejéis que se apodere de vosotras la desesperación, cuando os abandonen los cómplices de vuestro p
ecado o cuando vuestra alma se dé cuenta de su culpa… ¡Mientras el hombre cuenta con un instante de vida, aun tiene tiempo de recurrir a la misericordia y de implorar el perdón!
Si sois jóvenes y los escándalos de vuestra vida pasada os han degradado ante los hombres, ¡no temáis! Aun cuando el mundo os desprecie, os trate de malvados, os insulte, os Abandone, estad seguros de que vuestro Dios no quiere que vuestra alma sea pasto dé las llamas del infierno. Desea que os acerquéis a El para perdonaros. Si no os atrevéis a hablarle, dirigidle miradas y suspiros del corazón y pronto seréis que su mano bondadosa y paternal os conduce a la fuente del perdón y de la vida.
Si por malicia habéis pasado quizá gran parte de vuestra vida en el desorden o en la indiferencia, y cerca ya de la eternidad, la desesperación quiere poneros una venda en los ojos, no os dejéis engañar; aun es tiempo de perdón, y ¡oídlo bien!; si os queda un segundo de vida, aprovechadlo, porque en él podéis ganar la vida eterna…
Si ha transcurrido vuestra existencia en la ignorancia y el error, si habéis sido causa de grandes daños para los hombres, para la sociedad, y hasta para la Religión y por cualquier circunstancia conocéis vuestro error, no os dejéis abatir por el peso de las faltas ni por el daño de que habéis sido instrumento, sino por el contrario, dejando que vuestra alma se penetre del más vivo pesar, abismaos en la confianza y recurrid al que siempre os está esperando para perdonaros todos los yerros de vuestra vida.»
Lo mismo sucede, si se trata de un alma que ha pasado los primeros años de su vida en la fiel observancia de mis Mandamientos, pero que ha decaído poco a poco del fervor, pasando a una vida tibia y cómoda…
Pero un día recibe una fuerte sacudida que la despierta; entonces aparece su vida inútil, vacía, sin méritos para la eternidad. El demonio, con infernal envidia, la ataca de mil maneras, le inspira desaliento y tristeza, abultándole sus faltas, acaba por llevarla al temor y a la desesperación.
¡Almas que tanto amo, no escuchéis este cruel enemigo!… En cuanto sientas la emoción de la gracia y antes de que sea más fuerte la lucha, acude a mi Corazón, pídele que vierta una gota de su Sangre sobre tu alma. ¡Ven a Mí! Ya sabes dónde me encuentro, en los brazos paternales de tus Superiores. Allí estoy bajo el velo de la fe. Levanta ese velo y dime con entera confianza tus penas, tus miserias, tus caídas… Escucha con respeto mis palabras y no temas por lo pasado. Mi Corazón lo ha sumergido en el abismo de mi misericordia y mi amor te prepara nuevas gracias. Tu vida pasada te dará la humildad que te llenará de méritos, y si quieres darme la mejor prueba de amor, ten confianza y cuenta con mi perdón. Cree que nunca llegarán a ser mayores tus pecados que mi misericordia, pues es infinita.
«¡Josefa! Permanece sumergida en el abismo de mi amor y pide que las almas se dejen penetrar de esos sentimientos!»
CAMINO DEL CALVARIO
26 de marzo, Lunes Santo
«Vamos a continuar, Josefa; sígueme en el camino del Calvario, agobiado bajo el peso de la Cruz.
En tanto que mi Corazón estaba profundamente abismado en la tristeza por la eterna perdición de Judas, los crueles verdugos, insensibles a mi dolor, cargaron sobre mis hombros llagados la dura y pesada Cruz en que había de consumar el misterio de la Redención del mundo.
¡Contempladme, ángeles del cielo!… ¡Ved al Creador de todas las maravillas, al Dios a quien rinden adoración los espíritus celestiales, caminando hacia el Calvario y llevando sobre sus hombrón el leño santo y bendito que va a recibir su último suspiro!…
Vedme también vosotras, almas que deseáis ser mis fieles imitadoras. Mi Cuerpo, destrozado por tanto tormento, camina sin fuerzas, bañado de sudor y de sangre… ¡Sufro… sin que nadie se compadezca de mi dolor!… La multitud me acompaña y no hay una sola persona que tenga piedad de Mí!… ¡Todos me rodean como lobos hambrientos, deseosos de devorar su presa!
¡La fatiga que siento es tan grande y la Cruz tan pesada, que a mitad del camino caigo desfallecido!… Ved cómo me levantan aquellos hombres inhumanos del modo más brutal: uno me agarra de un brazo, otro tira de mis vestidos, que estaban pegados a mis heridas!…; éste me coge por el cuello, otro por los cabellos, otros descargan terribles golpes en todo mi Cuerpo, con los puños y hasta con los pies. La Cruz cae encima de Mí y su peso me causa nuevas heridas.
Mi rostro roza con las piedras del camino, y con la sangre que por él corre, se pegan a mis ojos y a toda mi Sagrada Faz el polvo y el lodo, y quedo convertido en el objeto más repugnante.
ENCUENTRO CON LA SANTÍSIMA VIRGEN
El mismo día.
Seguid conmigo unos momentos y a los pocos pasos me veréis en presencia de mi Madre Santísima, que con el Corazón traspasado de dolor sale a mi encuentro para dos fines: cobrar nueva fuerza para sufrir a la vista de su Dios…, y dar a su Hijo con su actitud heroica aliento para continuar la obra de la Redención.
Considerad el martirio de estos dos Corazones:
Lo que más ama mi Madre es su Hijo…, y no puede darme ningún alivio, y sabe que su vista aumentará mis sufrimientos.
Para Mí lo más grande es mi Madre, y no solamente no la puedo consolar, sino que el lamentable estado en que me ve procura a su Corazón un sufrimiento semejante al mío. ¡La muerte que Yo sufro en el Cuerpo la recibe mi Madre en el Corazón! ¡Ah! ¡Cómo se clavan en Mí sus ojos, y los míos, oscurecidos y ensangrentados, se clavan también en Ella! No pronunciamos una sola palabra; pero ¡cuántas cosas se dicen nuestros Corazones en esta dolorosa mirada!…
Si, mi Madre estuvo presente a todos los tormentos de mi Pasión, que por revelación divina se presentaba a su espíritu. Además, varios discípulos, aunque permaneciendo lejos por miedo a los judíos, procuraban enterarse de todo e informaban a mi Madre. Cuando supo que ya se había pronunciado la sentencia de muerte, salió a mi encuentro y no me abandonó hasta que me depositaron en el sepulcro.
EL CIRENEO
27 de marzo, Martes Santo
Sigue contemplándome, Josefa…; la comitiva avanza hacia el Calvario…
Aquellos hombres inicuos, temiendo verme morir antes de llegar al término, se entienden entre sí para buscar a alguien que me ayude a llevar la Cruz, y alquilan a un hombre de las cercanías llamado Simón.
Mira detrás de Mí a Simón ayudándome a llevarla, y considera, ante todo, dos cosas:
Este hombre, aunque de buena voluntad, es un mercenario, porque si me acompaña y comparte conmigo el peso de la Cruz, es porque ha sido «alquilado». Por eso, cuando siente demasiado cansancio deja caer más peso sobre Mí, y así caigo en tierra dos veces.
Además, este hombre me ayuda a llevar parte de la Cruz, pero no toda la Cruz.
Veamos el sentido de estas dos circunstancias.
Hay muchas almas que caminan así en pos de Mí. Se comprometen a ayudarme a llevar la Cruz, pero todavía desean consuelo y descanso; consienten en seguirme y con este fin han abrazado la vida perfecta; pero no abandonan el propio interés, que sigue siendo, en muchos casos, su primer cuidado: por eso vacilan y dejan caer mi Cruz cuando les pesa demasiado. Buscan la manera de sufrir lo menos posible, miden su abnegación, evitan cuanto pueden la humillación y el cansancio…, y acordándose, quizá con pesar de lo que dejaron, tratan de procurarse ciertas comodidades, ciertos placeres. En una palabra, hay almas tan interesadas y tan egoístas, que han venido en mi seguimiento más por ellas que por Mí… Se resignan tan sólo a soportar lo que no pueden evitar o aquello a que las obligan… No me ayudan a llevar más que una partecita de mi Cruz, y de tal suerte, que apenas pueden adquirir los méritos indispensables para su salvación. Pero en la eternidad verán ¡qué atrás se han quedado en el camino que debían recorrer!…
Por el contrario, hay almas, y no pocas, que, movidas por el deseo de su salvación, pero, sobre todo, por el amor que les inspira la vista de lo que por ellas he sufrido, se deciden a seguirme por el camino del Calvario; se abrazan con la vida perfecta y se entregan a mi servicio, no para ayudarme a llevar parte de la Cruz, sino para llevarla entera. Su único deseo es descansarme…, consolarme…; se ofrecen a todo cuanto les pida mi Voluntad, buscando cuanto pueda agradarme; no piensan en los méritos ni en la recompensa que les espera, ni n el cansancio, ni en el sufrimiento…; lo único que tienen presente es el amor que me demuestran y el consuelo que me procuran.
Si mi Cruz se presenta bajo la forma de una enfermedad, si se oculta debajo de una ocupación contraria a sus inclinaciones o poco conforme a sus aptitudes, si va acompañada de algún olvido de las personas que las rodean, la aceptan con entera sumisión.
Suponed que, llenas de buenos deseos y movidas de grande amor a mi Corazón y de celo por las almas, hacen lo que creen mejor en tal o cual circunstancia; mas en vez del resultado que esperaban recogen toda clase de molestias y humillaciones… Esas almas que obran sólo a impulsos del amor se abrazan con todo, y viendo en ello mi Cruz, la adoran y se sirven de ella para procurar mi Gloria.
¡Ah!, estas almas son las que verdaderamente llevan mi Cruz, sin otro interés ni otra paga que mi amor… Son las que me consuelan y glorifican.
Tened, ¡almas queridas!; como cosa cierta, que si vosotras no veis el resultado de vuestros sufrimientos y de vuestra abnegación, o lo veis más tarde, no por eso han sido vanos e infructuosos; antes, por el contrario; el fruto será abundante.
El alma que ama de veras no cuenta lo que ha trabajado, ni pesa lo que ha sufrido. No regatea fatigas ni trabajos. No espera recompensa: busca tan sólo aquello que cree de mayor gloria para su Amado. No se turba ni se inquieta, y mucho menos pierde la paz si, por cualquier circunstancia, se ve contrariada y aun tal vez perseguida y humillada, porque el único móvil de sus actos es el amor y sólo por amor ha obrado.
Estas son las almas que no buscan salario. Lo único que esperan es mi consuelo, mi descanso y mi gloria. Estas son las que llevan toda mi Cruz y todo el peso que mi Voluntad Santa quiere cargar sobre ellas.
CRUCIFIXIÓN
28 de marzo, Miércoles Santo
¡Ya estamos cerca del Calvario! ¡La multitud se agita porque se acerca el terrible momento… Extenuado de fatiga, apenas si puedo andar!
Tres veces he caído en el trayecto.
Una, a fin de dar fuerza de convertirse a los pecadores habituados al pecado; otra, para dar aliento a las almas que caen por fragilidad, y a las que ciega la tristeza o la inquietud; la tercera, para ayudarlas a salir del pecado a la hora de la muerte.
¡Mira con qué crueldad me rodean estos hombres endurecidos! Unos tiran de la Cruz y la tienden en el suelo; otros me arrancan los vestidos pegados a las heridas, que se abren de nuevo y vuelve a brotar la sangre.
Mirad, ¡almas queridas!, ¡cuánta es la vergüenza que padezco al verme así ante aquella inmensa muchedumbre! ¡Qué dolor para mi cuerpo y que confusión para mi alma!…
Los verdugos me arrancan la túnica que con tanta delicadeza y esmero me vistió mi Madre en mi infancia y que había ido creciendo a medida que Yo crecía, ¡y la sortean!… ¿Cuál sería la aflicción de mi Madre, que contemplaba esta terrible escena?… ¡Cuánto hubiera deseado Ella conservar aquella túnica teñida y empapada ahora con mi Sangre!
«Pero… ha llegado la hora, y tendiéndome sobre la Cruz, los verdugos cogen mis brazos y los estiran para que lleguen a los taladros preparados en ella. Con tal atroces sacudidas todo mi Cuerpo se quebranta, se balancea de un lado a otro y las espinas de la corona penetran en mi cabeza más profundamente.
¡Oíd el primer martillazo que clava mi mano derecha…; resuena hasta las profundidades de la tierra!… Ya clavan mi mano izquierda…; ante semejante espectáculo los cielos se estremecen; los ángeles se postran. ¡Yo guardo profundo silencio… ¡Ni una queja se escapa de mis labios!
Después de clavarme las manos, tiran cruelmente de los pies…; las llagas se abren…, los nervios se desgarran…, los huesos se descoyuntan… ¡El dolor es inmenso!… ¡Mis pies quedan traspasados…, y mi Sangre baña la tierra!…»
Contemplad un instante estas manos y estos pies ensangrentados…, este cuerpo desnudo, cubierto de heridas y de sangre… Esta cabeza traspasada por agudas espinas, empapada en sudor, llena de polvo y de sangre…
Admirad el silencio, la paciencia y la conformidad con que acepto este cruel sufrimiento.
¿Quién es el que sufre así víctima de tales ignominias?…; ¡Es Jesucristo, el Hijo de Dios!… El que ha hecho los cielos, la tierra, el mar y todo lo que existe…; el que ha creado al hombre, el que todo lo sostiene con su poder infinito… Está ahí inmóvil…, despreciado…, despojado de todo… Pero muy pronto será imitado y seguido por multitud de almas que abandonarán bienes de fortuna, patria, familia, honores, bienestar y cuanto sea necesario para darle la gloria y el amor que le son debidos.»
«¡Estad atentos, Ángeles del Cielo!, y vosotros, todos los que me amáis. Los soldados van a dar la vuelta a la Cruz para remachar los clavos y evitar que, con el peso de mi cuerpo, se salgan y lo dejen caer. ¡Mi cuerpo va a dar a la tierra el beso de paz! ¡Mientras los martillazos resuenan por el espacio, en la cima del Calvario se realiza el espectáculo más admirable!… A petición de mi Madre, que contemplando lo que pasaba y siéndole a Ella imposible darme alivio, implora la misericordia de mi Padre Celestial…, legiones de Ángeles bajan a sostener mi cuerpo adorable para evitar que roce la tierra y que lo aplaste el peso de la Cruz…»
«¡Contempla a tu Jesús tendido en la Cruz!…, sin poder hacer el menor movimiento…, desnudo…, sin fama…, sin honra, sin libertad… Todo se lo han arrebatado…
¡No hay quien se apiade y se compadezca de su dolor…; sólo recibe tormentos, escarnios y burlas!…; si me amas de veras, ¿qué no harás para asemejarte a Mí? ¿A qué no estarás dispuesta para consolarme? Y ¿qué rehusarás a mi amor?
Ahora póstrate en tierra y deja que te diga una palabra:
¡Que mi Voluntad triunfe en ti!
¡Que mi Amor te destruya!
¡Que tu miseria me glorifique!»
LAS SIETE PALABRAS
30 de marzo, Viernes Santo.
«Josefa, ya conoces mis sufrimientos… Sígueme en ellos… Acompáñame y toma parte en mi dolor…»
«¡Ya ha llegado la hora de la Redención del mundo! Me van a levantar y a ofrecer como espectáculo de burla…, pero también de admiración… ¡Esta Cruz que hasta aquí era el patíbulo donde expiraban los criminales, es ahora la luz del mundo, el objeto de mayor veneración.
En mis llagas encontrarán los pecadores el perdón y la vida… ¡Mi Sangre lavará y borrará todas sus manchas!…
¡En mis llagas las almas puras vendrán para saciar su sed y abrasarse en amor!… ¡En ellas podrán guarecerse y fijar su morada!…»
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
«No han conocido al que es su vida. ¡Han descargado sobre El todo el furor de sus iniquidades!… Mas, Yo os lo ruego, ¡oh Padre mío!…, descargad sobre ellos la fuerza de vuestra misericordia.»
Hoy estarás conmigo en el Paraíso
«Porque tu fe en la misericordia de tu Salvador ha borrado tus crímenes…; ella te conduce a la vida eterna.»
Mujer, he ahí a tu hijo
«¡Madre mía!, he ahí a mis hermanos… ¡Guárdalos!… ¡Ámalos!…»
No estáis solos, vosotros por quienes he dado mi vida. Tenéis ahora una Madre a la que podéis recurrir en todas vuestras necesidades.
Y ahora el amor me lleva a unir a todos los hombres con lazos de hermandad, dándoles a todos mi misma Madre.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis desamparado?
«Sí, el alma tiene ya derecho a decir a Dios: ¿Por qué me has desamparado?… Porque, después de consumado el misterio de la Redención, el hombre ha vuelto a ser hijo de Dios, hermano de Jesucristo, heredero de la vida eterna…»
Tengo sed
«¡Oh! ¡Padre mío!… Tengo sed de vuestra gloria…, y he aquí que ha llegado la hora… En adelante, realizándose mis palabras, el mundo conocerá que sois Vos el que me enviasteis y seréis glorificado.
Tengo sed de almas, y para refrigerar esta sed he derramado hasta la última gota de mi Sangre. Por eso puedo decir:
Todo está consumado
«Ahora se ha cumplido el gran misterio de Amor, por el cual Dios entregó a la muerte a su propio Hijo para devolver al hombre la vida…
Vine al mundo para hacer vuestra Voluntad. Padre mío, ¡ya está cumplida!»
En vuestras manos encomiendo mi espíritu
«A Vos entrego mi alma… Así las almas que cumplen mi Voluntad, podrán decir con verdad: Todo está consumado… ¡Señor mío y Dios mío! Recibid mi alma, la pongo en vuestras manos…»
«Josefa, lo que has oído, escríbelo; quiero que las almas lo lean, a fin de que las que tengan sed se refrigeren…, las que tengan hambre se sacien…»